la europa social: un reto de la izquierda cayo lara

Anuncio
LA EUROPA SOCIAL: UN RETO DE LA IZQUIERDA
CAYO LARA MOYA
COORDINADOR GENERAL DE IZQUIERDA UNIDA
CLUB SIGLO XXI
MADRID, 12 DE MARZO DE 2009
LA EUROPA SOCIAL: UN RETO DE LA IZQUIERDA
Buenas tardes,
Quisiera arrancar esta intervención con unos breves apuntes históricos.
El 9 de mayo de 1950, cinco años después de la capitulación de
Alemania propiciada por la alianza entre Gran Bretaña, Estados Unidos y
la Unión Soviética, el Ministro francés de Asuntos Exteriores, Robert
Schuman, expuso un plan para crear una Europa organizada
atendiendo a ideas concretas y solidaridades de hecho.
Al año siguiente, el 18 de abril de 1951, seis países firmaban en París el
Tratado constitutivo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero
que abrió paso a la vertebración de la Unión Europea. Un difícil camino
que ha durado hasta nuestros días, con el ingreso de Bulgaria y Rumania
el 1 de enero de 2007, hasta alcanzar un conjunto de 27 países.
En alguna parte del imaginario de la izquierda existe la idea de Europa
como un espacio de derechos, de servicios sociales, de paz, de
ecología y hasta de feminismo. Responde a la idea de un modelo de
civilización, un punto de vista ético sobre el mundo opuesto,
claramente, al sálvese quien pueda imperante en Estados Unidos.
Se podría decir que esta idea, esta ilusión común, era cierta, o lo fue en
un principio, ya que respondía a las aspiraciones y deseos de
reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Un
modelo económico de bienestar que fue posible gracias a la derrota
del fascismo y a la existencia de un verdadero contrapoder, la Unión
Soviética y los países socialistas de su entorno.
Estos acontecimientos históricos sirvieron para conformar las claves que
moldearon esa idea de Europa. Se implantaron avanzados sistemas
democráticos en los cuales el capitalismo tuvo que negociar ante el
empuje de los partidos y sindicatos de izquierda. La socialdemocracia
europea marcaba el ritmo hacia el Estado de bienestar mientras se
impulsaban las instituciones económicas y resoluciones internacionales
surgidas en la conferencia de julio de 1944 como el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial y la Carta de Derechos Humanos de la
ONU.
En España esta idea de Europa no estuvo presente. La sublevación
militar contra la Segunda República nos cortó cualquier relación con el
destino europeo. La derrota militar de la incipiente democracia de 1931
impidió que nuestro país se sumara al tren del progreso que recorría
Europa. Con Franco a la cabeza del Estado, secundado por la Iglesia
Católica y la burguesía reaccionaria, se instauró un régimen de
represión caracterizado por la miseria, el miedo y el atraso económico
que impidió cualquier desarrollo político y social común.
Esta situación, insostenible, provocó que miles de personas tuvieran que
exiliarse o emigrar a países como Alemania, Francia, Bélgica o Suiza, lo
que contribuyó a extender el mito de que la entrada de España en
Europa supondría la modernidad. Nuestro rápido ingreso en la Unión
Europea en 1986, de la mano de Felipe González, se pagó con nuestra
peculiar “OTAN de entrada NO”, la ruptura del tejido industrial pesado y
la apertura de nuestro mercado interior, a cambio de unos fondos de
cohesión y ayuda al desarrollo que en breve tiempo finalizarán.
La aplicación de férreas políticas neoliberales puestas en marcha por
Reagan y Thatcher en los ochenta, la transparencia y modernidad
impulsadas por Gorbachov y la caída del muro de Berlín en 1989,
cambiaron el escenario mundial de forma radical.
La política social europea empezó, desde ese momento, a perseguir el
establecimiento de prescripciones mínimas, es decir, claros recortes en
las conquistas sociales que han derivado, en la actualidad, en una
competición entre modelos nacionales donde se imponen las tesis
ultraliberales anglosajonas.
Ideas y principios que se convirtieron, como todos sabemos, en el
pensamiento hegemónico dominante. Una hegemonía neoliberal que
influyó en gran medida en el desarrollo de la arquitectura de la Unión
Europea de los 15. El cambio provocado por el Tratado de Maastrich
supuso un giro en la orientación histórica de la Europa social en
beneficio, exclusivamente, del libre mercado. El resultado es conocido,
los ciudadanos y ciudadanas europeos estamos perdiendo derechos
adquiridos.
Se establecieron, siguiendo criterios neoliberales, unas políticas públicas
encaminadas a reducir la inflación, la deuda pública, la inestabilidad
monetaria y la creación del embrión del futuro Banco Central Europeo y
del euro. Prácticas que se han llevado a cabo reduciendo el
crecimiento económico sostenible, el estado de bienestar y la calidad
de vida de las familias, especialmente de las clases más desfavorecidas,
y perjudicando a las pequeñas y medianas empresas y trabajadores
autónomos. Una vez más han primado los intereses del capital
internacional sobre la vida de las personas. Somos todos, cada vez, más
precarios. Menos ciudadanos con derechos y más esclavos de las
multinacionales y sus extensas redes de explotación.
La política neoliberal ha provocado, y lo estamos padeciendo en esta
crisis sistémica, un crecimiento del desempleo, una redistribución
equivocada y torticera de la renta basada en un gran crecimiento de
las rentas del capital y un estancamiento de las rentas del trabajo, una
ralentización del crecimiento del gasto público social por habitante,
disminución de los beneficios sociales y un incremento muy notable de
las desigualdades sociales. Los ricos se han hecho escandalosamente
más ricos y los pobres dramáticamente más pobres.
Un ejemplo: El 20% de personas de mayor renta en la Unión europea de
los 15 recibe el 40% de la renta total, mientras que el 20% de menor
renta recibe sólo un 7% de ésta.
Casi 15 años después de la firma del Tratado de Maastricht y 9 años de
la Agenda de Lisboa las orientaciones neoliberales prevalecen y no se
han cumplido ninguno de los objetivos perseguidos.
Muestra de ello es la modificación que realizó la Comisión Europea en
2004 por la que fijó nuevas prioridades para reforzar la Estrategia de
Lisboa y que no tenían otro fin que desregular aun más los mercados, en
especial el del trabajo, justificándolo con la mejora de la inversión en
redes y en conocimiento, el refuerzo de la competitividad de la industria
y de los servicios, más privatizaciones y la prolongación de la vida
activa de los trabajadores. En resumen, más capital y menos derechos.
La práctica de combate del neoliberalismo.
Estas prioridades han conseguido deteriorar aún más las condiciones de
la mayoría de la población europea, con jornadas laborales más largas,
salarios insuficientes, desempleo creciente y de larga duración, trabajo
temporal e interinidades no retribuidas para jóvenes y mujeres. En todos
los países europeos se privatizan los servicios públicos para obtener
beneficios. Una política destinada a incrementar los beneficios
empresariales. La Europa de los mercaderes, a costa del sacrificio de la
población.
Estas políticas fueron rechazadas en los referenda sobre la Constitución
Europea en 2005 por los ciudadanos de Francia y Holanda, que
consideraron que la construcción Europea se estaba realizando con
serias carencias democráticas. El NO, rotundo, significó también un
rechazo directo a las elites gobernantes europeas. Elites que se creían
tan seguras de ser los dueños de Europa que no concibieron la
posibilidad de que alguien se opusiera a sus intereses. Uno de los países
que refrendó la Constitución, y analizar las razones sociológicas seria
prolijo, fue España.
Este “NO” a la Constitución Europea generó una crisis política en la
Unión ante el temor de un creciente rechazo. Con este temor por parte
de los gobernantes se llegó al Consejo Europeo de junio de 2007 en el
que se encomendó la elaboración de un Tratado de Reforma que
modificara los actuales de la Unión y el Constitutivo de la Comunidad
Europea, aprobados en Maastricht y modificados posteriormente en
Ámsterdam y Niza. Este será el Tratado de Lisboa firmado en diciembre
de 2007.
Este Tratado conserva el capitalismo en su versión más neoliberal como
modelo dominante, y fue realizado sin democracia ni transparencia.
Todas las negociaciones se hicieron a puerta cerrada, sin participación
de los ciudadanos ni de los parlamentos nacionales ni del europeo. Se
pretendía que el Tratado no fuera ratificado por los pueblos evitando
cualquier posibilidad de legitimación democrática. Pero volvió a pasar
lo mismo: en Irlanda, único país que lo sometió a referéndum, el pueblo
dijo NO.
La orientación política de la Unión Europea ha sido contestada en
numerosas ocasiones en la calle. El mismo día que se reunían los Jefes
de Estado y gobierno en Lisboa para aprobar estos principios, tenía
lugar en Portugal la manifestación más grande en los últimos 20 años. Si
los jefes de Estado hubieran sacado la cabeza por la ventana, hubieran
visto a 200.000 personas manifestándose en la calle contra lo que
estaban decidiendo.
El próximo mes de mayo podrán comprobarlo de nuevo con las
euromanifestaciones convocadas por la Confederación Europea de
Sindicatos en Madrid, Bruselas y Berlín, con el objetivo de buscar salidas
a la crisis económica y que los costes no recaigan sobre los
trabajadores. Esperemos que esta vez sí nos hagan caso. Estaremos en
la batalla. Somos parte del pueblo europeo.
También estaremos en las movilizaciones convocadas por los
movimientos sociales en una gran cantidad de ciudades europeas,
entre ellas Madrid, el 28 de marzo.
IZQUIERDA UNIDA reafirma su “NO” al Tratado de Lisboa. La redacción
de un nuevo Tratado debe emanar de una Asamblea Constituyente,
elegida por sufragio universal directo de los ciudadanos de todos los
estados miembros. La participación democrática y los parlamentos
deben fortalecerse estableciendo normas sobre iniciativas populares,
ampliando la co-decisión y las relaciones entre los parlamentos
nacionales y el Parlamento Europeo.
Los ciudadanos de la Unión deben discutir y debatir una alternativa al
Tratado de Lisboa para construir una Europa entre todos y no la que
decida la clase dominante. Que esta neutralizando las conquistas
sociales en nombre del llamado libre mercado. Se legitima la
competencia desleal entre empresas de diferentes estados y se
acentúa el dominio del perverso orden económico neoliberal sobre las
aspiraciones democráticas de la población. Cada vez más, crece la
Europa de la involución de los derechos. El capital contra las personas,
podría ser uno de nuestros lemas.
Pero además, a este recorte de derechos y a la crisis política derivada
del rechazo a la Constitución Europea, se le añade ahora la profunda
crisis económica del sistema, catalizada por el estallido de la burbuja
inmobiliaria en los Estados Unidos. Una crisis también de valores y
principios. El modelo económico quiebra.
En toda Europa el impacto de la crisis es brutal por la política llevada a
cabo por las elites que controlan la economía y la política. El precio de
estas actuaciones lo pagaremos los pueblos. Han puesto en peligro la
paz, la seguridad internacional y la co-existencia. El mundo ha sido
arrastrado a esta crisis global por la política hegemónica de los Estados
Unidos, en especial, por la Administración Bush y el seguidismo de la
Unión Europea, incapaz de tener una política unívoca frente a los
desmanes de las administraciones de Estado Unidos.
La crisis demuestra una vez más el fracaso de la globalización neoliberal
que ha maximizado los beneficios sin ningún control estatal o
intervención pública. Las políticas, los estados y la sociedad entera se
subordinan a un mercado financiero sin control. El resultado es claro:
falta de democracia y el final de las políticas de protección social.
Seguimos dirigidos por el gran capital, por las grandes corporaciones
bancarias ayudadas por unas agencias de calificación de riesgo, que
han valorado de forma irreal el valor de ciertos activos con el fin de
colocarlos rápidamente en unos mercados financieros fuertemente
especulativos y opacos.
A eso se han dedicado los bancos, a colocar los recursos depositados
por sus clientes en inversiones sumamente arriesgadas, muy rentables
para ellos, pero muy peligrosas para su solvencia y para la marcha
general de la economía. El colapso del sistema financiero está
ahogando la actividad económica real, y ha puesto en situación de
recesión a varios países provocando fuertes ajustes en el mercado de
trabajo. El socialismo democrático, el nuevo socialismo del siglo XXI que
planteamos, es la única solución posible.
La paradoja es que ahora, desde esas mismas tribunas que daban todo
el poder al mercado se solicita dinero público, el de los contribuyentes,
para conceder ayudas multimillonarias que eviten la catástrofe creada
por la especulación. Apadrine usted a un banquero y rescátele de la
quiebra, parece ser el mensaje de los gobiernos.
La crisis económica no la han generado los trabajadores ni sus salarios.
Al contrario, éstos han sufrido la desregulación del mercado y la pérdida
de poder adquisitivo. Es una crisis motivada por el modelo productivo
capitalista. Por tanto, al igual que se están dedicando cantidades
multimillonarias para intentar salvar al sistema financiero, se deben
dedicar las cantidades necesarias para fundamentar un nuevo modelo
de desarrollo alternativo y justo como oportunidad para salir de la crisis.
Para ello el sector público debe jugar un papel esencial como motor de
la recuperación económica. El sector público, y la Constitución
española lo ampara y reconoce, debe actuar protegiendo a los
desempleados y a las familias sin ingresos, poniendo en marcha políticas
de reactivación económica que generen empleo de calidad en
especial en sanidad, educación, atención a la dependencia, desarrollo
rural unido a la protección medioambiental y en desarrollo de energías
alternativas y limpias.
El modelo económico actual ha fracasado y por tanto es urgente que
los trabajadores y las clases más desfavorecidas de Europa, es decir, la
mayoría, trabajemos unidos por una nueva construcción europea
basada en un modelo económico que priorice los derechos y
necesidades de los ciudadanos frente a los intereses de las
multinacionales y el sector financiero.
Hace muchos años se exclamó que los trabajadores no tenían patria. Es
hora de que esta premisa, con independencia del lugar de nacimiento
o residencia, se haga efectiva y que el conjunto de la clase trabajadora
europea se levante contra el neoliberalismo, contra la especulación,
por un socialismo democrático que haga posible la vida en Europa y en
el mundo.
Ahora más que nunca la Unión Europea está en una encrucijada:
O continúa con su actual política capitalista, que ahonda la
desigualdad o se encamina hacia un modelo de desarrollo sostenible y
con justicia social, de paz y cooperación mutua, de igualdad entre
mujeres y hombres, de participación democrática y solidaridad, donde
el antifascismo, el antirracismo, las libertades civiles y los derechos
humanos sean prácticas comunes.
Los planes que presentan los líderes de la Unión Europea para salir de la
crisis pretenden reconstruir y refundar el capitalismo impulsando la
flexiseguridad y desregularizando aún más los derechos laborales
conseguidos gracias a la lucha histórica del movimiento obrero,
legitimando el dúmping social a través de directivas que atacan
directamente al modelo social europeo como la relativa a los servicios
públicos, la de trabajadores desplazados, la de la ampliación de la
jornada de trabajo a 65 horas -a la cual el Parlamento asestó un revés-,
o la de retorno de inmigrantes, también conocida como “Directiva de
la Vergüenza”.
En esta misma dirección está inmerso el proceso de Bolonia, con el que
se pretende que los estudios universitarios ya no tengan como finalidad
potenciar el conocimiento humanista y científico de las personas y, por
lo tanto, el enriquecimiento material e intelectual de la sociedad, sino
una formación específica al servicio del sistema productivo capitalista,
de las empresas que patrocinen los master.
Es una vuelta de tuerca más para afianzar el sistema: se trata de
rechazar los individuos que piensan buscando sólo a aquellos que
obedecen. Los primeros actúan de forma crítica y desarrollan la ciencia
y las humanidades al servicio de la comunidad; los segundos serán
peones al servicio de la producción globalizadora.
Izquierda Unida ha apoyado las movilizaciones realizadas hoy en Madrid
y en otros lugares de nuestro país contra la implantación del proceso de
Bolonia. Defendemos la transformación profunda de la Universidad,
entendida como servicio público y una financiación pública suficiente
que alcance el 2% del PIB.
Los tiempos turbulentos advierten de los problemas internos y de las
desavenencias de las naciones y de los bloques como la Unión Europea.
Ciertas decisiones adoptadas de forma unilateral por alguno de sus
miembros está despertando la xenofobia, el individualismo y el
proteccionismo destructivo dentro de la Europa de los Veintisiete. Las
recientes huelgas en el Reino Unido contra la contratación de
trabajadores de otros países europeos, bajo el slogan “¡empleos
británicos para trabajadores británicos!” o las medidas adoptadas por
Sarkozy para defender los empleos de su industria automovilística con la
condición de que las empresas aumenten la producción dentro de
Francia y la disminuyan en el resto de países de la UE, así parecen
indicarlo. Como se observa por estos ejemplos, los gobernantes quieren
salvar su cuota de poder. Poco importa ahora la cohesión europea. El
egoísmo y el individualismo es la bandera neoliberal.
Por ello es necesario decir que, frente a los intentos de refundación del
capitalismo, solo el socialismo democrático puede dar solución a los
problemas de los trabajadores, de los pueblos y del Planeta. De ahí la
urgencia de refundar una Europa que subordine los intereses del
mercado y del poder económico al poder político y que genere una
cultura de paz y de solidaridad.
Izquierda Unida defiende una política basada en el desarrollo social y
económico y en la protección de la naturaleza, con el objetivo de
lograr la igualdad. Nuestro trabajo es concienciar a los trabajadores y a
los ciudadanos de que es posible una Europa donde el pleno empleo
de calidad y la instauración de un Estado social sean los objetivos.
Pero esto sólo será posible si reformamos el sistema financiero y
económico internacional y procedemos a una nueva construcción
europea basada en la intervención pública, reforzando aspectos como
la educación, la sanidad, el cuidado de la infancia y la atención a las
personas dependientes y prestando una especial atención a los
sectores estratégicos europeos procediendo a su nacionalización, en su
caso, con el fin de dedicar parte de sus beneficios a la inversión en I+D+i
y al desarrollo de energías alternativas.
Para ello se debe incrementar el presupuesto del Gobierno europeo,
para facilitar el estímulo del crecimiento y su impacto redistribuidor, y
realizar una reforma fiscal europea que ponga nuevos cimientos a la
financiación pública y acentúe la progresividad de las cargas a los
más ricos.
Una reforma democrática que promueva una armonización justa de los
sistemas fiscales europeos; que comience a aplicar impuestos
ecológicos, que persiga y penalice la delincuencia financiera en todas
sus formas; que dé pasos para eliminar los “paraísos fiscales”. Solo así
podremos incrementar la ayuda al Tercer Mundo y proteger los bienes
públicos mundiales. Juntos, es decir, de forma común, socialista y
democrática. El individualismo es un cáncer. Extirparlo con proyectos e
ideas colectivas es la única solución.
Habría que reemplazar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento por un
nuevo Pacto de Solidaridad que se centre en el crecimiento, el pleno
empleo y la protección social y ambiental.
Debemos sustituir la Estrategia de Lisboa por una «Estrategia Europea
para la Solidaridad y el Desarrollo Sostenible» centrada en una serie de
nuevas políticas económicas, sociales y ambientales que fomenten la
dignidad y calidad del trabajo en todos sus aspectos, mejore las normas
laborales, reduzca a 35 horas la jornada de trabajo semanal, garantice
un salario mínimo interprofesional europeo que represente como mínimo
el 60% del salario medio nacional.
Debemos crear una legislación que facilite el desarrollo de convenios
colectivos a nivel europeo y que luche contra la pobreza y la exclusión
social, garantizando una vida digna a todo el mundo y una ley de
inmigración que refuerce el derecho de los inmigrantes a trabajar allá
donde vivan.
Debemos invertir en I+D+i, en cultura, infraestructuras básicas y de
apoyo a la industria, innovación pública, mejora de la cualificación
laboral, protección del medio ambiente, impulso de las tecnologías
ecológicas a través de inversiones que promuevan la reducción y el
tratamiento de los residuos, en especial los industriales y tóxicos
peligrosos, así como el fomento de sistemas de transporte más seguros y
menos contaminantes.
Así mismo, el control público y democrático del Banco Central Europeo
es cada vez más necesario. Es inaceptable que una institución tan
poderosa no esté sometida al control por parte de la ciudadanía. El
Banco Central Europeo debe tener la responsabilidad de apoyar el
desarrollo, la inversión y el empleo y no la estabilidad y el control de
precios.
No es justificable el desembolso de dinero público para tapar los
agujeros de las instituciones financieras que se han estado lucrando a
costa del ciudadano de una manera inmoral. Si existe dinero para darle
a los bancos, ¿cómo no existe para invertir en servicios públicos como la
sanidad o la educación?
Por último, el siglo XXI reclama cambios profundos y radicales en las
relaciones económicas y políticas internacionales que eviten la
supremacía de los EEUU y otros países de la OCDE.
Son necesarias nuevas instituciones que reemplacen al FMI, al Banco
Mundial y una reforma profunda de las Naciones Unidas.
El Fondo Monetario y el Banco Mundial- cuyo lema es trabajamos por un
mundo sin pobreza- no sólo no han conseguido su propósito, sino que
han arruinado con sus recetas neoliberales a economías emergentes
como la que llevó a Argentina a decretar el “corralito”, y conducido a
los países pobres, o en vías de desarrollo, al pago de una deuda y sus
intereses que colapsa las economías y por lo tanto su posibilidad de
progreso. En definitiva unas nuevas instituciones internacionales que no
hagan de empobrecedores de otros países.
Se impone que Naciones Unidas represente verdaderamente a
“Nosotros los pueblos…” de forma igualitaria, justa y democrática. No es
democrático que los miembros permanentes del Consejo de Seguridad
de la ONU sigan utilizando el derecho de veto.
La Organización Mundial del Comercio debe transformarse de forma
que prime el desarrollo sostenible de todos los pueblos y la colaboración
mutua, y no el principio de libre competencia que ha tenido como
consecuencia el aumento de la pobreza en el mundo.
Apoyamos la exigencia de soberanía alimentaria, es decir, el derecho
de los pueblos a decidir sobre su política agraria por ellos mismos
respetando el medio ambiente. Ello significa dar prioridad a las
producciones locales agrarias, a la calidad en la alimentación y el no
sometimiento a los mercados mundiales.
El acceso a la tierra, a las semillas, al agua y a los créditos se debe
regular para llevar a cabo una verdadera reforma agraria en Europa y
en otros continentes.
Demandamos una política de desarrollo rural integral que apoye la
biodiversidad agrícola y el empleo rural, especialmente para jóvenes y
mujeres. Los subsidios deben darse bajo criterios económicos, sociales y
ambientales y no bajo criterios de beneficio de los grandes
terratenientes o productores en algunos sectores.
Tenemos que empezar por reorientar la distribución del presupuesto de
la PAC y hacerlo, en particular, hacia las necesidades de las zonas
rurales, los pequeños productores y las zonas desfavorecidas y
montañosas.
La agricultura del siglo XXI tiene que proteger el material multiplicativo
de las plantas, garantizando el derecho de los campesinos del mundo
a tener sus propias semillas (frente al empuje de multinacionales como
Monsanto), aplicando programas de desarrollo de la agricultura y la
ganadería orgánicas.
Es urgente prohibir el uso de organismos modificados genéticamente en
la producción de alimentos, defendiendo y valorando la denominación
de origen, incluso en los mercados no europeos.
Izquierda Unida y los partidos de la Izquierda Europea exigimos una
Europa civilizada y pacífica, cuya economía sea sostenible y social,
feminista y desarrollada sobre la base de la democracia y la
solidaridad. Una Europa socialista, nueva y democrática, que supedite
el capital internacional al mundo del trabajo y a los intereses de los
ciudadanos. Se requieren ideas, iniciativas y un gran esfuerzo de los
protagonistas políticos y de las fuerzas democráticas, de los sindicatos,
los movimientos sociales y ecologistas y de los representantes de la
sociedad civil. Las alternativas socialistas son posibles a través de una
lucha común tanto en las calles como en los parlamentos. No
renunciaremos a nada. La lucha es más necesaria que nunca.
La Izquierda Europea apuesta por garantizar plenos derechos para las
mujeres y hombres en todos los aspectos de la vida. Derechos que
recojan, por ejemplo, la facultad de las mujeres a decidir sobre su
cuerpo dentro del sistema público europeo de salud. Un sistema en el
que se elimine toda forma de violencia de género.
La Unión ha de promover y proteger los derechos de las personas
discriminadas por razón de raza, sexo, ideología, religión, discapacidad
y edad. Es nuestro deber denunciar la actitud represiva de las políticas
de inmigración de la Unión y luchar para darles un giro radical
orientándolas hacia la solución del problema.
Los ciudadanos de la Unión hemos de decidir hacia dónde queremos
avanzar. La respuesta no puede ser ni la resignación ni la abstención.
Ante esta gravísima situación, provocada por la voracidad del
capitalismo, nosotros decimos que hay alternativas. La política en cada
país y en Europa debe y puede cambiar. Es el momento de abrir un
debate público en Europa, y para ello las elecciones europeas son el
mejor marco para que los ciudadanos y ciudadanas podamos
reconstruir la Unión sobre la base de la intervención del mercado y
desde la participación pública de la economía.
Asistimos, pese al maquillaje y las palabras vacías de los gobernantes,
al fracaso del modelo económico neoliberal basado en la
especulación, la explotación y el individualismo.
Ha llegado la hora, por tanto, de levantarse del suelo y proclamar, con
orgullo, que la construcción de una Europa socialista y democrática es
posible, que es más necesaria que nunca y que sólo podrá realizarse si
los ciudadanos europeos asumimos con determinación que en nuestras
manos, ideas y sueños, está el futuro.
Descargar