• DISCURSOS LEIDOS A N T E LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN LA RFXEI'CiON PUBLICA DEL EXCJIO- SEÑOR 1). A N T O N I O MAURA Y MONTANER E L D Í A 29 D E N O V I E M B R E D E 1903 MADRID ESTABLECIMIENTO TIP. DE FORTANET I M P R E S O R D E LA R E A L ACADEMIA D E LA H I S T O R I A Calle d e la Libertficl, nüm. 29 1903 •Í 'i — A * . ,, »S. • • ' i - y - s •- : . V-l. . —I ; .••v.: • 81 . • v;-" ••• . ' • 'Mr •i , ' •• • JV» 4» , Tv', -x-a:• ; -V Y Éiii . , ........ m ä m DISCURSO DEL D. A N T O N I O EXCMO. SENOU MAURA Y MONTANER DISCURSOS L E Í D O S A N T E LA R E A L ACADEMIA ESPAÑOLA EN LA RECEPCION DEL EXCMO. PUBLICA SESOR 1). ANTONIO M A U R A Y MONTANER E L DÍA 29 D E N O V I E M B R E D E 1903 M A D R I D ESTABLECIMIENTO TIP. D E FORTANET I M P R E S O R D E LA R E A L ACADEMIA D E LA H I S T O R I A Calle d e la Libertar], iiúm. 29 1903 'A'-'. .A Y' i 'rt*: '"."i' t' 1 • M ¿v. SESORES ACADÉMICOS: P o c o diferiría de la que ahora e x p e r i m e n t o la confusión del advenedizo que, por f o r t u i t o caso, se hallare c o n v i d a d o á alguna ceremonia palatina, entre linajudos m a g n a t e s , ataviados con rica variedad de veneras y ropajes heráldicos. T u r b a r í a l e más todavía la obsequiosa benevolencia que allí le mostrasen, s e g ú n m e acontece con nuestra d á d i v a ; pues bien conozco que solo yo o b t e n g o aquí p o r merced lo q u e cada cual de vosotros s u p o conquistar. Y ni a ú n p u e d o declarar del t o d o u n agradecimiento que se h a b r í a de medir p o r mi d e s n u d e z ; mejor me está procurar disimularla que encarecerla. H a r t o se patentizará ella de por sí, y no sería m o d o de corresponderos reprocharos yo mism o el desacierto de elegirme. O s ha de valer que antes se disculpan las injusticias de la ben i g n i d a d que las del rigor. H a b r é i s considerado que están muy necesitadas de estímulos alentadores las gentes nuevas, cuya vida intelectual comienza entre u n a fermentación t u m u l t u o s a de las ideas, revueltas las j e r a r q u í a s , cortados y confusos los senderos; habréis q u e r i d o proclamar ante ellas, por este ejemplo, que también con su atropellado y recio batallar se alcanza galardón en — 8 — la carrera literaria, que declaráis abierta, no reservándolo para quienes del cultivo de las letras hicieron profesión de su vida. M o s t r á i s que en esta república las dignidades s u p r e m a s del E s tado M a y o r son accesibles para simples milicianos, y que la llama simbólica de v u e s t r o blasón no arde tan solo para el culto recatado en este santuario del buen decir, sino que d i f u n d e su esplendor sobre la complejidad creciente de la vida p o p u l a r , sobre todo h u m a n o c o m e r c i o de ideas ó de afectos. A l g o de esto os decía, en solemnidad igual á la p r e s e n t e , mi predecesor esclarecido, D . Isidoro F e r n á n d e z F l ó r e z , L i t e r a t o f u é de buena cepa, fértilísimo su i n g e n i o , cnstizo, suelto, anim a d o su estilo; lo que escribió h a b r í a bastado para asegurar á m u c h o s libros posteridad g l o r i o s a , pero lo esparció en hojas diarias, caducas al ocaso del mismo sol. que las ve brotar; y aunque todos nos habíamos deleitado con aquellas primorosas esencias de su sensibilidad y su c u l t u r a , tan p r o n t o como diseminadas quedaban e v a p o r a d a s : hacienda de pródigo, que desestiman también los convidados á dilapidarla. V o s o t r o s , justicieros e n tonces como a h o r a dadivosos, desarmasteis el olvido á quien desafiaba, y o t r a vez mostrasteis que el h o n o r d e sentarse a q u í no está vinculado. G r a n justicia hicisteis en Fernanflor, p o r q u e á las c o m u n e s dificultades se agregan otras m u y g r a v e s para quien escribe en los diarios, y todavía alcanzó él la plenitud de su vida literaria en tiempos críticos que empeoraban el oficio. C o n voracidad apremiante exige el diario la obra del r e d a c t o r , esté ó no él en vena á la hora precisa. P í d e l e juicios i m p r o v i s a d o s y certeros, informaciones claras, y sucintas, despliegues accesibles para el vulgo, sobre los asuntos m á s complejos y varios. A u n q u e suelen encenderse las pasiones en t o r n o s u y o , y g r a n d e s intereses se r e m u e v e n y le acechan, él ha de conservar f r í o el r a z o n a r , sin que languidezca su estilo; ha de permanecer i n d e p e n d i e n t e , i n accesible á las captaciones q u e cien egoísmos f r a g u a n para asediarle; ha de perseverar, mientras casi todos m u d a n , y tener re- — 9 — solución p r o n t a y firme en medio de los p e r p l e j o s ; necesita el don del consejo, que es s a z o n a d o f r u t o de la prudencia, faltándole espacio para la deliberación; en s u m a , ha de ejercitar él á solas por toda una m u c h e d u m b r e , cada día, cada hora, las energías mentales, las austeridades éticas y las varoniles excelsitudes del civismo, como quien t o m a por oficio preceder y guiar en el buen camino á sus conciudadanos, y rescatarles del extravío cuando no lograre prevenirlo. M u c h o yerran quienes, crean cumplidas las obligaciones del periodista con solo poner u n a p l u m a palabrera, p o r vistosos y gallardos que sus giros sean, aliviada de bagaje doctrinal, suelta de toda convicción y emancipada del d e b e r , á merced de las veleidades y los arrebatos del v u l g o inmenso, cuyos vaivenes ha de e x t r e m a r para impresionarle v i t u p e r a n d o hoy lo que ayer enaltecía; comparable con los artefactos que sirven para obtener a u t o m á t i c a m e n t e signos gráficos de los m e t e o r o s ó de las agitaciones del mar. Cada j o r n a d a , por tales caminos, es nueva m e n gua de estimación y de autoridad. P r o n t o los periódicos escritos de esta manera muestran á los ojos del p ú b l i c o , desconoced o r de sus propias volubilidades, el z i g - z a g más caprichoso y atolondrado; dialéctica de la demencia ó del cinismo. D í a s críticos, que empeoraban el oficio, digo que f u e r o n los en que floreció mi antecesor ilustre. E n la prensa de entonces, servidora de las clases d o m i n a n t e s , declinaban los que se apellidan periódicos de fartido; que significa estar abanderados con un c u e r p o de d o c t r i n a , puestos á la devoción de d e t e r m i n a d a causa, sirviendo de expansión y de incentivo á la colectividad de personas adeptas á ciertas ideas, como heraldos y paladines suyos; siempre parciales, pero con franca parcialidad, h o n r a d a m e n t e confesada á todo lector. Esta clase de periódicos no se extinguió, y por honor de la especie h u m a n a h e m o s de confiar en su perenne s u p e r v i v e n c i a ; lo que aconteció f u é caérseles d e la m a n o desfallecida á las clases sociales que venían ejerciendo la dominación política, pues dejaban de merecerla y p r e p a r a b a n — IO — con egoísta inercia sus venideras expiaciones. E n la prensa de la b u r g u e s í a f u é el pasar á manos de Sancho la lanza, el arnés y aun la cabalgadura de su amo. E l a r m a poderosa, formidable, de los antiguos c o m b a t e s , sirve a h o r a al proletariado, al a n a r q u i s m o y á todas las desesperaciones subversivas, quienes saben blandirla con rencorosa vehemencia. S u r g í a n á la vez los i n s t r u m e n t o s de publicidad, que se suelen d e n o m i n a r periódicos de empresa; señal de tiempos nuevos, resorte inexcusable para otra vida y otras costumbres, semblante del v e n i d e r o estado social cuya e n m a r a ñ a d a complejidad llegarán á retratar c u a n d o la m u d a n z a se haya c o n s u m a d o de veras p o r completo. P e r o mientras el acervo p o p u l a r de iniciativas incoherentes adquiere bastante lozanía y el h á b i t o de nutrir publicaciones periódicas de esta clase, neutras y v e r d a d e r a m e n te abstenidas de la acción directiva y educadora q u e la o t r a prensa asume, c u a n d o proclama y sirve ideales bien definidos; mientras padecemos la degeneración de ío antiguo sin poseer en su m a d u r e z lo v e n i d e r o , las obligaciones del escritor se agrav a n , ios estímulos que le inquietan se complican y las escabrosidades éticas se le a h o n d a n , b o r d e a d o p o r abismos su sendero. Falta el nervio que consistía en aquella doctrina ú n i c a , criterio p e r m a n e n t e , norte inconmovible en medio de la rotación vertiginosa de acontecimientos y asuntos que entretienen la curiosidad de las m u c h e d u m b r e s . H á c e s e más dificultoso, no siendo menos necesario, evitar la t o r n a d i z a y envilecida adulación que siempre exigen las pasiones, las crueldades y las demencias, e f í meras pero arrebatadas, del v u l g o , su soberano. Proclámase el escepticismo doctrinal como holocausto á la neutralidad de la información, p e r o luego resultan inseparables, el relato y la calificación de los hechos, el juicio no se resigna á una jubilación e x t e m p o r á n e a , ni sabe nunca la moral inhibirse de ios negocios humanos, siquiera la convicción se avenga á callarse y hasta disf r a z a r s e ; de m o d o q u e la antigua parcialidad, ostensible y sistemática,, degenera en incoherentes y mal disimuladas tendencias. truécase por amoríos t e m p o r e r o s , claiidestinos, c u a n d o no interesados, c u y o f r u t o nunca puede ser de bendición. T e n í a Fernanflor demasiada sagacidad para no medir la dis- tancia e n t r e dos oficios tan diversos como son el de servidor de altos y nobles ideales, director y e d u c a d o r de sus conciudadanos, y el de indiferente cronista de los hechos, colector a u t o m á tico de las obras sociales, con toda a m p l i t u d accesible á la varia riqueza de acaecimientos y la inconexa mezcolanza de sensaciones, eniioblecedoras ó insanas, puras ó t o r p e s , que f o r m a n la vida de un p u e b l o ; cronista en quien son excelencias s u p r e mas las mismas del buen espejo, nunca mejor que c u a n d o su presencia pasa i n a d v e r t i d a , de p u r o ser llana, h u m i l d e y h o n rada la fidelidad. Fernanflor, sin duda, previo las lastimosas con- secuencias que ha causado querer c o m b i n a r , concertar y simultanear e m p e ñ o s que por esencia son contradictorios, y t u v o la que siempre h a b r í a parecido feliz y entonces a d e m á s f u é o p o r tuna iniciativa de las hojas literarias semanales, m u y p r o n t o pasada en autoridad de c o s t u m b r e , general á todos los diarios. A la vez que d e r r a m ó u n p u ñ a d o de sal preservadora contra los f e r m e n t o s que la m u d a n z a traía, abrió á las letras, aquí d o n de tan restricto era y todavía es el hábito de leer, u n c a m p o de difusión inexplorado y vasto, y favoreció la cultura literaria con el incentivo poderoso de una publicidad antes inasequible a u n para los principales ingenios. Sin ello sobráranle m é r i t o s , y altamente los proclama la reimpresión, que a h o r a mismo se acaba, de algunos de sus escritos que se intitulan «Cartas á mi t í o » , e n g a r z a d o s con u n prólogo que califico de magistral c u a n d o n o m b r o á su a u t o r , el Sr. E c h e g a r a y ; pero a u n q u e no h u b i e r e ostentado otros, éste p o r sí solo descollaba e n t r e los blasones de su escudo c u a n d o a q u í e n t r ó , y habría sido suficiente alabanza para la elección que de él hicisteis. N o p o d r á decir otro t a n t o quien á m í rhe suceda, y no será por haber carecido yo de vocación literaria; me faltó libert a d para seguirla. O t r a s profesiones, ejercidas á la v e z , según 12 io i m p o n e la tiranía del ambiente social que nos e n v u e l v e , absorbentes a m b a s aun para quien se dedique á una sola, consumieron mis horas y mis f u e r z a s . Ellas mismas me s u j e t a r o n d u r a n t e largos años á la práctica asidua de la oratoria; y pues este es un g é n e r o de literatura, hallará disculpa vuestra largueza conmigo, y algún disimulo, en este instante s o l e m n e , mi desnudez. T a m b i é n la p o b r e z a tiene compensaciones; heme a q u í libre de la perplejidad q u e á otros, en trance análogo, e m b a r a z a para elegir tema. N o debo hablaros sino de o r a t o r i a , a u n q u e h a b r é de hacerlo en calidad de simple testigo, no sle'i5clo~Üoctor, atenido á las enseñanzas acopiadas con la experiencia p r o p i a ; en ella fío, pues la vida es maestra de todos y con m a t e r n a liberalidad prodiga sus advertencias á legos y doctos, á simples y discretos. E s la oratoria un g é n e r o literario de especialidad natural é inextinguible, sujeto á reglas y necesitado de procedimientos q u e no cuadran á las obras escritas, con las cuales se efectúa de m o d o m u y diverso la comunicación entre el a u t o r y su público. T r a b a j a el escritor á solas, y con ser cierto que las más veces omitiera escribir si no esperase hallar lectores, no le está vedado c o m o al o r a d o r , antes suele serle recomendable, prescindir de ellos y engolfarse en las intimidades de su p r o p i o espíritu, para escudriñar los senos del pensamiento y d e r r a m a r la savia del c o r a z ó n en p á g i n a s que quedan concluidas y perfectas a u n q u e las deje inéditas. El o r a d o r no puede serlo sin asociarse con su auditorio; necesita el circuito que transmite los efluvios del razonar y del sentir, disciplinando las ideas del c o m ú n caudal, que se f o r m a con lo suyo y con lo que aportan los oyentes, y sujetando á un solo ritmo los latidos, mientras d u r a la acción de la palabra. Certísimo es q u e u n discurso d e s p u é s de pronunciado p u e d e y suele ser impreso, y hallan en él solaz ó provecho lectores que no le oyeron; también acontece m u y f r e c u e n t e m e n t e que los de- — 13 — sigiiios del o r a d o r se dilatan más allá del recinto, y atienden á gentes que no le escuchan; de lo uno y lo otro hay ejemplos insignes p e r p e t u a d o s en las colecciones que atesoran obras maestras de los más famosos oradores; pero no se b o r r a p o r esto la diversidad substancial entre arengas y escritos. L e s será c o m ú n el interés intrínseco del a s u n t o , pues de ambas maneras puede ser t r a t a d o ; conservará siempre la viveza de sus destellos el genio creador y soberano; pero si la lectura recae sobre el texto intacto de una oración, no r e n o v a r á todos sus efectos palpitantes, y en no corta m e d i d a , los renunciará ó malogrará, el o r a d o r que intente hablar t a m b i é n para ausentes, si éstos han de conocer el discurso tal como lo pronuncia. L a g e n u i n a , v e r d a d e r a , única oratoria se ciñe á los oyentes y se atiene à laborar sobre ellos de viva voz. Cabe trazar páginas que los contemporáneos no han de conocer, y que generaciones venideras t a m p o c o e s t i m a r á n , destinadas, no obstante, á poderosa influencia sobre otras gentes f u t u r a s ; de tiempo en t i e m p o ganan a u g e y autoridad libros que estuvieron sepultados en secular olvido; m u y al r e v é s , el o r a d o r se p r o p o n e conseguir en el instante mismo de su arenga t o d o el influjo sobre el auditorio. M á s intensa, es m u c h o más restricta la eficacia de la palabra viva. E l escritor no ha de c u rarse de la paciencia del lector, quien siempre puede cortar ó diferir la lectura; por esto al libro no le daña la prolijidad mientras no degenere en redundancia; pero el clásico reloj de agua a d v e r t í a al o r a d o r de la presteza con que disipa el contado caudal de la atención de sus oyentes, cuyas percepciones, anuencias, repulsas, diversiones ó impaciencias ha de sondar incesantemente; p o r q u e esa atención es el vaso d o n d e vierte las esencias del alma propia, so pena de derramarlas y perderlas. C a d a libro por sí mismo f o r m a y designa su público; ausente, fenecido ya el a u t o r , léenlo aquellas gentes á quienes, p o r ser ella tal cual es, la obra interesa, adoctrina, c o n m u e v e ó deleita, de m o d o q u e , según sea el acierto d e la p l u m a , así dila- — 14 — tari Ó cercenará su difusión, y correrá entre unas ú otras gentes, las que f u e r e n adecuadas á la índole del escrito. Acontécele al o r a d o r lo contrario, p o r q u e su discurso tiene un público defi^ nido de a n t e m a n o , sobre quien ha de actuar, eliminando para ello todo cuanto no c o n d u z c a al p r o p ó s i t o , y valiéndose de medios apropiados singularmente á la condición, la cultura, las pasiones y a u n el estado circunstancial de aquella única é insustituible concurrencia, á quien intenta c o n v e n c e r , p e r s u a d i r , i n f o r m a r , c o n m o v e r ó, p o r lo menos, entretener y deleitar, P o r q u e son estos los designios de la palabra hablada, suelen caer f u e r a de su jurisdicción las perplejidades de la d u d a , los vacilantes tanteos de la indagación, las p e n u m b r a s de la g e n e r a ción mental y las indecisiones de la v o l u n t a d ; todo ello interesantísimo y m u y idóneo para páginas impresas y publicadas. El orador asume la dirección del auditorio, erígese en caudillo, y e n d e r e z a la a r e n g a á u n éxito inequívoco y fijo: de raíz dest r u y e su propia o b r a c u a n d o titubea. T a m b i é n á través de la p l u m a trasciende la fragancia sugestiva de la sinceridad; pero el ingenio es poderoso para simular en lo escrito más que en la palabra viva, la unción del c o n v e n cimiento, la radiación prestigiosa de la v i r t u d , la nobleza de los altos conceptos, la vibración simpática de los afectos intensos y aun arrebatados. C o n o c e m o s páginas edificantes q u e t r a z a r o n m a n o s d e p r a v a d a s ; h a y biografías de autores cuyos libros las notarían de calumniosas, si la experiencia cotidiana no nos mostrase la complejidad casi inextricable del alma h u m a n a . A l lector impórtale m u c h o el libro, poco más que nada la persona del escritor, y aun este m e r m a d o y eventual interés dimana de otra curiosidad sugerida por el r e n o m b r e , y se desliga del libro y del deleite ó p r o v e c h o de su lectura. Acontece todo io contrario en la palabra hablada: la clásica definición del o r a d o r , c o n f i r m a d a por el asenso de veinte siglos, h u b o de c o m e n z a r con el vir bonus^ p o r q u e la personalidad es inseparable de u n a obra que cabalmente consiste en el contacto í n t i m o y la compenetración — 15 — espiritual del que perora y los que escuchan. D e dos maneras dice v e r d a d la tal definición, pues alude j u n t a m e n t e á la sinceridad de los conceptos vertidos en cada a r e n g a , y á la autoridad personal del orador. L a lectura p u e d e abstraer, y m u y f r e c u e n temente abstrae la asistencia intelectual, dejando d o r m i d o s los afectos; pero el c o r a z ó n nunca se ausenta de la o b r a oratoria, ni se despega de los movimientos del á n i m o que ella en todo caso provoca, sean propicios, sean adversos al designio de la p e r o r a ción. E n t i e n d o que esto mismo significaba P l a t ó n definiendo la elocuencia como razón apasionada. L a curiosidad basta para c a u tivar los e n t e n d i m i e n t o s , a u n q u e permanezcan firmes en su d i senso; tranquilamente leemos el libro más opuesto á nuestras convicciones; pero el c o r a z ó n es siempre arisco y opta e n t r e la adhesión y el repudio, con esquivez de niño, ingenua y perenne, pues antes que envejecer y adiestrarse con la experiencia de la vida se acorcha y muere. El auditorio, sometido en c o m ú n á las inflexiones y los estremecimientos del discurso, siente á la vez que r a z o n a , y una corriente glacial aisla al o r a d o r tan p r o n t o c o m o le falta prestigio; ello s o b r e v e n d r á desde q u e los oyentes sepan, descubran ó siquiera sospechen que habla en contrario de su convicción, a u n q u e no le f r u s t r e su intento u n a mala r e p u tación personal.' N o aludo con esto al olor de s a n t i d a d : la mala reputación que al orador estorba singularmente es aquella que anubla aspectos éticos de su vida que t e n g a n alguna conexión con la arenga. Así la p r o b i d a d profesional del o r a d o r forense, las cost u m b r e s ejemplares y la piedad del o r a d o r sagrado, el acrisolado civismo del o r a d o r político, la n o m b r a d l a científica del expositor de doctrinas en academias, aulas y congresos, intervienen en la oratoria de m o d o semejante á los prismas de d i á f a n o cristal que centuplican la potencia del f a r o e r g u i d o para p e n e t r a r las b r u m a s , d o m i n a r las olas y fijar los derroteros. G r a v í s i m o obstáculo para la í n t i m a compenetración de que ha menester la oratoria es el cotejo silencioso, al cual p r o v o c a — ifi — t o d o desacuerdo entre !o que se oye y lo que del o r a d o r se sabe y recuerda. Si en su vida hay antecedente d i s c o n f o r m e con lo que dice ó hace ahora, si cayó en culpas, contra las virtudes q u e ensalza, si en la materia que trata padeció e r r o r e s , a u n q u e ya f u e r e n adjurados, líbrese de confiar en que, callando, ello pasará inadvertido; apresure las bastantes explicaciones y adelante la medicina contra el tósigo. L o s oyentes t e n d r á n benignidad con las flaquezas confesadas, aplauso para la enmienda, grati- tud por la ingenua satisfacción que se les d é ; pero serán implacables contra la disonancia e n t r e las voces y los hechos. Ella suscita en cada á n i m o , con proporcionada intensidad, un e n j a m b r e de ideas extrañas á la p e r o r a c i ó n , rivales a f o r t u n a d a s del o r a d o r , las cuales le roban el auditorio sustrayéndolo de su jurisdicción; crítica íntima, demoledora, glacial, indeliberada, incoercible, que no d i m a n a de prevención hostil, ni denota en los oyentes severidad huraña; va iluminándose y moviéndose al c o n j u r o de la voz, hasta hacer degenerar el o r a d o r en histrión á los ojos de la concurrencia. C o n s u m a d o este d a ñ o p o d r á desplegar el ingenio sus alas espléndidas y poderosas; e n t r e felices imágenes y delicados tropos, podrá fluir copioso un léxico irreprochable; el auditorio seguirá el discurso complacido, q u i z á s a d m i r a d o , lo celebrará calurosamente y aun parecerá entusiasta en sus efusiones; pero ni un solo instante se c o m p e n e t r a r á n su espíritu y el del orador; r o t a la c o m u n i d a d mental faltará el r e n d i m i e n t o del albedrío; p e r m a n e c e r á la concurrencia cual si presenciase las p r u e b a s de ágil destreza de un volatinero, siempre m u y a p a r t a d a de la tentación de imitarle ó seguirle. L o que se escribe para el c o m b a t e en hojas diarias difiere algo m e n o s de la oratoria; c o m o ella suele tener prevenido y d e t e r m i n a d o ya su público, t a m b i é n recibe y comunica la vibración circunstancial de la f u g a z hora presente, y solo aspira á ejercer transitoria influencia; subsisten, con todo, las más de las disparidades, y cuando todas ellas fuesen borradas, q u e - daría la nota singularísima de dirigirse la peroración á una — reunión de personas, 17 — congregadas por alguna idea, alguna pasión, ó algún interés; asambleas á las cuales nunca asisten solos los individuos, pues por el hecho de j u n t a r s e t o m a positiva realidad u n espíritu solidario que nadie a p o r t ó (las leyes del alma no tienen f ó r m u l a s en la aritmética); espíritu flotante sobre el concurso, indefinible, pero sugestivo y eficaz. E l c o m puesto pierde m u c h a s veces la analogía con los componentes. Así allegados los h o m b r e s no piensan, no sienten, no acuerdan, no o b r a n como ellos mismos procederían, deliberarían, se apasionarían y r a z o n a r í a n á solas. E n la intimidad de cada cual, en aquellos repliegues del á n i m o d o n d e no i m p e r a la voluntad, ni casi penetra la mirada escrutadora de la conciencia reflexiva, a l g ú n misterioso estremecimiento disloca ideas que parecían inconcusas, abate ó subvierte reglas de c o n d u c t a que parecerían asentadas con firmeza definitiva. E n t r e los congregados suele haberlos en quienes se enervan, y hasta se disipan, resoluciones que llevaban muy maduras, en quienes enmudece, por insuperable encogimiento, aquella r a z ó n q u e resueltísimos iban á sust e n t a r con briosa vehemencia; en quienes el ajeno dictamen anega y s o j u z g a cuanto traían pensado ó proyectado; mientras que, para o t r o s de los presentes, la timidez se trueca en a u d a cia, la perplejidad en resolución, el deseo en v o l u n t a d y la tibieza en entusiasmo. E l l o será efecto de aquella virtualidad inductora que el ejemplo siempre t u v o reconocida, será sugestión de la simpatía, tal vez relajación inconsciente del sentido de propia y personal responsabilidad, que estando á solas p r e s i d í a ; significará exaltación transitoria de la sociabilidad que d a carácter á nuestra flaca n a t u r a l e z a ; ignoro de cierto c ó m o acaecen, p e r o sin d u d a alguna veo que la aglomeración causa e x t r a ñas declinaciones de la b r ú j u l a que rige la conciencia h u m a n a , d e t e r m i n a n d o en las voluntades individuales inflexiones c o m p a rables con las que experimenta el hilo, c u a n d o el telar lo somete á f u n c i o n a r ya c o m o trama, ya c o m o u r d i m b r e . El o r a d o r que desatienda esta complexión psíquica de la co- lectividad, y como si departiese á solas con cada cual de los oyentes, olvide sus flujos y reflujos, p r o n t o se hallará incomunicado y fracasará en los designios que llevare. Séale p r ó s p e r a , séale adversa, ha de preocuparle p r i m o r d i a l m e n t e la tercería ineludible de ese espíritu difuso y m o v e d i z o ; en el un caso, para a p o yarse en él, sublimarlo y guiarlo hacia el fin de la peroración; en el otro caso, para guardarle, ai t i e m p o de insinuarse, los miramientos que siempre son debidos á las fierezas soberanas, hasta lograr detenerlo, m u d a r l o , d o m a r l o y s o j u z g a r l o . P o r q u e solo en esto consiste la elocuencia. N o en la p e r e g r i na invención de conceptos p r o f u n d o s ó nuevos, ni en los alardes de la erudición, ni en el magnífico r o p a j e de las figuras, ni en la elevación y amplitud suntuosas del lenguaje, ni en la f o nética cadenciosa y solemne. U n a frase sencilla, q u i z á s u n a p a labra sola, á veces u n a exclamación casi inarticulada, le f r a n quea al o r a d o r el acceso hasta los á n i m o s que estaban p r e v e n i dos y recelosos, los cuales de improviso se le rinden y quedan á merced suya, por lo m e n o s , mientras d u r a y se m a n t i e n e vib r a n t e la peroración. L o s afeites, artificios, atusamientos y filig r a n a s de la retórica, así como los despilfarres del h o n d o saber y de la erudición peregrina, más á m e n u d o causan u n glacial e n d u r e c i m i e n t o , que logran aquella efusión simpàtica en la que exclusivamente se t e r m i n a n y consuman los propósitos del orador. Y e r r a n m u c h o s pensando que la elocuencia sea privilegio e x cepcional de contadas personas. Asequible para los humildes, suele brotar inadvertida de las ingenuidades del c o r a z ó n , que es la más igualitaria de nuestras visceras; y en cambio, no pocas veces resulta esquiva para espíritus selectos, d o t a d o s con rara sagacidad y extensa cultura. N o reside en quien habla, sino en el nexo espiritual que logre establecer con los que escuchan. M á s ocasiones para c o m p r o b a r l o existen hoy que h u b o en épocas pasadas, p o r q u e han t r a í d o los tiempos g r a n mudanza, a u n q u e sea a n t i g u o el axioma según el cual las democracias, y solo ellas, f o r m a n el a m b i e n t e de la oratoria. Esta no es ya — 19 — profesión privativa de u n o s pocos, consagrados á ella de p o r vida, adiestrados, según Quintiliano lo podía, desde el regazo mismo de la n o d r i z a . N o está reservada al á g o r a de A t e n a s , ni al F o r o r o m a n o ; no resuena tan solo, como aconteció p o r m u chos siglos, el apostolado cristiano en la cátedra sagrada; ya no son, como f u e r o n más tarde, las reuniones patrióticas, las convenciones y las asambleas políticas, únicas expansiones usuales de la oratoria p r o f a n a ; ejercítase á toda hora, e n t r e cualesquiera gentes, con indecible diversidad de ministerios; parla- m e n t o s que deliberan sobre la suerte d e pueblos y continentes, congresos y academias d o n d e se controvierten las ideas madres del saber h u m a n o , prosaicas j u n t a s de mercaderes que persig u e n lucros á escote, sociedades y reuniones obreras, en fin, que t r a t a n sus derechos, sus anhelos ó sus rencores. Precisamente son los trabajadores y los partidarios de un gran trastorno social quienes con ahinco y eficacia mayores utilizan hoy el instrum e n t o p o t e n t í s i m o de la palabra viva, y e n t r e ellos anda desn u d a la v e r d a d con que digo no ser la elocuencia hija de la retórica. L a v o z del o r a d o r que se dirige á quienes soportan con tesón las privaciones de la huelga; á quienes padecen todas las aflicciones de la p o b r e z a y todos los desconsuelos de la o r f a n d a d espiritual, en la ruina de sus creencias religiosas; á quienes se r e p u t a n ultrajados p o r la explotación que consideran establecida en su daño, y sienten todas las irritaciones de la injusticia que ellos contemplan en las leyes y en el régimen de las sociedades y los E s t a d o s modernos; o r a d o r que santifica apetitos h u m a n o s y odios de clase, c o m o reivindicaciones contra.la iniq u i d a d ; o r a d o r cuya v o z llega al á n i m o de tales oyentes sin refrigerarse en los serpentines d e crítica alguna; orador, en suma, que vierte ideas seductoras sobre el desolado ignorar de los seducidos, acariciando con esperanzas lisonjeras á los azotados p o r el infortunio, ¿qué necesidad tendrá de c e r e m o nias, afeites ni composturas? L a dificultad no consiste allí en establecer el circuito, sino en templar y m o d u l a r las descargas del fluido colectivo; la solidaridad entre o r a d o r y oyentes está favorecida y asegurada por estímulos más poderosos q u e todas las gentilezas del pensamiento y todas las cautelas del arte. Allí no hay arenga que se f r u s t r e ; allí la elocuencia es flor silvestre, de a r o m a e m b r i a g a d o r , á p r u e b a de inclemencias. Sin ser la oratoria cosa diversa de lo que f u é y siempre será, se ha d e r r a m a d o f u e r a de los tipos moldeados, que servían para clasificar preceptos y advertencias. N o hablemos ya de los géneros demostrativo, deliberativo y judicial; no p r e t e n d a m o s abarcarlo t o d o con los n o m b r e s de oratoria sagrada, política y forense; b u s q u e m o s en su esencia radical las leyes decisivas de su eficacia, y a p r e n d a m o s en el original sus reglas imperecederas, P r o n t o conoceremos que, en p u r i d a d , tan solo se diversifican dos especies oratorias: una que p r e s u m e el convencimiento unánime, p r o p e n d i e n d o ¿ c o n f i r m a r l e , disciplinarle y darle eficacia, y otra que intenta prevalecer contra la ignorancia, el e r r o r , la hostilidad ó la dispersión de las ideas ó los afectos, m u d á n dole al auditorio el á n i m o é i m b u y é n d o l e los pensamientos ó las determinaciones del o r a d o r . Poca reflexión se necesita para confirmarlo. A veces se per o r a sin controversia aun d e n t r o de las heterogéneas y revueltas asambleas políticas, y al propio tiempo acontece que ni siquiera el rigor d o g m á t i c o del catolicismo excluye del p u l p i t o la polémica, aun c u a n d o no contemos por tal su p e r m a n e n t e apostolado contra vicios y flaquezas. A s í , pues, los procedimientos del orador, quienquiera que sea y d o n d e q u i e r a que hable, se h a b r á n de acomodar, no al r o p a j e que vista, ni á su profesión, sino, todavía más que al asunto, á la relación que halle establecida, y á la que se p r o p o n g a lograr al fin con su auditorio. V u e l v o á decirlo: elocuencia no es sino influjo conseguido por el que habla sobre quienes le oyen, y necesariamente las p e r o r a ciones que p r e s u p o n e n y obtienen el p r e v i o asenso han de diferir m u c h o de aquellas otras que aspiran á prevalecer contra las ideas, las pasiones ó los intereses del concurso á quien están d e - — 21 — dicadas. U n a oratoria p o d r í a m o s llamar triunfante, dar militante para apelli- la otra. A u n q u e carezco en aquélla de toda experiencia personal, y mis observaciones propias han de dictarme cuanto hoy os diga, no desconozco sus a r d u a s dificultades, ni h a g o escasa estimación de ellas. Acreciéntalas desde luego faltarle al o r a d o r el incentivo de la controversia, v e r d a d e r o n u m e n , copioso raudal de ideas, d e s p e r t a d o r de la inteligencia y estímulo insustituible para m o v e r los afectos, que son quienes d a n viveza al estilo, l u z á las imágenes, vibración al acento y simpatía sugestiva á t o d o el discurso. T a l es que, los habituados á la polémica, no acertamos á hablar cuando él nos falta, y q u i z á s sea arbitrio r e c o m e n dable para t o d o s conducir cualquiera peroración de tal m o d o que nunca falte el claro-obscuro de considerar contrapuestos los intereses, las ideas ó las pasiones, a u n q u e el dualismo no esté personificado en el auditorio. P o r muy c o n f o r m e y bien prevenido que le halle, necesitará el o r a d o r a g u d a sagacidad para interpretar el c o m ú n sentir y sacarlo de las brumosas vaguedades en que los pensamientos p e r m a n e c e n mientras no quedan f o r m u l a d o s para expresarlos; la voz del o r a d o r interviene c o m o antorcha que d e s ú b i t o penetra la tiniebla y parece crear lo que a l u m b r a . Necesitará, adem á s , la nitidez del concepto y la vigorosa propiedad de su expresión, para dar el relieve objetivo, casi plástico, que las c o m u nes ideas desentrañadas necesitan para r e t o r n a r con sello indeleble y con p e r d u r a b l e fijeza á los espíritus mismos de d o n d e f u e r o n evocadas. E l beneplácito de los oyentes no releva al orador del esfuerzo mental que cada vez sea necesario para e n s a n char y ennoblecer el razonable asiento de aquella convicción, poco deliberada ó inconsciente, y por esto, insegura, á la cual quiere ensalzar, avivar ó encaminar hacia resoluciones prácticas. Necesitará t a m b i é n delicadeza exquisita para que la labor propia, q u e d e s b r o z a y vivifica el sentir ajeno, no entibie en el auditorio la impresión de casualidad, de m o d o que éste siga re- conociéndolo p o r suyo, sin advertir extraña sugestión. Necesitará, en fin, viva sensibilidad, para irradiar el calor de los afectos, ya que siempre son ellos, y no las sutilezas que destila el e n tendimiento, quienes deciden la voluntad h u m a n a y arrancan á las ideas el f r u t o de las obras. H a b l a r á convencidos no significa dejarles c o m o antes ya estaban, sino consolidar, definir, sublim a r y hacer f e c u n d o el c o m ú n pensar y sentir, que parecía inerte y d o r m i d o . Naturalmente, m a y o r será el e s f u e r z o cuando se i n t e n t a variarle el á n i m o al auditorio, y a u n q u e n i n g ú n arte carece de reglas, descuella una que al o r a d o r m a n d a subordinarlas todas á la variedad inagotable de los casos y las circunstancias, vigilante siempre contra la rutina y el a m a n e r a m i e n t o . Sin variar el asunto ni los oyentes, resultará desdichada una vez la peroración misma á la cual o t r a o p o r t u n i d a d coronaría con el m e j o r éxito. L a s eventuales contingencias que predisponen al auditorio y ora allanan los designios del discurso, ora los dificultan, deben trazarle al o r a d o r su plan; el comienzo, el despliegue y el t é r mino de su arenga. N o hay recetas; c o m o si fuese símbolo de esto que d i g o , acontece ensenarse con pauta la escritura, mientras que a p r e n d e m o s el habla sin tales andamios, e n t r e las arrebatadas caricias maternas y los ejemplos, no siempre correctos, con que el azar rodea nuestra infancia. M e trae esto á pensar en la preparación oratoria. N o aludo á aquella preparación general é indirecta que cultiva las a p t i t u des naturales, ejercita las f u e r z a s , g a n a prestigio, acopia e r u d i ción, atesora experiencia y va f o r m a n d o la destreza personal; todo ello viene i n c o r p o r a d o al s u j e t o , como al metal de la herramienta la labra de la forja y de la lima. D o t a d o p o r el cielo con mejor ó peor idoneidad nativa, adiestrado ya con m á s ó m e n o s perseverancia y p r o v e c h o , c a p a z para e m p e ñ o s de grande, el mediana ó corta dificultad, llégale á cada o r a d o r trance de apercibirse para u n a a r e n g a , y trato de la preparación singular que entonces le conviene. N o es ocioso hablarlo. — 23 — p o r q u e con mayor frecuencia se peca por descaminado exceso que por defecto de preparación, al menos, en los comienzos del ejercicio oratorio. Q u e d e n á un lado las improvisaciones. U n a práctica asidua, reflexiva, severa consigo m i s m a , p o d r á alcanzar tal g r a d o de maestría que la praparsción se apresure y, de p u r o abreviada, pase i n a d v e r t i d a ; de m o d o que el discurso tenga apariencia improvisación, cuando en v e r d a d f u é preparado de prisa, de más y m e j o r que o t r a persona lo dispondría en largas vigilias. D e aquí dimana la e n o r m e importancia que se reconoció siempre á la cultura y formación general del o r a d o r , pues poseyéndola tend r á andado lo más del camino para cada j o r n a d a . E x c l u i d a esta f a l a z exterioridad, queda otro linaje de i m p r o visaciones, y son aquellos arrebatos de la pasión que encienden la llama de la elocuencia, quizás con insuperables fulgores, para expansión de h o n d o s afectos, en labios de m a d r e s , viudas ó h u é r f a n o s desolados, de soldados ó caudillos en trances crídcos de la g u e r r a , y aun de gentes sencillas y rústicas, cuando la injusticia las irrita ó la adversidad las acosa. Estas llamaradas, de elocuencia natural, fugaces, expresadas sencillamente, tal vez con una palabra sola, tampoco se i m p r o v i s a n ; con t r e m e n d a eficacia las prepara la ocasión misma que sublimó y angustió el á n i m o , p r o v o c a n d o su emoción patética. O t r a s improvisaciones, ó serán simuladas p o r la petulancia, ó significarán demasías de una audacia inconsciente. E n c e r r a d a la obra del orador en u n marco de circunstancias numerosas y varias, que deciden" su éxito y lo dificultan, r.o se p u e d e improvisar. L o que se p o d r á hacer impensadamente es verter frase tras f r a s e , t r u n c a n d o y mezclando conceptos, con revoloteo de mariposa que no parece valerse del aire, sino ser su j u g u e t e . N o bastan voces rotundas y ademanes vistosos para disimular la vaciedad é incoherencia de las ideas; la oratoria no es pasatiempo de acústica recreativa, sino comercio espiritual de m u c h a s almas que deliberan ó sienten de c o n s u n o , y su desig- — 24 — nio, p o r modesto que sea, siempre pide o r d e n , proporción, lógica y o p o r t u n i d a d . E s t o enseña que n i n g ú n o r a d o r p u e d e c o m e n z a r el discurso sin haberse definido un p r o p ó s i t o , sabedor de lo que dirá para c u m p l i r l o , y del proceso que seguirá para decirlo: le será premiosa ó fácil, según su aptitud y su d e s t r e z a , pero siempre inexcusable la adopción de un plan. L u e g o le acontecerá, no o b s t a n t e , al más d u c h o , y con redoblado motivo á quien tenga m e n o r experiencia, resultarle este plan inadecuado á las circunstancias, que varían más cuando la peroración va entretejida en u n a polémica, y entonces o b t e n d r á la m a y o r ventaja de haber p r e v e n i d o u n a m a d u r a , pero razonable y flexible ordenación, pues ella le permitirá m e j o r a r el encadenamiento lógico y variar la proporción entre las partes del discurso, conservando después de la m u d a n z a mayor disciplina que si no necesitare corregir una traza i m p r e m e d i t a d a . L a preparación debe o r d e n a r el plan y extenderse á conseguir tal dominio sobre la substancia de la p e r o ración, que no q u e d e aprisionado el o r a d o r en la r i g i d e z de sus líneas, sino que pueda, en el acto, a c o m o d a r l o á las contingencias. T i e n e un valor inestimable en la oratoria g u a r d a r el lógico encadenamiento de las ideas, e n t r a n d o en su razonable c o m b i nación, no tan solo aquellas q u e el o r a d o r expresa, sino t a m bién aquellas otras que su palabra suscita, despierta ó sugiere en el á n i m o de cada oyente, pues todas á una se entrelazan y contribuyen al é x i t o feliz ó adverso de la peroración. P a r a apoyarse sobre las que favorezcan su designio, para esclarecer las otras que pudieran c o n f u n d i r ó tergiversar sus conceptos, y t a m bién para r e f u t a r y e n m e n d a r las objeciones mentales de los que escuchan, el o r a d o r necesita tener siempre cuenta con el raciocinio ajeno. C u i d a d o s a m e n t e ha de evitar el d a ñ o , que sería irreparable, de a v a n z a r en el proceso de su arenga dejando enemigos armados á la espalda; no p u e d e a v e n t u r a r aserto, ni expresar opinión que hayan de ser hostigados ó desmentidos en el í n t i m o discurrir de los oyentes, sin completar la refutación ó aducir la — 25 — comprobación, antes de proseguir en su derrotero. H u y a , sin e m b a r g o , de adelantar las conclusiones al r a z o n a m i e n t o que las confirma ó á la indagación de d o n d e d i m a n a n , c o m o no sea en lecciones orales, p u r a m e n t e didácticas, ajenas al ordinario p r o ceso de la oratoria. L o s oyentes a c o m p a ñ a r á n al o r a d o r con curiosidad en la ascensión desde lo vago á lo concreto, del enigma á la solución, d e la d u d a á la c e r t i d u m b r e , de la sombra á la l u z ; p e r o si el o r d e n fuere inverso, como q u i z á s c o n v e n g a en las páginas de un libro, s o b r e v e n d r á uno de dos daños: ó el postulado será recibido con prevención desconfiada, distanciándose o r a d o r y público, ó éste, poseedor ya del f r u t o , se impacientará ó distraerá c u a n d o se le convide á las lentas evoluciones del comentario ó de la generación dialéctica. Solo se p o d r á adelantar i m p u n e m e n t e la conclusión cuando t e n g a apariencias de a t r e v i m i e n t o ^ paradoja, en tal medida que despierte curiosidad el rescate de lo que el orador parece haber c o m p r o metido y a v e n t u r a d o . G r a n riesgo de p e r d e r la c o m p a ñ í a del auditorio es discurrir á saltos, trastocar la sucesión natural de los temas, ó d e j a r lag u n a s , alzando en la mente del que escucha interrogaciones ó extrañezas que le conviden á la diversión. L a lógica viene á ser como u n a moral del raciocinio: preserva de las digresiones y de los episodios superfluos, t a n t o como de las incongruencias p o r omisión. Ella es quien avisa cuando no resulta p r o p o r c i o nado el despliegue de las partes del discurso, cuyos respectivos ministerios, d e n t r o del sistema general de la obra, señala con fijeza insustituible. R e s u l t a su disciplina tan saludable, q u e la sola virtud del encadenado avance en el r a z o n a r suele c o r r e g i r sin deliberación, y hasta sin notarlo el mismo orador, los desaciertos de su p r o g r a m a ; es frecuentísimo olvidar los temas, las ampliaciones ó las incidencias poco pertinentes, á causa de que el raciocinio trae el consiguiente á seguida del antecedente, y la poda queda inadvertida d u r a n t e la peroración, que visiblemente se aventaja. — 26 — Este respeto al natural enlace de unas ideas con otras t a m bién allana la asociación y colaboración necesarias e n t r e o r a d o r y oyentes, por cuanto da al discurso el a t r i b u t o primario, que consiste en la claridad. T o d a s las otras excelencias quedan malogradas si ella falta, y á conseguirla y preservarla se e n d e r e z a n las más de las advertencias. L a sucesión lógica de los conceptos merece gran estima en toda obra intelectual; mas al lector q u é dale el arbitrio, si t a n t o le interesa lo escrito, de hacer alto, repasar algo que ya vió, ó reflexionar p o r sí solo, hasta tener expedita la prosecución; remedios de los cuales está d e s a m p a r a d a la oratoria, pues aquel que no entiende en el acto u n a frase, opta e n t r e dos t é r m i n o s , por igual ruinosos: ó se distrae, ren u n c i a n d o definitivamente á a c o m p a ñ a r al que habla, ó se rezaga para descifrar el enigma, q u e d a n d o e n t r e t a n t o a y u n o de las nuevas ideas que s o b r e v e n g a n , y üállándose mal dispuesto para reincorporarse c u a n d o intente, si á intentarlo llega, restituirle su atención á la arenga. Especialidades oratorias hay d o n d e la claridad no solo es a t r i b u t o p r e d o m i n a n t e , sino casi único; suele acontecer así en el F o r o , pues los á n i m o s de los j u z g a d o res tienen por profesión y por hábito aquella serena voluntad del acierto, q u e el o r a d o r procuraría captar si hablase á u n a m u l t i t u d en la plaza pública; las doctrinas y las leyes les son de a n t e m a n o conocidas, y suelen estar inconcusas a u n q u e se disp u t e la o p o r t u n i d a d de aplicarlas; de tal m o d o , que m u c h a s veces todo se cifra y compendia en la clara y sencilla exposición del verdadero caso, acertando á m o s t r a r cuál sea el n u d o crítico en el negocio litigioso. L a lógica no solo da claridad, sino t a m b i é n nervio y varonil belleza á la oración, como la m u s c u l a t u r a atlètica al gladiador. N i n g ú n a d o r n o retórico resiste la crítica ni cautiva al auditorio m e j o r que aquella proporcionada y feliz disposición de las partes integrantes de la obra intelectual. C u a n d o ellafalta, vana, si no c o n t r a p r o d u c e n t e , será la o r n a m e n t a c i ó n , como acontecería en una fábrica arquitectónica cuyas líneas f u n d a m e n t a l e s es- — 27 — tuvieren trazadas con agravio de los naturales é intransigentes postulados de la estética. L o que digo en contra de la temeridad de las improvisaciones, y en p r o de una preparación cuidadosa, no se ha de extrem a r al p u n t o de fiar á la memoria el t e x t o del discurso, ni siquiera el de algunos pasajes predilectos; escollo en el cual nauf r a g a n muchos, y no todos inexpertos. Se suele desconfiar del r o p a j e que vestirán las ideas c u a n d o aparezcan ante el auditorio, porque se olvida que, u n a vez hecha la voluntad de e x p r e sarlas, la m e n t e no las concibe tan en abstracto que acierte á distinguir, menos todavía á separar, el instante en que ellas surgen, del instante en que se incorporan á las frases idóneas para exteriorizarlas y comunicarlas. Esta ingenua é inconsciente retórica mental deja en nuestro á n i m o sensación casi idéntica á la que causaría haber sido pronunciadas las frases inéditas, retenidas en el silencioso recato del espíritu. ¿ N o os lastiman las cacofonías en la página impresa que recorréis con la mirada, m u d o el labio? P u e s siendo esta la ley natural, i m p o r t a seguirla y no derogarla; á medida que el g u s t o literario se educa, afina y ennoblece, m e j o r a n las espontáneas enunciaciones, congénitas de! pensar; y, entonces, c u a n d o el o r a d o r se prepara atendiendo á las ideas, a u n q u e no lo advierta ni se desvele de intento, t a m bién se apercibe al buen decir, sin marchitar la preciosa frescura de la elocución. L a retórica no tiene galas comparables con la virginidad de aquellas expresiones que son hermanas gemelas del pensamiento. El auditorio asiste á la generación espontánea de ideas y frases con cuanta benevolencia sea menester para mostrarse indulgente con el vocablo i m p r o p i o ó mal nacido, con las quiebras veniales de la sintaxis y tal cual disonancia eufónica, que subsana f á cilmente la viva v o z . U n a corrección indefectible, c u a n d o no sea p r o r r o g a t i v a excelsa de inveterada maestría, desacredita la espontaneidad y p o n e veladuras enfadosas á la sinceridad, e n t i - biando los á n i m o s ; colgados éstos del discurso, atentos á las — 28 — ideas ó conmovidos p o r los afectos, todavía disponen de m e n o s vagar que el o r a d o r mismo para la crítica gramatical. T r u e q u e ruinoso para el o r a d o r es sacrificar la ingenuidad efusiva al atildamiento melindroso; y no se p u e d e buscar o t r a ventaja, sino es esta con el exceso de preparación que deposita en la memoria, á riesgo de que se enrancie, el a r o m a de las ideas y anubla el centelleo estremecedor de ¡as pasiones. A u n q u e la f o r m a a m o j a m a d a sea nativamente ingenua é irreprochable y luego se g u a r d e intacta, pierde la vibración indefinible y c o m u nicativa del p r i m e r brote. M a s no se entienda proscrita la preparación para las f o r m a s de elocución oratoria; sería u n despropósito, c o n t r a el cual atestiguarían j u n t o s los clásicos seculares y la experiencia cotidiana. N o , la expresión pide ser p r e p a r a d a con no m e n o r esmero que el f o n d o esencial y el o r d e n a m i e n t o del discurso pues decide m u c h a s veces del éxito; ella e m p a ñ a ó realza el colorido, a h o n d a ó mitiga la sensación del auditorio, y deja expósitas las ideas c u a n d o calla el o r a d o r , ó las naturaliza en la familia de los pensamientos propios de quienes le escucharon; ella, en fin, r e m e dia la d e s n u d e z nativa é igualitaria de toda criatura, y ora consigue ataviar las ideas con el fino cendal de los nacidos para t i señorío, ora Jas envuelve en las toscas estameñas de quienes vienen al m o n t ó n , p a r a b e b e r l á g r i m a s en el olvido. L o que hay es que la f o r m a oratoria no se aventaja con la lima, ni con el p u l i m e n t o , de que se m u e s t r a n agradecidas letras destinadas á la lectura. L a preparación cuidadosa solo se concierta con la ingenuidad p o r m e d i o del t r a t o asiduo, crítico y reflexivo, con los b u e n o s modelos, hasta contraer el h á b i t o de una feliz y noble elocución. L a familiaridad con los prosistas y poetas clásicos enriquece y perfecciona, en la m e n t e misma del o r a d o r , el léxico y la f o r m a de enunciación, aliviando á la leng u a del cuidado de traducir y acicalar las ideas; conseguido esto, viene lo d e m á s por a ñ a d i d u r a , pues ellas p r o p e n d e n de s u y o á comunicarse, d i f u n d i r s e y conquistar asentimientos; son nati- - 29 - ^ v a m e n t e sociables corno el alma que las concibe; hay t a m b i é n u n a coquetería de las ideas, propensas á exteriorizarse con la c o m p o s t u r a instintiva que procura siempre quien pasa de la soledad al trato de sus semejantes. E s t e impulso espontáneo hacia el b u e n decir merece confianza plena, después de adquirida, con el estudio de los maestros, a p t i t u d para satisfacer la natural inclinación de la m e n t e creadora. Claro es que de esta p a r t e integrante de u n a cumplida preparación general saca el orador más p a r t i d o c u a n d o tiene bien a d o p t a d o el plan del discurso y d o m i n a el lógico enlace de sus partes; quédale entonces suelta la atención para elegir entre las voces, las figuras y las imágenes que f r e c u e n t e m e n t e disputan la primacía. P e r o mientras el hábito se f o r m a , la maestría se adquiere, y el dominio sereno se logra, preferibles mil veces resultarán las incorrecciones y s e q u e d a des que p r o v e n g a n de la espontaneidad, á los acicalamientos y a d o r n o s que no sean asequibles sin la indiscreta tercería de la memoria. Potencia del alma es, pero en la oratoria tiene oficio comparable con el de la impedimenta en los ejércitos, que p o r ella s u f r e n m u c h o s descalabros. P r i m o r e s de estilo que e n a j e n a n ó e m p e o r a n la atención simpática del auditorio son m o n e das de vellón trocadas por o r o . El e x t r e m o límite de la preparación recomendable llega hasta fijar con !a p l u m a los conceptos que entran en el plan del discurso, á condición de r o m p e r m u y luego el papel, h u y e n d o la tentación de retener sus expresiones, p o r m u y felices que p a r e z can. Si ellas f u e r a n en v e r d a d las más adecuadas, n a t u r a l m e n t e renacerán c u a n d o el hilo dialéctico de la peroración e v o q u e el pensamiento mismo; no hay razonable peligro de que p r e v a lezca u n a f o r m a p e o r de expresión, poseyendo ya el á n i m o aquella otra, y casi siempre resultará, en el acto de perorar, m e j o r a d a en concisión y energía. Si acaso q u e d a r e n suprimidas ornamentaciones que la vez p r i m e r a agradaron, no hay que d o lerse; fueran ellas más naturales, y h a b r í a n reaparecido e s p o n t á neamente, como s o m b r a y anejo de las ideas que vistieron. — 30 f a Cuaiito digo de la preparación oratoria se c o m p e n d i a en p r o clamar su necesidad y r e c o m e n d a r el m a y o r ahinco en completarla; pero de tal m o d o que no embarace las inflexiones y adaptaciones que las circunstancias requieran en el acto de perorar, ni d e s t r u y a la espontaneidad y frescura de la expresión. Recaiga el t r a b a j o sobre las ideas, sobre su enlace, sobre la p r o p o r c i ó n e n t r e las partes del discurso; hágase el o r a d o r d u e ñ o d e su obra, no su siervo; la posesión de la materia y del proceso para desplegarla ante sus oyentes, sírvale para m a y o r d e s e m b a r a z o y solt u r a , no para aprisionarle en el trance s u p r e m o , con rígida c o m postura de colegial ó recluta. A u n q u e parecerá paradoja á quien no lo reflexione, la preparación f o m e n t a la espontaneidad, con tal de dirigirla bien; y claro es, a d e m á s , q u e m e j o r a el discurso, nutriéndole, e x p u r g á n d o l e , m a d u r á n d o l e y disciplinándole. E n el ejercicio de estas espontaneidades, que siempre deben q u e d a r incólumes, las m á s veces h a b r á el o r a d o r d e reprimir la propensión á las ampliaciones, p o r q u e a f l u i r á n , j u n t o s con los conceptos cardinales, accidentes y derivaciones suyas; pero t a m bién s o b r e v e n d r á n síntesis impensadas y atajos inexplorados, a p r o x i m a d a s ó r e f u n d i d a s ideas que con separación f u e r o n concebidas, abreviando y v i g o r i z a n d o el discurso. L a concisión, la sencillez son inestimables; cuanto no sea menester p a r a el designio, daña la peroración, c u y o t é r m i n o no se d e b e diferir con ampliaciones, ni con incidentes; procúrese que los oyentes se d u e l a n , en vez de regocijarse, p o r la llegada al final. Exe- crable rutina es, y m u y c o m ú n , tener en poco, c o m o madrigales oratorios, las peroraciones breves, c u a n d o en verdad pueden ser eficacísimas y aun sublimes; rutina que sugiere rellenos, digresiones, pasatiempos y broza, e m p e o r a n d o la o b r a si no la arruinan. Así como le está m e j o r callar á quien nada se p r o p o n g a con la palabra, debe ésta cesar tan luego c o m o haya p o d i d o c u m p l i r , del m e j o r m o d o , su designio. E s m a l t a d o s están los t r a t a d o s y las historias con frases lacónicas, que á veces f u e r o n toda la a r e n g a del general á sus soldados, toda la p r o c l a m a — 31 — del monarca á sus subditos, todo el reproche del m á r t i r al tirano; y a u n q u e no sirva esto de medida, enseña cuanto interesa la brevedad, pues si diluyeseis en un raudal de palabras cualquiera de aquellas frases celebradas, veréis que pierden toda elocuencia y r e t o r n a n á la trivialidad, d e d o n d e les sacó una f ó r m u l a sintética y feliz, c o m o de la n u b e p a r d a é i n f o r m e b r o t a la centella. P o r a ñ a d i d u r a , d o n d e la atención está cansada, como en el F o r o , ser breve sin hacerse obscuro cifra casi por entero la elocuencia, cuyo primordial requisito es que asistan en espíritu y en v e r d a d aquellos para quienes se perora. C u a n d o algún m o t i v o legítimo, y no lo es la susodicha rutina, señale al discurso determinada duración, menester será prepararse ensanchando la materia y acopiando ideas con notoria s u p e r a b u n d a n c i a ; p o r q u e en caso alguno debe el o r a d o r arrost r a r al peligro de considerarse exhausto, ni exponerse á la t e n tación de las amplificaciones palabreras y los episodios s u p e r fluos y disipados. L a demasía del caudal le servirá en cualquier evento de incentivo para el laconismo, para las refundiciones compendiosas y para las alusiones cuyo desarrollo se fía á los oyentes; recursos los m á s eficaces para el e m p e ñ o capital de cautivar la atención. E n s a l c é antes la regla de s u b o r d i n a r todas las reglas á las circunstancias de cada caso, y ello se confirma desde que se c o n sidera al o r a d o r en el c o m i e n z o d e la peroración. M u c h o s son los que r e p u t a n de constante o p o r t u n i d a d un e x o r d i o , el cual consiste para ellos en una j o r n a d a preliminar; y , á falta de m e j o r t e m a , la emplean en travesuras del ingenio ó en rebuscados melindres de h u m i l d a d y enfadosas solicitaciones de una benevolencia que mejor se captaría con a l g ú n concepto s u b s t a n cial, capaz de entretener al auditorio y aplacarle la sed. E n t e n dido el precepto clásico de este m o d o , resulta el exordio semej a n t e á las abluciones de rito para entrar en una m e z q u i t a ; a m a n e r a m i e n t o reprobable. Q u i e r o significar que el estudio de los modelos no aprovecha — 32 — cuando no se recuerdan el lugar, la ocasión y las c o s t u m b r e s á que se a d a p t a r o n aquellas arengas; de ellas, las que v e r d a d e r a m e n t e f u e r o n p r o n u n c i a d a s , pues no todas resonaron en el F o r o , ni de las q u e el pueblo oyó, nos consta la fidelidad del t r a s u n t o escrito que h e m o s heredado. N a t u r a l será, y entonces plausible y ú t i l , recoger la atención de la concurrencia c u a n d o el o r a d o r la hallare disipada o revuelta; natural será t a m b i é n no r e t a r d a r la o p o r t u n i d a d c u a n d o necesita d e s a r m a r a l g u n a hostil p r e v e n c i ó n , ó p o n e r por intercesor a l g ú n v e r d a d e r o m o t i v o de confianza y simpatía que no sea p o r sí mismo ostensible. Se caería en la opuesta r u t i n a proscribiendo y v i t u p e r a n d o todo e x o r d i o , aun en la acepción de preliminar extrínseco del discurso; pero t a m p o c o se le r e p u t e como p r e n d a de uniforme, p o r q u e m u c h a s veces deja ociosa la curiosidad inicial de ios oyentes, les convida á la diversión, q u i z á s a p u r a su paciencia, y enajena su atención antes de entrar en materia. E n las controversias orales que traen al auditorio sujeto, casi nunca a p r o vecha, si consiste en u n paréntesis de i n o p o r t u n a frivolidad; m e j o r será c o m e n z a r con alguna idea c u l m i n a n t e del discurso que p r e c e d e , ora s u b r a y a n d o la coincidencia, que realza m á s la ulterior contradicción, ora el caso pida r e f u t a r l a , anatematizarla ó d e s t r o z a r l a , con lo cual se conseguirá desde el p r i m e r instante sujetar la atención y avivar el interés del concurso con el f r a g o r del combate. O t r a s ocasiones hay en las cuales t a m b i é n falta toda o p o r t u n i d a d para p r e á m b u l o s ; quien habla, p o r ejemplo, á magistrados encanecidos en su oficio, ahitos de árida verb o s i d a d , a z u z a d o s por la impaciencia, cuando no estén desasosegados p o r achaques físicos, f o r z a d o s no obstante á oir con impasibilidad decorosa y solemne, ¿qué d i r á de p r o v e c h o u n exordio, por acicalado é ingenioso que sea.^ N a d a le congraciará al o r a d o r más benevolencia que e m p r e n d e r desde la p r i m e r a frase su j o r n a d a , e c o n o m i z a n d o el e x h a u s t o tesoro de una atención que pertenece al cliente, pues la necesita para la estima de sus razones y el t r i u n f o de su derecho. — 33 — Si llamamos exordio à la t o m a d e posesión del p u n t o de arranque, para hacer metòdica y provechosa la entrada en rría-teria y no asaltarla de costado, ni f u r t i v a m e n t e , entonces sí que p o d r á valer c o m o general la recomendación de que lo tenga t o d o discurso; pero sálvese la diversidad imponderable de los m o d o s . A c e r t a r cada v e z en su elección interesa g r a n d e m e n t e ; debe el o r a d o r atender siempre á conseguir, ó p o r lo m e n o s p r e p a r a r y f r a n q u e a r , cuanto antes la í n t i m a compenetración espiritual con sus oyentes. L o g r a r l a valdría poco si luego la perdiere, y es a r d u o y principal e m p e ñ o conservarla, sin intervalo y sin fluctuaciones, de m o d o que n i n g ú n oyente p u e d a ya discurrir á solas, ni e m a n ciparse de la atracción sugestiva que el o r a d o r necesita sostener hasta el final. Ello d e p e n d e del arte de g r a d u a r en el discurso la densidad de ideas; dosificar los conceptos, en las palabras y en el tiempo, sin enrarecerlos ni aglomerarlos; espaciarlos, en serie discreta y fluida; enlazarlos sistemáticamente, sin b o r r a r ni c o n f u n d i r la individual substancia de cada uno; envolver con ellos, y recoger en el proceso de. la oración, las réplicas silenciosas, los aplausos í n t i m o s y las perplejidades de cada oyente; llenar, en s u m a , sin tropel, t o d o el ancho de la vía c o m ú n , por d o n d e avanzan j u n t o s el o r a d o r y el concurso, sin dejar r e z a gados y apiñándose todos más y m á s , hasta el t é r m i n o de la e t a p a ; táctica complicada, cuyas dificultades se agigantan c u a n d o el auditorio es desigual, por r a z ó n de la c u l t u r a , ó p o r varia capacidad de percepción. E s p i n o s a y compleja su observancia, la regla abstracta se enuncia m u y sencillamente; redúcese á evitar dos contrapuestos escollos: u n o consiste en amplificar la expresión tanto, que la m e n t e de los que oyen quede ociosa y suelta, para acudir á las preocupaciones individuales que perennemente la solicitan; o t r o es engrosar el raudal de pensamientos sin g u a r d a r pro- porción con la a p t i t u d de los oyentes para recogerlos. Solo con vigilancia esmerada é incesante conseguirá el o r a d o r 3 sécues- — 34 — trar í n t e g r a , sin rebasar j a m á s la potencia mental del audi- torio. R e s u l t a r í a insuperable esta dificultad, aun no siendo tan h e terogéneo c o m o de ordinario suele ser el concurso, si todas las ideas se expresaren y todos ios conceptos se desenvolvieren, en el texto de la peroración. C o n dificultad se j u n t a r í a n c u a t r o p e r sonas para alguna de las cuales no sobrase, ó no faltase algo, c u a n d o la densidad de substancia estuviese en p u n t o para los demás. D e aquí la utilidad excepcionalísima que tienen para la elocuencia las insinuaciones, alusiones y cuantas f o r m a s elípticas de decir despiertan, suscitan ó sugieren en el á n i m o de ios circunstantes ideas que no suenan, y que f o r m a l m e n t e quedan omisas en el discurso, a u n q u e en v e r d a d lo integran y de m o d o positivo contribuyen á su eficacia. Ostensiblemente frágil es este resorte, pues está á d o s dedos de la obscuridad, en d o n d e n a u f r a g a n todos los aciertos, y todos los intentos quedan frustrados; para o t r a cosa alguna se r e q u i e re más estrecha cuenta con la índole, la complexión y los antecedentes de la concurrencia á quien se dirige la palabra. L a mayor excelencia de las alusiones y las indicaciones, q u e el o r a d o r no explana, consiste en darle á cada oyente labor indefinida, que ensancha la a p t i t u d de los más despiertos ó m e j o r iniciados, y abrevia la m i o p í a mental de los lerdos, estableciéndose natural y a u t o m á t i c a m e n t e la proporción e n t r e el significado de la frase dicha y las capacidades respectivas de los oyentes, é igualándose la atención en todos. Y no p a r a n a q u í las ventajas de este recurso o r a t o r i o ; los que escuchan se sienten halagados p o r la confianza que el o r a d o r muestra en su sagacidad y aplican redoblado ahinco á no defraudarla, con atención más intensa que la q u e o t o r g a r í a n á las sublimidades de estilo, depuradas, p o m p o s a s y sonoras. Cada cual p r o p e n d e más á darse p o r bien enterado que p o r desorientado; las inflexiones de la palabra viva, los a d e m a n e s del orad o r , los m o v i m i e n t o s y comentarios de los circunstantes, q u i z á s — 35 — aquella misteriosa corriente espiritual que antes mencioné, contribuyen á descifrarle los enigmas, cuando corre peligro de atascarse y rezagarse; y c o m o quiera que lo entienda, sea cual sea la penetración que alcance !a a g u d e z a respectiva, todos se sienten asociados á la obra del orador; se hace consciente su colaboración, y la instintiva simpatía se p r o p a g a á los o t r o s conceptos del discurso, en cuya paternidad no se les dió escote. E n diversa m e d i d a , s e g ú n los casos, se debe utilizar la insinuación sugestiva, pues, aun colocada aparte la v i v e z a de los auditorios, nunca los procedimientos recomendables, por g e m plo, al o r a d o r parlamentario, en contiendas apasionadas y ardientes, v e n d r á n bien á la reposada y blanda oración sagrada; ni aun c u a d r a n á la forense, p o r q u e la atención cansada no suele derrochar iniciativas para desentrañar conceptos nebulosos, a u n q u e m u y bien los descifrarían, poniéndose á ello de veras, los j u z gadores. E n la d u d a , será más p r u d e n t e correr al riesgo de exagerar el laconismo, que entrare p o r la f r o n d a de perífrasis, glosas, deducciones, incisos, episodios y resúmenes, pues aquí el d a ñ o es certísimo: m u c h o antes de concluir la enunciación de u n a idea, los m á s de los oyentes se a p o d e r a r o n de ella y se hastiaron de poseerla; la m e n o r distancia del o r a d o r á que se colocaron será la necesaria para verle caracolear, criticarle y llevarle cuenta de las curvas, m u d a n z a s , figuras y estaciones, mien- t r a s sobreviene o t r o n u e v o pensamiento, si ya éste no les coge entera y definitivamente distraídos. Llegado el trance, será problemático volverles al redil y reincorporarles al verdadero auditorio; el cual no consta de todos cuantos oigan la voz, sino tan solo de aquellos que comulgan en la elaboración espiritual, más ó m e n o s dóciles, pero sujetos ai hilo de la arenga. O r a d o r e s hay, y Ies conocéis como y o , en quienes alcanzan g r a d o eminente las cualidades m á s estimables : saber extenso y sólido, selecta c u l t u r a literaria, probadísima potencia mental, elocución gallarda y fácil, magistral dominio de la p o l é m i c a , y con todo ello el f r u t o de la elocuencia no se les s a z o n a , por el - 3<5 - ùnici) yerro de" decirlo y explicarlo todo, olvidando que el paso de la elocución, por m u y expedita y a m e n a que sea, se hace t a r d o , enfadoso y al cabo insoportable para el alado pensar del auditorio. A u n en aquella porción de la substancia integrante del discurso, que los labios del o r a d o r hayan de expresar f o r m a l m e n t e , una concisión e x t r e m a d a y u n a austera s o b r i e d a d , le están r e c o m e n d a d a s , m u c h o más que al escritor, con p a r e c e r m e en t o d a ocasión excelsas estas virtudes literarias. N o q u i e r o p r o s cribir todas las galas ; pienso q u e siempre se ha de a h o r r a r la atención, y que los ánimos suelen adelantarse á recibir las ideas con t a n t o m a y o r agasajo cuanto más sencillos atavíos traen ellas. T r a n c e s señalados h a b r á que admitan y aun pidan s u n tuosidades retóricas, y entonces v e n d r á bien recamar el estilo y ostentar la pedrería de las g r a n d e s solemnidades; p e r o sea con medida y á t i e m p o , pues los ropajes suntuosos se hacen a d m i rar á cierta distancia y al o r a d o r le i m p o r t a g a n a r , conservar y acrecentar la i n t i m i d a d , la compenetración m e n t a l , el contagio efusivo de corazones que laten j u n t o s . G u a r d a d a con el d e c o r o la honestidad, nunca van m e j o r que desnudos los pensamientos ; con ser tan fluida y transparente, tan incorpórea, la palabra viva, con sentirse en ella tan vibrante el alma del o r a d o r , todavía es u n a mediación y una veladura. E v í t e s e con ahinco que se haga notar, ya q u e no se p u e d e s u p r i m i r , la interposición de algo distinto de los espíritus c u a n d o ansian confundirse. El estilo oratorio que por falta de fluidez, por i m p r o p i e d a d ó p o r artificiosa é indiscreta o r n a m e n t a c i ó n , les disputa á los conceptos p a r t e de la atención de los oyentes, viene á ser como el andamiaje q u e p e r t u r b a la contemplación de líneas y proporciones en la fábrica arquitectónica. Piense siempre el o r a d o r que no tiene oficio de h i s t r i ó n , ni es pasatiempo su discurso, y atienda al designio final, pues le roba á su a s u n t o , á su ministerio, cuanto invierta en alardes de lucimiento personal y en p o m p a s superfluas; habla para comunicar á las almas afectos, i d e a s , resoluciones, y la — — 37 s u p r e m a excelencia es no advertir el auditorio que !e son suger i d o s ; así entra en el p u l m ó n e! aire vivificador; quienes le sienten pasar ya se duelen p o r asmáticos, a u n q u e todavía respiren. L a sencillez se aviene bien con el aticismo y no proscribe las figuras ni las galas. L a atención necesita descanso para refres- carse, la aridez del r a z o n a r ó e x p o n e r se templa con incidentes o p o r t u n o s y adecuados, los afectos h o n d o s y los arrebatos pasionales no corren p o r su cauce sin r u m o r ni e s p u m a ; pero coloqúese todo ello en la categoría subalterna que corresponde, p u e s el buen gusto no agravia la ley de naturaleza que siempre s u b o r d i n a los medios á los fines. L a obra oratoria, de suyo esforzada, pone el á n i m o en tensión excepcional, y n a t u r a l m e n t e se recarga con reprensible exuberancia de imágenes y todo linaje de accidentes, si el o r a d o r no vigila y no es despiadado para la selección. T o d a v í a resulta m á s ruinoso para la elocuencia el descuido que deja entrar en la peroración ideas en cuya posesión está el auditorio, las cuales, sin expresarlas, solo p o r levísima alusión, y q u i z á s t á c i t a m e n t e , p u e d e n ser incorporadas al c o m ú n acervo que f o r m a n o r a d o r y oyentes. L o que va dicho implica ya gran encarecimiento para esta recomendación, y si vuelvo sobre ella es p o r q u e cotidianos ejemplos nos m u e s t r a n haberla olvidado oradores que aspiran, con s o b r a d o s títulos, á honroso r e n o m bre. A esclarecidas eminencias del F o r o les acontece á m e n u d o ingerir en sus peroraciones, con no escasa prolijidad, explicaciones elementales sobre las instituciones jurídicas, como si los señores del m a r g e n asistieran al aula y el i n f o r m e no hubiese de resultar e n t e r a m e n t e baldío en el d e s v e n t u r a d o caso de que ellos hubiesen menester de una tal ración láctea é infantil. E l d a ñ o no consiste solo en el tiempo y la atención que se malversan, sino que fácilmente pasa luego inadvertido lo que m á s i m p o r t a r í a . E n nuestras C o r t e s se derrochan largas horas para repetir lo q u e , e s t á ya dicho, escrito y olvidado, con evidente - 38 - perjuicio para el éxito de obras oratorias que saldrían aventajadísimas con u n a sencilla operación de poda. E n la cátedra sagrada, por m u y lejanos que estén, como están dichosamente ios días de P'ray G e r u n d i o de C a m p a z a s , todavía es frecuente la trivialidad que, como no sea por vía del sueño, n i n g ú n o t r o acceso p u e d e tener ai á n i m o de los fieles congregados; y t a m poco es raro predicar para humildes devotas y para aldeanos rústicos, a r r e m e t i e n d o el o r a d o r contra las herejías más extravagantes, de las cuales ellos j a m á s oyeron hablar, ni harían caso a u n q u e las conocieran, ó e n z a r z á n d o s e en las disertaciones t e o lógicas más inaccesibles para el auditorio; lamentable e m p l e o de la ocasión que p o d r í a aprovecharse para m o n d a r los m a n a n t i a les encenagados del a m o r santo y avivar conciencias a d o r m e cidas. L o s más de estos descaminos provienen de tener en poco, por ser tan accesibles, la sencillez y la naturalidad. Así como ha p e r d u r a d o m u c h o la creencia de que un lienzo no merecería gran consideración, ni p o d r í a pasar p o r obra maestra, si no r e presentaba g r a n d e s asuntos religiosos, ó, en lo profano, heroísm o s de la clásica a n t i g ü e d a d , así t a m b i é n m u c h o s estiman indecoroso hablar con llaneza poco tiempo, a u n q u e les baste para su intento, d e ahí los rellenos y el destemple, c u a n d o la ingenuidad brinda con la elocuencia. L o s clásicos suelen ser admirados, quiz á s estudiados, sin advertir que, por un lado la m a g n a entidad de los asuntos, y p o r o t r o las costumbres é instituciones de su tiempo, autorizaban entonces solemnes fastuosidades oratorias, cuya o p o r t u n i d a d rarísima vez retornará; por no tener con esta diversidad de circunstancias la debida cuenta, m u c h o s se intoxican de pedantería, d o n d e , con más discernimiento, p o d r í a n educar su g u s t o ; se persuaden, con g r a v e y e r r o , de que no hay elocuencia sin majestad, a u n q u e el asunto sea trivial, y olvidan que el p r i m e r canon de la estética i m p o n e la proporción y la a r m o n í a , y que son las ideas del discurso quienes, por su sola y espontánea virtud t e m p l a n , elevan ó d e p r i m e n el t o n o y el es- — 39 — tilo, con solo apartarse de artificiosas y ridiculas hinchazones y renunciar á rancios é intempestivos afeites. Al o r a d o r le es recomendable, y aun necesario si la arenga no acaba p r o n t o , u n a diversidad de tonos y maticeSj casi n u n c a lícita al escritor. Se escribe con estilo adecuado á u n asunto, y casi siempre debe sostenerse en toda la obra, más que p o r resp e t o á la u n i d a d que convenga al libro, el folleto, ó la m o n o g r a f í a , p o r la circunstancia de estar ausentes los lectores. T a m bién el diálogo oral admite ironías, paradojas y cien travesuras que resultan peligrosas en las cartas p o r m u y familiar que sea el trato. I g n o r a el escritor las circunstancias en que será leído, y m u c h a s veces parecerían disonantes ó intempestivas las t r a n siciones en los pasajes que no se acomodaren al t o n o general y d o m i n a n t e de la composición. M u y al revés acontece en la oratoria, que, p o r desplegarse en u n a palpitación c o m ú n , admite y agradece el tránsito de la g r a v e d a d á la a g u d e z a , de la indignación á la ironía, de la t e r n u r a ai h o r r o r y de la risa al llanto, siempre que en el á n i m o del o r a d o r se suceden natural y r a z o nablemente estas fluctuaciones, claro-obscuro que entretiene y r e m o z a la atención, contrastes que avivan y favorecen la moción de ¡os afectos. Aplico á los ademanes, á la c o m p o s t u r a corporal y á las inflexiones de la v o z lo que digo del estilo o r a t o r i o : la naturali- d a d , que no se p u e d e c o n f u n d i r con el zafio desaliño, y que se dignifica y m e j o r a con la educación, allana y resuelve sus dificultades, c o m p e n d i a n d o todas las enseñanzas útiles. ¡Desventurado el o r a d o r en cuya atención hay u n negociado especial para el m o v i m i e n t o de sus brazos, y para la modulación de la v o z , c o m o si la N a t u r a l e z a le hubiese dotado de pedales! R e c o b r e , con la serenidad, la posesión de sí mismo y hablará y accionará mejor que siguiendo cuantos consejos t e n g a leídos ú oídos, p o r que le guiará el propio pensamiento y la í n t i m a sugestión de sus pasiones. El mismo impulso interno que p r o v o c a la expansión del á n i m o se afana p o r hacerla accesible á ios oyentes, y o < UJ a f9 — 40 — requiere y logra ta Cooperación corporal, s u b y u g á n d o l a , sin q u e la atención del o r a d o r se b i f u r q u e , y sin el riesgo de u n a r i d i cula desavenencia, que c o n d u z c a el tono y los ademanes p o r un sendero desviado del p e n s a m i e n t o . A l g u i e n ha estimado provechosas para un o r a d o r lecciones de cómicos consumados en la declamación escénica; m u c h o se abusa del ejemplo clásico que asociaba en la tribuna al afinado t a ñ e d o r d e flauta. R e c o n o z c o de buen g r a d o que los ademanes y la emisión y modulación de la v o z , se puedeii y deben m e j o rar y atildar con el estudio, del mismo m o d o que el léxico se enriquece y d e p u r a y el estilo se ennoblece y acicala con la f a miliaridad de los escritos clásicos; p e r o de éstos es útil todo el ejempo, y no puede serlo con análoga extensión el de aquellos que tienen p o r oficio recitar ajenas obras literarias y simular pasiones y afectos que no han sentido, ni sienten, cosa vedada en la oratoria, y cuya imitación p u e d e causar a m a n e r a m i e n t o , con m e n g u a de la espontaneidad sincera. C a b a l m e n t e son los oradores t a n t o m e n o s idóneos para fingir cuanto m a y o r sea su vocación á la v e r d a d e r a elocuencia, que se n u t r e y vivifica con los hábitos de la inspiración i n g e n u a y h o n d a . Insisto, pues, en que para la c o m p o s t u r a de ademanes, y para acertar en los tonos y matices de la v o z no hallará el o r a d o r consejo más fiel y p r o v e choso que las espontaneidades de su espíritu, con tal que no descuide la crítica propia ni desoiga la ajena, g r a n d e s e d u c a d o ras nuestras en t o d o el curso de la vida. Si al p r o n t o la turbación natural, que es una v i r t u d , le hace pecar por encogida parálisis en la acción y t i m i d e z vacilante en la elocución, ello p r e g o n a r á una modestia que le g r a n j e a r á más simpatías que el braceo desconcertado, los gestos de r e p e r torio y las travesuras fónicas de su g a r g a n t a . O t r o s desarreglos á los cuales p r o p e n d e la emoción oratoria y que sin d u d a afean y perjudican la peroración, tienen fácil e n m i e n d a de una vez para otra, con tal que esta educación recaiga sobre el impulso natura! sin a m a n e r a m i e n t o , así como del m á r m o l arrancado — 41 — i n f o r m e de la cantera va surgiendo la estatua en c u a n t o q u i t a n lo que s o b r a , y no por postizas, e f í m e r a s y abominables adhe? rendas. U n tropiezo hay en la senda de esta naturalidad que. v e n g o encomiando. L a oratoria no se aviene con el e n c o g i m i e n t o , a u n q u e en ella, como en todo, la modestia sea v i r t u d simpàtica y privilegiada. T o m a r la palabra es e m p u ñ a r el t i m ó n , arro- garse, mientras se perora, la cura espiritual del auditorio; pret e n d e r comunicarle, imbuirle, casi imponerle, ideas ó resoluciones que fai vez r e p u g n a b a , y no es h u m a n o que t o d o ello se p r o c u r e y se alcance sin efectiva y v i b r a n t e convicción, y sin asumir cierto magisterio, m u y ocasionado á las apariencias del orgullo ó la pedantería; apariencias dañosas, pues suelen erguir fierezas individuales entre los oyentes, apartándoles de la per- suasión que busca el orador. L a profesión habitual de la o r a t o ria, c u a n d o la favorezca éxito lisonjero, más que á la altivez, parece inclinar á la afeminada vanagloria, p u e s á muchos p r í n cipes de la elocuencia se achacó esta flaqueza, de la cual i m p o r t a r á preservarse; mas aun aquellos que de veras logren salir indemnes, difícilmente esquivarán la nota de soberbios, oyéndoseles, u n día tras otro, a n a t e m a t i z a r cuanto ellos no p r o claman, y viéndoles esgrimir la cimitarra, ora r a z o n a n d o , a p o s t r o f a n d o , ora satirizando contra las ideas, las ora acciones y acaso las personas mismas de sus adversarios. S o p o r t e cada cual ó remedie este gaje del oficio; mas el o r a d o r p o n g a g r a n conato, a g o t a n d o su arte y su ingenio, en no h u m i l l a r ni vejar á aquellos de quienes pretende que acepten su d i c t a m e n , de tal m o d o que no se le revuelvan, ni se le e n f o s q u e n , p u e s se f r u s traría el designio de la peroración; L a manera de concluirla es asunto de m u c h o s preceptos retóricos y de no pocos tropiezos prácticos. Discurso sin epílogo parece truncado, y será intachable esta sentencia si el final, c o m o las otras partes, se emancipa de toda n o r m a inflexible, para acomodarlo al caso y á la variedad indecible de las cir- — 42 — cunstancias. N o entiendo p o r q u é se ha de reservar para el e p i logo la moción de afectos, especie de t e r n u r a r e p a r a d o r a in ar- ticulo mortiSy que a r g u y e no haber vivido bien. L o s m o v i m i e n tos patéticos acaecen c u a n d o n a t u r a l m e n t e los suscita ei curso de la p e r o r a c i ó n , c o m o los regocijos en la vida no se nos deparan cuando de R e a l o r d e n se decretan públicos festejos. A u d i torio cuya tibieza hubiere d u r a d o hasta la conclusión del discurso, bien presenciaría las contorsiones y escucharía las descompasadas voces del o r a d o r , enfrascado en las agónicas sacudidas de eso que m u c h o s entienden p o r epílogo, pero no se c o n t a m i n a r í a del arrebato. Y aquellos o t r o s q u e consideran prescrita por ley divina una recapitulación, como cima y r e m a t e de la obra oratoria bien dispuesta, también y e r r a n , en sentir m í o ; t a n t o y e r r a n , que las m á s veces deberá esquivarla el o r a d o r , aun c u a n d o la complicación de su asunto, la prolijidad de su análisis ó la i n d e p e n d e n cia de sus partes parezcan recomendársela; p o r q u e no bastar á n el f u e g o oratorio, ni la o r n a m e n t a c i ó n espléndida, para subsanar la d e s m a y a d a languidez de conceptos recalentados ya conocidos. iVIás provechoso es marcar en las transiciones la nervatura del discurso y su osamenta dialéctica; o p o r t u n i d a d excelente para r e s u m i r lo que antecede, señalar su enlace con el n u e v o tema y dar respiro á la atención del auditorio. N a t u r a l í s i m o deseo siente el o r a d o r de que su obra no resulte estéril, ni caiga repentino olvido sobre aquella j o r n a d a en que llevó consigo al auditorio; sin deliberado p r o p ó s i t o , pues, y con solo atender al designio que le sirve de norte, hallará para la conclusión aquella idea culminante, aquel estremecimiento pasional, aquel apostrofe sintético, aquella frase de v i g o r o s o y plástico relieve que más al caso venga. P e r o h u y a siempre, h u y a con h o r r o r , de la rutinaria evolución p r e m o n i t o r i a me- diante la cual es usanza m u y c o m ú n buscar el escabroso empalm e con un p á r r a f o prevenido, atusado y colgado de la percha de la memoria; trance en que el auditorio siente u n a sacudida, — 43 — c o m o los viajeros c u a n d o el tren t o m a la a g u j a de entrada en la estación terminal. M u c h o s suelen de este m o d o buscar aplausos, por corona de su obra, y sin d u d a la sacudida les servirá para despertar entusiasmos que lleguen dormidos. P e r o no es este el galardón apetecible. N i al final, c u a n d o la g r a t i t u d , sea por lo hablado, sea por el p r ó x i m o silencio, estimula la cortesía; ni siquiera d u r a n t e el despliegue de la peroración se declara siempre con aplausos la eficacia de la palabra viva, aun allí d o n d e no los veda la c o m p o s t u r a solemne del concurso. E x p a n siones del asenso colectivo suelen ser los aplausos, pero t a m bién estallan m u c h a s veces á distancia, provocados p o r destellos vanos de la f o r m a oratoria, y aun p o r simples desplantes fonéticos, como si éstos provocasen un general alboroto acústico en el recinto. L o que al o r a d o r ha de importarle es que los o y e n tes discurran en su c o m p a ñ í a , acaso m á s j u n t o s y pegados á él cuanto más callados. P r o c u r e que r a z o n e n con su propia d i a léctica, contemplen de cada cosa el aspecto que les señala, y con él a m e n , detesten, esperen, teman y decidan. D e j a r a l auditorio ensimismado y pensativo, c o m o rama que cede al peso del f r u t o , será m u y f r e c u e n t e m e n t e éxito s u p r e m o de u n a p e r o r a ción. Al t i e m p o de concluirla no es menos reprensible que a n tes aplicar el o r a d o r á m e n u d a s vanaglorias personales, esfuerzo y atención de que ha de mostrarse siempre avaro en p r o de la causa que sirve; siendo esto, no ya buen consejo, sino c a r g a de conciencia c u a n d o ejercita una profesión ó un sacerdocio. L a s observaciones apuntadas hasta aquí muestran, si no m e equivoco, que el ejercicio oratorio es, á u n tiempo mismo, más dificultoso y más llano de lo que cree el c o m ú n de las gentes. M á s difícil, en cuanto ha menester de m a y o r e s f u e r z o intelectual, mejor conocimiento del c o r a z ó n h u m a n o y atención más asidua y porfiada de lo que estiman aquellos que todo lo hacen consistir en fluida v e r b o s i d a d , en copioso raudal de imágenes, en r e d o n d e z y cadencia de períodos, aun c u a n d o acabada la peroración, ni los oyentes sepan lo que escucharon, ni al o r a d o r — 44 — mismo le sea fácil compendiar y declarar la substancia de lo que habló sin plan, sin objetivo y sin deliberación; e s f u e r z o s musculares de a c r ó b a t a , que no abren s u r c o , ni f o r j a n , ni tallan. Es, sin e m b a r g o , más llano de lo que se les representa á quienes creen que todo o r a d o r d e b e e m u l a r siempre á los grandes maestros cuyo r e n o m b r e se hizo universal ó p e r d u r a á través de los siglos, y que no h a y elocuencia sin la solemnidad m a g n í fica de estos celebrados modelos. L a sencillez y la naturalidad en que vienen á cifrarse todas las recomendaciones, a m i n o r a n g r a n d e m e n t e las exigencias artísticas del oficio ; t o d o consiste en substancia comunicable del e n t e n d i m i e n t o y del c o r a z ó n . E l toque estará, pues, en pensar y sentir, diciendo con elegante ing e n u i d a d lo que se piensa ó se siente, satisfaciéndose con el caudal p r o p i o , sin usar galas ajenas, ni r o m p e r nunca la p r o p o r c i ó n razonable e n t r e f o n d o y f o r m a . U n asunto trivial, a u n q u e sea de gran entidad, u n tema minúsculo, a u n q u e despierte con jus-to título ]a curiosidad, no s o p o r t a r á n el fastuoso l e n g u a j e de las controversias que f u e r o n memorables por su histórica transcendencia; y si es verdad que el poder creador y la radiación privilegiada de los genios dignificaron y enaltecieron negocios q u e , en otras m a n o s , q u e d a r a n inadvertidos, estos peregrinos ejemplares déjense c o m o excepciones inasequibles y en cierta m a n e r a fortuitas, p o r ser involuntario ei d o n que resplandece en ellos. L a elocuencia eficaz, insinuamente, atractiva y v e n c e dora se conseguirá con las más modestas y llanas peroraciones, sin descoyuntarse ni exponerse al r i d í c u l o ; y c u a n d o el caso lo exija ó lo m e r e z c a , v e n d r á n e s p o n t á n e a m e n t e á su p u n t o y en su medida la grandilocuencia, la emoción patética, el apòstrofe y la sublime generalización, abriéndose el c o m p á s y alzándose el tono, según la m a g n i t u d y la dignidad del asunto. E n el p ù l p i t o , en los estrados de los T r i b u n a l e s y en las asambleas p o l í ticas, t o d a v í a es frecuente, auii habiéndose generalizado m u c h o el buen g u s t o , hablar con. solemnidad d e s m e d i d a , con nociva — 45 — h i n c h a z ó n , con artificioso y c o n t r a p r o d u c e n t e lapasionamiento. Mil veces se malogran así peroraciones cuya esencia aseguraría felicísimo éxito, con solo bajar el t o n o , acortar el radio de las curvas, aliviarle de p o m p a al estilo y d i f u n d i r sobre la obra entera la luz apacible y templada del ordinario y c o m ú n pensar, sentir y decir. M e n u d e a n los yerros que provienen de cortedad ó descamino en la preparación; p e r o son más los que se deben achacar á olvido de la finalidad de la oratoria. Suelen los más cuidadosos p r e p a r a r su discurso estudiandò el asunto y no el auditorio, atender m u c h o á la f o r m a y poco a las circunstancias del inst a n t e de p r o n u n c i a r l o ; por esto parece irtiposible excederse en la recomendación de subordinarlo t o d o , inclusa la materia a c o piada, á la o p o r t u n i d a d . P o c o le vale al o r a d o r tener muchas y buenas cosas que decir, aun siendo todas.ellas pertinentísimas con relación al a s u n t o , si le, toca hablar en ocasión de no q u e r e r oirías los circunstantes; para entonces es recordar la diferencia entre arenga y libro. A u n q u e no falte de r a í z ni resulte insuficiente la atención del concurso, rara vez se tiene con ella la cuenta debida. T ó m e s e el ejemplo que parezca menos accesible al influjo eventual d e las circunstancias, y todavía entonces^ si bien se r e flexiona, se conocerá que el orador no atinará si solo mira al a s u n t o , p o r m u c h o que lo estudie y d o m i n e , pues deberá tratarlo por procedimientos y en estilo m u y diversos, según la c o m posición del auditorio^ A u n q u e p e r m a n e z c a n idénticas las personas, t a m b i é n necesitará sujetarse al estado d e loy'ánimos y á sus predisposiciones, en aquel instante preciso en que busca su colaboración, su intimidad y su asenso. E n el F o r o , que es d o n de el o r a d o r está más ceñido y el auditorio más o b l i g a d o , casi nunca se repiten negocios que se deban dilucidar con igual m é t o d o , a u n q u e las carpetas tengan rótulos idénticos, y cualesquiera criterios de clasificación los j u n t e n en una sola división del casillero; d e n t r o de tales coincidencias externas se descubre p r o n - - 46 - to que el n u d o de ¡a dificultad consiste h o y en lo que estaba ayer f u e r a de litigio, aquí estriba todo en d e p u r a r y relatar con claridad los hechos, allí es clave de t o d a la pendencia u n tema doctrinal ó una d u d a legal; esta vez se controvierte la cuestión principal, aquella o t r a se t r a b a el conflicto en a l g ú n incidente, que aun siendo lateral resulta decisivo. ¿Qué diversidades no se ofrecerán en la oratoria p a r l a m e n t a r i a , cuyo a m b i e n t e se m u d a y trastueca dos y diez veces cada t a r d e , por no m e n t a r las m u d a n z a s de u n día para o t r o , d o n d e t o m a n i m p e n s a d a m e n t e calidad y transcendencia política los asuntos q u e la víspera parecían más n e u t r o s , ó el auditorio vuelve hoy la espalda á su preocupación de ayer.^ E n la cátedra sagrada no h a b r á oración más circunscrita, p o r r a z ó n del a s u n t o , que el panegírico del santo p a t r ó n , y en dos pueblos acogidos á u n a misma protección celestial pedirán m u c h a diversidad la condición y las c o s t u m bres respectivas de sus gentes; t o d a v í a añado que, en dos consecutivas festividades de la misma aldea, lo que aprovecha en año próspero de abundancia y regocijo, sería i n o p o r t u n o en la p e n u r i a , asoladas ¡as cosechas y angustiados los ánimos. P i n t o r infelicísimo sería el q u e , para transmitir la sensación del n a t u r a ! , se limitase á poner en el lienzo e! color de cada cosa, sin t e n e r cuenta con las travesuras de la l u z ; no se r e p r e senta la b l a n c u r a inmaculada de la nieve, en la campiña sin r e q u e r i r t o d a la paleta, y q u i z á s resulta excluida del cuadro el p u r o blanco ; y si en cosa material de tanta simplicidad hay tal complicación de matices, reflejos, p e n u m b r a s , t é r m i n o s y veladuras, ¿qué acontecerá en el ancho firmamento d o n d e vuelan los espíritus, c u a n d o con el solo auxilio de la palabra se intenta a r r a s t r a r al auditorio t r a s las ideas y contagiarle y estremecerle con las misteriosas inflexiones y los arrebatos desordenados de las pasiones h u m a n a s ? Pero advierto a h o r a que insisto sobre una misma verdad culminante, mostrando distintas facetas, á saber : que una peroración no es un m o n ó l o g o , sino coloquio í n t i m o , entra- — 47 — ñ a b l e ; que la obra oratoria es fusión de las ideas resonantes del orador, con las ideas silenciosas que en cada espíritu b r o t a n del manantial recatado que lo refresca y vivifica ; q u e á esta solidaridad palpitante no saben acudir las ideas por las áridas escabrosidades del p u r o razonar, agradecen la c o m p a ñ í a de los afectos c u a n d o no de pasiones exaltadas; que en el arcano sentir y pensar de quienes oyen y no en el aire que vibra sobre la o n d u lante mies de cabezas y miradas, es d o n d e se consuman ó se f r u s t r a n los designios del o r a d o r ; que la elocuencia, en suma, no reside en lo que se piensa, ni en lo que se dice, ni en las i m á genes y primores del estilo, ni en la feliz y g r a t a elocución, sino que consiste en el efusivo contacto de m u c h a s almas hermanas, creadas á semejanza de un mismo D i o s , alentadas por u n igual destello de su omnipotencia, ansiosas siempre de una misma luz, que n o m b r a m o s verdad, bien, belleza ó amor, desterradas y reclusas en diversidad inefable de m a z m o r r a s carnales; almas que congregadas al c o n j u r o de la v o z , olvidan u n instante su cautiverio y sus afanes. L a fiesta que ellas hacen al verse j u n t a s nos descifrará el enigma de ver claudicar en la oratoria el irritant Segnius ánimos demissa per aurem de H o r a c i o ; así e n t e n d e r e m o s c ó m o la elocuencia resulta favorecida p o r la m u c h e d u m b r e de los oyentes, y casi inasequible si se restringe su n ú m e r o ; c ó m o y p o r q u é ahonda la huella en los ánimos m u c h o más que si los m i s m o s conceptos del o r a d o r fuesen comunicados en diàlogo singular ó impresos en el papel, a u n q u e intercediere la maga prodigiosa que apellidamos Poesía. Las constituciones y las loables prácticas de esta casa piden al recién llegado un cortés s a l u d o , una m o n o g r a f í a , u n t r a b a j o q u e , viniendo impreso ya para leerlo, no puede ser verdadero discurso; p e r o , pues recibe n o m b r e de tal, la conexión que le q u e d e con la oratoria basta para obligarme á practicar lo que no ha m u c h o teorizaba. E s t á dicho lo que m e propuse deciros, y d e b o callar y ya m e callo; pero no ha de ser sin declararos c u á n t o m á s rae agradara haber p o d i d o deslizarme silencioso hasta el inmerecido sillón que m e o t o r g á i s , para que se advirtiese menos la disonancia de ser yo quien va á ocuparlo. DISCURSO DEL EXCMO. D. F R A N C I S C O SEN'OE SILVELA Y LE VIELLEUZE ..--J.v / - - . I i - , . .• •y - ' Vv.-' {.. - -v. J:«:.??-.'.:-'- •. ' . ... y íc^-M'fS' V.' V - 'J •'I..-.-. V;,^''/-. .*.' I •. k .. • V, J."':-.. ^ C• iî* v ' . . ' •••••'V-'r.-...-. • 1 Is S STSOR.ES ACADÉMICOS: H a b é i s elegido, en el puesto tan b r e v e m e n t e o c u p a d o por uii insigt;e periodista, á un gran o r a d o r , y nuestro nuevo compañero, con buen a c u e r d o , ha t r a z a d o un precioso cuadro de la oratoria m o d e r n a , en sus m o d o s de producirse, en la elaboración del discurso, y en la manera de actuar sobre el auditorio, asunto en verdad f e c u n d o para su aventajada experiencia y propio para m o v e r el interés por escuchar y recoger los juicios y enseñanzas de tal maestro. Pocas veces el d i b u j o , atrevido y j u s t o a la p a r , el color y relieve que la palabra h u m a n a ofrece á los privilegiados-sabedores de sus secretos, se han mostrado con vigor tan espléndido en un escrito destinado á la pública lectura. iVIe pareció á m í , cuando lo leí para escribir esta respuesta, que no había contestación tan adecuada á él como las manifestaciones d e vuestra aprobación entusiasta, y h u b e de desear no m e impusieran el deber y la cortesía más prolija labor en este saludo que asociarme á el sentimiento c o m ú n , pues d e s l u m h r a d o el á n i m o con tan singulares bellezas, b r o t a n d o en cada p à g i n a , ya una observación perspicaz, ya u n análisis p r o f u n d o , bañados p o r la luz intensa de las imágenes y rasgos de peregrino ingenio — 52 — » como por rayos de sol, toda vibración de !a v o z es pálida y f r í a tras la de nuestros calurosos aplausos. L a elocuencia en la palabra hablada, es facultad á que la Academia ha o t o r g a d o siempre merecido galardón, llamando á su seno á c u a n t o s con f o r t u n a y crédito cultivan arte tan excelente, y no era bien t a r d a r a n en abrirse las p u e r t a s de este Listituto á o r a d o r forense y parlamentario de las condiciones e x t r a ordinarias q u e se r e ú n e n en D . A n t o n i o M a u r a . Sus discursos en el F o r o , en el P a r l a m e n t o , en la t r i b u n a de Ateneos ó A s a m b l e a s políticas ó profesionales, llevan t o d o s el sello de un estilo propio y personal que, no obstante la diversid a d de los asuntos, revelan siempre, y con caracteres m u y p a r e cidos, á el genial artista. J a m á s se advierte en sus oraciones diligencia ni c u i d a d o atento á la belleza de la f o r m a , ni al detalle retórico: desde sus primeras palabras penetra con í m p e t u vigoroso en las entrañas del asunto y sujeta la atención del auditorio por ia acción, atrayéndole á contemplar la lucha resuelta y hasta violenta que emp r e n d e desde luego con las dificultades del p r o b l e m a ó de las situaciones que le han llamado á el combate. Sus conceptos, sus afirmaciones, sus réplicas, desbastan el bloque que tiene delante de sí para labrar la o b r a p r o p u e s t a , no con la minuciosa labor del cincel ó la g u b i a , sino con el golpe del hacha ó del martillo; y es maravilla ver c ó m o va b r o t a n d o la figura del discurso, e r g u i d a , esbelta, de líneas precisas, firmes y severas, de e n t r e las astillas que al c h o q u e de sus palabras saltan sin cesar al aire y cubren en pocos m o m e n t o s el suelo. L a s imágenes que su fantasía p r ó d i g a m e n t e le ofrece, las comparaciones, las metáforas, no son en sus discursos cuadros ó a d o r n o s ó viñetas destinados á recrear al oyente, sino rapidísimas chispas q u e brotan c o m o á su pesar y al descuido del m a terial que f o r j a ó del m u r o que destruye, iluminando impensad a m e n t e la escena y d e s l u m h r a n d o al adversario. A s í se advierte que no dejan sus discursos la impresión dulce. — s a - pero en cierto m o d o desinteresada y tranquila, que despiertan otros g r a n d e s artistas de la palabra h u m a n a , cuando arrebatan el á n i m o por la contemplación de la p u r a belleza, la perfección exquisita del lenguaje, ó la frescura y elevación y g r a n d e z a de sus sentencias y la acertada a r m o n í a y cadencia de sus acentos, á quienes aplaudimos como espectadores ó críticos de su maravillosa expresión; al oir á M a u r a se lucha con él ó contra él; es f u e r z a pasar de oyente á c o m b a t i e n t e ; arrastra el á n i m o y sojuzga la convicción de suerte, que nadie se puede reducir á ser a d m i r a d o r pasivo de su e m p e ñ o , y los rñás ariscos y a p a r tados de él c u a n d o e m p e z a r a á hablar, si tienen el á n i m o libre ó indeciso, se someten á sus vigorosos r a z o n a m i e n t o s y sienten vencida su v o l u n t a d á acompañarle en su intento, y si les d o m i na contradicción irreductible se aprestan á la defensa, pero nadie q u e d a en el reposo, en la pacífica admiración de una obra meram e n t e bella. Discutíase no ha m u c h o tiempo en el Congreso la cuestión llamada catalanista; habían hablado los más conspicuos de entre nuestros oradores, l a m e n t a n d o en variados tonos y bajo diferentes aspectos el d a ñ o de tan tristes discordias en el sentimiento nacional, c u a n d o se levantó M a u r a , que no había alcanzado aún t o d o el relieve y la autoridad que sucesos y gloriosas campañas posteriores han prestado á su n o m b r e y á su palabra, y t o m a n d o el p r o g r a m a de M a n r e s a en la m a n o s u b y u g ó á la C á m a r a con el análisis sucinto de sus bases, enlazando por tan maravilloso arte la exégesis de sus preceptos, el juicio de sus conclusiones, el alcance de cada institución, el a b s u r d o de sus f u n d a m e n t o s , la contradicción eii sus finalidades, que los propios defensores de tal e n g e n d r o q u e d a r o n maltrechos y como avergonzados de haberlo defendido. N o había en el discurso una figura, ni un apòstrofe, ni u n a ruidosa apelación al sentimiento, y el concurso entero seguía aquella despiadada disección suspenso de sus raz o n a m i e n t o s , con cada u n o de los cuales desgajaba u n artículo del m a l h a d a d o proyecto de constitución, y hecho trizas lo a r r o - — 54 — j a b a de sí para que ei viento aventara sus despojos. A p e n a s se oían aplausos, pero se m a n t e n í a en vibrante tensión ese silencio espléndido de las inteligencias, las voces y las voluntades c o n t r a puestas de una asamblea, c u a n d o se someten absortas y s u b y u gadas á una sola voluntad, á una sola inteligencia y á u n a sola voz, como a b a n d o n a n d o el propio pensar y desligándose cada uno de cuanto le rodea para seguir, atento y m u d o , el r a z o n a miento y la palabra del orador. Parecía atleta mitológico, desgar r a n d o con la f u e r z a de sus b r a z o s las fauces del león, descoy u n t a n d o sus huesos y tendiéndolo m u e r t o en la arena para ser arrastrado al Spoliarium; y, en efecto, ello es que desde aquel día no se volvió á n o m b r a r el p r o g r a m a de M a n r e s a en el P a r lamento. L a oratoria es, ó puede ser, un arte bella y un oficio útilísimo; coexisten en ella más í n t i m a m e n t e unidos que en n i n g u n a otra de las producciones humanas, esos dos caracteres, condiciones ó finalidades: la palabra enseña al ignorante, facilita el conoci- miento de la verdad y la justicia á el j u e z ; persuade á el p e c a d o r con razones y avisos que pueden ser por e x t r e m o benéficos sin ser bellos; pero eso IK) le basta al h o m b r e , en Ja naturaleza h u m a n a hay un reflejo de la belleza divina, un sentido singular sin ó r g a n o e x t e r n o que aspira á percibir lo bello d o n d e exista, y á producirlo y á incorporarlo á t o d a labor de su inteligencia y de sus manos. Ese v e r d a d e r o sexto sentido, se vale de ios o t r o s para p r o d u cir en el. alma la emoción estética, mediante la cual vemos y oimos en las cosas algo que no está en ellas, sino en nuestra mente, que al ponerse en contacto con el m u n d o exterior sueña, ó recuerda ó imagina un c o n j u n t o de ideas con virtud para hacer vibrar en nuestro interior el sentido de lo bello, cuando por d o n del cielo ú obra de la cultura y educación h u m a n a , lo poseemos con clara conciencia de su alcance y de sus singulares condiciones. El h o m b r e primitivo, el o b r e r o dei campo, oyen el m u r m u l l o — 55 — del viento entre las hojas, ven nacer y poiierse el sol en horas desiguales; pero solo c u a n d o su alma se pule y acicala mediante prolija cultura, se despierta en ella ese sentido del arte y la poes í a , m e d i a n t e el cual l o g r a m o s oir y ver ^en la selva y en el firmamento mil imágenes exquisitas, reflejos de un m u n d o m o - ral delicioso é infinito; y si para g o z a r de las maravillas de ese m u n d o t r o p e z a m o s con un guía como F r a y L u í s , nos lleva á oir en el aire que orea el h u e r t o m o v i e n d o sus árboles «aquel manso ruido que del oro y del cetro pone olvido», y nos hace contemplar la existencia de u n Ser s u p r e m o y misterioso al p r e g u n t a r s e p o r q u é ei astro del día en el verano «tan presuroso viene quien en las largas noches le detiene». Y, así el h o m b r e , á medida que se perfecciona y eleva su esp í r i t u , v a labrando en los troncos con que sostiene su cabaña los capiteles de la columna y los adorna con las hojas del acanto, y tra za en el suelo los contornos de la sombra, y ordena en escala las hondas sonoras d e las cuerdas, y va incorporando á la satisfacción material de las necesidades de su vida la expresión de u n a necesidad de su espíritu, r e d i m i d o de la esclavitud grosera de los apetitos de la bestia, por la revelación del sentimiento estético, que e m p i e z a p o r poblar los bosques y las aguas de divinidades espléndidas y va haciendo más amable la v i d a , m e diante la c o m u n i ó n de las almas en las sensaciones con que las c o n m u e v e n la a r q u i t e c t u r a , la pintura, la poesía, la escultura y la música. E s e mismo proceso evolutivo de lo necesario á lo bello y del utensilio á el arte se verifica en la palabra hablada, que se pule y a d o r n a con los atavíos de la retórica en todas las aplicaciones de la vida, diversificándose en la c á t e d r a , la asamblea, el f o r o , el p ù l p i t o y la academia, y siendo en v e r d a d la v o z - 56 - ^ articulada del h o m b r e , la más apropiada materia para que en ella se reflejen y expresen todas las h e r m o s u r a s capaces de ser concebidas y sentidas p o r el alma. E s t a doble condición de la oratoria la aparta d e las d e m á s artes p u r a m e n t e bellas, en cuanto á su finalidad capital, en t é r minos d e q u e en ella n o se concibe bien, ni prácticamente se produce, el arte p o r el arte. L a belleza ideal de u n cuadro, una estatua, u n a melodía, c u m p l e su fin, sin e n s e ñ a r , sin c o n v e n c e r , sin llegar á influir sobre el juicio, ni m o v e r en su dirección el r a z o n a m i e n t o ; pero u n discurso elocuente ha menester una materia p u r a m e n t e intelectual, para que sobre ella se dibuje y matice el sentimiento estético, ó una pasión h u m a n a que pueda traducirse en actos, en conclusiones, en reglas de conducta; y c o m o las voluntades y pasiones de los h o m b r e s con nada se g u í a n m e j o r que con el ejemplo y la fe en quienes aspiran á dirigirlos, p o r eso el orad o r , para llegar á la finalidad esencial" de su obra, que es siempre m o v e r las voluntades ó los sentimientos de u n concurso, ha de poner en ella más de su persona, su vida y su p r o p i o valer, que el poeta ó el músico ó el pintor, y así lo expresa elocuentem e n t e San Pablo, c u a n d o dirigiéndose á los corintios, les dice: a a u n q u e yo hablara todas las lenguas de los hombres, y aun el »lenguáje de los mismos ángeles, si no tuviera caridad, v e n d r í a »á ser como la c a m p a n a que r e t u m b a en vuestros oídos y no j m u e v e vuestros corazones.» ( i ) . E n t r a m b o s elementos de la o r a t o r i a , el arte y la r a z ó n , lo bello y lo v e r d a d e r o , persuaden nuestro e s p í r i t u , pesan en las determinaciones humanas, despiertan en el c o r a z ó n amores ó rep u g n a n c i a s , m u e v e n la v o l u n t a d á la acción ó la mantienen en el reposo, pero el peso y la influencia del arte está más sujeto á las alteraciones en la condición del auditorio, que el de la r a z ó n . Ese sentido, por el que percibimos lo bello, que se deja p e r (r) San Pabio: Epístola if^ á los corintios, cap. 13. — 57 — suadir por r a z o n e s que la r a z ó n no c o m p r e n d e , sufre hondas y rápidas m u d a n z a s en la vida de los p u e b l o s , y cambia las cost u m b r e s y estilos de sus oradores y los cánones de la palabra hablada, con imperio irresistible, t R u d a m e n t e expresaba esa alteración de la oratoria Corrnenin c u a n d o al analizar la elocuencia inglesa la c o m p a r a b a con la griega y latina, y decía q u e , en l u g a r de la plegada clámide y la p u r p ú r e a toga r o m a n a , en b r e v e llegarían tiempos en los q u e toda oratoria pudiera representarse con g o r r o de algodón y bata de p e r c a l , como símbolos propios del industrialismo de la época ( i ) . D e s d e q u e esto escribía Corrnenin, se ha caminado m u c h o en tales direcciones : el sentimiento del arte va reduciéndose á alg u n a s escarpadas cimas, c o m o las riquezas de nuestros montes públicos, q u e solo se defienden bien de la devastación allí d o n d e no llega el camino accesible para el A y u n t a m i e n t o ó el cacique; el pueblo -perdió el secreto de aquel e x t e n d i d o sentimiento del d i b u j o y del color que nos revelan las piedras de nuestras catedrales, los hierros de ¡as cancelas, las letras de los escudos y, sobre t o d o , los trajes pintorescos y elegantes de las campiñas leonesas, andaluzas y castellanas, vencidos hov en todas partes p o r el p a n t a l ó n , la blusa y la falda de percal planchado; las clases medias, y aun las intelectuales que con más afición y e m p e ñ o se ofrecen para dirigir el espíritu nacional p o r nuevos d e r r o t e ros, a b o m i n a n de ios estudios clásicos, no se explican qué interés p u e d e haber en el conocimiento de lenguas, en las que no se tratan negocios, ni se giran letras, ni se escriben las guías de los ferrocarriles, y si bien todo esto no llega ni llegará nunca á arrancar del m u n d o el d o m i n i o eterno de lo bello, es indudable que el elemento p r o p i a m e n t e artístico, visiblemente se a m e n g u a en la s u m a de factores que constituyen la vida de cada instituto h u m a n o , y adviértese ese decrecimiento m u y á las cla(i) Les oraieurs de la grande Bretagne. Paris, 1841. - 58 - ^ ras en el m o d o de sentir las asambleas así aristocráticas como populares las impresiones del p u r o arte. A p e n a s si la música, la más sensual de las artes bellas, conserva a l g ú n débil y d i s p u t a d o i m p e r i o p a r a reunir de buen g r a d o y en disciplina de inseguro silencio u n o s cuantos g r u p o s de nuestras más escogidas clases sociales; la poesía, la lectura literaria huyeron del comercio de la vida c o m ú n en el m u n d o elegante y hoy parecerían tan extrañas en los salones c o m o un g u a r d a ' i n f a n t e ó u n o s chapines de tres corchos; y del propio m o d o m e n g u a en los parlamentos y ateneos el gusto p o r las bellezas de la f o r m a , los esplendores de la imaginación, los cuadros y descripciones de la naturaleza; y los espíritus piden, para ser guiados y convencidos, resultados de investigación, noticias de hechos, análisis de cosas v personas, soluciones p r ó x i m a s y concretas para la dificultad ó p r o b l e m a del día. E n el filtro que á los auditorios contemporáneos han de ofrecer los oradores para inducirlos á a m a r ó á aborrecer, hay que reducir á dosis homeopáticas la literatura y" el arte, y reemplazarlas p o r la ciencia, la v e r d a d acreditada, la lógica y la proporción en el r a z o n a m i e n t o , y sobre t o d o y hasta d o n d e lo consienta la probidad o r a t o r i a , v i r t u d la m á s rara y frágil de cuantas he tratado en el m u n d o , no olvidar, que si un discurso ha de arrastrar v c o n m o v e r á las democracias, señoras p o r lo c o m ú n de nuestras reputaciones y nuestros t r i u n f o s , es indispensable llenar en él estas dos condiciones; que suene bien y que p r o m e t a algo. E s t a dirección del espíritu m o d e r n o da cada día más importancia y m a y o r e s aplicaciones á la o r a t o r i a , que nuestro n u e v o c o m p a ñ e r o llama con propiedad militante, sin d u d a practicada en alguna medida p o r los maestros de Grecia y R o m a , pero sin alcanzar e n t r e ellos el valor que logra en nuestras asambleas, ni dejar en sus textos, ni aun en sus historias la huella hondísima de las estudiadas y escritas arengas de los g r a n d e s oradores griegos y latinos. Son, en efecto, esos dos géneros, esencialmente distintos y res- - 59 — ponderi á la diversa manera de sentir el a r t e , las edades del m u n d o en que nacieron, entendiendo por tal arte no lo que • crea un espíritu privilegiado y singular á quien Dios otorga sus favores, ni lo que se atesora en los M u s e o s para recreo de u n o s pocos, pues de eso hay y habrá ejemplares y manifestaciones grandiosas en todas las edades, sino lo que está incorporado á la vida del pueblo c o m o sentimiento propio y natural de su ser. Grecia creó su oratoria por el modelo y el procedimiento con que labró sus estatuas: Demóstenes, Isócrátes y cuantos en A t e n a s y en R o m a f u e r o n sus i m i t a d o r e s , consideraban la i m provisación cual cosa mercenaria y ajena al arte del orador, y tan contraria á su fin como estiman hoy desatinado los p i n t o r e s , c o m p o n e r y d i b u j a r de m e m o r i a , sin modelos de la naturaleza y sin buscar la propia luz que han d e llevar al c u a d r o . Plutarco, en la vida de Demóstenes, refiere que algunas veces en las asambleas públicas, hallándose presente el gran o r a d o r , el pueblo ó sus contrarios le excitaban á hablar y negábase á hacerlo diciéndoles que no estaba preparado; declaración humilde á la que no se a v e n d r í a hoy el más modesto de nuestros tribunos, y que significaba el culto del artista á la obra escultural destinada á emular con las de los Fidias, Lisipos y Praxiteles, y á d u r a r tanto como ellas. L a musa de la improvisación es muy diferente; libre, ligera, no levanta el ánimo á las contemplaciones cuasi religiosas de aquella belleza ideal que con la p u r e z a de las líneas apaga los estímulos fisiológicos de los sentidos; atrae, seduce y sugestiona p o r la elegancia y agilidad de sus movimientos y las transiciones rápidas en la expresión de su rostro más que por las perfecciones académicas de su c u e r p o ; m u e v e las pasiones excitándolas en lo que c o m p r e n d e es más tentador para ellas; se hace la c o m p a ñ e r a de las flaquezas ó de las energías del auditorio para arrastrarle á la acción inmediata, no para hacerle pensar m a d u r a m e n t e sobre el caso; es seductora, irresistible singularmente e n t r e la gente latina, en quien mueve mayores y más persistentes — 6o — amores la gracia que la belleza, y es tenida p o r mayor supérior i d a d la p r o n t i t u d del ingenio que los aciertos tardíos de lá meditación y el estudio, y se acomoda m e j o r á las condiciones de las asambleas deliberantes d o n d e solo p o r r a r a excepción se t r a t a n asuntos ni se delibera sobre resoluciones, siendo su propia y más habitual labor asegurar ó disputar el i m p e r i o de las personas, ó la dominación d e los partidos. T a n cierto es ello, que las g r a n d e s glorias de la improvisación oratoria se p r o d u c e n p o r lo c o m ú n en medio de las luchas violentas de las revoluciones para prepararlas unas veces, otras para agitarlas en su desenvolvimiento 6 precipitarlas á su fin ó e n cauzarlas en lo que de ellas se pueda recoger c o m o útil y fecundo. A d m i r a b l e m e n t e e x p o n e nuestro n u e v o c o m p a ñ e r o la condición propia del arte oratorio: ante todo es coloquio í n t i m o , f u sión de ideas e n t r e el o r a d o r y cuantos le escuchan, pero es además c o m b a t e con el adversario, á quien i m p o r t a aplastar a r r o j a n d o sobre él Ja t u r b a de Jos indecisos, ó levantando para luchar y vencer, el á n i m o de los que nos siguen. Es, p o r tanto, la obra del o r a d o r político acción t a n t o como exposición, y e n t r e los m u c h o s preceptos del arte de H o r a c i o q u e i m p o r t a al o r a d o r tener en cuenta, n i n g u n o ha de ser más obedecido en estos tiempos que aquel en q u e aconseja al poeta d r a m á t i c o h u y a de Jos—versus inopes rerum ungceque canora—y f u e r a de algunos m o m e n t o s de pasión desbordada c u a n d o se atiende á las esper a n z a s de los actos m á s que al valor p r o p i o de las palabras; el o r a d o r hoy, para ser escuchado con interés, ha de p r o c u r a r , ante todo, n u t r i r sus discursos con soluciones concretas, reglas p r á c ticas de conducta, juicios claros de sus adversarios, profesión de ideas definidas sobre las cuestiones que interesen ó preocupen á sus conciudadanos. L a obra del orador, p o r esa condición tan exacta de coloquio de las almas, se hace más difícil, m u e v e m e n o s los espíritus, no aparece tan grandiosa y considerable c u a n d o atraviesan Jos pue- — 6 i — blos períodos de cansancio ó s u f r e n depresiones nerviosas que les inclinan á no desear coloquio ni conversación con nadie, pues en tal estado del espíritu nacional i m p o r t u n a el sonido mejor acordado, hiere al débil la luz del sol que. alegra y despierta al sano, y se bajan insensiblemente las voces entre los que r o d e a n y cuidan al e n f e r m o ; y el q u e en semejante situación del c o m ú n sentir y pensar alza el tono de sus acentos, corre el riesgo de pasar por desatinado ó loco. E s t o debe inclinarnos á nosotros en estos días de color apag a d o y de tonos grises, á h o n r a r y agradecer más a ú n ios esf u e r z o s de los g r a n d e s oradores políticos que no desmayen e n , su apostolado esperando despertar con sus acentos las actividades y las energías adormecidas de esta España, á la que con r a z ó n se le ha llamado magna virum mater, la m a d r e más gloriosa de los más insignes varones y que ha sido en la historia una de las más g r a n d e s f u n d a d o r a s , de pueblos, civilizaciones y n a c i o nalidades. H o y desmayada é inerte contempla cómo se agitan y se disp u t a n sus h o m b r e s de E s t a d o la dirección de los asuntos p ú blicos, no á título de mandatarios ó servidores suyos, sino á m o d o de gestores oficiosos de un negocio a b a n d o n a d o p o r su legítimo d u e ñ o y en el cual éste no t o m a responsabilidad ni pone c u i d a d o ; los mismos gestores parecen entenderlo asi y no se sienten a u t o r i z a d o s con aquella seguridad en su derecho, que da el a p o d e r a m i e n t o del d u e ñ o legítimo para gestionar sus i n tereses y p r o m o v e r los mejoramientos del f u n d o d e s a m p a r a d o y pesa sobre su voluntad u n a impresión de interinidad y endeblez que hiere m o r t a l m e n t e sus energías y les reduce á vivir al día. E s de esperar q u e la Providencia, cesando de castigarnos con los repetidos y crueles golpes sufridos en el pasado siglo, nos o t o r g u e a l g ú n r e s p i r o , y d u r a n t e él, cobre lentamente el país sus perdidas f u e r z a s ; se restaure su sistema nervioso d e p r i m i d o ; riegue de n u e v o vigorosa sangre sus debilitados ó r g a n o s y — ()2 — hallen así los oradores insignes del presente y del porvenir, interlocutor p r o p o r c i o n a d o á sus alientos, capaz de e n g r a n d e cer el impulso de su elocuencia y elaborar en í n t i m a unión, obras p e r d u r a b l e s y progresivas. E n t r e t a n t o , y mientras ese día amanece, siempre será para ellos u n a gloria y un apostolado meritorio emplear su palabra fortalecida por sus obras y sus sacrificios en r e q u e r i r al país á fin de que acuda con eficacia á la obra a b a n d o n a d a de g o b e r n a r y regir sus propios destinos. H o y , si alguno les p r e g u n t a al advertir la aparente temeridad de su predicación ¿ q u é dices, por fin, de ti mismo? h a b r á n de contestar, en conciencia, algo parecido á lo que replicó San J u a n á los que así le interrogaban por su misión en las orillas del J o r d á n : a Y o soy la voz del que clama en el Desierto», pero q u i z á su v o z esté llena de fecunda fe como la del P r e c u r s o r , y ellos asienten pensando hay e n t r e nosotros un espíritu y una verdad á quienes todavía no conocemos, de las que v e n d r á la salvación del pueblo. H E DICHO. .-'i-, . . -, V ' Wf . mmmsmmÊMimmmm v ß m m ' TTÍ • 'Jti i' ^'"^'•"/•''.tiX'/-" • 1- fi .T' • FE':