CREADORES DE SOMBRAS Un ejercicio de exploración de la conducta humana FICHA TÉCNICA: Título original: Fat Man and Little Boy Nacionalidad: EEUU Año: 1989 Dirección: Roland Joffé Guión: Bruce Robinson, Roland Joffe (basado en una historia de Bruce Robinson) Producción:Tony Garnett Dirección de Fotografía: Vilmos Zsigmond Montaje: Francoise Bonnot Dirección Artística: Larry Fulton, Peter Lansdown Smith Música: Ennio Morricone Efectos Especiales: Fred Cramer Reparto: Paul Newman (Gen. Leslie R. Groves), Dwight Schultz (J. Robert Oppenheimer), Bonnie Bedelia (Kitty Oppenheimer), John Cusack (Michael Merriman), Laura Dern (Kathleen Robinson), Ron Frazier (Peer de Silva), John C. McGinley (Richard Schoenfield), Natasha Richardson (Jean Tatlock), Ron Vawter (Jamie Latrobe), Michael Brockman (William "Deke" Parsons) Duración: 126 min. (Color) Estudio: Paramount SINOPSIS: El general Groves es un veterano militar norteamericano, ansioso por ir a combatir a Europa contra los nazis. Pero recibe otra misión, aún más importante: fabricar una bomba atómica antes que los alemanes. Lo primero que hace Groves es elegir un físico brillante que pueda servir de líder a un grupo de científicos de las más variadas nacionalidades, la flor y nata de la física, la química y la ingeniería de su tiempo. La elección de Groves recae sobre Robert Oppenheimer, un hombre de indiscutible genialidad pero altamente polémico por sus simpatías hacia el comunismo. Así empieza el ultrasecreto Proyecto Manhattan. HOJA INFORMATIVA Nº 96 Noviembre 2005 COMENTARIOS: Tras forjarse una importante reputación como director de teatro y televisión en el Reino Unido, Roland Joffé sorprendió a la crítica internacional con sus dos primeros trabajos en la gran pantalla. El éxito que obtuvieron Los Gritos del Silencio (premio de la Academia Británica a la mejor película de 1984) y La Misión (Palma de Oro en Cannes en 1986), le convirtieron en muy poco tiempo en uno de los cineastas más prometedores de los años ochenta. Su cine denota una cierta tendencia al cine político y social que no tardaría en encasillarlo como continuista del género iniciado por Constatin Costa-Gavras. Su tercera película, Creadores de Sombras, traza una visión crítica sobre el proceso de diseño y construcción de la primera bomba atómica (el conocido Proyecto Manhattan), lo cual animó a muchos críticos a confirmar esta tesis. Sin embargo, es evidente que el trabajo de Joffé no pretende en ningún caso quedarse en la mera denuncia. Los campos de exterminio de Camboya, el genocidio indígena en Sudamérica o los efectos devastadores de la era atómica, no son en esencia más que escenarios en los que la Humanidad muestra sus luces y sombras con mayor virulencia. Su verdadero interés se encuentra en la exploración de la conducta humana, enfrentando la racionalidad del hombre a situaciones y planteamientos morales extremos. El espectador asiste a la exposición de dos visiones diametralmente opuestas sobre un mismo problema, que encuentran su sentido en la antítesis, en la existencia del contrario, para a partir de ahí poder sacar sus propias conclusiones. La Misión se desarrollaba ya desde este esquema, mostrando a dos jesuitas en su afán de crear una sociedad libre para los indígenas guaraníes. El padre Gabriel confía ciegamente en el poder de la fe y la razón para conseguirlo, mientras que Rodrigo Mendoza no concibe otro medio que no sea la fuerza de las armas. En Creadores de Sombras, Joffé da un nuevo paso hacia delante en su discurso. La lucha ya no se plantea únicamente entre razón y fuerza sino también entre moralidad y voluntad de poder. Robert Oppenheimer simboliza el viejo debate entre ciencia y moral: el científico que juega conscientemente a ser Dios, a demostrar el control del hombre sobre las leyes del Universo y se niega sin embargo a cruzar la frontera del planteamiento teórico hacia la praxis. El general Groves por el contrario representa el nihilismo extremo enunciado por Nietzsche: la convicción de que no hay verdad alguna, de que no hay ninguna naturaleza absoluta de las cosas, de que los valores supremos existentes hasta ahora carecen de total validez. Su falta de conciencia está solo a la altura de su determinación. Nietzsche entiende la vida como “instinto de crecimiento, de duración, de acumulación de fuerzas, de poder; donde falta voluntad de poder hay decadencia”. Por lo tanto, los valores son hostiles a la vida misma, la oprimen provocando en aquel que los acepta la alienación de su existencia. Para Groves, la fortaleza de la vida radica en la voluntad de dominio y no en la de autoconservación. Por eso rechaza plantear la bomba como simple advertencia hacia el enemigo: la bomba “debe” utilizarse como arma de ataque para poder adquirir sentido. Las protestas de los científicos contra el proyecto son sólo síntomas de una sociedad débil, anclada en un humanismo decadente. Oppenheimer comienza su trabajo creyendo firmemente en la necesidad de limitar sus actos, pero los argumentos de Groves harán tambalear sus convicciones progresivamente. La construcción de la bomba irá pareja a lo largo del film a su propia destrucción personal. Una vez despojado de sus principios, nada le impide experimentar plenamente el dominio destructor del hombre. “Little Boy” arrasa Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Tres días después, “Fat Man” hará lo propio en Nagasaki. Oppenheimer puede contemplar sin remordimientos la grandeza y la catástrofe de su obra. “La verdadera sabiduría se basa en la moral. Del hombre depende que la ciencia sea inmoral” (Andrei Tarkovsky. Solaris, 1972)