rezaba Don Bosco? - Salesianos Uruguay

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¿Cuándo rezaba?
En base a “Don Bosco: Historia y carisma”de Arthur Lenti.
Nadie duda hoy de que Don Bosco fue un santo, un gran santo. Por eso llaman la atención
algunas de las objeciones que durante el proceso de canonización se presentaron contra su
santidad. Para entenderlas, hay que partir de que, aunque se sepa que no todos los santos son
iguales, sucede frecuentemente que los hombres, consciente o inconscientemente, miden la
santidad de una persona confrontándola con la idea de santidad que tiene en su imaginación.
Don Bosco era un hombre que vivió toda su vida cristiana caminando por caminos desacostumbrados, saliéndose del marco habitual. Esto lo hacía grande a la vista de
todos, pero no necesariamente santo a la vista de algunos. No hay que pensar, sin embargo, que los que tuvieron el deber de juzgar la vida y las obras de Don Bosco
en los procesos de beatificación y canonización los hicieran con mala intención. Declarar a uno santo era, y es,
una cosa muy seria, que tiene una gran trascendencia
espiritual para la vida de la Iglesia, pues supone convalidar un modo de ser cristiano y de vivir auténticamente el
Evangelio.
De las varias objeciones que los censores, o «abogados
del diablo», presentaron en el proceso una muy llamativa
es la falta de oración: ¿cuándo rezaba Don Bosco? La
pregunta apuntaba hacia los momentos de oración, es
decir, al hecho de que por sus múltiples ocupaciones a
Don Bosco no le quedara el tiempo suficiente para dedicarse a la oración. Incluso había tenido que pedir la dispensa de rezar el breviario (la oración
litúrgica abreviada en un libro, que tienen obligación de rezar los sacerdotes). Una objeción
importante en aquella época, pues no se concebía un santo sin una prolongada vida de oración.
Hoy lo importante para una persona de acción no es el tiempo material que dedica a la oración, sino el ser un hombre de oración. Ciertamente no faltaron en la vida de Don Bosco momentos intensos de oración: las prácticas de piedad hechas con seriedad; la preparación y la
acción de gracias antes y después de la misa; el recogimiento en su cuarto, los Ejercicio Espirituales hechos y dirigidos por él, etc. La dispensa del rezo del breviario, no fue por falta de
tiempo para rezarlo, sino por la imposibilidad de hacerlo debido a la enfermedad de los ojos.
Sin embargo, para contestar a la comprometida objeción de la aparente falta de oración, los
defensores de la causa, en lugar de aducir numerosos testimonios sobre la oración de Don
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Bosco, tuvieron el acierto de ir a la raíz de la cuestión. Examinaron a fondo su experiencia
religiosa, a la luz de algunos elementos esenciales de la ascética clásica y de la enseñanza de
autores bien acreditados, y llegaron a la conclusión de que toda su vida, los dones
sobrenaturales recibidos, los actos externos realizados, su perfecta conformidad a la voluntad
de Dios, la excelencia de su caridad, etc., se deben a una perfecta correspondencia al don de
la contemplación y al ahaber conseguido una mística unión con Dios. En resumen, la
respuesta a la pregunta ¿cuándo oraba Don Bosco? estaba en el cambio de la pregunta,
atribuido al mismo Pío XI, ¿cuándo no oraba Don Bosco?
La apertura de Don Bosco a la sociedad y a la modernidad tenía un claro reflejo en la
distribución de tiempos en la jornada. El ideal del santo clásico era distribuir el día en tres
tiempos iguales: un tercio para la oración, un tercio para el trabajo, un tercio para el reposo.
Don Bosco no compartía ese ideal. Por el contrario, era muy sensible a la acusación que los
anticlericales esgrimían contra los frailes, de que vivían del trabajo de los demás. Don Bosco
sentía horror a que sus salesianos fueran acusados de parásitos. Por eso no quiso ni para él ni
para su Congregación ni siquiera el lema benedictino de trabajo y oración, sino el de trabajo y
templanza. El espíritu de oración debía impregnar toda la jornada, pero las prácticas de
piedad no ocuparían más que una pequeña parte. Al trabajo, en cambio, había que darle
mucho más tiempo en el día y debía ser hecho con responsable intensidad. Es decir, Don
Bosco creía en el valor de la acción y tenía un sentido realista de la caridad, que se concretiza
en los hechos. Por eso trabajó sin reservas. Descansaremos en el paraíso, solía decir. Murió
gastado, consumido por su trabajo. Cumplió a rajatabla su lema de trabajo y templanza, un
binomio inseparable, que lo acompañó durante toda su vida y que defendió y tradujo en
práctica la vitalidad de su caridad apostólica. Lo tenía tan claro y lo practicaba tan
visiblemente que podía decir: «A la Congregación Salesiana se entra para trabajar: los
holgazanes no son para nuestros noviciados».
En Don Bosco no existió dicotomía alguna: el gran amor a Dios lo hacía amar y trabajar
incansablemente por los necesitados. Pese al enorme trabajo, Don Bosco supo armonizar su
vida interior y el servicio de los jóvenes, la unión con Dios y el compromiso educativo, la
profunda espiritualidad y el Sistema Preventivo. No era nada nuevo, sino la más pura ascétiva
evangélica, aunque no todos fueran capaces de verlo. Y en Roma o en Turín muchos no
aceptaban o no entendían esta forma de vivir la santidad.
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