V Congreso Nacional de Ciencia Política, SAAP, 14 al 17 de noviembre de 2001 Prieto, Osvaldo Emilio DNI: 16.529.983 E-mail: [email protected] Tel: 0583-4634363 Universidad Nacional de Río Cuarto Panel: Ciudadanía Social y Neoliberalismo, Waldo Ansaldi Titulo: REFLEXIONES EN TORNO AL “MANDAR OBEDECIENDO” NEOZAPATISTA Osvaldo Emilio Prieto* El movimiento campesino indígena iniciado el primero de enero de 1994 en el estado mexicano de Chiapas se erigió en uno de los símbolos contemporáneos de las múltiples y heterogéneas reivindicaciones sociopolíticas latinoamericanas. Este conflicto tuvo, y tiene, fuerte impacto en el ámbito de las reflexiones filosófico-políticas actuales marcadas por los procesos de transformaciones estatales de las últimas décadas. En esta comunicación nos introducimos en el análisis de la utopía democrática neozapatista condensada en su fórmula política más conocida: el “mandar obedeciendo”. El levantamiento fue vinculado al accionar de grupos pertenecientes a una clásica organización político-militar de tendencias marxistas leninistas cuya dirigencia supuestamente trataba de utilizar a estas poblaciones con fines ajenos a las mismas; muchos asociaron a esta movilización, también, al activismo de teólogos de la liberación de larga actuación en este estado. Sectores provenientes de distintas expresiones revolucionarias de izquierda actuaron y actúan en esta región; la influencia de la iglesia chiapaneca, principalmente a través del ex obispo de Chiapas Samuel Ruiz (en el marco de las profundas tradiciones religiosas de estas poblaciones) y el activismo de militantes católicos (catequistas) e incluso de la iglesia evangélica, son elementos imposibles de desatender al momento de analizar esta insurreción. Sin embargo, los objetivos y demandas de la misma tomaron rumbos insospechados, no necesariamente contrapuestos a las tendencias mencionadas anteriormente en algunas de sus expresiones, pero si reducidos al plano de las reivindicaciones ciudadanas dentro del estado nacional. La búsqueda de una nueva relación * Universidad Nacional de Río Cuarto, Facultad de Ciencias Humanas, Dpto. de Historia, Centro de Investigaciones Histórica, SeCyT. entre gobernantes y gobernados, el discurso democratizador del EZLN, la vocación de hacer protagónica a la “sociedad civil” y a la vez insertarse en ella, las presiones de los insurrectos para resustancializar la política o que la misma no se reduzca a una “profesionalización elitista”, entre otros elementos, asombró a la intelectualidad mundial y reavivó esperanzas en torno a la búsqueda de algo que siempre peligró en el contexto de las modalidades adquiridas por el capitalismo mundial en los últimos tiempos y nuestras transformaciones sociopolíticas consecuentes: nos referimos a la construcción de, si se quiere, renovados paradigmas en el relacionamiento entre estado y sociedad, de una democratización social que contemple lo diverso con basamentos en la esfera de la misma dignidad humana; que quepamos todos en la sociedad y que el que mande, mande obedeciendo, son los principios rectores en esta lucha. El hecho de que ese impulso haya sido protagonizado por grupos de campesinos e indígenas, en gran medida, por componentes herederos de las “bases ancestrales” de nuestra heterogénea región, explica también el asombro señalado, sobre todo para aquellos que ignoran las problemáticas históricas y actuales que afectaron y afectan a estos grupos humanos como así también la histórica dinámica de resistencia, organización y luchas de los mismos. Si bien es cierto que con este movimiento emerge una suerte de sincretismo revolucionario cuyos componentes se vinculan a líneas de pensamiento y prácticas sociopolíticas diversas (visones provenientes de distintos sectores de la izquierda revolucionaria latinoamericana, derivaciones del activismo de teólogos de la liberación y tradiciones indígenas) consideramos que todas ellas confluyen a partir de reformulaciones o resignificaciones, conjuntamente con el imaginario revolucionario mexicano, en las demandas de democratización social mencionadas. Mucha tinta ha corrido desde que ese primero de enero de 1994 un grupo de campesinos e indígenas armados (principalmente a través de la palabra), con una voz que despertó el interés en diversos círculos por su originalidad e impacto mediático (me refiero a Marcos) se manifestaron estruendosamente denunciando la explotación ancestral de la que fueron y son víctimas; grupos que a la vez se pronunciaron contra el sistema político local, nacional y contra la dinámica capitalista actual. Desde el campo intelectual, distinguidos analistas se han expresado; valiosos y significativos trabajos se ocuparon del tema. También se ha escrito a la ligera. Hemos notado en muchos casos la desatención o el desconocimiento del “mundo maya”, de sus tensiones y transformaciones, por parte de la intelectualidad mundial que se lanzó a escribir o se expresó sobre esta problemática atraída principalmente por la figura de Marcos (tanto defensores como detractores de la misma). Es que, en gran medida, ciertas tradiciones y prácticas sociopolítica de distintas comunidades resultan esclarecedoras para la comprensión del discurso democratizador neozapatista y, por supuesto, del propio Marcos. Parte de esta comunicación puntualiza algunos de los componentes que explican el “mandar obedeciendo” como fórmula política central en esta conflictividad, fórmula que manifiesta una concepción democrática radical en donde la división entre gobernantes-gobernados intenta ser resuelta en el autogobierno; desde la perspectiva de los movilizados, en la autonomía. La universalidad de esta reacción tiene que ver con la formulación de cuestionamientos éticos y políticos comunes a numerosas sociedades en nuestros tiempos, pero en las “particularidades” socio-políticas y culturales de estas poblaciones es en donde queremos hacer notar también esa universalidad, sumándole a ello el hecho de que las mismas son, claro está, integrantes de la ciudadanía del estado nacional. Realizamos una lectura de esta conflictividad desde nuestro espacio intelectual y lugar de enunciación teniendo en cuenta su especificidad; pero si bien teorizamos desde esos lugares, no debemos olvidar que estamos inmersos en procesos mayores signados por diversas problemáticas comunes que afectan a bastas franjas sociales, problemáticas emergentes en conflictividades como éstas; principalmente las vinculadas a la esfera de la ciudadanía. Por lo tanto, lo hacemos también desde una realidad histórico-empírica única y diversa contextualizada en nuestro devenir latinoamericano. Ello viene a cuenta al momento de considerar que los distanciamientos entre nuestra “academia” y nuestras “teorizaciones” con respecto a las realidades sociales conflictivas y desesperantes es muchas veces patética; nada más importante que reconocer, nos planteó Roig, que muchas veces lo nuevo, lo que verdaderamente muestra en su contexto la historicidad del hombre y su lucha por patentizar su alteridad, no está en las filosofías académicas, sino en el “discurso político” de los marginales y explotados y que por ahí avanza precisamente un pensamiento que tendría que haber sido asumido en el quehacer formalmente filosófico (en Garcia, 1989:200). De ese “discurso político” nos ocupamos analizando la palabra neozapatista; realizamos nuestra lectura de lo sucedido teniendo en cuenta sus inevitables e innumerables mediaciones; nos alejamos al mismo tiempo, queremos aclarar, de una lectura meramente pasiva de los hechos1. Por otra parte, en esta conflictividad se significa uno de los ejes centrales en torno al cual giran las dinámicas ideológicas en América Latina; si lo ponemos en términos de Biagini cuando reflexiona sobre el devenir ideológico latinoamericano, decimos que en ella se manifiesta una coordenada vertebral para el historiador de las ideas, la cual se vincula con la pugna por la liberación de nuestros pueblos, como también, con las racionalizaciones que se han formulado para entorpecerla. En ese terreno nos movemos bipolarmente, entre una mentalidad elitista y proimperial y la configuración de posiciones demitificadoras que apuntan a una forma de desarrollo integral, equitativo y soberano, aunque sin obviar la enorme variedad de matices y mediaciones que intervienen en ambos casos (2000: 87-89). Aspectos constitutivos del discurso democratizador neozapatista Los neozapatistas formularon mensajes políticos con fuertes contenidos críticos y a la vez programáticos; tomaron y utilizaron la palabra como arma de lucha en una suerte de irrupción mediática de estas comunidades; no solo la tierra, se ha dicho en lenguaje revolucionario, es de quien la trabaja, si no también la palabra. La resistencia se constituye aquí en intento o espacio de construcción dentro del estado nacional; de modo que esta reacción no tiene connotaciones destructivas como lo acontecido en otros escenarios mundiales signados también por la emergencia explosiva de racionalidades locales, étnicas 1 Roig señala a lo historiográfico como ámbito en el que interactúan las categorías de realismo y utopía puntualizando: ....un realismo que ha caracterizado esa otra forma discursiva que algo tiene que ver con el destino de los pueblos y que es la historiografía (...) Se trata de un uso de la categoría de lo real que parte del supuesto –no siempre consciente- de que algunos tienen la capacidad de captar las cosas mismas(...) No se habla de una construcción de lo real y sus inevitables mediaciones sino de una lectura pasiva que nos la dictan los hechos(...) Ingenuidad, falsa consciencia, ignorancia y hasta carencia de humildad es lo que caracterizan a historiadores de ese tipo (en Peñafort, 1995: 19). o nacionalismos enmarcados en las crisis de diversos estados plurinacionales. Si bien el mundo maya no es homogéneo, son comunes algunas prácticas sociopolíticas en las comunidades tzeltales, tzoltiles, choles o tojolabales; numerosos integrantes de ellas participan del levantamiento. Tomamos, en esta oportunidad y en función de la comprensión de esas prácticas, los aportes de Carlos Lenkersdorf, filósofo lingüista, estudioso de las comunidades tojolabales. Producto de ese trabajo fue la elaboración de un diccionario tojolabal-español, primer y único diccionario después de 500 años de coexistencia de esas dos lenguas. Quien señala este hecho, Ana Ceceña, analista de la problemática, publicó una entrevista que le realizara a Lenkersdorf (en Rev. Chiapas, N°7), entrevista que utilizaremos en esta ocasión para introducirnos en la visión sociopolítica de estos grupos la cual nos explica en gran medida la formulación del “mandar obedeciendo”. Llama la atención a otro lingüista, Luis de la Peña, la utilización constante de aparentes contrarios en el discurso zapatista, recurso poético denominado “oxímoron”: se reúne contrarios y se les da un nuevo sentido (en Moreno, 1998: 36). En la Quinta Declaración de la Selva Lacandona aparece un fragmento político-poético que podemos tomar como ejemplo: Nosotros somos la oscuridad que brilla, el silencio que habla, la máscara que muestra, la resistencia que vive. El “mandar obedeciendo” se vincula también con estas formas de utilizar y dar nuevos sentidos o significaciones a las palabras, fórmula política que se erige en fuente de legitimidad para cualquier tipo de autoridad en el discurso neozapatista. Esas formas de “oxímoron” emergen del lenguaje cotidiano de las comunidades y marcan algunos discursos neozapatistas como los del propio Marcos. En la entrevista señalada, se puntualiza que dicha fórmula no nació el primero de enero de 1994, se puede rastrear en el pasado remoto de las comunidades. Estas apreciaciones son realizadas por Lenkersdorf tomando como ejemplo la estructura y contenido linguistico de algunas expresiones en lengua tojolabal; la siguiente es ilustrativa: Kujtiki mandar ‘ay kujtik, enunciación presentada como expresión corriente referida a las autoridades de una comunidad. El analista señala: Kujtiki es un pronombre personal que indica origen o causa; está en la primera persona del plural, forma general. Es decir, se habla del “nosotros” en el sentido de que nosotros somos la causa o el origen del hecho de que ellos sean autoridad. Luego prosigue analizando el “mandar ‘ay”: la voz mandar se deriva, por supuesto, del verbo español. En tojolabal sólo tiene el sentido de dar órdenes. En combinación con el verbo estativo ‘ay, sin embargo, corresponde a recibir órdenes. Termina el análisis de la frase puntualizando el término Kujtik: la última palabra de la oración nos indica quienes son los que dan órdenes. Ya los conocemos, son los nosotros, en el sentido de ser el origen o la causa de un acontecer. Es pues, el nosotros que da órdenes a nuestras autoridades a aquellos que son autoridades gracias al nosotros (en Ceceña, 1999). El análisis de esta enunciación nos aproxima a la particularidad sociopolítica de ese “mundo” y su vinculación al mandar obedeciendo. Es una cultura del nosotros la que se evidencia. La terminación tik es permanente en el lenguaje de las comunidades y ella “significa” el nosotros, expresión que predomina no solo en el lenguaje sino también en la vida, en el actuar, en la manera de ser, señala Lenkersdorf. En este contexto, el accionar de una autoridad no es visualizado como actividad desconectada de la vida cotidiana del conjunto comunal; los gobernantes no son percibidos como autoridades que dan órdenes sino como los actores que las reciben y deben expresar el sentir general manifestado a través del control permanente del “nosotros comunitario”. Una asamblea ejidal o comunal, prácticas históricas en las comunidades, pueden constituirse en ejemplo de ello. Tal como lo expresa el entrevistado: el nosotros representa el principio de organización de las relaciones socio-políticas, son relaciones horizontales entre iguales, cada uno tiene su cargo específico, pero todas están bajo el control del nosotros, que vigila a fin de que nadie se convierta en manipulador o mandón de la comunidad (en Ceceña, 1999). La orientación manifiesta en el discurso político de estos grupos visualiza al quehacer político como un trabajo más, como el de la tierra o el relacionado al ámbito de lo sagrado, todos ellos interconectados. La protección de la comunidad es la protección misma de la familia y del individuo, plano invertido de las tendencias globales. La figura de Marcos, la cara más resonante de la movilización, en este caso tiende a transformarse en un componente más del conjunto; si bien es cierto, su liderazgo se impone, hecho marcado y tal vez sobredimensionado por sus mitificadores como así también por sus detractores. De todas maneras, él no inventó las causales de la insurrección. Sin Marcos, debemos señalar, la lucha no hubiera adquirido el impacto mediático que logró gracias a su discurso político-poético que encuentra fuertes basamentos en las prácticas comunitarias de este mundo. El mérito de Marcos es haber presentado a la opinión pública mundial esta realidad en continua resistencia, históricamente sin voz en el contexto nacional y global, y proyectarla en sentido constructor. Uno de los antropólogos más reconocidos de México, Armando Bartra, expresaba: Dice el mito tzoltzil que el ladino se robó el libro (...) a resultas de esa ratería originaria, a los indios se les llama ignorantes y los ladinos se proclaman hombres de razón (...) otro ladino les devuelve el libro a los mayas de Chiapas. Por su mediación, desde le primero de enero de 1994 la palabra india navega por la red (1998:38). Otro de los méritos de Marcos es haberse dejado impregnar por ese mundo, suavizar antiguas concepción revolucionarias y sacarle al poder priista el monopolio del nombre de Zapata (Yvon Le Bot, 1998); reiteradamente Marcos señala ese cambio. Al hacerlo, se alejó también de ciertas practicas paternalistas y manipuladoras. La postura neozapatista frente a la represión, como también en los momentos “dialogistas” por partes del gobierno, se orientan a convocar, incentivar y hacer protagónica a la “sociedad civil”2 en su conjunto, los que tienen que mandar para que sus representantes obedezcan; ejemplo de ello es la marcha iniciada por el neozapatismo el 25 de febrero de 20013. De aquí parten algunos de los efectos democratizadores de la insurrección, o una simple estrategia dirán los detractores de Marcos. Las respuestas del neozapatismo al 2 El término “sociedad civil” a sido motivo distintas definiciones de acuerdo a las escuelas de pensamiento, a distintas circunstancias históricas o a diversos pensadores. Aquí hablamos de “sociedad civil” en base a sus componentes sociales diversos que no forman parte mayoritariamente de actividades estatales administrativas o gubernamentales, más bien esos componentes demandan, presionan y exigen desde el tejido social mismo; vale decir, desde la visión de los gobernados. 3 En este reinicio del diálogo, uno de los hechos destacables es la ausencia de Marcos en el Congreso de la Unión en donde los Comandantes (Tacho, David, Esther) expusieron ante los congresales; alguno de ellos consideraron la ausencia de Marcos como una inconsecuencia en términos políticos; pero se olvidan que institucionalmente Marcos es subcomandante. Desde otra perspectiva, “el sub” tiende a mostrar ante la opinión pública en actos como éstos su subordinación a los dirigentes indígenas de la movilización. discurso oficial, señala Luis de la Peña, no es simplemente “dialogemos”, sino “consultemos con la mayoría” (en Moreno, 1998:37); vale decir, el neozapatismo está remarcando aquí que su interlocutor no es solamente el gobierno, sino la sociedad civil a la que se ha integrado y en base a la cual se propicia otro sistema o proyecto político en el cual el que mande, mande obedeciendo; intento de extensión de algunos elementos sociopolíticos de estas comunidades al plano nacional. Con respecto al “mandar obedeciendo” Marcos señalaba: Tal vez la nueva moral política se construya en un nuevo espacio que no sea la toma o la retención del poder, sino servirle de contrapeso y oposición, que lo contenga y obligue a, por ejemplo, mandar obedeciendo. Por supuesto que el mandar obedeciendo no está entre los conceptos de la ciencia política (en Prieto, 1999:29). Estas apreciaciones de Marcos (que como señalamos, se entienden en gran medida a la luz de las prácticas sociopolítcas comunitarias) nos abren caminos para la reflexión en base a distintas consideraciones. Es oportuno señalar el hecho de que nuestras sociedades, o diversos sectores afectados por la coyuntura, disponen de capacidad de acción política, no son paralizadas por la expansión capitalista actual o por el denominado “pensamiento único”. Podemos identificar, como tanta literatura lo ha hecho en relación a los análisis de los “movimientos sociales” contemporáneos, actores sociopolíticos con nuevas modalidades de acción y potencialidad de influencia para ejercer presión en las decisiones políticas globales, actores que se salen de los clásicos canales de interlocución entre la sociedad y el estado buscando ese contrapeso orientado al cumplimiento de la premisa contenida en la fórmula analizada. Con esta dinámica quedan expuestos (con el neozapatismo se evidenció, como también en tantos hechos de protesta emergentes en distintos escenarios conflictivos latinoamericanos) ciertos discursos oficiales difíciles de sostener desde el punto de vista hegemónico por parte de nuestros sectores dirigentes: me refiero a lo que Touraine (1990) señala como una defensa fundamentalista de las instituciones o un institucionalismo que actúa a la defensiva, ideas que se autodenominan republicanas y que desconocen precisamente la existencia de nuevos actores sociales o separan lo que es la defensa de las instituciones de las reivindicaciones sociales. De esta manera, el orden institucional se convierte en represivo si no integra en sus funciones las problemáticas sociales y si no apoya las demandas de igualdad y solidaridad. Este institucionalismo que actúa a la defensiva, vaciado de contenidos sociales, se transforma en puro conservadorismo (visones tan apegadas, desde la teoría, a tradiciones estructural-funcionalistas o también sistémicas en las reflexiones de la Ciencia Política norteamericana o anglosajona). Tuaraine afirma textualmente: de lo que se trata, pues, es la sustitución de una lógica del orden y del desorden por otro tipo de lógica, la de la acción social y política, demostrando de paso que entre cierto orden institucional puramente a la defensiva y unas revueltas de mero carácter contestatario debe existir, debe ser reconocido y reactivado, un espacio público que combine el reconocimiento de los conflictos sociales con la voluntad de integración (1999: 9-10). Como es conocido, Touraine presta especial atención a la emergencias de nuevos actores sociales que reivindican derechos como así también ciertas identidades colectivas. Los perjudicados por situaciones históricas y/o las víctimas de la situación actual pueden convertirse en renovados actores sociales y políticos capaces de desafiar el desencanto, la desemperanza y el “pensamiento único” en busca, por ejemplo, de la resustancialización de la política tal como ocurre con el neozapatismo. El mismo Touraine, al referirse a esta problemática, defiende tres ideas básicas: la primera es que la mundialización de la economía no disuelve nuestra capacidad de acción política. La segunda es que las clases más desprotegidas no se plantean actuar solamente alzándose en contra de la dominación, sino más bien reclamando ciertos derechos, en particular derechos culturales, y afirmando al mismo tiempo cierta concepción innovadora (y no únicamente crítica) de la sociedad. La tercera es que el orden institucional resulta poco eficaz, e incluso represivo, sino apoya las reivindicaciones de igualdad y solidaridad (1999:10). El neozapatismo, encuadrado en la las percepciones de Turaine, se erije en ejemplo de lo que Wallerstein denomina “movimientos antisistémicos”. Si profundizamos en su radicalidad práctica y en el impacto en lo que respecta a nuestras reflexiones teóricas, el neozapatismo intenta superar un sistema de partidos tradicionales visualizados éstos como incapaces de contrarrestar (o consecuentes al respecto) las derivaciones de ciertas modalidades adquiridas por la expansión capitalista de las últimas décadas. Se erigiría el neozapatismo en componente de un conjunto de expresiones orientadas a nuevas formas de acción política, como “horizonte etico-polítio” que relativiza las urnas como único medio de expresión de rebeldía; vale decir, la democracia no es sólo elecciones e instituciones representativas. Los logros de estos movimientos se orientan, en primera instancia, a no ser asimilados o desmantelados por la acción sistémica. Si enmarcamos a este movimiento en el contexto al que denominamos “globalización”, decimos que el neozaptismo representa una postura “globalifóbica”. En su libro titulado De la aldea global a un globo de aldeas, Helena Norberg-Hodge expresa: ¿Son creativos los partidos políticos en estas circunstancias?. La globalización tiene un efecto de vacío sobre la llama de la voluntad de los pueblos, la consume y la apaga, es precisamente una resta de recursos naturales, recursos humanos, de comunidades e incluso de democracia (en Martínez Veloz, rev. Proceso, N°1290, 22/7/01). De hecho, los integrantes indígenas y campesinos del EZLN, a partir de la insurrección, se colocaron en el centro del espectro progresista mexicano mostrando que su accionar no se corresponde con una organización político-militar clásica; se constituyeron en aglutinadores de bastas franjas populares con nuevas percepciones de la política; el diálogo con y entre la “sociedad civil” es el punto de partida. El poder que visualiza el neozapatismo, y que intenta dinamizar, es el que está en distintas dimensiones de la vida social y popular, no es el aparato de estado. De esta manera, el neozapatismo lejos está de considerar a la política como actividad reducida a ciertos ámbitos específicos. El neozapatismo se opone, y aquí notamos nuevamente la cosmovisión maya, a una concepción de la política como actividad propia de determinados sectores ligados al estado fuera de todo control social, a la democracia formal en términos representativos que separa lo político en función de la visión estado-sociedad, quedándole solamente a la sociedad civil la posibilidad de presionar ante situaciones adversas. A través de ese mandar obedeciendo, se incentiva profundamente una nueva relación entre gobernantes y gobernados; es la “democracia desde abajo” explícita en el neozapatismo y que incluye la necesaria desvinculación de los integrantes del gobierno si estos no cumplen precisamente con el mandar obedeciendo, perspectiva incluso coherente con los propios postulados de la constitución mexicana que en su artículo 39 expresa textualmente: La soberanía nacional reside originaria y esencialmente en el pueblo: todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de este. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar su forma de gobierno. Esta insurrección está inserta en un contexto en el que van desapareciendo ciertas “racionalidades centrales de la historia” y emergen definidamente una multiplicidad de “racionalidades locales” o “universalidades situadas” frente a lo “universal abstracto”4 (post-modernidad, modernidad inconclusa, crisis de los paradigmas políticos?). Decimos entonces, siguiendo a Hernandez Navarro cuando analiza las demandas del EZLN: lo que un proyecto político transformador tendría que hacer consistiría, centralmente, en: potenciar el efecto emancipador de la liberación de las racionalidades locales reforzando la conciencia de la historicidad, contingencia y limitación de los sistemas (1998:19). Una analista de los escritos del reconocido intelectual vinculado a la Teología de la Liberación, Franz Hinkelamnert, señala oportunamente en relación a esta temática: desde el punto de vista de Hinkelammnert la clave política ha sido en algún punto presentada por los zapatistas: el criterio no puede ser sino una sociedad en la que todos quepan, es decir la interpelación en nombre de un criterio universal, el de la inclusión, la justicia, el respeto, la igualdad, pero bajo una forma de aplicación que pluraliza sin fragmentar en compartimentos estancos la sociedad ( Alejandra Ciriza, 2001: 203). La expresión pluralizar sin fragmentar se constituye en una de las bases del discurso neozapatista teniendo en cuenta las demandas de autonomía centrales en esta lucha. La aplicación del “mandar obedeciendo” se vincula a esa racionalidad local emergente frente a lo universal abstratcto, hecho no relacionable a una negación del estado nacional sino a objetivos de autonomía, de su respeto y de respeto de diversos “nosotros” e incluso de diversos “yo” (desde una perspectiva ética) que conviven; no la destrucción del estado o la toma del poder, sino la reconstrucción democrática del mismo y dentro de él el ejercicio de dicha autonomía, punto central en las demandas neozapatistas y que incluyen tópicos como la territorialidad, la de constituirse en sujetos de derecho, algunos aspectos vinculados a la administración de justicia por las comunidades, el desarrollo de la cultura con propios parámetros entre los cuales la educación y la lengua son prioritarios. Algunos de estos aspectos no fueron contemplados sustancialmente por la ley emanada del congreso en abril de 2001; de allí el rechazo del EZLN y las dificultades de reanudar el diálogo. Es que el mismo tema de la autonomía, como también el de la autarquía, no ha recibido una recepción adecuada por los diseños estatales en transformación y en el contexto de sus realidades plurinacionales; ni tampoco la ciencia política se ha renovado al respecto, tema en donde hay mucha tela que cortar en nuestros tiempos. Podemos acercarnos un poco más a la comprensión del “nosotros comunitario” a través de las experiencias de Lenkersdorf . El inició sus clases de tojolabal por el año 1972; en las primeras reuniones con el profesor (un campesino) notó cómo éste enfatizaba el “nosotros” a través de un ejemplo hipotético; de esta manera lo resume: Dos hombres se 4 Los términos “universalidad situada” y “universal abstracto” son utilizados por el filósofo de la UBA, Mario Casalla; las universalidades situadas se relacionan con la capacidad de proyección de nuestras particularidades culturales: universalidad abstracta (producto de un universal que se autoerije “universal” y, desde allí se globaliza) y una universalidad situada (propia de una cultura que –asumiendo dialógicamente sus diferencias- es capaz de participar creativamente de un diálogo planetario y, ahora sí, auténticamente universal) (en Prieto, 1999: 45). encuentran en el camino. El uno pregunta al otro: ¿cómo está nuestra milpa? (la parcela de tierra utilizada generalmente como sementara de maíz) El maestro enfatizó que no se pregunta por tu milpa, sino por nuestra milpa. En aquel entonces la enseñanza se nos grabó sin que captáramos el alcance o la profundidad de este saludo (en Ceceña, 1999). Aquí podemos visualizar una de las bases del “nosotros”; la tierra es considerada como patrimonio comunal; por más que la trabaje un individuo, una familia y con ayuda comunitaria, es considerada su tenencia en el contexto social y en su potencialidad de mejora comunal, no como objeto sujeto al mercado. Si una parcela no rinde para el mantenimiento familiar puede llegar a convertirse en una carga para la comunidad, no solamente para el tenedor de la misma. Ello nos marca una de las dimensiones de la resistencia la cual se orienta a la esfera de la reproducción social, no solo a la de la producción5. Otro aspecto vinculado a esta temática es el de la concepción de la justicia, aspecto puntualizado en la entrevista analizada. Ante la pregunta de la entrevistadora sobre la visión de la justicia de estas comunidades, Lenkersdorf responde: En un momento se nos ofreció la posibilidad de presenciar el procedimiento de la justicia en una comunidad q’anjobal. Los q’anjobales son uno de los pueblos mayas vecinos de los tojolabales y viven en la zona fronteriza entre México y Guatemala. También en este caso fuimos testigos de la justicia del nosotros en acción (...) los comuneros en el desarrollo del juicio enfatizaron repetidas veces. “no queremos la justicia de jueces, castigos multas y cárceles. Los jueces no nos entienden, solo saben castigarnos (...) La que queremos es la justicia nuestra. Al concluir el juicio (...) le quitaron al delincuente el cargo que tuvo en la comunidad y le explicaron que ese era un reconocimiento de honor. El delincuente, por su delito, ya no lo merecía. La comunidad lo puso bajo vigilancia de los comuneros y después de un período determinado lo reevaluaría para ver si se podía reincorporar a la comunidad con todos los derechos y responsabilidades (en Ceceña, 1999). Se trató de una autoridad comunal que, en definitiva, no cumplió con el “mandar obedeciendo”. En nuestros tiempos lejos se está de valorizar actitudes comunitarias que garanticen la vida digna de los individuos; en términos sociopolíticos, el colectivo y el individuo, las valorizaciones de una “cultura del nosotros” y las prácticas de una “cultura del yo” se presentan como esferas definidamente escindidas; pero sabemos que, en este caso a través de la resistencia, se pueden avizorar modalidades sociopolíticas diferentes; de hecho ocurre en distintos escenarios latinoamericanos. Visualizar a la sociedad desde el individuo o desde su conjunto en busca de una armonía que contemple las necesidades de los diversos grupos que interactúan, sin lesionar a la vez a la persona, es lo que está en juego, viejo dilema propio de la modernidad occidental y que tanta sangre ha hecho correr; me refiero a las tensiones entre las ideas de libertad e igualdad, tensiones que ya se visualizaron desde los escritos de Moro cuando a su errante navegante conocedor de la Utopía, Rafael Hitlodeo, le hacia reflexionar sobre como hacer compatible el bienestar general sin 5 Esta visión se constituye en la base de la oposición del neozapatismo a las reformas experimentadas por el artículo 27 de la constitución (1992), artículo que garantizaba la tenencia social de la tierra e imposibilitaba su transferencia o alquiler; además, el estado se veía obligado a su reparto. Todo estos logros propiciados por la revolución iniciada en 1910 dieron, jugando con las palabras, por tierra. A partir de la reforma, y ante la desprotección estatal, los campesino e indígenas se ven amenazados en el ámbito de la misma reproducción social del sector, punto central en el conflicto. sacrificio considerable para la integridad física y espiritual del individuo. En el neozapatismo, el respeto por la diversidad (del “yo” del “nosotros”) que encuadre dentro de la perspectiva de la defensa de los Derechos Humanos principalmente sociales y culturales, es de carácter central. El sociólogo francés Yvon le Bot, excelente analista de esta problemática, sostenía que los neozapatistas no piden ser tratados como ciudadanos iguales a los demás (ideal de la democracia formal) ni como ciudadanos diferentes a los demás, sino como ciudadanos con sus diferencias (1997: 96). Un sistema democrático que contemple, desde una perspectiva etica, la interacción de electores y elegidos, visualizados estos últimos en el discurso neozapatista como los encargados de ejecutar los consensos, es lógico que potencie el “mandar obedeciendo” tal como está instalado en ese “mundo maya”. Basándonos en esta lógica, no estaría demás rever preceptos constitucionales tales como: El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes; revisión que permitiría alejarnos también de hacerle el juego a ciertas ideologías de poder cuando señalan permanentemente en sus discursos expresiones como “consolidación de la democrácia”. En el neozapatismo, partiendo de las bases sociopolíticas de las comunidades, se piensa en un pueblo que delibera, que gobierna a través de mandatos impartidos a sus representantes. En nuestros tiempos de exclusión social, de corrupción por doquier, de democracias nominales, de una dinámica capitalista en expansión que ha adquirido modalidades incompatibles con un sistema realmente democrático, el “mandar obedeciendo” como fórmula de relacionamiento entre gobernantes y gobernados, como camino para resustancializar la política o como forma de no reducirla a una profesionalización elitista de la misma se erige en horizonte etico-político de central importancia. Lo que está en discusión es la misma legitimidad de nuestros sectores dirigentes y la reducción del sistema al funcionamiento de organismos representativos o canales electorales. El accionar y el discurso neozapatista se orienta al logro de un sistema que podríamos conceptualizar como “democracia sustancial” el cual supone la misma democratización social del país. Esta tendencia podemos ilustrarla con las palabras de Norberto Bobbio, quien esgrime esa conceptualización, al señalar la dinámica de ampliación democrática en las sociedades contemporáneas: El proceso de ampliación de la democracia en la sociedad contemporánea no se presenta solamente a través de la integración de la democracia representativa con la democracia directa, sino también, , y sobre todo, mediante la extensión de la democratización, entendida como institución y ejercicio de procedimiento que permiten la participación de los interesados en las deliberaciones de un cuerpo colectivo, en cuerpos diferentes de los políticos. Sintéticamente se puede decir que si se debe hablar hoy de un desarrollo de la democracia, este no consiste tanto en la sustitución de la democracia representativa por la democracia directa (sustitución que de hecho es imposible en las grandes organizaciones), sino en el paso de la democracia en la esfera en la que el individuo es tomado en consideración como ciudadano, a la democracia en la esfera social, donde el individuo es tomado en cuenta en la multiplicidad de sus status (...) en otras palabras, en la ampliación de las formas de poder ascendentes (...) al campo de la sociedad civil en sus diversas articulaciones, desde la escuela hasta la fábrica (...) de nuevos espacios, es decir, de espacios dominados hasta ahora por organizaciones de tipo jerárquico y burocrático (1998:218-219). A propósito de reflexionar sobre nuestra realidad latinoamericana, además de recurrir a teóricos consagrados, también podemos sumergirnos en nuestra diversidad y sus espacios de resistencias para captar el pensamiento y las prácticas de los que la ejercen. Puede ser que nuestro rescate de esas prácticas contengan cierta ingenuidad en términos de análisis político; sobre todo considerando nuestra encrucijada actual y la complejidad de los sistemas, y teniendo en cuenta la modalidad de participación sociopolítica, cuando existe, la cual parte en nuestros tiempos de la determinación individual de nuestra existencia; pero este es el mensaje que ha aportado el neozapatismo, motivo de esta reflexión, emergente de la percepción del “deber ser” y la visualización del “ser” en la esfera del relacionamiento social y de las prácticas políticas de estas comunidades. Podemos considerar que una dinámica democratizadora “ascendente”, “deliberativa”, practicada en la esfera social, en cada institución u organismo, ocupando espacios nuevos y contrarrestando, a la vez, el accionar contraproducente de organizaciones jerárquicas y burocráticas, en donde los elegidos instrumenten consensos resultantes del accionar de cuerpos colectivos deliberativos es la tendencia de lo planteado, tendencia si se quiere más posible y superadora de la integración entre democracia representativa con democracia directa, tal como lo plantea Bobbio, o de la sustitución de la democracia representativa por la directa presentada como inviable en las grandes organizaciones por el autor. Esta tendencia es presentada aquí, en gran medida, como un intento de extensión al plano nacional de algunos componentes de la cosmovisión maya. Muchos de los tópicos que tratamos fueron y son recurrentes en la historia del pensamiento occidental; no obstante, aquí son considerados desde una visión vinculada a las prácticas de sectores oprimidos históricamente que manifiestan una potencialidad de cambio emergente en el ámbito de nuestra diversidad. Las dinámicas políticas estatales latinoamericanas consecuentes con ciertas modalidades de expansión capitalistas como la actual, históricamente se erigieron en obstáculos frustrantes al respecto; pero de hecho, la crisis de legitimidad política y las dificultades de construcciones hegemónicas contemporáneas en nuestros estados, resultado de esa dinámica, se presenta como escenario propicio para la emergencia de nuevas formas de visualizar la política y presionar en dirección al logro de nuevos espacios precisamente vinculados a otro tipo de ejercicios de representación social. Ello se relaciona a la significación histórica de la lucha neozapatista. No es nuestro propósito idealizar a las comunidades; para cerrar este apartado, debemos señalar dos aspectos. El primero, que las contradicciones y violaciones a estos principios existen en este mundo; la existencia de “principales” (una de las máximas figuras en el sistema de cargos de las comunidades) y caciques aliados con poderes políticos locales es una realidad; las problemáticas al interior de las mismas comunidades también lo es (elementos combatidos por los neozapatistas); pero estas tendencias sociopolítcas analizadas, en lo que hace al relacionamiento intracomunitario, también existen e impregnan profundamente ese mundo. El segundo aspecto: la lucha no se orienta a la pura defensa de tradiciones o de un pasado comunal idealizado, se dirige al logro de un “mundo en que quepan muchos mundos”; en gran medida, se demanda una modernidad alternativa respetuosa de lo diverso. Las distintas y originales modalidades en que los comuneros hacen interactuar prácticas agrícolas, una organización familiar particular, y sus instituciones políticas y religiosas, deviene en una rica experiencia digna de análisis en el momento en que se ha abierto el debate (uno de los logros principales del neozapatismo) en torno a sus reivindicaciones orientadas al reconocimiento de derechos políticos y culturales, derechos basados en algunas de sus especificidades étnicas las cuales interactúan con sus demandas de democratización social a nivel nacional en tanto ciudadanos del estado y con reivindicaciones sectoriales en tanto campesinos. No pretende este análisis “indigenizar” la problemática campesina mexicana; nos centramos, en nuestro caso, en las poblaciones campesino-indígenas chiapanecas. Notas sobre las demandas de autonomía Plantear el tema de la autonomía o la representatividad política de estos pueblos, la autogestión, el estatuto de su jurisprudencia, la administración de sus recursos, entre algunos elementos, requiere un acercamiento (tal como lo señalado en forma introductoria en el apartado anterior) a sus experiencias sociopolítcas y especificidades culturales, como así también el respeto a formas propias de construir el futuro. Con el concepto de autonomía no hacemos referencia a un intento separatista; mucho menos considerando la politización de estos grupos humanos como ciudadanos mexicanos, sus luchas populares y sus demandas de democratización social vinculadas precisamente, en este caso, al ejercicio de dicha autonomía. En primera instancia, asociamos el término a la posibilidad de que estos pueblos puedan canalizar, aceptar o rechazar, de acuerdo a sus tiempos y a sus prácticas (y teniendo en cuenta en nuestro caso la dimensión fronteriza inscrita en la conflictividad) las transformaciones que se presentan en forma impuesta, no propuesta, desde el estado en un contexto como el neoliberal que amenaza definitivamente la reproducción social misma de las comunidades. También debemos tener en cuenta que en los procesos de consolidación de los estados latinoamericanos lo que significaba una respuestas de diversos grupos a un integracionismo coactivo hoy es, en gran medida, no quedar en la miseria, en el olvido o definitivamente excluidos. “Que quepamos todos en la sociedad” o “por un mundo en que quepan muchos mundos” son los mensajes en este sentido. Como señalábamos anteriormente: pluralizar sin fragmentar. La autonomía entendida como el derecho consuetudinario (la lucha se orienta a positivizar esos derechos) de los pueblos indígenas a su autodeterminación, autogobierno, a desarrrollarse en sus propios territorios y a que se reconozca sus costumbres y tradiciones, entre ellas las referidas al llamado “derecho indio” (Sámano Rentería, en Prieto, 1999:136), es una demanda central. Su tratamiento en el congreso, instancia en la que se desnaturalizaron varias reivindicaciones neozapatistas, es lo que determinó el frustrado reinicio del diálogo en febrero-marzo de 2001. La autonomía se presenta como una distribución de competencias entre distintos ámbitos de gobiernos que van desde el comunal, municipal y regional, y debe ser concebida como una diversidad de modelos y niveles de acuerdo a las necesidades y condiciones de cada pueblo, integrando el derecho a la territorialidad, al autogobierno, al ejercicio pleno de sistemas jurídicos, al desarrollo económico, social, cultural y el control de una seguridad interna (Díaz Polanco, en Prieto, 1999:136). Crear regiones autónomas, no autárquicas, con puntos de integración marcados por la constitución al estado nacional sería la tendencia de las reivindicaciones. La cuestión es cómo se lleva esto al campo del derecho, en el caso de los “pueblos” indígenas, partiendo de la propia constitución mexicana; en esta instancia se encuentra hoy el tratamiento de la problemática. El tema pasa por reconocer derechos desde el estado a los “pueblos” indígenas y las formas en que se reconocen. Ante las demandas de autonomía de los pueblos indígenas, manifiestas en los Acuerdos de San Andrés e incorporadas en la propuesta de la COCOPA (Comisión de Concordia y Pacificación integrada por legisladores mexicanos), el gobierno emitió unilateralmente la suya en 1996 alejándose de lo pactado en el mismo Acuerdo de San Andrés (1994) entre representantes del gobierno y los indígenas rebeldes, o de lo proyectado por la COCOPA. Uno de los avances del gobierno (o uno de los logros neozapatistas) fue la de aceptar, en 1996, la incorporación a la constitución de lo firmado por México en 1990 ante la Organización Internacional del Trabajo: Que los pueblos indígenas se integran por los descendientes de las poblaciones que habitaban en el país al iniciarse la colonización o al establecerse las fronteras del Estado Nacional y que, cualquiera que sea su situación jurídica, conservan sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas. No obstante, podemos hablar de una desnaturalización de estos principios pues el “pueblo indígena” en la propuesta gubernamental (la de Zedillo en 1996) no aparece por ningún lado como sujeto de derecho, sino las comunidades (Lopez, 1998: 2). Se reconoce a los pueblos indígenas como formaciones culturales que dan sustento al México pluricultural, pero no como sujeto de derecho, sí a las comunidades. La expresión concreta es la autonomía de las comunidades indígenas, no la de los pueblos indígenas, lo cual es de carácter sustancial en relación principalmente con el tema de la “territorialidad”. El concepto de pueblo adquiere otra dimensión jurídica, ya que ello significa pasar a constituirse en sujeto de derecho en un sentido integrador y con reconocimientos de otra naturaleza; las comunidades se determinan en otro plano fragmentado. Luis Villorro sostiene que pueblo es una colectividad que participa da una unidad cultural, se reconoce así misma como unidad, comparten proyectos comunes y se relacionan con un territorio específico, a ello se refirió el convenio 169 con la OIT (Lopez 1998: 3); el alcance se remite a las formas elegidas por los pueblos indígenas con respecto a su incorporación al estado nacional, no tiene necesariamente implicaciones en lo que atañe a los derechos que pueda conferirse al concepto de “pueblo” en el derecho internacional. Remarcamos que la propuesta gubernamental señala la libredeterminación de los pueblos indígenas pero sosteniendo que la expresión concreta es la “autonomía de las comunidades indígenas”. Se interpreta desde el estado al concepto de “pueblo” y sus vinculaciones al derecho desde un punto de vista nacional y mexicano, no plurinacional. Esta problemática reviste distintas aristas e interpretaciones que pueden ser atendibles desde posturas opuestas; aquí reside parte de su complejidad. El concepto de pueblo, para el gobierno mexicano, es prácticamente equivalente al de la “nación mexicana” desde uno de los puntos de interpretación; si bien se reconoce la constitución pluricultural de la misma. El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966 (en vigencia a partir de 1976) sostiene: Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación. En virtud de este derecho establecen libremente su condición política y proveen asimismo a su desarrollo económico, social y cultural (...) En ningún caso podría privarse a un pueblo de sus propios medios de subsistencia. Lugo se sostiene: Los Estados Parte en el presente Pacto reconocen que, en el ejercicio de los derechos garantizados conforme al presente pacto por el Estado, éste podrá someter tales derechos únicamente a limitaciones determinadas por la ley, sólo en la medida compatible con la naturaleza de estos derechos y con exclusivo objeto de promover el bienestar general en una sociedad democrática. Cuando hablamos de limitaciones de la ley se piensa, obviamente, en la del estado o en la propia constitución, es por ello que el gobierno reconoce jurídicamente solamente al pueblo mexicano. Aunque el artículo cuarto de la constitución mexicana habla de pueblos indígenas, no los define como sujeto de derecho. En esa propuesta gubernamental de 1996 se expresa textualmente: En el artículo 4° constitucional, reformado en 1992, el concepto de pueblo indígena comparte el carácter histórico y es fundamento de la definición de México, como una nación pluricultural. Este concepto histórico, que reconoce raíces y procesos, tampoco puede definir sujeto de derechos políticos, económicos, o sociales, mucho menos territoriales. Tales derechos se precisan en las localidades, ejidos, comunidades y, en caso, municipios, donde hay una clara presencia indígena. Los conceptos de pueblo y comunidad no tienen un significado unívoco (Lopez, 1998: 4). Un ejido, una comunidad, un municipio pueden constitucionalmente ser sujeto de derecho, no así los “pueblos” indígenas quienes demandan “territorialidad” y formas propias de insertarse en el espectro nacional. Vale decir, las comunidades pasan a ser parte del pueblo mexicano, el cual sí es el soberano y el sujeto mayor de derecho; el colmo de esto es que ni siquiera se reconoce a las comunidades indígenas como sujeto de derecho público, esto es, como parte de la estructura gubernamental y con competencias específicas, los que la deja a voluntad de las autoridades estatales reconocerles o no tal carácter (Lopez, 1998: 3) . Con respecto a esta temática, y en la medida de lo posible en un trabajo de estas características, planteamos esta cuestión de la autonomía indígena como ámbito de reflexión o iniciador de posibles debates. La complejidad de esta problemática tiene diversa aristas en relación a la problemática analizada. Algunos ejemplos podemos señalar en estas reflexiones: ciertas prácticas indígenas relacionadas con los castigos a supuestos delitos son inadmisibles en un sistema democrático; la solución de pleitos intra e intercomunitarios también pueden resultar contradictorios al respecto; la situación de la mujer y de los menores indígena dentro de las comunidades es contradictoria con los postulados de los mismos Derechos Humanos universales; como así también la dinámica neoliberal de nuestros tiempos entra en notoria contradicción con esos derechos y más aún con respecto a los de las comunidades indígenas. También podemos reflexionar sobre si el estado debe o no aceptar la constitución territorial de pueblos como sujeto de derecho dentro de su ámbito soberano, entre otros elementos que invitan al debate. Planteamos estas notas sobre la demandas de autonomía indígena como posibles disparadoras al respecto, sin perder de vista que estos pueblos son herederos de poblaciones originarias de estas tierras y que, en el caso de algunas comunidades, se demanda una reparación histórica. Realizando comentarios sobre esta problemática, el antropólogo Armando Bartra, ex asesor del EZLN6, expresaba: El fervor asociativo es viejo, arrancó en la inmediata 6 Para rastrear los orígenes del EZLN tenemos que remontarnos al año 1969 con la creación por parte de un grupo de universitarios de la Fuerzas de Liberación Nacional la cual tenía como principal objetivo tomar el poder por la vía armada. Esta organización, dirigida en sus inicios por Germán Yáñez, se enmarcaba postrevolución con la organicidad derivada de la reforma agraria. Pero, por décadas predominaron las estructuras gremiales y productivas impuestas por el Estado mexicano; un ogro filantrópico o despótico que tomó por su cuenta la edificación de la “sociedad civil” y terminó engendrando monstruos corporativos. Lo de ahora es distinto. En las últimas décadas la voz de orden ha sido autonomía, y si bien sobreviven los clientelismos, domina una brisa emancipadora que al extenderse del movimiento social a la región económica y de ahí a la insurgencia cívica, anuncia inminentes vendavales libertarios (1998: 12). Intelectuales, neozapatismo y neoliberalismo Los posicionamientos que manifestaron importantes representantes de la intelectualidad mexicana y mundial se constituyen en objeto de análisis significativo, desde perspectivas críticas y valorativas, al momento de dimensionar el significado histórico de la insurrección chiapaneca. El interés despertado por el levantamiento en diversos ámbitos intelectuales se fue acentuando a medida que la guerrilla tomaba rumbos, como vimos, insospechados. En términos generales, ese interés o ese impacto podemos entenderlo principalmente por tres razones interrelacionadas. En primer lugar, la protesta armada de campesinos e indígenas asombró a numerosos analistas y a la opinión pública en general en un contexto signado por las reformas estructurales (enmarcadas en el entonces denominado desde el oficialismo “liberalismo social”) realizadas en la administración del presidente Salinas (1988-1994) presentadas como exitosas, y la entrada de este país al Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá (“pasaporte al Primer Mundo”), contexto que hacía “impensable” la emergencia de una agitación social de estas características. Para muchos, el neozapatismo pasó a representar la vigencia del pensamiento utópico en la época del “desencanto” y de la “clausura” de los intentos de salidas colectivas alternativas. Los neozapatistas pasaban lentamente a constituirse en una suerte de paradigma de un renovado proyecto de participación política7. En segundo término, el interés por lo sucedido en Chiapas se relaciona con la originalidad de esta guerrilla y específicamente de su líder; los integrantes no indígenas del EZLN fueron diluyendo su discurso, que en un principio fue marxista-leninista, centrándolo en la lucha por la democratización social y el respeto por la diversidad; la histórica dinámica de organización y lucha de estas comunidades obstaculizó cualquier intento de movilizarlas para fines ajenos. Marcos comenzó a emitir comunicados y a elaborar ideológicamente en una corriente marxista y leninista. La Fuerzas de Liberación nacional llegan al estado de Chiapas en 1983, a las cañadas (Selva Lacandona); en ese momento fundan el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, un año antes de la llegada de Marcos. 7 Después de iniciada la insurrección, los zapatistas convocaron a prestigiosos intelectuales, periodistas, escritores y militantes organizando la Convención Nacional Democrática (agosto de 1994), en Guadalupe Tepeyac, para discutir la definitiva democratización de México y también, seguir atentamente las elecciones realizadas en agosto de ese año (las sospechas de fraude, vieja práctica política en México, eran bien fundadas) tratando de volcar la opinión pública en contra del Partido Revolucionario Institucional que ocupó el gobierno mexicano más de siete décadas. La constitución en 1996 del Frente Zapatista de Liberación Nacional como creación no de un partido político, sino de un espacio más de participación ciudadana es un hecho que responde a esta dinámica. narraciones metafóricas de la insurrección y de la realidad chiapaneca con un irónico estilo discursivo que llamó la atención a muchos, hecho que fue motivo de numerosos análisis en el campo literario. Tal como lo señalara Mayer8, los escritos de Marcos demuestran que cuando se ha perdido la tierra (...) cuando la participación política es un ideal vaciado por la escasez de opciones, cuando la cultura propia es relegada al baúl de la arqueología, queda la palabra como elemento de lucha (1998:10). El filósofo francés Régis Debray sostenía exageradamente unos meses después del levantamiento que en el líder de los zapatistas podíamos encontrar al mejor escritor latinoamericano del momento (en De La Grange y Maite Rico, 1998: 33). No obstante, las críticas no se hicieron esperar; algunos escritores consideraron a esta guerrilla peyorativamente como una guerrilla posmoderna y a su líder como un guerrillero encabezando a un grupo de universitarios revolucionarios; el escritor Gabriel Zaid expresaba que la guerrilla chiapaneca era una “ensalada posmoderna” y que sus dirigentes, puro productos universitarios, tenían una conciencia irónica de su vanguardismo (..) Marcos habla de tomar la capital y destruir al presidente sin creérselo ni dejar de creérselo. Marcos hizo de la guerrilla un espectáculo (Zaid,1994:22). Con el tiempo, se fue demostrando que esta insurrección no podía ser identificada como producto exclusivo de universitarios armados. Por último, otro de los aspectos que debemos puntualizar en relación al interés despertado por el levantamiento es que éste instaló, en un contexto signado por la impotencia y la resignación, aspectos ético-políticos que hoy están en juego en nuestras sociedades, a la vez que puso en tela de juicio la viabilidad de las opciones democráticas y participativas en el escenario neoliberal latinoamericano. Emergió violentamente la palabra olvidada u ocultada de campesinos e indígenas; el sueño democrático, plural y comunitario neozapatista había comenzado con ese “Ya basta” y ese grito de “Tierra y Libertad” del primero de enero de 1994. La intelectualidad mexicana y mundial mostró básicamente tres posicionamientos: uno visualizaba en la insurrección un coletazo post-Guerra Fría puntualizando su “anacronismo”; otro se orientó a “mitificar” al movimiento y a su líder; por último, podemos visualizar posturas críticas y valorativas desde perspectivas más cautas. Distinguidos intelectuales cuestionaron al levantamiento considerándolo perjudicial y relativizando la participación indígena; Octavio Paz, apenas iniciado el conflicto expresaba: algunos se obstinan en proclamar la espontaneidad de la revuelta. Por lo visto, no han oído ni leído a los “Comandantes” en la televisión (...) otros oráculos afirman que la revuelta es puramente indígena. Basta haber visto y oído a los “comandantes” en la televisión para darse cuenta de que ni por su lenguaje ni por su aspecto son indígenas (...) Han olvidado, si alguna vez lo aprendieron, la terrible lección de la guerrilla latinoamericana; en todos los países sin excepción, ha sido derrotada, no sin antes arruinar a esas desdichadas naciones y no sin provocar la instauración de regímenes de fuerza. ¿Esto es lo que quieren para México? (en La Nación, Bs As, 27/1/94)9. Vargas 8 Mayer publicó parte de los escritos de Marcos en: Subcomandante Marcos, Cartas y Mnaifiestos, Planeta, Bs.As., 1998. También se editó una completa recopilación de las manifestaciones discursivas del zapatismo en EZLN, documentos y comunicados, II tomos, ERA, México, 1997. 9 Uno de los Comanadantes, un indígena Tzeltzal de 21 años, declaraba en los inicios de la insurrección, a pesar de Octavio Paz: “nosotros nacimos aquí, nuestros abuelos murieron aquí (...) Nos acusan de ser extranjeros pero todos hablamos dialecto y somos legítimos mejicanos y chiapanecos; amamos nuestra Llosas resaltaba la importancia de los “logros democráticos” obstaculizados por estos tipos de movimientos (en La Nación, Bs As,17/1/94), a pesar de que él mismo fue un crítico del Partido Revolucionario Institucional al considerar al sistema político mexicano como “La Dictadura Perfecta”. Posteriormente, el antropólogo mexicano Roger Bartra esbozaba duras críticas basándose en el papel jugado por la iglesia y en los serios peligros que corría la “democracia mexicana” a partir de la insurrección; sostenía que el retorno de la iglesia al escenario político y la reactivación del indigenismo fundamentalista constituían un retroceso: es realmente notable (decía) cómo de pronto la izquierda mexicana se encuentra rindiéndole culto a la tradición, a las costumbres, a la iglesia y a sus jerarquías, a toda una serie de jerarquías que emanan de instituciones tradicionales (..) se están erosionando seriamente los mecanismos democráticos de representatividad, que pasa esencialmente por el sistema de partidos políticos. El eje deja de ser la representación política ganada en terreno electoral y pasa a ser la negociación entre grupos (se refiere a la negociación entre el EZLN y el estado); esto, concluía, refuerza el partido en el poder que consigue cohesión y legitimidad, mientras la izquierda sale debilitada (en Reforma, suplemento Enfoque, 7/4/96, Mx, DF). En una línea similar de análisis, el historiador mexicano Enrique Krauze manifestó su preocupación por el sustrato religioso, rasgo, señalaba, el que más preocupa ahora: el elemento redencionista, mesiánico (...) esa mezcla de mesianismo y política es explosiva, en todo tiempo y lugar (...) tarde o temprano (Marcos), tendrá que elegir entre dos fines absolutamente excluyentes: redención o democracia. La primera vía lleva a la revolución permanente o al martirio; la otra, a la negociación democrática. Si Marcos opta por la democracia, negociará la muerte revolucionaria y la resurrección política del neozapatismo (en Proceso,MX,DF,N°1270, 04/03/001). Desde otra perspectiva, reconocidos escritores mexicanos trataron de establecer un “diálogo” entre la realidad mexicana, su pasado y la guerrilla. Carlos Fuentes, por ejemplo, se comunicaba con Marcos en los siguientes términos después de que éste lo invitara a concurrir a la Convención Nacional Democrática: Su carta me obliga a múltiples reflexiones. La primera es el debate sobre lo viejo y lo nuevo, la tradición y la modernidad (...) La primera deuda que yo tengo con ustedes es que nos hicieron pensar de nuevo qué entendemos por modernidad. ¿Una modernidad excluyente, que deja a la vera del camino a quienes no son capaces de sumarse a la carrera hacia el progreso?. (...) La insurgencia chiapaneca ha provocado reacciones feroces en muchos medios mexicanos. He escuchado voces que dicen: “Los indios son un obstáculo para el progreso y la modernidad” (...) Ustedes han venido a recordarnos que nuestra modernidad nos incluye a todos. No como imitación de nosotros, sino como ustedes mismos, como lo que ustedes son (...) ha hablado, con una intuición extraordinaria, un Chiapas del futuro, inserto en uno de los problemas más agudos de la llamada “aldea global”. Ustedes se dieron cuenta de que muy pronto, en un proceso de integración mundial que, dejando a la mano de Dios, sacrifica sin pestañar a millones de trabajadores en aras de la eficiencia, la productividad y los beneficios para unos cuantos, ustedes, los explotados de Chiapas, iban a ser algo peor que explotados. Iban a ser marginados, olvidados, dejados a su suerte (...) Todos estos reclamos, hace unos cuantos años, habrían sido marcados con el fierro candente del anticomunismo. Ustedes son los primeros actores del poscomunismo (...) Ya no vale discutir si pudieron ustedes bandera (...) no somos terroristas. Hemos aprendido como Francisco Villa y Emiliano Zapata aprendieron a luchar (...) no somos maoístas (en Prieto, O., 1999: 84) seguir otro camino (...) lo importante, señor subcomandante, es sumar fuerzas ahora para que la vía que ustedes eligieron no tenga que repetirse (1995:174). El escritor mexicanos Carlos Monsiváis, al comentar uno de los libros que analizó el conflicto, señalaba que ese trabajo (del sociólogo francés Yvon Le Bot) mostraba cómo el proceso iniciado por Marcos y los indígenas campesinos pasaba del delirio a la utopía, de la creencia en el sacrificio a la confianza en la sociedad (en Yvon Le Bot,1997). Monsiváis fue al principio un duro crítico de la guerrilla chiapaneca; luego, a medida que se fueron visualizando nuevas modalidades, discursos y objetivos en el movimiento, su postura se fue de igual manera transformando. En un principio comentaba los primeros documentos del EZLN diciendo: es demencial la pretensión de un grupo de mil o dos mil personas de declarar la guerra al Estado mexicano; luego afirmaba: no hay que idealizar tan rápidamente a los alzados. Su lenguaje político es rudimentario, su idea del socialismo corresponde al modo desinformado con que adoptan utopías difusas; posteriormente modificaba sus apreciaciones, comenzó aplaudiendo el hecho de lo que para él era un logro: el EZLN le había quitado al régimen el “monopolio de Zapata”; en una carta a Marcos le decía: “Cambiaste”, perdiste, como tú mismo has dicho en varias ocasiones, buena parte de tu dogmatismo (en De La Grange y Maite Rico,1998:33-34). El mismo Marcos explica ese cambio: en realidad, lo único que nos hemos propuesto es cambiar el mundo, lo demás lo hemos ido improvisando. Nuestra cuadrada concepción del mundo y de la revolución quedó bastante abollada en la confrontación con la realidad de Chiapas (en El Financiero, MX, DF,20/2/94). Algunos argumentos detractores que veían al fantasma de la izquierda revolucionaria y violenta se fueron relativizando. Lo cierto es que se estaba en presencia de un fenómeno en gran medida inédito. Alain Touraine comentaba que los zapatistas se habían convertido en los principales agentes democratizadores de México; se trata, señalaba, de pasar del socialismo revolucionario a algo que no tiene nombre todavía pero que establece un vínculo entre la democracia, los derechos humanos, la capacidad de comunicación de las culturas y la defensa de la diversidad (en La Jornada, Mx, DF,1/8/96). Muchos de los análisis se orientaron en este sentido; Yvon Le Bot insertó a la insurrección en su dimensión étnica y en su dimensión universal; señaló que éstos movimientos tienen en común el generar una nueva modernidad al vincular en la tensión identidad e integración, cultura y economía, utopía y pragmatismo, razón y corazón, particularidad y universalidad (...) los zapatistas buscan combinar, sin confundirlo, lo comunitario y lo nacional, la identidad étnica y la identidad nacional, la identidad y la mexicanidad. Su objetivo es traducir en hechos el reconocimiento del carácter multicultural de la nación; hacer que los miembros de las minorías étnicas ya no sean obligados a rechazar o abandonar su identidad para ser iguales que el resto de los mexicanos (...) tuvieron que recurrir a la violencia para salir del olvido (...) No contribuirá, la irrupción del México indígena, nacida en los confines mayas del país, a alimentar reacciones de cerrazón y proteccionismo nacionalista en el momento de ingreso al gran mercado?, o inaugurará, como desearía Marcos, una redefinición de la nación en la era de la globalización; la construcción de una sociedad nacional abierta al mundo y en cuyo seno la voluntad de vivir juntos no anule las diferencias?(1997:19-94-96). El debate en el terreno intelectual y político mexicano se vinculó básicamente con dos líneas: una en relación a las causales de la insurrección y a sus características; la otra en relación a las derivaciones de las reformas del gobierno salinista con respecto al campo y a la influencia del TLC en el mismo. Muchas interpretaciones sostienen que la insurrección es efecto directo del atraso y la pobreza; que los abusos de los poderes locales y de sus gobernadores predispuso a los indígenas y campesinos a la toma de las armas. En realidad, debemos considerar que el estado de Chiapas es uno de los más ricos en recursos naturales de México, pero también es la entidad en donde se registran los niveles de explotación social, pobreza y marginación más elevados10; no obstante, la situación nacional planteada por el modelo neoliberal agravó aún más la realidad de las comunidades. El presidente Salinas abordó la problemática precisamente como una cuestión de atraso y de pobreza desatendiendo el problema de los derechos indígenas vinculados a la autonomía. Uno de los estudiosos del campo mexicano, Arturo Warman, resaltaba la inversión que realizó el gobierno salinista en Chiapas y la ayuda al mismo a través de programas sociales como ProNaSol (Programa Nacional de Solidaridad) y PROCAMPO. Vinculaba también a la insurrección con problemáticas locales. Debemos tener en cuenta que Warman, funcionario del gobierno salinista, fue uno de los arquitectos de las reformas neoliberales para el campo desde 1989 y que ha participado en la construcción de la política oficial conjuntamente con intelectuales de la talla de Enrique Florescano. Warman no centró su análisis en relación a la cuestión de los derechos indígenas, o en relación al mismo impacto de la reforma al artículo 27 constitucional. Las posturas con respecto a la reforma constitucional de 1992 generaron uno de los debates principales; esta reforma fue uno de los elementos que hicieron detonar el conflicto, con ella se permite la transformación del sistema de propiedad social de la tierra como los ejidos11. El ejido era una propiedad inembargable, intransferible e imprescriptible; con la reforma se posibilita el ingreso de capitales privados; los campesinos pueden optar entre mantener sus tierras, asociarse con terceros o proceder a su transferencia, a la vez que se termina con el reparto agrario. El futuro de millones de campesinos para muchos es previsible: el abandono de sus tierras o convertirse en jornaleros en las propias; el retiro del estado como promotor de la cuestión agraria campesina puede tener estas derivaciones ya 10 En Chiapas, la oligarquía terrateniente local encabezó la “contrarrevolución agraria” contrarrestando el proceso iniciado a partir de la revolución de 1910 y profundizada posteriormente por Cárdenas (1934-1940). Estos sectores dominaron y dominan los factores productivos del estado utilizando al campesinado indígena como mano de obra en condiciones de explotación y acaparando tierras. En este contexto, un poco de tierra significa para el campesinado el logro de un poco de libertad. Debemos señalar que la propiedad social de la tierra en Chiapas (ejidos y comunidades) ocupa poco más de la mitad de las tierras del estado, tierras repartidas en predios que no superan el promedio de cinco hectáreas y las menos aptas para las actividades agropecuarias; mientras que un puñado de latifundistas concentran alrededor de la mitad de las tierras del estado y las mejores (datos al respecto podemos encontrarlos en: Rev. Momento Económico, N°72, 1994, publicada por el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM). A ello debemos sumarle las usurpaciones del territorio indígena realizadas a través de distintos canales por el estado federal para obras de infraestructuras vinculadas a la explotación petrolera y de hidroelectricidad, además de la tala indiscriminada de zonas selváticas realizadas por empresas privadas. Esta dinámica perjudicó históricamente a los campesinos indígenas y marcó la modalidad de lucha de estas poblaciones a lo largo de este siglo, lucha que no solo pasó por el logro de tierras sino también por la comercialización del producto campesino, por la protección estatal y por la conquista de ciertas libertades políticas relacionadas con la autonomía. 11 Forma de tenencia en propiedad social de la tierra o comunidad formada por campesinos originalmente sin tierras y que podían acceder a ella ya que la constitución contemplaba el reparto a aquellos campesinos que no la tuvieron o la poseyeran en forma escasa. que la sola posesión de la tierra no garantiza su usufructo. Ante las dificultades (e intereses concretos) de mantener al campo subsidiado se permite al capital privado convertirse en el motor del “desarrollo”. Por otra parte, se argumenta que ya no hay más tierras que repartir y que el ejido fue la base de un sistema corrupto, clientelístico e ineficiente. A esta reforma debemos sumarle los efectos nocivos de la apertura comercial para el campesinado; el precio del maíz mexicano duplicaba, en los inicios de la insurrección, al proveniente de los Estados Unidos. Con la reforma al campo y el ingreso de capitales privados en un ámbito de polarización social y de enfrentamiento históricos entre sectores campesinos y latifundistas la realidad se complejiza; Lagorreta Díaz, analista del sector, sostenía que con la reforma salinista se desconoce, o se hace caso omiso, las condiciones reales de confrontación desigual entre diversas clases sociales del campo (...) que para el caso de Chiapas, presentan, entre una de sus más relevantes características, el uso frecuente de la violencia (Lagorreta Díaz, 1994:11). Si realmente se quiere solucionar el problema de la pobreza de las áreas rurales, cual es el sistema que se debería defender: la agricultura empresarial o la ejidal?, se preguntaba otro analista mexicano, Fernando Rello (en López Gamez, 1992:20). Rodolfo Stavenhagen (1993) sostenía refiriéndose a la reforma constitucional de 1992, que la suerte que correrán millones de campesinos pereciera no tenerse en cuenta. Necesariamente debemos vincular a la insurrección con el contexto nacional y con la estrategia de inserción internacional del estado mexicano en base al replanteo interno de su economía, los movimientos de estas características se explican tanto por las problemáticas de arrastre como así también por situaciones coyunturales. Es así que otras explicaciones sostienen, como la de James Petras, que la insurrección no es una respuesta al atraso, es la expansión del capitalismo hacia todas partes lo que provoca la respuesta. Estas interpretaciones insertan a la insurrección en el contexto nacional y en el proceso “globalizador” mayor el cual, además de su cara exclusora, presenta, paradogicamente, una abarcadora que amenaza con un gigantesco “plan de refundación cultural”. Una de las bases de la dinámica general es la agudización y la expansión geográfica de las relaciones de mercado a distintos y heterogéneos ámbitos de reproducción social (Glyn y Sutcliffe, enTeubal, 1998:35), dinámica en la cual los estados se convierten en los “racionalizadores” de los circuitos financieros mundiales quedando sujetos a la ortodoxia financiera internacional para “solucionar” sus respectivas crisis (sumándose a ello responsabilidades internas y fenómenos de corrupción). En este contexto, el campesinado indígena no pide solamente mayor inserción y participación en el sistema en general como ciudadanos del estado (hecho que en definitiva llevaría a un mayor control sobre sus propios recursos, como la tierra, y a contrarrestar la insoportable explotación social existente en Chiapas) sino también se demanda una mayor autonomía o una menor homogeneización en el terreno cultural. Como vemos, esta conflictividad requiere para su análisis de un abordaje multidimensional que pasa por la interrelación de problemáticas sectoriales, étnicas y nacionales. En las últimas décadas, la existencia misma de estos sectores nuevamente se ve amenazada; para revertir esta tendencia se armaron los campesinos e indígenas ¡ya entrando al tercer milenio!; estos sectores que históricamente sufrieron distintas modalidades de expansiones capitalistas, hoy luchan nuevamente por su reproducción social, por no desaparecer. La irrupción violenta del campesinado tiene en parte su razón de ser en los desgastes de antiguos mecanismos de control y mediación del estado12; este no procesa las demandas crecientes y se encuentra obligado, más que a crear bases democráticas sólidas, a mantener la paz. Las salidas neoliberales se vuelven opciones difíciles de practicar desde el punto de vista hegemónico. Los sectores populares buscan canales de participación por fuera de los tradicionales; se producen acciones sociales que cada vez más tienden a separarse de los clásicos canales de interlocución entre la sociedad y el estado. Estos movimientos surgen en espacios de impotencia frente a las salidas neoliberales totalizantes en lo económico y sus derivaciones en el plano político y en el cultural. Muchos analistas de esta situación, señala el mexicano Jiménez Solares, elaboran conclusiones en base a algunas tendencias sociopolíticas relevantes: la ruptura de las mediaciones entre el sistema político formal y los grupos sociales organizados; estos últimos priorizan más la movilización y participación de la acción colectiva al seno de la sociedad civil que el desempeño y/o relación con el sistema político (más que “priorizan”, podríamos decir, se ven obligados); en segundo lugar, la acción colectiva insiste en su autonomía y novedad de sus prácticas de lucha y organización, como una posibilidad de garantizar la voluntad general a la alternativa de cambio; por último, la posibilidad de que la acción colectiva reconozca su diversidad (pluralidad de colectividades) y a partir de ella la construcción de un proyecto económico, político y cultural global y alternativo (...) los actores tradicionales (obreros, campesinos, pequeños empresarios, por ejemplo) se enfrentan a una severa crisis de identidad y de permanencia de sus proyectos y estilos vida (...) las redes tradicionales que aseguran la continuidad de dichos colectivos “saltan” para expresar su malestar en formas de movilización de protesta, reestructurando los entramados de experiencias compartidas como recurso que tanto funcionan para identificar entre sí a los actores que comparten una situación semejante, como para generar lealtades y garantizar solidaridad y compromiso en el conflicto (1997:15-20). Estas tendencias se pueden visualizar en la insurrección; los llamamientos constantes a la sociedad civil, la no participación en partidos políticos, la lucha por el respeto a la diversidad, lo novedoso del liderazgo de Marcos, los intentos de pasar de una guerrilla a la construcción de un espacio político participativo, son elementos a considerar; una presión orientada a construir “la política” contra la “no política” neoliberal. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS BARTRA, Armando 1998, Mitos en la Aldea Global, prologo a Las enseñanzas del viejo Antonio, en Modernidad: cielo e infierno, rev. La Guillotina, N°39, verano de 1998, México, D.F. ---------------------------- 1998: Sobrevivientes, historia en la frontera, en Globalización, crisis y desarrollo rural en América Latina, V Congreso de Sociología Rural, ALARSU, Universidad Autónoma de Chapingo, México. BIAGINI, Hugo, 2000: Luchas de ideas en nuestra América, Leviatán, Cap.Fed., Bs. As. BOBBIO, Norberto, 1998: Estado, gobierno y Sociedad. Por una teoría general de la política. F.C.E. 12 En el caso del campesinado mexicano y su relación con el estado, organismos como la Confederación Nacional Campesina actuaron a partir del gobierno de Cárdenas como mecanismos de participación y control hacia el sector; a través de la CNC se procesaban la mayoría de las demandas campesinas; por sus funciones, organismos como estos se vieron frecuentemente involucrados en hechos de corrupción y clientelísmo político pero significaban un canal de interlocución válido para el campesinado. Hoy, debido al retiro del estado como principal motor del desarrollo social del sector rural en México, la CNC ha perdido el monopolio de la representatividad campesina e indígena y numerosas organizaciones combativas han ocupado su lugar. CECEÑA, Ana, 1999, El mundo del nosostros, entrevista con Carlos Lenkersdorf, en Rev. Chiapas, N° 7. CIRIZA, Alejandra, 2001: Franz Hinkelammert. 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