Lección XXXII Marisabel

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Lección XXXII Marisabel
BANDA ESTRECHA
LUIS
Torció a la altura de Nuevos Ministerios por la calle Joaquín Costa. Aparcó en
el edificio Picasso. Todo de oficinas. El ascensor le llevó a la planta 64. Entró en la
sala de juntas de su despacho, ahora cerrado debido a la Ley de Incompatibilidades.
Accionó un mecanismo que abrió el anexo: un discreto y lujoso estudio que solo ellos
dos conocían. En el espejo del lavabo, una gran valva marina, vio su imagen y se
analizó. ¿A ver?…las patas de gallo ya empiezan a notarse, me sobra un poco de
papada. Se contempló de perfil, se pasó los dedos por el estomago en el que se
marcaban con discreción los músculos transversales. Nadie diría mi edad, dicen que
el pelo entrecano me hace más interesante. Miró las llamadas en el contestador.
Aunque tenga un aviso urgente no voy a responder. No quiero hablar con nadie, las
amistades son utilitarias y la familia también. Ésta es mi parcela, nadie debe saber. La
gente juzga. Unas veces les delata la mirada fría, encubierta de cortesía. Otras les
traiciona la mueca de media sonrisa. Se tumbó sobre la cama, accionó el mando de la
televisión, bajó el volumen, cerró los ojos y se durmió.
Despertó sobresaltado, la pantalla se había apagado. ¿Cuánto he dormido,
qué hora es? El despertador seguía marcando las cinco, volvió a accionar el mando
del televisor pero no se encendió. Se dirigió a la mesa donde estaba el ordenador,
tecleó su clave: acceso a red local, cortado; acceso a Internet, cortado. Apagó,
reinició sin éxito. El servidor no responde. Conectó el móvil. No daba tono. Con
pasos irritados buscó otro enchufe, otro y otro. Miraba perplejo el celular donde
guardaba la agenda con los números de teléfonos, los íntimos, los urgentes, el de
casa, el de su secretaria, todos. La noche entró definitivamente por la ventana. Volvió
a los pulsadores de los focos alógenos. Accionó el cuadro de mandos de la
instalación eléctrica: inútil, no tenía suministro. Fuera, la ciudad era una antorcha
candente. Buscó velas, cerillas, linternas. ¡Ni un mechero! Zarandeó el mecanismo
de la puerta que le comunicaba con el despacho: no se abrió.
Miró a través de las paredes de cristal herméticamente selladas. Sesenta y
cuatro pisos más dos entresuelos, quiero salir de aquí, ¿Cuántos metros serán? El
aire acondicionado tampoco marcha. Comenzó a dar vueltas como un animal
enjaulado, le sudaban las manos, el pelo desbaratado, la compostura perdida.
Procuró serenarse repasando las últimas horas. El almuerzo de la mañana:
Solo has comido un montadito de queso fresco. Siempre con la misma manía de que
no he querido hacer público lo nuestro. Cuando sale ese tema acabamos enojados.
He tenido que simular viaje de trabajo y ahora dices que tienes que ir a ver a tu madre.
Sin compromisos en el dietario, me vine al refugio para leer y escuchar música. ¡En
que mala hora!
Cuando te conocí me gustaron tus ojos almendrados y tu sonrisa fresca. Tuve
que ser yo quien tomase la iniciativa. Me entregaste un informe y te retuve la mano,
después tiré suavemente del brazo, te atraje hasta que el aliento de tu boca se
convirtió en mi respiración. Tu rigidez, tu evasiva inicial, cedieron pronto y a partir de
entonces disfruté de un animal dócil y hambriento. La necesidad de que el arrobo y la
excitación se volvieran permanentes me llevó a frecuentar las noches y los parques
poco iluminados. Aquello no podía seguir así y me decidí a dar el paso: construir
éste bunker de amor. Éste bunker…
Cuando fue consciente del encierro, aumentó su nerviosismo. Reinició los
pasos en círculo y deseó fervientemente restablecer la banda ancha. Tenía una
sensación agobiante de escasez de aire, comenzó a dar voces, gritos, ya,
desesperados, pero la gruesa plancha de metal aislante impedía que los sonidos la
traspasaran. Había olvidado que una vez sintió claustrofobia en un ascensor. Miraba
ansioso las rejillas de ventilación sobre las cristaleras…Tiene que haber asideros…
ANDRES
Volamos por encima de las nubes, faltan unas horas para llegar a Barajas. No
pensé que regresaría tan pronto. Aún recuerdo la última vez que comimos juntos. En
Chueca, elegiste un reservado en el restaurante Bazaar. Allí pasaremos
desapercibidos, dijistes. Un entrecot envuelto en un milhojas de beicon con verduras
¿y tú? No tengo apetito, pediré un montadito de queso fresco. Hambre de lobo
ignorante. Ni te imaginabas. Sobremesa con el mismo tema. Hablamos y discutimos
hasta que se enrarenció el aire. Decidí que aquella sería la última vez. ¡Una lástima!
Podría haber sido de otra manera. Yo lo imaginé distinto aquel primer día que salí
contigo.
Paseamos por la playa bajo un sol que caldeaba sin molestar y aquella luz de
cristal. Poniente y el mar era azul y plata, mira la luna, parece un algodón
transparente y allá arriba el sol de marzo. Descalzos sobre la arena mojada y la
vegetación de las dunas, a ésta hierba carnosa le llaman uña de gato, y tú, está tan
clara la mañana que se divisa el puerto, vamos a la dársena de pescadores, a las
escolleras. Olía a brea, alquitrán y gasoil. Metiste el pie entre las redes y corcheras.
Aquel hombre rudo que calafateaba, tenga cuidado con su padre, no se enrede. Y tu
incómodo, yo la risa y después la risa de ambos. En los rompientes estaban los del
chambel con las sardinas y la morralla de la carnaza, no pican, está mala la mar, y el
olor a lapas y verdín me puso nostálgico de mis acantilados, pero era feliz. La mirada
pérdida en el último azul, en estado de gracia. ¿Te importa? y tus brazos protegiendo
mis hombros, y mi silencio aquiescente. A lo lejos en la playa las voces alegres de
los niños chocaban con las olas y éstas las devolvían en ecos de caracolas.
Aquel gozo despreocupado no volví a sentirlo. Vinieron los: por aquella zona
pueden conocerme, los: mejor a otra hora, más tranquila. Tenía ilusión de conocer
Praga y tú que allí siempre te cruzas con conocidos. Me iba cansando de lugares
desiertos. Claro, claro que te comprendo Luis, tu cargo, tu apellido, tu mujer, tus hijos,
tu familia, tu educación, otra generación, el colegio de curas, tu cargo en el ministerio,
otra vez tu apellido, pero ahora, el tiempo ha pasado, tienes que tener agallas, sí, me
encanta el ático, es una maravilla, un palacio de marfil, pero el príncipe está triste,
¿Qué tendrá el príncipe? Y tu: estás callado, cada día hablas menos y sin esperar
respuesta cambiabas de conversación. Tan seguro de mi, que no te parabas a
escuchar. Últimamente después del amor te levantabas y te ibas al computador, tengo
trabajo atrasado decías, lo entiendo, no te preocupes y me dormía solo.
No contestaste a la carta en la que te dejaba. Pensé que era tu amor propio.
-Andrés, ¿estás bien?
-Sí, solo algo pensativo.
Cosas de la vida, ahora vuelvo acompañado por Raúl, él me ama sin
ocultamientos. Me gustaría que lo conocieras pero ya es un poco tarde. Tengo tantas
preguntas… ¿Cómo ha sido? ¿Por qué te has acordado de mí en tu testamento…?
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