2º Relato. Asoc. Agua Viva.

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2º Premio de Relato. Asoc. Agua Viva. Móstoles 2011
LA MONEDA DE DOS CARAS
Mientras se deslizaba la puerta de la prisión emitía un chirrido como si arrastrara con
ella todas las horas que Luís había pasado tras los muros del presidio. Once años
quedaban atrás diluidos en el tiempo como si no hubieran existido. Más de un tercio de su
vida…, y ahora, en un segundo, un paso, sólo un paso era lo suficiente para hallarse al otro
lado de la soledad.
Recordaba todo tan nítidamente…Hay momentos que por su intensidad quedan
guardados fotograma a fotograma en el cerebro; y ahora, cuatro meses después de
abandonar Alcalá-meco, mientras saboreaba una cerveza, pensaba en los errores
cometidos desde su adolescencia, que acabaron llevándole a la cárcel; en los acertados
consejos de su madre, que nunca secundó, sus ojos de almíbar y cómo lloraron el último
día que se vieron.” Lo mismo que las gotas al rodar por el botellín”, pensó
melancólicamente.
La primavera avanzada y su multiplicidad de olores le subía los ánimos. Por fin había
conseguido un trabajo, poco remunerado, pero aún era joven y el caso era empezar de
nuevo… ¡Nunca más! se dijo para sí, mientras dejaba las monedas en el mostrador.
Sus pasos se dirigieron a la arboleda que rodea el palacio de Aranjuez. Le gustaba
pasear allí cuando ya no había casi nadie, poco antes de su cierre. El remanso de paz lo
envolvió. Había aprendido a deleitarse con los trinos en libertad de las aves que revolaban
en las copas de los árboles. ¡Nunca más!, repitió esta vez de palabra, mientras tomaba
asiento para dejarse arrullar por la líquida canción de los surtidores de una estatua. Extrajo
un cigarrillo y se dispuso a encenderlo, pero un soplo de brisa se había levantado y apago
el mechero; entonces, para librar la llama del viento giro la cabeza y a través de la cortina
creada por setos y arbustos le llegó el griterío de una disputa y un momento después una
frase se quedó sin voz mientras el sonido de un golpe sobre el suelo provocó un revoloteo
de aves en el árbol más cercano al lugar del hecho.
El mechero le estaba quemando los dedos, terminó de prender el cigarrillo a la par que la
grava permitía apreciar unos pasos alejándose apresuradamente. —Debería marchar de
aquí ahora mismo. —Pensó durante la siguiente calada al pitillo, pero se encaminó al lugar
donde el silencio había suplido al alboroto.
A medida que avanzaba su corazón se iba acelerando y, al alcanzar el ultimo seto, tras el
tronco de un fornido abeto se hizo realidad la sospecha en la imagen de un cuerpo tendido
sobre el suelo, del que fluía un reguerillo de sangre a la altura de la cabeza. Su primera
impresión fue la de encontrarse ante un cadáver, pero al ver un leve movimiento de
párpados en el pálido rostro examinó su respiración apenas perceptible: aún tenía vida.
—¡Mierda!— masculló Luís entre dientes.
—¡Joder…!— repitió más irritado, moviéndose intranquilo al lado del agonizante cuerpo
Pensó en largarse y llamar por teléfono al 112 informando del lugar donde estaba el
hombre. Iba a hacerlo cuando divisó un coche de policía que acababa de doblar la curva del
paseo
—¡Hostia!— dijo ya sin ningún reparo. Ahora no podía largarse. Estaba seguro de que lo
habían visto, si se escondía sería peor, y como un autómata que se dirige al cadalso a pesar
de saberse inocente, Luís dirigió sus pasos en dirección al automóvil para narrar todo lo
que había pasado.
A pesar de estar a primeros de junio hacia frío en el calabozo. Ya iba para tres días allí.
Por su pasado resultaba evidentemente oscuro, y fue detenido inculpado por la agresión.
Sus declaraciones so sirvieron de nada. No existía otro sospechoso. El agredido
continuaba en coma. Junto al herido se encontró un cigarrillo de la marca que Luís llevaba
en su chaqueta y el ADN confirmaría que la boquilla había estado en sus labios.
Dos noches llevaba sin dormir mientras su cerebro daba vueltas a la situación y le
censuraba con mensajes de lo estúpido que había sido intervenir en aquel conflicto.
Para complicar más su estado de ánimo aquella tarde recibió una llamada inesperada, la
voz le resultó familiar:
—Hombre, Luís, hace mucho que no tenemos una charla.
—No sé… Ahora mismo no caigo en quién eres…
—Luego te lo aclaro, cabrón ¿Qué, se vuelve a estar bien otra vez a la sombra?
Se podía adivinar la mueca de burla al lado del otro aparato.
—¡…Oye, capullo… o largas quien eres o cuelgo ahora mismo! — dijo visiblemente
alterado.
—Haz lo que quieras, mamón. ¿Te acuerdas de lo de la calle Serrano?
Un áspero silencio se apoderó del hilo telefónico.
—¿Crees que íbamos a olvidarlo, jilipollas?
—¿¡Eres el “Jeta”!? — Tuvo más aseveración que pregunta, la voz de Luís.
No, siempre supo que no lo olvidarían, como él no lo había hecho, pero necesitaba un buen
fajo de pasta y tuvo que distraérsela a aquellos dos compañeros de fechorías.
—¡Te vas a comer un marrón muy chungo! ¡Vas a pagar la putada que nos hiciste…!
Se hizo perceptible el sarcasmo de su interlocutor
—Tenemos un testigo que camelará con las manos en el fuego que fuiste tú. Él estaba al
otro lado del río mirando con gemelos a los pájaros y diqueló como le diste con un ladrillo
que luego tiraste entre los setos; cómo estaba lleno de arena , no tiene huellas, pero él
afirmará que lo vio todo. Es nuestra venganza, so cabronazo. Irás al trullo otra vez, pues
seguro que el pavo la palma ¡ÉL se lo buscó! Era otro jilipollas como tú..
—¡Que te den! — Soltó Luís, al tiempo que una risa cáustica laceraba sus oídos.
Estaba tenso tumbado en el camastro, todo hacia suponer que le esperaba otra velada
sin dormir. En algún lugar cercano sonaba El Concierto de Aranjuez llenando de tristeza y
melancolía el manto de la noche. En su cerebro un rumor coreaba constantemente la
misma frase: “Nunca más”, “nunca más”…, como letanía que transformaba su percepción
de lo real. Una transpiración helada comenzó a llenar su cuerpo mientras en la celda la
penumbra apenas permitía ver nada más que bultos y el sudor y las lágrimas le quemaban
los ojos.
Aunque poco perceptible, el golpe alertó al agente que estaba en una oficina, quién, para
comprobar lo que ocurría, se dirigió al recinto donde habían encerrado a Luís. El cuerpo
del recluso se balanceaba sujeto por el cuello con un trozo de tela al barrote más alto de
las rejas. Rápidamente lo sujetó por las piernas con toda la fuerza de que era capaz y con
gritos alertó a otros compañeros que llegaron a cortar el cordel que oprimía su cuello.
Luís despertó en la habitación de un hospital. Le dolía mucho la cabeza y el cuello. Tenía
las manos atadas y tubos sujetos a su nariz y en la muñeca izquierda.
Afortunadamente una paz interior lo poseía, pues no recordaba nada: un largo corredor
vacío se extendía por las circunvoluciones de su cerebro.
Habían pasado tres semanas de lentos progresos en la mente de Luís y ya, excepto el
capítulo en que intentó acabar con todo, fue reconstruyéndose el puzle de su vida; pero
ello provocó que el desasosiego volviera a instalarse en él como una cigarra cuyo rumor
le impedía conciliar el descanso.
Acababa de salir del lavabo cuando la puerta de la habitación se abrió: una persona en
silla de ruedas, agentes de policía y dos personas de paisano irrumpieron en la estancia.
El hombre que fue golpeado en los jardines le observaba serenamente mientras el resto de
las personas miraban al de la silla esperando que dijera algo.
—No es él — Expresó con voz delicada.
Fue conminado a que estuviera seguro de lo que decía.
—No es quien me golpeó— Su voz hizo un esfuerzo por expresarse con claridad y firmeza.
Los dos se miraron casi con afecto, parecía que quisieran compartir el sufrimiento que les
había unido en aquella situación.
En la ventana se había posado un verdecillo y sus trinos llegaban hasta los oídos de
Luís como si de se tratara una melodía que le abría las puertas a un nuevo capítulo de su
vida.
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