Competencia global, integración parcial

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Competencia global,
integración parcial
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JUAN IGNACIO PALACIO MORENA '
a globalización se presenta con frecuencia como un proceso lineal que tiende a imponerse por sí solo y que supone las
mayores ventajas para todos. Se estaría en el umbral de la
plena integración de la economía mundial en la que todos se
benefician de lo mejor de todos. Sin embargo, el mundo aparece dividido en países que tienden a integrarse en bloques. Hay
una integración parcial. Pueden parecer procesos contradictorios y de hecho podría imponerse un sistema de bloques cerrados que frene o destruya la tendencia a la globalización. Pero
también se pueden plantear como procesos convergentes. El
camino hacia una economía mundial se realiza mediante avances parciales. Hay grupos de países que deciden integrarse por
proximidad geográfica, multiplicación de flujos de intercambio
de productos, factores productivos e iniciativas de muy diversa índole. Esa decisión puede tomarse asumiendo que no es un
fin en sí mismo, sino un paso hacia una integración más amplia
y que por tanto se mantiene abierta a acuerdos y compromisos
con otros bloques.
De lo anterior se deduce que la globalización no es un proceso simple y que tiende a consumarse por sí solo, sino algo
complejo y abierto. Caben numerosas formas de llegar a la meta
final e incluso marchas atrás. Algunos pueden pensar que ni siquiera es deseable. ¿No supone la globalización en sí misma la
destrucción de la diversidad cultural y la imposición de los más
fuertes en detrimento de los débiles? Son dudas legítimas a las
que no debe contestarse con afirmaciones rotundas. Sin embargo,
es necesario responder de algún modo a esas incertidumbres y
tratar de establecer las estrategias que se consideren más adecuadas.
L
*Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de CastillaLa Mancha <[email protected]>
NEOLIBERALISMO O PROTECCIÓN: UN FALSO DILEMA
e
on cierta frecuencia se identifica o confunde"globalización" con "neoliberalismo". Desde esta perspectiva,
se entiende que lo esencial reside en la liberalización de los
mercados. Con una concepción liberal individualista se supone que si un mercado no funciona bien es porque existe alguna
interferencia o distorsión que impide la libre competencia.
Por tanto, la solución es la desregulación que elimina cualquier
tipo de intervención o restricción y permite alcanzar la mayor
eficiencia. Es la lógica avasalladora e imposible de refutar que
da cuerpo al economicismo. En el extremo opuesto se sitúan los
defensores de la economía dirigida o intervenida por el Estado.
Ante el egoísmo de los individuos, que se traduce en la ciega irracionalidad del mercado, es necesario una institucionalización
de mecanismos de coerción colectiva controlados por la gestión
estatal. La renuncia al dirigismo del Estado implica inevitablemente, según esta visión, una especie de ley de la jungla en que
se imponen siempre los más fuertes. De ahí la justificación de
cierto intervencionismo que proteja los intereses de los más
débiles.
De acuerdo con la concepción neo liberal, los países que parten
de una situación económica peor deben liberalizar sus mercados, en especial el del trabajo, ya que el costo de la mano de obra
afecta a todos los demás mercados. La incorporación de nuevas
tecnologías permitirá incrementos de la productividad a los que
se deben acomodar los costos laborales moderando su crecimiento. De este modo se supone que poco a poco mejorará la eficiencia
de sus economías y el bienestar de sus ciudadanos. La caída del
"bloque socialista" ha supuesto la reafirmación del triunfo de
la visión neo liberal, pero no ha eliminado las reacciones de carácter defensivo. De uno u otro modo se siguen justificando
comercio exterior, mayo de 2001
posiciones proteccionistas para evitar lo que se supone son las
consecuencias negativas de la globalización.
Se plantea así una falsa disyuntiva. La creciente integración
económica internacional no es un proceso lineal que va del
intervencionismo a la liberalización. No tiene sentido tampoco, por tanto, tratar de frenar ese proceso mediante la protección
de las economías más débiles. Tanto la liberalización a ultranza
como el proteccionismo eluden considerar cuestiones más concretas en las que reside la clave de los problemas. Liberalización
e intervencionismo proteccionista se resumen en medidas que
por su carácter pasivo son, sin duda, más fáciles de instrumentar.
No requieren la iniciativa y el esfuerzo de participación de los
implicados en las mismas, sino una simple complicidad de intereses. Se siguen moviendo en el ámbito de los estados-nación
cuando lo que se necesita son órganos supranacionales que puedan dar soluciones acordes con la dimensión más amplia de los
problemas. Y supeditan a la sociedad civil al papel de pura comparsa, confundiéndola con la sociedad política o con el juego de
mercado, en vez de plantear la necesidad de una vertebración
social más compleja para instrumentar respuestas sobre cuestiones que por su propia naturaleza tienen un carácter microsocial, es decir, que presentan especificidades propias en cuanto
a su contenido y ámbito de influencia. No sólo se trata de "pensar globalmente y actuar localmente", sino de articular distintos niveles de decisión respetando la autonomía y particularidad de cada uno de esos niveles.
INTEGRACIÓN Y POLÍTICAS MACROECONÓMICAS
as debilidades e insuficiencias de las economías nacionales requieren para superarse de un creciente grado de inte
gración. El primer problema en ese sentido es que la integración económica exige cierta armonización entre las economías
que se van a aglutinar. Como se plantea en la teoría de las áreas
monetarias óptimas, para que la integración sea eficaz debe existir
previamente o lograrse de forma más o menos inmediata un cuantioso intercambio comercial, una elevada movilidad de los factores y una diversificación productiva suficientemente amplia que
genere ventajas complementarias en vez de choques asimétricos.
La experiencia europea es, en este sentido, aleccionadora.
La apuesta de Europa por la unión económica y monetaria
representa una forma de acelerar e intensificar el proceso de
integración del espacio económico europeo frente a las tendencias generales de integración económica en escala mundial. Se ·
refuerza así la estabilidad macroeconómica y el potencial competitivo de la Unión Europea, pero también se hacen más evidentes sus limitaciones, particularmente frente a Estados Unidos. Buena parte de las tensiones que se manifiestan en el seno
de la Unión Europea, a partir de la implantación del euro desde
comienzos de 1999, se deriva de la debilidad competitiva de su
tejido productivo (industrial y de servicios), aunque también se
deban a la hegemonía financiera de Estados Unidos. La implantación del euro ha intensificado la competencia entre economías
con niveles de productividad muy diferentes dentro de la pro-
L
371
pia Unión Europea. Al desaparecer el velo que impone al conocimiento de los precios la existencia de diferentes monedas y los
costo de intercambio asociados a esa multiplicidad monetaria
(disminución de los costos de transacción), y al no contar con
ciertos mecanismos de intervención que compensaban o paliaban los efectos de esos desequilibrios (manejo del tipo de cambio, diferencias en los tipos de interés, subvenciones de explotación), se ponen más claramente de manifiesto las debilidades
de cada sistema productivo. Arrecia, por tanto, la competencia
entre distintos países o territorios europeos, al tiempo que se
transparentan más claramente al exterior de la Unión Europea
(terceros países) sus puntos más frágiles (menor productividad
que los países más avanzados y mayores costos de producción
-no siempre compensados por mayor productividad- que los
países menos avanzados). Es cierto que la unión monetaria implica una mayor fortaleza de la Unión Europea frente a terceros
y una mayor estabilidad que arropa y frena el repunte de desequilibrios monetarios en su interior (inflación, déficit público
o elevación de los tipos de interés), incluso en los países de reputación más débil como pueden ser los casos de España o de
Italia. Pero esto debería verse más como una oportunidad para
afrontar con mayores garantías de éxito las reformas y restructuraciones productivas que son necesarias en cada uno de los
países de la Unión Europea que como una garantía en sí misma.
El caso español resulta, en ese sentido, paradigmático. España
presenta una marcada asimetría entre su posición en el ámbito
de la convergencia nominal y macroeconómica y en el de la convergencia real y microeconómica.
El ejemplo de la Unión Europea muestra, por tanto, las ventajas de la integración, pero también las dificultades que tiene
Europa para competir en un entorno de globalización. La unión
monetaria es ya una realidad desde enero de 1999 en que se implantó definitivamente el euro. Aunque hasta el2002 no circulen las monedas y billetes, la mayor parte de las grandes transacciones económicas se realizan ya en euros. Para alcanzar la
integración se han requerido unos mínimos de convergencia
nominal que se definieron en la cumbre de Maastricht. Y esa
convergencia nominal se ha apoyado, a su vez, en cierta convergencia en términos reales. A pesar del bagaje común cultural e
institucional de Europa, el proceso de unión económica y monetaria ha sido lento y complejo y está todavía abierto y lleno
de incertidumbres. En áreas como América Latina las dificultades para la integración son seguramente mayores, pero eso no
significa que sean insalvables. Cuentan además con algunas
ventajas que Europa no ha tenido, como la menor diversidad de
lenguas que facilita la comunicación y el propio antecedente de
la experiencia europea como una buena fuente de conocimiento, aunque ni el ejemplo sea trasladable ni se pueda calificar en
todos sus extremos como modelo. Lo que no cabe duda es que
es importante seguir avanzando en el proceso de integración y
fijarse además metas muy ambiciosas, aunque esto signifique
establecer plazos relativamente amplios y flexibles divididos en
fases en las que se alcancen objetivos parciales. Con toda probabilidad el principal déficit de América Latina no reside en primera instancia en la debilidad de sus estructuras productivas, sino
competencia global, integración parcial
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LAS POLÍTICAS DE CONVERGENCIA REAL
1ejemplo de la Unión Europea
muestra, por tanto, las
ventajas de la integración, pero
también las dificultades que
tiene Europa para competir en
un entorno de globalización.
La unión monetaria es ya una
realidad desde enero de 1999
en que se implantó
definitivamente el euro
en la de sus instituciones políticas y sociales, pero el proceso de
institucionalización democrática, aunque lleno de dificultades,
puede acelerarse siempre que exista una voluntad clara y decidida en ese sentido.
La integración económica y monetaria es, a la vez, consecuencia y causa de cierta estabilidad macroeconómica sin la cual es
prácticamente imposible abordar las reformas económicas estructurales necesarias para responder al reto de la competencia
en un mundo globalizado. Y es también, por tanto, el único modo
razonable de eludir la tentación proteccionista. La globalización
es un proceso que abre nuevas posibilidades pero como todo
proceso abierto está lleno de incertidumbres y riesgos, aunque
representa una oportunidad que no debe desaprovecharse. No
hay que dejar enredarse por el falso dilema entre neo liberalismo
y protección. Los países que acepten el reto de la apertura de sus
economías no tienen por qué caer en una liberalización entendida como desregulación y ausencia de cualquier tipo de intervención en los mercados. Por el contrario, han de asumir la necesidad de la integración supranacional y de cierta estabilidad
macroeconómica, propiciada por las políticas monetaria y fiscal, para instrumentar políticas activas de competencia que faciliten la convergencia real; o lo que es lo mismo, la mejora de
sus niveles de producción y bienestar acercándose a los de los
países más desarrollados.
na vez que se apuesta por una competencia abierta, desechando la opción proteccioni sta, se impone la necesidad
de sostener la competitividad mediante mejoras en la productividad. Esto supone un difícil equilibrio. Los incrementos
de productividad, particularmente cuando se parte de niveles
tecnológicos y de productividad bajos, implican continuas restructuraciones y ajustes en el empleo y generan importantes
diferencias o desfases entre distintos sectores y empresas. Resistirse a esos cambios se traduce en elevadas tasas de desempleo y precariedad, pero también una restructuración excesivamente rápida conduce a resultados semejantes. Cualquier salida
pasa por una modulación de los ritmos de modernización que
impida tanto el estancamiento tecnológico como una incorporación de tecnología del exterior en exceso veloz.
Hay que aprender a transitar por un filo de la navaja extremadamente fino, sin eludir la liberalización de los mercados y
la flexibilidad laboral, pero afrontando al mismo tiempo la instrumentación de políticas activas de competencia y un incremento acompasado de la productividad y los costos laborales. Tan
erróneo sería aceptar que la liberalización equivale a la desregulación y que para competir en escala internacional es necesario moderar a como dé lugar el crecimiento de los costos laborales, como cerrarse sobre sí mismos desligando la evolución
de los costos laborales y la productividad. La machacona insistencia en la flexibilización del mercado de trabajo para moderar los costos laborales, como si éste fuese uno de los factores
que condicionan decisivamente la competitividad del conjunto de las economías, adolece no sólo de los defectos de la ya señalada confianza ciega en los beneficios de la liberalización, sino
que además crea los efectos contrarios a los que dice perseguir.
En los segmentos oligopolistas o donde por determinadas
circunstancias existe un determinado número de empresas que
tienen un elevado poder de mercado, los costos laborales se elevan por encima de los niveles medios sin que eso tenga por que
afectar de manera significativa la competitividad de las empresas
implicadas. Por el contrario, las empresas más débiles, aun con
incrementos de costos laborales mucho más moderados , ven
siempre amenazada su continuidad en el mercado. Independientemente de que a escala agregada de toda la economía o de un
sector haya un incremento o un descenso en los costos laborales unitarios y de que el valor añadido generado en los segmentos más dinámicos crezca mucho, la competitividad de la economía se puede ver deteriorada si la base del sistema productivo
continúa estancada o en regresión . El desmesurado éxito de los
segmentos más favorecidos por la oligopolización o el inusitado
poder de mercado del que disfrutan, apoyado en una política de
liberalización y de incentivo a la importación de capitales y tecnologías del exterior, puede incluso encubrir el empobrecimiento
o estancamiento de una amplia base del tejido productivo.
Aceptar la inevitabilidad de la aparición de fuertes desniveles de productividad entre empresas y sectores y la consiguiente desigualdad de salarios y beneficios, limitando a la política
social la corrección de las desigualdades de renta, es un grave
U
comercw exterwr, mayo de LUUI
error. Cuanto más elevados son los desniveles de productividad
más difícil resulta contener los incrementos de los precios y de
los salarios monetarios, el empleo es más precario y surgen
desequilibrios en la balanza exterior tecnológica que, si no se
compensan por otras partidas, impondrán un creciente déficit
en la balanza por cuenta corriente. Éste es el problema que lleva aMachovec a afirmar que "sin instituciones competitivas para
difundir nuevos métodos y guiar la adaptación al cambio, la
importación de tecnología será un error costoso". 1 Los remedios
fáciles, basados en soluciones a corto plazo que intentan compensar estos desequilibrios, implican no afrontar los problemas
de fondo y corren el riesgo de agravarlos aún más a medio y largo plazos. Las políticas de atracción de capitales exteriores
mediante el sostenimiento de elevadas tasas de interés, el manejo indiscrimin.ado de los tipos de cambio, el incremento de la
protección social para reducir las desigualdades y proteger a los
desempleados, la simple moderación de costos laborales o el
reforzamiento de la demanda efectiva mediante el incremento
del gasto público, son ejemplos de ese tipo de medidas que pueden tener cierto éxito a corto plazo, pero que generan a más largo plazo desequilibrios aún mayores que amenazan con asfixiar
el crecimiento económico.
La clave para evitar los citados desequilibrios y avanzar
por la senda estrecha del crecimiento continuado y estable está
en la actuación sobre los mercados. No caben atajos para la
convergencia real ni existen cómodas autopistas para llegar a
ella.
373
a política industrial se ha interpretado de muy diversos modos. Las posiciones oscilan entre quienes la conciben como
una política de planificación que ·desciende al nivel sectorial o de los mercados y los que consideran que lo único que debe
favorecerse es el libre funcionamiento de los mercados ("la mejor
política industrial es la que no existe" o la que se limita a la defensa de la competencia). Una concepción más integral de la
política industrial entiende que junto a la política de defensa de
la competencia, debe haber un conjunto de medidas que fomenten la mejora de la competitividad. Por eso en vez de propugnar
la simple liberalización de los mercados o la pura intervención
del Estado en la economía, se plantean como ejes fundamentales de la política económica la actuación sobre los mercados mediante de las políticas industrial y tecnológica y la articulación
de instituciones supranacionales que amplíen el concepto de Estado y su capacidad de gestión sobre la vida social y económica.
La política industrial y tecnológica designa precisamente la
actuación sobre los mercados. El buen funcionamiento de los
mercados no se garantiza con la ausencia de cualquier tipo de
intervención sino que necesita reglas de juego (regulación), una
vigilancia sobre el cumplimiento de las mismas (defensa de la
competencia) y un constante esfuerzo por alentar y mejorar la
capacidad de iniciativa e innovación empresarial mediante políticas activas de competencia. Como señalara Julio Segura,
no es buenp cualquier tipo de regulación, pero casi siempre es
preferible una mala regulación a la ausencia de ella. 2 Con frecuenci'a son necesarios cambios en las reglas de juego de cada
mercado para garantizar una mayor competencia. A su vez, no
cabe interpretar las normas de defensa de la competencia al
margen de una concepción dinámica de aquélla. La política de
defensa de la competencia no puede separarse de la política activa
de competencia. Las medidas para impulsar la competencia (políticas activas) se apoyan, sobre todo, en la política educativa o
de formación y en la política de investigación y desarrollo (ID).
Se trata de ayudar a que los agentes que intervienen en los mercados sean más competentes. Esto implica, a su vez, que la competencia se basa en la cooperación (una de las acepcúones de la
competencia entre los anglosajones es seek together, es decir,
buscar juntos) para tratar de ser más competentes. La política
industrial y de defensa de la competencia se centra, por tanto,
en favorecer la cooperación, más que en evitar cualquier tipo de
acuerdo entre empresas rivales como se planteaba originalmente
en las leyes de defensa de la competencia y en contribuir a elevar el nivel de calificación o competencia de los agentes que
intervienen en el mercado, mediante la formación y el fomento
de la ID, en vez de adoptar una postura abstencionista y pasiva
que cree que basta con que no se impongan trabas al "libre" funcionanüento de los mercados.
En un entorno de globalización, los estados nacionales poco
pueden hacer para reforzar la competencia mediante medidas
macroeconómicas que favorezcan el comercio exterior y la
movilidad internacional de los factores productivos, pero sí
pueden desempeñar un papel relevante en la instrumentación de
las políticas de carácter microeconómico. Éstas, por definición,
tienen un carácter descentralizado tanto sectorial como territorialmente. El Estado debe actuar en este caso como promotor
y coordinador, pero no como protagonista directo o regulador
exclusivo de las reglas de juego de los distintos mercados. La
misma política de ID, que tiene una incidencia más directa sobre la mejora de la capacidad de innovación propia, no puede
consistir fundamentalmente en un incremento del gasto público en esos rubros, sino que el Estado ha de congregar en el proceso a empresarios y trabajadores que en definitiva han de ser
sus principales protagonistas.
Además, el Estado tiene que ayudar a fijar las reglas qe juego de otros órdenes de la vida social diferentes del mercado y
a establecer cauces de corrección de las desigualdades y desequilibrios sociales. El Estado, por tanto, genera una parte del
empleo asociada a la provisión de servicios públicos. Cuando
existen necesidades públicas mal cubiertas, que pueden ser adecuadamente definidas o tipificadas, el sector público como cauce
de representación y participación común de todos los ciudadanos debe hacer lo posible por satisfacerlas. Otra parte importante
l . F.M . Machovec, Perfect Competition and the Transformatiun
of Economics, Routledge, Londres y Nueva York, 1996.
2. J. Segura, "Cambios en la política de defensa de la competencia y política industrial", Ekonomiaz, núm. 21,1991.
SENTIDO Y ALCANCE DE LA POLÍTICA INDUSTRIAL
L
competenci a gloDal , mtegrac10n parcial
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de las necesidades sociales no puede ser cubierta ni por la iniciativa privada, expresada mediante de los cauces del mercado,
ni por la iniciativa pública, por medio de la actuación del Estado, sino por la iniciativa social organizada en asociaciones de
voluntariado sin fines de lucro. El fomento de este "tercer sector" es también una fuente relevante de empleo que se materializa en los llamados "nuevos yacimientos de empleo". Más aún ,
hay una clara interrelación con efectos inducidos mutuos entre
Estado, mercado y "tercer sector".
Hay que destacar que aunque la política industrial y tecnológica deba ser coordinada desde el Estado, por definición -es
decir, por su propia esencia- es una política microeconómica
que ha de instrumentarse de forma descentralizada por sectores,
territorios y empresas. Eso significa que se precisan individuos
e instituciones civiles o cuerpos intermedios maduros con capacidad para tomar iniciativas y llegar a acuerdos eficaces. Los
sindicatos, organizaciones empresariales, asociaciones de consumidores y demás instituciones públicas y privadas en los diferentes ámbitos territoriales, son decisivos en la instrumentación de esas políticas activas de competencia. U na negociación
colectiva articulada y mediatizada por acuerdos entre diferentes órganos e instituciones es el principal cauce de materialización de las citadas políticas.
Sin una mínima capacidad de iniciativa empresarial, vertebración de la sociedad civil y funcionamiento de las distintas
instancias que configuran el Estado, es imposible una adecuada instrumentación de la política industrial y tecnológica. La
investigación y el desarrollo tecnológico en ausencia de ese triple
protagonismo podría suponer un simple reforzamiento del poder de las grandes empresas que ya destinan una parte significativa de sus recursos a ID, acciones aisladas que carecen de
suficiente masa crítica o una reafirmación del poder burocráticoy corporativo de los colectivos de trabajadores vinculados al
Estado. Algo semejante ocurre con la formación y la calificación
de la mano de obra. La extensión del acceso a la enseñanza universitaria se justifica sobre la base de la mayor demanda de calificación. Sin embargo, la universidad no puede formar a la
práctica totalidad de los profesionales. Ni la masificación permite la adecuada calidad de la formación, ni la demanda de profesionales, por mucho que se eleven los requerimientos de cualificación, se limita a los niveles de excelencia que se supone
representa la universidad. Cuando se señala la necesidad de un
incremento de los gastos en ID y en formación no puede confundirse con un simple incremento del gasto público en esas partidas respecto al PIB. Es preciso asegurar al máximo la rentabilidad de esas inversiones y discriminar de algún modo entre las
investigaciones y calificaciones de mayor interés social, dando suficiente peso y autonomía a la investigación aplicada respecto a la investigación básica y a la formación de profesionales frente a la formación más estrictamente u ni v"ersitaria.
También es importante insistir en que para garantizar la eficacia de las normas de juego y de los acuerdos que se vayan alcanzando en los distintos ámbitos de negociación en diferentes
mercados son necesarias instituciones supranacionales que aseguren la debida articulación desde el máximo nivel que alean-
1 capitalismo acaba
imponiendo una visión
economicista de la sociedad
en la que lo económico, la
estructura, en expresión de
Gramsci, es una fuerza
exterior que aplasta al ser
humano, lo asimila a ella y
lo hace pasivo
ce la extensión y el funcionamiento de los mercados hasta los
estratos más bajos. Se trata de ampliar el concepto de Estado no
sólo desde un punto de vista de la extensión o dominio territorial del mismo sino, sobre todo, de su significado y alcance. Los
estados supranacionales no deben limitar su actuación al plano
macroeconómico sino que tendrán uno de sus principales objetivos en la tutela del funcionamiento y la regulación de los mercados. Como señalara Gramsci, el Estado será cada vez más "una
organización coactiva que tutelará el desarrollo de los elementos de la sociedad regulada en incremento continuo, la cual, por
tanto, reducirá gradualmente sus intervenciones autoritarias y
coactivas". 3
UNA APOSTILLA FINAL
L
a internacionalización del sistema financiero y los desplazamientos de capitales en escala mundial tienden a concentrar los recursos financieros en un número relativamente
reducido de grandes empresas. Como ha señalado muy recientemente Luis Ángel Rojo, gobernador del Banco de España, al
margen de la muy probable, pero indemostrables, sobrevaluación
de los valores bursátiles, lo que es indiscutible es que su fuerte
crecimiento ha tenido un efecto expansivo sobre la demanda
agregada de bienes y servicios en sus componentes tanto de
3. A. Gramsci,Antología (edición a cargo de M. Sacristán) , Siglo
XXI, Editores, Madrid, 1974.
comercio exterior, mayo de 2001
consumo como de inversión .4 En la medida en que haya una
burbuja especulativa estaríamos ante serios riesgos de recesión.
La continua elevación de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal de Estados U nidos y el creciente déficit exterior
que alcanza ya 4% de su PIB, muestran que si bien la fortaleza
de la economía americana se asienta en su ventaja tecnológica
respecto a otras áreas del mundo, es también el resultado de su
privilegiada posición como principal beneficiario de la concentración de los movimientos de capital en escala mundial. Es esto
último lo que le permite sostener e incluso revaluar su moneda
a pesar del elevadísimo déficit exterior.
Las características de la economía estadounidense tienen
implicaciones de muy diverso tipo. En primer lugar, significa
que todas las economías están atadas a esa economía; si ésta va
bien los demás se benefician de su expansión, pero a costa de
generar una asimetría en los pagos internacionales. Los países
pobres se endeudan pues su crecimiento provoca déficit externos que, al contrario que en Estados Unidos, se traducen además en devaluaciones de su moneda. De ahí la importancia que
tiene para América Latina apostar por la unión económica y
monetaria, aunque sea a largo plazo. Por otro lado, la concentración de recursos de capital entraña que mientras los países
ricos tienen enormes posibilidades de inversión, los pobres,
incluso si llegan a generar capacidad de ahorro, dependen cada
vez más del financiamiento externo. Los ahorros internos se
invierten en buena medida en valores bursátiles de compañías
extranjeras que se capitalizan cada vez más, lo que redunda en
mayores ingresos fiscales para los países más ricos. Así, el ahorro
de los países pobres ayuda a financiar a las economías ricas y
éstas, mediante sus inversiones y préstamos públicos y privados, les devuelven la posibilidad de volver a ahorrar. Si el ahorro de los pobres no alcanza para sostener este curioso circuito
financiero, puede incluso plantearse la condonación de la deuda para evitar el colapso financiero y mantener las condiciones
de dependencia.
Lo anterior puede hacer pensar que cualquier esfuerzo propio por mejorar es inútil. Da la impresión de que por medio del
sistema financiero y los movimientos de capital se produce una
fuga que evapora los resultados que sólo mediante grandes sacrificios y esfuerzos es posible alcanzar. Sin embargo, si alguna conclusión se puede sacar de cuanto aquí se ha planteado es
la contraria. La experiencia histórica demuestra lo absurdo de
las teorías catastrofistas y del "cuanto peor mejor". Si las cosas
van mal siempre acaban yendo aún peor para los más pobres y
débiles. El riesgo reside en no ser capaces de generar nuevas
opciones por difíciles que éstas parezcan. En última instancia
es un problema de valores. Como señalara el prestigioso historiador Fernand Braudel: "Como privilegio de una minoría el capitalismo [el dominio del capital diría yo para dejar más claro a
qué nos referimos] es impensable sin la complicidad activa de
la sociedad [ ... ] Porque hace falta que la sociedad entera acep4. L. A. Rojo , "Reflexiones sobre la situación económica internacional " (discurso pronunciado en el Club Siglo XXI e127 de marzo
de 2000), Expansión (diario), 29 de marzo de 2000 .
375
te más o menos conscientemente sus valores;[ ... ] el capitalismo sólo triunfa cuando se identifica con el Estado, cuando la élite
del dinero es la que ejerce el poder." 5
Si la sociedad civil, los sindicatos, las organizaciones empresariales, las asociaciones de consumidores y demás instituciones
públicas y privadas asumen esa complicidad a la que se refería
Braudel, bien por pasividad o por aceptar determinadas ventajas
o privilegios corporativos, no habrá alternativas. La democracia
y el buen funcionamiento de Jos mercados requieren individuos
activos que proyectan sus iniciativas mediante distintos elementos
de organización autónoma o cuerpos intermedios. Si los sindicatos
y otras instituciones civiles se convierten en apéndices del Estado, en vez de elementos de transformación del mismo, se estará
favoreciendo un despotismo más o menos larvado de la burocracia. Se ha visto que la propia política industrial y tecnológica requiere esa participación activa capaz de alcanzar acuerdos eficaces
por medio de una negociación colectiva bien articulada.
El capitalismo acaba imponiendo una visión economicista de
la sociedad en la que lo económico, la estructura, en expresión
de Gramsci, es una fuerza exterior que aplasta al ser humano,
lo asimila a ella y lo hace pasivo. Es preciso convertir esa estructura en medio de libertad, instrumento para crear una nueva forma
ético-política que sea origen de nuevas iniciativas. Los distintos planos de lo social donde el individuo se desarrolla como
persona -y el económico es uno más en una concepción no
economicista de la vida social- han de ser el producto de la
voluntad y el pensamiento colectivos. Éstos son el resultado del
esfuerzo individual concreto y no de un proceso fatal ajeno a los
individuos; de aquí la necesidad de una disciplina interior y no
sólo de la disciplina externa y mecánica.
Desde esta perspectiva cobra pleno sentido la afirmación de
Stuart Mili de que "una constitución democrática que no se apoye
en instituciones democráticas en sus detalles y que sólo se limite
al gobierno central, no sólo no es libertad política sino que con
frecuencia crea un espíritu que es precisamente el opuesto, llevando hasta las capas más bajas de la sociedad el deseo y la
ambición de dominio político; [ ... ] en la medida en que toda la
iniciativa y la dirección residen en el gobierno o la sociedad
política, los individuos sienten y actúan bajo su constante tutela, apartando la inteligencia y la actividad del país de los asuntos que más le importan para dedicarlos a la mezquina competencia por los provechos egoístas y las pequeñas vanidades de
los cargos oficiales". 6
Sólo en la propórción en que un pueblo esté acostumbrado a
dirigir sus asuntos mediante su intervención activa podrá ser
libre, el individuo recuperará su dignidad de persona y la historia de la humanidad seguirá siendo lucha y trabajo por suscitar
instituciones sociales que garanticen el máximo de libertad.G
5. F. Braudel , La dinámica del capitalismo , Alianza Editorial ,
Madrid, 1985 .
6. J. StuartMill , Principios de economía política. Con algunas de
sus aplicaciones a la filos ofía social, Fondo de Cultura Económica,
México, 1978, pp. 810-812 (primera edición en inglés, 1848; segunda edición en inglés, que es la última corregida por Mili , 1871; edición Ashley, en inglés, 1909).
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