Los desafíos de la globalización Para sus defensores, la globalización es un sueño de prosperidad y oportunidades. Para sus críticos, es una pesadilla de avaricia y desigualdad. Sin embargo, ambos bandos coinciden en que el cambio tecnológico y la liberalización de la economía están creando algo importante. Entonces, ¿qué desafíos enfrenta la creciente oleada de liberalización observada durante las últimas dos décadas? El primero consiste en contener las reacciones contra la globalización, en particular en los países de altos ingresos. Como revela el caso de la OMC en Seattle, el comercio se ha convertido en el centro de la hostilidad contra la modernidad. Y esto no es sorprendente. La 'destrucción creativa' del capitalismo genera perdedores desconsolados, que concentran su descontento en los extranjeros. Los líderes políticos tienen que responder con estrategias que faciliten el ajuste necesario para adoptar cambios y enfrentar la competencia global. Un segundo reto es la administración de la economía mundial. El número de crisis financieras es preocupante. Es evidente que las reformas internas que se necesitan cuando un país abre un sistema financiero protegido son muchas y complejas. Empero, la comunidad global debe encontrar las formas de limitar los costos de los pánicos en los mercados cambiarios y ayudar a los países a encarar aquellas deudas internacionales imposibles de pagar. Un tercer desafío es la búsqueda de una autoridad global. Para cumplir este papel, los entes que regulan la economía global, como la OMC y el FMI, deben trazarse nuevas metas globales, como la protección ambiental. La integración económica global es un conjunto de fuerzas tecnológicas que empujan el mundo hacia la reconciliación del deseo de obtener beneficios de la economía global y el deseo de vivir en democracia. La marcha se puede hacer más lenta, pero no se puede detener. Si quieren que avance llanamente durante el siglo XXI, los responsables de las políticas nacionales tendrán que ejecutar dos trucos ingeniosos: aprobar y hacer cumplir el mínimo de regulaciones globales necesarias para facilitar el proceso de integración; y ayudar a sus sociedades a hacerles frente a los cambios que van a provocar la integración. Es difícil halar en ambas direcciones al mismo tiempo, pero no existe otra opción racional.