1 Un sabio pasional Reseña de Las pasiones del alma Carolina

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CUADRANTEPHI No. 22
Enero – junio de 2011, Bogotá, Colombia
Un sabio pasional
Reseña de Las pasiones del alma
Carolina Maldonado Franco
Carrera de filosofía
Pontificia universidad Javeriana
Bogotá
[email protected]
“la filosofía que yo cultivo no es tan bárbara ni tan adusta
que rechace el uso de las pasiones; al contrario, sólo en ellas
pongo toda la dulzura y la felicidad de esta vida.”
RENÉ DESCARTES
La lectura tradicional de Descartes suele mostrarnos a este filósofo como un gran
defensor de una racionalidad geométrica ligada al conocimiento de ideas claras y
distintas, que se alcanzan por la exclusiva actividad del alma. Cuando esta última se ve
afectada por el cuerpo, ya no hay lugar para aquéllas ideas, pues éste crea confusión. En
la interpretación que ha dominado nuestra comprensión, la racionalidad cartesiana
señala que el cuerpo no permite un conocimiento verdadero, ya que nos engaña y nos
confunde. Desde esta perspectiva, algunas voces se levantan contra el cartesianismo,
notando su desprecio por aquello que no se somete al tratamiento del método
geométrico. Al tener a este último como absoluto y verdadero orden del conocimiento,
se dejan en el campo de la duda muchos conocimientos útiles para la vida práctica del
ser humano, quien queda reducido a ser sustancia pensante.
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No obstante, bajo el dominio de esta familiar y acostumbrada lectura de Descartes
yacen otras interpretaciones que podemos alcanzar a vislumbrar si nos remitimos a
algunas de las obras cuya lectura no suele ser tan habitual. Una de esas obras es Las
pasiones del alma, en la que vemos cómo nuestro autor se esfuerza por alcanzar alguna
claridad sobre la confusa multiplicidad de ciertos sucesos, si se les puede llamar así,
propios del compuesto cuerpo-alma, a saber, las pasiones. En este sentido, nos
preguntamos si cabe la posibilidad de que Descartes haya dejado una pequeña apertura
en esa estrecha racionalidad geométrica, a través de la cual se pueda vislumbrar una
manifestación alternativa de racionalidad, que tenga en cuenta la sensibilidad y no
desdeñe la unión del alma con el cuerpo. Adelantando una posible respuesta, podemos
traer a colación a Rubiel Ramírez Restrepo (2010), quien expone que nuestro autor
acepta que las pasiones son propias de la naturaleza humana y que, antes de pretender
contrariarlas o rechazarlas, solamente hay que utilizarlas bien. Por ahora, diremos que a
través de la lectura del tratado de las pasiones, el filósofo francés parece admitir que hay
cosas en las que el método geométrico no es totalmente aplicable y que aun así pueden
encontrar algún tipo de validez.
1. Trazando el terreno de estudio: explicaciones preliminares y bases
fisiológicas
En la primera parte del Tratado, Descartes se ocupa de establecer el terreno de las
pasiones, ofreciéndonos su definición y algunas características generales. Una de las
primeras tareas que se propone nuestro filósofo para alcanzar lo anterior es distinguir las
funciones del alma de las del cuerpo, teniendo en cuenta que una pasión en un sujeto es
una acción en otro, es decir, que una pasión del alma es una acción del cuerpo.
En el cuerpo se desarrollan el calor y el movimiento, cuya fuente es un fuego que se
encuentra en el corazón, que es el principio corporal de todos los órganos y que
mantiene la circulación de la sangre. Del corazón, la sangre se dirige al cerebro, pero a
éste sólo entran las partículas más sutiles y dinámicas, aquellas que pueden penetrar sus
estrechos poros y que nuestro filósofo llama espíritus animales; la sangre sobrante se
esparce por el resto del cuerpo. Los espíritus animales vuelven a salir del cerebro
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impulsados hacia los nervios, por los cuales pasan a los músculos y generan su acción.
Según esto, nuestro cuerpo es como una máquina cuyos movimientos son causados por
la interacción mecánica de sus partes, “de la misma manera que un reloj se produce por
la sola fuerza de su resorte y la figura de sus ruedas” (Descartes, 2006, p. 82).
Al alma, por su parte, le pertenecen los pensamientos. Estos pueden provenir y
depender de ella misma, caso en el que serían operaciones de la voluntad, o pueden
provenir de algo diferente, esto es, de percepciones. Entre las percepciones que tienen
una causa corporal, Descartes distingue, por un lado, aquellas que aluden a los
movimientos que los objetos exteriores generan en los órganos de nuestros sentidos y en
el cerebro, cuyo efecto es sentido por el alma –por ejemplo: ver una luz u oír un sonido–
; por otro lado, están las percepciones que corresponden a los apetitos naturales y a las
afecciones propias de los miembros de nuestro cuerpo, tales como el dolor, la sed o el
hambre; y por último, encontramos las percepciones referidas al alma misma, aquellas
causadas y mantenidas por algún movimiento de los espíritus animales: “tales son los
sentimientos de alegría, ira y otros semejantes” (Descartes, 2006, p. 93). Descartes
entenderá por pasiones del alma este último tipo de percepciones, y a él restringirá su
análisis.
Ahora bien, en tanto que las pasiones del alma se dan en la unión del cuerpo con el
alma, Descartes ve la necesidad de explicar cómo es la relación entre los elementos de
esta ecuación. Con tal fin, nuestro pensador expone que hay una parte específica del
cuerpo desde la que el alma ejerce sus funciones: se trata de la glándula pineal, ubicada
en el centro del cerebro, suspendida sobre las cavidades que contienen los espíritus
animales. Esta glándula puede ser movida de diferentes formas tanto por los espíritus
como por el alma, y su movimiento influye en el curso de los primeros y en las
percepciones de la segunda. Cuando un objeto exterior afecta los órganos de los
sentidos, se producen ciertos movimientos en los espíritus, los cuales llegan al cerebro y
mueven la glándula pineal, generando en ella una impresión que llega a ser percibida
por el alma y que provoca en ésta alguna pasión. Por ejemplo, si el alma percibe una
imagen que antes ha sido perjudicial para el cuerpo, la pasión que en ella se despertará
será la del miedo. Entonces, la glándula pineal impulsará a los espíritus animales tanto
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hacia los nervios y los músculos que sirven para huir como hacia el resto de órganos
que pueden fortalecer la pasión. La reacción del alma ante el movimiento de los
espíritus animales –las pasiones que en ella se despiertan– depende del temperamento
del cuerpo, de la fuerza del alma y de cómo uno se haya preparado antes frente a las
cosas (cf. Descartes, 2006, p. 111). Esto señala que no son los objetos exteriores como
tales los que causan las pasiones, sino los diversos modos en que nos afectan y son
juzgados por nosotros.
Por otra parte, ante la influencia de las pasiones, el alma no es totalmente pasiva, pues
tiene cierto margen de acción. Ella puede intervenir las pasiones a través de un actuar
indirecto de la voluntad. Esta última no puede suscitar o rechazar una pasión sólo con
desearlo, pero lo que sí puede hacer es representarse las cosas que le permiten hacerlo:
“así, para excitar el arrojo y quitar el miedo (…) es necesario esforzarse en considerar
las razones, los objetos o los ejemplos que persuaden de que el peligro no es grande;
que siempre hay mayor seguridad en la defensa que en la huida” (Descartes, 2006, p.
120). En este punto, se da un cierto combate entre el alma y el cuerpo, cuyo desenlace
nos permite ver la debilidad o la fuerza del alma. Las almas más fuertes son aquellas
que logran controlar las pasiones y detener los movimientos corporales que las
acompañan, a través de un conocimiento firme del bien y del mal; son menos fuertes
aquellas que combaten sus pasiones sirviéndose de otras distintas; y las más débiles son
las almas que se dejan controlar por sus pasiones momentáneas. En todo caso, advierte
Descartes, no hay alma tan débil que no pueda llegar a dominar sus pasiones si emplea
bien su habilidad.
2. Algunas observaciones primitivas
Alcanzado el punto precedente en cuanto al terreno general de las pasiones del alma,
nuestro filósofo pasa a examinar las pasiones en su particularidad. Para esto, las
enumera y ordena a través de un método basado en los efectos que los objetos de los
sentidos –la causa más común de las pasiones– generan en nosotros, en las distintas
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maneras en las que ellos nos importan, nos dañan o nos hacen bien; pues para Descartes,
las emociones están ligadas a la relación del objeto con el sujeto que lo percibe.
Nuestro filósofo privilegia en su análisis seis pasiones a las que él llama primitivas, ya
que las demás se originan a partir de ellas. Se trata de la admiración, el amor, el odio, el
gozo, la tristeza y el deseo. Descartes expone la definición de cada una de estas
pasiones, cómo se relacionan entre sí y aquello que acontece físicamente en nuestro
cuerpo cuando las experimentamos. Sus explicaciones a este respecto son bastante ricas
y en 1646 superaban con mucho a cuanto se había dicho sobre el tema, como nos lo
hace saber Isabel de Bohemia en la carta del 25 de Abril dirigida al filósofo. Sin
embargo, no siendo éste el lugar adecuado para ahondar en esas explicaciones, será
conveniente anotar sólo algunas cosas que pueden despertar nuestro interés.
En primer lugar, llama nuestra atención el que las observaciones del pensador sobre los
cambios fisiológicos que generan las pasiones, esto es, sobre los movimientos de la
sangre y de los espíritus animales, están hechas de manera generalizada, pues él admite
que las pasiones no se dan de forma absolutamente igual en todas las personas. Puede
suceder que los espíritus sigan distintos movimientos según las experiencias de cada
individuo (Descartes, 2006, p. 172). Lo que sí sucede siempre es que el movimiento
corporal que se dio con las pasiones –o pensamientos en general– experimentadas al
comienzo de nuestra vida las sigue acompañando en sus posteriores manifestaciones,
aunque no sean causadas por el mismo objeto. Como ejemplo, podemos traer a colación
lo siguiente:
las aversiones extrañas de algunos, que les impiden soportar el
olor de las rosas, la presencia de un gato o cosas semejantes,
provienen únicamente de que al comienzo de su vida objetos
parecidos les molestaron, o bien les afectaron, molestando a su
madre, cuando estaba encinta (Descartes, 2006, p. 203).
Lo precedente nos parece interesante mencionarlo porque mientras en las Meditaciones
nos topamos con un Descartes ensimismado, que llega a eliminar su cuerpo y se
descubre como mera sustancia pensante, en Las pasiones del alma el mismo filósofo se
basa en las experiencias de su propia corporalidad para alcanzar a arrojar una luz sobre
la comprensión del ser humano. Esto último lo podemos verificar remitiéndonos a la
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correspondencia entre el pensador e Isabel de bohemia: entre las dudas y las objeciones
que le ha generado la lectura del tratado de las pasiones, la princesa afirma que la
naturaleza que atribuye Descartes a cada una de ellas no es la misma en todos los
temperamentos, pues por ejemplo, mientras en el texto se expone que la tristeza
aumenta el apetito, a ella le sucede lo contrario (cf. Descartes, 1999, pp. 140-141). A
esto nuestro filósofo responde lo siguiente:
Admito que pueda la melancolía quitar el apetito, mas, al haber notado
siempre en mí mismo que lo acrecienta, a ello me atuve. Y opino que la
diferencia procede que para algunos el primer motivo de tristeza en la vida
fue el no recibir alimentos en cantidad suficiente, y, para otros, que los que
recibían los perjudicaban. (Descartes, 1999, pp. 144-145)
En el tratado de las pasiones, el cuerpo ya no se desvanece y se nos muestra como un
mecanismo de expresión, no sólo en su movimiento interno, sino también en los signos
externos a los que este da lugar. Así, las observaciones sobre los movimientos de los
espíritus animales y de la sangre ligados a las pasiones, se extienden hasta sus
manifestaciones exteriores, tales como la acción de los ojos y del rostro, los cambios de
color, los temblores, la risa, las lágrimas y los suspiros, entre otros. En este sentido, el
cuerpo en cofradía con el alma encuentra un abanico de maneras de expresión, que
Descartes se esfuerza por describir y explicar.
En segundo lugar, cabe anotar que para Descartes las emociones de las que se ocupa no
siempre son pasiones, pues pueden tener un carácter intelectual. Así, por ejemplo el
gozo, el disfrute que el alma recibe de los bienes que posee, cuando implica un bien que
se representa a través de las impresiones del cerebro, es un gozo pasional, pero cuando
es el entendimiento el que le muestra al alma que un bien le pertenece, se da un gozo
intelectual, una emoción a la que el alma llega por su propia acción. Como correlato del
gozo, la tristeza también puede ser pasional o intelectual. La tristeza pasional es una
incomodidad que el alma siente cuando las impresiones del cerebro le muestran que
posee un mal; la tristeza intelectual, en cambio, se da en el alma cuando es el
entendimiento el que le muestra un mal como perteneciéndole.
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Entre los artículos dirigidos a las pasiones primitivas, encontramos algunas líneas
dedicadas a analizar cómo algunas de ellas pueden ser causadas por manifestaciones
artísticas, lo que sirve para esclarecer lo expuesto arriba. En el artículo 94, el filósofo
nos dice que las representaciones teatrales generan un gozo pasional; en ellas nos
podemos conmover por toda clase de pasiones sin que éstas nos dañen, lo que hace ver
la fuerza o alguna clase de perfección que posee el cuerpo al que el alma está unida.
Ahora bien, vale la pena plantear la siguiente pregunta: ¿el gozo que generan las
expresiones artísticas es meramente pasional? En la carta a Isabel del 6 de octubre de
1645, podemos ver que para Descartes las tragedias tienen la capacidad de generar un
gozo intelectual. El que en ellas el alma sienta un contento al llorar o al verse
conmovida por algún acontecimiento triste, se debe a que le parece realizar una acción
virtuosa cuando se compadece y a que, en general, se complace al sentir conmoverse
sus pasiones, siendo, a la vez, dueña de ellas. En tanto que aquí es la acción misma del
alma la que le genera cierto placer, el gozo que se da debe ser intelectual.
3. Pasiones en función
Dejando las pasiones primitivas de lado, podemos pasar ahora a preguntar por aquello
para lo que las pasiones son útiles, es decir, ¿cuál es su función? Pues bien, ellas incitan
al alma a “consentir o contribuir a las acciones que pueden servir para conservar el
cuerpo, o para hacerle de alguna manera más perfecto” (Descartes, 2006, p. 204). No
obstante, llevan en sí un peligro: suelen hacer que los bienes y los males sean más
grandes e importantes de lo que son, por lo que nos llevan a prestar más cuidado del que
conviene a las cosas. Las pasiones son útiles para la supervivencia, ayudan a preservar y
mejorar la unión del cuerpo con el alma, sólo si son bien guiadas y controladas a través
del buen uso de la razón y de la experiencia. Estos elementos nos permitirán distinguir
con mayor claridad el bien del mal y conocer el justo valor de los objetos que nos
afectan.
Teniendo en cuenta lo anterior, Descartes realiza un cierto balance de la utilidad y el
riesgo de las pasiones, exponiendo por qué, cómo y bajo qué circunstancias unas son
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más convenientes o peligrosas que otras. A partir de esto, nuestro filósofo llega a
establecer una estrategia de regulación que facilita el buen funcionamiento de las
pasiones. En tanto que ellas sólo llevan a la acción cuando están acompañadas del
deseo, es éste el que hay que aprender a controlar. El deseo es bueno cuando está
fundado en un conocimiento verdadero, pero es malo cuando se basa en un error, y el
error que más solemos cometer es el de no distinguir lo que depende de nosotros de lo
que no. Aquello que no depende de nosotros no siempre lo podemos alcanzar y, al
ocupar nuestro pensamiento, impide que enfoquemos nuestra atención en cosas que sí
podemos adquirir porque dependen de nosotros. A esto último debemos dirigir nuestro
deseo, lo cual se logra liberándonos de los deseos vanos y conociendo el valor de las
cosas que deseamos. En otras palabras, el control de nuestras pasiones se consigue a
través del ejercicio de la virtud, que consiste en hacer siempre lo que se juzgue que es
mejor.
De esta manera, empezamos a entrar en un ámbito de cierta moral cartesiana, al que la
tercera parte del tratado de las pasiones parece dirigida. Descartes dice que en esta parte
se ocupará de la particularidad de las pasiones que se derivan de las primitivas, pero en
realidad, todas las que explica –la estima, el menosprecio, la veneración, el desdén, el
orgullo, la humildad, la irresolución, la seguridad, la desesperación, entre otras– giran
en torno al tema moral, cuyo eje central es la generosidad.
Pues bien, seguir la virtud es usar bien el libre arbitrio de nuestra voluntad,
precisamente lo que hace el hombre generoso. Éste, por un lado, conoce que lo único
que le pertenece verdaderamente es la libre disposición de sus voliciones, por lo que
sabe, también, que sólo por la utilización de ésta puede ser juzgado –estimarse o
menospreciarse, ser alabado o censurado–. Por otro lado, el alma generosa siente en sí
misma una resolución firme y constante de utilizar bien ese libre arbitrio, a ella siempre
la acompaña la voluntad de hacer aquello que juzga mejor (cf. Descartes, 2006, pp. 226227). Además, la generosidad implica el reconocimiento de que ella no se limita a la
subjetividad, pues todos los seres humanos, en tanto que poseen libre arbitrio, pueden
aprender a usar bien su voluntad y a actuar virtuosamente. En este sentido, la
generosidad permite el reconocimiento de los demás, y el que Descartes dé aquí
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importancia a la relación con el otro, contrasta bastante con otras de sus obras –como
Las meditaciones–, donde sobresale una mente ensimismada cuya única certeza es que
si piensa, es porque existe, mientras que todo aquello que es externo a su propio
pensamiento es dudable.
En tanto que la generosidad implica tanto el valor propio como el de los demás, ella está
ligada a las emociones de gratitud, piedad y, en general, a todas las pasiones en su grado
justo, pero de manera especial, está ligada a la humildad virtuosa. Gracias a esta última,
el generoso es consciente de la imperfección de la naturaleza humana que nos hace
cometer faltas y, por lo mismo, no se prefiere a sí mismo sobre los demás. Las almas
generosas no son orgullosas, pues no rebajan a sus semejantes, pero tampoco se rebajan
a sí mismas, ya que tienen confianza en su virtud y en la de los otros.
Cada una de las pasiones que describe Descartes en la tercera parte del tratado lleva a
delinear lo que son las almas generosas. Allí vemos la manera como ellas disfrutan de
las pasiones al mismo tiempo que las controlan, y en qué consiste su mal uso y exceso.
Nuestro filósofo expone los remedios para evitar estos últimos, pero en general, todos se
resumen en las características de la generosidad, en un juicio basado en un
conocimiento y en una decisión de lo que es adecuado hacer (cf. Ramírez Restrepo, p
388); lo que se puede adquirir por medio de la educación, del ejercicio y del hábito. Sin
embargo, cabe señalar, por último, que el pensador advierte cómo los remedios contra
los excesos de las pasiones pueden ser difíciles de practicar en todo momento, y cómo
además, no impiden del todo los desordenes del cuerpo. A pesar de esto, aquellos son
útiles para “evitar la turbación del alma y [para] que ésta pueda conservar su libertad de
juicio” (Descartes, 1999, p. 146).
Al examinar las pasiones, Descartes las ha hallado “casi todas buenas, y tan
provechosas en esta vida que, si nuestra alma no pudiese experimentarlas, no tendría ya
motivo alguno para desear seguir unida al cuerpo” (Descartes, 1999, p. 231). Los más
capaces de gozar esta vida son aquellos que se dejan conmover por las pasiones, pues
guiados por la sabiduría, son dueños de ellas y las saben aprovechar. Entendiendo esto,
podemos terminar este escrito trayendo a colación unas palabras que Descartes le dedica
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a la princesa Isabel de Bohemia: “no soy uno de esos crueles filósofos que pretenden
que el sabio ha de ser insensible” (Descartes, 1999, p. 63).
Bibliografía
Descartes, R. (1999). Correspondencia con Isabel de Bohemia y otras cartas.
Barcelona, España: Alba editorial.
Descartes, R. (2006). Las pasiones del alma (2ª Ed.). Madrid, España: Tecnos.
Greenberg, S. (2007). “Descartes on the Passions. Function, Representation, and
Motivation”, en: Noûs, vol. 41, (No. 4), pp. 714-734. Recuperado de la base de datos
Jstore.
Ramírez, R.R. (2010). El pensamiento moral de Descartes. Bogotá, Colombia:
Pontificia Universidad Javeriana.
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