CONOCIENDO A CRISTO EN SU MUERTE JASON HENDERSON ABRIL 2009 CONOCIENDO A CRISTO EN SU MUERTE I Me gustaría compartir en algunos de los grupos sobre la realidad de conocer a Cristo en Su muerte. ¿Qué significa eso? ¿Qué no significa eso? ¿Cómo obra eso en nosotros? Entiendo que algunos de los grupos han estado hablando de la necesidad de tener un corazón dispuesto a conocer al Señor. ¡Eso es esencial, porque es ahí donde todo inicia! Si nosotros realmente no tenemos un corazón que esté dispuesto a conocer al Señor, Dios no tendrá la libertad de revelar a Su Hijo en nosotros. Todo inicia y continúa con un corazón dispuesto. Ahora bien, si en verdad tenemos un corazón dispuesto vamos a ver que el Señor es conocido únicamente de una manera. ¡Es muy importante que entendamos esto; suena estrecho de mente, pero es cierto! Hay muchas ideas en la mente del hombre de cómo se conoce y experimenta a Dios, pero sólo hay una manera en la mente del Señor. Dios únicamente tiene una puerta, un camino, una fe y es el mismo para todos nosotros, y esa única manera es la cruz. Por eso me gustaría hablar esta semana de lo que significa conocerlo a Él, esto involucrará específicamente, conocerlo de acuerdo a la cruz, conocerlo en Su muerte. Quiero que entendamos desde el mismo principio que no hay una ruta alterna. Esta no es una de muchas maneras de conocer al Señor. La manera de cómo se conoce al Señor la define la cruz, así lo proclamó el apóstol Pablo. Filipenses 3:10-11 dice, “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos”. Estos versículos no sólo hablan de cuánto quería Pablo conocer al Señor, sino de lo que significa conocer al Señor. Para Pablo conocer al Señor significaba experimentar la muerte de Jesucristo, la sepultura de Jesucristo y la resurrección de Jesucristo. Hay millones de personas en el mundo que proclaman conocer al Señor, muchos de ellas son cristianas y muchas no, pero ninguna de esas proclamas tiene sentido, si ninguna de esas personas lo conocen de la ÚNICA manera en la que Él puede ser conocido. El Señor es conocido en la medida que participamos de Su muerte, perdemos el pecado y el yo en Su sepultura, y vivimos en y por Su vida resucitada. Así lo dijo Jesús. Lucas 9:22-25 dice, “...Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día. Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?” Estos probablemente sean los versículos más familiares de la mayoría de los cristianos, pero ¿se habrán detenido alguna vez a considerar lo que Jesús dice aquí? Jesús está haciendo una invitación, y dicha invitación es a ir con Él adonde Él va. Les está diciendo lo que deben hacer para ir en pos de Él, para seguirlo. Y, ¿hacia dónde va Él? Bueno, Él nos lo dice: “...que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día”. Hacia allí va Él. Los cristianos hablan de coger la cruz y seguir a Jesús al supermercado, hablan de coger la cruz y seguir a Jesús al campo misionero, pero en realidad sólo hay un lugar al que ustedes y yo podemos ir con una cruz en la espalda. ¿Adónde fue Jesús con una cruz en su espalda? A la muerte, sepultura y resurrección. ¡Allí fue Él y es allí donde nosotros lo seguimos! Esto significa seguir a Jesús. Lo seguimos al ir adonde Él fue y al ser hallados en Él donde Él está, para que donde Él está nosotros estemos también. Él está diciendo que para conocerlo a Él, ser Sus discípulos, ir dónde Él está y conocer lo que Él conoce, tenemos que llegar por la vía de la cruz. ¿Qué tipo de muerte es esta? ¿Qué significa dicha muerte y qué no significa? Mi experiencia me dice que es muy fácil estar de acuerdo con estas cosas como conceptos, ideas y versículos de la Biblia, pero que es totalmente diferente conocer lo que cualquiera de ellas significa como una experiencia del alma. Todo cristiano sabe que la cruz es importante, pero hay muchos malentendidos e imaginaciones acerca de lo que implica la muerte de la cruz. Por esta razón, quiero iniciar disipando algunos pensamientos equivocados. Me he dado cuenta que si primero desplazamos algunas de nuestras propias presuposiciones, vamos a estar más abiertos a ver desde la perspectiva del Señor. Entonces, voy a decir algunas cosas a manera de introducción, para al menos tratar de conseguir que nuestros corazones busquen en la dirección correcta. Me imagino que la mayoría de la gente que oye o lee algo acerca de experimentar la cruz, morir diariamente o ser conformados a la muerte de Cristo... asume que eso tiene que ver con los sufrimientos, pruebas y dificultades de la vida natural. El pensamiento generalizado es que Dios provee o permite, que vengan situaciones difíciles a nuestras vidas para enseñarnos algo, disciplinarnos, someter o poner bajo control la carne. Se cree que con suficientes lecciones de estas, eventualmente vamos a cambiar y a morir a nosotros mismos. Esta parece ser la más popular de las suposiciones acerca de lo que implica experimentar la muerte al yo. Quiero decir francamente y de la manera más fuerte y clara que conozco, que eso NO es lo que implica morir al yo; esa NO es la obra de la cruz. Este tipo de experiencias son las tribulaciones de la vida natural. Suceden muchas cosas difíciles y dolorosas en la tierra, y definitivamente es cierto decir que aprendemos lecciones de las tribulaciones de la vida. Es correcto decir que ese tipo de sufrimientos pueden cambiar rasgos de la personalidad o afectar nuestra perspectiva de muchas maneras, pero esa no es la cruz. La cruz no es nuestra respuesta a las situaciones difíciles. Es decir, la cruz no es la reacción de nuestro corazón al dolor natural, es la muerte de Cristo que obra en nosotros. ¡Y hay toda una diferencia entre estas dos cosas! Hay ocasiones cuando el dolor natural y las dificultades pueden ayudar a volver nuestros corazones de la tierra al Señor; y eso puede ser algo muy bueno. Hay ocasiones cuando la vida en la tierra duele tanto, que empezamos a volver nuestra atención hacia Cristo; eso es muy bueno, pero no es lo mismo que morir la muerte de la cruz. Mucha gente se apoya en el Señor en situaciones difíciles, y aún así, nunca llegan a entender la cruz. Mucha gente cambia por las situaciones difíciles, pero el cambio de personalidad o de comportamiento, no necesariamente es lo mismo que la transformación del alma. Antes de que vayamos más lejos déjenme señalar, que de acuerdo a las Escrituras, la muerte que nosotros morimos por Su cruz es la muerte DEL Señor; no es NUESTRA muerte. Es SU muerte la que obra en nosotros. Puede que esto no tenga mucho sentido ahora, y está bien; de esto es de lo que estaremos hablando en estas reuniones. Lo entendamos o no, es importante señalar que en las Escrituras, cuando Pablo o cualquiera de los apóstoles describen la realidad de la muerte en la que hemos sido bautizados, o la obra de dicha muerte en nosotros, describen siempre y exclusivamente, la muerte del Señor Jesucristo que estamos experimentando. Esto es extremadamente significativo. Romanos 6:3 dice, “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?” 2 Corintios 4:10 dice, “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos”. Filipenses 3:10 dice, “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte”. Las tribulaciones y las situaciones difíciles del hombre natural en la creación natural, son incapaces de transformar el alma. Ellas pueden entristecernos, ellas pueden enseñarnos lecciones, ellas pueden cambiar nuestra manera de pensar, ellas pueden cambiar nuestro comportamiento...pero no pueden TRANSFORMAR nuestra alma. A veces no entendemos la diferencia. Vamos a suponer que usted tiene un vecino que vive a un lado de su casa y que no es creyente. Él no conoce a Dios ni le interesa conocerlo. De repente, él y su familia empiezan a pasar por un tiempo verdaderamente difícil. El esposo pierde el trabajo y las finanzas se tornan un problema. La esposa desarrolla cáncer y atraviesa un tiempo difícil de quimioterapia antes de que finalmente empiece a haber remisión. Mientras tanto, los dos hijos mayores se rebelan y traen una gran presión emocional a la familia. Después de dos horribles años todo empieza a mejorar. El esposo encuentra un trabajo, el cáncer de la esposa ha sido curado, los muchachos han madurado y han cambiado sus actitudes. Fueron los dos años más terribles que el esposo haya vivido; él nunca será el mismo. A través de ese tiempo aprendió a estimar lo que tiene, a vivir al día, a detenerse y oler las rosas, a besar a su esposa antes de ir al trabajo y a pasar más tiempos con los muchachos. Aprendió a disfrutar más la vida, a sonreír y a apreciar las cosas pequeñas. Pregunto: ¿Qué provocó este cambio en él? El cambio es el resultado de circunstancias adversas que en verdad impactaron su corazón; el dolor y las dificultades trajeron una nueva perspectiva a su vida. Vamos a suponer ahora, que a su vecino cristiano que vive al otro lado de su casa le empiezan a suceder exactamente las mismas cosas. Esta familia ha ido a la iglesia toda su vida, y de repente, empiezan a pasar por exactamente las mismas circunstancias y situaciones. El padre pierde el trabajo, la esposa se enferma y los muchachos se rebelan. La misma historia y el mismo final. Salvo que esta vez, al final de todo, el esposo cristiano dice que él sabe con seguridad que todo el proceso fue una experiencia de la cruz. Que el Señor estaba enseñándole cómo llevar la cruz. A partir de ese momento, este vecino cristiano nunca olvidará cómo le enseñó el Señor a morir al yo. Cuando habla a un grupo en la iglesia, nunca deja de mencionar los dos años difíciles en los que el Señor le enseñó sobre la cruz. Ambos vecinos tuvieron las mismas experiencias y el mismo resultado al final. Uno le llamó a esto “aprender una lección”, el otro “la cruz”. Si el primer vecino hubiera sido cristiano, la mayoría de los cristianos hubiera dicho que la experiencia y cambio de su corazón obedeció al poder de la cruz, pero como no lo es, tiene que decir que fue una tribulación natural en el ámbito natural que produjo un impacto natural. ¿Cuál es mi punto? Que no hay ninguna diferencia entre la primera y segunda familia. ¡Espero que entiendan lo que estoy diciendo! No estoy diciendo que la segunda familia no fuera verdaderamente cristiana, o que Dios no haya obrado en ella. Simplemente estoy diciendo que a NINGUNA de estas situaciones, idénticas entre sí, es correcto llamarla la muerte de la cruz. Los cristianos son rápidos a forzar relevancia espiritual en las situaciones, debido a cómo los hacen sentir sobre sí mismos, especialmente en las situaciones difíciles que queremos desesperadamente que tengan sentido. Sé que lo que estoy diciendo puede ser ofensivo, pero mi intención no es ofender, sino despertarnos un poquito. Quiero presentar la cruz de Cristo, quiero presentarles la muerte del Señor que obra en nosotros, de manera tal que sea real. Quiero presentar la cruz de manera que nos proteja de las imaginaciones e ideas equivocadas de la mente natural, a la cual le gusta aplicar la cruz a todas y cada una de las experiencias de la vida natural que queremos que se sean experiencias espirituales. Es muy común para los cristianos culpar al diablo o a la cruz por las dificultades de la vida. Sin embargo, la cruz de Cristo pertenece exclusivamente al Señor Jesucristo. Es Su muerte, Su sepultura y Su resurrección la que debe obrar en nosotros y NADA podemos añadirle a eso. Hay otros que creen que la experiencia de la muerte de la cruz es un asunto de “reconocerse muertos a sí mismos”. Por eso, muchos de ellos dicen que cuando viene una tentación, un deseo o un comportamiento no deseado es tiempo de parar y reconocerse muertos: “Estoy muerto, estoy muerto, estoy muerto. Dios, tú dijiste que estoy muerto y yo me reconozco como tal”. Pero eso no significa que están muertos, en realidad, sólo prueba que todavía están muy vivos. Una persona muerta no tiene que convencerse a sí misma que está muerta. Entonces, la muerte de Cristo no es algo que aplicamos a una situación; la muerte de Cristo es lo que debe obrar en nosotros antes de que lleguemos a cualquier situación. La frase “considérense muertos” de Romanos 6, tiene que ver con vivir en la consciencia de lo que es real. Si no conocemos por medio de la comprensión dada por el Espíritu lo que es verdad, considerarnos muertos no nos ayudará ni un poquito. Pablo dijo en Romanos 6:6, “...sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él...”, y luego 6:11, “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro”. La consideración debe seguir al conocimiento dado por el Espíritu o sólo será una ilusión. Bien, suficiente por ahora de lo que la muerte de la cruz NO significa. Entonces, ¿qué significa? Esta es una gran pregunta, no es el tipo de pregunta que tiene una respuesta rápida. Todo lo que puedo hacer en esta primera enseñanza es decir unas pocas cosas acerca de esto. Sólo déjenme hacer mi mejor esfuerzo en describir brevemente lo que es la muerte de Cristo y cómo obra en nosotros. La muerte de Cristo es tanto una realidad consumada como una comprensión presente y continua. Es un hecho finalizado, y sin embargo, para ustedes y para mí, es una experiencia en crecimiento. Es algo que Dios ha finalizado, pero que sigue obrando en nosotros sólo en la medida que veamos y conozcamos lo que Él ha hecho. La muerte de Cristo en la cruz trajo a su final la relación que Dios tenía con el viejo hombre, la vieja creación y el viejo pacto. La muerte de Cristo trajo un fin judicial al hombre adámico; esto significa que Él cortó su relación con Adán. Hablaremos más de esto, pero por ahora sólo voy a decir que la cruz de Jesucristo estableció una línea limítrofe permanente entre Adán y Cristo, oscuridad y luz, muerte y vida, primero y segundo, viejo y nuevo. Otra vez, la cruz terminó la relación de Dios con el primer hombre, la primera creación y el primer pacto. Dios rechazó, juzgó y separó estas cosas de Sí mismo. Para que ustedes y yo crucemos esa gran división y lleguemos a una relación con Dios, necesitamos nacer de una nueva vida y entrar a un nuevo mundo. La vida, el lugar y la persona es Cristo. Esto es lo que Dios consumó en la cruz: Una división eterna, un límite permanente; una perfecta división. Esta división es tanto una realidad finalizada en la perspectiva de Dios, como una comprensión continua en nuestro corazón. Verán, no hay nada que aún necesite ser terminado, pero hay mucho que nuestros corazones necesitan comprender a través de la revelación de Cristo; a través de la revelación de dónde estamos ahora y dónde no, quiénes somos y quiénes no, lo que Dios ha hecho por medio de la cruz y por qué. Esto es lo que significa tener a Cristo revelado en nosotros. Déjenme decirlo de la siguiente manera: 1. La cruz es lo que Dios ha hecho, y es la que obra además en nosotros, hacia el reconocimiento y experiencia de dicha obra. No hay dos cruces diferentes; no me malentiendan, por favor. Hay una cruz de Cristo y esa cruz hace 2000 años consumó una realidad eterna. No obstante, aunque hayamos nacido de nuevo en un momento dado, y aunque inmediatamente hayamos llegado a la plenitud de la salvación, experimentaremos la plenitud en nuestra alma sólo en la medida que Cristo, nuestra vida, sea revelado. Inmediatamente después de nacer de nuevo, Pablo nos dice que estamos muertos a Adán, muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. Y sin embargo, la EXPERIENCIA de esa muerte, la experiencia personal e individual, el conocimiento y encuentro de esa muerte, de ese final, no obra en nosotros a menos que la obra consumada de Dios se torne real en nuestra alma por medio de la iluminación del Espíritu de Verdad. Ahí es donde tenemos que comenzar si vamos a entender de qué trata la experiencia de la muerte de Cristo. Desde la perspectiva de Dios, todo lo que está involucrado en la muerte del Señor Jesucristo está terminado para siempre. Esa muerte obra en nosotros únicamente cuando comprendemos, conocemos y vemos lo que Dios ha separado de Sí mismo. Cuando nosotros comenzamos a ver y conocer qué y dónde estamos, naturalmente comenzamos a morir a lo que no somos. Cuando comenzamos a comprender lo que Dios ha quitado, eso comienza a caer lejos de nuestros corazones. Cuando comenzamos a darnos cuenta de lo que ya no está relacionado con Dios, eso cesa de sentirse real para nosotros. Así es como la muerte comienza a obrar en nosotros. 2. La muerte de Cristo obra en nosotros, debido a que estamos en un proceso de comprensión de lo que Dios ya nos ha hecho. Esta muerte obra progresivamente en nosotros, porque ustedes y yo necesitamos llegar a la perspectiva de Dios por medio del Espíritu de Verdad. Lo que Dios ha finalizado obra lentamente en nosotros, no porque sea una obra en progreso, sino porque sólo le permitimos a Él que nos muestre un poquito cada vez. Y la razón por la que hacemos eso es, porque cada verdadera mirada cuesta algo de nosotros mismos. Así, pues, la cruz ha perfeccionado la obra de Dios, tal como lo dice Efesios 3:11, “Conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor”, y Colosenses 2:9-10, “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad”. Está terminada, es un hecho, pero como nuestras almas están llenas de ceguera adámica, y además estamos enamorados de la creación natural, le permitimos al Señor que nos muestre las enormes implicaciones y efectos de esa muerte, muy lentamente. Si realmente le permitiéramos a Su Espíritu que nos muestre la muerte del Señor Jesucristo, ella empezaría a tornarse algo muy personal. Cuando estemos listos para encarar lo que Dios ha finalizado, en términos de nuestra experiencia eso empezará a finalizar. CONOCIENDO A CRISTO EN SU MUERTE II En la primera reunión empecé a describir lo que NO significa experimentar la muerte de la cruz. Hay muchas ideas acerca de la cruz en el cuerpo de Cristo. Casi todo cristiano estaría de acuerdo en que la cruz es una realidad muy importante, pero ¿qué entendemos acerca de esta realidad? ¿Qué hemos experimentado verdaderamente de la muerte de la cruz? Como hay mucha confusión en el cuerpo de Cristo de lo que significa experimentar la muerte de la cruz, primero expliqué que la muerte de Cristo que obra en nosotros, no tiene nada que ver con las circunstancias, situaciones, dificultades o sufrimientos naturales que experimentamos de manera interna o externa. La cruz no tiene nada que ver con que Dios ponga o permita pruebas o tribulaciones en nuestra vida, para tratar de enseñarnos lecciones o de cambiar nuestro comportamiento. Este es, por mucho, el entendimiento más común acerca del cómo obra la cruz, y simplemente no es verdad. Las pruebas y las tribulaciones, los sufrimientos y las dificultades pueden cambiar nuestra mente, pueden cambiar nuestra actitud, incluso pueden cambiar nuestro compartimiento, pero no pueden cambiar nuestra alma. El apóstol Pablo pasó por muchas pruebas y tribulaciones en su vida, pero él nunca las llamó la muerte de la cruz. Es más, todas ellas le llegaron porque él era un hombre que ya estaba experimentando y proclamando la muerte de la cruz. Tenemos que comprender que la cruz es el instrumento de Dios para la eliminación absoluta de un tipo de humanidad, y para la transformación del alma dentro de la cual se lleva la gloria del Señor. Nada en el ámbito natural puede lograr esto. Ninguna cantidad de sufrimiento y dificultad humana tiene este efecto. ¿Qué pasaría si yo le mostrara a usted una mesa de cocina hecha de madera y luego le dijera, que usando cualquier tipo de herramienta que quiera (eléctrica o manual), la convirtiera en un elefante vivo? Usted me diría que eso es imposible. ¿Por qué? Porque a pesar del impacto natural de lo que cualquier herramienta puede hacerle a la madera, al final del día la mesa seguiría siendo madera muerta. No hubo cambio en lo que respecta a la sustancia. Si usara lija, quedaría más suave, si usara un serrucho podría cortarla en pequeñas piezas, pero al final del día, aunque hubiera una alteración, no sería una verdadera transformación. Las circunstancias naturales que le sobrevienen al hombre natural, sólo pueden producir resultados naturales. Dichos resultados pueden ser, según lo consideremos, un desenlace positivo o negativo, pero el Padre conoce la diferencia entre una persona impactada por circunstancias, y el alma de una persona transformada por la muerte, sepultura y resurrección de Su Hijo. Por supuesto, al decir esto no estoy tratando de minimizar las dificultades y el dolor natural. Yo he tenido una buena dosis de dolor en mi vida, y créanme, no fue divertido. Puede que haya sido usado por el Señor para volver mi corazón de la tierra hacia Él, pero la muerte de la cruz sigue siendo diferente a eso. Y así, después de que la última vez hablé acerca de lo que NO es la cruz, pasé a describir cómo la cruz es tanto una obra de Dios terminada en Cristo, como una experiencia progresiva de nuestro corazón conforme la LUZ nos va mostrando lo que es real. No significa que haya dos cruces diferentes, sino que la única cruz, la que cumplió el eterno propósito de Dios, obra en nuestra alma conforme crecemos para ver por medio del Espíritu, lo que Dios ha consumado. Inmediatamente después de que nacemos de nuevo, Pablo nos dice que estamos muertos a Adán, muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. No obstante, la EXPERIENCIA de esa muerte, la experiencia, conocimiento y encuentro personal e individual con esa muerte, con ese final, no obra en nosotros, a menos que la obra consumada de Dios se torne real en nuestra alma, por medio de la iluminación de Espíritu de Verdad. Por tanto, la cruz era y es una gran división. Una división entre Adán y Cristo, lo vivo y lo muerto, lo primero y lo segundo, lo viejo y lo nuevo, las tinieblas y la luz. La cruz es un enorme FINAL. Cuando pensemos en la muerte de la cruz, podría ser de ayuda pensar en la palabra “final”, porque en términos de relación con Dios, la cruz finalizó muchísimas cosas. Vamos a ver que cuando vemos dicho final, cuando reconocemos dicho final, cuando nos volvemos profundamente conscientes de ese final a través de la revelación de Cristo, algo sucede. ¿Qué sucede? Que lo está muerto para Dios, empieza a estar muerto para nosotros. Que lo que Dios ha quitado, empieza a caer lejos de nuestros corazones. Verán, gran parte de nuestro problema es que no entendemos realmente, el tipo de muerte que necesitamos que obre en nosotros. No entendemos lo que significa morir, o qué necesita morir, o cómo sucede eso. Muy a menudo no comprendemos a qué murió Cristo, ni qué separó Él de Dios. Por lo tanto, no entendemos qué significa que ESA muerte obre en nosotros. Lo primero que quiero comunicar es, que la cruz es tanto una obra finalizada como una experiencia progresiva. Lo segundo es, que la muerte que debe obrar en nosotros es, muy específicamente, la muerte del Señor Jesucristo. Es la muerte que Él murió, el final que Él consumó. Recuerdo la primera vez que alguien me dijo esto, recuerdo que pensé en mi interior que eso no tenía sentido. ¿Cómo voy a llevar yo la muerte de alguien más? Sabía cuán relevante era la muerte de Cristo para mi salvación, pero ¿cómo podía Su muerte ser relevante para la experiencia de mi corazón? La última vez leímos algunos versículos muy pertinentes. Pablo dice que “nosotros llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús”, que “hemos sido bautizados en Su muerte”, que debemos llegar a conocer la “participación de Sus sufrimientos, ser conformados a Su muerte”. Tiene que ser Su muerte, porque nuestra muerte no nos puede cambiar. Discúlpenme por la analogía, pero si un doctor lo recostara sobre una mesa y de algún modo lograra terminar con su vida y luego lo resucitara una y otra vez por horas y horas... al final de esa terrible aventura, usted sería exactamente la misma persona que murió la primera vez. La muerte natural no finaliza nada, salvo la vida biológica que anima el cuerpo. Ustedes y yo necesitamos un tipo diferente de muerte, para que algún cambio real nos suceda. ¿Qué tipo de muerte necesitamos? La que nos lleva a una final de lo que somos y donde estamos por naturaleza, y nos libera en algo completamente diferente. Ese es precisamente el tipo de muerte que Dios nos ofrece en Cristo. Así que, quiero que miremos la muerte del Señor Jesús de nuevo. Quiero que la miremos de tal manera que el Espíritu pueda ayudarnos a entender cómo y por qué SOLO esa muerte es el tipo de muerte que debe obrar en nosotros. Tengo una pregunta: ¿Qué sucedió en la muerte de Jesús en la cruz? ¿Qué tomó lugar? Si yo hiciera esta pregunta, muchos en el cuerpo de Cristo responderían que la cruz es donde nuestros pecados fueron perdonados. Otros podrían decir que la cruz es donde la justicia de Dios fue ejecutada. Sin embargo, la cruz es mucha más grande y más significativa que eso, y nosotros necesitamos entender cuánto. La cruz de Cristo trajo un final decisivo a la relación que Dios tenía con el hombre natural, el Antiguo Pacto y la creación natural. Jesús vino en forma de hombre, pero Él no vino sólo para perdonar pecados; vino para quitar el pecado. ¡Y hay una gran diferencia aquí! Para separar el pecado de Dios, fue necesario que Jesús pusiera a todo el hombre de pecado, la naturaleza de pecado y al mundo de pecado, fuera de la vista de Dios. Fue así como el vino como el último Adán, como el que pondría a Adán y a su mundo bajo juicio. Él descendió a la tierra para llevar en Sí mismo el final de dicho hombre. No estamos hablando de un final físico, sino de uno judicial. Él tomó sobre Sí al hombre adámico, todo lo que él eran y todo lo que había hecho, y bebió la copa de todo lo que había quedado corto de la gloria de Dios. Él, que no conoció pecado, se tornó pecado en nuestro beneficio. Tomó al mundo adámico entero y puso el hacha a la raíz de ese árbol; lo taló. Lo separó de Su Padre a través de Su muerte. Por esto Jesús clamó a solas en la cruz: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” Jesús llevó a juicio al ámbito que Él llamó “abajo”. Verán, Él no aniquiló ni disolvió al hombre natural, ni tampoco hizo que dejara de existir; hizo algo más severo, lo separó de Dios. Por favor, entiendan esto: La cruz no arregla a Adán; la cruz no arregla la creación caída. Creo que a veces pensamos que la cruz reconcilia a Adán con Dios, pero eso no es cierto. La cruz no reconcilia a Adán con Dios, ni lo salva. La cruz quita a Adán y nos reconcilia a ustedes y a mí con Dios en un Nuevo Hombre. Estamos reconciliados con Dios porque hemos nacido de un nuevo género, de arriba; porque las cosas viejas fueron quitadas y vinieron las nuevas. ¿Lo ven? No hay arreglo para el mundo adámico, no es eso lo que la cruz hace en lo que a Dios respecta. Dios no envió a Su Hijo a arreglar a Adán, sino a ser el juicio de Adán, a fin de que podamos hallar una nueva vida, como una nueva creación en un nuevo pacto. Por esta razón, sólo Cristo fue resucitado. En lo que respecta al género adámico, fue juzgado para siempre y no puede acercarse a Dios. La única manera en que alguien como ustedes y yo podemos acercarnos a Dios, es al hallar en la cruz el final del hombre adámico y el camino para que nuestras almas participen de un hombre totalmente nuevo, de un nuevo género, de una nueva semilla. La cruz fue la gran división de Dios, fue la separación entre Adán y Cristo. Y aunque los dos pueden aparecer mezclados en nuestra mente no renovada, están perfectamente separados en la mente de Dios. Y aunque nosotros seguimos despojándonos de uno y revistiéndonos de otro como un asunto de experiencia práctica, para Dios están separados tanto como lo está el este del oeste. Lo crean o no, estas son noticias absolutamente maravillosas. Juzgarnos y separarnos de Él en la cruz de Jesucristo, es lo más grande que Dios alguna vez ha hecho por nosotros. Sé que en la oscuridad de nuestra mente carnal eso parece no tener sentido, pero de verdad, concedernos en Su Hijo una muerte y un juicio que tiene una puerta ligada a ellos, es lo más amable que Dios pudo haber hecho por nosotros. Nos concedió una separación que se volvió el final de Su relación con nosotros en la carne, para que al mismo tiempo eso pudiera ser el inicio de Su relación con nosotros en el Espíritu. Nos otorgó una división que finaliza Su relación con nosotros por la Ley, para poder relacionarse con nosotros como partícipes de Su vida. Finalizó Su relación con nosotros en la tierra, para ahora poder relacionarse con nosotros en los cielos. Esta separación son buenas noticias, esta separación es el amor de Dios, porque en el juicio del mundo, Él simultáneamente le ofrece salvación. Al quitar al mundo, también crea un camino para atraerlo a Sí. El profeta Oseas habló de esto cientos de años antes de que Dios lo consumara. Oseas 5:14 dice, “Porque yo seré como león a Efraín [dice el Señor], y como cachorro de león a la casa de Judá; yo, yo arrebataré, y me iré; tomaré, y no habrá quien liberte”. Oseas 6:1-2 dice, “Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él”. Él nos arrebata y se va. Él toma a Adán y no hay quien lo rescate; sin embargo, hay una puerta abierta. Podemos decir, vengan, regresemos al Señor, Él nos arrebata, pero nos cura; nos ha quitado, y sin embargo, al tercer día podemos resucitar y vivir delante de Él. ¡Qué profecía! ¡Qué perspectiva de nuestra salvación! Todo inicia al entender lo que Dios ha echado de delante de Su vista, a través de la muerte de Jesucristo. Estoy tratando de ayudarnos a comprender que la muerte de Cristo es mucho más de lo que hemos pensado. No es sólo algo que Él hizo, sino algo que terminó. Si empezamos a entender la cruz como el FINAL esencial del hombre adámico, como el final del Antiguo Pacto que Dios tenía con Israel y como el final del propósito de Dios para la antigua creación... entonces ESA muerte obrando en nosotros empieza a tener MUCHO significado. Es tener una muerte obrando en nuestra alma como el final del pecado, de Adán, de las sombras del Antiguo Pacto, de la religión, de la relación, de la conexión del alma con el ámbito natural...es tener una muerte que empezamos a ver necesario llevar. Sí, es más grande incluso, que el final de la relación de Dios con el hombre adámico. Es también el final del Antiguo Pacto, porque en la venida del Señor Jesucristo éste fue cumplido. No tengo tiempo para explicar el Antiguo Pacto ahora, pero por el momento será suficiente decir que dicho pacto era la relación que Dios tenía con Israel, en la que Él trató con ellos en los tipos y sombras que apuntaban al Espíritu y Verdad. Él se relacionó con ellos en la sangre natural, los sumos sacerdotes, fiestas, ofrendas, reinos; todo ello hablaba más allá de sí, realidades espirituales que son “sí y amén” en Cristo. EN la muerte de Cristo vino el final de ese pacto... a pesar de que continúa en nuestros corazones por causa de los malos entendidos. La cruz lo finalizó, no porque Dios cambiara Su mente, sino porque cumplió lo que siempre había visto en Su mente. Luego está la antigua creación, la creación natural. Aunque Dios no destruyó literalmente la tierra en la cruz de Cristo, levantó un pueblo fuera de ella, dándole vida juntamente con Él, resucitándolo y sentándolo con Cristo en los cielos. Los que morimos con Él somos resucitados con Él, y crecer en Cristo es crecer en la experiencia de dónde estamos ahora y qué es verdad en Él. Nuestros cuerpos permanecen en la tierra hasta que mueran; nuestras almas, a partir del nuevo nacimiento, permanecen en Cristo en el cielo. Todas estas cosas y más, vinieron a un chirriante alto en la cruz. De nuevo, no pararon en la tierra, pararon en lo que a la relación que tenían con Dios se refiere. Tienen que oír esto: Adán vive en la tierra, pero Adán no vive en Cristo. El Antiguo Pacto puede continuar en la oscurecida mente no renovada del hombre, pero el Antiguo Pacto no ha venido en Espíritu y Verdad en Cristo. La Antigua Creación está ahí cuando se abren los ojos en la mañana, pero la Antigua Creación no está ahí cuando el Espíritu de Dios abre los ojos del corazón y muestra lo que es ahora en Cristo. Todas estas cosas fueron “terminadas” en la cruz. Todas estas cosas fueron quitadas en Su muerte. Estas cosas son las que PRECISAMENTE empiezan a ser sacadas de nuestros corazones conforme llevamos en nosotros mismos la muerte del Señor Jesucristo. Dije todo esto para colocarnos en posición de entender NUESTRA experiencia de la muerte de Cristo. Si no entendemos que la cruz es nuestro viaje hacia la plenitud, ni siquiera lo empezaremos. Si no entendemos que la cruz es el final del viejo hombre, del antiguo pacto y de la primera creación, entonces no encararemos el final de dichas cosas en nuestra alma. Como ya hemos dicho, cuando la Biblia habla acerca del morir diariamente, cuando habla de llevar la cruz o de ser conformados a Su muerte... no está hablando de lecciones que aprendemos a través de las dificultades, o para convencernos a nosotros mismos de que estamos muertos. Está hablando de nuestra alma llevando en sí misma, realmente, la muerte que Jesús murió al pecado. Está hablando acerca de nuestra alma siendo realmente transformada a Su muerte, donde lo que Él finalizó encuentra su fin en nosotros. Está hablando de la muerte de Jesús al viejo hombre, pacto y creación; de la muerte real, literalmente despertando en nosotros, debido a que Cristo es nuestra vida. ESTA es la razón por la que tiene que ser Su muerte y no la nuestra. Sólo Su muerte cumple estas cosas, sólo siendo conformados a Su muerte, se cumplirán esas cosas en nosotros. Incluso si esto continúa sonando confuso para nosotros, no debemos abaratar Su cruz al asumir que es menos de lo que es. ¡Es un final cataclísmico! Es un final que Él ha llevado en Sí mismo mucho antes de que se convirtiera en nuestra vida. Entonces, puesto que Él es libre del pecado, cuando sea revelado en nosotros conoceremos esa libertad. Puesto que Él es libre de Adán, cuando sea revelado en nosotros diremos con Pablo: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14). La muerte que obra en nosotros es un final MUY específico. Fue designado por el Padre y completado por el Hijo, y es revelado por el Espíritu. No es el final del fumado, o de gritarles a los hijos. Puede que obre en ustedes esos finales, pero es definido y entendido por la muerte que Cristo murió. Obrará en nosotros de acuerdo a lo que Él ha realizado. Déjenme tratar de resumir brevemente lo que he dicho en esta lección. Jesucristo ha muerto al pecado, al viejo hombre, al antiguo pacto y a la primera creación; llevó todo a un gran final. Él no finalizó la existencia de eso; lo juzgó y terminó la relación que tenía con Dios. Luego, Cristo se levantó de lo muertos, se separó a Sí mismo del mundo adámico en Su ascensión y se ofreció como una nueva Vida, un nuevo Pacto y la cabeza de una nueva Creación, de todos aquellos que lo reciban por fe. No obstante, cuando nacemos del Espíritu, las cosas que están muertas para Dios continúan pareciendo muy vivas para nosotros. Somos ciegos, carnales y no entendemos lo que Dios ha quitado a través de la muerte de Jesucristo, pero conforme Cristo, nuestra vida, es revelado en nosotros, conforme la Luz de Su verdad empieza a mostrarnos la obra consumada de la cruz, todo a lo que murió Cristo, necesariamente empieza a estar muerto para nosotros. Conforme comenzamos a ver con Sus ojos, a conocer con Su mente, a caminar en Su luz, todo lo que la cruz ha quitado de la vista de Dios es quitado de nuestro corazón. Esto es lo que significa ser conformado a Su muerte. Esto es lo que está envuelto en la experiencia de la muerte de la cruz. CONOCIENDO A CRISTO EN SU MUERTE III Vamos a continuar con la tercera parte de lo que he llamado “La vida crucificada”. Mi meta es que a través de esta serie, todos lleguemos a un mejor entendimiento de la muerte de la cruz; qué es y cómo obra en nosotros. Hasta el momento me he concentrado en dos realidades fundamentales: 1. La realidad de que la cruz es tanto una obra consumada, como una comprensión progresiva. Es algo que Dios realiza en un instante, y algo que ustedes y yo pasamos el resto de nuestras vidas descubriendo por medio de la revelación de Cristo...y es así, sólo SI le permitimos a Él que nos lo muestre. No hay nada de Dios que esté siendo progresivamente hecho, todo lo que Dios hizo está siendo progresivamente revelado en conformidad a nuestra voluntad de participar. Conoceremos lo que Dios ha finalizado, cuando le permitamos a Él mostrarnos ese final, y posteriormente, obrar ese final en nosotros. 2. La muerte que debe obrar en nosotros es la muerte de Cristo, no nuestra muerte, nuestros sufrimientos, nuestras dificultades o nuestras lecciones de vida. Lo que tiene que obrar en nosotros es el final que Cristo estableció, es decir, que dicho final, el cual es ahora, sea establecido en nuestras almas. ¿De qué final estamos hablando? Vimos que la cruz trajo un final decisivo a la relación que Dios tenía con el hombre natural, en la creación natural y por medio del antiguo pacto. La cruz no es sólo el final de la relación de Dios con todas esas cosas, sino también el establecimiento perpetuo de la relación de Dios con el nuevo hombre, como una nueva creación y en un nuevo pacto. Por eso, lo que la cruz de Cristo remueve de la vista de Dios, también es removido de nuestros corazones si somos conformados a Su muerte. ¡Esto es muy importante! Debe ser la muerte de Cristo, puesto que es imposible para nuestra muerte, nuestros sufrimientos o tribulaciones lograr ese resultado. No hay dificultad física que lleve a nuestra alma, a finalizar su relación con el viejo hombre adámico, con la vieja creación y con el pacto que Dios ha hecho obsoleto. Las luchas y diversas situaciones naturales, puede que algunas veces nos ayuden a volver nuestro corazón de la tierra a Dios, o puede que sólo logren ponernos de mal humor, pero la cruz que nosotros debemos llegar a conocer, no es nuestras pruebas personales, sino EL FINAL de nuestra relación con Adán, su creación y su pacto. Esta es la razón por la cual las Escrituras siempre insisten en que es la muerte DE CRISTO la que debe obrar en nosotros. Nosotros experimentamos la muerte de Cristo, al permitirle a Él que nos muestre que ya estamos muertos, y no porque Dios efectivamente crucifique nuestra carne. Conocer la verdad es, precisamente, la manera por la que la muerte de Cristo obra en nosotros y siempre implicará el costo de lo que nosotros llamamos vida. Si nosotros estamos reacios a perder nuestra vida, lo sepamos o no, estamos reacios a conocer la verdad. ¡Es un hecho! Muy a menudo me topo con la idea de que Dios está tratando de crucificar nuestra carne a través de la cruz de Jesucristo; que Dios en este momento está tratando de matarnos. Si bien en un sentido esto es cierto, creo que la idea que descansa detrás de este pensamiento, por lo general está equivocado. Lo que quiero decir es, que Dios no está tratando de matarnos; si ya somos cristianos, Dios está tratando de mostrarnos que ya estamos muertos y lo que eso significa. Cuando la gente me oye decir este tipo de cosas, de inmediato se confunden y se resisten a este tipo de afirmaciones. La razón por la que nos confundimos y nos resistimos, es porque la palabra “muerte” no describe ninguna de las cosas que nosotros percibimos como cristianas. La mayoría del tiempo los cristianos dirían: “Yo siento cualquier cosa menos muerte; todo lo contrario, me siento completamente vivo. No me SIENTO muerto al pecado, no me siento muerto a Adán ni tampoco al mundo. NO. Por lo tanto, Dios debe MATARME a esas cosas”. Entonces, cuando oímos que Dios está tratando de mostrarnos que ya estamos muertos, nos suena tonto. En inglés, la gente diría: “mind over matter”; que nosotros estamos tratando de hacer que algo sea real al creer en eso. Este NO es por mucho el caso aquí. Si hemos nacido de nuevo, no tenemos la necesidad de hacer que ALGO sea real, sino la de comprender lo que Dios ya ha hecho real, pero en la medida que no comprendamos, en esa misma medida no sólo somos ignorantes, sino que también estamos engañados. Si usted viera a un ser humano actuando como perro, es decir, a una persona que en realidad pensara que ES un perro, pidiera su comida con la lengua afuera, le ladrara a los gatos y diera tres vueltas antes de acostarse... ¿Cómo lo ayudaría? ¿Le diría que si cree lo suficiente podría ser humano? Hacer todo lo posible para convencerlo de que ya es humano, ¿no le parece extraño en este caso? Usted sólo debería ayudarlo a comprender la realidad de la situación, que entienda lo que es cierto a pesar de su ignorancia y engaño. Los cristianos creerán casi cualquier cosa, SALVO el hecho de que están crucificados con Cristo, sepultados con Él, muertos al pecado y libres de Adán...a pesar de que la Biblia declara en cada página del Nuevo Testamento que estas cosas son reales. Hemos creado miles de teologías extrañas, para de algún modo explicar y relegar en el futuro, lo que la Biblia claramente describe, debido a que nada de eso se alinea con nuestra experiencia y perspectiva presente. Los cristianos prefieren creer que todo lo que Pablo dijo que era “ahora en Cristo”, es en realidad para un tiempo y lugar diferente, sólo porque no pueden verlo con los ojos físicos. Los cristianos prefieren tratar de creer que las bendiciones que Pablo dijo que eran espirituales y en Cristo, son en realidad naturales y que van hacia nuestras cuentas bancarias. Los cristianos a veces prefieren oír que Dios está enojado y decepcionado de ellos, que oír que ya hemos sido crucificados con Cristo. Pero, verán, hay razones por las que pensamos de esta manera. A menudo preferimos creer en este tipo de cosas, porque nuestros corazones siempre se resisten a la muerte de la cruz. Pero también nos quedamos atorados en este tipo de ideas, porque asumimos que nuestros sentidos físicos y mentes naturales tienen la habilidad de definir lo que es espiritualmente real. Asumimos que tenemos la habilidad natural de experimentar la verdad y discernir lo que es real. Pero esa es una presuposición muy peligrosa. Es peligrosa, porque nuestras suposiciones falsas y nuestra falta de consciencia y reconocimiento, son precisamente, el problema que Dios está tratando de resolver. Nuestras mentes, lejos de ser una medida precisa de la realidad, son por naturaleza “enemistad contra Dios”. La mente natural con todo y sus facultades naturales, no conocerían la realidad espiritual aunque nos abofeteara la cara. Pensemos en los judíos de los días en que Cristo caminó como hombre. Las palabras de Cristo eran espíritu y vida. Los caminos de Cristo eran una perfecta manifestación del Padre. No obstante, no sólo no lo reconocieron...sino que lo juzgaron como peligroso y lo mataron. Incluso, Él les dijo a Sus discípulos: “¿He estado con ustedes por tanto tiempo y aún no me conocen?” El punto es que nosotros no debemos confiar en las facultades naturales y corruptas del cuerpo y la mente humana, para enseñarnos lo que es espiritualmente real. Toda realidad espiritual se torna real a y en el alma, SÓLO en la medida que es revelada por el Espíritu de Dios. Por tanto, si Dios dice que los que hemos sido bautizados en Cristo, en primer lugar, hemos sido bautizados en Su muerte, entonces esta es una realidad. No es una teología para ser estudiada, una idea para ser cuestionada o un evento que tiene que ser esperado. Es una realidad que debe ser revelada y experimentada. De hecho, tenemos que comprender que todo el crecimiento espiritual es simplemente, el descubrimiento dado por el Espíritu de la obra consumada de Dios. El Espíritu está trabajando en nosotros para mostrarnos la verdad de lo que ya es. 1 Corintios 2 dice que el Espíritu de Dios fue dado para que podamos conocer las cosas que Dios nos ha dado. Una de las cosas que Dios nos ha dado, es más, el principio de todas las cosas que nos han sido dadas por Dios, es la muerte. El Espíritu trabaja en nosotros para mostrarnos la muerte en la que hemos sido bautizados. Nunca vamos a descubrir por medio del Espíritu de Dios, lo que Dios “está a punto de hacer”. Todas las cosas del eterno propósito de Dios “han sido llevadas a cabo en Cristo Jesús nuestro Señor” (Efesios 3:11). El crecimiento espiritual es el encuentro, experiencia y conformación del alma, a lo que Dios ya ha hecho en Su Hijo. Dios nunca trata de mostrarnos algo que todavía esté por realizar. Nunca busca que esperemos algo que hará algún día. Eternamente y para siempre, busca provocar que llevemos en nosotros la realidad de lo que Él ya HA HECHO, a fin de que sea glorificado en nuestra alma. Digo esto, porque es necesario que entendamos nuestro problema. Nuestro problema no es que Dios necesite matarnos, ni que seamos crucificados a esto o a aquello; nuestro problema, por lo general, es que no queremos conocer la verdad de lo que significa estar en Cristo. No queremos enfrentar lo que Dios ha hecho, porque si decidimos permitirle a Él que nos lo muestre, nos va a mostrar que hemos sido bautizados en la muerte de Cristo. Nos va a mostrar que hemos sido crucificados con Cristo; y esto significa infinitamente más de lo que pensamos. Significa algo, que literalmente no podríamos haber imaginado. Si realmente queremos conocer lo que la cruz de Cristo ha logrado, vamos a ver que la mayoría de lo que nosotros llamamos nuestra vida, de lo que llamamos nuestro propósito, incluso de lo que llamamos nuestro ministerio o nuestras relaciones, han sido establecidas en, desde, por y para las cosas que Dios ya ha separado de Sí. Podemos odiar lo que acabo de decir, pero eso no cambiará el hecho. Podemos pelear contra ello, pero sólo en nuestra mente; sólo en nuestras imaginaciones. La obra de Dios está terminada y conocer la verdad hará que la encaremos. Conocer la verdad será el final de todo aquello que en nosotros no brota de la verdad. Conocer la verdad requerirá el final de lo que nosotros llamamos nuestras vidas. Con esto último quiero terminar estas enseñanzas. Conocer la verdad nos cuesta lo que llamamos nuestra vida. Es por esta razón, que la mayoría de las veces no estamos genuinamente interesados en conocer a Cristo y a este crucificado. Nos gusta la Biblia, nos gusta la iglesia, nos gusta imaginarnos caminando por los caminos polvorientos con Jesús el nazareno; pero cuando llegamos ahí, muy a menudo queremos que Jesús no tenga una cruz unida a Él. En otras palabras, queremos que haya una manera de conocer a Cristo, sin que involucre conocer la participación de Sus sufrimientos y la conformación a Su muerte. Queremos conocer el amor de Dios, sin encarar la verdad de lo que la cruz ha quitado y de lo que la cruz ha establecido. No estoy tratando de sonar cruel, sólo estoy tratando de ser realista. Yo tengo la tendencia de resistir la cruz, tanto como cualquier otro. Aquí sólo estoy hablando de la naturaleza humana, del corazón del hombre adámico. Decimos que sólo queremos a Jesús, pero luego continuamos buscando nuestra alegría en la tierra. Perseguimos nuestros propósitos en el ámbito natural, buscamos verdadera comunión en las relaciones naturales, tratamos de encontrar nuestras identidades en el ámbito que la cruz ha separado de Dios. Somos como los hombres que corrieron a la tumba para buscar a Jesús, a quienes los ángeles les dijeron: “¿Por qué buscan al que vive entre los muertos?” Amamos a Jesús, pero interiormente, donde ni siquiera nosotros queremos mirar, resistimos lo que significa conocerlo a Él en Su muerte. Estoy hablando de tener un corazón para conocer al Señor. En realidad, un corazón para conocer al Señor es exactamente igual a un corazón que está dispuesto a experimentar la cruz. Estas no son dos cosas separadas, son exactamente lo mismo. Un corazón para conocer al Señor, es un corazón que está dispuesto a dejar que la cruz le diga a nuestras almas lo que Dios le dijo a Abraham: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te MOSTRARÉ” (Génesis 12:1). El viaje de fe de Abraham es paralelo al nuestro, y de hecho, involucraba obtener una gran herencia; pero también involucraba dejar atrás todo lo que Abraham había llamado suyo. Su país, la tierra donde había nacido y el lugar que era familiar para él. Su parentela, las relaciones que él conocía y las personas que él entendía eran su familia. La casa de su padre, lo que yo entiendo era su herencia. Todo lo que él iba a heredar, todo lo que iba a poseer de su padre natural y por primogenitura. Abraham dejó el lugar, las relaciones y la herencia que nosotros llamamos nuestras, y se fue a otro lugar, a otro tipo de relación y a otra herencia que nos debe ser mostrada. Abraham entendió desde el mismo principio: “Usted deja atrás lo conocido y recibe algo que Yo conozco. Es más, Abraham, conocer lo que Yo conozco implicará olvidar lo que usted conoce. Conocer lo Yo pongo delante de usted, implicará olvidar lo que queda atrás. Abraham, todo lo que lleve con usted será tratado en mi altar. Todo lo que trate de tomar, eventualmente será separado de usted, así como está separado de Mí”. Esto es extremadamente importante de tomar en cuenta. Lo que he estado tratando de decir, es que la muerte de la cruz está justo en el corazón de todo lo que experimentamos en el Señor. Esta es la razón por la que hay muchas versiones diferentes de cristianismo, que hemos inventado a lo largo de los años. Todas son intentos de conservar el ideal de Jesús, sin la realidad de la cruz, y sea que entendamos o no lo que estamos haciendo, resistimos la cruz. La resistimos porque cada vez que la abrazamos, una división tremenda comienza. Divide todo lo que somos, lo que hacemos y lo que pensamos. Divide, en nuestros corazones, entre lo vivo y lo muerto, Adán y Cristo, la verdad y la mentira. La cruz es grande y terrible, implica tanto la amabilidad como la severidad del Señor. Conocer al Señor en Su muerte, definitivamente nos llevará a una herencia increíble, pero también implicará un constante llamado a nuestro corazón que dice: “¡Sal de ahí! ¡Deja tu tierra, tu parentela y la casa de tu padre y ve a una tierra que debe ser revelada a ti!” Yo siempre le estoy hablando a la gente, y si una cosa he aprendido, es que hacer preguntas no es lo mismo que querer conocer la verdad. Las personas hacen preguntas por muchas razones. La gente le hizo a Jesús toda clase de preguntas, pero sólo unos cuantos estaban dispuestos a oír la respuesta. Una respuesta verdadera siempre nos costará algo de nosotros mismos, porque nosotros somos la mentira. Como ven, realmente nuestro problema no es ignorancia, nuestro problema es engaño. Es decir, nuestro problema, en realidad, no es que nosotros seamos pizarras en blanco que necesitan instrucción; no somos una vasija vacía que sólo requiere ser llenada con la verdad. NO. Nosotros estamos completamente llenos y rebosando de nuestras ideas, pensamientos y oscuridad. Y la mayor parte, acogemos con gran gusto que sea así. No obstante, siempre hay muchas cosas más para amar y de las cuales no nos imaginamos estar separados. Por tanto, para que la verdad tenga espacio para trabajar en nosotros, algo de lo que ya está ahí debe ser sustituido. Nosotros estamos llenos de algo que contradice la verdad en todas las formas. De muchas maneras lo que nosotros hemos llamado vida, es una contradicción a lo que Dios ha hecho en la cruz de Jesucristo. Esto es difícil de oír, pero es verdad. Muy contrario al mensaje popular en el cuerpo de Cristo de que Dios desea protegernos y bendecir todo lo que llamamos vida, Dios en realidad desea mostrarnos que la mayoría de eso ni siquiera está relacionado con Él. Por lo tanto, conocer la verdad implicará la pérdida de ello. No quiero decir que Dios vaya a quitar esas cosas de usted, sino que va a quitar nuestros corazones de esas cosas. Cuando nosotros empezamos a conocer la cruz, lo que el hombre natural llama vida: relaciones naturales, posesiones, lugares que amamos, las cosas que hacemos en esos lugares, ideas religiosas acerca del propósito e identidad...todas esas cosas cambian activamente. Cuando vemos la cruz despertamos a la perspectiva de Dios sobre todas esas cosas, empezamos a encarar y experimentar lo que Dios ya ha hecho. Él no está tratando de matar algo, sino de mostrarnos lo que Él ha ya matado...a fin de que llegue a estar muerto para nosotros, tal como lo está muerto para Él. La muerte de la cruz es donde nuestro corazón muere a todo lo que Dios ha matado, y la única manera para que eso suceda es sí la perspectiva de Dios, la luz de Dios, la verdad de Dios nos lleva a la verdad del hecho. Estoy hablando de la revelación de Cristo como nuestra vida; por supuesto, así es como nosotros morimos. Nosotros vemos la vida y perdemos de vista lo que está muerto. Una vida es revelada y otra es dejada atrás; y de nuevo, esto es progresivo. Es progresivo porque nosotros sólo nos vamos permitiendo enfrentar gradualmente lo que Él ha logrado en un instante. Es progresivo para todos nosotros; es progresivo en los tipos y sombras del Antiguo Pacto, pero no es progresivo porque Dios todavía esté haciendo algo, sino porque nosotros estamos despertando lentamente a lo que Dios ha hecho. Así que, en la medida que estemos dispuestos a ver la verdad de lo que la cruz ha cumplido, y a llevar en nosotros mismos el decrecimiento que esto demanda, esta será una muerte progresiva en nuestras almas. Todo lo que ustedes y yo estamos dispuestos a ver y aceptar de la cruz de Cristo, va a tener un costo para nosotros. No quiero decir que dicho costo vaya a ser necesariamente doloroso o duro. Pablo dijo que lo que él había perdido era estiércol en comparación con la excelencia del conocimiento de Cristo; todo lo contó como basura. Nos va a costar algo; conocer la verdad nos cuesta la mentira. No podemos conservar la vida y conocer la verdad. Ambos son universos completamente opuestos y totalmente contradictorios entre sí.