Resumen del pensamiento del autor

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Resumen del pensamiento
del autor
El método
El descubrimiento y la justificación de un nuevo método,
que esté fundado en la unidad y la simplicidad de la razón y
sea aplicable a todos los campos del saber, va a ser la primera y principal preocupación de Descartes. Un método
para la invención y el descubrimiento y abierto a todos, que
participan de la razón y del sentido común.
El método matemático es un buen ejemplo para lo que busca, pero no se trata de tomarlo ciegamente, sino de probar
previamente su valor universal y de justificarlo. El método
propuesto por Descartes consiste en un conjunto de reglas
ciertas y fáciles: 1) no admitir nada como verdadero que no
se sepa con evidencia que lo es, 2) dividir cada dificultad en
cuantas partes sea posible y requiera su solución, 3) conducir ordenadamente los pensamientos desde los más simples
y fáciles de conocer a los más complejos y 4) hacer recuento y revisión para estar seguro de no omitir nada.
M é t o d o . Es el camino propuesto por
Descartes para descubrir la verdad. Se
basa en que todos los seres humanos
participan de la razón y del sentido
común, en que todos son seres
racionales. El método cartesiano se
funda en no admitir ninguna cosa que
no se haya probado evidentemente
como verdadera. A partir de estas
verdades iniciales intuidas se deduce el
resto del conocimiento.
La duda metódica y la evidencia
del sujeto pensante
Descartes busca una verdad que pueda ser creída por sí misma y de la que las demás se deriven deductivamente aplicando el método. Este afán de claridad y de precisión, de encontrar un conocimiento cierto, verdadero, más allá de toda duda,
le lleva a plantear la duda metódica: es necesario dudar (suspender el asentimiento) de todo y considerar provisionalmente como falso todo lo que es posible poner en duda.
Esto no significa que no exista nada o que nuestra razón no
pueda conocer nada con seguridad, sino que es el paso previo para comenzar a buscar la verdad sin que con el conocimiento se mezclen juicios erróneos o superfluos. La duda es
absoluta y universal, alcanza a todo el saber, pero no es escéptica ni nihilista, porque no niega que se pueda conocer la
verdad o que exista algo. Solo a partir de ella surge la verdad.
Puedo dudar de todo, pero de lo que no es posible dudar es
de que soy un sujeto que piensa, porque, al dudar, es cierto que pienso. Incluso aunque todo lo que piense o sobre lo
que dude no exista, es indudable que pienso, y, por tanto,
existo. Este es el significado de la conocida frase de Descartes «Pienso, luego existo». Esta es la evidencia primera, la primera idea clara y distinta. Sobre esta certeza, que es originaria y necesaria, se ha de fundar cualquier otro conocimiento.
Las ideas y sus clases
La primera verdad es, pues, que existe un sujeto que piensa,
pero no se puede asegurar nada más, por ejemplo, la existencia del mundo exterior (de nuestro propio cuerpo), luego
el hombre quedaría encerrado en la interioridad del yo. Para
D u d a . Es el fundamento de la filosofía de
Descartes. Este pretende alcanzar un
conocimiento verdadero, más allá de
toda duda. La duda es universal,
porque se aplica a todo el saber que la
razón no haya examinado y reconocido
como verdadero, y es metódica, en el
sentido de que no es escéptica, no
niega que exista la verdad, sino que,
como primer paso del método,
pretende evitar que se consideren
verdaderos juicios dudosos y así poder
alcanzar un conocimiento absoluto y
seguro.
S u j e t o . Es el ser humano considerado
en tanto que ser que piensa. En la
búsqueda de una primera verdad más
allá de toda duda, Descartes se
reconoce como un sujeto que piensa,
pues, aunque lo que piense sea falso,
es cierto que piensa. El atributo del
sujeto es, por tanto, el pensamiento. El
cuerpo no forma parte del sujeto, sino
que es una sustancia distinta, aunque
en el caso del hombre está
estrechamente unida al alma, a la
razón. El pensamiento, igual que el
cuerpo, también es una sustancia.
:
abrirse al mundo, el sujeto solo cuenta con las ideas, que
son el objeto del pensamiento y, por ello, indudables (aunque no sé si existe mi cuerpo, sí tengo la idea de cuerpo).
Toda idea tiene una realidad subjetiva, mental, aunque no
por ello tiene una realidad objetiva.
Examinando las ideas con el objetivo de romper el aislamiento del sujeto, Descartes distingue tres clases: 1) innatas,
que forman parte del pensamiento, y, por tanto, no provienen de la experiencia ni se construyen a partir de otras
ideas; 2) adventicias, que parece que provienen de la experiencia (aún no se ha demostrado la existencia de ninguna
realidad exterior al sujeto) y 3) facticias, las construidas a
partir de otras ideas (por ejemplo, en el texto que analizaremos habla de la quimera). Solo a partir de las ideas innatas es posible demostrar que existe aluna realidad distinta
del sujeto, pues ni sabemos si existe la realidad exterior ni
si las ideas construidas son ciertas.
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I d e a . En Descartes, las ideas son el
objeto del pensamiento y como tales
ideas indudablemente existen en él,
aunque esto no quiere decir que se
correspondan con una realidad exterior.
Son representaciones del sujeto, no
cosas del mundo externo. Se dividen
en innatas, adventicias y facticias. A
partir de las ¡deas innatas, de la idea
innata de infinito, el sujeto supera el
aislamiento demostrando la existencia
de Dios y, a través de este, del mundo.
La existencia de Dios y del mundo
La demostración de la existencia de Dios parte de la idea innata de infinito: yo, que soy un ser finito, tengo en mí la idea
de infinito, pero esta idea no puede provenir de un ser finito, de mí, sino de un ser infinito; luego, tal ser infinito ha de
existir independientemente de mí. Descartes acaba de deducir la sustancia infinita, cuyo atributo es la infinitud.
Para demostrar la existencia del mundo exterior al sujeto (incluso de mi propio cuerpo), Descartes recurre a Dios, que
acabamos de demostrar que existe, como garantía de que las
ideas que tengo en mí del mundo exterior provienen de un
mundo que existe realmente fuera de mí, pues Dios no puede permitir que me engañe al creer que el mundo existe. Esta
es la deducción de la sustancia corpórea, cuyo atributo es la
extensión (tiene dimensiones y es divisible).
S u s t a n c i a . Según Descartes, es aquello
que existe de tal modo que no necesita
de ninguna otra cosa para existir. De
acuerdo con esta definición, solo Dios
sería verdaderamente sustancia, pero
Descartes propone la existencia de
tres: la sustancia Infinita, omnisciente y
creadora (Dios), la sustancia pensante
(el alma, la mente, el espíritu del
hombre), que no tiene partes, y la
sustancia extensa (nuestro cuerpo y los
cuerpos en general), divisible.
El problema del hombre y la libertad
El hombre, a diferencia de los animales, tiene un alma racional, que está estrechamente relacionada con su cuerpo. Pero
el cuerpo y el alma son sustancias distintas con propiedades
distintas. Mientras que el alma, la razón, se caracteriza por
pensar, el cuerpo es una realidad extensa, es una máquina
que, como los animales, está sometida al férreo mecanicismo
del mundo físico. Así surge un grave problema para explicar
la comunicación entre ambas sustancias. Según Descartes,
esa relación se establece a través de la glándula pineal, en la
que el alma tiene su sede.
El alma sufre la influencia de las pasiones, que son involuntarias y causadas por el cuerpo, y que pueden impedir
que el hombre actúe racionalmente. El progresivo dominio
de la razón permite que el hombre llegue a ser dueño de
su voluntad y haga uso de la libertad, que no consiste en
elegir arbitrariamente entre varias acciones posibles (libertad de indiferencia), sino en elegir y actuar de acuerdo con
la razón.
51
El texto y el autor
El texto que vamos a analizar pertenece al Discurso del método, obra en la cual Descartes examina el conocimiento para
tratar de liberarlo de los errores y de los contenidos superfluos
debidos al gran número de personas que intervienen en su
conformación y, sobre todo, a la admisión de muchos principios dudosos. En concreto, comentaremos las partes II y IV;
en la primera de ellas expone el método que es necesario seguir para evitar esos errores, mientras que en la segunda, después de poner en duda todo el conocimiento, llega a una verdad incontrovertible, el sujeto pensante, a partir de la que se
demuestra la existencia de Dios y del mundo.
Esta es una obra amena en la que Descartes nos va contando en primera persona las circunstancias personales que le
impulsaron a emprender su redacción y a elaborar su filosofía, y hace un recorrido por los aspectos fundamentales de
su pensamiento.
Descartes es el pensador que inaugura la Modernidad, en la
que la reflexión filosófica se concentra en torno a la noción
de sujeto. Dios, omnipresente en la visión teocéntrica medieval, es desplazado por el hombre, entendido como sujeto
racional, razón que todos los hombres comparten y que permite alcanzar la verdad. La cuestión está en saber usarla bien.
Por esto, lo primero que busca Descartes son garantías contra el error. Esta es la función del método.
Poner en duda las opiniones recibidas es el primer momento del método. En el conocimiento logrado en su época, Descartes detecta que, mezcladas con el verdadero saber, hay
multitud de opiniones dudosas y otras superfluas. Por ello, la
primera labor del filósofo es limpiar el terreno para levantar
sobre él, de nuevo, el edificio del conocimiento. Esa limpieza consiste en desechar nuestros prejuicios, nuestras opiniones dudosas. En definitiva, Descartes nos presenta un proyecto de reforma completa del saber. En este sentido se han
de interpretar sus comparaciones del conocimiento con un
edificio, una ciudad y un Estado.
Si rechazamos las opiniones dudosas es porque tenemos un
criterio sobre lo que es verdadero: la evidencia. La razón intuye sin ninguna duda que un juicio es verdadero. Como señala más adelante, ya en la parte IV, los sentidos no nos proporcionan seguridad, pues algunas veces nos engañan; luego,
solo la razón conoce la verdad. A partir de estas verdades intuidas, y aplicando el método, que descompone los problemas
complejos (análisis) y, una vez comprobadas las partes simples, los recompone de nuevo (síntesis), y aplicando sobre
ellas la deducción se alcanza el conocimiento verdadero.
Rechazada la información de los sentidos, la existencia de la
realidad e incluso la certeza de las matemáticas, Descartes
descubre la verdad indudable de que es un sujeto que piensa, aunque lo que piense sea falso, y, por tanto, existe. Este
es el principio del conocimiento, y a partir de él demuestra
la existencia de Dios, como ser infinito, y del mundo, cuya
existencia la garantiza la bondad divina.
4-iái
Evidencia. Es el criterio de verdad
planteado por Descartes. Una
proposición es verdadera cuando la
razón intuye que lo es; dicho de otra
manera, cuando la razón concibe de
forma clara y distinta sin ningún género
de duda que tal proposición es
verdadera. La evidencia es, por tanto,
un acto del pensamiento, de la razón,
no de los sentidos, pues estos nos
engañan.
10. Guía de lectura
El texto que te presentamos a continuación pertenece a la obra Discurso de.
método, y h a n sido seleccionados fragmentos correspondientes a la 2S y 4~ parte de
este libro.
En la segunda parte Descartes ve conveniente abandonar todas las opiniones
que hasta entonces había aceptado, porque tenían muy diverso origen y aquellas que
proceden de uno solo son más perfectas porque tienden al mismo fin. Toma come
norma no aceptar más que aquellas opiniones que han sido sometidas al juicio de la
razón y establece cuatro reglas para dirigir bien nuestro pensamiento. Inmediatamente postula el modelo matemático ("esas largas cadenas de trabadas razones simples v
fáciles" de los geómetras) y está admitiendo un presupuesto no demostrado: acepta
que la razón es un instrumento infalible y que si se la usa bien puede alcanzar cualquier verdad. El método matemático incluye unas verdades generales intuidas y nc
demostradas (axiomas) y tiene la ventaja de poder utilizar en las demostraciones posteriores todas las verdades ya descubiertas (teoremas). Lo que más le gusta del método es que usa la razón de la manera más eficaz posible y la acostumbra a estudiar los
objetos muy clara y distintamente, es decir, con evidencia. El método vale para todas
las ciencias, pero como las demás ciencias toman sus principios de la filosofía, lo que
hay que hacer es usar el método para fundamentar los principios de la filosofía.
En la cuarta parte, Descartes establece la duda metódica como instrumento para
alcanzar la seguridad en nuestros pensamientos y detalla los motivos de duda. De esta
manera nos hace ver que no podemos estar seguros de nada y parece caer en el escepticismo. Pero inmediatamente encuentra la primera verdad ("pienso, luego soy"),
que le sirve como primer principio (primer axioma) de la filosofía que buscaba, su
mathesis universalis. Deduce a partir del cogito la noción del yo, como sustancia cuya
naturaleza entera consiste en pensar. Analizando después la proposición "pienso,
luego soy" encuentra la evidencia como criterio de verdad. Demuestra después la
existencia de Dios y lo utiliza como un Deus ex machina para garantizar que las ideas
evidentes son verdaderas.
I
Bloque II: Filosofía moderna
Texto comentado
Discurso del método,II- IV
SEGUNDA PARTE
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35
4o
Me encontraba entonces en Alemania, país al que había sido atraído con ocasión de unas guerras que aún no
han finalizado. Cuando retornaba hacia la armada, despues de haber presenciado la coronación del emperador,
el inicio del invierno me obligó a detenerme en un cuartel
en el que, no encontrando conversación alguna que distrajera mi atención y, por otra parte, no teniendo afortunadamente preocupaciones o pasiones que me inquietasen,
permanecía durante todo el día en una cálida habitación
donde disfrutaba analizando mis reflexiones. Una de las
primeras fue la que me hacía percatarme de que frecuentemente no existe tanta perfección en obras compuestas
de muchos elementos y realizadas por diversos maestros,
como existe en aquellas otras que han sido ejecutadas por
uno solo. Así es fácil apreciar que los edificios emprendidos y construidos bajo la dirección de un mismo arquitecto son generalmente más bellos y están mejor dispuestos
que aquellos otros que han sido reformados bajo la dirección de varios, sirviéndose para ello de viejos cimientos levantados con otros fines. También éste es el caso de esas
viejas ciudades que, no habiendo sido en sus inicios sino
pequeños burgos, han llegado a ser con el tiempo grandes
ciudades; están generalmente muy mal trazadas si las
comparamos con esas otras ciudades que un ingeniero ha
diseñado según le dictó su fantasía sobre una llanura. Y si
bien, considerando cada uno de los edificios aisladamente, se encuentra tanta belleza artística o aún más que en
las ciudades trazadas por un ingeniero, no obstante, al
comprobar cómo los edificios de las viejas ciudades están
emplazados, uno pequeño junto a uno grande, y cómo sus
calles son desiguales y curvas, podría afirmarse que ha
sido la casualidad y no la voluntad de unos hombres regidos por una razón la que ha dirigido el trazado de estos
planos. Y, sin embargo, si se considera que siempre han
existido oficiales encargados del cuidado de los edificios
particulares, con el fin de que contribuyan al ornato público, fácilmente se comprenderá cuan difícil es, trabajando
sobre obras realizadas por otros hombres, finalizar algo
perfecto. De igual modo imaginé que los pueblos que a
partir de un estado semisalvaje han evolucionado paulatinamente hacia estados más civilizados, elaborando sus leyes en la medida en que se han visto obligados por críme-
Anotaciones
Comentario
Como puedes ver, el Discurso del
método está escrito en primera persona.
como una autobiografía en la que
Descartes nos desvela las circunstancias
personales e intelectuales en las que se
encontraba al emprender su redacción.
Esto permite que su lectura sea amena
y, unido a que originalmente está escrito
en francés (cuando la lengua científica
de referencia era el latín), favorece su
divulgación.
Comerrtario
Descartes comienza comparando el
estado de confusión y desorganización
del saber en su época con un edificio
en el que durante su construcción han
intervenido varios arquitectos, con lo
que su perfección y belleza se resienten,
y con una ciudad que ha ido creciendo
desordenadamente a lo largo del tiempo
sin responder a un plan diseñado por
un ingeniero. A continuación, y en el
mismo sentido, lo compara con la
estructura de un estado cuyas leyes se
han ido promulgando según las
necesidades ele cada momento, a
diferencia de Esparta, cuyas leyes, al
ser redactadas por un solo hombre,
responden a un mismo fin.
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nes y disputas que entre ellos surgían, no están política45 mente organizados como aquellos que, desde el momento en que se han reunido, han observado la constitución
realizada por algún prudente legislador. Es igualmente
cierto que el estado de la verdadera religión, cuyas leyes
han sido dadas únicamente por Dios, está incomparable50 mente mejor regulado que cualquier otro. Pero, hablando
solamente de los asuntos humanos, pienso que si Esparta
fue en otro tiempo muy floreciente, no se debió a la bondad de cada una de sus leyes, pues muchas eran verdaderamente extrañas y hasta contrarias a las buenas cos55 tumbres, sino a que fueron elaboradas por un solo hombre
y estuvieron ordenadas a un mismo fin. Así pensé que las
ciencias expuestas en los libros, al menos aquellas cuyas
razones solamente son probables y que carecen de demostraciones, habiendo sido compuestas y progresiva6o mente engrosadas con las opiniones de muchas y diversas
personas, no están tan cerca de la verdad como los simples razonamientos que un hombre dotado de buen sentido puede naturalmente realizar en relación con aquellas
cosas que se presentan. Es más, también consideré que
65 es casi imposible que nuestros juicios puedan estar tan
carentes de prejuicios o que puedan ser tan sólidos como
lo hubieran sido si desde nuestro nacimiento hubiésemos
estado en posesión del uso completo de nuestra razón y
nos hubiésemos guiado exclusivamente por ella, pues
70 como todos hemos sido niños antes de llegar a ser hombres, ha sido preciso que fuéramos gobernados durante
años por nuestros apetitos y preceptores, cuando, con frecuencia, los unos eran contrarios a los otros y, probablemente, ni los unos ni los otros nos aconsejaban lo mejor.
Comentarario
El conocimiento humano está en la
misma situación que los edificios, las
ciudades y los Estados en cuya creación
intervienen muchos hombres, tan
confuso que es imposible afirmar nada
con certeza. Descartes, no obstante,
distingue las ciencias compuestas ele
proposiciones (o juicios) demostrables
con razones ciertas, por ejemplo, las
matemáticas, en las que sí cabe hallar
verdades, de aquellas otras, por ejemplo
y sobre todo, la filosofía, no
demostrables y solo apoyadas en
argumentos probables, en las que la
confusión de opiniones es total. El
desconcierto tiene dos causas, que
actúan desde la infancia: los prejuicios
que arrastramos por nuestra educación
poco rigurosa y los apetitos que desvían
nuestra razón.
75
Verdad es que jamás vemos que se derriben todas las
casas de una villa con el único propósito de reconstruirlas
de modo distinto y de contribuir a un mayor embellecimiento de sus calles; pero sí se conoce que muchas personas ordenan el derribo de sus casas para edificarlas de
80 nuevo y también se sabe que, en algunas ocasiones, se
ven obligadas a ello cuando sus viviendas amenazan ruina
y sus cimientos no son firmes. Por semejanza con esto me
persuadí de que no sería razonable que alguien proyectase reformar un Estado, modificando todo desde sus c¡85 mientes y abatiéndolo para reordenarlo; sucede lo mismo
con el conjunto de las ciencias o con el orden establecido
en las escuelas para enseñarlas. Pero en relación con todas aquellas opiniones que hasta entonces habían sido
creídas por mí, juzgaba que no podía intentar algo mejor
90 que emprender abiertamente y a la vez la supresión de las
Anotaciones
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loo
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no
H5
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mismas, bien para pasar a creer otras mejores o bien
las mismas, pero después de que hubiesen sido ajustadas
mediante el nivel de la razón. Llegué a creer con firmeza
que de esta forma acertaría a dirigir mi vida mucho mejor
que s¡ me limitase a edificar sobre antiguos cimientos y me
apoyase solamente sobre aquellos principios de los que
me había dejado persuadir durante mi juventud sin haber
llegado a examinar si eran verdaderos. Aunque me percatase de la existencia de diversas dificultades relacionadas
con este proyecto, pensaba, sin embargo, que no eran insolubles ni comparables con las que surgen al intentar la
reforma de pequeños asuntos públicos. Estos grandes
cuerpos políticos muy difícilmente pueden ser erigidos de
nuevo cuando ya han caído, muy difícilmente pueden ser
mantenidos cuando han llegado a agrietarse y sus caídas
son necesariamente violentas. Además, en relación con
sus imperfecciones, si las tienen, como la sola diversidad
que entre ellos existe es suficiente para asegurar que bastantes la tienen, han sido sin duda alguna muy mitigadas
por el uso; es más, por este medio se han evitado o corregido de modo gradual muchas de sus imperfecciones a las
que no se atendería de forma tan adecuada mediante la
prudencia humana. Finalmente, esas Imperfecciones son
casi siempre más soportables para un pueblo habituado a
ellas de lo que sería su cambio; acontece con esto lo mismo que con los caminos reales: serpean entre las montañas y poco a poco llegan a estar tan lisos y a ser tan cómodos, a fuerza de ser utilizados, que es mucho mejor
transitar por ellos que intentar seguir el camino más recto,
escalando rocas y descendiendo hasta los precipicios.
Por todo ello no aprobaría en forma alguna esos caracteres ligeros e inquietos que no cesan de idear constantemente alguna nueva reforma cuando no han sido llamados
a la administración de los asuntos públicos ni por su naci125 miento ni por su posición social. Y si llegara a pensar que
se dio la menor razón en este escrito por la que se me pudiera suponer partidario de esta locura, estaría muy enojado por haber permitido su publicación. Mi deseo nunca ha
¡do más lejos del intento de reformar mis propias opiniones
130 y de construir sobre un cimiento enteramente personal. Y si
mi trabajo me ha llegado a complacer bastante, al ofrecer
aquí el ejemplo del mismo, no pretendo aconsejar a nadie
que lo imite. Aquellos a los que Dios ha distinguido con sus
dones podrán tener proyectos más elevados, pero me
135 temo, no obstante, que éste resulte demasiado osado para
muchos. La resolución de liberarse de todas las opiniones
anteriormente integradas dentro de nuestra creencia no es
Anotaciones
Comentario
Una vez expuesto el estado calamitoso
del conocimiento en su época, Descartes
declara abiertamente su proyecto de
reforma, que consiste en revisar todo el
saber para eliminar de él todo aquello
que se ha admitido sin un examen
suficiente y edificarlo de nuevo sobre
unos cimientos más sólidos, sobre
verdades indudables. Aunque la clave
del pensamiento de Descartes está en
determinar qué se considera verdadero:
como él dice, lo que ha sido
considerado como tal por la razón.
Descartes es racionalista porque
considera que el criterio de verdad es la
razón, y desconfía de los sentidos
porque pueden ser fuente de errores.
Comentario
Descartes, por su propio temperamento
y por evitar que se le confunda con un
«revolucionario» o con un hereje, señala
que esta reforma que va a emprender es
solo una tarea personal, e incluso
considera que no todos los hombres
están preparados para afrontar este
trabajo, sea, como dice en este párrafo,
porque se consideran más capacitados
de lo que realmente están, sea porque
solo pueden guiarse por las opiniones
de otros.
Descartes
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una labor que deba ser acometida por cada hombre. Por el
contrario, el mundo parece estar compuesto principalmente de dos tipos de personas para las cuales tal propósito no
es adecuado en modo alguno. Por una parte, aquellos que
estimándose más capacitados de lo que en realidad son,
no pueden impedir la precipitación en sus juicios ni logran
concederse el tiempo necesario para conducir ordenadamente sus pensamientos. Como consecuencia de tal defecto, si en una ocasión se toman la libertad de dudar de
los principios que han recibido, apartándose de la senda
común, jamás llegarán a encontrar el sendero necesario
para avanzar más recto, permaneciendo en el error durante toda su vida. Por otra parte están aquellos que, teniendo
la suficiente razón o modestia para apreciar que son menos
capaces para distinguir lo verdadero de lo falso que otros
hombres por los que pueden ser instruidos, deben más
bien contentarse con seguir las opiniones de éstos que intentar alcanzar por sí mismos otras mejores.
Sin duda alguna hubiera sido uno de estos últimos si no
hubiera conocido más que un solo maestro o no hubiera
tenido noticia de las diferencias que siempre han existido
entre las opiniones de los más doctos. Pero habiendo conocido desde el colegio que no podría imaginarse algo tan
extraño y poco comprensible que no haya sido afirmado
por alguno de los filósofos; habiendo tenido noticia por
mis viajes de que todos aquellos cuyos sentimientos son
muy contrarios a los nuestros, no por ello deben de ser
juzgados como bárbaros o salvajes, sino que muchos de
entre ellos usan la razón tan adecuadamente o mejor que
nosotros; habiendo reflexionado sobre cuan diferente llegaría a ser un hombre que con su mismo ingenio fuese
criado desde su infancia entre franceses o alemanes, en
vez de haberlo sido entre chinos o caníbales, y sobre
cómo hasta en las modas de nuestros trajes observamos
que lo que nos ha gustado hace diez años y acaso vuelva
a producirnos agrado dentro de otros diez, puede, sin embargo, parecemos ridículo y extravagante en el momento
presente, de modo que más parece que son la costumbre
y el ejemplo los que nos persuaden y no conocimiento alguno cierto; habiendo considerado finalmente que la pluralidad de votos no vale en absoluto para decidir sobre la
verdad de cuestiones de difícil indagación, pues más verosímil es que sólo un hombre las descubra que todo un
pueblo, no podía escoger persona alguna cuyas opiniones
me pareciese que debían ser preferidas a las de otra y me
encontraba por todo ello obligado a emprender por mí
mismo la tarea de conducirme.
Anotaciones
Comentario
Descartes observa la variedad de los
saberes y de las costumbres, y reconoce,
si queremos implícitamente, que el
escepticismo y el relativismo tienen
cierta base, al menos si no
profundizamos en la búsqueda de la
verdad, que no se puede hallar en el
acuerdo entre las opiniones ni él
encuentra el modo de optar por una
concreta. Por ello, emprende la tarea de
buscarla por sí mismo.
185
Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de avanzar tan lentamente y de
usar tal circunspección en todas las cosas que aunque
avanzase muy poco, al menos, me cuidaría al máximo de
caer. Por otra parte, no quise comenzar a rechazar por
190 completo alguna de las opiniones que hubiesen podido
deslizarse durante otra etapa de mi vida en mis creencias
sin haber sido asimiladas en virtud de la razón, hasta que
no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar
el proyecto emprendido e indagar el verdadero método
195 con el fin de conseguir el conocimiento de todas las cosas
de las que mi espíritu fuera capaz.
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Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica
de entre las partes de la filosofía; de las matemáticas, el
análisis de los geómetras y el álgebra. Tres artes o ciencias
que debían contribuir en algo a mi propósito. Pero habiéndolas examinado, me percaté de que en relación con la lógica, sus silogismos y la mayor parte de sus reglas sirven
más para explicar a otro cuestiones ya conocidas o también, como sucede con el arte de Lulio, contribuyen más a
hablar sin juicio de aquellas cosas que se ignoran que a investigarlas. Y si bien la lógica contiene muchos preceptos
verdaderos y muy adecuados, hay, sin embargo, mezclados con éstos otros muchos que o bien son perjudiciales
o bien superfluos; de modo que es tan difícil distinguir
unos de otros, como sacar una Diana o una Minerva de un
bloque de mármol aún no trabajado. Igualmente, en relación con el análisis de los antiguos o el álgebra de los modernos, además de que no se refieren si no a muy abstractas materias, que parecen carecer de todo uso, el
primero está tan circunscrito a la consideración de las figuras que no permite ejercitar el entendimiento sin fatigar
excesivamente la imaginación. La segunda está tan sometida a ciertas reglas y cifras que se ha convertido en un
arte confuso y oscuro, capaz de distorsionar el ingenio, en
vez de ser una ciencia que favorezca su desarrollo. Todo
esto fue la causa de que pensase que era preciso indagar
otro método que, asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la multiplicidad de
leyes frecuentemente sirve de excusa para los vicios, de
tal forma que un estado está mejor regido cuando no existen más que unas pocas leyes que son minuciosamente
observadas, de la misma forma, en lugar del gran número
de preceptos del cual está compuesta la lógica, estimé
que tendría suficiente con los cuatro siguientes con tal de
que tomase la firme y constante resolución de no incumplir ni una sola vez su observancia.
Anotaciones
Comentario
A partir de este punto, Descartes centra
el tema que aborda en esta parte del
Discurso en el método, es decir, en el
establecimiento de una serie de reglas
ciertas y de fácil aplicación mediante
las cuales, si las seguimos paso a paso
y partimos de proposiciones evidentes,
verdaderas, alcancemos infaliblemente
la verdad. El método tiene como objeto
superar el relativismo y el escepticismo
y eliminar de las ciencias los principios
superfluos y los erróneos.
Comentario
Si recordamos, Descartes había
distinguido las ciencias demostrables
con razones ciertas de las que utilizan
argumentos solo probables, como la
filosofía. Esas ciencias son la lógica y las
matemáticas (la geometría y el álgebra),
cjue si bien son útiles, también están
llenas de errores y de principios
superfluos, además de ser
excesivamente abstractas. Por tanto, sus
métodos no son válidos y es preciso
buscar otro que se reduzca a una pocas
(cuatro) reglas sencillas, para evitar
confusiones.
Descartes
El primero consistía en no admitir cosa alguna como
verdadera si no la había conocido evidentemente como tal.
Es decir, con todo cuidado debía evitar la precipitación y la
235 prevención y admitir exclusivamente en mis juicios aquello
que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu
que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda.
El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas parcelas como fuera posible y
24o necesario para resolverlas más fácilmente.
El tercero requería conducir por orden mis reflexiones
comenzando por los objetos más simples y más fácilmente
cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos, y supo245 niendo también orden entre aquellos que no se preceden
naturalmente los unos a los otros.
Según el último de estos preceptos, debería siempre
realizar recuentos tan completos y revisiones tan amplias
que pudiese estar seguro de no omitir nada.
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Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por
medio de las cuales generalmente los geómetras llegan a
alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían proporcionado la ocasión de Imaginar que todas las cosas
que caen bajo el conocimiento de los hombres se entrelazan de igual forma y que, absteniéndose de admitir como
verdadera alguna que no lo sea y guardando siempre el orden necesario para deducir unas de otras, no puede haber
algunas tan alejadas de nuestro conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni tan ocultas que no podamos llegar a descubrir. No supuso para mí una gran dificultad el decidir por cuáles era necesario iniciar el estudio:
previamente sabía que debía ser por las más simples y las
más fácilmente cognoscibles. Y considerando que entre
todos aquellos que han intentado buscar la verdad en el
campo de las ciencias, solamente los matemáticos han establecido algunas demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba que debía comenzar
por las mismas que ellos habían examinado. No perseguía
utilidad alguna si exceptuamos el que habituarían mi ingenio a considerar atentamente la verdad y a no contentarse
con falsas razones. Ahora bien, no llegué por ello a tener
el deseo de conocer todas las ciencias particulares, comúnmente conocidas como matemáticas; y viendo que
aunque sus objetos son diferentes, sin embargo todas estas ciencias tienen en común el considerar solamente las
diversas relaciones y posibles proporciones que en los
mismos se dan, juzgué que poseía un interés mayor que
Comentario
La primera regla del método, el primer
precepto, es no admitir ninguna
proposición, ningún juicio, que no sea
evidente; es decir, que no se conciba de
forma clara y distinta. Claro es todo
aquello que se presenta a nuestra razón
nítidamente, podríamos decir, en todos
sus detalles, y distinto, lo que no se
confunde con ninguna otra cosa.
Concebido de esta forma, no queda
lugar a la duda, y ese juicio es
verdadero. La evidencia será el nuevo
criterio de verdad sostenido por
Descartes, y consiste en que nuestra
razón, y solo nuestra razón (es preciso
rechazar los sentidos y la imaginación),
concibe, intuye, directamente que un
juicio es verdadero sin ningún género
de duda. Lo que caracteriza a la
evidencia es que elimina la duda.
La segunda regla del método es el
análisis, que consiste en descomponer
los problemas en las partes más simples
posibles para poder comprobar su
verdad, su evidencia.
La tercera es la síntesis, que consiste en,
una vez comprobada la verdad de las
partes, reconstruir el problema
recorriendo ordenadamente el camino
de lo más simple hasta lo más complejo.
Finalmente, solo nos queda revisar todos
los pasos de nuestra demostración y
comprobar que no hemos olvidado
nada.
CCcComentario'•".•:
-
Este método, inspirado en la geometría,
puede servir de modelo para todo el
saber. Si lo aplicamos correctamente,
admitiendo solo lo que es indudable y
siguiendo el método ordenadamente, no
puede haber nada que no podamos
conocer.
Ánotaciones
:
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315
320
examinase solamente las proporciones en general y en relación solamente con aquellos objetos que servirían para
hacerme más cómodo su conocimiento. Es más, sin vincularlas en forma alguna a ellos para poder aplicarlas tanto mejor a todos aquellos a los que pudieran convenir.
Posteriormente, habiendo advertido que para analizar tales proporciones tendría necesidad en alguna ocasión de
considerar a cada una en particular y en otras ocasiones
solamente debería retener o comprender varias conjuntamente en mi memoria, estimé que para mejor analizarlas
en particular, debía suponer que se daban en líneas puesto que no encontraba nada más simple ni que pudiera presentar con mayor distinción ante mi imaginación y sentidos; pero para retener o considerar varias conjuntamente,
era preciso que las diera a conocer mediante cifras, lo más
breves que fuera posible. Por este medio entendía que
asumía lo mejor que se da en el análisis geométrico y en el
álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una de estas ciencias mediante los procedimientos de la otra.
Y como, en efecto, la exacta observancia de estos preceptos que había seleccionado me proporcionó tal facilidad para resolver todas las cuestiones tratadas por estas
dos ciencias, que en dos o en tres meses que empleé en
su examen, habiendo comenzado por las más simples y
más generales y siendo, a la vez, cada verdad que encontraba una regla útil con vistas a alcanzar otras verdades,
no solamente llegué a concluir el análisis de cuestiones
que en otra ocasión había juzgado de gran dificultad, sino
que también me pareció, cuando concluía este trabajo, que podía determinar en tales cuestiones por qué medios y hasta dónde era posible alcanzar soluciones de lo
que ignoraba. En lo cual no pareceré ser excesivamente
vanidoso si se considera que no habiendo más que un conocimiento verdadero de cada cosa, aquel que lo posee
conoce cuanto se puede saber. Así un niño instruido en
aritmética, habiendo realizado una suma según las reglas
pertinentes, puede estar seguro de haber alcanzado todo
aquello de que es capaz el ingenio humano en lo relacionado con la suma que él examina. Pues el método que nos
enseña a seguir el verdadero orden y a enumerar exactamente todas las circunstancias de lo que se investiga, contiene todo lo que confiere certeza a las reglas de la Aritmética.
Pero lo que me producía más agrado de este método
era que, siguiéndolo, estaba seguro de utilizar en todo mi
razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos
de la mejor forma que estaba a mi alcance. Por otra parte,
Anotaciones
Comentario.
Descartes, que ha tomado por modelo
del saber las matemáticas, empieza por
aplicar su método en este campo, pues
en él se han alcanzado, señala, algunos
juicios ciertos y evidentes, verdaderos.
El éxito es rotundo, pues el método se
adapta perfectamente a las reglas de las
matemáticas.
Descartes
325 me daba cuenta de que la práctica del mismo habituaba
progresivamente mi ingenio a concebir de forma más clara y distinta sus objetos y, puesto que no lo había limitado
a materia alguna en particular, me prometía aplicarlo con
igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias,
330 al igual que lo había realizado con las del Álgebra. Con
esto no quiero decir que pretendiese examinar todas
aquellas dificultades que se presentasen en un primer momento, pues esto hubiera sido contrario al orden que el
método prescribe. Pero habiendo apreciado que sus prin335 cipios deberían estar tomados de la filosofía, en la cual no
encontraba alguno cierto, pensaba que era necesario ante
todo que tratase de establecerlos. Y puesto que esto era lo
más importante en el mundo y se trataba de un tema en el
que la precipitación y la prevención eran los defectos que
340 más se debían temer, juzgué que no debía intentar tal tarea
hasta que no tuviese una madurez superior a la que se posee a los veintitrés años, que era mi edad, y hasta que no
se hubiese empleado con anterioridad mucho tiempo en
prepararme, tanto desarraigando de mi espíritu todas las
345 malas opiniones y realizando un acopio de experiencias
que deberían constituir la materia de mis razonamientos,
como ejercitándome siempre en el método que me había
prescrito con el fin de afianzarme en su uso cada vez más.
350
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370
CUARTA PARTE
No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan metafísicas y tan poco comunes que no serán del gusto de todos. Y sin embargo,
con el fin de que se pueda opinar sobre la solidez de los
fundamentos que he establecido, me encuentro en cierto
modo obligado a referirme a ellas. Hacía tiempo que había
advertido que, en relación con las costumbres, es necesario en algunas ocasiones seguir opiniones muy inciertas tal
y como si fuesen indudables, según he advertido anteriormente. Pero puesto que deseaba entregarme solamente a
la búsqueda de la verdad, opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario y que rechazase como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, después de hacer
esto, no quedaría algo en mi creencia que fuese enteramente indudable. Así pues, considerando que nuestros
sentidos en algunas ocasiones nos inducen a error, decidí
suponer que no existía cosa alguna que fuese tal y como
nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que
se equivocan al razonar en cuestiones relacionadas con
las más sencillas materias de la geometría y que incurren
en paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro
Anotaciones
Comentario
Esta aplicación del método a las
matemáticas permitió a Descartes
perfeccionar su manejo y habituarse a
utilizar la razón rigurosamente (ya que
solo la razón puede proporcionar un
conocimiento evidente, verdadero), pero
aún no se sentía preparado para
aplicarlo a la filosofía, en la que no
encuentra ningún principio seguro.
Comentario
Aunque en el ámbito de la moral, de las
costumbres, Descartes admita la
necesidad de seguir las opiniones
inciertas, retoma la aplicación del
método, rechazando todo lo dudoso, en
la búsqueda de una verdad que pueda
ser creída por sí misma y de la que se
deriven las demás deductivamente. El
afán de claridad y de precisión le lleva a
plantear la duda metódica: es necesario
dudar de todo y considerar
provisionalmente como falso todo lo
que es posible poner en duda. Es una
duda absoluta, no escéptica, pues,
tomada como punto de partida, se
espera hallar la verdad. El escepticismo,
por el contrario, niega la verdad.
estaba sujeto a error, rechazaba como falsas todas las razones que hasta entonces había admitido como demostraciones. Y, finalmente, considerando que hasta los pen375 samientos que tenemos cuando estamos despiertos
pueden asaltarnos cuando estamos dormidos, sin que
ninguno en tal estado sea verdadero, me resolví a fingir
que todas las cosas que hasta entonces habían alcanzado
mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de
380 mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que,
mientras deseaba pensar de este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba,
fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad:
pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las
385 más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran
capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla
sin temor alguno de errar como el primer principio de la filosofía que yo indagaba.
Posteriormente, examinando con atención lo que yo
390 era, y viendo que podía fingir que carecía de cuerpo así
como que no había mundo o lugar alguno en el que me encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que yo no era,
sino que por el contrario, sólo a partir de que pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy evi395 dente y ciertamente que yo era, mientras que, con sólo
que hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que
había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía razón
alguna para creer que yo hubiese sido, llegué a conocer a
partir de todo ello que era una sustancia cuya esencia o
400 naturaleza reside en pensar y que tal sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa
alguna material. De suerte que este yo, es decir, el alma,
en virtud de la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y, aunque
405 el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto ella es.
Analizadas estas cuestiones, reflexioné en general sobre todo lo que se requiere para afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de
identificar una que cumplía tal condición, pensé que
4io también debía conocer en qué consiste esta certeza. Y
habiéndome percatado [de] que nada hay en pienso, luego soy, que me asegure que digo la verdad, a no ser que
yo veo muy claramente que, para pensar, es necesario ser,
juzgué que podía admitir como regla general que las cosas
415 que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; no obstante, hay solamente cierta dificultad en
identificar correctamente cuáles son aquellas que concebimos distintamente.
Anotaciones
Comentario
¿Hasta dónde alcanza la duda? En primer
lugar, a los sentidos, pues, como alguna
vez nos engañan (por ejemplo, los
espejismos), no nos podemos fiar de
ellos. Pero tampoco de las matemáticas,
pues muchos se equivocan hasta en las
operaciones más sencillas. Incluso podría
suceder que estuviésemos confundiendo
la realidad con el sueño. En resumen,
todo es dudoso y debe ser considerado
falso. Pero, en este estado, surge la
primera evidencia: yo, que pienso,
existo. Aunque lo que piense no exista,
no se puede dudar de que estoy
pensando ni, por tanto, de que existo.
Este es el primer principio de la filosofía,
la verdad sobre la que se puede levantar
el edificio del conocimiento.
Comentarioo•
La naturaleza del sujeto es puramente
racional, no es un cuerpo. En tanto que
pienso, que dudo, me reconozco
indudablemente como un sujeto que
piensa, pero no como un cuerpo. La
realidad queda dividida en dos ámbitos:
la sustancia pensante, el sujeto, y la
sustancia corpórea, la materia. Sustancia
es, en Descartes, aquello que no
necesita de ninguna otra cosa para
existir. Pero de momento, solo sabemos
que existe el sujeto pensante, no la
materia. Sigamos adelante.
Comentario
Como ya comentamos al hablar de las
reglas del método, el criterio de verdad
es la evidencia, que yo intuya de forma
clara y distinta, sin ningún género de
duda, que una proposición es
verdadera. En el descubrimiento de la
primera verdad incontrovertible tiene su
origen dicho criterio.
Descartes
A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y
420 que, en consecuencia, mi ser no era omniperfecto, pues
claramente comprendía que era una perfección mayor el
conocer que el dudar, comencé a indagar de dónde había
aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta de lo que
yo era; conocí con evidencia que debía ser en virtud de al425 guna naturaleza que realmente fuese más perfecta. En relación con los pensamientos que poseía de otros seres
que existen fuera de mí, tales como el cielo, la tierra, la luz,
el calor y otros mil, no me preocupaba en igual forma por
conocer de dónde provenían puesto que, no constatando
430 nada en tales pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a mí, podía estimar que si eran verdaderos, fueran
dependientes de mi naturaleza, en tanto que posee alguna
perfección; si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había defecto en mí. Pero no po435 día opinar lo mismo de la idea de un ser más perfecto que
el mío, pues que procediese de la nada era manifiestamente imposible y puesto que no hay repugnancia menor
en que lo más perfecto sea una consecuencia y esté en
dependencia de lo menos perfecto, que la existente en
440 que algo proceda de la nada, concluí que tal idea no podía
provenir de mí mismo. De forma que únicamente restaba
la alternativa de que hubiese sido inducida en mí por una
naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo que era
la mía y también que tuviese en sí todas las perfecciones
445 de las cuales yo podía tener alguna ¡dea, es decir, para explicarlo con una palabra, que fuese Dios. A esto añadí que,
puesto que conocía algunas perfecciones que en absoluto
poseía, no era el único ser que existía (permitidme que use
con libertad los términos de la escuela), sino que era nece450 sariamente preciso que existiese otro ser más perfecto del
cual dependiese y del que yo hubiese adquirido todo lo
que tenía. Pues si hubiese existido solo y con Independencia de todo otro ser, de suerte que hubiese tenido por
mí mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto,
455 hubiese podido, por la misma razón, tener por mí mismo
cuanto sabía que me faltaba y, de esta forma, ser infinito,
inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía comprender que se daban
en Dios. Pues siguiendo los razonamientos que acabo de
460 realizar, para conocer la naturaleza de Dios en la medida
en que es posible a la mía, solamente debía considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna
¡dea y si poseerlas o no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas ¡deas que indican imperfec465 ción estaban en él, pero sí todas las otras. De este modo
me percataba de que la duda, la inconstancia, la tristeza y
Anotaciones
Comentario
Hasta ahora. Descartes solo ha
demostrado la existencia del sujeto
pensante, pero no ele los cuerpos, como
ya hemos señalado, ni tampoco de Dios.
Esto es lo que va a hacer a
continuación. Si yo, puesto que dudo
(no conozco), soy imperfecto, y en mí
tengo la idea de perfección, esta no
puede venir de mí, pues lo perfecto
no puede provenir de lo imperfecto,
sino de un ser perfecto, que está fuera
de mí, que no soy yo. Este ser perfecto
que implanta en mí la idea de
perfección es Dios, pues las ideas que
tengo de los demás seres exteriores a mí
(el cielo, la luz, etc., que de momento
solo son pensamientos, pues aún no se
ha demostrado su existencia; el propio
Descartes dice que puede que no sean
verdaderos, sino resultado de un defecto
mío) no son más perfectas que yo,
luego ellas provienen de mí. Queda,
pues, demostrada la existencia de Dios,
y, además, de él depende el sujeto. Este
último detalle es importante, pues, si
aplicamos estrictamente la definición de
sustancia —lo que no necesita de
ninguna otra cosa para existir—, solo
Dios sería una sustancia.
cosas semejantes no podían convenir a Dios puesto que a
mí mismo me hubiese complacido en alto grado el verme
libre de ellas. Además de esto, tenía ideas de varias cosas
470 sensibles y corporales; pues, aunque supusiese que soñaba y que todo lo que veía o imaginaba era falso, sin embargo, no podía negar que esas ideas estuvieran verdaderamente en mi pensamiento. Pero puesto que había
conocido en mí muy claramente que la naturaleza inteli475 gente es distinta de la corporal, considerando que toda
composición indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía ser una
perfección de Dios el estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por consiguiente, no lo estaba; por el con480 trario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo o bien
algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía depender de su poder de
forma tal que estas naturalezas no podían subsistir sin él
ni un solo momento.
485
490
495
500
505
5io
Posteriormente quise indagar otras verdades y habiéndome propuesto el objeto de los geómetras, que concebía
como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente
extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diversas partes, que podían tener diversas figuras
y magnitudes, así como ser movidas y trasladadas en todas las direcciones, pues los geómetras suponen esto en
su objeto, repasé alguna de las demostraciones más simples. Y habiendo advertido que esta gran certeza que todo
el mundo les atribuye no está fundada sino sobre que se
las concibe con evidencia, siguiendo la regla que anteriormente he expuesto, advertí que nada había en ellas que
me asegurase de la existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a
dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que
existiese triángulo alguno en el mundo. Por el contrario,
examinando de nuevo la idea que tenía de un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la
misma de igual forma que en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos
rectos o en la de una esfera que todas sus partes equidisten de un centro e incluso con mayor evidencia. Y, en
consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser
Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría.
Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay una gran dificultad en conocerle y
también en conocer la naturaleza de su alma es el que ja-
Anotaciones
Comentario
Descartes atribuye a la naturaleza de
Dios, en la medida en que nuestra razón
puede conocerla, todas las perfecciones
y le niega las imperfecciones. Dios no
puede ser de naturaleza corporal, pues
esta no constituye ninguna perfección,
sino más bien al contrario, la dualidad
de naturaleza pensante y corporal es un
defecto. Análogamente a la sustancia
pensante, la sustancia corporal también
depende de Dios.
Comentario
Si Dios es un ser sumamente perfecto, si
contiene todas las perfecciones, como
acabamos de ver, es preciso que exista
como una realidad independiente del
sujeto (no es solo un pensamiento),
pues la existencia es una de esas
perfecciones. Este argumento
(«argumento ontológico») ya lo utilizó
San Anselmo para demostrar la
existencia de Dios. De la sustancia
corpórea, de la que se ocupan los
geómetras, aún no se ha demostrado su
existencia.
DESCARTES
más elevan su pensamiento sobre las cosas sensibles y
515 que están hasta tal punto habituados a considerar sólo lo
que sean capaces de imaginar (modo de pensar propiamente relacionado con las cosas materiales), que todo
aquello que no es imaginable les parece que no es inteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que los
520 mismos filósofos defienden como verdadera en las escuelas, según la cual nada hay en el entendimiento que previamente no haya impresionado los sentidos; no obstante,
las ideas de Dios y el alma nunca ha[n] impresionado los
sentidos. Y me parece que los que desean emplear su
525 imaginación para comprenderlas, hacen lo mismo que si
quisieran servirse de los ojos para oír los sonidos o sentir
los olores. Existe aún otra diferencia: que el sentido de la
vista no nos asegura menos de la verdad de sus objetos
que lo hacen los del olfato u oído de los suyos, mientras
530 que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos podrían
asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviene en ello.
535
54o
545
550
555
56o
En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de Dios y de su alma en
virtud de las razones aducidas por mí, deseo que sepan
que todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar
seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de una tierra y de cosas semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad moral de la existencia de tales cosas que es tal que, a no ser que se peque
de extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin
embargo, a no ser que se peque de falta de razón, cuando
se trata de una certeza metafísica, no se puede negar que
sea razón suficiente para no estar enteramente seguros el
haber constatado que es posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene otro cuerpo, que se ven
otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de tales
seres. Pues ¿cómo podemos saber que los pensamientos
tenidos en el sueño son más falsos que los otros, dado
que frecuentemente no tienen vivacidad y claridad menor?
Y aunque los ingenios más capaces estudien esta cuestión
cuanto les plazca, no creo [que] puedan dar razón alguna
que sea suficiente para disipar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer lugar, incluso lo
que anteriormente he considerado como una regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es verdadero),
sólo es seguro si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo
que hay en nosotros procede de él. De donde se sigue que
nuestras ideas o nociones, siendo seres reales, que provienen de Dios, en todo aquello en lo que son claras y dis-
Anotaciones
Comentario
Los que tras estas demostraciones aún
dudan de la existencia de Dios es
porque no son capaces de elevarse por
encima de la imaginación, que solo se
representa imágenes de las cosas
sensibles. En concreto, Descartes
reproduce la fórmula sostenida por los
empiristas, de inspiración aristotélica,
para referirse a ellos: nada hay en el
entendimiento que no haya entrado por
los sentidos. Ahora bien, de Dios y del
sujeto pensante (del alma) no hay
impresión sensible, luego es un error
tratar de comprenderlos recurriendo a
los sentidos y a la imaginación. Además,
como hemos visto, los sentidos no son
fiables.
Comentario
Ahora emprendemos la demostración de
la existencia de los cuerpos. Descartes
no afirma que los cuerpos no existan, lo
que sería una extravagancia, como
señala él mismo; de ello tenemos una
«seguridad moral». Lo que él sostiene es
que no tenemos una «certeza metafísica»,
es decir, que desde el punto de vista
racional no es evidente su existencia,
pues, como ya comentamos, podría
ser que todos esos cuerpos no fueran
más que pensamientos nuestros, sin
realidad independiente. Es Dios quien
asegura que las cosas, el mundo, existen,
como constataremos a continuación.
tintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo que, si
bien frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto sólo puede ser en aquellas en las que algo es
confuso y oscuro, pues en esto participan de la nada, es
565 decir, que no se dan en nosotros sino porque no somos totalmente perfectos. Es evidente que no existe una repugnancia menor en defender que la falsedad o la imperfección, en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en
defender que la verdad o perfección proceda de la nada.
570 Pero si no conocemos que todo lo que existe en nosotros
de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito,
por claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que nos asegurara de que tales
ideas tuviesen la perfección de ser verdaderas.
Reconocida la existencia de Dios, el
criterio de evidencia encuentra su última
garantía: Dios, por su perfección, no
puede engañarme. La facultad de juzgar
que he recibido de Él no me puede
inducir a error si la empleo rectamente.
Esta consideración evita toda posibilidad
de duda sobre los conocimientos
evidentes. Dios es aquí la fuente
de veracidad, principio y garantía de
toda verdad. El error proviene de
nuestra imperfección.
575
Comentario
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585
590
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605
Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el
alma nos han convencido de la certeza de esta regla, es
fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando
dormimos no deben en forma alguna hacernos dudar de la
verdad de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Pues, si sucediese, inclusive durmiendo,
que se tuviese alguna idea muy distinta como, por ejemplo,
que algún geómetra lograse alguna nueva demostración,
su sueño no impediría que fuese verdad. Y en relación con
el error más común de nuestros sueños, consistente en representarnos diversos objetos de la misma forma que la
obtenida por los sentidos exteriores, carece de importancia
el que nos dé ocasión para desconfiar de la verdad de tales ideas, pues pueden inducirnos a error frecuentemente
sin que durmamos, como sucede a aquellos que padecen
de ictericia, que todo lo ven de color amarillo, o cuando los
astros u otros cuerpos demasiado alejados nos parecen
de tamaño mucho menor del que en realidad poseen. Pues
bien estemos en estado de vigilia o bien durmamos, sólo
debemos dejarnos persuadir por la evidencia de nuestra
razón. Y es preciso señalar que yo afirmo, de nuestra razón y no de nuestra imaginación o de nuestros sentidos,
pues aunque veamos el sol muy claramente, no debemos
juzgar por ello que posea el tamaño con que lo vemos y fácilmente podemos imaginar con perfecta claridad una cabeza de león unida al cuerpo de una cabra, sin que sea
preciso concluir por ello que exista en el mundo una quimera, pues la razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo sea verdadero. Por el contrario, la
razón nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios, que es sumamente perfecto y veraz, las
haya colocado en nosotros careciendo del mismo. Y puesAAnotaco
i nes:.- -•
:Comentario"
No debemos dudar de la existencia del
mundo, de las cosas, y confundirlo con
un sueño, pues si soñamos algo cierto
Cía demostración de un geómetra, señala
el propio Descartes), no deja de ser
cierto por ser un sueño, y porque la
similitud entre las imágenes de los
sueños y las representaciones de los
sentidos no significa nada, ya que
los sentidos también nos engañan (por
ejemplo, cuando padecemos algunas
enfermedades, o sobre el tamaño de los
cuerpos). Solo la razón nos conduce a la
verdad, ni los sentidos (el tamaño del
sol) ni la imaginación (la quimera).
Descartes
to que nuestros razonamientos no son jamás tan evidentes
ni completos durante el sueño como durante la vigilia, aunólo que algunas veces nuestras imágenes sean tanto o más vivas y claras, la razón nos dicta igualmente que, no pudiendo nuestros pensamientos ser todos verdaderos, ya
que nosotros no somos onmiperfectos, lo que existe de
verdad debe de encontrarse infaliblemente en aquellos
615 que tenemos estando despiertos más bien que en los que
tenemos mientras soñamos,
(Trad., Guillermo Quintas Alonso, Alianza Editorial,
Colección Materiales/Filosofía y Pensamiento, Madrid, 1999)
COMENTARIO
Dios asegura la coincidencia entre las
evidencias y las existencias, garantiza
que mis ideas sobre la realidad exterior
tienen existencia independientemente de
mí, pues, en tanto que ser perfecto y
veraz, no puede permitir que me
engañe pensando que tales cosas
existen si no fuera así. Así, Descartes,
que pretende ser un pensador realista,
consigue evitar el solipsismo, el
aislamiento del sujeto con la apertura de
la conciencia a la realidad corpórea.
Anotaciones"
67
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