FICHA. Jasper Johns: Gris, en el Museo Metropolitano de Arte (Met), Nueva York. Pinturas, dibujos, estampas y esculturas. Organizada por el Instituto de Arte de Chicago. Hasta el 4 de mayo. ARTE Una lupa sobre los artistas y las obras que dejan huella en la Argentina y en el resto del mundo JASPER JOHNS MUESTRA SU VERDADERO COLOR El Met aborda la trayectoria del artista estadounidense, más conocido por sus obras en colores vivos, desde una nueva perspectiva: muestra 120 trabajos que realizó en tonos grises durante el último medio siglo POR ROBERTA SMITH Nueva York, 2008 S u arte ya es una vieja realidad cultural. En los años cincuenta, sus cuadros de banderas y blancos coadyudaron a trastornar el expresionismo abstracto y cambiaron nuestra concepción del arte. Desde entonces, su evolución ha sido analizada paso a paso. Mientras tanto, él prosigue, incansable, sus ciclos de avances y retrocesos. “Empecé a dibujar a los tres años y nunca he cesado”, dijo alguna vez. Su anhelo de ser un artista lo ayudó a superar una infancia solitaria. En 1948, a los 18 años, lo impulsó a dejar Carolina del Sur por Nueva York. Vio sus primeras pinturas modernas y, diez años después, debutó en la galería de Leo Castelli. Fue un acontecimiento. Varios museos dedicaron muestras a su carrera prolífica y compleja. La del Met, Jasper Johns: Gris, se cuenta entre las mejores. Sin duda, Johns es más conocido por sus obras en colores vivos, pero el gris está en el fondo de su sensibilidad. Es el matiz más acorde con la discreción fundamental y las ambigüedades persistentes de su arte, con su singularidad y su rigor intelectual. En 2007, James Rondeau y Douglas Druick montaron esta exposición en el Instituto de Arte de Chicago, al que pertenecen. Nan Rosenthal, del Met, colaboró en la nueva puesta. Reunieron casi ciento veinte obras, en su mayoría pinturas, dibujos y estampas, y algunas esculturas. Muestran con claridad meridiana la maduración del artista y descu- 32 I adn I Sábado 23 de febrero de 2008 FOTOS: NYT Y AP adn JOHNS Pintor, escultor y artista gráfico estadounidense, nacido en 1930. Debutó en 1958 en la galería de Leo Castelli y hoy, cincuenta años después, es uno de los artistas vivos más caros del mundo. Se lo considera, junto con Robert Rauschenberg, uno de los mayores exponentes del neodadaísmo, que surgió como reacción al expresionismo abstracto. Las banderas, los mapas, los blancos, los números y las letras se reiteran en su obra. bren una verdadera carrera paralela. La selección abarca desde los primeros cuadros grises de fines de los cincuenta, con su aspecto de pizarrones y sus objetos aislados, hasta la reciente serie Catenaria de pizarrones auténticos. Sobre ellos, en frágiles curvas, penden hilos blancos que, para algunos, representan la duración de la vida humana. No todo está aquí, pero sí lo suficiente para transmitir las ideas principales del artista. De entrada, una confrontación deslumbrante: Arranque en falso y Jubileo, dos cuadros de 1959 erizados de pinceladas que satirizan el expresionismo abstracto, enredadas al azar con nombres de colores. El primero es un tumulto en rojo, amarillo y azul, con blanco. El segundo, un poco más pequeño, es una explosión en negro, blanco y gris. En el resto, reina el gris. La muestra se divide en dos mitades. La primera es una cátedra sobre los motivos y técnicas de Johns. Abundan las banderas y los blancos, así como los alfabetos, números y mapas, todo casi exclusivamente en gris. Por detrás de este, se insinúan tríadas cromáticas que, más adelante, irán en aumento. En Céline (1978), una pintura casi negra alusiva al escritor francés que registró la locura de la guerra, el rayado en los tres colores secundarios agita aún más un frenesí de huellas de manos. Creemos vislumbrar un reptar enloquecido, a oscuras, sobre un piso de lajas. En la segunda mitad de la exposición, emociones y recuerdos, evocaciones de otras artes, abstracciones y representa- ciones se precipitan en caída libre. Varios cráneos recuerdan la muerte. Johns suele definirse como “un artista muy literal”; niega ser un gran colorista. Se diría que su atención a lo literal le permitió convertirse en un colorista con estilo propio. Atraído por los colores intrínsecos de los materiales, los exploró con una curiosidad reflexiva. Lo han tildado de reiterativo por su necesidad de reproducir un mismo motivo en materiales diferentes, pero esas repeticiones mantienen sus motivos suspendidos en la duda. En un rincón hay tres versiones de un pequeño relieve de banderas. En la primera, de 1960, utilizó una espesa pintura metálica y el collage; en la segunda, de 1969, el estampado en relieve sobre plomo blando y en la tercera, de 1960-1987, el vaciado en plata. Constituyen una filosofía del material que realza la diversidad, la igualdad y la minuciosidad. El misterioso Tennyson (1958) prefigura la fase de lirismo. Un trozo de tela cubre su superficie a modo de sábana, salvo en la base, donde aparece el nombre de Tennyson en un estarcido borroso, y en la parte superior, cuya división vertical indicaría dos almohadas. Rondeau cree ver una respuesta a la Cama (1955) de Robert Rauschenberg. En una galería larga, cuadros oscuros de comienzos de los sesenta se apiñan como si esperaran una inspección. Muchos grises tienden al negro. Los títulos reflejan un período de abatimiento. No obstante, la ambición y las ideas sobre la pintura se expanden. A menudo, las cuadrículas y la simetría se esfuman. Las