Eduardo Duhalde

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Eduardo Duhalde
(Eduardo AlbertoDuhalde Maldonado)
Argentina, Presidente de la República (interino)
Duración del mandato: 02 de Enero de 2002 - de de
Nacimiento: Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, 05 de Octubre de 1941
Partido político: PJ
Cargo: Abogado
ResumenCuando el día de año nuevo de 2002, en unas circunstancias dramáticas y como
resultado de un amplio consenso partidista, el Congreso de Argentina le invistió presidente de la
República -era el quinto en doce días-, Eduardo Duhalde, caudillo del peronismo bonaerense,
ya era uno de los políticos más poderosos del país. Antes vicepresidente, luego gobernador
provincial y últimamente senador nacional, Duhalde traía en sus bregadas alforjas una victoria,
la frustración de la re-reelección de Menem, cuyo ruinoso legado neoliberal deploraba, en 1999,
y una derrota, la infligida por el radical de la Rúa en las presidenciales de aquel año. Sus
credenciales de "peronista biológico" con una visión nacionalista y social del
desarrollo económico, y particularmente interesado en las problemáticas de la droga, hubo de
ponerlas a prueba en la conducción interina de un Estado en suspensión de pagos, con los
depósitos bancarios secuestrados por el colapso de la liquidez, una recesión de dos dígitos y la
cólera ciudadana retumbando en las calles.Durante unos angustiosos meses, el mandatario,
gobernando por decreto y apoyado en un gabinete de unidad nacional, se afanó en conjurar la
crisis y un nuevo estallido social con una batería de intervenciones delicadas: confirmó la
moratoria del pago de la deuda externa, liquidó la convertibilidad del peso, pesificó créditos y
ahorros en dólares, aplicó un ajuste fiscal demandado por el FMI y en cuanto al traumático
corralito financiero, primero lo flexibilizó y finalmente lo levantó, aunque con reintegros
achicados por la devaluación monetaria. El principio de la estabilización financiera y las primeras
piedras de un nuevo modelo productivo generador de crecimiento no atajaron, sin embargo, la
veloz propagación de la pobreza y el desempleo, mientras la clase media quedaba diezmada. Si
la reconstrucción del edificio económico comenzó bajo Duhalde, la reparación del tejido social
debió aguardar mejores tiempos.En 2003 Duhalde patrocinó decisivamente ?y contra Menem- la
postulación sucesoria de su colega de partido santacruceño Néstor Kirchner, un peronista de
centroizquierda, pero luego de transferirle el mando, fue alejándose paulatinamente de él a
medida que tomaba cuerpo su proyecto político autónomo. El duelo por el liderazgo del
justicialismo se saldó con la derrota total del ex presidente en las legislativas de 2005, cuando el
oficialismo kirchnerista arrebató a los duhaldistas su bastión electoral en la Provincia de Buenos
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Aires. Decidido a presentarse a las presidenciales de octubre de 2011, Duhalde unió fuerzas con
las diversas facciones disidentes del llamado PJ anti-K, dando lugar en 2010 al Peronismo
Federal, en cuyo seno lanzó su precandidatura. En abril de 2011, sin embargo, abandonó el
proceso de primarias del Peronismo Federal y relanzó su aspiración por el partido Unión
Popular y la coalición Frente Popular. Alcanzar el "hambre cero", impulsar la renta
básica ciudadana y pasar página al "Estado subsidiador y antiproductivo" son
algunas de sus propuestas de campaña, que libra muy a la zaga de la gran favorita, la titular
reeleccionista Cristina Fernández de Kirchner.
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Biografía
1. Dirigente peronista con base política en el conurbano porteño
2. De vicepresidente de la República a gobernador de Buenos Aires
3. Enfrentamiento con Menem por la nominación presidencial en 1999
4. Derrota ante de la Rúa y obtención del mandato de senador
5. Designado de compromiso para dirigir interinamente un Estado en quiebra
6. Gobernando en la cuerda floja: el dilema del corralito financiero
7. Primeros frutos de la nueva política económica sobre un fondo de desastre social
8. Las maniobras para impulsar un favorito en las elecciones de 2003
9. Duelo con el kirchnerismo y pérdida del electorado bonaerense
10. La experiencia del Peronismo Federal y la candidatura independiente en las presidenciales
de 2011
11. Actividades extrapolíticas, reconocimientos y bibliografía
1. Dirigente peronista con base política en el conurbano porteño
Hijo de un empleado de banca descendiente de inmigrantes vascos, recibió la educación
primaria en su Lomas de Zamora natal, una población del extrarradio sur de la Capital Federal, y
la secundaria en la aledaña Temperley. De la Universidad de Buenos Aires salió habilitado en
1970 como notario y abogado laboralista. En julio de 1971 contrajo matrimonio con Hilda Beatriz
González, en lo sucesivo inseparable compañera de andanzas políticas con el sobrenombre
de Chiche Duhalde. Según la prensa argentina, la pareja, padres de cinco hijos (Juliana,
Analía, María Eva, Agustina y Tomás), se conoció en una piscina cuando él trabajaba de
socorrista para pagarse las clases.
Siendo un admirador del general Juan Domingo Perón, Duhalde se estrenó en la política
representativa en 1973, el año de la restauración democrática tras un septenio de regímenes
militares y también el año del final de la proscripción del Movimiento Justicialista y de su
estructura partidaria, el Partido Justicialista (PJ), vigente desde el golpe militar de 1955. Duhalde
entró primero a trabajar en el Departamento de Asuntos Legales del consistorio de Lomas de
Zamora y luego, a instancias del Sindicato de Trabajadores Municipales del que era afiliado,
salió elegido concejal. En 1974 se convirtió en intendente (alcalde) para completar el mandato
del titular fallecido. Fue el año en que pereció Perón, al que sustituyó en las presidencias de la
República y el PJ su viuda, María Estela (Isabel) Martínez de Perón.
Duhalde perdió su condición de edil a raíz del golpe militar de marzo de 1976. Entonces,
regresó a su despacho de abogado, desde donde defendió a compañeros peronistas
represaliados por la dictadura y, ya en la clandestinidad, prosiguió con el activismo político. Las
elecciones del 30 de octubre de 1983, que marcaron la vuelta de Argentina a la democracia, le
devolvieron el antiguo puesto municipal, mientras que la Unión Cívica Radical (UCR) de Raúl
Alfonsín se impuso al PJ a nivel nacional y provincial. El 10 de diciembre Duhalde reanudó sus
funciones en Lomas de Zamora como el resto de cargos electos en todas las escalas
institucionales.
Regidor dinámico y buen conocedor de la realidad de la calle, Duhalde volcó sus inquietudes
sociales en un barrio golpeado como el resto del conurbano porteño por el desempleo y la
marginalidad, en un contexto de apabullante crisis económica. Creó una oficina municipal,
pionera en Argentina, de prevención y asistencia a los drogadictos y aplicó un plan alimentario
municipal, que redujo los índices de mortandad y malnutrición infantiles en los segmentos más
desfavorecidos. Por lo que respecta al ámbito interno del partido, su adscripción al sector
renovador enfrentado a la vieja guardia peronista y liderado por Carlos Saúl Menem, gobernador
de La Rioja, y Antonio Francisco Cafiero, ex ministro de Economía y diputado por Buenos Aires,
le acarreó su expulsión de la sección bonaerense del PJ.
El castigo del oficialismo no fue óbice para que Duhalde continuara recogiendo apoyos y viera
crecer su popularidad en Lomas de Zamora y otros distritos del conurbano, de suerte que en
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1986 consiguió ser elegido presidente local del partido y en los comicios legislativos nacionales
del 6 de septiembre de 1987 se convirtió en uno de los representantes que el electorado
peronista de la Provincia de Buenos Aires colocó en la Cámara de Diputados. En estas
elecciones, pese a la grave merma de credibilidad del Gobierno alfonsinista por su incapacidad
para enderezar la economía y detener la espiral inflacionaria, el PJ no machacó a la UCR,
aunque sí le superó en porcentaje de voto y le arrebató la mayoría absoluta en la Cámara
baja.
Los excelentes resultados cosechados por los candidatos renovadores del peronismo en los
distintos niveles de representación institucional precipitaron la promoción de Menem a la
presidencia del Consejo Nacional del PJ, barriendo a los viejos peronistas y recuperando la
unidad del partido en torno a un programa modernizador. Duhalde se convirtió entonces en uno
de los hombres de confianza del nuevo jefe del justicialismo y su carrera política se adentró por
una senda ascendente.
En diciembre de 1987 le fue otorgada la Vicepresidencia primera de la Cámara de Diputados y
poco más tarde Menem le llamó para secundarle en las primarias partidarias del 9 de julio de
1988, de las que había de salir la nominación para las elecciones presidenciales de 1989. La
fórmula Menem-Duhalde se impuso a la formada por Cafiero, a la sazón gobernador de Buenos
Aires desde el año anterior, y José Manuel de la Sota, entonces jefe del peronismo de Córdoba
en la oposición, en las primeras elecciones internas del justicialismo que se realizaron con el
voto directo de los afiliados.
2. De vicepresidente de la República a gobernador de Buenos Aires
La personalidad arrolladora y las promesas populistas de Menem concedieron al peronismo los
resortes del poder ejecutivo y legislativo nacionales en las elecciones del 14 de mayo de 1989.
Los aspirantes radicales batidos con el 49,3% de los votos por la fórmula del PJ fueron Eduardo
César Angeloz, gobernador de Córdoba, en la lid por la Presidencia y Juan Manuel Casella,
ministro de Trabajo de Alfonsín, por la Vicepresidencia. Por petición expresa de Alfonsín, que
no se sentía con fuerzas para contener el estallido social y la pesadilla de la hiperinflación, el
traspaso de poderes se adelantó al 8 de julio. En el poder legislativo, Duhalde cesó como
diputado y asumió la función de presidente del Senado, inherente al puesto de vicepresidente de
la República.
Al frente de una oficina sin rango político y con funciones más bien representativas y
protocolarias (fundamentalmente, la sustitución del presidente por ausencia o incapacidad),
Duhalde aprovechó para sacar adelante la Secretaría de Programación y Coordinación para la
Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico, un organismo llamado a aplicar
en el ámbito federal las políticas que él había venido promoviendo como diputado nacional y
antes implementado en su distrito. Pero su ambición apuntaba a más altas cumbres y, por de
pronto, se postuló para gobernador de Buenos Aires, considerado el segundo puesto más
poderoso de la nación tras la Presidencia al concentrar esta provincia el 38% de la población, el
32% del PIB y el 49% de los empleos.
En agosto de 1991 Duhalde ganó la primaria justicialista a Carlos Brown y el 8 de septiembre se
deshizo de su contrincante radical, Juan Carlos Pugliese, con el 47,7% de los votos. El 10 de
diciembre siguiente, días después de dimitir en la Vicepresidencia (que quedó vacante),
Duhalde tomó posesión de la gobernación bonaerense en lugar de Cafiero, con la promesa de
regir para todos los ciudadanos sin distinción de siglas y declarando rota "la vieja y equívoca
antinomia oficialismo-oposición".
La gestión del Cabezón, como Duhalde era conocido por sus paisanos y simpatizantes (en
irónica referencia tanto a este su rasgo físico como a su carácter contumaz), en la provincia
más rica del país suscitó vigorosas polémicas, ya que si bien lanzó un vasto programa de
obras públicas con un fuerte acento social que generó empleo y extendió los servicios sociales,
ello se hizo a costa de multiplicar los gastos mucho más allá del nivel de ingresos, política
fiscal que dejó exangües las arcas provinciales.
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También menudearon contra Duhalde las denuncias de ineficacia, corrupción e incluso
implicación en una trama de narcotráfico (él, el campeón de la denuncia de este azote social),
mientras que en el voluntarismo social de su esposa, que se encargó de levantar una red
caritativa atendida por amas de casa, las llamadas manzaneras, en las villas miseria del gran
Buenos Aires, la oposición radical encontró estomagantes remembranzas del populismo a pie
de acera de Eva Perón. Este servicio, encuadrado en el Plan Vida, fue obviamente recibido con
entusiasmo de sus beneficiarios, y de hecho siguió adelante después de que Duhalde dejara el
puesto.
Las clases trabajadoras estaban con el gobernador, así que el 2 de octubre de 1994 Duhalde
ganó con el 61,5% de los votos un plebiscito sobre su habilitación para optar a la reelección.
Duhalde promovió la enmienda específica de la Constitución provincial siguiendo la pauta de
Menem en el Estado. Ciertamente, el mandatario riojano acababa entonces de sacar adelante
una reforma de la Carta Magna argentina para permitirle renovar en la Casa Rosada por un
segundo período, cuatrienal, en lugar del mandato sexenal no prorrogable. Precisamente,
Duhalde fue uno de los convencionales constituyentes elegidos el 10 de abril de 1994 con el
mandato de redactar los cambios en la ley suprema, cuyo nuevo articulado fue promulgado el 23
de agosto.
Exonerada de competir en una interna del justicialismo al no presentársele rivales, en las
elecciones generales del 14 de mayo de 1995 la fórmula de Duhalde y Rafael Edgardo Romá
fue revalidada con un contundente 56,7% de los sufragios, ganando en todos los distritos de la
provincia a los candidatos de la UCR, Pascual Cappelleri, y el Frente del País Solidario
(Frepaso), Carlos Auyero.
El éxito sensacional de Duhalde en la Provincia de Buenos Aires contrastó con el 23% de votos
obtenido por el PJ en la Capital Federal, donde la fuerza mayoritaria era el pujante Frepaso que
lideraban los ex peronistas Carlos Chacho Álvarez y José Octavio Bordón. La propia UCR, pese
a su declive general desde 1987, se quedó a solo tres puntos del PJ en una urbe que antaño
fue su baluarte frente al peronismo dominante en el resto de la provincia. En las presidenciales,
Menem venció al frepasista Bordón y el radical Horacio Massaccesi, coronando la estrategia
continuista arrancada en el Pacto de Olivos de noviembre de 1993 con Alfonsín.
3. Enfrentamiento con Menem por la nominación presidencial en 1999
Duhalde inició su segunda gobernación el 10 de diciembre de 1995. El abogado, que en 1994 ya
se había tragado el sapo de la segunda postulación de Menem para un puesto que
ambicionaba para él, aceptó ayudar a su superior institucional y partidista en la lid presidencial a
cambio de la devolución del favor en 1999, pero bien pronto vio que aquel no estaba por la labor.
Fue el comienzo de una malquerencia mutua, por razones tanto personales como ideológicas,
ya que Duhalde, peronista tradicional en el sentido del apego a la noción del Estado providente y
dinamizador de la economía, tenía dificultades para comulgar con el neoliberalismo sin
complejos que venía aplicando Menem. En los años siguientes, los encontronazos entre ambos
líderes iban a adquirir tintes de verdadera animadversión.
Duhalde se dispuso a reforzar su base de poder provincial frente a Menem y sus lugartenientes
en el Gobierno federal, dentro de una tendencia global que estaba otorgando a los caudillos
territoriales del peronismo, a fin de cuentas, los detentadores del capital electoral de un partido
en claro retroceso a nivel nacional, un peso creciente en los órganos de dirección internos.
Como presidente del PJ en el distrito provincial de Buenos Aires y amigo del nuevo
vicepresidente de la República, Carlos Federico Ruckauf, Duhalde entró en un regateo muy
bronco con Menem, que salió a entorpecer el rumbo presidencial de su antiguo allegado. Por su
parte, Duhalde refutó la pregonada "candidatura natural" de Menem, sostuvo la necesidad de
conducir en 1999 unas primarias abiertas y democráticas, y, aunque no era miembro del
Consejo Nacional, máxima instancia ejecutiva del partido, se invistió con el rol de líder moral y
conciencia del peronismo.
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Duhalde perdió puntos en su pugna particular con Menem con motivo de las legislativas
parciales del 26 de octubre de 1997, cuando la recién creada Alianza entre el Frepaso y la UCR
batió al PJ, ocasionándole su primera derrota en las urnas desde 1987 y la primera estando en
el Gobierno desde 1946. Para Duhalde, el histórico varapalo resultó doblemente amargo. En
primer lugar, porque su esposa ganó el escaño de diputada nacional por Buenos con un margen
de votos mucho menor del esperado, el 41,3%, y fue batida en esta particular pugna con siete
puntos de diferencia por la aliancista Gabriela Fernández Meijide. Y en segundo lugar, porque,
algo impensable hasta hacía bien poco, en el conjunto de la provincia la Alianza, con el 48,2%
de los votos, superó ampliamente al PJ. Entonces se creía que Chiche González de Duhalde
aspiraba a sustituir a su marido en 1999 sobre la hipótesis de que él se hiciera con la
Presidencia de la República.
Menem eludió toda responsabilidad por el revés electoral con el argumento de que él no había
sido candidato, pero Duhalde, que pudo haber dicho lo mismo, fue quien dio la cara ante la
opinión pública, mitigando con su sinceridad el daño sufrido por su precandidatura presidencial.
El enfrentamiento dentro del partido se avivó cuando Menem confirmó lo que muchos habían
sospechado (y temido), su deseo de optar a la "re-reelección" presidencial en 1999, recurriendo
si era preciso a una segunda modificación constitucional ad hoc.
Duhalde reaccionó coléricamente y con él se alinearon con mayor o menor definición el
vicepresidente Ruckauf, el también bonaerense Felipe Carlos Solá, el santafesino Carlos
Alberto Reutemann, el santacruceño Néstor Carlos Kirchner y otros barones provinciales del
partido (entre los cuales no faltaban pretendientes más o menos velados de la suprema
magistratura de la nación), obligando a Menem a dar marcha atrás en julio de 1998.
En apariencia, Duhalde, investido presidente del Congreso Nacional Justicialista, órgano
máximo de conducción partidario, hasta 2002, ya tenía el camino despejado para su
nominación en las primarias de la primavera de 1999, pero en febrero de ese año Menem volvió
a la carga recabando apoyos políticos para su propósito. Con el índice de aceptación hundido
en las encuestas, a esas alturas casi ningún peso pesado del partido deseaba siquiera que
Menem se presentara a las primarias. El 10 de marzo de 1999 la aspiración del titular quedó
definitivamente cancelada al rechazar la Cámara de Diputados la segunda reelección
presidencial por 159 votos sobre 257.
Duhalde empezó a saborear la revancha: el 9 de mayo de 1999 Ruckauf avasalló a Cafiero con
el 80,2% de los votos en la interna para la nominación del candidato a gobernador de Buenos
Aires y el 16 de junio él mismo fue proclamado candidato presidencial por el partido sin
necesidad de disputar la primaria, convocada para el 4 de julio, ante la ausencia de retadores. Su
compañero de fórmula era Ramón Palito Ortega, ídolo de la canción popular argentina en la
década de los setenta y gobernador de Tucumán entre 1991 y 1995.
4. Derrota ante de la Rúa y obtención del mandato de senador
Duhalde gozaba de indudable estima en las populosas ciudades fabriles del cinturón porteño
pese a haber dejado la Provincia de Buenos Aires en virtual bancarrota, y sus posibilidades de
victoria en las urnas el 24 de octubre de 1999 parecieron ganar ímpetu desde el momento en
que la Alianza, en noviembre de 1998, había preferido para enfrentársele al radical Fernando
de la Rúa, el austero y monocorde gobernador de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sobre
Fernández Meijide, muy popular y temida por el peronismo.
El todavía gobernador elaboró un programa electoral que trataba de ofrecer respuestas a todas
las demandas de la ciudadanía, en especial esas amplias clases medias que habían cargado
con el coste devastador de los ajustes monetario y salarial. El plan duhaldista hacía hincapié
tanto en las cuestiones de pura economía como en las sociales, haciendo un ostensible
desmarque de las políticas menemistas, que sólo tenían ojos para la apertura, desregulación y
privatización de la industria nacional, el monetarismo y la lucha contra la inflación.
La premisa de Duhalde era que el modelo de Menem de liberalismo a ultranza estaba agotado y
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que había que aplicar recetas nuevas para ahuyentar los nubarrones de crisis económica que
amagaban con descargar furiosamente tras una década de crecimiento y estabilidad. En cuanto
a las hipotecas con el FMI, Duhalde advirtió que el país no podía seguir "ajustando, ajustando
y ajustando" como condición para acceder a su asistencia financiera.
En efecto, 1999 iba a terminar con una recesión del -3,4%, provocada por la caída de las
exportaciones como consecuencia de la tasa de cambio fija entre el peso y el dólar, sobre un
fondo de déficit fiscal de 7.000 millones de dólares, una deuda externa pública de 145.000
millones y una tasa de paro del 14%. Frente a este lúgubre panorama, Duhalde propuso un plan
de signo expansionista consistente en la bajada de los impuestos al consumo y la congelación
de los despidos en las empresas zarandeadas por la crisis a cambio de beneficios fiscales para
los patronos.
Durante meses, el aliancismo fue a remolque en las encuestas de opinión, pero al final
prevaleció la erosión del peronismo tras una década en el poder en la persona de Menem. La
fórmula de la Rúa/Álvarez venció a la fórmula Duhalde/Ortega con el 48,5% de los votos, una
diferencia de más de diez puntos, sin precedentes en la historia electoral del justicialismo. El
mazazo pareció poner fin a la carrera política de Duhalde, que, liberado de sus funciones de
gobernador el 10 de diciembre con la toma de posesión de Ruckauf, anunció su dedicación
preferente a la actividad privada, concretamente a la docencia universitaria y a la gestión de una
empresa inmobiliaria de su propiedad.
La espantada se quedó en una finta. Duhalde no sólo se mantuvo plenamente activo en la arena
política, sino que reorientó sus apetencias al escaño de senador federal por Buenos Aires,
excelente trampolín para una nueva e hipotética aventura presidencial. En las legislativas
parciales del 14 de octubre de 2001, que otorgaron al PJ la mayoría en ambas cámaras del
Congreso, Duhalde ganó el codiciado escaño senatorial con un buen resultado, el 37,5% de los
votos. Instantáneamente, los comentaristas se pusieron a hacer cábalas sobre una postulación
para la Presidencia en 2003, suposición que él se encargó de devaluar aunque sin pronunciarse
categóricamente.
Los comicios parciales de 2001 acontecieron en un momento muy delicado para de la Rúa,
incapaz de revertir la gravísima crisis económica y financiera, e impugnado desde el Frepaso y
la propia UCR, cuya alianza, desde la dimisión del vicepresidente Chacho Álvarez el año
anterior, estaba haciendo aguas. Puesto que el PJ ostentaba el control del Legislativo y podía
decidir la suerte de un Ejecutivo muy debilitado, la figura del senador bonaerense ganó muchos
enteros.
Con franqueza sorprendente, por no decir con negro sarcasmo, Duhalde afirmó que el país
padecía una coyuntura dramática por la iliquidez financiera, pero apuntó a un problema más
de fondo, la crisis del sistema en su conjunto, que ligó a un "oficialismo desarticulado" y a un
"partido de oposición inorgánico y fraccionado". En su particular análisis político, Duhalde
remató: "Somos una dirigencia de mierda en la que me incluyo. Este es mi pensamiento. Y la
gente dice cosas peores de nosotros: nos llaman corruptos, delincuentes, incapaces, mediocres,
vendepatrias".
Sobre el espectacular aumento en las legislativas de octubre del denominado "voto bronca", esto
es, las papeletas en blanco y nulas, Duhalde situó su procedencia en sectores de clase media
que estaban siendo "aniquilados" y convertidos en "nuevos pobres" antes inexistentes,
fenómeno que constituía un "drama individual y para toda Argentina". En cuanto a sus
diferencias con el todavía presidente nominal del partido, indicó que no pretendía diferenciarse
del menemismo por la sencilla razón de que él, un "peronista biológico", nunca se había
inscrito en aquella tendencia.
5. Designado de compromiso para dirigir interinamente un Estado en quiebra
El 19 de diciembre de 2001 se produjo el temido estallido social en Buenos Aires y otras
ciudades del país tras 16 días de máxima tensión por la entrada en vigor de la inmovilización
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parcial (limitación de los reintegros en efectivo a los 250 pesos o dólares por semana, tope
luego incrementado a los 1.000 pesos/dólares) y temporal (por 90 días, en principio) de todos
los saldos bancarios como medida desesperada para evitar la fuga masiva de depósitos. Se
trataba del temido corralito financiero, que desencadenó una vorágine política e institucional
sin precedentes en la Argentina contemporánea.
El 20 de diciembre, de la Rúa, después de aceptar la dimisión del ministro de Economía
Domingo Felipe Cavallo y de serle desoída por el peronismo la súplica de un gobierno de
concentración nacional, resignó a su vez, decisión que tuvo el efecto de apaciguar la protesta
social y los saqueos incontrolados de comercios de la alimentación. Las algaradas, muy
violentas, dejaron un total de 27 muertos.
El 21, la Asamblea Legislativa -esto es, las dos cámaras del Congreso reunidas en sesión
conjunta- dispuso la asunción en funciones de la Presidencia por el titular provisional del
Senado, el peronista Federico Ramón Puerta, quien convocó otra sesión de la Asamblea para
designar un presidente interino con mandato hasta el 5 de abril de 2002, fecha en que debía
entregar el mando al presidente salido de unas elecciones adelantadas al 3 de marzo. El puesto
recayó en Adolfo Rodríguez Saá, gobernador peronista de San Luis desde 1983. La elección
de Rodríguez Saá fue fruto de un consenso de los gobernadores provinciales del PJ más
influyentes que sostenían, o se sospechaba que sostenían, ambiciones presidenciales y que
deseaban elecciones sin demora. Estos eran Ruckauf, Reutemann, Kirchner, de la Sota y el
pampeano Rubén Marín.
En principio, Duhalde estaba fuera del conciliábulo, pero también hizo oír su voz en favor del
puntano. Como distanciándose de la carrera por el poder arrancada en el partido, el senador
federal objetó la ley de lemas que Rodríguez Saá, Reutemann y de la Sota deseaban aplicar al
procedimiento electoral, según la cual cada partido (lema) podía presentar varios candidatos
(sublemas), el más adelantado de los cuales se llevaba la totalidad de los votos de su
formación política. El mecanismo concedía satisfacción a los varios postulantes sorteando una
eventual descalificación en la elección primaria, pero Duhalde pensaba que sólo favorecía la
dispersión del voto peronista.
En el efímero interinato de Rodríguez Saá, quien le encargó la misión de transmitir "mensajes
reservados" a dirigentes políticos del mundo para explicar su programa y aunar apoyos,
Duhalde se distanció de algunas de las controvertidas medidas pensadas para superar el
desastre económico, en especial la puesta en circulación de una tercera moneda con un tipo de
cambio libre, el argentino. El nuevo inquilino de la Casa Rosada quería inyectar liquidez al
sistema financiero y sustituir los distintos bonos emitidos por los gobiernos provinciales para
afrontar el pago de salarios y pensiones, los denominados patacones y las Letras de
Cancelación de Obligaciones Provinciales (Lecop).
Rodríguez Saá recibió múltiples críticas por su análisis poco riguroso del calamitoso estado
de cosas, las promesas en lo social de imposible cumplimiento, el anuncio intempestivo (aunque
con ovación del Congreso) de la suspensión de pagos de la deuda soberana y el nombramiento
para ministros de políticos peronistas sospechosos de corrupción. Sintiéndose engañada, la
ciudadanía desató el 29 de diciembre una segunda ola de disturbios que forzó a Rodríguez
Saá, en la jornada siguiente, a anunciar su dimisión entre amargos reproches a los jefes
peronistas por haberle abandonado.
Correspondía a Ramón Puerta de nuevo tomar la jefatura de la Nación en funciones, pero dado
que se apresuró a dimitir como presidente provisional del Senado, el testigo pasó al presidente
de la Cámara de Diputados, Eduardo Óscar Camaño, también peronista y además duhaldista.
Camaño se convirtió en presidente en funciones de iure el último día del año con la
aceptación por la Asamblea Legislativa de la dimisión de Rodríguez Saá.
Se estableció entonces un amplio consenso en el peronismo (incluido el sector menemista) y la
oposición para que Duhalde pilotara el país, sumido en la confusión de una crisis terminal,
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hasta las elecciones de 2003. El 1 de enero de 2002 Duhalde, en virtud de la Ley de Acefalia, fue
investido por los diputados y senadores con 262 votos a favor, 21 en contra y 18 abstenciones, y
con mandato hasta el 10 de diciembre de 2003, esto es, hasta agotar el ejercicio cuatrienal para
el que había sido elegido de la Rúa. No habría, por tanto, comicios anticipados, siendo la
opinión mayoritaria de los legisladores que lo que urgía ahora era obtener un Ejecutivo estable
con el máximo apoyo partidista.
6. Gobernando en la cuerda floja: el dilema del corralito financiero
El 2 de enero, en compañía de su esposa y sin alharacas (su talante circunspecto contrastó
con la pose triunfalista de Rodríguez Saá en el mismo estrado días atrás), y con la ausencia
tanto de de la Rúa como de Menem, Duhalde recibió de Camaño los atributos que le
convertían en el quinto presidente de Argentina en trece días y con la misión,
extraordinariamente delicada, de recomponer un país fracturado por la ruina de su edificio
económico, el hundimiento del poder adquisitivo de la mayoría de la población y el divorcio
entre la clase política y los ciudadanos. No fueron pocos entonces los que señalaron al
flamante mandatario como uno de los principales culpables de la debacle, por su heterodoxia
financiera en los años en que gobernó Buenos Aires.
Duhalde, que en vísperas de la asunción presidencial había expresado su temor a que se
produjera una "guerra civil" en Argentina, empezó por reconocer que el país estaba "quebrado"
y "fundido", y anunció un Gobierno de unidad nacional con la triple misión de "reconstruir la
autoridad política e institucional, garantizar la paz social y sentar las bases para el cambio del
modelo económico y social". A la espera de precisar los pormenores de su programa, adelantó
que tanto el ferozmente impopular corralito sobre los ahorros como la moratoria en el pago de los
intereses de la deuda seguirían en vigor. Pero también dejó claro que iba a haber una nueva
política cambiaria, ya que la Ley de Convertibilidad de 1991, que fijaba la paridad exacta del
peso y el dólar y prohibía la emisión de moneda sin el debido respaldo en las reservas
internacionales de divisas del Banco Central (BCRA), había quedado "arrasada" por la
avalancha que ella misma había provocado.
Así, se iba a fijar un nuevo tipo de cambio entre el peso y el dólar que supondría la
devaluación de la moneda nacional, si bien moderada y controlada, para alejar el espectro de la
hiperinflación y evitar el desabastecimiento de productos importados de primera necesidad. La
medida perseguía mejorar la competitividad de la producción local en los mercados interno y
externo, y atraer inversiones industriales, un cambio de dinámicas que podría sacar al país de
la abismal recesión. Ahora bien, estos efectos positivos sólo se iban a dejar sentir a medio o
largo plazo, mientras que con carácter inmediato el poder adquisitivo de asalariados,
pensionistas y ahorradores iba a sufrir un menoscabo añadido. Se asumía un alto riesgo de
escalada en los precios, y, de hecho, algunos productos y servicios ya empezaron a encarecerse
tan sólo con anunciar Duhalde el fin del uno por uno.
Duhalde era de la opinión de que el esquema que hacía diez años había terminado con las
devaluaciones y la hiperinflación, en el camino, "arrojó a la indigencia a dos millones de
argentinos, destruyó a la clase media, quebró nuestras industrias y pulverizó el trabajo de los
argentinos". Los observadores destacaron que el nuevo presidente siempre había mantenido
buenas relaciones con los sindicatos peronistas y los industriales autóctonos, en detrimento de
los intereses de la banca, los movimientos de capital extranjero y los servicios públicos
privatizados, sector este último en el que se concentraban las cuantiosas inversiones
españolas (superando los 40.000 millones de dólares, en 2000 España había desbancado a
Estados Unidos como principal inversor en Argentina).
Duhalde se comprometió asimismo a destinar todas sus energías a completar su mandato y a
no presentarse a la reelección, pues "la responsabilidad en el ejercicio de un gobierno es
incompatible con la pretensión de competir por una candidatura presidencial". Se tenía presente
el caso de Rodríguez Saá, y para Duhalde su autoexclusión electoral era el mejor aval de una
presidencia sin fecha de caducidad anticipada por trastornos políticos emanados de su propio
partido.
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El 3 de enero, mientras el país entraba oficialmente en suspensión de pagos por el vencimiento
sin amortización de un eurobono de 28 millones de dólares emitido en liras italianas, el Ejecutivo
duhaldista prestó juramento. Destacaban las presencias del senador y economista peronista
Jorge Capitanich como jefe de Gabinete (varios gobernadores del partido declinaron hacerse
cargo de esta oficina), de Ruckauf en la Cancillería, de Jorge Remes Lenicov al frente del
ingrato Ministerio de Economía y del radical Horacio Jaunarena en Defensa, ministerio que ya
encabezara con Alfonsín y de la Rúa.
La esposa del presidente recibió responsabilidades de Gobierno como ministra interina de
Desarrollo Social y Medio Ambiente, área que por de pronto se limitó a funcionar como un dique
de contención de la desesperanza de los más golpeados por la crisis; en cifras facilitadas por el
propio Duhalde, la pobreza afectaba ya a 15 de los 36 millones de argentinos. Sólo dos
radicales, un frepasista y un independiente fueron incluidos en un gabinete dominado por los
justicialistas, y más concretamente por militantes de la sección bonaerense, decepcionando a
los que habían imaginado un Gobierno de salvación nacional sin preponderancias partidistas.
El 4 de enero el Ejecutivo certificó la desaparición de la convertibilidad al dar luz verde a una
devaluación del peso que, se estimaba, iba a oscilar entre el 25% y el 30%. Este tipo de cambio
fijo y oficial afectaba a las principales operaciones comerciales y financieras: las exportaciones,
la mayoría de las importaciones y el abono de la deuda soberana. El turismo, las importaciones
consideradas no vitales y algunos pagos financieros como la compra de dólares para ahorro,
tendrían que liquidarse con el tipo de cambio flotante existente en el mercado libre, donde el
precio del dólar venía regulado por la oferta y la demanda.
El proyecto de la denominada Ley de Emergencia Económica y de Reforma del Régimen
Cambiario establecía también la pesificación sin devaluación (esto es, en este caso seguía
rigiendo la cotización del uno por uno) de todos los créditos de hasta 100.000 dólares, lo que
afectaba al 92% de la población, ya que los que en la década anterior habían obtenido
préstamos lo habían hecho en la moneda estadounidense por ofrecer unos tipos de interés
considerablemente más bajos que los del peso.
Asimismo, la nueva Ley desindexaba (esto es, congelaba) y pesificaba las tarifas de los servicios
públicos; permitía al Gobierno federal fijar precios máximos para productos esenciales como
medicinas y combustibles, y a los gobiernos provinciales emitir nuevos bonos Lecop; prohibía
los despidos laborales sin justificación durante tres meses; y determinaba un presupuesto para
2002 respetuoso con el equilibrio fiscal. Conocidas las propuestas de Duhalde, los medios
destacaron su signo proteccionista y regulador, pero que no renegaba de principios básicos del
liberalismo como el déficit cero, perseguido al menos sobre el papel.
Los distintos colectivos afectados por esta legislación (es decir, todos y cada uno de los
argentinos) lo acogieron con distintos grados de aprensión y temor: los consumidores, por la
segura merma en su poder adquisitivo; los acreedores, porque en lo sucesivo iban a cobrar sus
débitos en moneda desvalorizada; los patronos, porque no iban a poder compensar los
descensos de beneficios o las pérdidas con reajustes laborales; y los proveedores privados de
servicios (como los españoles Telefónica, Endesa y Repsol-YPF, que controlaban una parte
considerable de los mercados de comunicaciones, energía eléctrica e hidrocarburos,
respectivamente), porque iban a perder cientos de millones de dólares por la suspensión de
pagos, la devaluación y la pesificación de sus tarifas.
Duhalde intentó tranquilizar a las empresas afectadas con fórmulas de compensación
económica y el inicio de negociaciones multisectoriales. A la población le aseguró que el
corralito era una medida, si bien ciertamente dolorosa, temporal, y que en su momento podría
retirar los ahorros en la moneda en que los depositó, aunque no dio fechas. Por de pronto, la
intervención del Estado sobre estos dineros se flexibilizó con la ampliación de 1.000 a 1.500
pesos la cuota de retiro para las nóminas de los asalariados y de 1.000 a 1.200 la del resto de
los reintegros.
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En su primer encuentro con empresarios y sindicalistas, Duhalde anunció el nacimiento de una
"nueva alianza de la comunidad productiva" y, haciendo profesión de fe nacionalista, recalcó la
imperiosa necesidad de proteger la producción nacional. Se lamentó de que "ya no quedaran"
empresas argentinas porque el proceso de desnacionalizaciones había sido "terrible", y
emplazó a consumir preferentemente artículos argentinos como prefacio de ese resurgimiento.
Con un tono fatídico que empezó a ser habitual en él, urgió a la concertación patriótica de
todos los agentes sociales, ya que "bajamos cada vez más abajo, escalón tras escalón:
recesión, depresión, estado preanárquico, caos. Un escalón más abajo y habrá un baño de
sangre"
El 6 de enero el Congreso aprobó por amplia mayoría la Ley de Emergencia Económica, que
adicionalmente facultaba a Duhalde para tomar decisiones en política económica, financiera y
social hasta el final de su mandato sin consultar al Legislativo, y acto seguido el ministro Remes
Lenicov anunció que el nuevo tipo de cambio fijo oficial iba a ser de 1,40 pesos por dólar. El
paquete legal entró en vigor el 11 de enero y en su primer día de flotación en el mercado libre
el peso cotizó a 1,70 unidades por dólar, lo que suponía una devaluación del 41%.
Ahora, Duhalde se concentró en negociar con las compañías privadas su cuota en el reparto
general de sacrificios, tarea harto complicada desde el momento en que miembros de su
gabinete y él mismo estaban denunciando que determinados lobbies al servicio de intereses
españoles les estaban sometiendo a fuertes presiones. La autoridad económica se disponía
también a explicar el plan anticrisis al FMI y otros proveedores de fondos, que no cejaban en sus
exigencias de un presupuesto sin déficit y de nuevas reformas estructurales, empezando por la
del fisco. Por su parte, la Comisión Europea y los gobiernos de Washington y Madrid reclamaron
un plan "creíble" y "sostenible" para salir de la crisis.
Eso sí, para Duhalde la presión más acuciante venía de la calle. A pesar del cambio de
gobernantes, la población se negó a que la protesta decayera y condujo una campaña de
caceroladas sostenidas. Los desengañados manifestantes tenían porciones de denuestos y
abucheos para todos, ya fueran el conjunto de la clase política, la judicatura o los poderes
financieros. Precisamente, la divisa reina de las movilizaciones, expresión insuperable del
hartazgo y el escepticismo reinantes, era "Que se vayan todos".
Aunque peronistas y radicales (estos últimos, liderados en el trance por el veterano Alfonsín), e
incluso no pocos frepasistas, cerraron filas con el Gobierno y sus medidas de emergencia, los
participantes en las marchas populares estaban resueltos a seguir "respirándole en la nuca" al
Gobierno hasta ver qué se hacía con sus ahorros, qué sucedía con los precios y cómo se
actuaba frente a corruptos y patrimonialistas del poder, dando la impresión de que a Duhalde se
le otorgaba un plazo de gracia, pero sumamente volátil. La verdad fue que durante unos
cuantos meses Duhalde y su equipo, con sus idas y venidas económicas, sacando adelante
algunas disposiciones, teniendo que suspender otras, poniendo parches aquí y allá las más
de las ocasiones, estuvieron haciendo puro funambulismo político, con el miedo a que en
cualquier momento se produjera una explosión popular que se los llevara por delante.
El 20 de enero, luego de declarar el estado de Emergencia Alimentaria Nacional y advertido de la
cruda realidad por su equipo económico, Duhalde anunció algo que se veía venir a pesar de lo
asegurado en el discurso de investidura presidencial: que la devolución de los 46.400 millones
de dólares del corralito (el 71% de todo el dinero atrapado, estando los restantes depósitos en
pesos, lo que afectaba a dos millones de ahorradores) se haría en la moneda nacional, por
cuotas máximas de 5.000 dólares convertidos además con el tipo de cambio oficial de 1,40,
cuando en el mercado libre el cambio ya superaba el 2 por 1. Nóminas, pensiones,
indemnizaciones por despidos y seguros de accidentes laborales eran excepciones e iban a
poder retirarse de los bancos sin restricciones. El Gobierno explicó que esta desagradable
revisión de las condiciones de liquidación de lo que Duhalde vino en denominar "bomba de
tiempo activada" era la única manera de evitar una quiebra bancaria en cadena y la misma
evaporación de los depósitos intervenidos.
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El anuncio de la flexibilización pesificada del corralito tuvo la virtud de agudizar la tensión en la
calle, donde a las caceroladas y las marchas de corte cívico, de masiva participación en los
principales núcleos urbanos, se les fueron superponiendo modalidades de protesta y resistencia
populares más contundentes y perturbadoras del orden público. Así, cobró auge el fenómeno
del movimiento piquetero, formado por grupos de parados, pensionistas y otros colectivos
golpeados por la crisis, que protagonizaron jornadas de lucha, cortes de carreteras y campañas
de boicot, en algunos casos con desenlaces muy violentos.
A mayor abundamiento de sus contratiempos, Duhalde se topó con el fallo de
inconstitucionalidad del corralito emitido por la Corte Suprema de Justicia. Aparentemente, el alto
tribunal se hacía eco de la cólera popular por una medida considerada arbitraria e injusta, pero
no pasó desapercibida la circunstancia de que lo formaran, empezando por su presidente, Julio
Nazareno, varios magistrados nombrados en su momento por Menem, quien, por cierto, estaba
tachando de "ineptos" a Duhalde y sus colaboradores como parte de su marcaje de posiciones
con la mirada puesta en las elecciones presidenciales de 2003.
Duhalde valoró la decisión de la Corte Suprema como "un verdadero golpe institucional, casi un
golpe de Estado", y la ligó a las maniobras de poderes fácticos interesados en "desestabilizar"
el Ejecutivo. En un desafío a la instancia judicial y en un nuevo giro de tuerca a su política
económica, el 4 de febrero el presidente decretó la pregonada batería de medidas "de
necesidad y urgencia", que, por una parte, reforzaba la pesificación del sistema financiero y, por
otra parte, conformaba el plan económico viable que estaba demandando el FMI.
A la pesificación total de los depósitos (con el tipo devaluado del 1,40) y parcial de los créditos
(con el antiguo tipo paritario) se les añadió la pesificación voluntaria de la deuda pública
interna sobre la base también del 1,40. Pero, fuera de estas situaciones financieras, el tipo de
cambio fijo quedaba abolido, de manera que en las transacciones comerciales con el exterior
pasaba a regir el tipo de cambio que estableciera el libre mercado. El primer día de vigencia de
la liberalización total del régimen cambiario, el 11 de febrero, el peso aguantó y dejó su
cotización en los 2,00 dólares. Para curarse de espantos después del fallo del Supremo,
Duhalde, en un decreto aparte, suspendió durante seis meses la tramitación de todos los
procesos judiciales, medidas cautelares y ejecutorias contra aquellas medidas económicas.
Duhalde buscó asimismo la recomposición de las relaciones comerciales con Brasil en el seno
del MERCOSUR, organización que atravesaba su período más delicado al encontrarse
Uruguay y Paraguay también sumidos en las desventuras económicas, y buscar todos sus
miembros salidas individuales (proteccionismo, devaluaciones monetarias), con la consiguiente
distorsión de la unión aduanera y las metas de integración. Aquel espíritu presidió las dos
cumbres celebradas en Argentina durante la presidencia de Duhalde, la extraordinaria del 18 de
febrero y la ordinaria XXII del 5 de julio, ambas en Buenos Aires, aunque por el momento
prevalecieron los intereses nacionales.
Simultáneamente y con carácter más perentorio, Duhalde se afanó en obtener la vital ayuda
del FMI, que el 12 de febrero reanudó el diálogo con Buenos Aires. El organismo financiero
internacional se negó a otorgar créditos frescos a Argentina; lo más que aceptaba discutir era
la reanudación de la entrega de préstamos ya comprometidos y la reprogramación de los pagos
por Argentina de intereses de anteriores créditos próximos a vencer, y, además,
supeditándolo a una larga lista de condiciones que se resumían en dos imperativos: más
ajuste financiero y más reformas estructurales.
Las iniciativas del Gobierno se dirigieron, por tanto, a satisfacer las demandas del FMI. A
comienzos de marzo, cuando la deuda externa total se hallaba en los 132.000 millones de
dólares, el presidente obtuvo el respiro de la aprobación por la Cámara de Diputados de los
presupuestos de 2002, que descansaban en un pacto de coparticipación federal con las
provincias para disminuir el gasto, recortar el déficit fiscal y combatir el fraude.
Pero en las semanas siguientes, un rosario de malas noticias volvió a ennegrecer el panorama,
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colocando al Duhalde al filo del precipicio político. La desvalorización del peso, que el 25 de
marzo cotizó al mínimo histórico de 4,00 unidades por dólar, repercutió directamente en los
precios al consumo y provocó sendas avalanchas de compras de dólares y de reintegros
bancarios. Las tomas de efectivo se hicieron apurando cualquier resquicio dejado por el corralito,
cuando no, en miles de casos, sorteándolo por las buenas, al amparo de recursos judiciales
concedidos a los ahorradores, unas dinámicas que dejaron en agua de borrajas el decreto
gubernamental del 4 de febrero.
El Gobierno se vio obligado a reintroducir controles en el mercado del dólar y luego, el 20 de
abril, el BCRA dispuso la suspensión de la actividad bancaria y del mercado cambiario. Tres
días después, el fracaso de las negociaciones en el Congreso para dar luz verde a una
reedición el Plan Bonex aplicado por Menem en 1990 precipitó las dimisiones de Remes
Lenicov, Capitanich y los ministros del Interior, Rodolfo Gabrielli, y de Producción, José Ignacio
de Mendiguren. El proyecto de ley frustrado hacía obligatorio el canje de los depósitos a plazo
fijo en dólares por bonos de deuda pública en pesos, con vencimientos a cinco y diez años y
con la garantía del Estado, si bien no se sabía muy bien qué aval podría ser ése en una
situación de iliquidez crítica y de continuos cambios legales.
De nada sirvió, pues, la amenaza de Duhalde a los legisladores de reabrir los bancos "y que sea
lo que Dios quiera", a menos que se aprobara el plan de conversión de bonos, considerado por
el presidente la última oportunidad para escapar de un dilema angustioso: o el colapso
financiero, sentido más cercano que nunca ante la avalancha de retiros de depósitos con
respaldo judicial, o la repetición de los sucesos de diciembre, que se temía también como
inminente.
7. Primeros frutos de la nueva política económica sobre un fondo de desastre social
De todas maneras, contra el pronóstico de muchos, Duhalde aguantó el temporal y en los
meses siguientes, a trancas y barrancas, fue sacando adelante una serie de medidas que
satisficieron varias -que no todas- de las exigencias del FMI, medidas en las que la izquierda y
los movimientos sociales entrevieron una supeditación de la política y los derechos de los
ciudadanos a los imperativos de la macroeconomía y los intereses del gran capital. Así, el 24
de abril, a rebufo del fracaso del Plan Bonex y la renuncia de Remes Lenicov, Duhalde alcanzó
un pacto político con los gobernadores provinciales y los líderes parlamentarios para
cumplimentar en el Congreso el paquete de reformas legales que figuraba en la agenda del
Ejecutivo.
Este consenso de emergencia permitió, sucesivamente: la aprobación de la denominada ley
antigoteo o ley tapón, con el objeto de demorar la ejecución por los particulares de los amparos
favorables de la justicia a la retirada de sus depósitos hasta no haber sentencia firme de un
tribunal superior (25 de abril); la reforma del régimen de quiebras, para permitir a los acreedores
de una empresa en proceso de liquidación quedarse con los activos del deudor como parte del
pago (15 de mayo); y, la derogación de la Ley de Subversión Económica, vigente desde 1974,
de suerte que la persecución de actos culposos o dolosos cometidos por banqueros,
empresarios o funcionarios en perjuicio de la economía nacional quedaba sujeta exclusivamente
a lo tipificado en el Código Penal, el cual, de paso, fue revisado para eliminar la expresión "con
ánimo de lucro" (30 de mayo). Además, el 9 de junio, el nuevo ministro de Economía, Roberto
Lavagna, puso en marcha el llamado Plan Bonos, que se diferenciaba del fracasado plan de abril
en el carácter voluntario de la conversión de los ahorros en títulos de deuda.
En el tintero de Duhalde se quedaron las muy polémicas reformas de la Ley de Entidades
Financieras y de la Carta Orgánica del BCRA, destinadas a blindar la autonomía de la entidad
y a desregular el funcionamiento de la banca en general, así como una reforma general de las
instituciones políticas y judiciales del Estado, anunciada a bombo y platillo por el presidente en
febrero en un intento de apaciguar las demandas populares, que entre otros puntos contemplaba
la reducción en una cuarta parte de los diputados nacionales, la eliminación del tercer senador
de cada provincia, la supresión de cuatro de los nueve magistrados de la Corte Suprema y de 14
de los 19 miembros del Consejo de la Magistratura, la reducción a la mitad de la plantilla de la
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administración federal y drásticos recortes en los presupuestos de los poderes Ejecutivo y
Legislativo.
Claro que aquel ambicioso proyecto lo lanzó Duhalde con el calendario político de sus dos
años de mandato. Sin embargo, el 2 de julio, después de unos violentos disturbios en el Puente
Pueyrredón en los que murieron dos piqueteros a manos de las fuerzas de seguridad, el
presidente anunció el adelanto de las elecciones presidenciales de septiembre a marzo de 2003.
El 18 de noviembre, por acuerdo de los poderes políticos, se estableció el 27 de abril como
fecha definitiva de los comicios.
El 22 de noviembre de 2002, con el país conmocionado por las noticias del fallecimiento de
varios niños en Tucumán como consecuencia de déficits alimentarios y con los operadores
financieros más preocupados por el default de 805 millones de dólares en el que Argentina
había incurrido con el Banco Mundial ocho días atrás, el Gobierno anunció el levantamiento
total del corralito de las cuentas corrientes a partir del 2 de diciembre, coincidiendo con el
aumento de las tarifas del gas y la electricidad. Las restricciones sobre las cuentas a plazo fijo, el
llamado corralón, fueron a su vez levantadas el 27 de marzo de 2003, momento en que el dólar
cotizaba en torno al 3,00.
El final de las interdicciones sobre los ahorros sorprendió gratamente a propios y extraños, pues
el pesimismo incardinado había trasladado a un desmoralizador sine díe el momento de
aquella medida. La misma se realizó previa aceptación por el FMI, con el que el 24 de enero el
Gobierno adoptó un acuerdo transitorio, valedero hasta el 31 de agosto, el cual, según Duhalde,
preveía "plata fresca" por valor de 2.980 millones de dólares (en realidad, el crédito stand-by no
se trataba de financiación neta, sino de una ayuda para que Argentina pudiera cumplir sus
obligaciones con el propio Fondo) y la postergación de otros 3.800 millones en pagos que
estaban previstos para los próximos meses. Argentina se comprometía también a avanzar
hacia la unificación monetaria, eliminando los distintos bonos sustitutos de moneda emitidos por
las provincias y el Gobierno federal, y a obtener un superávit fiscal primario del 2,5% del PIB en
2003, algo que se consideraba bastante factible a tenor de la vigorosa recuperación de la
recaudación tributaria.
Y es que en el arranque de 2003, y últimamente gestionado por Lavagna ya estaban
haciéndose notar en las macromagnitudes. La actividad económica resurgía gracias a que el
peso devaluado estaba espoleando el comercio exportador y la producción industrial local en
detrimento de las importaciones de bienes, de manera que la brutal recesión -la mayor en un
siglo- registrada en 2002, del -10,9% del PIB, dio paso a un crecimiento del 5% en el primer
trimestre de 2003. Los precios al consumo treparon hasta el 41% en aquellos doce meses, pero
ahora el índice interanual se hallaba estabilizado en el 15%.
Duhalde organizó también los planes de Emergencia Alimentaria, Trabajar y Jefas y Jefes de
Hogar Desempleados, que asignaron ayudas directas a los colectivos más afectados por la
crisis. No obstante esta atención prioritaria a las penurias de la ciudadanía, en el año largo del
Gobierno duhaldista la pobreza y el paro explotaron en Argentina: en abril de 2003 el primer
quebranto social golpeaba ya al 54% de la población, esto es, unos 20 millones de argentinos,
de los cuales por lo menos 10 eran considerados indigentes, mientras que el segundo alcanzaba
la tasa histórica del 21,5% de la población activa.
8. Las maniobras para impulsar un favorito en las elecciones de 2003
En el ámbito de las intrigas internas del justicialismo, Duhalde diseñó una estrategia de
contención de las expectativas electorales de Menem, y, de paso, las de Rodríguez Saá, que
comenzó por la búsqueda de un candidato peronista capaz de batir a quienes en diferentes
momentos encabezaron las encuestas de posibles ganadores de una primera vuelta. Además
de Menem y Rodríguez Saá, Kirchner, de la Sota y el gobernador de Salta, Juan Carlos
Romero, anunciaron su intención de participar en un proceso de elecciones primarias del PJ que
se fue retrasando hasta febrero de 2003.
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Inicialmente, Duhalde apostó por el lanzamiento de la precandidatura de Reutemann, pero el ex
piloto de Fórmula 1 declinó competir en estas condiciones de atomización de las postulaciones
justicialistas. Entonces, Duhalde trasladó sus preferencias a de la Sota, pero el 15 de enero de
2003 anunció que su apuesta para la sucesión presidencial recaía en Kirchner, hasta hacía
bien poco relegado en los sondeos, porque compartía "sus ideas vinculadas a la defensa de la
producción" y porque figuraba entre los que no querían "volver atrás", en alusión a las
políticas de ajuste menemistas.
El apoyo de Duhalde implicaba para Kirchner tener detrás, no sólo el núcleo oficialista del
partido y la institución presidencial, sino todo el aparato peronista de la Provincia de Buenos
Aires, de largo el distrito político y económico más importante del país. El 24 de enero,
Duhalde, con el acuerdo de Kirchner, remachó su estrategia al obtener la aprobación del
Congreso del partido a su moción para suspender la elección partidaria interna y trasladar la liza
del santacruceño y los dos ex presidentes directamente a la elección presidencial del 27 de
abril. La decisión fue tomada por los congresistas en ausencia del sector menemista y pese al
fallo de una juez federal con competencia electoral prohibiendo la reforma de la Carta Orgánica
del PJ con aquel objeto.
Con el argumento de que los tres aspirantes presentaban en realidad programas contrapuestos,
el aparato del partido controlado por el duhaldismo resolvió que Kirchner, Menem y Rodríguez
Saá concurrieran bajo un régimen llamado de neolemas, es decir, con la autorización de exhibir
los símbolos partidarios comunes y los lemas específicos de cada lista, pero sin adjudicación
de todos los sufragios justicialistas al más votado de entre ellos, de suerte que, desde el
principio hasta el final, los tres iban a enfrentarse como si pertenecieran a partidos diferentes.
Kirchner, con su lista Frente Para la Victoria (FPV), llegó a las urnas por detrás de Menem en
los sondeos y, efectivamente, el ex presidente fue el más votado con el 24,3% de los votos,
sacándole algo más de dos puntos porcentuales al gobernador. Dado que Menem concitaba un
amplio rechazo fuera de sus simpatizantes, todo apuntaba a una contundente victoria de
Kirchner en la segunda ronda del 18 de mayo. Pero cuatro días antes de la votación definitiva,
el antiguo inquilino de la Casa Rosada anunció su retirada invocando la superación de las
"falsas antinomias" y sin desperdiciar la oportunidad de lanzar aguijonazos contra Duhalde, a
quien implícitamente acusó de "frustrar una voluntad de renovación política expresada por la
amplia mayoría de la ciudadanía argentina" cuando suprimió las elecciones internas del
peronismo, y de dirigir contra él "una campaña sistemática de difamación y de calumnia", lo
que, a su entender, no garantizaba el objetivo de "contar con un poder político imbuido de la
más plena y transparente legitimidad democrática".
El aludido no se mordió la lengua en la réplica a Menem y se sumó al coro de censuras a una
decisión que no tenía precedentes en la historia electoral argentina. Duhalde dijo de Menem
que "no le interesaba defender las instituciones", que "siempre concibió el poder como algo
personal", que "al no poder llegar (con posibilidades a la segunda vuelta) trató de hacer el peor
de los daños", y que era "parte de un pasado que debemos sepultar". En cuanto a él, informó
que se iba a tomar "un largo descanso" y que no iba a "participar partidariamente en el
justicialismo", unas palabras que se antojaron destinadas a desmentir a quienes presentaban a
Kirchner como un gobernante sometido al ascendiente de su favorecedor.
En vísperas de la transferencia de poderes, en sesión solemne de la Asamblea Legislativa, del
25 de mayo, Duhalde decretó el indulto a los dos últimos condenados por el pasado de
violaciones de los Derechos Humanos y violencia política, Enrique Gorriarán, cerebro del
asalto guerrillero al cuartel La Tablada de enero de 1989, y el coronel ultraderechista Mohamed
Alí Seineldín, cabecilla de la asonada carapintada de diciembre de 1990. La excarcelación de
estos dos personajes, justificada por Duhalde en aras de un "corte para un tema del pasado",
resultó polémica y el propio Kirchner expresó su desacuerdo.
9. Duelo con el kirchnerismo y pérdida del electorado bonaerense
Al ex presidente no le faltaron actividades en su nueva etapa fuera de la Casa Rosada. En
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diciembre de 2003 se puso al frente de la Comisión de Representantes Permanentes del
MERCOSUR, labor que desempeñó hasta diciembre de 2005 (cuando pasó el testigo a Chacho
Álvarez) y en el curso de la cual tuvo un papel descollante en el lanzamiento a finales de 2004 de
la Comunidad Sudamericana de Naciones, luego convertida en la Unión de Naciones
Sudamericanas (UNASUR). En casa, se desenvolvió en el Movimiento Productivo Argentino
(MPA), una asociación civil nacida en junio de 2001 de la que era miembro fundador y que
presentaba un fuerte componente gremial, cuya presidencia honorífica recibió.
Ahora bien, el principal interés de Duhalde siguió estando en la alta política nacional, y en este
terreno las decepciones surgieron a las primeras de cambio. Aunque Duhalde había movilizado
decisivamente en su favor al electorado peronista de Buenos Aires y su programa económico de
rasgos socialdemócratas incidía en la continuidad del plan de recuperación puesto en marcha
por su predecesor (la continuidad de algunos ministros del Gabinete saliente, empezando por
Lavagna, así lo indicaba), Kirchner, montado en una ola de esperanza popular, inauguró su
mandato con una catarata de medidas enérgicas que perseguían un doble objetivo: por un lado,
subrayar su dinamismo de gobernante comprometido con el cambio de rumbo en Argentina; pero
también, construir una base de poder político propio, autónomo del duhaldismo, vistos el
escaso volumen de votos obtenido en las urnas y el intento de Menem de deslegitimar su
mandato antes de iniciarse.
Hasta el mismo día de la transmisión del mando en el Congreso, multitud de comentaristas
insistieron en retratar a Kirchner como un estadista inexperto que se dejaría aconsejar y aún
manipular por el avezado Duhalde, su patrocinador. Pues bien, el flamante presidente, de
manera inmediata, sacó a relucir un estilo propio, el bautizado por la prensa como "estilo K", que
aunaba determinación, radicalidad y compromiso ético. El ex gobernador patagónico, haciendo
gala de una fuerte personalidad no exenta de tics autoritarios, revisó a fondo la institución
presidencial en relación con una serie de poderes fácticos tradicionales y otros poderes no
políticos del Estado, así como con fuerzas sociales emergentes como los piqueteros; ignoró a
algunos, se acercó a otros y con los restantes entró en abierta confrontación. Uno de los
perjudicados por el talante independiente de Kirchner fue Duhalde, que comprobó su bien
escasa influencia en las decisiones del Ejecutivo.
Más todavía, la construcción de un movimiento político presidencial de centro-izquierda en el
seno del justicialismo, el que dio en llamarse kirchnerismo, requería reclutar cuadros que en
buena parte procedían de las filas duhaldistas. Particularmente sonado fue el fichaje del
gobernador de Buenos Aires desde 2002, Felipe Solá, quien poco después de su reelección en
septiembre de 2003 se alineó públicamente con Kirchner. Duhalde, con tibieza creciente,
continuó apoyando las políticas del Gobierno nacional, pero a lo largo de 2004, la constatación
de que el presidente y sus partidarios estaban decididos a hacerse con la hegemonía del
Congreso Nacional del partido a costa de sus adversarios de la imprecisa ala derechista -donde
había liberales, tradicionalistas y populistas-, lo que convertiría al PJ en un mero envoltorio del
FPV, sembró la ojeriza entre los dos dirigentes.
En estos momentos de incertidumbre, Duhalde se debatía entre el asentimiento que le
merecían varias de las medidas de gobierno adoptadas por su sucesor y todavía aliado
fáctico, y la irritación que le causaba el intervencionismo de la Casa Rosada en las cuitas del
partido. Peor aún, el ex presidente contemplaba con alarma cómo la articulada facción
kirchnerista, minoritaria todavía pero en auge, pugnaba por arrebatarle el control del aparato
partidario en el conurbano bonaerense. Por supuesto, no se perdían de vista las elecciones
presidenciales de 2007, a las que Kirchner podría presentarse si lo deseaba. El jefe del Estado
guardaba un mutismo absoluto sobre sus intenciones, y aunque Duhalde tampoco se pronunció
al respecto, había claros indicios de que acariciaba el envite.
Existía una tensión a duras penas contenida entre Duhalde y Kirchner, pero los dos hombres
fuertes del peronismo optaron por medir sus fuerzas valiéndose de sus respectivas esposas, la
diputada bonaerense Chiche González de Duhalde y la senadora santacruceña Cristina
Fernández de Kirchner. En marzo de 2004 ambas representaron a sus maridos, ausentados del
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evento, en el bronco Congreso Nacional Justicialista celebrado en el Parque Norte de Buenos
Aires, del cual que salió un Consejo Nacional al punto descabezado como resultado de las
fuertes críticas de Kirchner a su composición. En sus intervenciones, las legisladoras se
dedicaron a lanzarse pullas de todo tipo, mientras los congresistas partidarios de la una
abucheaban a la otra.
Al comenzar 2005, la alianza entre Duhalde y Kirchner podía darse por terminada, aunque el
primero no dejó de hacer gestos en favor del diálogo y la reconciliación. Era lo que se
desprendía de sus regulares elogios a la labor del santacruceño como gobernante en
determinados ámbitos y de su respaldo a una eventual candidatura reeleccionista en las
presidenciales de 2007. En enero de 2005, el veto del gobernador Solá al presupuesto
aprobado por el Legislativo de Buenos Aires con el voto de la mayoría duhaldista fue visto como
el primer incidente serio de una fase de hostilidades abiertas. El gran duelo entre duhaldistas y
kirchneristas quedó diferido a las legislativas nacionales de octubre de 2005, a las que se
presentaron con candidaturas rivales para el escaño de senadora por Buenos Aires la ex
primera dama González de Duhalde y la actual "primera ciudadana" Fernández de Kirchner.
Hasta entonces, las banderías de sus maridos agravaron la parálisis y la acefalia del PJ, al que
intervino la justicia.
Los comicios al Congreso de la Nación y a los legislativos provinciales del 23 de octubre de 2005
eran trascendentales para Duhalde porque iban a dirimir quién se quedaba como la indiscutible
primera figura del justicialismo. Kirchner, por su parte, esperaba obtener en el Congreso su
primera mayoría legislativa con legitimidad electoral. Los resultados no pudieron ser más
clamorosos: a nivel nacional, el FPV fue de largo la lista más votada con el 29,9% de los
sufragios, adjudicándose 50 de los 127 diputados en juego, la mitad de los que componían la
Cámara, más 14 del tercio de senadores, 24, sometido a renovación. La lista del PJ, donde
concurrían los candidatos duhaldistas, sufrió un descalabro al no meter más que 9 diputados
con el 6,7% de los sufragios, situándose a la zaga de la UCR, empatando con la alianza
Propuesta Republicana (PRO) y poniéndose apenas por delante de la Afirmación para una
República Igualitaria (ARI) y el Frente Justicialista, que agrupaba al peronismo más tradicional.
La liza particular en Buenos Aires entre las cabezas de lista al Senado fue ganada con autoridad
por Cristina Fernández, que con el 46% de los votos le sacó 26 puntos de ventaja a Hilda
González, la cual, de todas maneras, sí saco el escaño de senadora con mandato hasta 2011.
Los del FPV se llevaron buena parte de las diputaciones nacionales y provinciales, consiguiendo
una cuasi hegemonía parlamentaria sólo impedida por la fuerza en la Capital Federal del
republicano Mauricio Macri, convertido en 2007 en jefe del gobierno porteño. El duhaldismo fue
contundentemente derrotado en su propio feudo, la Provincia de Buenos Aires, que representaba
el 37% del padrón argentino.
Definitivamente, Duhalde ya no controlaba el peronismo, ni el nacional ni el bonaerense, enorme
traspiés que sepultaba sus aspiraciones no explícitas de candidatear a la Presidencia en 2007.
La cuenta atrás para esas elecciones fue recrudeciendo las peleas en el justicialismo. En
octubre de 2006, el enfrentamiento entre kirchneristas, reforzados por piqueteros, y duhaldistas
se libró, literalmente, a mamporros durante el traslado de los restos de Perón al mausoleomuseo construido en la quinta 17 de Octubre, donde estuviera la residencia del general, en la
ciudad de San Vicente, al sur de la Capital Federal.
Duhalde y sus menguados seguidores no presentaron candidato propio a las presidenciales del
28 de octubre de 2007, en las que finalmente no concurrió Kirchner sino la senadora Cristina
Fernández. Como la igualmente dividida UCR y el Movimiento de Integración y Desarrollo
(MID), los duhaldistas apostaron por el ex ministro peronista Lavagna, que lanzó su aspiración
por la coalición Una Nación Avanzada. Sin embargo, Fernández se proclamó presidenta en la
primera vuelta, derrotando a la ex radical Elisa María Carrió por la ARI y la Coalición Cívica, a
Lavagna y a Alberto Rodríguez Saá, tratándose este último del gobernador de San Luis,
hermano de Adolfo y nominado por la alianza Frente Justicia Unión y Libertad (FREJULI), esto
es, el "peronismo ortodoxo" reorganizado en el Congreso Nacional Justicialista de Potrero de los
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Funes. Dicho sea de paso, ese Congreso había declarado caducado el Consejo Nacional del PJ
y había constituido para suplirle un Comando Superior Peronista (CSP) integrado entre otros
por los ex presidentes Adolfo Rodríguez Saá y Carlos Menem.
En las elecciones a gobernador de Buenos Aires, el pretendiente patrocinado por Duhalde, Jorge
Sarghini, antiguo titular de Economía en su Gobierno provincial, no llegó ni al 3% de los votos,
quedando en quinto lugar y a una abismal distancia del triunfador, el kirchnerista Daniel Osvaldo
Scioli.
10. La experiencia del Peronismo Federal y la candidatura independiente en las presidenciales
de 2011
Tras las elecciones de 2007, que confirmaron en el poder por otros cuatro años al oficialismo
kirchnerista, Duhalde se aproximó a las distintas facciones del llamado Peronismo Disidente
para explorar fórmulas de consenso de cara a las legislativas de 2009 y, en una segunda fase,
las presidenciales de 2011. Una serie de reuniones con Alberto Rodríguez Saá, Carlos
Reutemann, Ramón Puerta, Felipe Solá (desertor ya del kirchnerismo), Juan Carlos Romero,
Jorge Busti y otros desembocaron en la confección de listas conjuntas para los comicios del 28
de junio de 2009 y formando alianza, en el caso de la siempre imprescindible Provincia de
Buenos Aires, con los partidos de la coalición de centro-derecha Unión Pro Federal, donde
destacaban personalidades como Mauricio Macri y Gabriela Michetti.
La convergencia de fuerzas antikirchneristas del centro y la derecha, donde convivían
peronistas de toda la vida y políticos que nunca habían tenido nada que ver con el
justicialismo, logró un notable éxito electoral, pues en la Provincia de Buenos Aires arrebató 13
diputados, uno más que el FPV y sus aliados, y, junto con el centro-izquierdista Acuerdo Cívico
y Social (ACyS, potente alianza forjada por la Coalición Cívica de Carrió y la UCR de Ricardo
Alfonsín, hijo del ex presidente), forzó la pérdida de la mayoría que el kirchnerismo tenía en
el Congreso de la Nación. Como resultado de la debacle, Kirchner hubo de dimitir al frente del
Consejo Nacional del PJ y Fernández abrir una crisis de Gobierno.
El peso de la contienda lo llevó, y concentró las felicitaciones por ello, el eje formado en Buenos
Aires por el alcalde Macri, Solá y el también diputado justicialista Francisco de Narváez. A
Duhalde la prensa le atribuyó el papel fundamental aunque discreto de muñidor en la sombra de
este envite triangular, pero ninguno de los tres políticos quiso reconocer que el ex presidente
fuera el artífice de la operación. Por otro lado, la colaboración del Peronismo Disidente y la
Unión Pro no era un verdadero proyecto nacional ?se limitaba a Buenos Aires- y además
quedó bastante a la zaga del ACyS en las preferencias de las urnas.
En junio de 2010 Duhalde y los otros jefes peronistas no alineados con el Gobierno de los
Kirchner acordaron acudir a un proceso de primarias nacionales, inspirado en el modelo
estadounidense, para definir un candidato unitario en las presidenciales de 2011, a las que se
llegaría con un programa de consenso también. Terminó de articularse así el Peronismo
Federal, donde se definieron de entrada cuatro precandidatos: Duhalde, Alberto Rodríguez
Saá, Solá y Mario Das Neves, el gobernador del Chubut.
En el caso del ex presidente, la postulación había sido confirmada el 23 de diciembre de 2009,
cuando expresó su deseo de "construir un gobierno patriótico de unidad nacional". Fue días
después de la presentación de la Federación de Agrupaciones Peronistas como plataforma de
apoyo a la aspiración de Duhalde de regresar a la Casa Rosada.
El 27 de octubre de 2010 Duhalde lamentó la súbita muerte, víctima de una crisis cardíaca,
del ex presidente Kirchner, a quien la mayoría atribuía un papel de co-regente de hecho en la
Presidencia de su esposa. Su mensaje fue el siguiente: "En este momento de conmoción, quiero
hacer llegar a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, a sus hijos y a sus más cercanos
amigos, mis más sinceras condolencias y decirles que los acompaño en este momento de
dolor. Cuando nos enfrentamos a la muerte, debemos dejar de lado todo cuanto pudo en algún
momento ponernos en situación de divergencia. Sólo por la fortaleza de sus convicciones,
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Néstor Kirchner merece el respeto de la sociedad argentina que él tuvo el honor de
representar". Luego, Duhalde no participó en las exequias de Kirchner, que se prolongaron hasta
el entierro del día 30.
El 20 de diciembre, de regreso de una conferencia en la Universidad de Harvard y bajo el lema
Porque sabemos y podemos, Duhalde lanzó oficialmente su precandidatura en el Centro Costa
Salguero de la Capital Federal. Flanqueado por su mujer y ante 7.000 personas, el de Lomas de
Zamora insistió en la necesidad de "ordenar y pacificar" el país, crear "políticas públicas a
largo plazo" y "recuperar un proyecto de nación" basado en la productividad y no en el subsidio.
Además, expresó su identificación con tres presidentes izquierdistas de la región, la chilena
Michelle Bachelet, el brasileño Lula da Silva y el uruguayo José Mujica, a los que calificó de
"revolucionarios en serio, no de opereta", en implícita referencia a Fernández de Kirchner.
El proyecto peronista federalista nació impulsado por el entusiasmo de sus autores, pero no
tardó en enmarañarse al devenir el proceso de primarias un galimatías de elecciones
regionales, y eso que a las mismas no llegaron, por declinar la competición, Solá y Das Neves.
El primer encuentro de las primarias tuvo lugar el 3 de abril de 2011 en la Capital Federal y fue
ganado por Duhalde, pero con un margen tan escaso de votos (248, menos del 1% en términos
porcentuales) que empató con Rodríguez Saá en el reparto de congresales o compromisarios,
28 para cada uno. Las primarias prosiguieron el 10 de abril en la región del Noreste Argentino,
con el resultado de otro virtual empate.
La siguiente ronda de votaciones tocaba en las provincias de la región del Noroeste el 17 de
abril, pero en el último momento Duhalde anunció su retirada de la interna; el motivo, que su
rival puntano había pretendido "cambiar las reglas del juego" al reclamar que las primarias
continuaran celebrándose sólo en las capitales provinciales y no, también, en las ciudades con
más de 30.000 electores. Los comentaristas tuvieron claro que el bonaerense había desistido
al comprobar que los sondeos no le eran favorables en el Noroeste. Con este mutis, Duhalde no
llegó a medir su fuerza en la provincia más prometedora, Buenos Aires, distrito que cerraba el
proceso de primarias el 29 de mayo.
Tras dar portazo al Peronismo Federal y poner en bandeja la nominación por el mismo de
Rodríguez Saá, Duhalde, con una rapidez que sugirió conversaciones previas, siguió adelante
con su campaña proselitista pero como candidato de la Unión Popular (UP), postulación que
hizo oficial el 27 de abril, ocasión en la que proclamó su determinación de convertir Argentina
"en un país envidiable". La UP, presidida por el empresario Luis Julio Fernández, era un viejo
actor residual del escenario partidista argentino, de raíces peronistas y posiciones liberalconservadoras; en las presidenciales de 2003 había apoyado a Adolfo Rodríguez Saá y en las
de 2007 había presentado como candidato al gobernador neuquino Jorge Sobisch. Para
Duhalde, se trataba realmente de un regreso a los orígenes: en la década de los sesenta,
cuando el peronismo estaba proscrito, él había militado en la UP, creado por los partidarios del
general en 1955 como sucedáneo legal del PJ.
Duhalde desveló a su compañero de fórmula para la Vicepresidencia, que fue el también ex
precandidato peronista Mario Das Neves, y entabló negociaciones para ganar adhesiones a su
candidatura más allá de la UP y la Federación de Agrupaciones Peronistas. El resultado fue la
coalición Frente Popular, que reunía a la UP, el MID, la Democracia Cristiana, Primero la Gente
y, el respaldo más valioso, el PRO, aunque su líder, Macri (quien tras descartar candidatear él
mismo en las presidenciales optó por buscar la reelección en la jefatura del Gobierno porteño,
que obtuvo el 31 de julio), no quiso manifestar su apoyo personal a Duhalde, para enfado de
este.
En la práctica, el pacto con el PRO quedó circunscrito a la presentación de candidatos
conjuntos en los diversos distritos y secciones electorales de la Provincia de Buenos Aires; es
más, en otros distritos, el PRO no tuvo inconveniente en sumar fuerzas con el Peronismo
Federal. El propio Frente Popular no presentó candidatos a diputados y senadores en todas las
provincias. En la bonaerense, los primeros candidatos a las cámaras baja y alta fueron
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respectivamente Graciela Camaño y Hilda González.
El 14 de agosto de 2011 la boleta Duhalde-Das Neves se sometió al curioso remate nacional del
proceso de primarias abiertas y simultáneas de todos los partidos que deseaban competir en las
elecciones presidenciales, legislativas nacionales y provinciales del 23 de octubre. De acuerdo
con la nueva legislación, esta especie de ensayo electoral, de obligada participación para todos
los electores censados, permitía definir a los partidos y candidatos habilitados para tomar parte
en las elecciones de octubre, que serían los que obtuvieran más del 1,5% de los votos en sus
distritos; también, serviría para decidir la lista única de cada partido o coalición, cuestión que
en realidad las primarias particulares ya habían ventilado.
Con el 12,1% de los votos, Duhalde quedó tercero tras Cristina Fernández, primera con un
aplanador 50,2%, y el radical Alfonsín por la Unión para el Desarrollo Social (UDESO, que
incorporaba a Francisco de Narváez), quien le birló el segundo puesto por sólo 18.000 votos.
Podía considerarse un buen resultado, considerando la multiplicidad de candidaturas y la
supremacía, aparentemente imbatible, de la presidenta, a la que enviudar le había traído una
nueva ola de apoyo popular. Detrás del frentepopulista quedaron el socialista gobernador de
Santa Fe, Hermes Juan Binner, por el Frente Amplio Progresista, Rodríguez Saá por el
Compromiso Federal y Elisa Carrió por la Coalición Cívica. Sin abandonar las primarias
presidenciales, en la provincia de Buenos Aires Duhalde quedó segundo con el 13,9%, muy lejos
del 53,1% sacado por Fernández. La diferencia era una muestra clamorosa de hasta qué punto
el kirchnerismo había succionado el voto duhaldista en esta circunscripción.
El programa de gobierno de Duhalde y la UP, presentado el 6 de mayo en la Ciudad Autónoma,
ofrecía un decálogo de propuestas, a saber: "alcanzar el hambre cero" e impulsar la renta
básica ciudadana con el fin de asegurar los derechos sociales básicos de todos los argentinos;
avanzar en la "inclusión social con dignidad para todos"; "invertir en prevenir y reprimir el delito";
luchar contra el narcotráfico, dentro también de un estado de "emergencia nacional en materia
de seguridad"; la observancia de los "Derechos Humanos para todos", ya que "debemos cerrar
las heridas del pasado con verdad y justicia"; dar "apoyo al régimen federal de gobierno";
"construir la paz definitiva en orden y libertad"; "promover el desarrollo" con políticas
consensuadas de Estado en las provincias con mayor desarraigo social, ya que "el sistema
capitalista vigente en el que pocos tienen mucho y muchos no tienen nada, además de ser
intrínsecamente injusto, generará una conflictividad que pondrá en riesgo el funcionamiento
del sistema"; "poner los organismos de control del Estado en manos de la oposición"; y propiciar
un "shock de la inversión", el cual "sólo será posible si garantizamos la seguridad jurídica y la
previsibilidad en el manejo de un proyecto de desarrollo estratégico a largo plazo".
En septiembre y octubre los sondeos dibujaron un panorama bastante flojo para Duhalde, que se
mantuvo por debajo del 10% en la intención de voto, casi siempre a a remolque de Binner,
Alfonsín y Rodríguez Saá.
11. Actividades extrapolíticas, reconocimientos y bibliografía
En sus cuatro décadas de actividad política y jurídica, Duhalde ha encontrado tiempo para la
docencia como profesor titular de las asignaturas de Instituciones de Derecho Público e
Introducción al Derecho en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ) y en la
cátedra de Drogadicción de la Facultad de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales de la
Universidad de El Salvador (USAL). Durante años, fue presidente del Centro de Abogados
Peronistas de la Capital Federal y vicepresidente del Congreso de Abogados Peronistas de la
Provincia de Buenos Aires.
El político argentino, gran aficionado al ajedrez y seguidor del Club de fútbol Atlético Banfield
de Buenos Aires, está en posesión de las órdenes nacionales de Boyacá (Bolivia, 1989),
Cruceiro do Soul (Brasil, 1991), Quetzal (Guatemala, 1991) y Bernardo de O'Higgins (Chile,
1992). Su trayectoria en el estudio y divulgación de las problemáticas de la drogodependencia
le fue reconocida con sendos doctorados honoris causa por las universidades de Génova
(1992), Hebrea Argentina Bar Ilán de Buenos Aires y del Salvador (USAL, 1999). En 1996 fue
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nombrado presidente de honor del Instituto de Prevención de la Drogodependencia (IPD), centro
académico administrado por la USAL porteña, en reconocimiento a sus campañas
institucionales para la prevención de adicciones. Aparte, fue condecorado con la Orden del
Mérito por la Universidad Nacional de Río Cuarto (1999) y con un Doctorado honoris causa por
la mendocina Universidad de Congreso (2005).
Varios de sus libros tienen como temáticas la drogodependencia y el narcotráfico: Los
políticos y las drogas (1988), Hacia un mundo sin drogas (1994), Política, familia, sociedad y
drogas (1997) y el reciente Es hora que me escuchen. El peligro de los narcoestados, que
presentó en la USAL el 19 de abril de 2011. En 1987 publicó La revolución productiva, en
autoría compartida con Menem, y en 1999 el ensayo político Otro Estado es posible (1999).
Sus últimos títulos han sido: Comunidad Sudamericana: logros y desafíos de la integración
(2006); Memorias del incendio: los primeros 120 días de mi presidencia (2007); y De Tomás
Moro al hambre cero (2011), libro en el que hace una encendida defensa de la renta básica
universal.
(Cobertura informativa hasta 10/10/2011)
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