Informe - Universidad Autónoma de Madrid

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INFORME DEL PROYECTO DE INVESTIGACIÓN
sobre
Los efectos de la crisis económica en la democracia española:
legitimidad, insatisfacción y desafección
Investigador principal:
Dr. Santiago Pérez-Nievas*
Equipo de investigación:
Dra. Gema García Albacete,
Dra. Irene Martín,
Dr. José Ramón Montero,
Dr. Alberto Sanz,
Javier Lorente,
Marta Paradés
Rosa María Navarrete y
Teresa Mata
*Tanto el investigador principal como todos los miembros del equipo de investigación pertenecen al
Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Autónoma de Madrid.
Madrid, 29 de noviembre 2013
1
Índice
Páginas
Capítulo 1. Preguntas de investigación y estructura del informe de
3-37
investigación “Los efectos de la crisis económica en la crisis española”
Capítulo 2. Las actitudes hacia la democracia en tiempos de crisis:
38-94
legitimidad, descontento y desafección
Capítulo 3. ¿Cómo se relaciona la generación de la crisis con la política?
95-129
Las actitudes y comportamientos de jóvenes y desempleados.
Capítulo 4. Los efectos de la crisis económica en la legitimidad del estado
130-189
autonómico.
Capítulo 5. Conclusiones
190-194
Referencias bibliográficas
195-203
2
Capítulo 1. Preguntas de investigación y estructura del informe de investigación
“Los efectos de la crisis económica en la democracia española”.
Introducción
¿En qué medida la terrible crisis económica española está conduciendo a una crisis de la
democracia? ¿Puede la aparentemente irreversible insatisfacción con el funcionamiento de la
democracia y de sus instituciones políticas, de los gobiernos y de la oposición, de los partidos y
de los políticos erosionar de modo significativo los fundamentos de la legitimidad democrática?
En fin, ¿hasta qué punto los crecientes niveles de descontento
con los mecanismos
democráticos pueden producir una desafección con la política de consecuencias todavía
imprevisibles?
En los últimos cinco años, estas tres preguntas han sido contestadas afirmativamente por
decenas de observadores y comentaristas políticos en los medios de comunicación sustentada en
fenómenos como la excepcionalmente rápida erosión de apoyos que han experimentado los
sucesivos gobiernos del socialista José Luis Rodríguez Zapatero y del conservador Mariano
Rajoy, las frecuentes movilizaciones que han protagonizado los sectores sociales más diversos,
las consignas del movimiento de los indignados del 15M, o la insólita aparición de los partidos,
y de la clase política en general, como la tercera de las preocupaciones de los españoles, según
viene apareciendo en las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), y que está
recogida en el Gráfico 1.8 de este mismo capítulo. Estas señales reflejarían una profunda
desafección política que puede repercutir, a su vez, en una erosión de la legitimidad
democrática.
En este informe de investigación pretendemos responder a las preguntas antes
formuladas mediante el análisis de las series históricas y encuestas recientes realizadas por el
CIS así como de otras fuentes como la Encuesta Social Europea para las principales
dimensiones y actitudes políticas que identificamos en las siguientes páginas. Acudiremos para
ello a un doble eje de análisis, teórico y empírico. Teóricamente, partimos de la autonomía
relativa de la legitimidad democrática, la insatisfacción con los resultados del gobierno y la
desafección política.
A nuestro juicio los tres criterios fundamentales que estructuran la
concepción de la política democrática por parte de los ciudadanos (Montero, Gunther y Torcal
1998). Y aspiramos a conseguir una mayor riqueza empírica mediante la descomposición de los
efectos de la crisis económica entre quienes son jóvenes y lo son menos, entre los parados y los
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activos laboralmente, y entre quienes viven en comunidades autónomas en las que la crisis
económica, el desempleo y los recortes del gasto público han tenido un impacto desigual.
Este capítulo tiene la siguiente estructura. En los dos siguientes apartados 1 y 2
explicamos los presupuestos teóricos y las líneas principales del diseño de investigación que
hemos seguido para la elaboración de este informe. El apartado 3 hace una breve recapitulación
de las fuentes de datos que hemos empleado para su elaboración. En el apartado 4 llevamos a
cabo una descripción de la evolución longitudinal de una selección de los indicadores con los
que hemos trabajado. Esta descripción longitudinal pone de manifiesto que aunque la crisis
económica ha tenido un efecto evidente en la evolución en una mayoría sino en todas las
actitudes, algunos cambios de tendencia empezaron a manifestarse a mediados de la pasada
década lo que sugiere la existencia de una crisis política que antecede a la recesión económica y
que ésta última ha contribuido a agravar. Lejos de suponer la crisis una amenaza para la
democracia, los resultados de esta investigación parecen indicar que la crisis está favoreciendo
la presencia de ciudadanos críticos y participativos. Para terminar, en la sección 5 hacemos una
presentación del resto de los capítulos que estructuran el informe y anticipamos brevemente
algunos de sus resultados.
Presupuestos teóricos
Hace cuarenta años la denominada crisis del petróleo generó una intensa preocupación
por sus efectos en la legitimidad democrática de los países occidentales. Tras el extraordinario
periodo de seguridad, prosperidad y crecimiento económico reinante desde el final de la
Segunda Guerra Mundial, las nuevas políticas giraron alrededor de la estanflación, el declive
económico y los reajustes en el Estado de bienestar. Los temores de muchos científicos sociales
arrancaban de la crisis fiscal del Estado (O’Connor, 1973) como consecuencia de su incapacidad
para generar nuevos recursos económicos que pudieran calmar a unos electorados cada vez más
exigentes ante los problemas del Estado de bienestar (Offe, 1984); continuaban con la
preocupación por la ingobernabilidad de las sociedades democráticas sometidas a tensiones
desconocidas en las décadas anteriores (Huntington, 1968), y culminaban de modo inevitable
con la crisis de la legitimidad democrática por la imposibilidad de los gobiernos de solventar a
la vez graves problemas económicos y demandas contradictorias por parte de los ciudadanos
(Crozier, Huntington y Watanuki, 1975; Habermas, 1985).
Veinte años después, esas proyecciones pesimistas sobre la crisis de la democracia
parecieron desaparecer (Kaase y Newton, 1995). La estabilidad de los sistemas democráticos, la
consolidación de las nuevas democracias tras la denominada tercera ola (Huntington, 1991) y la
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quiebra de los regímenes comunistas de la Europa Central y del Este fueron procesos
considerados como una prueba definitiva de la superioridad de la democracia. Pese a ello, tanto
en las viejas como sobre todo en las nuevas democracias comenzaron a aparecer síntomas de un
creciente declive de la confianza política. Los ciudadanos son más críticos, los gobiernos
democráticos encuentran más dificultades para llevar adelante sus políticas públicas, y ello en el
marco de un proceso en el que la brecha que separa a los ciudadanos de sus representantes no
cesa de ampliarse (Lipset y Schneider, 1983; Klingemann y Fuchs, 1995). En las llamadas
democracias desafectas (Pharr y Putnam, 2000), la relación de los ciudadanos con la política
democrática ha sufrido una mutación considerable: en situaciones de crecimiento económico, el
apoyo a la democracia está asegurado, pero la desconfianza, el descontento y el distanciamiento,
en cambio, parecen formar parte del nuevo paisaje político (Nye, Zelikow y King, 1997).
Si estos cambios han ocurrido en el marco de una economía que funcionaba
razonablemente bien, ¿qué cabe esperar de los efectos de una crisis económica que, al menos en
los países de la periferia europea, y entre ellos España, es mucho más grave que la de hace
cuarenta años? ¿Hasta qué punto entonces se han agravado las percepciones de los españoles
sobre los gobiernos, las instituciones, los representantes, en definitiva sobre la política
democrática? Desde un punto de vista teórico cabe diferenciar esas percepciones en al menos
tres dimensiones (Gunther y Montero, 2006). La primera es la de la legitimidad democrática,
derivada naturalmente de la visión creadora de Max Weber (1964: I, 170 y ss.), o surgida del
legado de David Easton (1975) en base a su distinción entre apoyo difuso y específico. El apoyo
democrático surge de las consideraciones positivas de los ciudadanos sobre las instituciones
representativas de un país. Estas percepciones se aplican al sistema político en su conjunto, y
cabría esperar que fueran relativamente estables en el tiempo e inmunes a factores como la
popularidad de los gobiernos o las evaluaciones de las instituciones políticas. En los términos de
Juan J. Linz (2012: 20), la legitimidad puede ser considerada como “la creencia en que, no
obstante sus defectos y sus fallos, las instituciones políticas son mejores que cualquier otras que
pudieran crearse y, por consiguiente, pueden exigir obediencia”.
Una segunda dimensión, la insatisfacción con el funcionamiento de la democracia, o el
descontento político, está basado en “el juicio de los ciudadanos sobre las actividades diarias de
los líderes políticos y de las acciones y procesos de las instituciones gubernamentales”
(Kornbeg y Clarke, 1992: 20). El descontento surge de la evaluación que se hace de los
rendimientos del régimen o de sus autoridades, así como de sus resultados políticos. En general,
la insatisfacción es el reflejo de la frustración experimentada tras la comparación de lo que uno
tiene con los que espera o cree que debe tener (Gamson, 1968: 35), o de la incapacidad de los
gobiernos para solventar con eficacia los problemas considerados importantes por los
ciudadanos (Dahl, 1971: 144).
5
Y una tercera dimensión de las actitudes hacia la democracia es la que Torcal y Montero
(2006) han caracterizado como la desafección política con la que se quiere describir el
extrañamiento o alejamiento de los ciudadanos hacia sus principales instituciones políticas, o,
más en general, hacia la política. Aunque en muchas ocasiones ha sido considerada como una
simple manifestación del descontento político, en este informe de investigación creemos que la
desafección política tiene autonomía conceptual y empírica. Si aquél es el resultado de una
valoración negativa del rendimiento de los gobiernos, ésta refleja la desconfianza de la vida
política y de los mecanismos de la representación democrática; y sus indicadores incluyen el
desinterés por la política, los sentimientos de ineficacia política, la desconfianza política, el
cinismo político y un sentimiento general de alejamiento de la política o/y de las instituciones
democráticas (Montero, Gunther y Torcal, 1998). A diferencia del descontento, la evidencia con
la que contamos para el período anterior a la crisis con respecto al caso español es que la
desafección se mantiene en niveles elevados y es llamativamente estable (Gunther, Montero y
Torcal, 2007).
La literatura comparada ha solido confundir la legitimidad democrática con el
descontento político, convirtiendo a este último en el indicador de aquélla (Weatherford, 1992).
Más recientemente, otros autores han mantenido la diferencia entre ambas actitudes, pero han
ignorado las relativas a la desafección política o en el mejor de los casos las han convertido en
una variante menor del descontento político. Así ha ocurrido, por ejemplo, con las tipologías de
los ciudadanos críticos (Norris, 1999), o de los demócratas críticos (Klingemann, 1999), o de
los demócratas insatisfechos (Klingemann, 2013), o de los ciudadanos asertivos (Dalton y
Welzel, 2013). Para sus autores, esos tipos son funcionales para el sistema político por cuanto
su insatisfacción activa su participación política y, gracias a ella, los líderes políticos deben
rendir cuentas de sus acciones si no quieren ser castigados electoralmente. El mecanismo básico
de esos tipos de ciudadanos radica en la combinación de información e interés por la política,
sus predisposiciones participativas y, sobre todo, sus sentimientos de eficacia política.
Es posible, sin embargo, que los ciudadanos de otros países, y entre ellos España,
tengan percepciones diferentes del sistema político. Cabría pensar en ciudadanos cuya
insatisfacción política no esté acompañada por recursos cognitivos, ni por sentimientos de
eficacia política, ni en consecuencia por predisposiciones para la participación política. En estos
supuestos, los ciudadanos críticos son, además, desafectos. José Ramón Montero, Richard
Gunther y Mariano Torcal (1998) demostraron para los años ochenta y noventa que la
desafección formaba parte del paisaje de las actitudes políticas de los españoles, manteniéndose
de forma relativamente estable; y que además el desinterés por la política, la ineficacia política y
la escasa implicación política reforzaban su alejamiento de la política, su desconfianza política
respecto a instituciones y procedimientos o su incapacidad para exigir en los procesos de
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rendición de cuentas.
Diseño de investigación
Los hallazgos mencionados en la sección previa con respecto al caso español se
refieren, sin embargo, a la década de los ochenta y noventa. El objetivo de nuestra investigación
radica precisamente en conocer el impacto de la crisis económica en las tres dimensiones
actitudinales que hemos identificado, legitimidad, descontento, y desafección; o en alguna de
sus dimensiones más relevantes. ¿Han variado estas tres dimensiones de forma significativa y
en el mismo sentido como se afirmar tan reiterada como enfáticamente? ¿O puede que, en virtud
de su autonomía relativa, alguna dimensión haya podido permanecer estable ―como la
legitimidad democrática―, mientras que otras ―como el descontento político― hayan crecido
hasta niveles desconocidos por su intensidad y extensión? Parece que la diferencia conceptual
entre legitimidad y descontento con la democracia se confirma empíricamente. Mientras que el
descontento con la democracia está íntimamente relacionado con los vaivenes económicos, la
legitimidad de la democracia permanece estable. Sin dejar de lado la relevancia de la evolución
de las dimensiones anteriores, en el presente informe de investigación examinamos también los
efectos de la crisis económica en la evolución de la desafección. A este respecto nuestro informe
se articula en torno a dos hipótesis alternativas y, hasta cierto punto, contrapuestas. En primer
lugar, es posible que la desafección haya podido crecer en algunos sectores, quizás los
especialmente castigados por la crisis económica y que cuenten con menos recursos. Con
respecto a la desafección, por tanto, la primera hipótesis con la que hemos trabajado es que
conforme la crisis económica se prolonga e intensifica, la desafección política, o al menos
algunos de sus componentes, hayan podido aumentar. La desafección, como la legitimidad, es
una actitud estable, aunque se observan cambios relacionados con el surgimiento de una
ciudadanía crítica, más interesada y participativa en política y con un elevado nivel de
descontento.
Como decimos, es probable que, en ciertos sectores de la población, hayan podido
aparecer los ciudadanos críticos que mencionábamos anteriormente, quizás gracias a un
aumento de los niveles de interés por la política, o de la frecuencia de las conversaciones
políticas, o de la implicación activa en contactos, manifestaciones o protestas. Nuestra segunda
hipótesis, por tanto, es que la crisis esté repercutiendo en un descenso de la desafección, al
menos en sectores específicos de la población, y/o en algunos de sus componentes. Como puede
comprobarse más adelantes en las líneas ascendentes de los Gráficos 1.16 y 1.17, en donde se
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muestran respectivamente la evolución del interés por la política y de la frecuencia en las
conversaciones políticas, parecen sustentar una clara tendencia en este sentido.
Es precisamente esta evidencia de que la evolución de la desafección puede estar
bifurcándose en distintas direcciones lo que justifica un análisis más pormenorizado por grupos,
tal y como argumentaremos seguidamente.
Atendiendo a todo lo anterior, para el presente informe de investigación hemos llevado
a cabo un análisis longitudinal descriptivo, desde los años noventa hasta la actualidad, de los
principales indicadores que podemos recabar del Banco de Datos del CIS y que hemos
considerado indicadores de las tres dimensiones que hemos identificado
―la legitimidad
democrática, el descontento político y la desafección política―; o bien variables estrechamente
relacionadas con
una o varias de esas dimensiones, en algunos casos como factores
explicativos. En la Tabla 1.1 enumeramos y clasificamos los indicadores que hemos
considerado para este informe en atención a su consideración como indicadores de algunas de
las tres dimensiones actitudinales o como variables de comportamiento, o bajo la categoría de
otros, en aquellos casos en los que resultan más ambiguos o que pudiéramos considerar mejor
variables independientes.
Tabla 1.1. Indicadores
Dimensiones
Legitimidad
Descontento
Desafección
Otros indicadores
relevantes o variables
independientes
Comportamiento
Indicadores
Actitudes sobre la democracia como el mejor sistema
político, o sobre la democracia frente a la dictadura como
formas de gobierno
Satisfacción con el funcionamiento de la democracia
Valoración de los líderes políticos
Estado de bienestar y políticas sociales
Confianza en las instituciones más relevantes del sistema
político
Confianza en los líderes políticos
Confianza en la Unión Europea
Interés por la política
Información política / conocimiento político
Discusión sobre temas políticos / conversaciones sobre
política
Identificación partidista
Valoración de la situación política
Valoración de la situación económica
Principales problemas de España
Confianza interpersonal
Exposición a los medio de comunicación
Estado de las autonomías y preferencias sobre la forma de
Estado
Autoubicación ideológica
Ubicaciones ideológicas de los partidos
Intención de voto
Otros modos de participación política (manifestaciones,
huelgas, firma de peticiones, contacto con políticos, etc.
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Además de esta vertiente descriptiva, los tres capítulos que siguen examina el impacto
de la crisis económica en función de tres variables: la edad, la situación ocupacional y las
Comunidades Autónomas (en adelante, CCAA). Centraremos así nuestra atención en los
jóvenes, los desempleados y los habitantes de algunas comunidades autónomas. En todos estos
casos, existe acuerdo general de que la crisis económica ha tenido efectos claramente
diferenciados, negativos para unos (obviamente, los jóvenes y los parados) y variables para
otros (conforme a la situación económica de las comunidades autónomas seleccionadas: véase a
este respecto el capítulo 4). Para cada uno de estas categorías los distintos capítulo del informe
examinan en qué medida sus respectivos algunos de esto indicadores de legitimidad,
descontento y desafección se han modificado respecto a periodos anteriores.
Existen razones adicionales para la selección de estos tres grupos. Como es sabido, los
jóvenes son más permeables tanto a las fuerzas sociales como a los procesos políticos debido a
que tienen experiencias vitales más limitadas (Jennings y Niemi, 1981: 380; Kinder y Sears,
1985: 724). Por lo tanto, si transformaciones sociales como la crisis económica están realmente
cambiando las actitudes y comportamientos de los ciudadanos, los jóvenes son un grupo de la
población particularmente apropiado para detectar dichos cambios. Además, la relación que
establezcan los jóvenes con la política determinará las orientaciones de los ciudadanos
españoles en el futuro: las actitudes y comportamientos que cristalizan durante la adolescencia y
juventud tienen una estabilidad considerable a lo largo del ciclo vital (Kinder y Sears, 1985).
Pese a la existencia de aprendizaje político a lo largo de toda la vida, las orientaciones básicas
adquiridas durante los años impresionables tienden a condicionar las experiencias futuras
(Ryder 1965: 848).
En cuanto a los desempleados, hay varias razones para considerarlos un grupo que
merece un estudio pormenorizado. En primer lugar, los parados están sufriendo directamente y
con mayor intensidad que otros grupos sociales la crisis económica. Esta situación puede tener
dos consecuencias distintas. Por un lado, es razonable pensar que los desempleados estén menos
satisfechos con el funcionamiento de la democracia. Por otro, la situación económica derivada
del desempleo limita sus recursos para implicarse activamente en política.
En lo referente a las CCAA, dada la intrínseca relación entre la consolidación de la
democracia y el desarrollo del Estado de las Autonomías, consideramos que es posible que la
desafección institucional sea también constatable en el modelo de organización territorial
autonómico. Además, teniendo en cuenta que las consecuencias de la crisis económica no se
manifiestan con la misma intensidad en todas las CCAA, con variaciones por ejemplo en los
niveles de desempleo o déficit, partimos de la idea de que dichos efectos puedan ser también
desiguales en distintas CCAA.
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Por último, en cada uno de los tres capítulo prestamos atención a los determinantes a
nivel individual de los principales cambios detectados, bien sean estos una erosión de la
legitimidad, un aumento de la desafección; o por el contrario, el aumento de ciudadanos
comprometidos con la democracia pero más críticos y exigentes en cuanto a su funcionamiento.
Para este último objetivo los distintos capítulos utilizan técnicas de análisis multivariable de
distinto tipo.
Fuentes de datos
Para
la siguiente sección de este capítulo, en el que llevamos a cabo el análisis
longitudinal descriptivo, así como en los tres capítulos siguientes hemos empleado las siguientes
series temporales del CIS. La Tabla 1.2 recoge algunas de las series con las que hemos trabajado
para la preparación del presente informe mientras que en la Tabla 1.3 se recogen los estudios
que sustentan esas series temporales, algunos de los cuales han servido además para los análisis
multivariables. Para la siguiente sección de este mismo no presentamos todas las series
temporales con las que hemos trabajado en el desarrollo de este informe sino sólo una selección
de las que nos han parecido más relevantes.
Tabla 1. 2. Relación de series temporales que se han utilizado para el presente informe
Número
Título
A101020050 Grado de satisfacción con la constitución española
Grado de confianza en instituciones y grupos sociales: el parlamento/congreso
A102060040 de los diputados
A102060150 Grado de confianza en instituciones y grupos sociales: los partidos políticos
A102060450 Escala de confianza (0-10) en instituciones y grupos sociales: partidos políticos
A301020030 Valoración prospectiva de la situación política de España (1 año) (I)
A303010010 Grado de interés por la política (II)
Frecuencia con la que se informa de política a través de distintos medios: utiliza
A303020050 internet para obtener noticias o información política
Frecuencia con la que se habla de política con diferentes personas del entorno
A303020390 social próximo: amigos/as
Frecuencia con la que se habla de política con diferentes personas del entorno
A303020410 social próximo: compañeros/as de trabajo/estudios
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Número
Título
A303030010 Principales sentimientos hacia la política (MR-MV) (I)
A307030020 Régimen político preferido: democracia o autoritarismo
A307030120 Medida en que los problemas del país se solucionarán con la actual democracia
A307030130 Régimen político preferido: democracia o autoritarismo (15-29 años)
A307040010 Opinión acerca del buen/mal funcionamiento de la democracia en España
Grado de satisfacción con el funcionamiento de la democracia en España (I)
A307040020 (nacional)
Grado de satisfacción con el funcionamiento de la democracia en España (II)
A307040030 (nacional)
A307040090 Escala de satisfacción (0-10) con el funcionamiento de la democracia en España
Opinión acerca de la necesidad de la existencia de partidos políticos para que
A401010010 exista democracia
F102010290
Grado de importancia de determinados aspectos en la vida personal: la política
F103010260
Escala de confianza en la gente (0-10)
Expectativas de evolución en el próximo año de los problemas sociales que
H101050020 preocupan a la gente en la actualidad
Tabla 1.3. Relación de bases de datos que se han utilizado para el presente informea
Número
Título
7711
Preelectoral y postelectoral elecciones generales 2011
7708
Preelectoral y postelectoral elecciones generales y autonómicas de Andalucía
2008.
2559 y 2555
Postelectoral y preelectoral elecciones generales y autonómicas de Andalucía
2004
2384 y 2382
Postelectoral elecciones generales y autonómicas de Andalucía 2000
2210* y 2207*
Postelectoral y preelectoral elecciones generales y autonómicas de Andalucía
1996
2061* y 2053*
Postelectoral y preelectoral elecciones generales 1993
11
Número
Título
2965
Preelectoral de Cataluña. Elecciones autonómicas 2012
2959
Preelectoral del país vasco. Elecciones autonómicas 2012
2958
Preelectoral de Galicia. Elecciones autonómicas 2012
2940 y 2934
Postelectoral y preelectoral elecciones autonómicas 2012. Principado de
Asturias
2939 y 2931
Postelectoral y preelectoral elecciones autonómicas 2012. Comunidad
autónoma de Andalucía
2904 al 2891
Postelectorales elecciones autonómicas y municipales 2011
2884 al 2870
Preelectorales elecciones municipales 2011
7710
Preelectoral y postelectoral de Cataluña. Elecciones autonómicas 2010. Panel
(total panel)
2795 y 2784
Postelectoral y preelectoral del País Vasco. Elecciones autonómicas 2009
2796 y 2783
Postelectoral y preelectoral de Galicia. Elecciones autonómicas 2009
2723 al 2707
Postelectorales elecciones autonómicas y municipales 2007
2683 a 2699
Preelectorales elecciones municipales 2007
2660 y 2656
Postelectoral y preelectoral de Cataluña. Elecciones autonómicas 2006
2611 y 2608
Postelectoral y preelectoral de Galicia. Elecciones autonómicas 2005
2601 y 2598
Postelectoral y preelectoral del País Vasco. Elecciones autonómicas 2005
2546 y 2543
Postelectoral y preelectoral de Cataluña. Elecciones autonómicas 2003
2542 y 2539
Postelectoral y preelectoral elecciones autonómicas 2003. Comunidad de
Madrid
2530 al 2512
Postelectorales elecciones autonómicas 2003
2498 al 2484
Preelectorales elecciones autonómicas y municipales 2003
2434 y 2432
Postelectoral y preelectoral de Galicia. Elecciones autonómicas 2001
2421 y 2414
Postelectoral y preelectoral del País Vasco. Elecciones autonómicas 2001
2374 y 2373
Postelectoral y preelectoral de Cataluña. Elecciones autonómicas 1999
2363 al 2351
Postelectorales elecciones autonómicas 1999
2338 al 2326
Preelectoral elecciones autonómicas y municipales 1999
12
Número
Título
2308 y 2304
Postelectoral y preelectoral del País Vasco. Elecciones autonómicas 1998
2263 y 2260
Postelectoral y preelectoral de Galicia. Elecciones autonómicas 1997
2199 y 2195
Postelectoral y preelectoral Cataluña 1995
2183
Postelectoral elecciones autonómicas y municipales 1995
2171 al 2159
Preelectoral comunidades autónomas 1995
2120 y 2116
Postelectoral y preelectoral país vasco 1994
2109 y 2106
Postelectoral y preelectoral autonómicas andaluzas 1994
2070 y 2067
Postelectoral y preelectoral elecciones autonómicas 1993. Galicia
1967
Postelectoral elecciones municipales y autonómicas 1991
1955 al 1943 y
1929 al 19885
Preelectoral municipales y autonómicas 1991
2286
Instituciones y autonomías (I)
2455
Instituciones y autonomías (II)
2610
Barómetro autonómico (I)
2829
Barómetro autonómico (II)
2912
Barómetro autonómico (III)
1446*
Barómetro febrero 1985. Resto autonomías
2041* al
2025*
Opinión pública y cultura política en las comunidades autónomas
a
Estudios que no se encuentran disponibles en la página web
Adicionalmente en el capítulo 2 se han empleado datos de la sexta ola de la Encuesta
Social Europea. Los análisis del capítulo 3 han empleado preferentemente los estudios: 2450,
del año 2002; 2735 del año 2007; y los estudios 2914, 2915 y 2920 (estos dos últimos forman el
panel electoral de noviembre de 2011). Mientras que finalmente, los análisis del capítulo 4 se
han centrado fundamentalmente en los estudios 2286, de 1998; 2455, de 2002; 2610, de 2010 y
2912, de 2012.
13
Evolución longitudinal de los principales indicadores
En esta sección llevamos a cabo una descripción de la evolución longitudinal de una
selección de los indicadores con los que hemos trabajado para este informe. Comenzamos
examinando la evolución de los indicadores objetivos de la economía para, a continuación,
examinar la evolución de las percepciones subjetivas de la situación económica y política; la
legitimidad y la satisfacción con la democracia; las actitudes hacia el Estado autonómico; y
terminamos con las actitudes que la literatura tradicionalmente ha asociado a la desafección
política. Aunque, como cabía esperar las actitudes políticas se muestran sensibles a la evolución
de los indicadores objetivos, existen cuatro aspectos de esta evolución que merece la pena
destacar.
En primer lugar, comparando el efecto de la actual crisis económica con la crisis
anterior de mediados de los noventa, el proceso de deterioro que ponen de manifiesto la
evolución de las actitudes políticas en la actual crisis supera notablemente en casi todos los
indicadores el deterioro que tuvo lugar a mediados de los noventa.
En segundo lugar, en un buen número de indicadores pero especialmente en los
tradicionalmente vinculados con la desafección los cambios de tendencia comenzaron antes de
la crisis económica, para algunos indicadores como el interés por la política a comienzos de la
década pasada, mientras que en el resto de los afectados por esta tendencia a mediados de
década. Ello es patente en indicadores como la confianza en el parlamento, la confianza en los
partidos políticos, las actitudes hacia el Estado autonómico, o los indicadores de interés y de
implicación política. Ello pone de manifiesto la existencia de una crisis institucional que queda
reflejada en la evolución de estos indicadores y que antecede a la crisis económica y que ésta
última no hecho sino agravar.
En tercer lugar, la evolución de los indicadores objetivos de la economía señalan el
desarrollo de la recesión en dos fases: una primera fase en el período 2007-2010 y una segunda
entre el final de 2010 hasta la actualidad, con un tímido amago de recuperación entre estas dos
fases. Aunque el deterioro de la mayor parte de las actitudes se hizo patente ya en la primera
fase ―o incluso antes- como acabamos de apuntar― la inclinación de la pendiente se agudiza
en muchos indicadores ―aunque no en todos― desde 2011, coincidiendo con la segunda fase
de la recesión asociada a la crisis de la deuda. Es esta segunda fase de la crisis la que parece
haber conducido a un nivel de deterioro de las actitudes políticas considerablemente mayor que
el que tuvo lugar a mediados de los noventa.
14
En cuarto lugar, si bien la evolución de la mayor parte de los indicadores sugiere un
deterioro en las actitudes de desafección entre los españoles, la evolución longitudinal también
pone de manifiesto que junto a la fuertísima caída de la confianza en las instituciones; existe en
paralelo una tímida tendencia en sentido contrario que queda reflejada en el aumento del dato
agregados en los niveles de implicación política. A este respecto, no obstante, merece la pena
hacer dos consideraciones adicionales. En primer lugar, la caída en los niveles de satisfacción
con la democracia o en el confianza en las instituciones son mucho más pronunciados que el
aumento en el interés o en la implicación política. Y en segundo lugar, aunque esta última
tendencia pueda entenderse como una mejoría en los altos niveles de desafección política por
los que se ha caracterizado la población española, no deja de ser al mismo tiempo un síntoma
más de la fuertísima crisis institucional por la que atraviesa y que queda reflejada en este caso
en el aumento de los ciudadanos críticos a los que hacíamos referencia en el apartado de
presupuestos teóricos de este informe.
Indicadores objetivos relacionados con la situación económica
La crisis actual se caracteriza, entre otros, por el elevado nivel de desempleo alcanzado,
especialmente entre los jóvenes. Es interesante tener presente que los altos niveles de paro
caracterizaron también dos épocas anteriores posteriores a la transición: el periodo de mediados
de los ochenta y buena parte de la década de los noventa (en los periodos 1984-1986 y 19921997 el paro alcanzó el 20%). Tras llegar a su mínimo histórico a mediados de 2007, el paro
empieza a aumentar lentamente. A lo largo del 2008 la tendencia se acelera y en un solo año
aumenta 8 puntos. A finales de 2010 se alcanzaba la barrera psicológica del 20% de
desempleados. Si bien no era la primera vez que se alcanzaba esta cifra en la historia reciente de
la democracia en España, las principales diferencias con los periodos señalados son dos. En
primer lugar, el paro siguió aumentando hasta alcanzar un record del 27% durante el primer
trimestre de 2013, situando a España a una distancia considerable de la media de paro de la
Unión Europea (11%). En segundo lugar, la tasa de paro entre los jóvenes es mucho más
elevada con respecto al conjunto de la población ―un 56% entre los menores de 25 años en
2013― en esta crisis que en las anteriores (Gráfico 1,1).
15
Gráfico 1.1. Evolución del desempleo por género y entre los jóvenes
Fuente: INE.
También con respecto al crecimiento económico podemos decir que no es la primera
crisis a la que se enfrenta España. Tal y como muestra el Gráfico 1.2, tras la crisis de finales de
los setenta y principios de los ochenta, la economía volvió a ralentizarse entre finales de los
ochenta y 1993. En 1993 incluso se llegó al crecimiento negativo. El descenso del crecimiento
en la crisis actual se empieza a percibir en 2008 y, muy especialmente, en 2009, momento en
que se vuelve a entrar en recesión, alcanzándose una situación sin precedentes en la reciente de
España. Tras una breve recuperación en 2010, y aunque no se ha vuelto a llegar a la situación de
2009, la economía española ha vuelto a situarse en niveles de crecimiento negativo en 2012 y
2013.
Gráfico 1.2. Crecimiento económico en porcentaje del PIB
PIB de España
Fuente: Banco Mundial.
16
En cuanto a la deuda pública España, hasta principios de 2008, presentaba unos niveles
de deuda pública inferiores a los del Reino Unido, Francia y Alemania, y muy inferiores a los
que había tenido durante los años noventa. Sin embargo, a partir de ese momento, la deuda
pública empieza a aumentar y en 2012 alcanza los niveles más elevados de la historia de España
desde 1910, tal y como muestran los Gráficos 1.3 y 1.4. Entre 2007 y el primer trimestre del
2012 el nivel de endeudamiento medido así como el de la administración central se duplicó, y
el incremento fue incluso algo mayor en el caso de las CCAA cuya deuda pasó del 5,9 del PIB
en 2007 al 13,5 del PIB en el primer trimestre de 2012.
Gráfico 1.3. Evolución del déficit público.
Deuda pública
Fuente: Banco de España.
Gráfico 1.4. Evolución de la deuda pública española como porcentaje del PIB
Fuente: www.elblogsalmon.com; datos del Banco de España
17
Gráfico 1.5. Endeudamiento de las administraciones públicas.
Fuente: El País, 15 de Junio de 2012.
La misma tendencia se hace evidente en el rendimiento del bono español con respecto al
bono alemán a 10 años (Gráfico 1.6). La prima de riesgo empieza a aumentar a finales de 2007
hasta que, a principios de 2010, Standard and Poor’s retira la clasificación de triple A a España.
Esta situación no hace más que empeorar y en 2012 se alcanzan niveles similares a los de
principios y mediados de los noventa. Es en ese momento cuando la Comisión Europea propone
que se utilice el fondo europeo de rescate para ayudar a la banca provocando un descenso
inmediato de la prima de riesgo española que actualmente se encuentra en niveles similares a los
de mediados de 2011.
En definitiva, vemos que es a lo largo de 2008 cuando se empiezan a hacer evidentes los
signos de la crisis económica. La gravedad de los mismos queda más que patente en 2009,
momento a partir del cual empeoran todavía más algunos de los indicadores como el desempleo,
la prima de riesgo y la deuda pública. El crecimiento económico, por su parte, frena su
tendencia a la baja, e incluso experimentó una leve mejoría durante 2010 si bien la situación
sigue siendo de recesión.
Según la evolución de todos estos indicadores, cabría esperar una evolución similar en
la percepción subjetiva de la economía coincidiendo con el deterioro de los indicadores
objetivos. Asimismo, cabe pensar que la percepción de la política también se resentirá.
18
Gráfico 1.6. Endeudamiento de las administraciones públicas.
Fuente: El País, 10 de septiembre de 2013; datos procedentes de Bloomberg.
Pasamos a analizar las repercusiones de todas estas tendencias en la percepción
subjetiva de la situación económica y política.
Indicadores subjetivos relacionados con la situación económica y política
Como vemos a continuación, la evaluación de la situación económica refleja de forma
simultánea el deterioro que se observa a través de los datos macroeconómicos. Según los datos
más recientes de que disponemos, más de un 90% de los ciudadanos consideran que la situación
económica actual es mala o muy mala (Gráfico 1.7). A finales de 2007 los españoles empiezan
ya a percibir los problemas económicos como crecientemente importantes. Pero a partir de
septiembre de 2008 el paro empieza a percibirse claramente como el principal problema que
tiene España, muy por encima incluso de los problemas económicos (Gráfico 1.8).
19
Gráfico 1.7. Evaluación situación económica
Pregunta CIS: Para empezar, refiriéndonos a la situación económica general de España, ¿cómo la
calificaría Ud.: muy buena, buena, regular, mala o muy mala?
Gráfico 1.8. Principales problemas de España
Pregunta del CIS: ¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? ¿Y el
segundo? ¿Y el tercero?
20
En cuanto a la percepción de la situación política, parece beneficiarse de una tregua
hasta la celebración de las elecciones en Marzo de 2008, momento a partir del cual empieza a
deteriorarse progresivamente (Gráfico 1.9). Las elecciones de 2011 parecen volver a dar un
breve respiro que, sin embargo, no evita un deterioro aún mayor en los meses que siguen.
Conforme al dato de septiembre de 2012, más de un 75% valoraba la situación política como
muy mala. La gravedad de la que podemos llamar “crisis política” hace su aparición con algo de
retraso con respecto a la crisis económica. Es a finales de 2009 cuando los españoles empiezan,
por primera vez en la historia de la democracia en España, a percibir a los políticos, la política y
los partidos políticos como un problema de creciente importancia, ubicándolo en tercer lugar,
después del paro y los problemas económicos (Gráfico 1.7). A finales de 2012 hace su aparición
un nuevo fenómeno: la corrupción y el fraude fiscal que, desde entonces, compiten con los
problemas económicos y la política, como uno de los principales problemas que afronta el país
(Gráfico 1.7).
Gráfico 1.9. Valoración de la situación política
Pregunta del CIS: Y refiriéndonos ahora a la situación política general de España, ¿cómo la calificaría
Ud.: muy buena, buena, regular, mala o muy mala?
21
Indicadores relacionados con la democracia: satisfacción y legitimidad
Resulta difícil llegar a una conclusión acerca de si la crisis de la política es también una
crisis de la democracia. Por un lado, observamos cómo, entre 2008 y 2010, el porcentaje de
españoles que considera que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno
(régimen autoritario o dictadura incluidos) ha descendido en 8 puntos (Gráfico 1.10). Según los
datos más recientes de que disponemos, un 78% de los españoles se identifica con esta
afirmación. No obstante, este fenómeno no se puede tildar de novedoso, como sí lo es la
percepción de los políticos, la política y los partidos como uno de los principales problemas. El
dato actual sobre la legitimidad de la democracia es similar al de mediados de los años noventa,
época en la que el país también experimentó una crisis económica. Pero no debemos olvidar que
sigue siendo superior al que se observaba durante la segunda mitad de los ochenta, tras un breve
periodo de euforia a principios de esa misma década.
La satisfacción con el funcionamiento de la democracia también se ha visto
notablemente deteriorada, especialmente a partir de 2010 (Gráfico 1.11). Es después de ese
momento cuando nos encontramos con afirmaciones aún más críticas que las de mediados de
los noventa, cuando la satisfacción con el funcionamiento de la democracia también se vio
mermada, coincidiendo con la crisis económica. No obstante, el porcentaje de los que hoy en día
se declara insatisfecho es bastante superior (65%) que el peor momento de la década de los
noventa, en 1994 (54%).
El deterioro se hace palpable también por lo que se refiere a lo que constituye un
segundo pilar fundamental del régimen democrático actual: el modelo autonómico.
Observamos que, hasta abril de 2009, hay un apoyo creciente a esta forma de distribución del
poder territorial. En este punto, tres cuartas partes de los españoles se posicionan a favor del
mismo. La situación cambia mucho, no obstante en los años sucesivos. Si bien este apoyo
parece mantenerse ―aunque algo más tambaleante― a lo largo de 2010 y 2011, en 2012 esa
postura es la elegida por tan sólo la mitad de los españoles. El otro cuarto ha cambiado durante
este año hacia posiciones más centralistas. Aparentemente, a partir de un análisis superficial de
la evolución de estos datos, la causa podría tener más que ver con las opciones y el discurso
político de CiU en Cataluña, que con la crisis económica, si bien ambos se encuentran
relacionados entre sí.
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Gráfico 1.10. Legitimidad de la democracia
Pregunta del CIS: Ahora vamos a hablar de distintos tipos de regímenes políticos. Me gustaría que Ud.
me dijera con cuál de las siguientes frases está más de acuerdo: (a) la democracia es preferible a
cualquier otra forma de gobierno; (b) en algunas circunstancias, un régimen autoritario, una dictadura,
puede ser preferible a un sistema democrático; (c) a la gente como yo lo mismo nos da un régimen que
otro. Cuestionarios de 1979, 1980 y 1981 de DATA.
Gráfico 1.11. Satisfacción con la democracia
Pregunta del CIS: En su conjunto, ¿está Ud. muy satisfecho/a, bastante, poco o nada satisfecho/a con la
forma en que funciona la democracia en España?
23
Gráfico 1.12. Apoyo estado autonómico (apoyo al Estado autonómico actual o con más o
menos autonomía frente a la preferencia por la recentralización del Estado o la posibilidad
de independencia para las CCAA)
Pregunta del CIS: Le voy a presentar ahora algunas fórmulas alternativas de organización territorial del
Estado en España. Dígame, por favor, con cuál está Ud. más de acuerdo: (a) un Estado con un único
Gobierno Central sin autonomías; (b) un Estado con regiones y nacionalidades autónomas como en la
actualidad; (c) un Estado con regiones y nacionalidades con mayor autonomía que en la actualidad; (d)
un Estado en que se reconociese a las nacionalidades la posibilidad de convertirse en estados
independientes. A partir de estas opciones de respuesta y siguiendo se han agrupado entre los que
apoyan el statu quo con los que quieren más o menos autonomía frente a los que quieren recentralizar el
Estado o apuestan por la autodeterminación. La pregunta cambia a partir de abril de 2009, incluyéndose
una nueva categoría de menos autonomía para las CCAA.
Actitudes políticas: confianza política, interés por la política, ideología, identificación partidista,
sentimientos hacia la política.
Aunque la confianza de las instituciones sufre un importante deterioro con la crisis
económica, hay que señalar que en algunos indicadores como la confianza en el Congreso de los
diputados o la confianza en los partidos políticos el deterioro comienza antes del inicio de la
crisis económica, en torno a mediados de la década pasada.
La confianza en el Congreso ya sufre un descenso en 2006, si bien éste se acentúa a
partir de 2009. Aproximadamente un 30% de los españoles afirma confiar en el Congreso
conforme al dato de 2010 (Gráfico 1.13). La confianza en los partidos sigue una tendencia
similar, si bien el deterioro de la misma en esta última etapa parece comenzar algo antes, en
2008. Además, el porcentaje de los españoles que confían en ellos no pasaba del 15% en 2010
24
(Gráfico 1.14). La confianza en el gobierno disminuye claramente en 2009. No es la primera vez
que se observa un descenso de la misma ya que en 2003 se observó una bajada notable, pero no
comparable a la actual. Tan sólo un cuarto de los españoles decía confiar en el gobierno en 2010
(Gráfico 1.15).
Gráfico 1.13. Confianza en el Congreso de los Diputados.
Pregunta del CIS: ¿Me podría decir Ud. cuánta confianza tiene Ud. en cada uno de los siguientes grupos
o instituciones: mucha, alguna, poca o ninguna?: El Congreso de los Diputados.
Gráfico 1.14. Confianza en los partidos políticos
Enunciado: ¿Me podría decir Ud. cuánta confianza tiene Ud. en cada uno de los siguientes grupos o
instituciones: mucha, alguna, poca o ninguna?: Los partidos políticos.
25
Gráfico 1.15. Confianza gobierno
Pregunta del CIS: ¿Me podría decir Ud. cuánta confianza tiene Ud. en cada uno de los
siguientes grupos o instituciones: mucha, alguna, poca o ninguna?: El Gobierno.
Actitudes políticas: interés por la política, ideología, identificación partidista, sentimientos hacia
la política.
Algo similar a lo que ocurre con la confianza en distintos tipos de actitudes políticas
sucede también en otro tipo de indicadores como los relativos al interés por la política o la
frecuencia de conversaciones políticas que comenzaron a dar síntomas de cambio en las
tendencias con anterioridad al comienzo de la crisis económica.
Por lo que se refiere, en primer lugar al interés por la política, se observa un aumento
gradual pero, en su conjunto, considerable desde principios de los noventa (Gráfico 1.16). El
momento en el que empieza a observarse de forma clara esta tendencia es en 2003. Lo más
destacable es que, coincidiendo con la actual crisis, se percibe un aumento aún mayor a partir de
2008. El resultado de este proceso nos lleva a observar que, según los últimos datos disponibles,
un 30% de los españoles dice interesarse por la política, frente al 20% que daba la misma
respuesta durante los años noventa. En el caso de esta actitud no parece que sea la crisis
económica la que haya incentivado el aumento de esta actitud, si bien otros fenómenos
confluyentes con la dicha crisis pueden haber coadyuvado. Una tendencia similar se observa en
la frecuencia con la que se habla de política, si bien el porcentaje actual de ciudadanos que dicen
hablar de política a menudo o algunas veces hoy en día se acerca al 60% (Gráfico 1.17).
26
También parece ser anterior a la crisis económica presente el aumento de sentimientos
negativos hacia la política como la “desconfianza” y la “irritación” (Gráfico 1.18). Ya en 2006
se observa que son más los ciudadanos que dicen tener estos sentimientos. No obstante, la
tendencia se agudiza con la crisis actual.
Por contraste, es muy interesante observar que esta tendencia no encuentra un
paralelismo en lo que se refiere a la cercanía a algún partido político. Los porcentajes de quienes
dicen sentirse cercanos han aumentado puntualmente en 2008 y 2009 y, de nuevo, en 2011
(Gráfico 1.19).
El seguimiento de las noticias políticas a través de radio y televisión parece haber
disminuido desde 2008, si bien la tendencia no es clara, ya que en 2011 pareció aumentar de
nuevo, coincidiendo con la celebración de elecciones. No obstante, parecen haberse mantenido
estos mismos niveles desde entonces (Gráfico 1.20).
En definitiva, no parece que las actitudes normalmente asociadas al fenómeno de la
desafección política oscilen siempre en paralelo a la crisis económica. No obstante, entre ellas,
las que más lo hacen son las que indican desconfianza política.
Gráfico 1.16. Interés por la política
Pregunta del CIS: En líneas generales, ¿diría Ud. que la política le interesa mucho, bastante, poco o
nada?
27
Gráfico 1.17. Frecuencia de conversaciones políticas en la familia
Pregunta CIS: ¿Y con qué frecuencia diría Ud. que habla o discute de política cuando se reúne con
sus...? Familiares. (a) A menudo; (b) algunas veces; (c) raramente; (d) nunca. Comportamientos
políticos: participación y elección de partido.
Gráfico 1.18. Sentimientos hacia la política
Pregunta CIS: De los siguientes, ¿qué dos sentimientos le inspira a Ud., principalmente, la política? (a)
aburrimiento; (b) entusiasmo; (c) irritación; (d) interés; (e) indiferencia; (f) compromiso; (g)
desconfianza. (Agregado, sobre 200%).
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Gráfico 1.19. Identificación partidista
Pregunta del CIS: ¿Podría indicarme si se siente Ud. cercano/a o próximo/a a algún partido o coalición
política? (a) sí; (b) no.
Gráfico 1.20. Información política a través de los medios (RADIO Y TV)
Pregunta del CIS: A continuación, me gustaría hacerle algunas preguntas sobre los periódicos, la radio y
la televisión. ¿Con qué frecuencia...? Aparte de las noticias, escucha o ve otros programas sobre política
en la radio o la televisión.
29
Indicadores de Participación electoral
Finalmente, si nos fijamos en la tendencia a participar, observamos que la participación
electoral – la propensión a votar – no se ha visto afectada hasta mediados de 2012, momento en
el que sí parece aumentar la proclividad a abstenerse y a votar en blanco (Gráficos 1.21 y 1.22).
Esto coincide con el descenso en la intención de voto al PP. La intención de voto al PSOE, por
su parte, empezó a descender tras las elecciones de 2004 y, de forma más notable, tras las
elecciones de 2008 (Gráfico 1.23). Hoy en día la intención directa de voto a los dos partidos
mayoritarios se encuentra en niveles similares por debajo del 20%. En 2012 se observa también
un movimiento de la media ideológica de los ciudadanos hacia la izquierda que, a diferencia de
ocasiones anteriores, no coincide con la perspectiva inmediata de la celebración de elecciones
generales (Gráfico 1.24).
Gráfico 1.21. Predisposición a la participación electoral.
Pregunta del CIS: Suponiendo que mañana se celebrasen elecciones generales, es decir, al Parlamento
español, ¿a qué partido votaría Ud.? Además de los partidos se pregunta si no votará, en blanco y nulo.
30
Gráfico 1.22. Voto + voto blanco + abstención
Pregunta del CIS: mismo enunciado que el gráfico anterior.
Gráfico 1.23. Intención directa de voto a partidos
Pregunta del CIS: mismo enunciado que el gráfico anterior.
31
Gráfico 1.24. Media de autoubicación ideológica.
Pregunta del CIS: Cuando se habla de política se utilizan normalmente las expresiones izquierda y
derecha. En esta tarjeta hay una serie de casillas que van de izquierda a derecha. ¿En qué casilla se
colocaría Ud.?
Estructura del informe, planteamiento y algunos resultados de los distintos capítulos.
El siguiente capítulo, el capítulo 2 de este informe, examina la evolución de las
principales actitudes políticas hacia la democracia española tras las ya cerca de cuatro décadas
vividas desde la transición. De modo específico, el capítulo examina tres actitudes básicas como
la legitimidad o el apoyo democrático, el descontento político o la satisfacción con la
democracia y la desafección democrática. Utilizando datos e indicadores del Centro de
Investigaciones Sociológicas (CIS) y de la European Social Survey (ESS), el capítulo se plantea
el impacto que la crisis económica comenzada en 2008 ha tenido sobre esas actitudes. En
concreto el capítulo se plantea las siguientes preguntas: ¿en qué medida el desempleo, los
recortes salariales, las políticas antideficitarias o la reducción de las políticas de bienestar están
conduciendo a una crisis de la democracia? A la vista de la extendida insatisfacción con el
funcionamiento de la democracia y de sus instituciones políticas; de los gobiernos y de la
oposición; de los partidos y de los políticos, ¿puede todo ello erosionar de modo significativo
los fundamentos de la legitimidad democrática? En fin, ¿hasta qué punto los crecientes niveles
de descontento con las instituciones democráticas pueden reforzar niveles de desafección con la
política que ya eran considerables?
En sus conclusiones el capítulo 2 ofrece una respuesta amplia y detallada a estas
preguntas. Los resultados del capítulo confirman la necesidad de hacer una distinción
32
conceptual entre las dimensiones del descontento o insatisfacción; el apoyo o la legitimidad, y la
desafección política. Ello tiene su reflejo en el estudio empírico de las actitudes hacia la
democracia en España. A lo largo del capítulo se pone de manifiesto que el descontento, la
legitimidad y la desafección política son dimensiones en gran medida independientes. En
concreto, se subraya que el descontento con el funcionamiento de la democracia es la dimensión
con una mayor variabilidad; mientras que la legitimidad y la desafección se muestran mucho
más estables a lo largo del periodo analizado. Además, cada una de estas dimensiones parece
responder de forma diferenciada a distintos cambios en el contexto económico y político.
Mientras que el descontento resulta especialmente sensible al deterioro de la situación
económica, el apoyo a la democracia aparece más marcado por factores políticos y de gobierno.
Esta sensibilidad a factores políticos parece especialmente señalada entre los votantes más
conservadores. Pareciera como si en alguna medida los votantes conservadores condicionaran su
apoyo a la democracia a la suerte electoral de su partido. Por otro lado, los resultados del
capítulo confirman la expectativa inicial que hemos planteado en el marco teórico de este
informe en el sentido de que la crisis económica parece haber estimulado la aparición de un
perfil de ciudadanos más críticos. Este perfil crítico apoya la democracia frente a cualquier
tentación autoritaria y tiene gran interés en la política; pero desconfía de las instituciones
políticas actuales. Conforme a las conclusiones finales de este primer capítulo sustantivo, la
actual crisis económica, lejos de ser una amenaza seria para la legitimidad democrática, está
generando la aparición de un nuevo perfil de ciudadanos críticos cuya aspiración ―e
indignación― política, señala justo en el sentido opuesto a cualquier tentación autoritaria.
El capítulo 3 retoma la investigación justo donde la deja el capítulo 2, es decir la
bifurcación en los indicadores de desafección, indagando sobre el modo en el que esa doble
tendencia se distribuyen en particular entre los jóvenes y los desempleados.
Tal y como hemos visto ya en las series longitudinales, la crisis ha afectado
particularmente a los jóvenes por el dramático incremento del desempleo juvenil. Una de las
consecuencias más dramáticas de la crisis financiera es el alto desempleo juvenil. Desde que el
paro comenzó a despuntar a mediados de 2008, los más afectados por esta situación han sido los
jóvenes de 15 a 19 años. Esta tendencia viene seguida por las siguientes categorías de edad, los
jóvenes de entre 20 y 24 años y los de 25 a 29 años. En todos los casos, el nivel de desempleo es
claramente superior a la media de la sociedad española. Partiendo de este hecho, el capítulo 3
parte de la premisa de que los jóvenes pueden ser más permeables a las transformaciones
sociales dado que tienen una experiencia vital limitada. Las preguntas en torno a las que se
articula el capítulo son por tanto las siguientes: ¿Están los jóvenes de hoy sintiendo la crisis en
mayor medida que el resto de la sociedad, en lo que se refiere a sus actitudes políticas y a sus
formas de participación? ¿La relación con la política de los desempleados está siendo más
33
afectada por el contexto económico dada la creciente dificultad para encontrar un trabajo? Para
responder estas cuestiones, el capítulo 3 lleva a cabo una exploración longitudinal de las
actitudes y comportamiento de los jóvenes antes y durante la crisis económica con particular
atención a los desempleados.
El capítulo revisa lo que podemos esperar sobre cómo las transformaciones sociales ―y
particularmente la crisis económica― podrían afectar a las actitudes y comportamientos de los
jóvenes al mismo tiempo que se comprueba si algunos de los síntomas de los que hemos
hablado (insatisfacción con la democracia, desconfianza en las instituciones, cambio en el
interés por la política y en la participación en actividades de protesta) son visibles entre las
generaciones más jóvenes en la misma medida que en el resto de la sociedad; o si los jóvenes
están particularmente afectados por la crisis dado que son grupos más sensibles al contexto.
El segundo argumento se refiere a la relación entre actitudes, participación y estado
laboral. Conforme se explica en el capítulo, hay varios mecanismos por los cuales estar
empleado o desempleado puede influir en el comportamiento y las actitudes políticas. Por un
lado, entrar en el mercado laboral es un paso crucial en la adquisición de responsabilidades
adultas, y el lugar de trabajo facilita que los individuos entren en contacto con importantes redes
de movilización política (Lane, 1959: 218; Verba y Nie, 1972; Strate et al., 1989). Además,
algunos determinantes de la participación política como la seguridad económica y los recursos
dependen de las condiciones laborales de los individuos (Lane, 1959: 218; Verba y Nie, 1972)
de modo que el entorno laboral funciona como un agente socializador que promueve la
participación. Pero en el capítulo se constata que no existe un consenso definitivo en la literatura
en el efecto del desempleo en la participación política. Por un lado, el desempleo implicaría
mayores dificultades económicas. La inseguridad económica y tener menos recursos puede ser
visto como un factor que incrementa los costes de implicarse en política (Rosenstone, 1981).
Pero, por otro lado, el desempleo se asocia normalmente con mayor tiempo disponible y como
una motivación para cambiar las cosas.
Por lo que se refiere a los efectos de la crisis por grupos de edad, los resultados del
capítulo no apoyan la idea de que los cambios se producen más fácilmente durante los años en
los que los ciudadanos están formándose. Por contraste, es en el grupo entre los 25 y 35 años en
el que se producen más cambios en las actitudes políticas. Esto podría indicar que el momento
del ciclo vital en el que se encuentran los ciudadanos juega un rol crucial. Los roles adultos
permiten conocer y ser conscientes, de forma que la participación política tenga un significado
propio (Strate, Parrisch, Elder y Ford, 1989; Rosenstone y Hansen, 1993). No obstante, es
posible pensar en otros factores y explicaciones que estén en juego. El impacto de la crisis
podría tener consecuencias diferentes para aquellos que ya han empezado su carrera profesional
y están formando sus familias. Los costes de perder el empleo en estas circunstancias tienen
34
consecuencias más dramáticas para la vida de las personas. Es posible también que los
individuos entre los 25 y los 35, con experiencia previa en el sistema político, tengan más
capacidad de reaccionar a la situación, mientras que los más jóvenes tienen más dificultades
para hacerlo.
Por lo que se refiere a los desempleados, los resultados del capítulo no encuentran
diferencias en las actitudes o comportamientos políticos entre los desempleados que no hayan
sido observadas ya en 2002 o 2007, antes de la crisis; pero con respecto a esta pauta general
existen algunas excepciones relevantes. Los desempleados tienen menos confianza en los
partidos políticos, menos probabilidades de sentirse cercanos a un partido político, menos
probabilidad de votar y firmar peticiones en el grupo más joven (de 18 a 25 años). Por tanto, el
capítulo si encuentra efectos relevantes entre los jóvenes y desempleados y estas actitudes no se
trasladan en mayores niveles de participación política, ya que tienen menos probabilidades de
votar o firmar peticiones. Si la implicación política está creciendo entre los se encuentran en
mejores circunstancias económicas y los más afectados por la crisis se muestran apáticos y
desinteresados, la consecuencia es el incremento de las desigualdades políticas. Este parece ser
el caso para el grupo de los más jóvenes y los desempleados según concluye el capítulo 3.
En suma el capítulo 3 encuentra evidencia de nuevas o crecientes desigualdades
políticas y se cierra con nuevas preguntas para futuras investigaciones ¿por qué la crisis
económica ha afectado de manera más fuerte a los jóvenes (25-35) pero no a los más jóvenes
(18-25)? O, ¿es el desempleo una nueva brecha entre los más jóvenes simplemente por el mayor
número de desempleados que existen en este grupo?
Si el capítulo 3 comprueba que los efectos de la crisis económica en las actitudes
políticas tienen manifestaciones desiguales dependiendo de la ocupación o de la edad, el
capítulo 4 comprueba que dichos efectos puedan ser también desiguales en distintas CCAA.
Para comprobar este extremo, este último capítulo no se centra en los efectos de la crisis en las
actitudes hacia la democracia en un sentido general o en distintas instituciones del sistema
político nacional; sino que analiza su impacto en las actitudes hacia el Estado de las autonomías.
El capítulo muestra que el modelo de organización territorial del Estado está también entre las
instituciones que han experimentado una fuerte erosión de apoyo ciudadano. Sin embargo, las
reflexiones y análisis sobre los efectos de la crisis en las actitudes hacia el Estado autonómico
parecen menos frecuentes en el debate público que los que abordan los efectos en otras
actitudes; a excepción del debate que recibe el proceso soberanista en Cataluña lo que, como
este capítulo demuestra, es sólo una de las manifestaciones del creciente desapego de los
ciudadanos hacia el Estado autonómico.
35
Puesto que el modelo de organización territorial fue constituido de una manera más
abierta en el consenso constitucional el capítulo parte del supuesto de que las actitudes más
sensibles a los vaivenes del proceso político, partíamos del supuesto de que las actitudes hacia
el Estado autonómico pueden variar tanto en función del contexto político como del contexto
económico. El capítulo desarrolla un marco teórico en el que se fijan expectativas sobre el
modo en el que las identidades de grupo (nacional/regional), el recuerdo de voto y las factores
económicos (percepciones y ocupación) han podido tener un efecto en las actitudes de apoyo al
Estado autonómico, en tres momentos en el tiempo: en 2002, con anterioridad de a la crisis
económica; y en 2010 y 2012. La evolución longitudinal en los niveles de apoyo al estado
autonómico ponen de manifiesto que, a diferencia de lo que ocurre con otras actitudes, la crisis
de mediados de los noventa no tuvo efectos negativos en este indicador lo que quizás explique
que sean relativamente escasos los trabajos que han explicado su evolución a partir del contexto
económico. Por ello, buena parte del marco teórico de este capítulo se dedica a exponer
hipótesis sobre el modo en el que la variabilidad del contexto económico en el tiempo y en el
espacio pueda incidir en la variabilidad en los niveles de legitimidad autonómica.
Los resultados del capítulo confirman la heterogeneidad en la evolución de esta actitud
tanto en el tiempo como en el espacio. El capítulo describe, en primer lugar, el modo constatado
que las actitudes hacia el sistema autonómico evolucionaron desde posiciones todavía muy
divididas a comienzos de los ochenta hacia un creciente apoyo al estado autonómico que
alcanzó un punto máximo en 2006; para descender después en un proceso que se aceleró desde
2009. Aplicando el esquema clásico de Hirschman (1970) de lealtad, salida, y voz a esta última
evolución el capítulo constata que las opciones de voz (más o menos autonomía) se
incrementaron en una primera fase hasta 2010/11 y las de salida (Estado centralizado e
independencia) desde entonces hasta la actualidad. Estos resultados ponen de manifiesto que
pese a que la pérdida de legitimidad parecía ya estar manifestándose antes de la crisis
económica, es desde 2010 cuando la caída de la legitimidad se hace más intensa. El capítulo
examina también el apoyo específico (valoración del Estado de las autonomías), que sigue una
tendencia muy parecida a la evolución de la legitimidad; aunque cabe destacar el hecho de que
entre las motivaciones para la evaluación negativa la percepción de que las autonomías
aumentan el gasto público se ha triplicado desde 2010 a 2012.
Los resultados del capítulo 4 ponen también de manifiesto las diferencias territoriales,
constatando la pérdida de apoyo al Estado Autonómico en todas las CCAA con la única
excepción del País Vasco. A este respecto, destaca la disminución del apoyo en Murcia, Madrid,
Castilla y León y Cataluña y la estabilidad en Andalucía. Mientras que en Cataluña la opción de
salida es la independencia, en los otros casos los ciudadanos se decantan por un Estado
centralizado. Los resultados del capítulo ponen también de manifiesto que las opciones de
36
salida se concentran significativamente en las CCAA gobernadas por el PP o por los partidos
nacionalistas mientras que en las CCAA gobernadas por el PSOE, en sentido contrario al
conjunto del país, las posiciones de lealtad se han visto incluso reforzadas.
Siguiendo con el análisis de los factores económicos y políticos el capítulo se centra en
5 casos de estudio: Andalucía, Cataluña, Madrid, Castilla-León, y País Vasco. Los resultados de
los análisis multivariables muestran que la identidad nacional exclusiva tiene un efecto negativo
sobre los niveles de legitimidad autonómica mientras que el de la identidad regional es más
variado por período y CCAA; siendo negativa en Cataluña y País Vasco en 2012 y positiva en
Andalucía en ese mismo año. En cuanto a las variables del contexto político, el capítulo
comprueba un efecto negativo del voto nacionalista en Cataluña en 2010 y una diferenciación
entre PP y PSOE, aunque esta última sólo tiene lugar en Andalucía y Madrid. El capítulo no
encuentra evidencia para confirmar que en 2012, durante la segunda fase de la crisis y
coincidiendo con los recortes del déficit en las autonomías, el efecto de los factores económicos
fuera mayor que en 2010.
Por lo que se refiere a la intensidad en los efectos de los factores económicos, éstos son
en términos generales débiles aunque los resultados confirman su incidencia durante el período
2010-2012, especialmente en Andalucía, Cataluña y Madrid. Los resultados también ponen de
manifiesto un mayor efecto en las CCAA más golpeadas por la crisis, como Andalucía y
Cataluña, aunque son también patentes en Madrid, de modo que son estas tres CCAA las que se
diferencian significativamente de las otras dos CCAA (Castilla-León y País Vasco). Cuando se
analiza el efecto de la percepción diferencial entre la economía regional y nacional, en Madrid y
Cataluña se confirma su efecto negativo en el apoyo al Estado autonómico, un efecto que es
mayor también entre los desempleados catalanes.
Por último, el capítulo 4 pone también de manifiesto que la crisis económica tiene
también efectos indirectos ―en interacción con las identidades y factores políticos― en los
niveles de apoyo al estado autonómico. Adicionalmente, en la comparación entre Madrid y
Cataluña, un resultado especialmente interesante de este capítulo es que subraya la existencia
de mecanismos causales compartidos en la explicación de por qué un número creciente de
catalanes dejan de apoyar el modelo de autonómico a favor de la independencia; y por qué un
número creciente de madrileños dejan también de apoyar el modelo autonómico en favor del
restablecimiento de un Estado centralizado.
37
Capítulo 2. Las actitudes hacia la democracia en tiempos de crisis: legitimidad,
descontento y desafección en España1
El segundo capítulo de este Informe examina de forma introductoria la evolución de las
principales actitudes políticas hacia la nueva democracia española tras las ya cerca de cuatro
décadas vividas desde el cambio político. Más específicamente, hemos seleccionado tres
actitudes básicas como la legitimidad o el apoyo democrático, el descontento político o la
satisfacción con la democracia y la desafección democrática. En el capítulo se contiene también
un análisis empírico inicial del impacto de la crisis económica sobre esas actitudes. Utilizando
datos e indicadores del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y de la European Social
Survey (ESS), nuestra principal pregunta de investigación plantea el impacto que la crisis
económica comenzada en 2008 ha tenido sobre esas actitudes. ¿En qué medida el desempleo,
los recortes salariales, las políticas antideficitarias o la reducción de las políticas de bienestar
están conduciendo a una crisis de la democracia? A la vista de la extendida insatisfacción con el
funcionamiento de la democracia y de sus instituciones políticas, de los gobiernos y de la
oposición, de los partidos y de los políticos, ¿puede todo ello erosionar de modo significativo
los fundamentos de la legitimidad democrática? En fin, ¿hasta qué punto los crecientes niveles
de descontento con las instituciones democráticas pueden reforzar niveles de desafección con la
política que ya eran considerables?
En los últimos cinco años, estas tres preguntas han sido contestadas, y en sentido
afirmativo, por decenas de observadores y comentaristas políticos. Prima facie, su evidencia ha
consistido en la acumulación de fenómenos políticos como la excepcionalmente rápida erosión
de apoyos que han experimentado los sucesivos gobiernos del socialista José Luis Rodríguez
Zapatero hasta las elecciones de 2011 y del conservador Mariano Rajoy tras ellas, las consignas
del movimiento de los indignados del 15M, las frecuentes movilizaciones protagonizadas por
los sectores sociales más diversos o la insólita aparición de los partidos, y de la clase política en
general, en el catálogo de las principales preocupaciones de los españoles. Todas estas señales
vendrían causadas por la crisis económica y estarían a su vez reflejando tanto un descontento
casi unánime con las instituciones políticas como una profunda desafección con la política en
general, y ambos estarían ocasionando una grave erosión de la legitimidad democrática.
1
Debemos advertir de que este capítulo tiene una naturaleza sobre todo introductoria, puesto que sus
autores han podido acceder solo recientemente a los datos de la sexta ola de la European Social Survey
(ESS), que son los que hemos utilizado y que han sido puestos en circulación a finales del pasado mes de
octubre. Y queremos agradecer a Ilke Toygür su colaboración en el tratamiento de los datos y a Rocío
Alarcón su ayuda en el proceso de preparación y edición final de este capítulo.
38
En general, las relaciones entre actitudes políticas y factores económicos han sido
examinadas solo ocasionalmente. Vale la pena recordar que el trabajo pionero de Almond y
Verba (1963) sobre la cultura política de cinco regímenes políticos, aparecido hace ahora
precisamente cincuenta años, no contenía tratamiento alguno de las interacciones entre las
actitudes más relevantes para el sistema político y los ciclos económicos, tanto de signo positivo
(como tasas sustantivas de crecimiento económico, o cifras bajas de inflación, o niveles
elevados de empleo) como sobre todo negativo (como crisis económicas graves con
decrecimiento, inflación o desempleo, o todo ello a la vez). Y los factores económicos seguían
ausentes en la revisión que los mismos Almond y Verba (1980) impulsaron casi veinte años
después. Por la misma época, cuando llegaban a plantearse, las relaciones entre actitudes
políticas y procesos económicos aparecían mediatizadas por diversos mecanismos
institucionales. La crisis económica ocasionada entonces por el incremento de los precios
petrolíferos generó una intensa preocupación por sus efectos en la legitimidad democrática de
los países occidentales. Tras el extraordinario periodo de seguridad, prosperidad y crecimiento
económico reinante desde el final de la Segunda Guerra Mundial, las nuevas políticas giraban
alrededor de la estanflación, el declive económico y los reajustes en el Estado de bienestar. Los
temores de muchos científicos sociales arrancaban de la crisis fiscal del Estado (O’Connor,
1973) como consecuencia de su incapacidad para generar nuevos recursos económicos que
pudieran calmar a unos electorados cada vez más exigentes ante los problemas del Estado de
bienestar (Offe, 1984); continuaban con la preocupación por la ingobernabilidad de las
sociedades democráticas, sometidas a tensiones desconocidas en las décadas anteriores
(Huntington, 1968), y culminaban de modo inevitable en el declive de la legitimidad
democrática por la imposibilidad de los gobiernos de solventar a la vez graves problemas
económicos y demandas contradictorias por parte de los ciudadanos. El resultado cristalizaría en
una crisis de la legitimidad (Habermas, 1985), que a su vez llevaría a la crisis de la democracia
(Crozier, Huntington y Watanuki,1975).
Poco tiempo después, sin embargo, esas proyecciones pesimistas parecieron
desaparecer: según las han denominado Kaase y Newton (1995), las “teorías de la
contradicción, la crisis y la catástrofe” dejaron de aplicarse. La estabilidad de los sistemas
democráticos, la consolidación de las nuevas democracias tras la denominada tercera ola, en
mitad de los años setenta (Huntington, 1991), y la quiebra de los regímenes comunistas de la
Europa Central y del Este durante los años noventa fueron considerados como una prueba
definitiva de la superioridad de la democracia. Pese a ello, tanto las viejas como sobre todo las
nuevas democracias siguieron dando síntomas de un creciente declive de la confianza política
(Lipset y Schneider, 1983). Aunque no cuestionen la legitimidad democrática de sus sistemas
políticos, los ciudadanos son más críticos con el funcionamiento de la democracia, con el
39
rendimiento de las instituciones políticas y con las actividades cotidianas de los actores
políticos. Los gobiernos democráticos encuentran más dificultades para llevar adelante sus
políticas públicas, y muchas instituciones políticas operan con una combinación de intensas
críticas y de una amplia indiferencia. Y la distancia que separa a los ciudadanos de sus
representantes no cesa de ampliarse (Klingemann y Fuchs, 1995). En las llamadas democracias
desafectas (Pharr y Putnam, 2000), la relación de los ciudadanos con la política democrática ha
sufrido una mutación considerable. En situaciones de crecimiento económico, el apoyo a la
democracia está asegurado; pero la desconfianza, el descontento y el distanciamiento, en
cambio, parecen formar parte del nuevo paisaje político (Nye, Zelikow y King, 1997).
Si estos cambios han ocurrido en el marco de economías que funcionaban
razonablemente bien, ¿qué cabe esperar de los devastadores efectos de una crisis económica que
es mucho más grave que la de hace cuarenta años? Y si cabe suponer que su impacto en el
sistema político ha de ser lógicamente mucho mayor en los países que estén padeciendo la crisis
de forma especialmente intensa, como es el caso español, ¿hasta qué punto entonces se han
agravado las percepciones de los españoles sobre los gobiernos, las instituciones, sus
representantes, en definitiva sobre la política democrática?
En este capítulo responderemos a estas preguntas alrededor de los ejes conceptuales y
empíricos representados por tres actitudes políticas fundamentales en las relaciones de los
ciudadanos con sus sistemas políticos: la legitimidad democrática, el descontento político y la
desafección política. El capítulo está dividido en cinco secciones. En la siguiente efectuaremos
una análisis conceptual de esas tres actitudes: aunque forzosamente breve, resulta necesario a la
vista de la imprecisión característica de una literatura que a veces los utiliza con criterios
normativos o morales, a veces los confunde tomándolos como sinónimos y en otras ocasiones se
limita simplemente a desconocerlos. En la segunda sección comenzaremos la parte empírica
realizando un análisis de series temporales de los niveles de legitimidad y de satisfacción con la
democracia. Las casi cuatro décadas transcurridas desde la transición democrática permite
examinar la relación de ambas actitudes con factores económicos y gubernamentales de distinta
naturaleza, como el desempleo, el crecimiento del producto interior bruto (PIB) o el gasto
público; y a ellas se unen otras variables contextuales que a priori cabe presumir tienen efectos
en los niveles de legitimidad democrática o de satisfacción política como la presencia o ausencia
de la corrupción entre los dirigentes partidistas, la actuación de un gobierno socialista o
conservador y la concurrencia o no de un año electoral. La tercera sección utilizará ahora datos
transversales de encuestas realizadas por el CIS en 2002 y por la ESS en 2012 para analizar los
determinantes tanto de la satisfacción política como de la legitimidad democrática. Estas
variables dependientes se convierten también en independientes en cada uno de los modelos
multivariables que hemos realizado. Y otras variables independientes seleccionadas incluyen
40
dos factores económicos relevantes como el desempleo o la evaluación de la situación
económica, a los que se unen los habituales factores sociodemográficos como la edad, la
educación, o la religiosidad, así como la desafección política, la confianza social, la
participación política, la ideología y el voto al partido en el gobierno. La cuarta sección se
centra en la desafección política. Utilizando de nuevo datos de las encuestas del CIS en 2002 y
de la ESS en 2012, las variables dependientes estarán constituidas por distintos tipos de una
tipología construida con dos variables fundamentales como el interés por la política y la
confianza en el Congreso de los Diputados. Y las independientes comprenden la legitimidad, la
satisfacción y las mismas variables económicas, sociodemográficas, políticas e ideológicas de
los anteriores modelos. En fin, el capítulo se cierra con una quinta sección en la que se discuten
algunas de las conclusiones obtenidas en este novedoso ejercicio conceptual y empírico, que en
lo que se nos alcanza es la primera ocasión que se lleva a cabo en la literatura sobre las actitudes
básicas hacia la democracia.
Las actitudes hacia la democracia en España: tres conceptos
Una buena parte de los trabajos que analizan las actitudes hacia la democracia
comparten dos características. La primera es que asumen que dichas actitudes constituyen un
único dominio actitudinal. Y, sin embargo, en su trabajo pionero sobre el tema, David Easton
(1965) señaló que las orientaciones democráticas pueden clasificarse en al menos dos tipos, a
las que denominó como apoyo difuso y apoyo específico. Pero la mayor parte de los estudios
existentes combinan indiscriminadamente ambas categorías: para sus autores, ocupan un
dominio conceptual común. Sus justificaciones aluden a la confusión o vaguedad de la
distinción de Easton (como hace Kaase, 1988: 117), a la imposibilidad de superar los problemas
de medición (como Loewenberg, 1971), a la supuesta condición tautológica de la diferenciación
de Easton (como Craig, 1993) o sencillamente a la incapacidad de los ciudadanos para distinguir
uno u otro tipo de apoyo (como Muller y Jukam, 1977). Los resultados de esta lógica son
negativos: quienes defienden estas posiciones críticas han solido confundir la legitimidad
democrática, equivalente al apoyo difuso de Easton, sobre la que los indicadores muestrales son
muy escasos, con la satisfacción con el funcionamiento de la democracia, correspondiente en
términos generales con el apoyo específico, y que ha solido incluirse regularmente en las
encuestas que aspiran a conocer las orientaciones de los ciudadanos hacia la democracia.
Como consecuencia de la anterior, una segunda característica establece una estrecha, si
no determinística, relación entre la satisfacción con el rendimiento de la economía o de las
instituciones políticas con la legitimidad democrática o el apoyo difuso a la democracia. Así,
41
por ejemplo, M. Stephen Weatherford (1987: 13) ha señalado con rotundidad que, “a largo
plazo, la legitimidad está totalmente determinada por el rendimiento de las políticas públicas”.
Y Adam Przeworski (1991: 95) ha apostillado que, “como todo el mundo concuerda, la
supervivencia eventual de las nuevas democracias [en la Europa Central y del Este] dependerá
en mucha medida de su rendimiento económico. Y dado que muchas de ellas emergieron en
mitad de una crisis económica sin precedentes, los factores económicos trabajarán contra su
supervivencia”. Y otros autores han generalizado señalando que la legitimidad de los sistemas
democráticos occidentales depende cada vez más de su rendimiento (Fuchs y Klingemann,
1995: 440).
Nosotros rechazamos ambas características. En este capítulo comprobaremos que es
posible separar conceptual y empíricamente ambas dimensiones en la línea de la diferenciación
de Easton (1965 y 1975), que la legitimidad tiene una considerable autonomía con respecto a la
evolución de la satisfacción con la democracia y que la crisis económica ha supuesto un
excelente campo de prueba de dicha autonomía. Y también analizaremos una tercera actitud
hacia la democracia, la desafección política, cuyas relaciones con las dos anteriores
examinaremos en dos momentos en el tiempo para comprobar el impacto específico que en ella
ha tenido la crisis económica.
Legitimidad democrática
Concebimos la legitimidad como una actitud positiva de los ciudadanos hacia las
instituciones democráticas, consideradas como la forma de gobierno más apropiada.2
Este
concepto es relativo, ya que ningún sistema político es completamente legítimo para todos los
ciudadanos, y la intensidad del apoyo positivo a sus instituciones cambia según las personas. Por
consiguiente, la legitimidad puede ser entendida como “la creencia de que las instituciones políticas
existentes, a pesar de sus defectos y fallos, son mejores que otras que pudieran haber sido
establecidas" (Linz, 1988: 65; 1978a:16). Esta definición es también relativa en la medida en que se
relaciona con el convencimiento de que el sistema democrático es la menos mala de las formas de
gobierno. Como también ha escrito Juan J. Linz (1978b: 18), "en última instancia, la legitimidad
democrática se basa en la creencia de que para un determinado país y en un momento dado, ningún
otro tipo de régimen podría asegurar un mayor éxito de los objetivos colectivos."3 La tabla 2.1 y el
2
Utilizamos aquí un concepto minimalista de legitimidad, ya que creemos que es la mejor manera de
resolver los habituales problemas de medición y operacionalización del concepto; unos problemas que
además se han agravado a causa de su carácter multidimensional; véanse Morlino y Montero (1995: 232);
Linz (1988: 62), y McDonough, Barnes y López Pina (1986:737).
3
Véanse también Linz y Stepan (1996: 76 y sigs.), Diamond y Lipset (1995), Diamond (1998) y, desde una
perspectiva muy diferente, Rawls (1993: 137). Para un amplio análisis desde la teoría política, véase
Beetham (1991).
42
gráfico 2.1 muestran dos indicadores que reflejan las percepciones fundamentales sobre la
legitimidad de la democracia española.4 La tabla 2.1 presenta el porcentaje de encuestados que se
mostraba de acuerdo con la afirmación de que "la democracia es el mejor sistema para un país
como el nuestro", y el gráfico 2.1 contiene la distribución de opiniones de quienes están a favor de
un sistema democrático en cualquier circunstancia y de aquellos que apoyarían, en ciertas
situaciones, un régimen autoritario. Las conclusiones son inequívocas. En ambos casos, los
españoles respaldan mayoritariamente la democracia: como puede comprobarse en la tabla 2.1,
entre dos terceras y más de tres cuartas partes de los encuestados estaban de acuerdo con la
afirmación que considera que la democracia es superior a cualquier otro sistema político. El grado
de apoyo extraordinariamente alto que recibe la democracia en 1978 indica probablemente un
efecto luna de miel (por el que los españoles dieron un mayoritario voto de confianza a las
instituciones democráticas desde el momento en que se constituyeron [Weil 1989], en buena parte
gracias a la mediación de los partidos y de los dirigentes partidistas [Torcal 2008]). Aunque la
firmeza de estas actitudes sufrió después un cierto debilitamiento, todos los datos existentes
confirman que se ha mantenido un alto grado de legitimidad democrática desde 1982. El gráfico
2.1subraya esta tendencia al aportar también datos del escaso apoyo recibido por las alternativas
antidemocráticas durante todo este período.5Incluso entre los votantes del principal partido
conservador, Alianza Popular (desde 1989 Partido Popular [PP]), que fue fundado por destacadas
personalidades del régimen de Franco, el número de partidarios de la democracia en cualquier
circunstancia sobrepasa con creces al de quienes estarían a favor de una alternativa autoritaria en
ciertas situaciones (Montero, 1993; Montero y Gunther, 1994). Estos datos contradicen la tesis que
propugnaba que la cultura política española no es intrínsecamente democrática, o que contiene
reductos significativos de sentimientos antidemocráticos (como señala, por ejemplo, Wiarda [1989,
x y 2]). Por lo demás, numerosas encuestas, que han utilizado este mismo indicador u otros
similares, ponen de manifiesto que los niveles de apoyo a la democracia en tres de los cuatro países
del sur de Europa eran similares o superiores a los de la Unión Europea (Montero, Gunther y
Torcal, 1998; Klingemann, 1999).
4
Para una discusión sobre la validez de estos indicadores, véanse Dalton (2004) y Magalhaes (2013).
Aunque Fuchs, Guidorossi y Svensson (1995: 348) y Tóka (1995: 359), entre otros, han señalado que el
indicador utilizado en el grafico2.1 se refiere a una idea abstracta de democracia, es evidente que los
entrevistados no conciben la democracia de forma separada de su propia situación, país o experiencia
histórica y, aún menos la consideran como un concepto abstruso, teórico e inaplicable. En realidad, creemos
que éste es un indicador válido de las actitudes de los ciudadanos hacia el sistema político, ya que recalca la
importancia del nivel sistémico y, a la vez, resulta fácilmente comprensible por su imbricación con la
experiencia diaria e histórica del entrevistado y porque le permite elegir entre diferentes respuestas. Véase
también Muller, Jukam y Seligson (1982).
5
43
Tabla 2.1. La democracia como mejor sistema para España, 1978-1994
La democracia es el mejor sistema
para un país como el nuestro
1978
1980
1981
1982
1983
1988
1993
1994
%
77
69
81
74
73
87
79
82
N
5,898
3,132
1,703
5,463
5,481
4,548
1,448
2,491
Fuentes: Centro de documentación de DATA, para 1978-1993, y Banco de Datos del Centro de Investigaciones
Sociológicas (CIS), para 1994.
Gráfico 2.1. Evolución de la legitimidad democrática en España
44
Descontento político
En contraste con la continuidad existente en los indicadores de la legitimidad de la
democracia española, las evaluaciones del rendimiento de su sistema político han oscilado de forma
considerable a lo largo del tiempo. La idea más extendida sobre las relaciones entre ambos
indicadores mantiene que las fluctuaciones en el grado de satisfacción del ciudadano con la
democracia y/o con el gobierno son significativas y pueden amenazar la estabilidad del mismo
sistema democrático, dado que están directamente relacionadas con el funcionamiento del nuevo
régimen. Aquí defendemos, por el contrario, que los regímenes democráticos pueden mantener su
estabilidad incluso cuando se enfrentan a niveles elevados de insatisfacción con el sistema. Dicho
de otro modo, su pervivencia descansa más en las actitudes hacia la legitimidad que en la
satisfacción o en la percepción que se tenga de su eficacia.
Pero antes de analizar este punto con mayor detenimiento, quizás sea necesario plantear la
medida por la que realmente cabe separar los conceptos de legitimidad y de eficacia. Algunos
autores han dudado de la capacidad de los ciudadanos para distinguir entre ambas dimensiones
(Muller y Jukam, 1977; Kinder y Sears, 1985: 725), y según afirman, en los análisis muestrales las
respuestas obtenidas a las preguntas sobre la "legitimidad" de un sistema pueden estar muy
influidas por la valoración que les merecen a los encuestados las autoridades políticas, por su
evaluación de la actuación de las instituciones políticas o por el desfase existente entre la realidad e
importantes valores abstractos. Otros autores, cuyos análisis se basan principalmente en datos de
encuesta que sólo contienen medidas de insatisfacción con la democracia o con el funcionamiento
de sus instituciones, defienden que aquéllas son indicadores apropiados y suficientes para medir el
apoyo al sistema "con un grado de generalización relativamente bajo" (Fuchs, Guidorossi y
Svensson, 1995: 330); o señalan que esos factores equivalen a medidas de la legitimidad (Fuchs y
Klingemann, 1995: 425; Tóka, 1995: 359); o aceptan que el apoyo político se defina simplemente
como satisfacción con la democracia (Anderson y Guillory, 1997: 70), o deciden equiparar la
legitimidad con una concepción amplia de confianza que incluye un continuo desde la esfera
privada a la pública (McDonough, Barnes y López Pina, 1994: 370). Por nuestra parte, y como ya
hemos adelantado, mantenemos en primer lugar que la legitimidad y la eficacia son distintas no
sólo desde un punto de vista conceptual sino también empírico. Esta distinción ha sido analizada
desde diversas perspectivas y con diferentes consecuencias teóricas y, si se dispone de los
indicadores apropiados, puede demostrarse empíricamente.6 En términos generales, la eficacia del
6
Además de las obras clásicas de Easton (1965 y 1975), véanse, por ejemplo, los puntos de vista
contrapuestos de Dahrendorf (1980) y Offe (1984). Lipset (1981), Linz (1978a y 1978b), Morlino (1985) y
Di Palma (1990), entre otros, han realizado interesantes análisis de los conceptos de eficacia, eficiencia y
rendimiento del régimen. La distinción entre actitudes que confieren legitimidad a un régimen y valoración
de la eficacia del rendimiento del gobierno ha sido también analizada en diversos estudios recientes de
varios países europeos. Véanse, por ejemplo, Morlino y Montero (1995), Weil (1989), Kuechler (1991),
Finkel, Muller y Seligson (1989) y Fuchs (1992).
45
sistema y la satisfacción política pueden concebirse como componentes de un síndrome más amplio
de descontento político, definido como la expresión de una cierta frustración que surge de comparar
lo que uno tiene y lo que debería tener (Gamson, 1968; López Pintor, 1997).7 La eficacia del
sistema comprende una serie de percepciones relacionadas con la eficiencia del mismo a la hora de
resolver problemas básicos (Dahl, 1971: 144); en otras palabras, con su capacidad para solucionar
problemas que los ciudadanos consideran de especial importancia (Morlino y Montero, 1995: 234).
Y la insatisfacción o descontento político (que se utiliza con más frecuencia que su antónimo)
expresa el desagrado que produce un objeto social o político significativo, y puede estimarse en
consecuencia como un rechazo general de algo que no responde suficientemente a los deseos de los
ciudadanos (Di Palma, 1970: 30). Por lo tanto, la insatisfacción política surge de la evaluación que
hacen los ciudadanos del rendimiento del régimen o de las autoridades, así como de los resultados
políticos que generan (Farah, Barnes y Heunks, 1979).
En segundo lugar, defendemos también que a los ciudadanos de los países que han
experimentado recientemente transiciones desde regímenes autoritarios (como los del sur de
Europa) les resulta sumamente fácil distinguir entre legitimidad y eficacia. La experiencia personal
directa del autoritarismo y en todo caso la socialización política hacen posible que los entrevistados
distingan entre gobierno autoritario y democrático, y que puedan separar sus evaluaciones sobre el
rendimiento del sistema (satisfacción) de su apoyo al actual régimen democrático (legitimidad).
Como consecuencia de sus memorias individuales o colectivas, los europeos del sur están mejor
pertrechados cultural y actitudinalmente para distinguir entre la legitimidad de un régimen y las
percepciones de su eficacia. Sin duda, la capacidad de los griegos, portugueses y españoles para
hacer estas distinciones es diferente en cada generación y disminuirá a medida que el paso del
tiempo vaya haciendo menos relevante la experiencia del autoritarismo para la memoria colectiva
del país. Pero desde finales de los setenta dicha memoria ha sido por lo general significativa para
muchos ciudadanos, bien que fuera menor en Italia que en los otros tres países. Por el contrario, en
los países con democracias muy arraigadas es mucho más difícil para los encuestados valorar sus
sistemas políticos comparándolos con una hipotética (y apenas imaginable) opción no democrática:
en estas circunstancias las preguntas acerca de regímenes políticos alternativos podrían resultar
abstractas e irreales (Morlino y Montero, 1995; McDonough, Barnes y López Pina, 1986 y 1994, y
Weil, 1989). En consecuencia, en estas democracias las medidas de legitimidad podrían
7
Farah, Barnes y Heunks (1979: 429 y ss.) añaden a estos dos indicadores los relativos a la eficacia política
interna y externa, que para nosotros constituyen -y así esperamos demostrarlo más adelante- dimensiones del
concepto de desafección política. Véase también Miller (1979: 964 y ss.).
46
confundirse más fácilmente con las evaluaciones de la eficacia del sistema o del rendimiento
político.8
Algunas características del pasado reciente facilitan el análisis de estas dos dimensiones y
determinan el impacto en ellos de variaciones en las condiciones económicas, sociales y políticas.
Para empezar, la situación económica ha sufrido cambios considerables durante el período aquí
estudiado. En contraste con los altos índices de crecimiento económico y de aumento del nivel de
vida individual producidos en los últimos quince años del régimen autoritario franquista, los
procesos de transición y consolidación democrática tuvieron lugar en medio de crisis económicas
sucesivas, agravadas por las sucesivas crisis del petróleo de los años setenta. Como en el resto de
los países industrializados, la economía española tocó fondo en 1981-1982, cuando el desempleo
llegó al 20 por ciento de la población activa. Por el contrario, durante la segunda mitad de los
ochenta los indicadores económicos mejoraron sustancialmente, y, aunque el índice de paro siguió
siendo el más alto de Europa occidental, los niveles generales de riqueza aumentaron de forma
llamativa. La súbita y grave recesión que comenzó a principios de los años noventa, cuando el paro
sobrepasó el 23 por ciento, constituyó un segundo desafío económico. En 1993 el clima de crisis
económica llegó a su punto álgido, pero a los pocos años comenzó a observarse una creciente
recuperación. Una recuperación que terminó con cierta brusquedad a partir de 2008 con la llegada a
Europa de la Gran Recesión, procedente de Estados Unidos, y en forma de contracción del crédito
y de problemas a veces insuperables para muchas instituciones financieras privadas que terminaron
repercutiendo fuertemente en endeudamiento público de los países del sur de Europa. En todo caso,
la caída del empleo a un ritmo vertiginoso, hasta alcanzar el 27 por ciento en 2013, unido a la caída
en picado del crecimiento económico y la implementación de políticas de austeridad severísimas,
reforzaron el clima de crisis económica generalizada, y de la que ningún grupo parecía escapar en
los países afectados.
Las percepciones sobre el rendimiento de los gobiernos españoles en asuntos no
económicos también fluctuaron considerablemente durante el período. Gran parte del éxito de la
transición a la democracia se achacó a los gobiernos de Unión de Centro Democrático (UCD), lo
que permitió a su presidente, Adolfo Suárez, capitalizar en las elecciones anticipadas de marzo de
1979 la ola de satisfacción que siguió a la aprobación de la nueva Constitución, en diciembre de
1978. Poco después, sin embargo, el apoyo popular a la gestión de UCD se vino abajo. Se estimaba
que sus débiles y divididos gobiernos eran incapaces de hacer frente a los retos planteados por la
crisis económica, el aumento de la violencia terrorista y una política autonómica errática (Gunther,
1986). También se temía que la ineficacia de los gobiernos centristas estuviera socavando
8
Naturalmente, esta capacidad para distinguir entre diferentes regímenes y, por tanto, para juzgarlos, existe
también en Europa oriental; véanse Linz y Stepan (1996: 437 y ss.), Rose y Haerpfer (1992: 44 y ss.),
Mishler y Rose (1996), Rose y Mishler (1996) y Rose (1997). Para el distinto caso de Corea del Sur o
Taiwan, pueden verse Shin y Shyu (1997) y, más generalmente, Diamond (1998).
47
gravemente la legitimidad inicialmente otorgada al sistema democrático. Este diagnóstico se
resumió en el término del desencanto, que reflejaba la desilusión a la que se había llegado tras las
grandes expectativas surgidas al comienzo de la transición desde el autoritarismo; un fenómeno que
por lo demás parece darse en todas las transiciones democráticas (O'Donnell y Schmitter, 1986: 56;
Huntington, 1991: 230). En general, se afirmaba que el desencanto amenazaba la consolidación del
nuevo régimen. Sin embargo, estos temores se desvanecieron después de las elecciones generales
de 1982, que posibilitaron por vez primera una mayoría parlamentaria absoluta, llevaron al poder al
Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y facilitaron una cierta recuperación económica. A
finales de los años ochenta, el índice de crecimiento económico de España era el segundo de
Europa, la inflación había descendido de forma significativa y un Gobierno socialista muy estable
había alcanzado notables éxitos tanto en política exterior como interior. El segundo período de
descontento comenzó a principios de los noventa y se reflejó en percepciones muy negativas de la
crisis económica y en opiniones cada vez más críticas sobre los escándalos políticos relacionados
con la financiación de los partidos, la corrupción de algunos altos cargos de la administración
socialista y el descubrimiento de los delitos cometidos en la lucha contra el terrorismo de ETA. La
recuperación económica de mediados de los noventa y la victoria electoral del Partido Popular en
1996 estuvieron acompañadas por una notable mejora en las evaluaciones del rendimiento político.
Y el tercer periodo de descontento provino de la decisión de José Luis Rodríguez Zapatero como
presidente de un Gobierno socialista para producir un giro radical en sus políticas y atender así los
requerimientos tanto de los anónimos mercados como de la Comisión Económica y Financiera de
la Unión Europea que supusieron un notable debilitamiento del Estado de bienestar. Siendo como
era este descontento de por sí elevado, aumentó todavía más tras las elecciones legislativas de 2011,
al descubrirse una especie de agenda oculta del Partido Popular (PP), que había obtenido una
cómoda mayoría absoluta y que, en contra de sus promesas electorales, comenzó a aplicar políticas
radicales de austeridad y contrarias al Estado de bienestar.
Los datos empíricos disponibles reflejan esta evolución. Como puede verse en el gráfico
2.2a y 2.2b, existe una elevada covariación entre el grado de satisfacción con la situación
económica y la valoración de las condiciones políticas. Ambos factores corren parejos a las
cambiantes circunstancias antes apuntadas.9Según cabía esperar, la insatisfacción con la situación
económica ha sido más acusada precisamente en los peores momentos de las tres recesiones. Pero
resulta un tanto sorprendente comprobar que las valoraciones de la situación política siguen de
cerca la misma pauta. Además, otras dos evaluaciones diferentes de eficacia del sistema (la
creencia de que la "democracia permite la solución de los problemas de los españoles" y, de modo
9
Las preguntas tenían la siguiente formulación: "En términos generales, ¿diría usted que la situación
política [económica] en España es muy buena, bastante buena, ni buena ni mala, bastante mala o muy
mala?". En el gráfico 1a las valoraciones positivas incluyen "muy buena" y "bastante buena".
48
general, la "satisfacción con el funcionamiento de la democracia en España") evolucionaron de
forma paralela a las valoraciones de la situación económica y política (gráfico 2.2b).10
Gráfico 2.2a Satisfacción con la democracia y valoración negativa de la economía
100
90
80
70
60
50
40
30
20
10
0
Poco o nada satisfecho con la democracia
Valoración economía mala o muy mala
Gráfico 2.2b Descontento y valoración negativa de la situación política
80
70
60
50
40
30
20
10
0
Poco o nada satisfecho con la democracia
Situación política mala o muy mala
Estos datos temporales ponen de manifiesto la covariación existente entre las cuatro
variables de satisfacción/eficacia del sistema. Independientemente de cómo esté redactada la
10.
El gráfico 2.2b utiliza las preguntas habituales del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y del
Eurobarómetro referidas a la satisfacción: "En conjunto, ¿está usted muy satisfecho, bastante satisfecho, no
muy satisfecho o nada satisfecho con el funcionamiento de la democracia en España?" Hay que señalar que
el grado general de satisfacción con la democracia en España es comparable a la media europea, y
considerablemente más alto que en Italia; sus tendencias han sido también similares. Pueden verse Kuechler
(1991), Fuchs, Guidorossi y Svensson (1995), Morlino y Tarchi (1996) y Anderson y Guillory (1997).
49
pregunta, estos indicadores parecen estar refiriéndose a la misma dimensión. Pero mientras que los
encuestados tienen aparentemente dificultades para distinguir, de una parte, entre su evaluación del
gobierno, las condiciones económicas y la eficacia del sistema político en la resolución de
problemas básicos, parecen diferenciar nítidamente estas valoraciones, de sus opiniones sobre la
legitimidad del régimen democrático. Como hemos visto anteriormente, los niveles de apoyos
actitudinales tanto a la democracia como a su alternativa autoritaria han recogido variaciones solo
modestas, y no se han visto afectados por las crisis económicas de principios de los ochenta y de los
noventa, por el generalizado descontento con los gobiernos de UCD antes de su desastre electoral
de 1982, o por los escándalos que rodearon al Gobierno socialista en los años que precedieron a su
derrota electoral de 1996. Más adelante examinaremos en qué medida aquellas actitudes básicas
hacia el sistema político se han modificado como consecuencia de la crisis económica sufrida a
partir de 2008.
Estas pautas subrayan tres puntos básicos. El primero es que las actitudes relacionadas con
la satisfacción/eficacia del sistema tienen un componente significativo de "partidismo" y están muy
centradas en las actividades del gobierno.11El segundo es que la insatisfacción con las políticas
públicas, que, como ya sabemos, es la otra dimensión básica de la insatisfacción política (Farah,
Barnes y Heunks, 1979), se halla en gran medida determinada por el estado de la economía; pero
no siempre ocurre así.12El caso español demuestra que la economía política de las actitudes
relativas a la satisfacción con el rendimiento democrático sólo tiene consecuencias limitadas
(Clarke, Dutt y Kornberg, 1993; Linz y Stepan, 1996: 76-81). Finalmente, la legitimidad
fundamental de la democracia, tanto desde un punto de vista teórico como empírico, es
relativamente autónoma del descontento político, es decir, de las percepciones sobre la ineficacia
del sistema y la insatisfacción con la democracia. En consecuencia, un nivel relativamente alto de
legitimidad puede aislar al régimen del impacto negativo que de otra forma las crisis económicas o
políticas podrían tener en su estabilidad (Finkel, Muller y Seligson, 1989; Morlino y Montero,
1995).
Estas conclusiones tienen cierta importancia para los análisis que sugieren que las
dificultades políticas y económicas pueden tener una influencia negativa inmediata e inevitable en
el apoyo al régimen sobre todo en las nuevas democracias. Frente a las concepciones deterministas
de la relación entre apoyo a la democracia, eficacia del sistema y satisfacción con el mismo,
creemos que esa relación es bastante más compleja. De acuerdo con Linz y Stepan (1996: 229),
11
Para datos comparativos acerca de la relación entre insatisfacción y voto contra el partido del gobierno,
véanse Schmitt (1983), Fuchs, Guidorossi y Svensson (1995: 344-347), y Anderson y Guillory (1977), que
también analizan el impacto que tienen algunas instituciones políticas básicas sobre la satisfacción.
12
Véanse Kuechler (1991), Finkel et al. (1989), Weil (1989), y Linz y Stepan (1996: 81). Estos estudios
subrayan que el apoyo a la democracia en España aumentó a pesar de los graves problemas derivados del
rendimiento político de los gobiernos a principios de los años ochenta.
50
Maravall (1995: 276) y Diamond (1998: 42ss.), rechazamos que los indicadores de legitimidad
vayan siempre necesaria y estrechamente unidos y estén relacionados causalmente con la
satisfacción respecto al estado de la economía. Esas conclusiones tienen también implicaciones
relevantes para los estudios que señalan (por ejemplo, Fuchs y Klingemann, 1995: 440) que la
legitimidad de las democracias occidentales depende cada vez más de sus rendimientos
económicos. En el caso de España, las críticas a la ineficacia del sistema o la insatisfacción con el
funcionamiento de la democracia reflejan claramente un desacuerdo partidista y/o ideológico con
las medidas del gobierno (Montero y Gunther, 1994); pero la legitimidad democrática no se ha
visto inevitablemente socavada por el descontento económico, el pesimismo político, los
escándalos políticos y otros aspectos impopulares de las actividades gubernamentales. Es posible
que estos factores hayan alimentado procesos de desalineamientos partidistas y derrotas de los
partidos en el gobierno, pero ni ellos mismos per se ni en el peor de los casos la degeneración de la
política partidista han aumentado de forma significativa el respaldo a las alternativas
antidemocráticas (véase también Maravall y Santamaría, 1989). Luego comprobaremos en qué
medida la crisis económica reciente ha hecho mella en la legitimidad democrática.
Desafección política
Hasta ahora hemos señalado que la insatisfacción política o económica y las percepciones
de la ineficacia del sistema forman conceptualmente parte del campo del descontento político, y
que éste es a su vez diferente del de la legitimidad democrática. A continuación nos ocuparemos de
otra dimensión actitudinal, relacionada con orientaciones o actitudes políticas negativas que
parecen estar muy enraizadas en algunos países. Según la distinción hecha por Giuseppe di Palma
(1970: 30), estas actitudes pueden integrar un fenómeno de desafección, es decir, un cierto
alejamiento o desapego de los ciudadanos con respecto a su sistema político. La desafección
política es un concepto tan crecientemente utilizado como diversamente definido. Si se considera
como una especie de síndrome, sería posible situar a sus síntomas en un continuo que fuera desde
un polo positivo de ciudadanos completamente integrados y con fuertes sentimientos de cercanía a
su sistema político, que pasara a través de puntos intermedios caracterizados por un cierto desapego
respecto a elementos significativos del régimen, y que alcanzara un polo negativo definido por una
hostilidad completa hacia el sistema político y un consecuente alejamiento del mismo. Entre los
síntomas más importantes de esta gradación se encontrarían el desinterés, la ineficacia, la
disconformidad, el cinismo, la desconfianza, el distanciamiento, la separación, el alejamiento, la
impotencia, la frustración, el rechazo, la hostilidad y la alienación. Se trata, por lo tanto, de una
familia de conceptos diversos que capta unas orientaciones básicas hacia el sistema político cuyo
denominador común radica en "la tendencia a la aversión de su componente afectivo" (Citrin, 1972:
92; Di Palma, 1970, y Abramson, 1983). El término asociado por lo general con desafección es
51
alienación, bien que sean conceptos diferentes: mientras que el último se refiere a un sentimiento
persistente de extrañamiento respecto a las instituciones, valores y líderes políticos existentes, y que
tiene como consecuencia que los ciudadanos se consideren a sí mismos forasteros o intrusos, el
primero alude a un conjunto de sentimientos mucho más difuso, y por el que los asuntos políticos
son vistos como algo lejano, faltos de importancia o carentes de sentido (Citrin et al., 1975: 2-3).
Hemos definido la desafección política como “el sentimiento de impotencia, cinismo y
falta de confianza en el proceso político, en los políticos o/y en las instituciones democráticas”
(Torcal y Montero, 2006: 6). Otro rasgo constitutivo del fenómeno de la desafección es que resulta
posible diferenciarla de la insatisfacción política y la legitimidad democrática. Si la insatisfacción
es la consecuencia de la divergencia entre los valores generalmente positivos hacia el sistema
político, la desafección política abarcaría tanto visiones desconfiadas y recelosas de las relaciones
humanas, adquiridas en un estadio temprano del proceso de socialización, como percepciones
contradictorias de la esfera política.13Por lo tanto, la desafección política, al contrario que la
insatisfacción, puede conocer una cierta estabilidad y tener consecuencias más duraderas para la
política democrática. Y también es diferente conceptual y empíricamente de la legitimidad:
aunquea priori comparten la estabilidad como rasgos característicos, se aplican a orientaciones y
actitudes política obviamente diferentes.
A la vista de nuestra definición, hemos operacionalizado la desafección mediante la
selección de solo dos indicadores: el interés por la política y la confianza en el Parlamento. El
interés político, también caracterizado como la implicación psicológica de los ciudadanos en la
política, indica en qué medida los ciudadanos expresan un cierto interés o muestran alguna
preocupación por la política y por los asuntos públicos. Los indicadores habituales de esta
dimensión son el interés político subjetivo (definido por el grado de curiosidad que la política
despierta en el ciudadano) (Van Deth 1989: 281 y ss.) y la frecuencia con la que se discute de
política (simbolizada por la expresión de interés en términos de un comportamiento que cristaliza
en participación política informal) (Almond y Verba, 1963: 78 y ss.; Van Deth, 1991, y Topf,
1995). Ambos indicadores conforman un cuadro elemental de actitudes afectivas, percepciones de
proximidad y sentimientos positivos dirigidos hacia la política. Y en ambos casos los datos
españoles indican la existencia de una clara desafección que, además, se ha mantenido
relativamente estable a lo largo del tiempo. En general, los españoles se diferencian poco de los
ciudadanos de otros países occidentales en lo que se refiere al papel secundario que la política
13
Véase Citrin et al. (1975: 4-5). Morlino y Tarchi (1996: 47) también han distinguido dos formas de
insatisfacción; mientras que la que ellos denominan insatisfacción pragmática se parece a nuestro
concepto de descontento político, su insatisfacción ideológica, que llaman desafección, es diferente, ya
que consideran que tiene consecuencias intrínsecamente peligrosas para la estabilidad del régimen a causa
de su relación con valores culturales alternativos.
52
representa en sus vidas (Van Deth, 1989). Pero muestran, sin embargo, una mucha más acusada
falta de interés en la política y una consiguiente menor frecuencia en las discusiones políticas.
Como puede verse en los gráficos 2.3 y 2.4, los niveles de interés político y de las discusiones
políticas han sido extremadamente bajos en España, a pesar de los enormes cambios políticos e
institucionales que han tenido lugar en las dos últimas décadas.14El único aumento relativo tuvo
lugar en los momentos iniciales de la transición, pero desde principios de los años ochenta
alrededor del 40 por ciento de los españoles declara que no tiene interés alguno en la política, y
entre un 70 y un 80 por ciento afirma que su interés es escaso o nulo. Y tan notable como este
desinterés generalizado resulta su firme continuidad, que contrasta además con la politización en
forma de incremento del interés político observado en buena parte de las democracias europeas
(Dalton, 1998: 22). Su principal excepción parece haber ocurrido recientemente, a partir de 2011,
en el que se apunta un cierto crecimiento.
Gráfico 2.3 Evolución del interés por la política en España
14
Al igual que en la mayoría de los estudios que utilizan estos indicadores (por ejemplo, Gabriel y Van Deth
[1995]), aquí el interés por la política incluye a quienes están "muy" o "bastante" interesados en política,
mientras que la frecuencia de las discusiones sólo incluye a quienes hablan de política "muy a menudo".
53
Gráfico 2.4. Evolución de la discusión política en España
El segundo indicador de desafección es el de la confianza en el Parlamento. En su sentido
más amplio, la confianza se deriva de la evaluación de los ciudadanos de las principales
instituciones del sistema político. Parafraseando a Margaret Levi y a Laura Stoker (2000: 484-485),
la confianza supone una evaluación positiva de los atributos más relevantes que hacen a cada
institución fiable, como la credibilidad, la equidad, la competencia, la transparencia en sus
decisiones y la apertura a puntos de vista distintos. Ello implica la creencia de que esa institución
no actuará de forma arbitraria o discriminatoria contra los ciudadanos, sino de que los tratará de
forma igual, equitativa y justa. De entre las distintas instituciones políticas, hemos seleccionado al
Parlamento, dado su papel central en sus mecanismos de representación política, en sus tareas de
apoyo a los gobiernos y en sus debates y decisiones legislativas.
54
Gráfico 2.5a. Confianza en el parlamento (0-10)
Gráfico 2.5b. Confianza en el parlamento
Con ambos indicadores, el interés y la confianza, el análisis empírico que hemos realizado
de la desafección se ha basado en una tipología elemental en función de las distintas posibilidades
de combinación de esos indicadores entre los españoles. Hemos distinguido así cuatro tipos, que
iremos introduciendo como variables independientes para conocer su contribución los niveles de
satisfacción y legitimidad democrática, de un lado, y luego, en la sección cuarta, como variables
dependientes. Esos tipos son los que hemos denominado cives, o ciudadanos que conjugan interés
55
por la política y confianza en el Parlamento. Los críticos, en cambio, manifiestan interés por la
política, pero desconfían en cambio del Parlamento. Y si los deferentes, un tercer tipo, carecen de
interés y muestran su confianza en el Parlamento, los desafectos, nuestro tipo central, son aquellos
que no tienen ni interés por la política ni confianza en la principal institución del sistema español.
Además, hemos comparado los años 2002, en pleno crecimiento económico, y 2012, en plena
crisis. ¿En qué medida han crecido los niveles de desafección como consecuencia precisamente de
la crisis económica? En un trabajo anterior de alguno de los autores (Montero, Gunther y Torcal,
1998), la desafección mostraba una cierta estabilidad, lo que la diferencia, como ya hemos
señalado, de las oscilaciones características de descontento político. Esa estabilidad resultaba
contraintuitiva con respecto al desarrollo experimentado por todas las dimensiones de la vida
española desde los años ochenta; por ejemplo, la de los medios de comunicación desde finales de
los años setenta o la del incremento de los niveles de educación desde los ochenta. Ni siquiera se
vio afectada por el desencanto de 1980-1981, ni por los mucho más positivos climas de opinión
reinantes durante la transición a la democracia o la bonanza económica de finales de los ochenta.
Tampoco acusó las consecuencias de la alternancia de los partidos en el gobierno central, ni la
extraordinaria descentralización del poder que supuso la creación del Estado de las autonomías. En
suma, los niveles de desafección, de forma todavía más intensa que el apoyo a la democracia per se
(que aumentó durante la transición y se estabilizó con la consolidación democrática, alrededor de
1982), han parecido disfrutar de una llamativa continuidad desde la transición a la democracia. Con
la irrupción de la crisis económica desde 2008, ¿en qué medida sigue siendo así? En la cuarta
sección de este capítulo examinaremos su evolución reciente.
De esta forma, es claro en primer lugar, el apoyo que el nuevo régimen democrático ha
recibido desde los años ochenta, cuando resultaba tan amplio como el de otros países de Europa
occidental. Además, ese apoyo ha disfrutado de una llamativa estabilidad durante las dos décadas
posteriores a pesar de las difíciles y a veces turbulentas circunstancias que rodearon a la transición
política (con altos niveles de violencia política, un fallido golpe de Estado y crisis económicas
sucesivas que incrementaron el índice de desempleo al 20 por ciento de la población activa). Queda
por ver en qué medida la crisis política actual ha modificado esta situación, como veremos en la
próxima sección. En segundo lugar, parece también asentada, al menos hasta la llegada de esta
crisis, la distinción entre legitimidad democrática, por un lado, y satisfacción con el funcionamiento
de la democracia, por otro. Al contrario que en la mayoría de los países europeos, en los que
muchos investigadores carecen de datos adecuados para diferenciar esas dos dimensiones (véase
por ejemplo Kaase y Newton, 1995: 168), las encuestas españolas hacen posible el análisis de sus
relaciones y de su evolución. Y lo hacen además con la cualificación añadida de unas condiciones a
veces muy difíciles, en las que se combinaban la incertidumbre de un proceso de transición, la
difícil situación económica a principios de los años noventa (tanto en España como en la mayoría
56
de las democracias occidentales) y casos llamativos de corrupción y escándalos políticos. Aunque
ambas corrientes de insatisfacción tuvieron consecuencias políticas importantes (entre las que
destacaron el declive de los apoyos electorales de los partidos en el gobierno y la restructuración
del sistema de partidos), no han producido un descenso significativo ni persistente del apoyo a la
democracia, ni tampoco incremento electoral alguno a los partidos antisistema. En las páginas que
siguen comprobaremos en qué medida esto sigue siendo así.
En tercer lugar, la desafección política, medida a través de la implicación psicológica en
política y de la confianza en el Parlamento, parece resultar también una dimensión actitudinal
independiente. La elevada desafección de los españoles parece haberse mantenido estable durante
los últimos veinte años pese a los extraordinarios cambios ocurridos en los ámbitos sociales,
educativos, económicos y sobre todo políticos. Ello subraya sus diferencias con las otras dos
actitudes. Y apunta también a una peculiar combinación de altos grados de legitimidad, que han
permanecido estables e inmunes a las fluctuaciones de las percepciones negativas de los
ciudadanos sobre el funcionamiento de la democracia, y de niveles igualmente altos de
desafección política, también caracterizados por su estabilidad pese a las modificaciones de todo
tipo habidas en los entornos políticos, sociales y económicos. Pero la intensidad de la crisis
económica, de la que es muestra significativa el aumento de los críticos, parece estar también
señalando a cambios notables. Las siguientes secciones permitirán comprobar la intensidad y
extensión de estos cambios.
Análisis de series temporales, 1983-2012
A lo largo de esta sección y de las siguientes trataremos de responder con evidencia empírica a
las preguntas de investigación planteadas al inicio. ¿En qué medida la crisis económica está
conduciendo a una crisis de la democracia en España? ¿Puede la insatisfacción con el
funcionamiento de la democracia erosionar los fundamentos de la legitimidad democrática?
¿Hasta qué punto los crecientes niveles de descontento con los mecanismos democráticos
pueden producir una desafección con la política de consecuencias todavía imprevisibles?
Para responder a estas preguntas, este artículo se estructura en torno dos estrategias de
investigación. La primera plantea un conjunto de análisis longitudinales ―a lo largo del
tiempo― de la evolución de la satisfacción con el funcionamiento de la democracia en España,
así como de los fundamentos de su legitimidad entre los ciudadanos. Para ello, se ha escogido el
periodo comprendido entre 1983 y 2012.
La elección de este periodo se justifica en la
necesidad de contar con un espacio temporal lo suficientemente amplio como para contener
diversos momentos tanto de crisis como de prosperidad, con gobiernos de distintos partidos
57
políticos15. La segunda estrategia de investigación establece un análisis trasversal repetido en
dos momentos en el tiempo (2002 y 2012). Este diseño transversal está orientado a identificar
los perfiles ciudadanos asociados a la insatisfacción, la falta de legitimidad de la democracia y
la desafección política. La repetición de este diseño en dos momentos que difieren en el
contexto económico, pero mantienen constante un gobierno del partido popular, permiten
comparar el los distintos perfiles de apoyo a la democracia en dos situaciones económicas muy
diferentes.
En esta sección queremos establecer si las evoluciones de la satisfacción y la
legitimidad democrática en España (nuestras dos primeras variables) están necesariamente
asociadas entre sí o muestran por el contrario cierto grado de independencia. Queremos además
proporcionar las primeras respuestas a una de las principales preguntas investigación planteadas
por este trabajo: en qué medida los cambios en el contexto económico (necesariamente
exógenos a las opiniones de los ciudadanos), conllevan variaciones en las distintas facetas de
apoyo a la democracia en España.
Para ello, el diseño de la investigación está orientado a contrastar un conjunto de
hipótesis que cubren aspectos relacionados con la situación económica y con decisiones de
gobierno sobre la gestión pública, así como con aspectos contextuales básicos como la
extensión de la corrupción, el signo político del partido que se encuentra en el gobierno o la
posición temporal a lo largo del ciclo electoral.
Hipótesis, diseño, técnicas y datos
Nuestra primera hipótesis está orientada a contrastar una asunción demasiado frecuente
en la literatura. Esto es, que bajos niveles de satisfacción con el funcionamiento de la
democracia cuestionan la legitimidad de misma. Por tanto, H1considera la existencia de una
relación directa entre las dos variables dependientes de la investigación. Es decir, entre los
niveles de satisfacción con la democracia y el eventual apoyo a regímenes autoritarios.
15
Aunque teóricamente hubiese sido posible ampliar el periodo de estudio desde 1979 hasta la actualidad,
la disponibilidad de las series de datos nos limita al periodo desde 1983 a 2012.
58
Tabla 2.2 Variables, operacionalización e hipótesis
Variables dependientes
Variables independientes y de control
(y su operacionalización)
Satisfacción Legitimidad
H 2.1
H 2.2
H 3.1
H3.2
H 4.1
H 4.2
Partido en el Gobierno
(0 PP, 1 PSOE)
-
-
Año electoral
(0 No, 1 Sí)
-
-
Contexto económico
Tasa de desempleo
Producto interior bruto
(Incremento)
Factores de Gestión Pública
Gasto público
(% PIB)
Factores Contextuales
Percepción de la corrupción
(% entre problemas de España)
Posteriormente, avanzando hacia el estudio de los factores asociados a los cambios en
los niveles de satisfacción con la democracia en España, la segunda hipótesis (H2.1) atiende a la
principal pregunta de investigación y considera la existencia de una relación inversa entre los
niveles de desempleo y la satisfacción con el funcionamiento de la democracia; y también de
una relación directa entre el crecimiento del PIB y los niveles de satisfacción con la democracia
en España. La tercera hipótesis (H3.1) cubre aspectos relativos a las decisiones de los gobiernos
respecto a las cuentas públicas. Esta hipótesis considera la existencia de una relación directa
entre el volumen del gasto público (en porcentaje del PIB) y la satisfacción con el
funcionamiento de la democracia. La cuarta hipótesis (H4.1) se orienta hacia posibles factores
contextuales y considera la existencia de una relación inversa entre los niveles de corrupción en
España y la satisfacción con el funcionamiento de la democracia. Además, la investigación
incorpora dos variables de control adicionales. Estas son el partido en el gobierno en cada
momento (PP o PSOE) y la celebración de elecciones en ese año.
59
De manera paralela, las hipótesis H2.2, H3.2 y H4.2 estudiarán idénticas relaciones pero
tomando a la legitimidad de la democracia en España como variable dependiente. La tabla 2.2
resume los principales factores considerados en la investigación, su operacionalización, así
como su relación con las hipótesis y con cada una de las variables dependientes.
Para contrastar estas hipótesis y controlar los factores mencionados, hemos realizado
análisis de series temporales para cada una de las variables dependientes. Los análisis de series
temporales permiten conocer si la evolución en el tiempo de la variable dependiente está
asociada a su vez a la evolución en el tiempo de una serie de variables independientes. A
diferencia de otros modelos estadísticos, en los modelos de series temporales no se asume la
independencia de las observaciones estudiadas. Antes al contrario, se estudia si la variación de
cada observación con respecto a la anterior (t-1), se relaciona con las variaciones de cada una de
las variables independientes respecto de sus observaciones anteriores (t-1). Dada la naturaleza
cuantitativa y continua de nuestras variables dependientes, los modelos de series temporales han
sido estimados mediante la regresión por mínimos cuadrados.
Además, el análisis de series temporales permite un análisis cualitativo de los residuos
de modelos. Estos residuos se calculan como la diferencia entre los valores observados (reales)
de la variable dependiente y los valores pronosticados por el modelo. Estas diferencias,
representan así las variaciones en el fenómeno que queremos estudiar que escapan a los factores
considerados en el modelo. Por ejemplo, oscilaciones “atípicas” (de más de dos desviaciones
típicas)
en los residuos pueden indicar la concurrencia de circunstancias excepcionales
susceptibles de interpretación.
Con respecto a la medición de las variables independientes y de control, siempre que ha
sido posible (en todos los casos menos uno) hemos optado por operacionalizarlas mediante
indicadores “objetivos”. De esta manera se garantiza el carácter exógeno de las variables
independientes. Por ello, los niveles de desempleo se han definido como la media entre las
series armonizadas de desempleo del Instituto Nacional de Estadística (INE) y de Eurostat16. El
crecimiento de la economía se ha medido con la serie de crecimiento del producto interior bruto
(PIB) de España, ofrecido por Euromonitor. La evolución del tamaño del sector público se ha
medido mediante las series de gasto público (en porcentaje respecto al PIB) ofrecidas por
Euromonitor. En el caso de la evolución de la los niveles de corrupción es España, los
indicadores “objetivos” o basados en opiniones de expertos tan sólo se encuentran disponibles
desde los años noventa hasta la actualidad. Por ese motivo se ha recurrido a datos de encuesta.
Concretamente se ha empleado la media anual de los porcentajes de ciudadanos que situaban a
16
Las diferencias entre a las series de desempleo del INE y las de Eurostat son pequeñas, pero existentes.
Ante ello se ha optado por trabajar sobre la media de ambas.
60
la corrupción entre los tres principales problemas de España, en los Barómetros del Centro de
Investigaciones Sociológicas (CIS).
Las variables de control partido en el gobierno y año electoral son variables
dicotómicas. La primera toma valor 1 para el PSOE y 0 para el PP. Y la segunda toma el valor 1
para los años en que se celebran elecciones generales y 0 en el resto de casos.
En lo que respecta a las variables dependientes, en la operacionalización de la
satisfacción con el funcionamiento de la democracia hemos considerado dos mediciones
distintas, una más general y otra más específica. La primera consiste en el porcentaje de
entrevistados que se consideraban “poco” o “nada” satisfechos con la democracia. Y la segunda,
orientada a estudiar la evolución del grupo más extremo, consiste en el porcentaje de
entrevistados que se considera “nada satisfecho” con el funcionamiento de la democracia en
España Los datos, como ya hemos señalado, proceden del CIS. Como cabría de esperar, ambas
series se encuentran altamente correlacionadas (r=0,921, sig=0,000). Y aunque en principio la
opción inclusiva de “poco” + “nada” satisfechos pudiera parecer más adecuada, siguiendo a
Morlino y Tarchi (2006) hemos optado por emplear las variaciones en la categoría “nada
satisfechos” pues consideramos que captura con mayor fuerza y claridad el fenómeno de la
insatisfacción.
El gráfico 2.6 muestra la evolución de la insatisfacción con la democracia en España.
Podemos comprobar que, partiendo de una línea base en torno al 8 por ciento, los niveles de
insatisfacción crecen hasta el 16 por ciento en 1994 y hasta el 19 por ciento en 2012.
61
Gráfico 2.6. Evolución de la insatisfacción con el funcionamiento de la democracia.
(porcentaje de entrevistados “nada satisfechos”)
24
Media:
D.T.:
Min:
Max:
Rango:
20
16
8,4
3,8
4
19,9
15,9
12
8
4
0
1985
1990
1995
2000
2005
2010
Por su parte, nuestra segunda variable dependiente, la legitimidad de la democracia en
España, se ha operacionalizado a través de una serie construida en base al porcentaje de
entrevistados que prefiere la expresión “En algunas circunstancias un régimen autoritario, una
dictadura, puede ser preferible al sistema democrático”, frente a las expresiones alternativas,
“La democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno” y “A las gentes como yo, lo
mismo nos da un régimen que otro”. Como hemos señalado, los datos proceden del CIS y de
DATA.
62
Gráfico 2.7. Evolución de un eventual apoyo a un régimen autoritario (porcentaje)
16
Media:
D.T.:
Min:
Max:
Rango:
14
12
7,7
2,5
3,9
14
10,1
10
8
6
4
2
1985
1990
1995
2000
2005
2010
Como puede apreciarse en el gráfico 2.7 el eventual apoyo a un régimen autoritario
parte desde valores próximos al 10 por ciento en la década de los ochenta, descendiendo hasta
niveles del 5 por ciento al final de la década de los noventa. Estos niveles de apoyo a un
régimen autoritario tienen punto álgido en 1986 (14 por ciento) y su mínimo histórico en 2003
(3,9 por ciento) mostrando una variación de algo más de 10 puntos porcentuales.
63
Gráfico 2.8. Descontento con el funcionamiento de la democracia y eventual apoyo a un
régimen autoritario (porcentajes)
24
20
R: 0,22
Sig.: 0,20
16
12
8
4
0
1985
1990
1995
2000
2005
2010
En algunas circ uns tancias un régimen autoritario puede ser preferible
Nada s atis fec ho c on la democrac ia
Por su parte, el gráfico 2.8 muestra conjuntamente la evolución de ambas series. A lo
largo del periodo 1983-2012, la satisfacción de los españoles con la democracia y un eventual
apoyo a regímenes autoritarios evolucionan de manera independiente (r=0,22, sig.: 0,20). Estos
resultados muestran la independencia empírica (y teórica) de la satisfacción con el
funcionamiento de la democracia, respecto a la legitimidad –o falta de la misma-, y contradicen
las expectativas de la primera hipótesis H1.
Para el estudio de la evolución de cada una de las variables dependientes, hemos
empleado dos especificaciones distintas cada modelo de regresión. Estos modelos contienen
todas las variables independientes y de control, a excepción de las dos variables económicas: la
tasa de desempleo y la variación anual del PIB. Ambas variables se han incorporado
sistemáticamente en especificaciones alternativas de los modelos debido a que en los análisis
conjuntos mostraron signos de multicolinealidad.
64
Resultados
Con objeto de contrastar las hipótesis presentadas anteriormente, hemos estimado un
conjunto de modelos series temporales. En dichos modelos, las variables dependientes son en
primer lugar los niveles de insatisfacción con el funcionamiento de la democracia y en segundo
lugar los índices de apoyo a un eventual régimen autoritario o dictadura en España.
Satisfacción con el funcionamiento de la democracia.
Comenzaremos por el análisis de la evolución de la satisfacción con el funcionamiento
de la democracia española. La tabla 2.3 muestra los coeficientes de regresión para el modelo de
insatisfacción. Y el gráfico 2.9 nos muestra la evolución de niveles de insatisfacción, la
evolución de las predicciones del modelo y los residuos o diferencias entre ambos. Como ya se
ha dicho el análisis de estos residuos puede ser de utilidad para identificar oscilaciones
“atípicas”. Estos picos de tamaño excepcional nos señalan los momentos en los que los niveles
de satisfacción o legitimidad escapan a los factores considerados en el modelo; suelen coincidir
con momentos en los que concurren circunstancias excepcionales. En el caso de la satisfacción
con el funcionamiento de la democracia, tanto los valores de ajuste de los modelos (R 2) como
los gráficos de valores observados y estimados confirman el buen ajuste de los datos al modelo
de insatisfacción propuesto.
La tabla 2.3 muestra que los factores económicos tienen una fuerte relación con los
niveles de satisfacción con la democracia. Así, en los momentos en los que se incrementa la tasa
de desempleo, los niveles de insatisfacción aumentan significativamente. De igual manera,
cuando crece el PIB, la insatisfacción decrece significativamente. Estos resultados confirman
las predicciones de la hipótesis H2.1. Por el contrario, las variaciones anuales en los niveles de
gasto público introducidas por los distintos gobiernos no muestran relación con los niveles de
insatisfacción con la democracia. Estos resultados son contrarios al planteamiento de la
hipótesis H3.1. Si atendemos ahora a los factores contextuales, comprobamos que en los
momentos en que la corrupción se percibe como uno de los principales problemas de España,
los niveles de insatisfacción aumentan significativamente, confirmándose así la hipótesis H4.1.
Finalmente, el resto de variables de control estudiadas no mostró una relación significativa con
los niveles de satisfacción. Ni el color del partido en el gobierno ni la concurrencia de
elecciones en un determinado año parecen estar asociadas a los cambios descontento político.
65
Tabla 2.3. Análisis de series temporales de la insatisfacción
con el funcionameinto de la democraciaen España. 1983-2012 a.
Constante
Modelo 1
Modelo 2
1,286
(4,078)
17,973
(5,538)
Factores económicos
Tasa de desempleo (t+1)
,288 ***
(0,094)
-1,123 ***
(0,252)
Incremento del PIB
Factores de gestión pública
,028
(0,093)
-,193
(0,127)
Corrupción
,206 **
(0,082)
,388 ***
(0,082)
Gobierno PSOE
,233
(0,984)
,966
(1,127)
Año electoral
-1,115
(0,846)
,604
(1,010)
Gasto público ( % PIB)
Factores contextuales
R2
0,636
0,667
(n)
29
30
a
Las entradas son coeficientes de regresión por mínimos cuadrados. (Entre paréntesis los errores típicos)
* sig <= 0,1; ** sig <=0,05; *** sig <= 0,01.
Fuente: CIS, Eurostat, Euromonitor.
66
Gráfico 2.9. Evolución de la insatisfacción con la democracia en España. (Valores
observados, estimados y residuos)
20
R2: 0,64
16
12
8
4
4
2
0
0
-2
-4
-6
1985
1990
1995
2000
2005
2010
Res iduos
Ins atisfacción con el funcionamiento de la democrac ia
Modelo 1
Legitimidad democrática.
Veamos ahora la evolución de la legitimidad democrática. La tabla 2.4 y los gráficos
2.10, 2.11 y 2.12 muestran los principales resultados. Como ya hemos comentado, los niveles de
apoyo a un eventual régimen autoritario en España se han estudiado tanto para el conjunto de la
población española, como para los subconjuntos de los votantes del PSOE y el PP.
Así, si comenzamos por los factores económicos, los modelos 1 y 2 de la tabla 2.4. nos
muestran que en los momentos en que la tasa de desempleo crece, los niveles de apoyo a un
eventual régimen autoritario aumentan significativamente. Por el contrario, el crecimiento del
PIB no se relaciona con la legitimidad democrática, para el conjunto de la muestra. La falta de
robustez entre los coeficientes del PIB y la tasa de desempleo no nos permiten confirmar ni
tampoco descartar completamente nuestra hipótesis H2.2, y sugiere la conveniencia de realizar
un análisis más detallado entre los votantes del PP y PSOE.
67
Tabla 2.4 Análisis de series temporales del apoyo a un eventual régimen autoritario en España. 1983-2012.
Las entradas son coeficientes de regresión de mínimos cuadrados. (Entre paréntesis los errores típicos de la estimación).
Muestra completa
Constante
Votantes PSOE
Votantes PP
Modelo 1
Modelo 2
Modelo 3
Modelo 4
Modelo 5
Modelo 6
11,807
(2,597)
21,239
(3,923)
4,709
(2,102)
9,740
(2,489)
32,730
(10,440)
58,579
(15,757)
Factores económicos
Tasa de desempleo
,263 ***
(0,059)
,093 *
(0,048)
-,222 *
(0,113)
-,298
(0,178)
Incremento del PIB
,952 ***
(0,240)
-,510
(0,716)
Factores de gestión pública
-,257 ***
(0,058)
-,375 ***
(0,090)
-,066
(0,047)
-,141 **
(0,057)
-1,001 ***
(0,236)
-1,265 ***
(0,361)
Corrupción
,021
(0,052)
0,172 **
(0,057)
,083 *
(0,042)
,147 ***
(0,036)
,095
(0,210)
,593 **
(0,232)
Gobierno PSOE
1,733 **
(0,574)
1,278
(0,798)
,534
(0,464)
,163
(0,506)
8,026 **
(2,307)
7,409 **
(3,207)
Año electoral
-,098
(0,563)
-,205
(0,715)
-,018
(0,456)
,115
(0,454)
2,326
(2,264)
3,297
(2,874)
0,608
30
0,475
30
0,477
30
0,756
30
0,605
30
Gasto público ( % PIB)
Factores contextuales
0,758
R2
(n)
30
* sig <= 0,1; ** sig <=0,05; *** sig <= 0,01
Fuente: CIS, Eurostat, Euromonitor.
68
Atendiendo a los factores de gestión pública, es posible observar que en los momentos
en que los gobiernos reducen el tamaño del gasto público respecto del PIB, el apoyo a un
régimen autoritario aumenta relativa y significativamente, confirmando nuestra hipótesis H3.2.
Si atendemos a los factores contextuales, comprobamos que la preocupación por la corrupción
en España muestra una relación débil con el apoyo a un eventual régimen autoritario, cruzando
el umbral de la significación estadística sólo en algunas especificaciones concretas del los
modelos. De igual manera, el hecho de que el gobierno esté en manos del PSOE muestra una
relación directa, pero débil, con el aumento en los niveles de apoyo a regímenes autoritarios.
Estos resultados invitan a una indagación ulterior y más detallada de cómo los citados factores
se relacionan con el apoyo a regímenes autoritarios entre los votantes de AP/PP y del PSOE.
Finalmente, la celebración de de elecciones generales no parece tener un impacto en los niveles
de apoyo a un eventual régimen autoritario.
La legitimidad de la democracia entre los votantes de AP/PP y del PSOE.
Sabíamos por Morlino y Montero (1995) que los niveles de apoyo a la democracia
habían crecido progresivamente a lo largo de los años ochenta, y también que el apoyo a la
democracia era superior entre los votantes del PSOE que entre los de la entonces AP. Pero lo
que hasta ahora no sabíamos es que el electorado del PSOE es mucho más estable en su apoyo a
la democracia, y que los incrementos en el apoyo a la misma se producen casi exclusivamente
entre los votantes AP/PP
El gráfico 2.10 muestra los porcentajes de apoyo a un eventual régimen autoritario
entre los votantes del PP y del PSOE. Las siguientes secciones abordan estas diferencias.
Gráfico 2.10. Porcentaje de apoyo a regímenes autoritarios en España, por recuerdo de
voto.
50
40
30
20
10
0
1985
1990
1995
2000
2005
2010
Rec uerdo de voto AP / PP
Rec uerdo de voto PSOE
La evolución de la legitimidad democrática entre los votantes del PSOE.
Comenzaremos por los votantes del PSOE. A simple vista puede apreciarse en dicho
gráfico que la variabilidad en apoyo a regímenes autoritarios en mucho menor entre los votantes
socialistas que entre los de AP/PP. Durante el periodo estudiado, los votantes del PSOE tienen
una media de apoyo a la dictadura inferior al 5 por ciento y una desviación típica de 1,3 puntos
porcentuales; frente a la media del 17 por ciento de los votantes de AP/PP, con una desviación
típica de casi 10 puntos porcentuales (9,86).
Los modelos 3 y 4 de la tabla 2.4. contienen la relación entre los distintos factores
considerados y el apoyo a un régimen autoritario. Comenzando por los factores económicos,
tanto la tasa de desempleo como el crecimiento del PIB tienen una relación muy débil y al límite
de la significación estadística con el eventual apoyo a una dictadura en España (H2.2). El
decremento del gasto público muestra a su vez una relación débil y poco robusta con el apoyo a
un régimen autoritario. Finalmente, la preocupación por la corrupción como problema muestra
igualmente una relación directa pero débil con el apoyo a una dictadura. Ni el color del partido
en el gobierno, ni la celebración de elecciones en un momento dado tienen relación alguna con
la legitimidad que los votantes socialistas conceden a la democracia. Como cabría esperar, la
70
varianza explicada para los votantes del PSOE es mucho más reducida que en el caso de los
votantes del PP17.
La evolución de la legitimidad democrática entre los votantes del PP.
Atenderemos ahora a los factores que se asocian a la evolución en el apoyo a un posible
régimen autoritario en España por parte de los votantes del PP. En primer lugar, los factores
económicos parecen jugar de nuevo un papel desigual. Mientras que el nivel de desempleo
muestra una relación directa y significativa con el apoyo a una eventual dictadura, éste no es el
caso del indicador de crecimiento económico (aunque ambos apuntan en la misma dirección).
En cambio, el nivel de gasto público sí muestra una relación notable y robusta: Cuanto menor es
el gasto público de los gobiernos, mayor es el apoyo de los votantes del PP a un régimen
autoritario. Al atender a los factores contextuales encontramos una situación dispar. Por un lado,
la celebración de elecciones o las percepciones de la corrupción tienen una relación nula o muy
débil con el apoyo a la democracia. Por otro, en aquellos momentos en los que el gobierno se
encuentra en las manos del PSOE se produce un incremento significativo y fuerte del apoyo a
una régimen autoritario entre los votantes de AP/PP. Durante los gobiernos del PSOE, el apoyo
de los votantes conservadores a regímenes autoritarios se incrementa en un promedio de 8
puntos porcentuales (modelo 5).
En el gráfico que contiene los valores observados y predichos sobre la legitimidad de
la democracia entre los votantes del PP se aprecia un buen ajuste de los datos al modelo, con un
R2 de 0,76. Y también se aprecia quela serie de los residuos presenta oscilaciones atípicamente
altas en el apoyo a la dictadura, especialmente en 1986 (y en menor medida también en 1993)
coincidiendo con importantes victorias del PSOE en las elecciones generales.
17
Sería poco esperable que un fenómeno muy estable (por ejemplo, el apoyo a regímenes autoritarios
entre los votantes del PSOE) pudiera explicarse a satisfacción por otros que son variables.
71
Gráfico 2.11. Evolución del apoyo a regímenes autoritarios en España entre los votantes
del PP. (Valores observados, estimados y residuos)
50
2
R : 0,76
40
30
15
20
10
10
5
0
0
-5
-10
-15
1985
Res iduos
1990
1995
2000
2005
Apoy o régimen autoritario (voto=PP)
2010
Modelo 5
En esta sección, en suma, hemos tratado de dar respuesta a algunas de las preguntas
planteadas en la introducción. El análisis de la relación entre la satisfacción con el
funcionamiento de la democracia y la legitimidad de la misma ha mostrado que ambas
dimensiones son independientes entre sí. Esta observación contradice muchas de las asunciones
presentes en la literatura, falsando las predicciones de nuestra hipótesis H1. Además, hemos
comprobado que la satisfacción y la legitimidad parecen responder a distintos elementos del
contexto económico político y del ciclo electoral. Mientras que la insatisfacción aumenta
significativamente en contextos de deterioro económico y elevado desempleo, esta tendencia
resulta menos clara en lo que respecta a los niveles de legitimidad de la democracia. En su caso,
el deterioro de la legitimidad parece ser sensible a la disminución del gasto público, y muy
especialmente a la presencia del PSOE en el gobierno. En este sentido, además,
hemos
comprobado que los niveles de legitimidad que conceden los votantes del PSOE son mucho más
elevados y estables. Y lo contrario también es cierto: el eventual apoyo a regímenes autoritarios
resultó mayor y mucho más lábil entre los votantes de AP/PP. Además, en los momentos en los
que gobierna el PSOE, los votantes de AP/PP incrementan su eventual apoyo a regímenes
autoritarios en un promedio de 8 puntos porcentuales. Sobre ello, en 1986 y 1993, coincidiendo
con importantes (y hasta cierto punto inesperadas) victorias del PSOE en las elecciones
generales, se produce un importante repunte del apoyo a un régimen autoritario. Pareciera como
72
si (siguiendo a Anderson, Blais, Bowler, Donovan y Listhaug, [2005]) los votantes más
conservadores condicionaran su apoyo a la democracia en virtud de su fortuna electoral. Es
decir, la legitimanen mayor medida cuando el PP se encuentra en el gobierno, y la cuestionan de
un modo u otro cuando permanece en la oposición.
Satisfacción con la democracia, legitimidad y desafección
Tras el análisis de series temporales, es necesario comprobar ahora en qué medida la
crisis económica afecta a las actitudes individuales hacia la democracia. Para ello, hemos
seleccionado dos momentos, uno antes y otro durante la crisis económica, para poder así
comparar su incidencia en nuestras tres dimensiones actitudinales distintas: el descontento, la
legitimidad y la desafección. Así, este apartado aborda la cuestión de hasta qué punto y cómo la
crisis económica está conduciendo a una crisis de la democracia en España.
Los datos que hemos utilizado para este análisis transversal de los perfiles de los
ciudadanos son, para el 2002, el estudio 2450 del CIS sobre Ciudadanía, participación y
democracia, mientras que para 2012 se han utilizado los datos de la Encuesta Social Europea
(ESE). La selección de estas encuestas se debe a que ambas contienen cuestiones referidas a la
percepción del sistema político y a la participación ciudadana que permiten hacer
comparaciones entre un tiempo de bonanza económica y otro con una coyuntura adversa. Por
tanto, la selección de los datos responde al objetivo de comparar dos momentos con gobiernos
del mismo signo político, pero con un elemento diferencial tan determinante como una
coyuntura económica muy diferente.
En
2002, el crecimiento de la economía española superaba las expectativas más
optimistas, doblando la previsión del gobierno, y el desempleo se situaba en torno al 11 por
ciento.18 En contraste con esta situación, el año 2012 terminó con una tasa de desempleo por
encima del 26 por ciento19 y una economía en recesión.
Las percepciones de los ciudadanos son también muy distintas. Al hacer la
media de las respuestas de los encuestados a las preguntas sobre la situación económica y
política que aparecen en los barómetros del CIS de 2002 y 2012, pueden observarse las
diferencias entre estos dos momentos. En 2002, en torno al 23 por ciento de los ciudadanos
consideraba que la situación política era mala o muy mala, porcentaje que casi se triplica,
alcanzando el 36 por ciento, en 2012. Más llamativa aún es la evolución en la valoración de la
economía. En 2002 sólo un 17 por ciento consideraba la situación económica como mala o muy
18
19
http://www.ine.es/prensa/epa_tabla.htm
http://www.ine.es/prensa/epa_tabla.htm
73
mala, pero una década después, un abrumador 90 por ciento tiene una visión negativa de la
economía.
Por todo ello, resulta necesario explorar los cambios en los factores que inciden en las
tres dimensiones de actitudes hacia la democracia que estamos considerando. Teniendo en
cuenta el contexto económico y político era necesario prestar atención a distintos tipos de
factores con un impacto en las diferentes dimensiones actitudinales ya mencionadas. Así, se
tienen en cuenta factores económicos, variables sociodemográficas, sobre participación política
convencional y no convencional, y político e ideológico.
En el anterior apartado hemos visto que las series de legitimidad y satisfacción con la
democracia evolucionan de forma independiente. Sin embargo, no parece casual que en 2012
coincidan el descontento con la democracia más elevado de todo el periodo estudiado (67 por
ciento se declara poco o nada satisfechos) con el porcentaje más bajo, en los últimos 20 años, de
españoles que considera que la democracia es el mejor sistema. Podría pensarse que en un
momento de profunda crisis económica como el actual, la falta de asociación entre satisfacción
con la democracia y legitimidad debería ser revisitada.
La independencia de las tres dimensiones de las actitudes hacia la democracia podría ser
distinta, ya que la crisis económica ha sido el detonante de una mayor movilización ciudadana y
un serio cuestionamiento del sistema político. Si hay algo que marca un carácter diferenciador a
esta crisis respecto a otras es, por un lado, que las decisiones económicas tienen también un
carácter supranacional, es decir, el que España sea un país integrante del euro implica que la
política económica es en parte impuesta desde Bruselas y, por otro lado, que la movilización
ciudadana y el carácter crítico de las protestas no son sólo un estallido de descontento, sino
también un replanteamiento del sistema hacia otras fórmulas. Teniendo esto en cuenta, al
abordar el estudio del descontento y el apoyo a la democracia para los años 2002 y 2012
testaremos las siguientes hipótesis, recogidas en la tabla 2.5.
La primera de ellas (H1.1) es que la relación entre una menor satisfacción con la
democracia y el eventual apoyo a regímenes autoritarios es más intensa en tiempo de crisis
económica. Aquellos que son partidarios de un sistema no democrático serán, también, los más
descontentos con el actual régimen. Esta relación es más fuerte cuando hay una coyuntura
adversa, puesto que se entiende que la democracia no es capaz de resolver los problemas de los
ciudadanos. Igualmente, pero con la legitimidad como variable dependiente, es de esperar que
en 2012 la relación entre el descontento y el eventual apoyo a regímenes autoritarios, así como
entre la menor satisfacción con la democracia y la indiferencia respecto al sistema de gobierno
sea más intensa que en 2002 (H1.2).
74
Por otro lado, el creciente desinterés por y desconfianza en la política no parece tener en
la actualidad el mismo carácter que con anterioridad. Los desafectos y los críticos no sólo son
más numerosos en 2002 que en 2012, también son diferentes en cuanto a los motivos que les
llevan a pensar de esa forma. Así, la segunda de nuestras hipótesis (H2.1) es que la desafección
política tiene un impacto mayor en el descontento con la democracia en 2012 respecto de 2002.
Mientras que en lo referente a la legitimidad, cabe pensar que la desafección política en
tiempos de crisis, es decir, en 2012, tiene relación positiva con el apoyo a regímenes autoritarios
(H2.2).
Cabe pensar también que la crisis económica debe implicar un cambio en cuanto a las
actitudes hacia la democracia, de modo que las cuestiones económicas cobren importancia como
elementos del descontento, legitimidad y desafección. Por ello, la tercera de las hipótesis (H3.1)
es que los factores económicos tienen un efecto mayor en la satisfacción con la democracia en
2012 respecto de 2002. En el mismo sentido, pero refiriéndonos en este caso a la legitimidad de
la democracia (H3.2), es de esperar que los factores económicos tengan un efecto mayor y
directo en el apoyo a regímenes autoritarios en 2012 para el 2002.
En cuanto al carácter diferencial de esta crisis, una de las señas definitorias de este
periodo es la alta movilización social. En 2012 se registró un aumento de las manifestaciones,
que superaron las 36.000. En paralelo y gracias a la difusión que permiten las redes sociales, la
participación política no convencional se ha extendido. Las protestas producidas por las
dificultades que pasan los ciudadanos han sido variadas, incluyendo el boicot20. Igualmente, el
trabajo en asambleas de los llamados indignados ha hecho más visibles otras formas de
participación política como el trabajo voluntario. Cada vez son más frecuentes las noticias
relacionadas con la creación de iniciativas solidarias y en muchas de ellas hay un evidente
carácter crítico contra los recortes que provocan su nacimiento. De este modo, cabe esperar que
las formas de participación política no convencional estuvieran relacionadas, en tiempo de crisis
económica, con un mayor descontento político con el funcionamiento de la democracia. Por
ello, nuestra cuarta hipótesis (H4.1) sostiene que en 2012 las formas de participación política no
convencional son un factor relevante de la insatisfacción con la democracia, en mayor medida
que antes de la crisis, y que suponen un cuestionamiento del sistema democrático (H4.2), por lo
que están negativamente relacionadas con la aceptación de la democracia como mejor sistema
de gobierno.
Por último, aquellos que han votado por el partido que está en el gobierno tienden a
sentirse más representados que quienes lo hicieron por otros partidos. Así, independientemente
20
En 2012, tuvo cierta relevancia la campaña de boicot contra Movistar tras anunciar el fichaje de Iñaki
Urdangarín, mientras que en 2013 tenemos los ejemplos de los boicots promovidos a través de las redes
sociales contra Movistar y Banco Santander por la contratación de Rodrigo Rato.
75
de la difícil situación, el hecho de que la opción electoral elegida sea la que finalmente accede al
gobierno implica que, en general, se esté más satisfecho con el sistema, sea más difícil caer en
la desafección y se cuestione menos la legitimidad de la democracia. Así, las hipótesis a
comprobar en relación al partido votado son, en primer lugar, que quienes han votado al PP
están más satisfechos con la democracia, independientemente de la existencia o no de crisis
económica (H5.1), y que aquellos que votaron al PP apoyan la democracia como mejor sistema
de gobierno, tanto en 2002 como en 2012 pues en ambos años su partido era el del gobierno
(H5.2).
Al igual que ocurriera con el análisis de series temporales, las hipótesis aquí detalladas
se han comprobado para las distintas dimensiones actitudinales, pero con pequeñas salvedades
que ya han sido apuntadas.
Para contrastar estas hipótesis hemos utilizado regresiones lineales cuando la variable
dependiente era satisfacción y regresiones logísticas multinominales para la legitimidad. La
decisión de optar por estas técnicas responde a la distribución de las variables dependientes. La
única diferencia reseñable es que en el caso de satisfacción con la democracia hemos creado en
2002 una variable dicotómica en la que aquellos que están bastante o muy satisfechos con la
democracia toman valor 1, mientras que el resto son marcados con un 0. En cambio, para 2012
ha sido posible utilizar una escala de 0 a 10: valor mínimo se corresponde con los nada
satisfechos con la democracia, y el valor máximo es el de los que se declaran muy satisfechos.
Es necesario dedicar unas líneas a la descripción de las peculiaridades de cada uno de
los cuatro modelos elaborados para contrastar nuestras hipótesis. El primero de los modelos
tiene como únicas variables independientes las referidas a las actitudes hacia la democracia.
Este modelo se basa en la asunción de que satisfacción, legitimidad y desafección son
dimensiones distintas (Montero, Gunther, Torcal, 1997), un supuesto que, además, está en línea
con lo visto en el apartado referido al análisis longitudinal. Estas variables no están presentes en
el segundo modelo, en el que se introducen las variables referentes a la participación política,
las políticas e ideológicas, las sociodemográficas y la condición de desempleado como factor
económico. Lo más reseñable del modelo 2 es la utilización de la variable independiente
“desempleado”. Se trata de una variable dicotómica en la que aquellos en situación de
desempleo reciben valor 1 y todos los demás valor 0. A pesar de que corresponde a una
situación laboral y, por tanto, cabría considerarla dentro del grupo de las sociodemográficas,
esta variable es importante porque nos informa sobre la valoración de la situación económica.
Por un lado, no encontramos en 2002 una valoración ya sea prospectiva o retrospectiva de la
coyuntura económica nacional. Por otro, los análisis realizados han puesto de manifiesto que
existe una alta correlación entre la situación de desempleo y una evaluación negativa de la
economía.
76
El tercer modelo es diferente para 2002 y para 2012. Mientras que en 2002 en la tercera
columna, se recoge lo que podemos llamar el modelo completo, en el que todos los distintos
bloques de variables se ponen en común, el modelo 3 para 2012 introduce para 2012 un único
cambio respecto al modelo 2, y es la sustitución de la variable “desempleado” por “satisfacción
con la situación económica”. Esta diferencia entre los modelos se debe a que, como ya se ha
dicho, la evaluación de la situación económica no se recogía en la encuesta de 2002.
Finalmente, el modelo 4, que no aparece en 2002, es el modelo completo para 2012. En
él se introducen todas las variables, incluidas la satisfacción con la situación económica y el
encontrarse desempleado. Como veremos en el caso de los modelos de descontento con la
democracia, estar desempleado pierde significación al tenerse en cuenta la valoración de la
situación económica debido, como ya hemos mencionado, a la alta correlación entre ambas.
La satisfacción con la democracia
Atendiendo a los resultados de los modelos ya descritos y recogidas en la tabla 2.6,
puede comprobarse, en primer lugar, que tanto las variables sobre legitimidad como las de
desafección tienen un impacto significativo en la satisfacción con el funcionamiento de la
democracia. Llama la atención que el poder explicativo de ambas es mayor que el de las demás
variables ya que, si prestamos atención al pseudo-R2, el modelo 1 explica un porcentaje mayor
de la varianza de la satisfacción con la democracia (R2= 0,138 en 2002, y R2 =0,193 para 2012)
que el modelo 2, en el que las variables de actitudes hacia la democracia son excluidas (R 2=
0,063 en 2002 y R2 =0,154 para 2012).
Puede también observarse que cabe rechazar la hipótesis H1.1., ya que no parece que el
eventual apoyo a un régimen autoritario tenga un impacto mayor en 2012 que antes de la crisis
económica. Los coeficientes, incluso, resultan mayores en 2002 (-1,515 en ese año frente a
0,599 en 2012), aunque tiene mayor interés examinar cómo el hecho de ser indiferente en
cuanto al sistema de gobierno pasa, en 2012, a tener un efecto mayor en el descontento con la
democracia que en el apoyar un sistema autoritario. En 2012, los más descontentos con la
democracia son aquellos a los que les da lo mismo un régimen u otro, mientras que antes de la
crisis los menos satisfechos con la democracia eran los autoritarios. Como cabría esperar, la
consideración de la democracia como mejor sistema político implica una mayor satisfacción con
ella tanto en momento de crisis como en tiempo de bonanza económica. El aumento de la
insatisfacción de quienes no muestran preferencia por un régimen u otro en comparación con los
autoritarios y en relación a los que apoyan la democracia marca la diferencia entre uno y otro
momento, lo que nos lleva a pensar que en momentos de crisis los indiferentes caen en el
descontento como consecuencia de la mala situación.
77
Algo similar veremos en la siguiente sección sobre los distintos tipos de desafección.
De acuerdo a lo planteado en la hipótesis H2.1 la desafección política tiene un impacto mayor
en 2012 respecto de 2002, en 2002 el coeficiente para los desafectos es -1,238, mientras que en
2012 es -2,116. De ahí que no podemos rechazar esta hipótesis. Igualmente, resulta interesante
ver que, mientras que antes de la crisis los críticos parecen estar más satisfechos con la
democracia que los desafectos, ambos en relación al grupo que hemos llamado cives no lo están
en 2012. Se apunta así a los desafectos como protagonistas del descontento anterior a la crisis,
mientras que en 2012 son los ciudadanos críticos quienes estarían más insatisfechos con la
democracia. Así, el interés por la política y la desconfianza hacia las instituciones democráticas,
definen el descontento. Si consideramos que la crisis ha tenido entre sus consecuencias una
crisis del sistema político, ha de tenerse en cuenta que no estamos ante una ciudadanía
desafecta, sino crítica.
Tampoco parece posible descartar la hipótesis H3.1 ya que, de acuerdo con lo esperado,
los factores económicos tienen mayor efecto en el descontento con la democracia en 2012 frente
a 2002. De hecho, antes de la crisis el estar o no desempleado no está asociado con una mayor o
menor satisfacción con el sistema democrático, pues esta variable no resulta ni siquiera
significativa. Puede que el problema radique en que esta variable no capta en su totalidad la
evaluación de la situación económica, pero ya hemos mencionado que es la alta correlación con
la economía la que justifica su inclusión en los modelos. Por lo tanto, como cabría prever, estar
desempleado conlleva una valoración menos optimista de la economía. Asimismo, el efecto de
estar desempleado parece absorbido en el modelo 4 de 2012 por la evaluación de la economía.
Ahí, satisfacción con la economía y con la democracia están positivamente relacionadas en
momentos de crisis.
Por otro lado, la participación política no convencional está relacionada con el
descontento. Sin embargo, las diferencias entre 2002 y 2012 no son fácilmente interpretables.
Mientras que en 2012 las manifestaciones son las que tienen un mayor impacto en relación con
la insatisfacción, en 2002 el contacto político es la variable de participación política con un
mayor peso en la satisfacción con la democracia. Por otro lado, el contacto a políticos y la
asistencia a manifestaciones tienen efectos opuestos. Aquellos que participaron en
manifestaciones están más descontentos con la democracia, tanto en 2002 como en 2012. Las
diferencias en el modelo 2 entre los dos años nos llevan a pensar que el efecto de esta variable
es mayor en época de crisis económica (-0,248 frente a -0,415), aunque este efecto disminuye al
incorporar las actitudes hacia la democracia y cuando en el caso del modelo 3 de 2012 se
introduce la satisfacción con la economía. Tanto es así que la diferencia entre el modelo
completo de 2002 y el modelo 4 de 2012 es tan sólo de 0,02. Dicho esto no podemos aceptar la
hipótesis H4.1, pero tampoco podemos descartar que se cumpla: que las diferencias entre los
78
dos momentos pueden responder a las distinciones entre los modelos para uno y otro año. Este
resultado puede ser llamativo, ya que el desarrollo de nuevas formas de participación política y
la crítica de que la democracia debe ser algo más que votar han estado presentes desde que el
movimiento indignado irrumpiera en la vida política española. Sin embargo, el hecho de que las
protestas en las calles sean más frecuentes no parece traducirse en que aquellos que acudieron a
una manifestación en 2012 estén sensiblemente más descontentos con la democracia que
quienes lo hicieron en 2002.
Parece en cambio evidenciarse que la forma de participación política más ligada al
descontento es la asistencia a manifestaciones, tanto antes como durante la crisis económica.
Este asunto se tratará con más detalle en el análisis de la desafección.
Por último, el hecho de votar al partido en el gobierno incide positivamente en la
satisfacción con la democracia, teniendo un impacto mayor incluso que el negativo de estar
desempleado. Igualmente y en línea con lo planteado en la hipótesis H5.1, elvoto al PP, el
partido gobernante tanto en 2002 como en 2012, tiene un efecto positivo tanto antes como
durante la crisis económica. La diferencia es que en 2002se pone de manifiesto un impacto
mayor respecto de los años de Aznar, donde el efecto era igualmente positivo y significativo
pero no tanto como en 2012. Tanto es así que el haber votado al PP tiene un sentido contrario a
y afecta más a la satisfacción con la democracia que el estar desempleado (0,480 frente a 0,335).
Respecto a los demás factores incluidos en el análisis, no hay cambios que puedan
considerarse destacables. La asociación entre religiosidad, ideología y confianza social con la
satisfacción con la democracia es positiva tanto en 2002 como en 2012, de modo que los
descontentos antes y después de la crisis tendían a ser menos religiosos, más de izquierdas y con
una menor confianza en los demás que los satisfechos con la democracia. Y llama la atención el
hecho de que la edad esté asociada con el descontento en 2002 y no lo esté en el año 2012. A
tenor de los resultados, los insatisfechos en época de crisis no son necesariamente los más
jóvenes aunque, como veremos más adelante, la edad juega un papel en la desafección política.
79
Tabla 2.6. Determinantes de la satisfacción con la democracia.
Coeficientes de regresión con mínimos cuadrados.
2002
Modelo 1
,999 ***
Constante
Modelo 2
-,646 ***
2012
Modelo 3
Modelo 1
,337
Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4
5,434 *** 1,636 ***
1,288 ***
2,926 ***
Legitimidad
A veces un régimen autoritario
a
A la gente como yo no le importa
a
-1,515 ***
-1,611 ***
-,599 ***
-,735 ***
-1,136 ***
-1,446 ***
-1,053 ***
-,968 ***
-1,058 ***
-,956 ***
-2,414 ***
-1,459 ***
Tipología de desafección
Crítico b
Deferencial
Disafecto
b
b
-,066
-,095
-1,238 ***
-,122
-1,179 ***
-,229
-2,116 ***
-1,368 ***
Factores económicos
,420 ***
Satisfacción con economía
,005
Desempleado
,001
-,335
*
,350 ***
,001
Sociodemográficas
-,006
Edad
**
-,007
Educación:Universitaria
,094
Religiosidad
,061
**
,042
,305
**
,146
**
-,022
*
,002
,003
,004
-,038
-,049
-,128
,115 ***
,086 ***
,062 **
Participación política
Participación electoral
Trabajo voluntario
-,085
Contacto político
,369
**
,348
Boicot
-,364
**
-,241
Manifestaciones
-,248
**
-,254
-,028
-,111
,028
-,035
,163
,224
,214
-,137
-,126
-,105
-,464 **
-,209
-,118
**
-,415 **
-,289
**
*
-,274
*
Política e ideología
Ideología izquierda-derecha
,120 ***
,125 ***
,163 ***
,098 ***
,080 **
Confianza social
,068 ***
,039
*
,215 ***
,144 ***
,093 ***
,314
**
,329
Voto PP
Pseudo R2 (Nagelkerke)
(n)
(a) Ref: La democracia es siempre el mejor sistema
(b) Ref: Cives
* sig <= 0,1; ** sig <=0,05; *** sig <= 0,01
Fuente: CIS2450 /ESS 2012
0,138
4252
0,063
4252
**
0,175
4076
0,193
1684
,480 **
,480 **
,456 **
0,154
1487
0,255
1485
0,327
1434
La legitimidad democrática
En cuanto al análisis multivariante de la legitimidad democrática, recogida en la tabla
2.7, aparecen tres categorías distintas: los que creen que la democracia es el mejor sistema, los
que eventualmente apoyarían un régimen autoritario y quienes son indiferentes y dicen que lo
mismo les da uno u otro sistema. En este análisis, que toma la legitimidad como variable
dependiente, hemos optado por usar como categoría de referencia a quienes consideran que la
democracia es el mejor sistema. Por tanto, debe tenerse esto en cuenta al analizar los resultados
para los llamados “autoritarios” e “indiferentes”.
Contrastando con lo visto en el caso de la satisfacción, el modelo 1 presenta un R2 bajo,
menor incluso que en los modelos en los que no aparecen las actitudes hacia la democracia (R2=
0,076 en 2002 y R2= 0,062 en 2012). En relación a la legitimidad, el poder explicativo de las
variables de satisfacción y desafección es mucho menor que el observado en los modelos con
variables económicas, sociodemográficas y políticas, lo que va en línea con lo apuntado en el
análisis longitudinal sobre la independencia de las tres dimensiones de actitudes hacia la
democracia.
Igualmente, la significación de las variables de desafección cambia según los modelos.
Sin embargo, en ningún caso puede establecerse una asociación positiva entre desafección y
apoyo a un régimen autoritario, ya que no encontramos relación entre ambas. Sólo en el modelo
1 de 2012 los críticos son, significativamente, menos autoritarios. Sin embargo, esta relación
entre legitimidad y desafección desaparece cuando se incluyen los demás factores. Por ello, no
podemos aceptar que exista una relación entre la desafección como factor de la legitimidad de la
democracia, puesto que esta relación desaparece en cuanto se incluyen otras variables.
Por otro lado, la relación entre descontento y preferencia por un régimen autoritario o
indiferencia por el sistema no se intensifica en época de crisis. Más bien al contrario. El impacto
de la satisfacción en el apoyo hacia la democracia parece disminuir en 2012 (para los
autoritarios el coeficiente pasa de -1,547 en el modelo 1 y -1,554 en el modelo completo en
2002, a -0,121 y -0,173 respectivamente para 2012). Si acaso, puede apuntarse que esta relación
pierde intensidad tanto en los autoritarios como en los indiferentes, pero en el caso de los
segundos es ligeramente superior respecto de los autoritarios en 2012, mientras que ocurría al
contrario en 2002. Sin embargo, resulta un tanto complicado exagerar las diferencias entre los
dos años, más allá de resaltar ese cambio de tornas en el que la satisfacción con la democracia
pasa a ser más importante para indiferentes frente a los autoritarios. La razón de nuestra
precaución sobre la pérdida de relevancia es que la variable satisfacción con la democracia para
2002 es una variable dicotómica, mientras que la de 2012 se mide en una escala de 0 a 10.
Sea como fuere, los resultados ponen de manifiesto que la legitimidad parece estar a
salvo de convulsiones económicas, ya que los factores económicos no están estadísticamente
relacionados con la legitimidad. La única excepción es la del modelo 3 de 2002 para los
autoritarios en el que se observa que el hecho de estar desempleado parece tener un efecto
positivo en la preferencia por un régimen autoritario, frente a uno democrático. Este resultado,
que responde a nuestras expectativas, no se da en 2012, en un momento en el que tanto el estar
desempleado como la evaluación de la situación económica parecen no tener efecto ninguno, lo
que lleva, por tanto, a rechazar la hipótesis H3.2.
Ya sabemos que hay algunas formas de participación política no convencional que
inciden en la satisfacción con la democracia. Concretamente, la asistencia a manifestaciones
estaba relacionada con el descontento, tanto antes como después de la crisis. En el caso de la
legitimidad, esperábamos que la participación no convencional fuera una expresión de rechazo
hacia el sistema político y que, por lo tanto, estuviera asociada con una eventual preferencia por
un régimen autoritario. Sin embargo, de acuerdo con los datos, el efecto es el contrario.
Aquellos que participan en manifestaciones en mayor medida prefieren la democracia como
sistema político frente a uno autoritario. También resulta importante destacar que esto ocurre
únicamente para 2012, ya que en 2002 ninguna forma de participación política no convencional
resulta significativa en relación a la legitimidad, mientras que sólo la participación electoral está
asociada positivamente con preferir un sistema democrático frente a ser indiferente. Podemos
descartar la hipótesis H4.2,
según la cual existe una relación negativa entre apoyar la
democracia como mejor sistema y participar en política de modo no convencional. Justo a la
inversa, en época de crisis la participación en manifestaciones está asociado a la legitimidad y
es un factor que tiene un efecto positivo en la preferencia de la democracia frente a un eventual
régimen autoritario o una postura indiferente.
Por último, el hecho de que el partido por el que se ha votado esté en el gobierno tiene,
como ya sabemos, un efecto positivo en la satisfacción con la democracia. Nos sentimos más
representados si el gobierno es aquel al que habíamos apoyado. Sin embargo, llama la atención
que no ocurre así en el caso de los votantes del PP. Mientras que en época de bonanza
económica el votar al PP tenía un efecto positivo en la preferencia de un régimen autoritario
frente a uno democrático, esta relación se pierde en época de crisis: el hecho de haber votado
por el partido del gobierno no afecta en modo alguno a la legitimidad de la democracia. Dicho
esto, cabe por tanto rechazar la hipótesis H5.2.
En cuanto a las variables de control, el ser de derechas está asociado con la preferencia
por un régimen autoritario frente a uno democrático tanto en 2002 como en 2012. En 2002, la
religiosidad no afecta a la legitimidad, mientras que, en época de crisis, los más religiosos
tienden a preferir un régimen autoritario frente a uno democrático. En lo que respecta a la
82
educación, el tener estudios superiores afecta negativamente a la indiferencia, de modo que
aquellos con educación universitaria tienen un mayor interés en la política tanto antes como
durante la depresión económica, sin embargo, el efecto es mayor en 2012 que en 2002.
Hasta ahora hemos examinado el papel de la economía en la satisfacción con y la
legitimidad de la democracia. Para evaluar finalmente en qué medida cabe afirmar que la mala
coyuntura de la economía ha conducido a un cambio en las actitudes hacia la democracia es
necesario abordar la dimensión de la desafección política.
83
Tabla 2.7. Determinantes de la legitimidad de la democracia. Coeficientes de regresión logística multinomial.
2002
Autoritario a
2012
Indiferente a
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
Constante
-2,358 *** -4,791 ***
-4,117 ***
-2,537 *** -2,555 *** -2,543 ***
Satisfacción con democracia
Tipología de desafección
-1,547 ***
-1,554 ***
-1,172 ***
-1,470 ***
Autoritario a
Indiferente a
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4
-1,931 *** -2,834 **
-,121 ***
-2,816 *** -2,097
-2,542 *** -1,009 **
-1,151 **
-,965
-,173 **
-,214 ***
-,234 ***
Crítico b
-,021
,569
-,784 **
-,196
-,612 *
-,523
-,844
-,953
Deferencial b
-,397
-,289
,141
,141
-,101
-,324
1,006 **
,494
Disafecto b
-,211
-,087
,398 **
,279
-,237
-,512
,980 **
,506
Factores económicos
Satisfacción con economía
-,011
,529
,662 **
,190
,287
,030
Edad
,004
,001
,008
,005
-,006
Educación:Universitaria
-,468
-,638 *
-1,228 **
-1,113 **
Religiosidad
-,025
,005
,008
Participación electoral
-,473
-,445
Trabajo voluntario
-,437
Contacto político
Desempleado
,003
,004
,050
-,069
-,087
-,170
-,006
-,007
-,008
,073
,070
,087
,012
,122 **
,123 **
,122 **
-,007
-,008
,008
-,920 ***
-,727 **
,312
,315
,410
-,249
-,246
-,100
-,464
,319
,386
,052
,049
-,007
,392
,393
,547 *
,369
,405
-,605
-,386
-,013
-,015
,001
-,610
-,614
-,510
Boicot
,341
,235
-,658
-,768
,401
,400
,247
-,146
-,142
-,043
Manifestaciones
-,504
-,645
-,100
-,118
-,893 **
-,899 **
-,875 **
-,358
-,359
-,271
,355 ***
,350 ***
,038
,081
,119 **
,121 **
,164 **
,011
,012
,006
-,055
-,186 ***
-,184 ***
-,180 ***
-,132 **
-,131 **
-,078
,486 **
-,003
-,009
,092
-,111
-,113
,007
Sociodemográficas
-,008
-,013 *
-2,500 *** -2,492 *** -2,374 **
Participación política
Política e ideología
Ideología izquierda-derecha
Confianza social
-,051
-,016
-,092 *
Voto PP
,642 **
,770 **
,267
Pseudo R2 (Nagelkerke)
0,076
(n)
3961
a Ref: La democracia es siempre el mejor sistema
b Ref: Cives
* sig <= 0,1; ** sig <=0,05; *** sig <= 0,01
0,091
3028
,156
2962
Fuente: CIS2450 /ESS 2012
0,076
3961
0,091
3028
,156
2962
0,062
1684
0,109
1485
0,109
1485
0,158
1434
0,062
1684
0,109
1485
0,109
1485
0,158
1434
La desafección política
El análisis de series temporales nos ha permitido estudiar la evolución de las actitudes de
insatisfacción y legitimidad hacia la democracia, así como las variables que influyen en ellas. Este tipo
de análisis se han repetido bajo una perspectiva diferente. Hemos elegido dos momentos en el tiempo,
2002 y 2012, por poder realizar una comparación entre dos periodos económicos diferentes, esto es,
crisis y no crisis, manteniendo constante el partido en el gobierno, que fue el PP. En esta sección del
capítulo añadiremos una variable dependiente más, la desafección con el sistema. Con esto, nuestra
intención es la de dar una perspectiva completa sobre las actitudes hacia la democracia.
Para estudiar los efectos de la crisis económica en la desafección de los ciudadanos españoles,
hemos creado una tipología, que es una combinación del interés en la política y la confianza en el
Parlamento nacional21. Hemos creado cuatro grupos, que denominamos cives, críticos, deferentes y
desafectos.
Tabla 2.8. Tipología de los ciudadanos
Confianza
Interés
Sin interés
No Confianza
Cives
Críticos
Deferentes
Desafectos
Los cives hacen referencia a la gente con interés y confianza; los críticos tienen interés pero no
confianza, en este caso especifico, hacia el Parlamento nacional. Deferentes son aquellos sin interés y
con confianza, mientras que desafectos, el grupo en el que nos focalizaremos en esta parte del artículo,
está formado por quienes no muestran interés en la política ni confianza en el Parlamento. La tabla
siguiente muestra como se divide la gente entre nuestros grupos:
21
La pregunta es: “Please tell me on a score of 0-10 how much you personally trust in your national Parliament.”
Tabla 2.9. Distribución de la tipología (en porcentajes) (2002 – 2012)
Cives
Críticos
Deferentes
Disafectos
N (Total)
2002
20
10
33
37
3779
2012
14
22
24
40
1758
Es fácil comprobar que se ha producido un incremento tanto de críticos como dedesafectos
entre 2002 y 2012. Esto significa que la confianza en el Parlamento ha bajado significativamente.
También podemos apreciar aquí que los porcentajes de cives y deferentes han disminuido. La actual
crisis económica tiene un impacto en la satisfacción con la democracia, y está asociada a la
desafección (Gunther, Montero y Torcal, 2007). La primera de las hipótesis referidas a la desafección
que vamos a testar es aquella que nos dice que el descontento democrático está ligado a la desafección
política y que esta asociación es más fuerte en el caso de los desafectos (H1).
Los ciudadanos, al estar más descontentos, dejan de interesarse por la política y pueden llegar
a perder la confianza que tenían en ella para resolver sus problemas. Así, los ciudadanos que confían
en y se interesan por la política pasan a ser el grupo menos numeroso, alcanzando un valor próximo al
del porcentaje de ciudadanos críticos cuando en tiempos de bonanza económica. Es, por tanto,
necesario estimar las características que han llevado a los ciudadanos hacia la desconfianza y el
desinterés.
En este sentido, es llamativo el incremento de la población crítica. El porcentaje de
críticos se ha doblado de 2002 a 2012, lo que nos sugiere que este aumento estará relacionado con la
situación económica. Cabe esperar que el impacto de los factores económicos en críticos y desafectos
sea mayor en un contexto de depresión económica frente a uno de bonanza (H2).
Por otro lado, es de suponer que aquellos que no tienen interés en la política participarán
menos. La hipótesis aquí es que tanto las acciones políticas, ya sean o no convencionales, definen más
a cives y críticos que a deferentes y desafectos (H3). En este sentido, no esperamos un efecto
determinante de la crisis económica en estos dos últimos grupos. Sin embargo, debido a que la
movilización ciudadana es, en buena medida, protagonista de la crisis actual, puede pensarse que la
participación en manifestaciones y boicots tiene un papel más relevante en 2012 que en 2002. Así,
esperamos que los “críticos” participen más en estas acciones que el resto de los grupos y que el efecto
de esta participación sea mayor en 2012 que en 2002 (H4).
86
En lo referente a los factores políticos e ideológicos, ya vimos cómo el haber votado por el
partido en el gobierno tenía un efecto positivo en la satisfacción con la democracia. Esperamos que
tanto en 2002 como en 2012 el haber votado al PP tenga un efecto directo en el interés por y en la
confianza en la política, con lo que presentaría un impacto directo en los cives (H5),
independientemente de si estamos en un periodo con una economía en alza o en recesión. Sin
embargo, el efecto será menor en el caso de una mala situación económica.
Por último, es importante destacar que la desafección ciudadana se ha relacionado en buena
medida con la movilización de los jóvenes. Nuestra hipótesis al respecto es que la edad será un
elemento importante de desafectos y críticos, especialmente, en 2012 (H6).
Como en apartados anteriores, para contrastar las hipótesis hemos recurrido a regresiones
multinominal es para estudiar la distribución de la variable dependiente de nuestro análisis. Es
importante dedicar un poco de tiempo a la descripción de las peculiaridades de cada uno de los cuatro
modelos. El primero de ellos, tanto en 2002 como en 2012, tiene como únicas variables
independientes las referidas a las actitudes hacia la democracia. Esto es así debido a que el modelo se
basa en la asunción de que satisfacción, legitimidad y desafección son dimensiones diferenciadas,
(Montero, Gunther, Torcal, 1997), como se ha sostenido previamente y como muestra su estudio de
manera separada en el análisis longitudinal de la sección anterior. Para los modelos segundo y tercero
(2012) estas variables han sido sustituidas por las variables políticas, ideológicas, de participación
política, variables sociodemográficas y la variable condición de desempleado (que expresa la
satisfacción con la economía) como factor económico. En el último modelo, para ambos casos, se han
incorporado la totalidad de las variables.
Coincidiendo con Monthero, Gunther y Torcal (2007), hay una relación entre desafección y
satisfacción con la democracia. Pese a que todos los conceptos están relacionados, lo que nos interesa
aquí es establecer una relación causal entre aquéllos. La teoría nos indica que, ante la presencia de
desafección, es muy probable que observemos una caída en los valores de legitimación del sistema. A
la luz de esta teoría, hemos tratado de contrastar la siguiente hipótesis: existe una relación negativa
significativa entre desafección y legitimidad, así, ante un aumento de la desafección política se
produce un descenso de la legitimidad del sistema (H7).
Surge, ahora, una pregunta importante acerca de las distintas dimensiones a que estamos
haciendo referencia. En la literatura, hay dudas inevitables sobre si los ciudadanos son capaces en la
evolución y separación de los conceptos. En muchos casos, los ciudadanos toman, para su evaluación
del sistema, la acción del gobierno como referente y base de su reacción. Así, no están, en verdad,
reaccionando ante el sistema. En algunos países del sur de Europa, como España, cabría esperar, no
87
obstante una valoración del sistema que se basara más en esto que en la acción del gobierno, debido a
la memoria aún reciente de regímenes autoritarios.
Otra teoría nos dice que las malas condiciones económicas pueden generar una valoración
negativa del sistema, y conducir, con ello, a la no legitimación de la democracia. A la luz de nuestras
conclusiones, tal teoría no es válida para el caso español, puesto que en España, una valoración
negativa del sistema no se relaciona directamente con la valoración como negativa de la situación de la
economía y el descontento que ello acarrea. El porcentaje de españoles descontentos con la situación
económica no busca, de acuerdo con nuestros resultados, alternativas al régimen democrático. Si bien
es cierto que no votaron al partido en el gobierno o reclaman un cambio en el mismo, ello no implica
la demanda de un cambio de régimen. Por todo ello, estamos en condiciones de rechazarla hipótesis
H6.1.
Sostiene Mair que, mientras el sistema mantenga la sensibilidad y la receptividad hacia las
demandas sociales, pervivirá. Siguiendo con esto, si bien la democracia no va a verse cuestionada a
causa del descontento, la participación electoral podría bajar significativamente. Tanto en 2002 como
en 2012, hay una relación significativa entre participación política electoral y desafección.
Resultados
En este apartado estamos trataremos fundamentar nuestros planteamientos, así como de
explicarlos, empleando modelos multilogísticos que incluyen distintas variables independientes. En
este análisis, se incluyen, además, variables de carácter sociodemográfico, variables de participación
electoral y política en general y variables relativas a la ideología. La tabla 2.10 muestra nuestros
modelos para 2002, mientras que la tabla 2.11 expone los resultados de 2012. La categoría de
referencia para los distintos tipos de desafección es cives, es decir, ciudadanos con interés y confianza
en la política. Utilizando los datos del CIS y ESS, tenemos los modelos pre-crisis de 2002, y para 2012
los modelos durante la crisis económica, lo cual nos brinda la oportunidad de proceder a la
comparación. Se presentan 3 modelos para 2002; para 2012, cuatro. La causa de esta diferencia radica
en que la variable satisfacción con la economía, presente en las encuestas ESS, no existe para la
encuesta del CIS que estamos utilizando.
Empezaremos con la relación que existe entre la satisfacción con la democracia y la
desafección. Hay una relación inversa y muy significativa entre estos conceptos para los críticos y los
desafectos, de forma que cuanto más mayor es la satisfacción con la democracia, menor es la
desafección. Esto se cumple en 2002 y también en 2012. Los críticos, con respecto a los cives, en
cualquier caso, presentan menor satisfacción con la democracia. Además, votan menos, pero
88
participan más en otro tipo de actividades, como los boicots. Generalmente, se posicionan más a la
izquierda, y sus niveles de confianza son menores. De acuerdo a lo esperado, la satisfacción con la
democracia tiene un importante impacto en los distintos tipos. El descontento es determinante para
críticos y desafectos tanto antes como durante la crisis económica. Sin embargo, hay algo que es
necesario destacar y es que el impacto de la insatisfacción con la democracia en 2002 es mayor en los
desafectos, mientras que en 2012 ésta tiene un efecto más relevante en los críticos. Según esto, no
podemos descartar la primera de nuestras hipótesis totalmente pues sí que hemos visto que existe una
relación importante entre desafección y descontento. Sin embargo, en 2012, es más fuerte para los
críticos que para los desafectos.
Los desafectos son, precisamente, el más importante de nuestros grupos de análisis. Los actos
y reacciones que muestran merecen un análisis completo. Si nos fijamos en los aspectos sociodemográficos, podemos ver una relación entre educación y desafección. Existe también una relación
entre religión y desafección. En comparación con los cives, si bien sus niveles de desafección son
mayores, presenta, por el contrario, niveles de educación inferiores. Además, en comparación con los
cives, votan menos (especialmente por el candidato del partido en el gobierno) y recurren en menor
medida al contacto con políticos.
Cuando nos fijamos en los deferentes, también éstos revelan menores niveles de satisfacción.
Entre ellos encontramos a más desempleados y jóvenes. Además, muestran menores niveles de
educación y una mayor religiosidad. Con respecto a la dimensión participación política, ni votan ni
realizan trabajo voluntario. Pero, sorprendentemente, contactan con los políticos y participan en las
manifestaciones. Votan más por el candidato del partido en el gobierno y entre ellos se aprecian
niveles mayores de confianza.
De acuerdo con los resultados, vemos que los factores económicos tienen un impacto bien
distinto en 2002 y en 2012. Mientras que el hecho de estar desempleado en 2002 tenía un efecto
significativo en los deferentes, con la crisis económica la huella de las variables económicas se torna
relevante también para las categorías críticos y desafectos. En ambos casos, el estar desempleado tiene
un efecto mayor que antes de la crisis.
En consonancia con lo esperado, desafectos y deferentes participan menos en la política que el
grupo cives. Sin embargo, llama la atención que no se observen diferencias significativas en cuanto a
la participación política de los críticos con respecto de los cives. Esto nos conduce a pensar que las
movilizaciones ciudadanas que son imagen frecuente de la actual crisis económica tienen como
protagonistas tanto a ciudadanos críticos como a los que confían en la política y se interesan por ella.
89
Resulta curioso, sin embargo, que existe un cambio en cuanto a la participación electoral.
Mientras que tanto críticos como deferentes y desafectos votaban menos que los cives en 2002, la
crisis ha provocado que las diferencias de participación entre críticos y cives no sean significativas. De
forma similar, la participación no convencional de los críticos no es distinta a la del 2002. Si acaso,
parece que tomar parte en boicots habría perdido importancia en 2012. Esto puede interpretarse como
que los “críticos” han dejado de participar en boicots y por eso no son significativamente distintos en
2012 (modelos 3 y 4) de los cives, o como que los boicots son ahora más frecuentes entre los cives (la
explicación más plausible, a la vista de los coeficientes negativos de boicot para deferentes y
desafectos respecto de los cives)
Por otro lado, votar al partido en el gobierno en 2002 era menos frecuente entre deferentes y
desafectos con respecto a los cives que en 2012. Los críticos, por tanto, no parecían tener diferencias
significativas con los civesen cuanto al voto por el PP. Sin embargo, el panorama es bien distinto en
2012. Con la depresión económica, vemos que el haber votado por el partido en el gobierno no tiene
efecto en la desafección. No ocurre así con la ideología, que es significativa en el caso de los críticos.
Considerarse de derechas hace que resulte menos probable pertenecer a la categoría de críticos que a
la de cives.
Finalmente, la edad es la variable sociodemográfica que más nos llamaba la atención, por el
carácter de las protestas ciudadanas. Aunque se verá en más detalle en un capítulo siguiente, vemos
que el ser joven en 2002 estaba asociado con unos niveles menores de indiferencia y mayor
pertenencia a la categoría cives. Por el contrario, el efecto de la edad parece ser distinto para 2012,
cuando vemos que los jóvenes son más cives que críticos.22
No podemos dejar de analizar los resultados de otra de las variables sociodemográficas de
nuestros modelos: la religiosidad. En 2002 a mayor religiosidad, se es menos crítico o más deferente.
Durante la crisis, la religiosidad no tiene un efecto significativo en los deferentes, pero sí en los
críticos y desafectos, de modo que estos son menos religiosos que los cives.
22Hay
que decir que tanto para los modelos de descontento democrático y legitimidad como para estos de
desafección probamos a introducir la variable de edad como dummies por grupos de edad, tratando de ver si la
aparente irrelevancia de la edad se debía a que no existía una relación lineal y que, de esta manera, podría salir a
la luz. Sin embargo, los resultados son equivalentes a los que obtenemos al introducir la variable continua, por lo
que optamos por mantenerla tal cual estaba.
90
Tabla 2.10 Determinantes de la desafección política en España. Coeficientes de regresión logística multinomial
2002
Críticos a
Model 1
Constante
,049
Satisfacción con democracia
Model 2
1,158 **
-1,197***
Deferentes a
Model 3
Model 1
1,617 ***
-1,032 ***
Model 2
,611 ***
-,205
Disafectos a
Model 3
2,043 ***
*
2,079***
Model 1
1,346***
-,164
-1,376***
-,121
-,375
,077
,403
,033
Model 2
Model 3
3,369 ***
3,877 ***
-1,266 ***
Legitimidad
A veces un régimen autoritario
b
A la gente como yo no le importa
b
,262
,626
-,535
-,309
*
-,089
,649 **
,174
Factores económicos
Satisfacción con economía
Desempleado
-,183
-,200
,424 **
,431 **
,212
,207
-,001
-,003
-,009 **
-,010 **
-,003
-,005
,146
,153
-,819 ***
-,837***
-,996 ***
-,976 ***
,067 **
,068 **
-,035
-,022
Sociodemográficas
Edad
Educación:Universitaria
Religiosidad
-,113 **
-,097 **
Participación electoral
-,493 **
-,414
-,406 **
-,384 **
-,910 ***
-,827 ***
Trabajo voluntario
-,069
-,080
-,649 ***
-,635***
-,555 ***
-,580 ***
Contacto político
,043
,097
-,893 ***
-,876***
-,895 ***
-,777 ***
Boicot
,453 **
,405
-,385
*
-,384 *
Manifestaciones
,097
,080
-,635 ***
-,667***
Participación política
*
*
,357
*
,309
-,329 **
-,395 **
-,077 **
-,048
Política e ideología
Ideología izquierda-derecha
-,133 **
-,120 **
-,004
Confianza social
-,122 ***
-,109 **
-,095 ***
-,094 **
-,203 ***
-,193 ***
-,436 **
-,385 **
-,985 ***
-,899 ***
0,211
2890
0,27
2829
Voto PP
Pseudo R2 (Nagelkerke)
(n)
a Ref: Cives
b Ref: La democracia es siempre mejor
* sig <= 0,1; ** sig <=0,05; *** sig <= 0,01
Fuente: CIS2450
0,098
3666
,033
,105
0,211
2890
,270
2829
0,098
3666
0,211
2890
,009
,270
2829
0,098
3666
Tabla 2.11 Determinantes de la desafección política en España. Coeficientes de regresión logística multinomial
2012
Críticos a
Model 1 Model 2 Model 3 Model 4
Constante
2,481 ***
2,062 ***
2,613 ***
Satisfacción con democracia
-,470 ***
-,363 ***
-,620 *
Deferentes a
Disafectos a
Model 1 Model 2 Model 3 Model 4
Model 1 Model 2 Model 3 Model 4
3,188 ***
,605 ***
2,439 **
2,754 ***
-,024
-,073
-,414 ***
-,344 ***
-,634
-,107
-,462
-,255
-,631 *
-,925
1,001 **
,490
,958 **
,439
2,352 ***
2,469 ***
4,083 ***
4,616 ***
4,984 ***
Legitimidad
A veces un régimen autoritario
b
A la gente como yo no le importa
b
-,859
Factores económicos
-,373 ***
Satisfacción con economía
,782 **
Desempleado
-,243 ***
-,056
,579 *
,394
-,027
-,330 ***
,363
,700 **
-,207 ***
,565 **
Sociodemográficas
Edad
,011 *
,012 *
,017 **
-,004
-,003
,000
,002
Educación:Universitaria
-,048
-,108
-,155
-,878 ***
-,910 ***
-,843 ***
-,978 ***
-1,029 ***
Religiosidad
-,127 ***
-,114 **
-,088 **
,000
,000
,006
-,102 **
-,089 **
-,064 *
Participación electoral
,030
-,040
-,090
-,532 *
-,550 **
-,581 **
-,685 **
-,759 **
-,765 **
Trabajo voluntario
,154
,098
,143
-,186
-,179
-,204
-,300
-,354 *
-,311
Contacto político
-,098
-,090
-,170
-,941 ***
-,932 ***
-,925 ***
-,601 **
-,588 **
-,662 **
Boicot
,371 *
,196
,139
-,587 **
-,600 **
-,620 **
-,018
-,198
-,239
Manifestaciones
,177
,089
-,004
-1,227 ***
-1,240 ***
-1,273 ***
-,571 **
-,659 **
-,723 ***
Ideología izquierda-derecha
-,195 ***
-,143 **
-,106 **
-,046
-,032
-,019
-,084 *
-,037
,002
Confianza social
-,188 ***
-,146 **
-,110 **
-,047
-,045
-,031
-,238 ***
-,196 ***
-,155 **
Voto PP
-,116
-,127
,024
-,139
-,155
-,142
-,242
-,250
-,101
0,27
1467
0,32
1465
0,382
1434
0,27
1467
0,32
1465
0,382
1434
0,27
1467
0,32
1465
0,382
1434
,002
,007
-,990 ***
Participación política
Política e ideología
Pseudo R2 (Nagelkerke)
(n)
a Ref: Cives
0,212
1684
0,212
1684
0,212
1684
b Ref: La democracia es siempre mejor
* sig <= 0,1; ** sig <=0,05; *** sig <= 0,01
Fuente: ESS2012.
92
A modo de recapitulación de esta sección, podemos aseverar que, como resultado de la
crisis económica que comenzó en 2008, las actitudes hacia la democracia se han visto afectadas.
Debido a su intensidad, duración y a su contexto europeo, la depresión económica actual ha
tenido un impacto que ha trascendido más allá de lo puramente económico. Al comparar 2002 y
2012 hemos podido evaluar los cambios en las dimensiones actitudinales individuales de la
democracia, confirmando, además, cierto grado de independencia de las mismas.
En primer lugar, la satisfacción con la democracia es la dimensión más afectada por las
cuestiones económicas. El efecto de los factores económicos es mayor en 2012, algo que está en
concordancia con nuestras expectativas iniciales. Esperábamos que en una época de
prosperidad, la economía no jugase un papel determinante, mientras que, con la llegada de la
depresión económica, podía preverse una mayor asociación entre el descontento democrático y
la insatisfacción con la economía.
Resulta también significativo el efecto de haber votado por el partido en el gobierno, de
modo que tanto antes como después de la crisis el haber votado por él tenía un efecto positivo
en la satisfacción con la democracia. Resulta llamativo, sin embargo, cómo este factor
incrementa su efecto en 2012 frente a 2002 e, igualmente, resulta destacable cómo se relaciona
el voto al Partido Popular con las demás variables. Si en 2002 el haber confiado el voto al
partido que finalmente ganó las elecciones tenía un efecto positivo en la satisfacción con la
democracia, también en ese momento el haber votado por el Partido Popular tenía un efecto
positivo en la preferencia de un régimen autoritario frente a uno democrático. Este impacto en la
legitimidad democrática pierde significación con la crisis, pero se mantiene el de la ideología.
La legitimidad con la democracia parece ser la dimensión más fuerte frente a las
convulsiones económicas. Podemos esperar una mayor estabilidad de ésta en comparación con
el descontento democrático y la desafección. Sin embargo, sí que podemos ver que aquellos que
prefieren la democracia como mejor sistema de gobierno son más críticos que en 2002. En este
sentido, es necesario destacar cómo el análisis de la desafección ha revelado el avance de un
ciudadano más crítico. Mientras que el porcentaje de ciudadanos deferentes ha caído nueve
puntos, los críticos son el grupo que más se ha incrementado, doblando su porcentaje. En este
sentido, el análisis de la desafección ha puesto de manifiesto la existencia de un nuevo
protagonista. Un ciudadano que prefiere la democracia frente a otras formas de gobierno pero
que desconfía de la política.
93
Conclusiones
A lo largo de este capítulo hemos tratado de dar respuesta a una pregunta amplia acerca
del impacto de la crisis económica sobre las actitudes hacia la democracia. En primer lugar
hemos establecido la necesidad de hacer una distinción conceptual entre las dimensiones del
descontento o insatisfacción, el apoyo o legitimidad y la desafección política. Esta precisión
teórica tiene su reflejo en el estudio empírico de las actitudes hacia la democracia en España.
Así, en contra de algunas asunciones previas en la literatura, nuestro análisis empírico muestra
que el descontento, la legitimidad y la desafección política son dimensiones en gran medida
independientes. Entre ellas, el descontento con el funcionamiento de la democracia es la
dimensión con una mayor variabilidad. Por su parte, la legitimidad y la desafección se muestran
mucho más estables a lo largo del periodo analizado. Además, cada una de estas dimensiones
parece responder de forma diferenciada a distintos cambios en el contexto económico y político.
Mientras que el descontento resulta especialmente sensible al deterioro de la situación
económica, el apoyo a la democracia aparece más marcado por factores políticos y de gobierno.
Esta sensibilidad a factores políticos aparece especialmente señalada entre los votantes más
conservadores. Pareciera como si en alguna medida los votantes de AP/PP condicionaran su
apoyo a la democracia a la suerte electoral de su partido. Por otro lado, la crisis económica
parece haber estimulado la aparición de un perfil de ciudadanos más críticos. Este perfil crítico
apoya la democracia frente a cualquier tentación autoritaria y tiene gran interés en la política,
pero desconfía de las instituciones políticas actuales. En suma, lejos de dar la razón a aquellos
que ven en la actual crisis económica una amenaza seria para la legitimidad democrática en
España, en este capítulo hemos constatado la aparición de un nuevo perfil de ciudadanos
críticos cuya aspiración -e indignación-política, en nuestra opinión, señala justo en el sentido
opuesto a cualquier tentación autoritaria.
94
Capítulo 3. ¿Cómo se relaciona la ‘generación de la crisis’ con la política? Las
actitudes y comportamientos de jóvenes y desempleados.
La crisis económica actual está afectando a la forma en la que los ciudadanos españoles
se relacionan con la política. Por un lado, las instituciones políticas están siendo cuestionadas
(la percepción de los partidos políticos ha caído a mínimos históricos, situándose como el
tercero de los principales problemas de España, de acuerdo con las últimas encuestas). Por otro
lado, algunos indicadores suponen un hallazgo contrario a lo que se ha entendido como una
sociedad desafecta: la frecuencia de discusiones políticas, los niveles de interés por la política, y
el consumo de información política ha aumentado significativamente durante este periodo. La
crisis ha afectado particularmente a los jóvenes por el dramático incremento del desempleo
juvenil. Además, los jóvenes son más permeables a transformaciones sociales dado que tienen
una experiencia vital limitada. ¿Están los jóvenes de hoy sintiendo la crisis en mayor medida
que el resto de la sociedad, en lo que se refiere a sus actitudes políticas y a sus formas de
participación? ¿La relación con la política de los desempleados está siendo más afectada por
el contexto económico dada la creciente dificultad para encontrar un trabajo? Para responder
estas cuestiones, este trabajo presenta una exploración longitudinal de las actitudes y
comportamiento de los jóvenes antes y durante la crisis económica con particular atención a los
desempleados.
95
Introducción
Desde el comienzo de la crisis económica, se han hecho visibles cambios en las
actitudes y comportamientos políticos de los españoles. Por ejemplo, desde 2009 ha aumentado
el porcentaje de personas que consideran a los políticos como uno de los principales problemas
del país, por detrás de la economía y el desempleo (gráfico 3.1). Asimismo, la satisfacción con
el funcionamiento de la democracia ha disminuido de forma notoria, y lo mismo puede decirse
de la confianza en las instituciones políticas. Aunque junto a estos indicadores de creciente
distanciamiento entre los ciudadanos y la política, hay señales como el aumento de la
participación en actos de protesta (manifestaciones, firma de peticiones y huelgas), un creciente
interés por la política, o un aumento de las discusiones políticas; y también se observan
incrementos en el seguimiento de la información política que ofrecen los medios de
comunicación23.
Gráfico 3.1. Principales problemas de España (1985-2013).
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos del CIS. Accedido el 22 de agosto de 2013.
http://www.cis.es/opencms/-Archivos/Indicadores/documentos_html/TresProblemas.html
23
Datos del CIS disponibles en www.cis.es. No los mostramos aquí por motivos de espacio.
96
Una de las consecuencias más dramáticas de la crisis financiera es el alto desempleo
juvenil. Desde que el paro comenzó a despuntar a mediados de 2008, los más afectados por esta
situación han sido los jóvenes de 15 a 19 años. Esta tendencia viene seguida por las siguientes
categorías de edad, los jóvenes de entre 20 y 24 años y los de 25 a 29 años. En todos los casos,
el nivel de desempleo es claramente superior a la media de la sociedad española (ver gráfico
3.2). La situación en 2009 ya era dramática si atendemos a los altos porcentajes de desempleo:
54%, 31% y 21% en los comienzos de 2009 en cada uno de los grupos respectivamente
comparados con la media de desempleo total en España, de un 17%. Dos años después, antes de
las elecciones generales de noviembre de 2011, estos porcentajes llegaban al 60%, 42% y 26%
respectivamente. Y han continuado aumentando desde entonces.
Gráfico 3.2. Evolución del desempleo en distintas edades en España (1998-2013).
Fuente: elaboración propia a partir de datos de Eurostat. Accedido el 7 de agosto de 2013.
http://epp.eurostat.ec.europa.eu/portal/page/portal/employment_unemployment_lfs/data/database 24.
El fenómeno de un aumento continuado del desempleo entre los jóvenes españoles ha
sido especialmente frustrante para una generación que puede ser considerada una de las
generaciones con un nivel educativo más alto en la historia de España. De hecho, esa frustración
y rabia explotaron el 15 de mayo de 2011, a través de un movimiento sin precedentes conocido
24
En España la edad legal para trabajar es de 16 años. Así, el primer grupo comprendido entre 15 a 19
años debe entenderse en realidad en el rango de edad entre 16 a 19 años.
97
como el movimiento de Los Indignados. Aunque personas de todas las edades estuvieran
representadas en este movimiento, los más jóvenes estuvieron especialmente presentes (Martín,
2013; Castells, 2012; Anduiza, Mateos and Martín, próximamente). Las demandas de los grupos
que organizaron la manifestación del 15 de mayo tenían que ver con el deterioro de las
perspectivas para encontrar trabajo y tener la posibilidad de vivir dignamente para una
generación en edad de acceder al mercado de trabajo25. Al mismo tiempo, demandaban cambios
en un sistema político que sentían que no les representaba.
Las actitudes y comportamientos políticos de los jóvenes en España ya han sido
analizadas (por ejemplo, García-Albacete y Martín, 2011); aun así, ningún estudio previo se ha
dirigido a conocer cómo afecta a los jóvenes españoles la crisis política y económica por la que
atraviesa el país. Basándonos en investigaciones previas sobre socialización política e
investigaciones sobre el comportamiento político, es de esperar que las actitudes y
comportamientos políticos de los jóvenes españoles se hayan visto particularmente afectados
por la crisis. En primer lugar, como acabamos de ver, la crisis económica ha sido especialmente
grave para las perspectivas de los jóvenes de entrar en el mercado laboral. En segundo lugar, los
jóvenes son más permeables a los cambios sociales al tener una experiencia vital más limitada26.
Además hay estudios que muestran cómo los cambios de actitudes o comportamientos que se
producen cuando los ciudadanos son jóvenes, cristalizan durante los primeros años de la vida
adulta, caracterizándose después la continuidad más que por el cambio: por la persistencia
(Kinder y Sears, 1985; Sears y Funk, 1999: 22).Por estas razones planteamos a continuación las
dos preguntas que guían nuestro estudio: ¿están los jóvenes de hoy sintiendo la crisis en mayor
medida que el resto de la sociedad, en lo que se refiere a sus actitudes políticas y a sus formas
de participación? ¿Y los desempleados, su relación con la política está siendo más afectada por
el contexto económico dada la dificultad para encontrar un trabajo? Aunque no todos los
jóvenes están desempleados, muchos de ellos lo están. Proponer esta pregunta sobre el
desempleo en general en paralelo otra pregunta que se refiere a los jóvenes, nos permite ver qué
parte de los cambios que están ocurriendo entre los jóvenes tienen que ver con su posición en el
mercado de trabajo, y además, compararles con otro grupo que, en esta crisis, está en una
posición de gran fragilidad.
Para analizar el efecto de la crisis sobre la implicación política de jóvenes y
desempleados, este trabajo revisa lo que podemos esperar sobre cómo las transformaciones
sociales ―y particularmente la crisis económica― podrían afectar a las actitudes y
25
De hecho, las características del movimiento de Los Indignadosse asemejan con el tipo de
movilizaciones no estructuradas que sostienen normalmente los desempleados (Lorenzini y Giugini,
2012: 334).
26Para una revisión de los enfoques sobre adquisición, cambio y persistencia de actitudes y
comportamientos políticos, ver Dinas (2013) o Sears y Valentino (1998).
98
comportamientos de los jóvenes. En segundo lugar, comprobamos estas expectativas
examinando si algunos de los síntomas de los que hemos hablado (insatisfacción con la
democracia, desconfianza en las instituciones, cambio en el interés por la política y en la
participación en actividades de protesta) son visibles entre las generaciones más jóvenes y entre
los desempleados en la misma medida que en el resto de la sociedad; o si los jóvenes y los
desempleados están particularmente afectados por la crisis dado que son grupos más sensibles al
contexto. Si este fuera el caso y jóvenes y desempleados estuvieran más afectados por el
contexto, concluiríamos que la crisis económica ha contribuido a aumentar las desigualdades
entre la población más joven y el resto, y entre los desempleados y los empleados. Con el fin de
testar estos cambios, en primer lugar, presentaremos análisis bivariados para proceder, después,
a confirmar los resultados con regresiones multivariadas. Como anticipábamos, encontramos
cambios relevantes en las actitudes y comportamientos de los jóvenes, aunque no exactamente
entre el grupo de menor edad. También hay evidencia de que la crisis económica está creando
nuevas brechas entre los ciudadanos que tienen un trabajo y los desempleados. Finalmente,
identificamos una nueva diferencia dentro del grupo de los más jóvenes cuando, dentro de ese
grupo, comparamos a aquellos que tienen un trabajo con los que están en situación de
desempleo.
El efecto de la crisis financiera en las actitudes y comportamientos políticos de los jóvenes:
expectativas.
Hay dos razones importantes para pensar que la situación económica ha afectado
particularmente a las actitudes y comportamientos políticos de los ciudadanos más jóvenes: el
hecho de que están socializándose políticamente durante sus años de formación y aprendizaje
político (años formativos) y los altos niveles de desempleo. Si atendemos a lo que la literatura
de la socialización política nos ha enseñado, varios estudios han mostrado que los individuos
están afectados por su contexto social y el momento histórico en el que crecen. En particular, en
los años en los que se someten a procesos de aprendizaje político. En otras palabras, los
ciudadanos jóvenes son los más influenciables por las transformaciones en sus condiciones
sociales, pues están teniendo sus primeros contactos con el sistema político. Esto provoca que
diferentes cohortes tengan diferentes actitudes y orientaciones hacia la participación política con
autonomía relativa al momento del ciclo vital en el que estén los individuos (por ejemplo,
Jennings y Niemi, 1981: 380; Jennings y Niemi, 1974: 333; Kinder y Sears, 1985: 724). Por otra
parte, los valores y actitudes que se desarrollan durante los años formativos persisten a lo largo
del ciclo vital (para una revisión, ver Kinder y Sears, 1985 o Sears y Funk, 1999). Por esta
99
razón, los jóvenes sirven de pronóstico para lo que está por venir. Esperamos, por tanto, que las
cohortes más jóvenes se hallen particularmente afectadas en su relación hacia la política
teniendo en cuenta la pésima situación de la economía los últimos años.
El segundo argumento se refiere a la relación entre actitudes, participación y estado
laboral. Hay varios mecanismos por los cuales estar empleado o desempleado puede influir en el
comportamiento y las actitudes políticas. Entrar en el mercado laboral es un paso crucial en la
adquisición de responsabilidades adultas, y el lugar de trabajo facilita que los individuos entren
en contacto con importantes redes de movilización política (Lane, 1959: 218; Verba y Nie,
1972; Strate et al., 1989). Una vez empleada, la persona desarrolla ciertos recursos y el entorno
laboral provee redes sociales (Verba et al., 1995). Además, algunos determinantes de la
participación política como la seguridad económica y los recursos dependen de las condiciones
laborales de los individuos (Lane, 1959: 218; Verba y Nie, 1972). Así, teniendo en cuenta estos
mecanismos directos e indirectos, el entorno laboral funciona como un agente socializador
(Sigel, 1989).
No hay consenso en la literatura en la relación del impacto de estar desempleado sobre
la participación política. De un lado, el desempleo implicaría mayores dificultades económicas.
La inseguridad económica y tener menos recursos puede ser visto como un factor que
incrementa los costes de implicarse en política (Rosenstone, 1981). Pero, por otro lado, el
desempleo se asocia normalmente con mayor tiempo disponible y como una motivación para
cambiar las cosas. Los ciudadanos desempleados pueden culpar al gobierno y acudir a la
protesta en busca de una solución para la situación que atraviesan, y esto desembocaría en una
participación más alta (Lipset, [1960]1981: 192). Por ejemplo, Parry et al. (1992: 122)
descubrieron que, teniendo en cuenta sus bajos niveles de recursos, los desempleados muestran,
en realidad, una tendencia razonablemente alta hacia el activismo político. Arceneaux (2003)
también muestra que los que afrontan dificultades económicas son más proclives a votar porque
es una forma de castigaral gobierno por los resultados de la economía. Si miramos las
explicaciones de la literatura globalmente, por tanto, no es fácil interpretar la relación entre
desempleo y participación política y, como sugerían Parry et al, (1992: 122) diferentes
explicaciones y mecanismos podrían aplicarse a distintos casos individuales.
Los autores que se han centrado en la relación entre empleo e implicación política entre
los jóvenes han llegado a conclusiones divergentes. Por ejemplo, algunos han encontrado que
los jóvenes desempleados son más proclives a participar en acciones violentas e ilegales, están
menos implicados en grupos organizados, tienden más a la apatía y la resignación, están menos
satisfechos con el funcionamiento de la democracia, menos interesados en política y hablan
menos de política (para una revisión ver Lorenzini y Gaugni, 2012: 335; Bassoli y Monticelli,
2011: a; Bay y Blekesaune, 2002). Sin embargo, otros autores han encontrado que los jóvenes
100
desempleados eran bastante similares a los desempleados en términos de su participación
política, institucional o no, a través de protestas o vía capital social (Lorenzini and Giugni,
2012; Lorenzini 2012)27.
Como decíamos, cabe pensar que la crisis económica ha alterado las actitudes y
comportamientos políticos de los ciudadanos más jóvenes, pero la dirección de estos cambios
no está clara. Hay diferentes escenarios posibles con diferentes implicaciones cada uno. Bien
podríamos encontrar que los jóvenes y/o empleados están volviéndose más desafectos
políticamente en comparación con el resto de la sociedad, desarrollando actitudes como
desconfianza, insatisfacción con la democracia, y aumentando su apatía en participar en política.
Si este fuera el caso, esta generación podría no sólo estar excluida del mercado de trabajo a
causa de la crisis económica, sino trasladar esa exclusión al ámbito político. Una consecuencia
de esta realidad podría ser que las decisiones políticas que se tomen en los próximos años, y que
tendrán un impacto crucial en su futuro, se van a tomar sin que participen o influyan en ellas.
Otro escenario posible es que los jóvenes se estén convirtiendo en ciudadanos especialmente
críticos dadas su edad, nivel de educación y situación laboral. En este caso, los jóvenes estarían
más implicados políticamente que anteriores generaciones. Tendrían, por tanto, actitudes
políticas que serían críticas hacia la política pero participarían en ella. En este caso, se espera un
aumento de la protesta de los jóvenes en tanto que los efectos de la crisis económica
permanezcan y continúen afectando a este grupo en particular. Un último escenario es aquél en
el que no haya diferencias entre los jóvenes y/o los desempleados y el resto de la población, y
que los cambios están afectando a todos los ciudadanos de forma similar.
Los cambios en las actitudes y la participación políticas en el contexto de la crisis
económica.
Para explorar el impacto de la crisis económica necesitamos un estudio longitudinal.
Hemos seleccionado cuatro encuestas que son representativas de la población española teniendo
en cuenta el periodo en el que fueron realizadas y la disponibilidad de los indicadores para
diferentes actitudes y comportamientos28. Los datos más recientes disponibles son un barómetro
de octubre de 2011 y el estudio panel pre y post electoral que se hicieron con motivo de las
27
Algunos autores se han centrado también en el impacto de la precariedad laboral, mostrando que los
jóvenes con trabajos precarios pueden llegar a ser más activos políticamente que los empleados y los
desempleados, más interesados por la política, satisfechos y con mayor confianza institucional (Bassoli y
Monticelli, 2011: 29).
28
Todas las encuestas fueron realizadas por el Centro de Investigaciones Sociológicas. Los estudios son:
CIS-2450, CIS-2736, CIS-2914 y CIS-2915/2920. Los datos y el resto de documentación está disponible
online en http://www.cis.es.
101
Elecciones Generales de 201129. Comparamos los resultados de 2011 con los de un estudio
realizado en octubre de 2007, previo al comienzo de la crisis financiera. Además, para controlar
la posibilidad de cambios excepcionales en 2007, y como un test que permita aumentar la
confianza en nuestras conclusiones, incluimos en los análisis una encuesta anterior, de marzo de
2002.
En cuanto a los indicadores que medimos, estos cubren diferentes dimensiones de la
cultura política de un país. En concreto, examinamos los cambios que ocurren en las siguientes
actitudes políticas: confianza política (medida por la actitud de confianza hacia los partidos
políticos), interés por la política, satisfacción con el funcionamiento de la democracia, y la
identificación partidista. Los dos primeros, confianza institucional e interés por la política, son
parte de un grupo de actitudes que han sido identificadas por compartir características comunes
(Montero, Gunther y Torcal, 1997). Aunque lo interesante será comparar y enfrentar ambas, ya
que han seguido tendencias distintas a lo largo de los últimos años. La satisfacción con la
democracia es un indicador diferente de los anteriores, más relacionada con el contexto político,
más oscilante que la confianza política, el interés por la política o la identificación partidista.
También hemos seleccionado dos formas de participación política no institucional que han sido
utilizadas frecuentemente por los ciudadanos en los últimos años: participación en
manifestaciones y firma de peticiones. Por último, analizaremos también la participación
electoral para comprobar si diferentes formas de participación están canalizando las
desigualdades sociales por vías diferentes.
En un primer momento, compararemos las actitudes y comportamientos de los
ciudadanos españoles de la misma edad antes y después de la crisis económica. De esta forma
podemos controlar por el periodo del ciclo vital en el que se encuentran los ciudadanos. Por
ejemplo, si en 2007 (antes de la crisis) los ciudadanos que tenían 25 años estaban tan satisfechos
con la democracia como lo estaban los ciudadanos de mayor edad, pero en 2011 (durante la
crisis) los ciudadanos de 25 años están menos satisfechos que el resto, podremos concluir que la
crisis está teniendo un impacto en sus actitudes políticas30. Antes de analizar los gráficos, es
importante tener en cuenta que las encuestas analizadas preguntan a ciudadanos de 18 años en
29
Estos dos estudios de 2011 serán usados alternativamente de acuerdo con los datos disponibles.
El hecho de que la participación política sea diferente en las distintas etapas del ciclo vital y que se
retrase la transición a la vida adulta implica una demora en el inicio de los jóvenes en actividades
políticas (véase García-Albacete, próxima publicación). Hay que tener especial cuando se comprara a
jóvenes de distinta edad porque una pequeña diferencia de años no significa necesariamente que se
encuentren en una situación diferente de su ciclo vital. Por ejemplo, porque los roles adultos se hayan
retrasado en algunos años, por ejemplo, entre 2002 y 2007 y tener 25 años en 2002 suponga lo mismo que
tener 27 en 2007. No obstante, en este trabajo comparamos ciudadanos de la misma edad. Esta decisión
está guiada por el pequeño intervalo de tiempo que estamos analizando (menos de 10 años) y porque uno
de nuestros principales centros de interés (el desempleo) está directamente relacionado con la transición a
la vida adulta. Así, usando diferentes edades para comparar la misma etapa del ciclo vital podríamos
confundir los efectos de la crisis económica y el desempleo y sus repercusiones en el ciclo vital.
30
102
adelante por lo que el grupo más afectado por el crecimiento del desempleo (de 15 a 19 años) no
está plenamente representado en los análisis.
Los gráficos 3.3 a 3.8 ilustran la relación bivariada entre edad y las actitudes y
comportamientos políticos a los que nos referimos con antelación31. Vemos cómo en 2011, en
comparación con el periodo anterior a la crisis (2002 y 2007), todos los ciudadanos ―con
independencia de que sean jóvenes― están menos satisfechos con el funcionamiento de la
democracia, desconfían más en los partidos políticos que antes de la crisis, han asistido más a
manifestaciones y firmado más peticiones (ver gráficos 3.3 a 3.8). También y contrariamente a
lo que esperábamos, observamos cómo el interés por la política aumenta en todos los tramos de
edad. Hay, entonces, señales de que ciertas actitudes como la desconfianza en instituciones
políticas y la indiferencia, que aún consideramos parte del mismo síndrome de desafección
política, están siguiendo diferentes caminos a día de hoy. De media, no hay claras diferencias si
atendemos a la participación electoral (ver gráfico 3.9).
Estos gráficos también muestran que ―con excepción del interés por la política― los
cambios observados en 2011 son especialmente intensos entre los jóvenes. Aunque no
detectamos nada particular entre los más jóvenes, sí que existen cambios interesantes en el
grupo de jóvenes que tienen entre 25 y 35 años, aproximadamente. Así las cosas, estos
resultados no van a favor de la hipótesis según la cual las transformaciones sociales tienen un
impacto más fuerte en aquellos ciudadanos con menor experiencia política32. Por el contrario,
los resultados descriptivos iniciales podrían indicar la importancia del momento concreto del
ciclo vital en el que se encuentran los ciudadanos.
El hecho de que los cambios sean más intensos entre el grupo de 25 a 35 años
aproximadamente podría estar relacionado con sus condiciones económicas, porque estén en
una etapa determinada de su vida con más responsabilidades, como tener a cargo hijos.
Analizaremos entonces cómo se relaciona la situación laboral con las actitudes y
comportamientos políticos para conocer si los desempleados después de la crisis están sufriendo
cambios actitudinales y en comportamientos en mayor medida que empleados. Para esta
exploración, compararemos las actitudes y comportamientos de todos los encuestados en cinco
situaciones laborales: empleados, jubilados, desempleados, estudiantes y amos de casa.
31
Se usan regresiones locales polinómicas ponderadas (lowess) para explorar las tendencias en las
actitudes y comportamientos políticos a través de la edad sin imponer una forma funcional a los datos.
32
En el gráfico 7 podemos ver que si atendemos a la participación en manifestaciones, la edad media de
los más implicados es más baja que cuando analizamos quiénes firman peticiones, u otras actitudes
políticas.
103
Gráfico 3.3. Satisfacción con el funcionamiento de la democracia a través de la edad y en
el tiempo (2007 y 2011).
6
5.5
5
2007
2011
4.5
20
40
60
80
100
Age
Gráfico 3.4. Confianza en los partidos políticos a través de la edad y en el tiempo (20022011).
4
3.8
3.6
3.4
3.2
2002
2007
2011
3
20
40
60
80
100
age
104
Interest in politics
Gráfico 3.5. Interés por la política a través de la edad y en el tiempo (2002 y 2007).
1.2
1
.8
.6
.4
2002
2007
2011
.2
20
40
60
80
100
age
Gráfico 3.6. Identificación partidista a través de la edad y en el tiempo (2007 y 2011).
.6
.55
.5
.45
2007
2011
.4
20
40
60
80
100
Age
105
Gráfico 3.7. Firma de peticiones a través de la edad y en el tiempo (2002-2011).
.4
Signed a petition
.3
.2
.1
0
2002
2007
2011
-.1
20
40
60
80
100
age
Gráfico 3.8. Participación en manifestaciones a través de la edad y en el tiempo (20022011).
Demonstrations
.3
.2
.1
0
2002
2007
2011
-.1
20
40
60
80
100
age
106
Gráfico 3.9. Participación electoral a través de la edad y en el tiempo (2002-2011).
1
Turnout
.8
.6
.4
2002
2007
2011
.2
20
40
60
80
100
Age
Los gráficos 3.10 a 3.15 presentan los niveles medios de actitudes y comportamientos
políticos en relación con la situación laboral de los encuestados. La creciente insatisfacción con
la democracia y el aumento de la desconfianza en los partidos políticos en 2011, en
comparación con la situación anterior a la de la crisis económica, se observa en empleados y
desempleados. No es este el caso, sin embargo, cuando nos referimos a los cambios en el interés
por la política. Los desempleados confían menos en los partidos políticos y están menos
satisfechos con el funcionamiento de la democracia que los encuestados que mantienen su
puesto de trabajo. Y, lo que es más importante, esta diferencia es significativa en 2011 mientras
que no lo es durante los años previos a la crisis (gráficos 3.11 y 3.12). Los empleados estaban ya
más interesados por la política antes de la crisis que los desempleados. Pero la diferencia se ha
hecho mayor, teniendo en cuenta que los desempleados están más interesados por la política en
2011 que antes de la crisis, mientras que no se observan cambios en los desempleados (gráfico
3.12). En lo que se refiere a la participación política más allá de las elecciones, las diferencias
entre los dos grupos (empleados y desempleados) han crecido. Los parados participan menos en
manifestaciones firman menos peticiones que los empleados (gráficos 3.14 y 3.15). Estas
diferencias no parecen existir en su participación electoral (gráfico 3.16).
Podemos ya lanzar algunas conclusiones preliminares. En primer lugar, contrariamente
a lo que esperaríamos de acuerdo con los estudios sobre socialización política, las actitudes y
comportamientos de la cohorte más joven no son los más afectados por la crisis, sino que los
más afectados son los jóvenes pertenecientes a la cohorte siguiente. Son los jóvenes que tienen
entre 25 y 35 años, quienes han cambiado en mayor medida sus actitudes, con una mayor
desconfianza en las instituciones y una mayor implicación política. En segundo lugar, los datos
señalan que la crisis económica ha acrecentado las desigualdades políticas entre los más
107
perjudicados por la crisis financiera (los jóvenes y los desempleados) y el resto de la sociedad.
En algunos casos estas desigualdades existían ya, en otros casos la crisis las ha agravado
creando nuevas desigualdades políticas (por ejemplo, los desempleados están ahora más
insatisfechos y desconfían más que los empleados). En tercer lugar, los ciudadanos
desempleados con mayores niveles de insatisfacción con la democracia y los partidos políticos
no canalizan su situación a través de un aumento de la participación en protestas como lo hacen
los ciudadanos con empleo. Estos dos últimos hallazgos indican que los recursos ligados a la
situación laboral están siendo relevantes para explicar la participación política en
manifestaciones y la firma de peticiones. En otras palabras, las desigualdades sociales se
proyectan sobre la política, transformándose en desigualdades políticas cuando los ciudadanos
expresan sus preferencias a través de la protesta (Barreiro, 2000).
Gráfico 3.10. Satisfacción con la democracia y empleo (2007 y 2011).
108
Gráfico 3.11. Confianza en los partidos políticos y empleo (2002-2011).
Gráfico 3.12. Interés por la política y empleo (2002-2011).
109
Gráfico 3.13. Identificación partidista y empleo (2007 y 2011).
Gráfico 3.14. Participación en manifestaciones y empleo (2002-2011).
Gráfico 3.15. Firma de peticiones y empleo (2002-2011).
110
Gráfico 3.16. Participación en elecciones y empleo (2002-2011).
Los jóvenes y el desempleo.
En este punto nuestra estrategia empírica asume que tener un trabajo o no tenerlo tiene
el mismo efecto para todos los ciudadanos independientemente de otras características
relevantes como la educación. Por ejemplo, las cohortes más jóvenes tienen niveles más altos de
educación, algo que puede chocar con nuestras conclusiones relacionadas con los jóvenes y el
desempleo. Una vez identificados los cambios en actitudes y comportamientos, planteamos un
test más sistemático para analizar el impacto de la crisis económica sobre dos de nuestros
grupos sociales (jóvenes y desempleados). A continuación, presentaremos modelos
multivariados para cada uno de los siete indicadores descritos con anterioridad. Los modelos
incluyen dos variables de control: género (tradicionalmente, las mujeres participan menos en
política) y educación33 (mayores niveles de educación están relacionados con un aumento en la
participación política). También introduciremos en los modelos las principales variables
independientes en las que estamos interesados: la crisis económica (medida a través de los años
elegidos, siendo 2011 el que se identifica plenamente con la crisis34), edad35 y situación
El nivel educativo está medido como el máximo nivel alcanzado por el encuestado (‘educación
primaria o menos’, ‘educación secundaria y formación vocacional’ y ‘estudios universitarios’.
34
El año 2002 es el elegido como categoría de referencia.
35
Para examinar si los jóvenes han estado particularmente afectados por la crisis, y dada las relaciones
curvas observadas con anterioridad, hemos creado cinco grupos diferentes de edad. Estos grupos
comprenden los siguientes tramos: 18-25, 26-35, 34-45, 46-55, 56-65, 66-75 años. Además, al analizar la
relación entre situación laboral y la edad, y dado que el desempleo es prácticamente inexistente en el
último grupo de edad porque estos ciudadanos están ya jubilados, incluirles supondría introducir celdas
vacías en los análisis. Por este motivo hemos prescindido y eliminado de los análisis al grupo de mayor
edad (66-75).
33
111
laboral36. Usamos modelos de regresión lineal para tres actitudes políticas y regresiones
logísticas para las dos variables que miden la participación política y la identificación partidista.
Los resultados de los modelos están incluidos en las tablas A1 y A2 que aparecen en el anexo.
Al estar interesados en conocer si los jóvenes y los desempleados están sintiendo la
crisis en mayor medida, replicamos los modelos descritos y añadimos un término de interacción.
Para examinar si la crisis tuvo particular efecto sobre los jóvenes, trataremos de comprobar si el
año interacciona con la edad. Esperamos que los jóvenes estén más afectados en sus actitudes y
comportamientos políticos en el 2011 que el resto de la sociedad, dado que son uno de los
grupos más afectados por la crisis económica. Los resultados se muestran en la segunda
columna de cada variable en las tablas A1 y A2 del anexo. Usamos la misma estrategia para
explorar el efecto de la crisis sobre los encuestados en situación de desempleo. Introducimos un
término de interacción entre el desempleo (en comparación con otras situaciones ocupacionales)
y el año (ver la tercera columna de cada variable en las tablas A1 y A2 en el anexo), esperando
que los desempleados estén más afectados por la crisis dada su situación económica, mayor que
los ciudadanos que mantienen su empleo. Una vez introducidos términos multiplicativos (las
interacciones), su nivel de significación no aporta información relevante para entender las
relaciones que se producen (Brambor, Clark y Golder, 2006). Para cada modelo calcularemos
los efectos marginales y mostraremos de forma visual los resultados en los gráficos.
Centrémonos pues en los cambios de las actitudes políticas en los distintos grupos.
Como mostrábamos más atrás, la satisfacción con la democracia y la confianza en los partidos
políticos ha descendido en términos generales, mientras que los niveles de interés por la política
han aumentado. Calculando los efectos marginales para cada grupo de edad en el tiempo se
confirman estos resultados, solamente con ligeras diferencias para grupos de edad específicos.
Como ejemplo, el gráfico 17 ilustra los valores predichos para la confianza en partidos políticos
en cada grupo de edad en 2002, 2007 y 2011. Mientras nuestras expectativas iniciales eran que
los efectos serían más fuertes en el grupo más joven, los resultados del modelo y los gráficos
nos permiten observar que nuestra hipótesis no tiene soporte en nuestros análisis. Además, el
test de contrates parciales muestra que en 2011 todos los grupos de edad confían en los partidos
políticos significativamente menos que en 2002 o en 2007, excepto el grupo de los más jóvenes
(18-25 años), para los que no se observan diferencias. Los resultados muestran, además
36
Por la misma razón que describimos en la nota anterior, para analizar cambios producidos en las
diferentes situaciones laborales, incluimos una versión del indicador presentado anteriormente de
situación laboral con sólo dos categorías: ‘desempleados’ y ‘otros’.
112
―confirmándose en los contrastes de efectos marginales―, que el efecto del año es más fuerte
para el grupo de 36 a 45 años37.
Los niveles de satisfacción con la democracia han descendido de forma parecida en
todos los grupos de edad. La excepción en este caso son los ciudadanos que se ubican en el
grupo de 56 a 65 años (ver gráfico A1 en el anexo). Además, en lo que se refiere a la
satisfacción con la democracia, los cambios que observamos antes y después de la crisis son
más pronunciados para aquellos ciudadanos que tienen entre 26 y 35 años. En cuanto al interés
por la política, éste ha aumentado significativamente desde 2007 a 2011 para todos los grupos
de edad con excepción del que forman los ciudadanos que tienen entre 46 y los 55 años (ver
gráfico A2 en el anexo). Finalmente, los resultados que se refieren a la identificación partidista
repiten las relaciones descritas para la satisfacción con la democracia. La probabilidad de
sentirse cercano a un partido político ha descendido para todos los grupos de edad entre 2007 y
2011, aunque las diferencias en el tiempo no son estadísticamente significativas para el grupo de
los más jóvenes y para el grupo de mayor edad (ver gráfico A3 en el anexo).
Los cambios en la participación política en los distintos tramos de edad muestran la
misma pauta en la asistencia a manifestaciones y en la firma de peticiones. El gráfico 18 ilustra
cómo han aumentado las probabilidades de participar para todos los grupos entre 2002 y 2011.
Las diferentes son estadísticamente significativas para todas las cohortes y el contraste muestra
que el cambio ha sido mayor para el grupo de 26 a 35 años de edad. El mismo resultado se
observa para la firma de peticiones (ver gráfico A4 en el anexo)38. En relación con la
participación electoral, los resultados apuntan al mismo grupo de edad (26 a 35) como el único
en el que la probabilidad de votar ha aumentado de 2007 a 2011 (ver figura A5 en el anexo).
Aunque pueda parecer paradójico
que los jóvenes voten más en un contexto de crisis
económica que les afecta especialmente, deberíamos tener en cuenta que son también quienes
han tomado parte de forma más decisiva en la protesta del 15M. Los jóvenes ejercieron su
derecho al voto en las elecciones de noviembre de 2011 de forma similar a anteriores ocasiones.
Los cambios de la crisis y especialmente del 15M tuvieron mayor efecto en que cambiaran la
dirección de su voto hacia partidos pequeños, que en un descenso de su participación (Anduiza,
Martín y Mateos, de próxima publicación).
Una vez analizados los cambios que se aprecian atendiendo a la edad, pararemos a
continuación a analizar los cambios que se producen en relación con la situación laboral en la
37
Como un test para asegurarnos de que nuestros análisis son robustos, hemos repetido el mismo análisis
para confianza en el parlamento comparando 2002 y 2011 ―únicos datos disponibles― y encontramos
exactamente la misma pauta. Los datos están a disposición del lector consultando a los autores.
38
Por razones de espacio sólo mostramos algunas representaciones gráficas de los resultados. Para más
detalles, los resultados están disponibles si consultan con los autores. El resto de gráficos pueden
encontrarse en el anexo.
113
que están los ciudadanos. Para ello compararemos a los desempleados con los que se encuentran
en otras situaciones. En general, los resultados de nuestros análisis apuntan en la misma
dirección que se ha comentado ya: el incremento de las desigualdades entre los desempleados y
el resto de la población a causa de la crisis económica. Por ejemplo, mientras que no había
diferencias entre los desempleados y los ciudadanos que se encuentran en otras situaciones en
2002 o 2007, en 2011 los desempleados confían significativamente menos en los partidos
políticos (ver gráfico 19). El interés por la política ha aumentado significativamente para ambos
grupos, aunque el incremento es mayor para los ciudadanos que no están desempleados. Si
atendemos a la satisfacción con la democracia, no se observan diferencias según la situación
laboral (ver gráfico A5 en el anexo).
Gráfico 3.17. Efectos marginales para la confianza en partidos políticos en distintos
tramos de edad (2002-2011).
4.5
4
3.5
2002
2007
2011
3
18-25
26-35
36-45
46-55
56-65
Age groups
114
Gráfico 3.18. Efectos marginales para la probabilidad de participar en manifestaciones a
través de la edad (2002-2011).
.35
.3
.25
.2
2002
.15
2007
2011
.1
18-25
26-35
36-45
46-55
56-65
Age group
Una menor confianza de los desempleados en los partidos políticos, sin embargo, no
implica una mayor participación de este grupo en actividades de protesta. La participación en
firmar peticiones y la asistencia a manifestaciones ha aumentado de forma similar para todos los
encuestados con independencia de si están empleados o no. Esta pauta puede observarse en el
gráfico 20. No existen diferencias significativas entre los dos grupos (desempleados y el resto
de ciudadanos) en 2007 o 2011 en la participación en manifestaciones (ver también gráfico A9
en el anexo). No obstante, la desigualdad ha afectado a la participación electoral. Mientras que
las probabilidades de votar han aumentado desde 2007 a 2011 para los que no están en paro, se
ha mantenido estable para los encuestados que están en situación de desempleo (ver gráfico A10
en el anexo).
115
Gráfico 3.19. Efectos marginales para la confianza en los partidos políticos en distintas
situaciones laborales (2002-2011).
3.6
3.4
3.2
3
Other situations
Unemployed
2.8
2002
2007
2011a
Year
Gráfico 3.20. Efectos marginales para participar en manifestaciones en distintas
situaciones laborales (2002-2011).
.35
.3
.25
.2
.15
Other situations
Unemployed
.1
2002
2007
2011a
Year
Anteriormente hemos identificado un incremento en la participación política que afecta
de manera particular a los ciudadanos que tienen entre 26 y 35 años. Nuestras expectativas se
basaban en que el grupo más joven relejaría más los cambios, pero los análisis no apoyan esta
hipótesis. Más bien al contrario, algunas actitudes como la confianza y la cercanía a los partidos
116
político ha descendido para todos los grupos excepto para los más jóvenes (de 18 a 25 años de
edad). En relación al desempleo, hemos mostrado que hay una tendencia hacia el aumento de las
desigualdades políticas.
Lo que aún no conocemos es si el desempleo ha tenido un impacto más fuerte en
algunos grupos específicos de la población. Los jóvenes y los adultos están en diferentes etapas
de su vida y podríamos esperar que el impacto del desempleo sea distinto para ambos. Alguno
de nuestros análisis más simples que presentamos anteriormente ya apuntaban en esta dirección.
Hemos observado cambios más grandes a través de los años en los ciudadanos que tienen en
torno a 30 años, y especulábamos que el mayor impacto de la crisis en este grupo podría deberse
al momento que atraviesan de su ciclo vital. El desempleo podría tener consecuencias más
dramáticas o que estos ciudadanos sean más conscientes de la situación política, dado que están
en una edad en la que probablemente estén formando una familia, tengan mayores obligaciones
(mantenimiento de una casa, pago de hipoteca…) y, también, hijos a su cargo. Las
responsabilidades que conlleva la madurez requieren de mayor estabilidad económica. Además,
los roles adultos refuerzan el conocimiento y la conciencia que hace que la participación tenga
significado (Strate, Parrish, Elder and Ford, 1989; Rosenstone y Hansen, 1993). En suma, el
desempleo ha afectado a los jóvenes sin precedentes, por lo que ser joven y desempleado podría
tener un impacto en el desarrollo de actitudes y de la participación que no se han visto
anteriormente. Si este es el caso, deberíamos observar diferencias entre los jóvenes que están
desempleados en 2011 que no se observan en años anteriores.
Para comprobar esta posibilidad, añadimos una interacción triple (año, desempleo y
grupo de edad) a los modelos presentados anteriormente. En esta ocasión, examinamos si el
desempleo tiene mayores consecuencias en 2011 que en 2007 para grupos de edad específicos39.
En general, no encontramos diferencias en las actitudes o comportamientos políticos entre los
desempleados que no hayan sido observadas ya en 2002 o 2007, pero con algunas excepciones
que consideramos relevantes a la luz de nuestras expectativas. Los desempleados tienen menos
confianza en los partidos políticos, menos probabilidades de sentirse cercanos a un partido
político, menos probabilidad de votar y firmar peticiones en el grupo más joven (de 18 a 25
años). El gráfico 21 muestra estos resultados para la confianza en los partidos políticos. Muestra
los efectos marginales de los desempleados, en comparación con los encuestados que se
encuentran en otras situaciones laborales, para los tres años que estamos analizando. El
resultado es una diferencia actitudinal entre desempleados y no desempleados para cada grupo
de edad, aunque la diferencia entre los desempleados y el resto de la población es sólo
estadísticamente significativa en 2011 y para el grupo más joven (18 a 25 años). Esta nueva
39
Por razones de espacio, sólo presentamos algunos gráficos. Los resultados más detallados están
disponibles. Consultar con los autores.
117
brecha que sólo afecta a los desempleados más jóvenes es también observable si prestamos
atención a la identificación partidista en el gráfico 22. Aunque este gap es observable para todos
los grupos de edad, los contrastes vuelven a indicar que la significación estadística sólo se
produce para el grupo más joven y sólo en 2011. El mismo resultado puede observarse en la
probabilidad de votar y firmar peticiones.
Gráfico 3.21. Efectos marginales de la confianza en partidos políticos en distintos grupos
de edad y en el tiempo (2002-2011).
2002
2007
4.5
4
3.5
3
2.5
18-25
26-35
36-45
46-55
56-65
2011a
4.5
4
3.5
3
2.5
18-25
26-35
36-45
46-55
56-65
Age groups
Other situations
Unemployed
118
Gráfico3.22. Efectos marginales de identificación partidista en distintos grupos de edad y
en el tiempo (2007 y 2011).
2007
2011b
.8
.6
.4
.2
18-25
26-35
36-45
46-55
56-6518-25
26-35
36-45
46-55
56-65
Age groups
Other situations
Unemployed
Conclusiones
En resumen, como esperábamos, jóvenes y desempleados están cambiando sus actitudes
políticas como resultado de la crisis económica, en la medida que esta situación les hace
diferentes al resto de la sociedad. En otras palabras, la crisis hace que sean más desiguales en
términos sociales y estas desigualdades se convierten en desigualdades políticas.
Estos resultados no apoyan la idea de que los cambios se producen más fácilmente
durante los años en los que los ciudadanos están formándose. Hemos visto que es en el grupo
entre los 25 y 35 años aproximadamente en el que se producen más cambios en las actitudes
políticas. Esto podría indicar que el momento del ciclo vital en el que se encuentran los
ciudadanos está jugando un rol crucial. Los roles adultos permiten conocer y ser conscientes, de
forma que la participación política tenga un significado propio (Strate, Parrisch, Elder y Ford,
1989; Rosenstone y Hansen, 1993). No obstante, es posible pensar en otros factores y
explicaciones que estén en juego. El impacto de la crisis podría tener consecuencias diferentes
para aquellos que ya han empezado su carrera profesional y están formando sus familias. Un
argumento de este tipo defendería que los costes de perder el empleo en estas circunstancias
tienen consecuencias más dramáticas para la vida de las personas. Podríamos especular que los
ciudadanos que se encuentran entre los 25 y los 35 años aproximadamente tenían ya experiencia
en el sistema político, y que esto les permitía participar más en política y reaccionar a la
situación, mientras que los más jóvenes tienen más dificultades para hacerlo.
119
En tercer lugar, hemos visto que las actitudes y comportamientos políticos no están
cambiando en la misma dirección a nivel agregado. Cuando miramos los resultados para los
distintos grupos que analizamos, jóvenes y desempleados, vemos que no son necesariamente las
mismas personas las que están experimentando los cambios. Si la implicación política está
creciendo entre los se encuentran en mejores circunstancias económicas y los más afectados por
la crisis se muestran apáticos y desinteresados, la consecuencia es el incremento de las
desigualdades políticas. Este parece ser el caso para el grupo de los más jóvenes y los
desempleados en nuestro estudio. Detectamos un nuevo gap en los jóvenes de acuerdo con su
situación laboral, algo que no había sido visto anteriormente; al menos, no en la misma medida.
Los jóvenes desempleados muestran menores niveles de confianza y menor apoyo a los partidos
políticos y estas actitudes no se trasladan en mayores niveles de participación política, ya que
tienen menos probabilidades de votar o firmar peticiones.
Dentro de su naturaleza exploratoria, este trabajo ha permitido una exploración de los
cambios en actitudes y comportamientos políticos de los jóvenes y de los desempleados antes y
durante la crisis económica, y ha encontrado indicadores de nuevas o crecientes desigualdades
políticas. Esto es un primer paso importante que nos da pie a hacernos nuevas preguntas que no
han podido ser respondidas en este trabajo: ¿por qué la crisis económica ha afectado de manera
más fuerte a los jóvenes pero no a los más jóvenes? O, ¿es el desempleo una nueva brecha entre
los más jóvenes simplemente por el mayor número de desempleados que existen en este grupo?
120
Anexo.
Tabla A3.1. Regresión lineal para: confianza en partidos políticos, satisfacción con la democracia e interés por la política. Modelos lineales.
Confianza en los partidos políticos
Mujer
Educación
Desempleado
Satisfacción con la democracia
Interés por la política
0.134*
0.134*
0.132*
0.0499
0.0501
0.0504
-0.206***
-0.206***
-0.205***
(0.0523)
(0.0523)
(0.0523)
(0.0501)
(0.0501)
(0.0502)
(0.0157)
(0.0157)
(0.0157)
0.272***
0.277***
0.270***
0.122***
0.120***
0.122***
0.397***
0.398***
0.398***
(0.0377)
(0.0378)
(0.0378)
(0.0331)
(0.0331)
(0.0332)
(0.0110)
(0.0110)
(0.0110)
-0.285***
-0.288***
-0.0183
-0.211**
-0.211**
-0.256
-0.0873***
-0.0868***
-0.152**
(0.0755)
(0.0754)
(0.194)
(0.0662)
(0.0661)
(0.275)
(0.0215)
(0.0215)
(0.0521)
-0.110
-0.0222
-0.107
0.00564
-0.118
0.00522
0.0728**
0.0893***
0.0713**
(0.0788)
(0.0897)
(0.0788)
(0.0797)
(0.103)
(0.0798)
(0.0245)
(0.0264)
(0.0245)
-0.0781
0.108
-0.0753
0.162*
-0.0885
0.162*
0.149***
0.185***
0.148***
(0.0804)
(0.122)
(0.0804)
(0.0796)
(0.154)
(0.0797)
(0.0246)
(0.0328)
(0.0247)
0.198*
0.480**
0.201*
0.155
-0.247
0.155
0.242***
0.299***
0.241***
(0.0911)
(0.166)
(0.0911)
(0.0886)
(0.229)
(0.0887)
(0.0271)
(0.0441)
(0.0271)
0.312**
0.688**
0.313**
0.234*
-0.314
0.234*
0.254***
0.332***
0.254***
Grupos de edad (ref: 18-25)
26-35
36-45
46-55
56-65
121
(0.0988)
(0.210)
(0.0988)
(0.0962)
(0.303)
(0.0962)
(0.0292)
(0.0553)
(0.0292)
0.0206
0.168
0.0363
.
.
.
0.193***
0.217***
0.190***
(0.0615)
(0.0951)
(0.0624)
.
.
.
(0.0211)
(0.0256)
(0.0212)
-0.439***
-0.130
-0.389***
-0.539***
-0.763***
-0.543***
0.286***
0.354***
0.275***
(0.0694)
(0.167)
(0.0771)
(0.0535)
(0.129)
(0.0575)
(0.0191)
(0.0458)
(0.0208)
Año (ref: 2002)
2007
2011
Edad * año
-0.0523*
0.0414
-0.00765
(0.0257)
(0.0218)
(0.00466)
Desempleado * año
Constante
-0.131
0.0127
0.0224
(0.0879)
(0.0760)
(0.0163)
3.084***
3.053***
3.072***
5.154***
5.144***
5.156***
0.126***
0.111**
0.130***
(0.110)
(0.111)
(0.110)
(0.0946)
(0.0948)
(0.0952)
(0.0332)
(0.0344)
(0.0334)
N
8370
8370
8370
7912
7912
7912
11460
11460
11460
R2
0.019
0.020
0.019
0.019
0.019
0.019
0.128
0.128
0.128
Errores típicos entre paréntesis. * p< 0.05, ** p< 0.01, *** p< 0.001
122
Tabla A3.2. Regresiones logísticas para participación en manifestaciones firmar peticiones y participación electoral.
Participar en manifestaciones
Mujer
Educación
Desempleado
Firmar peticiones
Participación electoral
(1)
(2)
(3)
(4)
(5)
(6)
(7)
(8)
(9)
-0.245***
-0.246***
-0.245***
0.0585
0.0584
0.0599
0.0661
0.0645
0.0647
(0.0603)
(0.0603)
(0.0604)
(0.0506)
(0.0506)
(0.0506)
(0.0483)
(0.0484)
(0.0483)
0.693***
0.692***
0.693***
0.604***
0.602***
0.605***
0.364***
0.381***
0.363***
(0.0437)
(0.0437)
(0.0437)
(0.0366)
(0.0367)
(0.0367)
(0.0358)
(0.0361)
(0.0359)
-0.234*
-0.231*
-0.214
-0.150*
-0.149*
-0.342
-0.236***
-0.225***
-0.141
(0.0910)
(0.0908)
(0.226)
(0.0754)
(0.0753)
(0.189)
(0.0617)
(0.0617)
(0.144)
-0.330***
-0.394***
-0.329***
0.00567
-0.0738
0.00397
0.425***
0.639***
0.427***
(0.0863)
(0.0993)
(0.0863)
(0.0746)
(0.0864)
(0.0746)
(0.0666)
(0.0747)
(0.0666)
-0.170
-0.304*
-0.170
0.188*
0.0235
0.187*
0.948***
1.403***
0.951***
(0.0878)
(0.135)
(0.0878)
(0.0757)
(0.118)
(0.0757)
(0.0714)
(0.101)
(0.0715)
-0.164
-0.365*
-0.164
0.171*
-0.0765
0.169
1.382***
2.108***
1.385***
(0.102)
(0.186)
(0.102)
(0.0868)
(0.162)
(0.0868)
(0.0858)
(0.144)
(0.0859)
-0.349**
-0.620*
-0.349**
-0.348***
-0.682**
-0.348***
1.696***
2.678***
1.698***
Grupos de edad (ref: 18-25)
26-35
36-45
46-55
56-65
123
(0.117)
(0.241)
(0.117)
(0.102)
(0.212)
(0.102)
(0.0999)
(0.189)
(0.0999)
-0.124
-0.225*
-0.123
-0.0249
-0.153
-0.0362
0.373***
0.629***
0.378***
(0.0696)
(0.104)
(0.0705)
(0.0575)
(0.0911)
(0.0584)
(0.0646)
(0.0761)
(0.0649)
0.922***
0.708***
0.925***
0.604***
0.330*
0.566***
0.510***
1.268***
0.531***
(0.0807)
(0.185)
(0.0889)
(0.0708)
(0.167)
(0.0785)
(0.0594)
(0.134)
(0.0661)
Año (ref: 2002)
2007
2011
Edad * año
0.0383
0.0478
-0.0970***
(0.0297)
(0.0264)
(0.0153)
Desempleado * año
Constante
N
-0.00981
0.0990
-0.0343
(0.103)
(0.0891)
(0.0470)
-2.634***
-2.623***
-2.635***
-2.173***
-2.158***
-2.165***
-0.311**
-0.447***
-0.318**
(0.124)
(0.124)
(0.124)
(0.106)
(0.106)
(0.106)
(0.100)
(0.103)
(0.101)
7862
7862
7862
7957
7957
7957
12746
12746
12746
Pseudo R2
Errores típicos entre paréntesis, * p< 0.05, ** p< 0.01, *** p< 0.001
124
Gráfico A3.1. Efectos marginales de la satisfacción con la democracia en distintos
grupos de edad (2007 y 2011).
5.6
5.4
5.2
5
2007
2011b
4.8
18-25
26-35
36-45
46-55
56-65
Age group
Gráfico A3.2. Efectos marginales para el interés por la democracia en distintos grupos de
edad (2002-2011).
Predictive Margins
1.4
1.2
1
.8
2002
2007
2011b
.6
18-25
26-35
36-45
46-55
56-65
Age group
125
Gráfico A3.3. Efectos marginales para la identificación partidista en distintos grupos de
edad (2007 y 2011).
.6
.55
.5
.45
2007
2011b
.4
18-25
26-35
36-45
46-55
56-65
Age group
Gráfico A3.4. Efectos marginales para firmar peticiones en distintos grupos de edad
(2002-2011).
.45
.4
.35
.3
.25
2002
2007
2011
.2
18-25
26-35
36-45
46-55
56-65
Age groups
126
Gráfico A3.5. Efectos marginales para la participación electoral en distintos grupos de
edad (2002-2011).
1
.9
.8
.7
2002
.6
2007
2011a
.5
18-25
26-35
36-45
46-55
56-65
Age groups
Gráfico A3.6. Efectos marginales para interés por la política y situación laboral (20022011).
1.2
1.1
1
.9
.8
Other situations
Unemployed
.7
2002
2007
2011b
Year
127
Gráfico A3.7. Efectos marginales para la satisfacción con la democracia y la situación
laboral (2007 y 2011).
5.6
5.4
5.2
5
Other situations
Unemployed
4.8
2007
2011b
Year
Gráfico A3.8: Efectos marginales para la identificación partidista y el desempleo (2007 y
2011).
Pr(Party identification)
.55
.5
Other situations
Unemployed
.45
2007
2011b
Year
128
Gráfico A3.9. Efectos marginales para firmar peticiones y situación laboral (2002- 2011).
.4
.35
.3
.25
Other situations
Unemployed
.2
2002
2007
2011a
Year
Gráfico A3.10: Efectos marginales para la participación electoral y el desempleo (20022011).
Pr(Electoral turnout)
.85
.8
.75
Other situations
Unemployed
.7
2002
2007
2011b
Year
129
Capítulo 4: Los efectos de la crisis económica en la legitimidad del Estado
autonómico.
Introducción
La crisis por la que está atravesando España no sólo tiene una dimensión económica
sino también institucional. En los últimos años, el sentimiento de desafección y la insatisfacción
con el sistema político se han convertido en temas recurrentes entre la opinión pública. La grave
recesión económica y la ineficacia para hacerle frente parecen la principal causa –aunque no la
única- de la creciente desafección entre los ciudadanos españoles. Esta desafección se pone de
manifiesto en distintos tipos de actitudes: conforme a los datos del Eurobarómetro de 2012, por
ejemplo, el 70 por ciento de los españoles se muestra insatisfecho con el funcionamiento de la
democracia y el 90 por ciento desconfía de los partidos políticos. El modelo de organización
territorial del Estado está también entre las instituciones que han experimentado una fuerte
erosión de apoyo ciudadano. Sin embargo, las reflexiones y análisis sobre los efectos de la crisis
en las actitudes hacia el Estado autonómico parecen menos frecuentes en el debate público que
los que abordan los efectos de la crisis en otras dimensiones del descontento y la desafección.
La atención que recibe el proceso soberanista en Cataluña es una excepción; y sin embargo,
dicho proceso es sólo una de las manifestaciones del creciente desapego de los ciudadanos hacia
el Estado autonómico, según veremos después. Para cubrir esta laguna, este trabajo se centra en
la evolución de las actitudes hacia el Estado autonómico en el contexto de la crisis económica.
Como Juan J. Linz ha subrayado en múltiples ocasiones, la transición española
comprendía, en realidad, dos transiciones: la que transformó el régimen autoritario en un
sistema democrático y la que sustituyó el Estado centralista por un Estado de las Autonomías de
difícil catalogación (Linz, 1985). El éxito de la transición y de la consolidación de la
democracia dependía de que las élites reformistas del franquismo y de la oposición democrática
acordaran un modelo de descentralización que permitiera la acomodación de Cataluña y el País
Vasco en España, previniendo así tensiones secesionistas (Stepan 2001; Liñeria, 2012: 43).
Dada la intrínseca relación entre la consolidación de la democracia y el desarrollo del Estado de
las Autonomías, es posible que la desafección institucional tenga también una manifestación
desigual por territorios. Del mismo modo que constatamos que los efectos de la crisis
económica en las actitudes políticas tiene manifestaciones desiguales dependiendo de la
ocupación o de la edad, en este trabajo comprobamos que dichos efectos puedan ser también
desiguales en distintas CCAA. Para comprobar este extremo, en este trabajo no nos centramos
130
en los efectos de la crisis en las actitudes hacia la democracia en un sentido general o en
distintas instituciones del sistema político nacional; sino que analizamos su impacto en las
actitudes hacia el Estado de las autonomías cuyo objetivo es conseguir un cierto grado de
cohesión territorial entre todas ellas. A diferencia de otras instituciones derivadas del acuerdo
constitucional de 1978 que quedaron más cerradas y han permanecido, en consecuencia, más
estables durante el período democrático; los constituyentes diseñaron deliberadamente un
modelo abierto de descentralización. La consecuencia es que la organización territorial ha
quedado más sujeta que otros aspectos del diseño institucional a los vaivenes del proceso
político. Por ello, esperamos que las actitudes hacia el Estado autonómico varíen tanto en
función del contexto político como del contexto económico, esperando encontrar efectos
desiguales dependiendo de la CCAA y del momento analizado.
Para contrastar nuestras hipótesis hemos empleado los datos del Centro de
Investigaciones Sociológicas (CIS). Por un lado, en los siguientes apartados de este trabajo
recurriremos a las series temporales para estudiar la evolución longitudinal de distintos tipos de
actitudes hacia el modelo de organización territorial. No obstante, la mayor parte de nuestros
análisis se basan en la explotación de cinco estudios del CIS que cuentan con muestras
representativas por CCAA: Instituciones y Autonomías (I) y (II) de 1998 (ES2286) y 2002
(ES2455) respectivamente; y los barómetros autonómicos de 2005 (ES2610), de 2010 (ES2829)
y de 2012 (ES2956). Adicionalmente, por sus características específicas y por la evolución de
sus actitudes hacia el Estado autonómico, hemos centrado nuestros análisis en cinco CCAA en
particular: Andalucía, Castilla-León, Cataluña, Madrid y País Vasco.
Nuestro capítulo se estructura en cinco secciones. En el siguiente apartado
reconstruimos las distintas etapas del desarrollo autonómico, tratando de identificar el modo en
el que los factores vinculados al contexto político y los factores vinculados al contexto
económico han podido repercutir en las actitudes hacia el Estado autonómico en distintos
momentos en el tiempo. En el apartado 3 trasladamos nuestras conclusiones del apartado
anterior a un marco teórico en el que fijamos nuestras expectativas sobre el modo en el que las
identidades de grupo (nacional/regional), el recuerdo de voto y las valoraciones de la situación
económica tienen un efecto en las actitudes de apoyo al Estado autonómico, en tres momentos
en el tiempo: en 2002, con anterioridad de a la crisis económica; en 2010, comenzada ya la
crisis económica y después de un período de alta confrontación partidista en torno al eje
territorial/identitario; y en 2012, en la fase más aguda de la recesión, coincidiendo con las
políticas de austeridad y de recorte del déficit estatal y autonómico, y coincidiendo con la
aceleración del deterioro de las actitudes de apoyo al Estado autonómico. El cuarto apartado
examina la evolución longitudinal de distintos tipos de actitudes hacia el Estado autonómico; y
justifica –frente a otras opciones posibles- el empleo de la pregunta del CIS sobre preferencias
131
de organización territorial como operacionalización de la legitimidad del Estado autonómico. Es
este indicador el que seleccionamos como variable dependiente de nuestro trabajo y cuya
evolución examinamos para las diecisiete CCAA en ese mismo aparatado, lo que nos sirve para
justificar la selección de las cinco en las que hemos centrado nuestro estudio. En el quinto
apartado contrastamos nuestras hipótesis con un análisis multivariable para las cinco CCAA
seleccionadas y en los tres momentos en el tiempo. Terminamos con un apartado de
conclusiones.
El desarrollo del Estado autonómico
En los inicios de la transición, la articulación de un modelo de organización territorial
planteaba retos incluso mayores que los de la democratización pues a diferencia de ésta última,
que suscitaba amplios consensos, los españoles se mostraban profundamente divididos a finales
de los setenta con respecto a su preferencia por un modelo de organización territorial del Estado
(Del Campo et. al, 1977: 136-139; Liñeira, 2012:44). Quizás por ello, la organización territorial
del Estado fue el punto más difícil sobre el que llegar a un acuerdo durante la negociación
constitucional (Solé Tura 1985, 89-136) lo que explica que los constituyentes optaran por un
modelo de organización territorial abierto y poco definido.
Junto al objetivo ya citado de conseguir la acomodación de Cataluña y el País Vasco en
España y prevenir así tensiones secesionistas (Stepan, 2001) las élites de la transición buscaron
también, a través de la generalización de las autonomías, un objetivo democratizador que
acercara la administración y los servicios a los ciudadanos y aumentará las posibilidades de
participación política de la población (Subirats y Gallego, 2002). Adicionalmente en la
generalización autonómica, se ha querido ver también una estrategia de las elites nacionales
para rebajar las aspiraciones de autogobierno de catalanes y vascos. En todo caso, la
constitución no estableció un modelo cerrado de descentralización sino que se limitó a
establecer un marco de reglas generales para que los territorios que aspiraran a constituirse en
CCAA pudieran hacerlo, fijando para ello dos posibles vías de acceso a la autonomía y unos
determinados límites. Fueron los respectivos estatutos autonómicos de autonomía y otros
acuerdos políticos posteriores ―como los relativos a la capacidad fiscal y la financiación de las
CCAA― los que han ido dotando de contenido concreto el desarrollo del Estado autonómico
(Aja, 2003; Liñeira, 2012).
Ello puede quizás contribuir a explicar el porqué, en lo relativo a las actitudes hacia el
Estado autonómico ―tal y como veremos en el siguiente apartado― los indicadores de
legitimidad y no solo los de satisfacción, han mostrado oscilaciones mucho más marcadas,
antes y después de la actual crisis económica. En la medida en la que las mismas reglas del
132
juego parecían más vulnerables a la coyuntura política, las actitudes de los ciudadanos hacia
esas reglas han sido también más volubles.
No obstante, el grado de conflicto partidista en torno al Estado autonómico no ha sido
constante durante las tres décadas de democracias, haciéndose más intensa desde finales de la
década de los noventa y especialmente desde 2004, como veremos a continuación. Ello
probablemente explica por qué las explicaciones sobre las actitudes hacia la descentralización
en España han tendido a evolucionar desde análisis que ponían un mayor énfasis en los factores
identitarios (Linz, 1985) a enfoques que otorgan una mayor relevancia al papel de los actores
políticos ―los partidos fundamentalmente― y/o la ideología como conformador de esas
actitudes (Amat, 2013).
A este respecto se han señalado tres etapas que coinciden con avances institucionales en
el desarrollo de los niveles de descentralización (Liñeira, 2012: 51 y ss; Amat, 2013). La
primera etapa comenzaría con la redacción de los estatutos de autonomía y la celebración de las
primeras elecciones autonómicas y se cerraría con los pactos autonómicos de 1992 entre el PP y
el PSOE. Conforme las CCAA de vía lenta fueron consolidando sus competencias, éstas
demandaron homogeneizarse con las autonomías de mayor nivel competencial. Los pactos entre
el PP y el PSOE fueron el resultado de la incertidumbre que generaba un modelo de
descentralización cuya definición seguía abierta y que se resolvió con el acuerdo entre los dos
grandes partidos con el objetivo de homogeneizar los niveles competenciales de las autonomías
de vial lenta con los de aquellas que disfrutaban de un mayor nivel competencial. La misma
naturaleza de los pactos pone de manifiesto que, durante esta primera etapa, el desarrollo
autonómico estuvo menos sujeto a la confrontación política y la competición partidista de lo que
lo estaría en fases posteriores. La enorme ventaja electoral del partido del gobierno con respecto
al principal partido de la oposición; y la presencia del mismo partido en el gobierno central y en
la mayor parte de los gobiernos de las CCAA (Montero y Torcal, 1990) favorecieron que la
cuestión territorial quedara al margen de la competición entre los dos grandes partidos. En
consecuencia -y como veremos con más detalles en el siguiente apartado- las actitudes de apoyo
al Estado autonómico se fueron ampliando y consolidando desde comienzos de los noventa; y
ello peso a que todavía durante los ochenta el apoyo al Estado autonómico todavía había
mantenido todavía un margen estrecho con respecto a la opción centralista. Es este bajo nivel de
conflictividad política (en relación a las fases subsiguientes del desarrollo autonómico) lo que
quizás explique que la crisis económica que puso fin a este período no tuviera repercusiones en
la tendencia de consolidación de actitudes de apoyo al Estado autonómico, en contraste con el
efecto negativo que la actual recesión sí parece haber tenido en esas mismas actitudes.
La segunda fase del desarrollo autonómico abarcaría desde los pactos de 1992 hasta la
victoria electoral de Rodríguez Zapatero en las elecciones de 2004, coincidiendo con los
133
prolegómenos del acceso del PP al gobierno central y las dos legislaturas del gobierno de Aznar.
Este período está marcado por distintas tendencias. Por un lado, la victoria del PP en las
elecciones autonómicas de 1995 permitió a este partido ocupar un buen número de gobiernos
autonómicos que hasta entonces habían quedado dominados por el PSOE lo que con toda
probabilidad contribuyó a la consolidación de las actitudes de apoyo al Estado autonómico entre
el electorado del PP. Por otro, sin embargo, el desarrollo autonómico empezó a vincularse en
mayor medida a las estrategias políticas de los partidos y la confrontación política. No obstante,
todavía en esta fase, el conflicto partidista en torno a dimensión territorial quedó circunscrito a
la confrontación del PP, por un lado con los partidos nacionalistas, por otro.
La capacidad de los partidos nacionalistas de influir en el proceso de descentralización
vino dada por distintas circunstancias. En primer lugar, el aumento de la competitividad
electoral entre PP y PSOE en el nivel nacional y la necesidad de construir mayorías
parlamentarias contribuyó a aumentar la capacidad de influencia de los partidos nacionalistas en
el desarrollo del Estado autonómico.40Adicionalmente, los pactos de 1992 había concluido con
un primer ciclo de desarrollo autonómico, igualando los niveles competenciales de las CCAA.
A medio plazo esto generaría un cambio en las estrategias de los partidos nacionalistas en el
sentido de ampliar y renovar la reivindicación de autogobierno a través de modificaciones en el
marco legal del Estado de las autonomías. La renovación de esta estrategia comenzaría a
ponerse de manifiesto a finales de la década de los noventa con la declaración de Barcelona de
1998 suscrita por los tres principales partidos nacionalistas en las tres nacionalidades históricas;
y en el caso concreto específico del País Vasco con el Pacto de Estella que, a medio plazo, daría
lugar a la propuesta de reforma del Estatuto vasco conocida popularmente como el Plan
Ibarretxe. En respuesta a este cambio de estrategia de los partidos nacionalistas, durante la
segunda legislatura de Aznar el PP respondió a las iniciativas antes mencionadas con una
política expresa de movilización del nacionalismo español, lo que polarizó la cuestión territorial
e hizo imposible restablecer cualquier alianza entre el PP y sus antiguos socios nacionalistas
(Balfour y Quiroga, 2007: 193-229).
No obstante, y pese a las estrategias crecientemente divergentes de los partidos
nacionalistas, por un lado, y del PP, por otro, la tendencia de consolidación en las actitudes de
apoyo al Estado autonómico todavía no se modificó sustancialmente durante este período,
excepto en contextos concretos como en el País Vasco dónde si aumentaron las preferencias por
un mayor nivel de autonomía y, ligeramente, también por la independencia (Pérez-Nievas
40
Tanto el gobierno minoritario de González en 1993 como con el primero de Aznar de 1996 los pactos de
legislatura con CiU y el PNV (suscrito sólo en 1996) se hicieron en intercambio con avances sustanciales
en el proceso de descentralización, tanto en los niveles de corresponsabilidad fiscal en 1993 y de nuevo
en 1996 (transferencia del 15 y el 30% del IRPF respectivamente); como en traspasos adicionales de
competencias, especialmente en los acuerdos de 1996.
134
2006). Pero en esta segunda fase comenzó a ponerse de manifiesto que los avances y
estancamientos en el desarrollo autonómico no respondían a cambios sustanciales en las
preferencias de los ciudadanos sino a cambios en la coyuntura política. En consonancia –como
argumentaremos con más detalle en el siguiente apartado- distintos análisis comenzaron a
revisar el papel de los partidos políticos no como meros receptores de los preferencias de los
ciudadanos con respecto al modelo territorial desde un enfoque bottom-up sino como los
principales responsables de la conformación de esas preferencias (véase Fernández-Albertos
2002 para una aportación temprana de esta tesis en el caso específico del País Vasco). En este
sentido el cierto consenso con respecto al desarrollo autonómico que había presidido la primera
etapa tendió a romperse, por la movilización de los partidos nacionalistas en el sentido de
reivindicar un nivel de autogobierno fuera del marco provisto por el Estado autonómico, por un
lado; y la movilización del PP en sentido contrario por otro (Bonet et. al, 2010). Dados estos
antecedentes, esperamos que la erosión en los niveles de apoyo al Estado autonómico, antes y
durante la crisis, haya sido mayor en las CCAA gobernadas por el PP o por los partidos
nacionalistas que en las gobernadas por el PSOE, un aspecto sobre el que volveremos en el
apartado sobre la evolución longitudinal de las actitudes hacia el Estado autonómico y en los
análisis multivariables.
La propuesta de reforma del Estatuto vasco y especialmente el conflictivo proceso de
reforma estatutaria en Cataluña constituyen el telón de fondo de la tercera fase del desarrollo
autonómico. Las elecciones de 2004 darían lugar a una legislatura muy polarizada con un gran
protagonismo de la cuestión territorial e identitaria. Aunque el mayor protagonismo, con una
fuerte proyección sobre la opinión pública, se lo llevó la reforma del Estatuto catalán, en la
estela de esta reforma se abrieron procesos de revisión estatutaria en un buen número de CCAA
(Andalucía, Aragón, Comunidad Valenciana entre otras). Bajo la acusación del PP “España se
rompe” el modelo de organización territorial se convirtió en esta tercera fase en un factor de
competición no sólo entre partidos nacionalistas y partidos de ámbito estatal sino entre los dos
principales partidos de ámbito nacional, PP y PSOE, conduciendo a la emergencia de pautas de
territorialización del voto en las elecciones municipales y autonómicas de 2007, y en las
generales del año siguiente (Santamaría y Criado, 2008; Bonet et al. 2010).
En esta tercera fase, y con anterioridad al inicio de la crisis económica, la
intensificación del papel de la cuestión territorial en la competición partidista comenzó a tener
efectos en las actitudes hacia el Estado autonómico, de tal modo que si el apoyo al statu quo
autonómico alcanzó un máximo del 60% (y el centralismo un mínimo del 10%) en torno a 2005,
en los tres años siguientes -coincidiendo con la segunda ola de reformas estatutarias-tanto el
statu quo como la reivindicación de mayor autonomía sufrieron una pérdida de apoyos de en
torno veinte puntos porcentuales en favor de una recentralización del Estado, una evolución que
135
examinaremos con más detalle en el siguiente aparatado y que propició que el CIS cambiara la
formulación de la pregunta sobre preferencias de organización territorial 41.
Finalmente, durante la segunda fase de la crisis económica entre 2010 y 2012- un
período caracterizado no sólo por los altos niveles de desempleo sino por las políticas de
austeridad y el recorte del déficit tanto en el nivel estatal como en el autonómico- el proceso de
erosión en las actitudes de apoyo al Estado autonómico se ha acelerado notablemente en dos
tendencias que evolucionan en sentido contrario. De una parte, en el caso específico de
Cataluña, la tendencia hasta 2010 de una reivindicación de más autonomía se ha transformado
en una reivindicación por un modelo de Estado que permita a las CCAA convertirse en Estados
independientes. En la dirección contraria, en muchos lugares del resto de España se ha puesto de
manifiesto una ruptura abierta con el modelo autonómico y la reivindicación del
restablecimiento de un Estado centralista (una opción mayoritaria en un buen número de CCAA
entre las que cabe destacar Madrid, las dos Castillas, Valencia y Murcia)
Este proceso suscita nuevos interrogantes sobre los factores que condicionan las
actitudes hacia el Estado autonómico, y la posible interacción de las explicaciones vinculadas al
proceso político con las percepciones del contexto económico. En particular el papel de las
elites políticas queda en interrogante en esta fase crítica de la crisis económica pues el
socavamiento en los niveles de apoyo popular al Estado autonómico tiene lugar en paralelo al
debilitamiento de los vínculos tradicionales entre votantes y partidos: un proceso de
deslegitimación que es particularmente intenso entre los partidos tradicionales y que parece
conllevar una importante reconfiguración del sistema de partidos (Bosco y Verney, 2011;
Martín y Urquizu, 2011). Si los vínculos entre los partidos tradicionales y los ciudadanos se
están debilitando ¿qué factores explican el pronunciado aumento de las opciones de ruptura en
el modelo autonómico, tanto en una dirección como en otra; y de qué modo la crisis económica
juega un papel específico en esta tendencia? Este es el objetivo principal de este trabajo y a cuya
respuesta orientamos las dos siguiente secciones.
Los factores explicativos: identidad, proceso político y crisis económica.
Las actitudes hacia el Estado autonómico, las demandas de autogobierno se han
explicado a partir de dos tipos de análisis principales: un enfoque que pone el énfasis en los
factores identitarios; y las explicaciones desde el proceso político que examinamos
sucesivamente a continuación. Son relativamente pocos los trabajos que han examinado el
41
Este cambio de tendencia propició que el CIS cambiara la formulación de la pregunta sobre
preferencias de organización territorial del Estado abriendo una quinta opción de respuesta que permitiera
a los entrevistados posicionarse de menos autonomía para las CCAA respetando el marco del Estado
Autonómico.
136
efecto del contexto económico y las percepciones económicas en la conformación de esas
actitudes, al menos para el caso de España, por lo que concluimos esta sección con un apartado
en el que reunimos nuestras expectativas sobre los efectos que los factores económicos tendrán
en la conformación de las actitudes hacia el Estado autonómico.
Las actitudes hacia el Estado autonómico: el enfoque identitario.
Tal y como hemos ya hemos señalado, el principal objetivo del modelo autonómico
territorial del Estado durante la transición era el de satisfacer las demandas de autogobierno
existentes en algunas regiones, y en particular en Cataluña y en el País Vasco. El apoyo a la
autonomía aparecía así asociado a la a la existencia de una lengua regional minoritaria o a
tradiciones de autogobierno que las elites nacionalistas vinculaban a una identidad regional
distintiva alternativa a la identidad nacional española. Así, los primeros análisis explicativos
sobre las actitudes hacia la descentralización otorgaron una notable importancia a las
identidades regionales/nacionales como conformadoras de las preferencias hacia el modelo de
organización territorial (Del Campo et al, 1977), aunque se advertía también que la preferencias
por un mayor nivel de autonomía era más frecuentes entre los ciudadanos que se ubicaban en la
izquierda que entre los que se ubican en la derecha (López-Aranguren, 1983). Conforme a las
expectativas de estos primeros análisis, la identidad predominantemente regional y las
identidades duales se relacionaban positivamente con el apoyo al Estado autonómico; frente a la
identidad predominante y exclusiva española que con efectos positivos sobre la preferencia de
una fórmula centralista.
Siguiendo esta línea un buen número de estudios sobre el modelo autonómico español
ha seguido este enfoque bottom-up centrado en las capacidades predictivas de las identidades en
las preferencias en torno a la organización territorial del Estado (Linz, 1985; Martínez-Herrera,
2002; Pérez-Nievas y Bonet, 2006; Chernyha y Burg, 2008). Estos trabajos están en
consonancia con otros trabajos que examinan casos distintos del caso español y que otorgan
también a las identidades un papel clave en la conformación de este tipo de actitudes (Moreno,
1986; Mendelshon, 2002; Billiet et al., 2006).
Las explicaciones sobre las preferencias de organización territorial de los estados
plurinacionales como el español encuentran un importante terreno compartido con la literatura
sobre las actitudes hacia el proceso de integración europea en el papel clave que otorgan a las
identidades como conformadora de una y otra actitud. Ello no es sorprendente pues -salvando
las distancias entre uno y otro objeto de estudio- en ambos casos se analizan actitudes hacia
modelos de integración de entidades territoriales más pequeñas y de subidentidades asociadas a
un nivel territorial inferior en una identidad territorialmente superior. Por ello un buen número
de trabajos sobre las actitudes hacia el proceso de integración europea han estudiado el efecto de
137
las identidades en los niveles de apoyo a la UE, prestando especial atención a la interacción de
las identidades nacionales con la identidad europea (Carey, 2002; Mclaren, 2002, 2004; Hooghe
y Marks, 2005; De Vries y van Kersbergen, 2007; entre otros). Muchos de estos trabajos
encuentran que los factores identitarios explican un porcentaje mayor de la varianza del apoyo
al proceso de integración que las percepciones económicas individuales o de grupo (Hooghe y
Marks, 2005: 417). Es esta literatura en particular la que desarrollado expectativas sobre el
modo en el que las identidades exclusivas de grupo (nacionales) tienen un efecto negativo en las
actitudes hacia la integración europea, en contraste con el efecto positivo de la identidades
anidadas o duales que compatibilizan la identidad nacional con la europea (Diez Medrano y
Gutiérrez, 2001; Diez Medrano, 2003; Hooghe y Marks, 2005; Pérez-Nievas y Mata López,
2012).
De nuevo en el ámbito específico de las actitudes hacia el Estado autonómico, existe un
segundo tipo de trabajos que, adoptando un enfoque dinámico de las relaciones entre las dos
variables, ha analizado el efecto de la descentralización autonómica en la estructura de
identidades regionales/nacional. A semejanza del modo en el que produjeron los procesos de
nation-building, estos trabajos han señalado el impacto que el desarrollo autonómico y la
consolidación de los gobiernos regionales (con sus respectivos despliegues en políticas
educativas, sanitarias, etc.) han tenido en el aumento en los niveles de identificación con la
región (Martínez-Herrera, 2002, 2005; Hierro, 2012): una tendencia que resulta muy clara en el
caso de Cataluña y, algo menos en el del País Vasco. En esta misma línea, el cambio más
notable hasta mediados de la década pasada para el conjunto de España ha sido el descenso de la
identidad exclusiva española en favor de las identidades duales. Dado el efecto positivo que los
primeros trabajos habían demostrado entre las identidades regionales y duales en los niveles de
apoyo a la descentralización autonómica su ampliación y consolidación parecen consecuentes
con el proceso de ampliación de apoyos al Estado autonómico al que ya nos hemos referido
antes y que veremos con más detalle en el siguiente apartado.
Por contraste, el incremento de las opciones de ruptura en la doble dirección de la
recentralización del Estado y del aumento de las preferencias independentistas desde mediados
de la pasada década parece subrayar el modo en el que las identidades exclusivas de grupo
puedan estar alimentando las actitudes rupturistas con el Estado autonómico. Adaptando las
hipótesis de la literatura sobre actitudes hacia la UE (repetir las citas más importantes)
esperamos que las identidades exclusivas de grupo tengan un efecto negativo en el apoyo al
Estado autonómico (o dicho de otro modo esperamos que la identidades exclusivas tengan una
relación positiva con las preferencias de ruptura: la opción del Estado centralizado y posibilidad
de convertirse en Estados independientes); frente a las identidades duales que mostrarán una
relación positiva con dicho apoyo. Sin embargo, para el análisis longitudinal matizamos el
138
efecto negativo que esperamos encontrar entre un tipo y otro de identidad exclusiva en las
actitudes de apoyo autonómico. Y así como esperamos que la identidad exclusiva española
tenga un efecto negativo en las tres observaciones en el tiempo, por lo que se refiere a la
identidad exclusiva regional esperamos efectos cambiantes en el tiempo. Conforme al objetivo
inicial del desarrollo autonómico de encajar la singularidad de las nacionalidades históricas en
un marco común y por la relación positiva que algunos de los primeros trabajos encontraron
entre la identidad regional y el apoyo al desarrollo autonómico, esperamos que la identidad
exclusiva de grupo tenga un efecto positivo o neutro (también en las nacionalidades históricas)
en la primera de nuestras observaciones, en 2002; todavía en una fase inicial de la confrontación
del PP con los partidos nacionalistas en torno a la reforma territorial (y con anterioridad a los
debates en torno al Plan Ibarretxe y la reforma del Estatuto catalán). Por el contrario, tras la alta
movilización del eje territorial-identitario, especialmente entre 2004 y 2008, esperamos que la
identidad regional exclusiva tenga un efecto negativo tanto en la observación de 2010 como en
la de 2012.
Las actitudes hacia el Estado autonómico: el proceso político.
Una segunda corriente explicativa de las actitudes hacia la descentralización se enmarca
dentro del enfoque institucionalista que subraya la capacidad de los partidos y las élites
partidistas de condicionar cambios en la opinión pública (Sniderman y Levendusky, 2007: 449452). La literatura sobre los efectos de la polarización partidista en la opinión pública argumenta
que las élites son capaces de “liderar” la opinión pública a través de la combinación de tres
mecanismos: las estrategias de confrontación partidista que promueven (polarización); la
capacidad de las élites de enmarcar temas y proporcionar atajos informativos que los votantes
usan para fijar sus preferencias; y los niveles de lealtad partidista o la fortaleza de los vínculos
entre votantes y partidistas (Druckman et al. 2013 en Torcal y Mota, 2013). Siguiendo esta
línea, un número buen número de trabajos ha intentado explicar los cambios en las preferencias
como el efecto del mismo proceso de descentralización en las pautas de competición partidista y
los cálculos estratégicos de las élites (Swenden et. al, 2006; Hough y Jeffery, 2006; Sorens,
2010; Alonso, 2012).
Desde este segundo enfoque, estos trabajos han revisado el papel de los partidos
políticos no como meros receptores de los preferencias de los ciudadanos con respecto al
modelo territorial desde un enfoque bottom-up (Torcal y Mota, 2013), sino como los principales
responsables de la conformación de esas preferencias. Conforme a la argumentación de estos
trabajos las preferencias en el modelo de organización territorial del Estado son endógenas al
proceso político de tal modo que, manteniendo constantes el efecto de las identidades en las
demandas de autogobierno, las actitudes hacia el Estado autonómico están conformadas por las
posiciones variables de los respectivos partidos a través de los vínculos (identificación, voto)
139
que estos últimos mantienen con los ciudadanos (Amat, Jurado y Leon, 2009; Liñeira, 2012); al
margen incluso de la evaluación que los ciudadanos hagan de sus respectivos gobiernos
autonómicos (Torcal y Mota, 2013).
En la aplicación específica de este enfoque al caso de España, los avances de la
descentralización en España se han explicado como cambios institucionales vinculados a los
incentivos electorales de los partidos políticos y su posterior poder negociador en el legislativo
(Amat, 2013). Los incentivos electorales de algunos partidos a cambiar el peso de la dimensión
territorial en la competición política afectan el resultado de las elecciones y, por tanto, el poder
negociador de los partidos en el parlamento (Amat, 2013: 2); lo que explicaría que
descentralización en España se haya desarrollado de forma irregular, abrupta, y desigual (Amat,
Jurado y León-Alfonso, 2010; Beramendi 2012). Efectivamente, tal y como hemos explicado en
detalle en el apartado anterior, el empleo de las élites de la cuestión territorial/identitaria en la
confrontación y competición entre partidos no ha sido constante a lo largo de las tres décadas de
democracia sino que se intensificó muy especialmente en el periodo entre 2004 y 2008.
Con el objetivo de especificar de modo más concreto el papel de distintos grupos de
élites un primer grupo de trabajos ha puesto un mayor énfasis en el papel de los partidos de
ámbito no estatal (los partidos nacionalistas y regionalistas) en la formación y polarización de
las actitudes de los ciudadanos con respecto al modelo de organización territorial (FernandezAlbertos, 2002; Bracanti, 2006; Reuchamps et al., 2012; Alonso, 2013; Moreno y Obydenkova,
2013). Para un segundo grupo de trabajos, sin embargo, la capacidad de aumentar la relevancia
de la dimensión territorial/identitaria no es atribuible en exclusiva a los partidos nacionalistas
sino que los partidos de ámbito estatal han contribuido también a la intensificación de la
dimensión territorial aprovechando divisiones intrapartidistas territoriales (Verge, 2013; Torcal
y Mota, 2013). Conforme a este argumento, en el caso concreto de España, los partidos
nacionalistas han activado el clivaje territorial-identitario promoviendo una escalada en las
demandas de autogobierno; al mismo tiempo que, en particular, el Partido Popular lo activaba
en sentido contrario (Amat, 2012; 2013). Como explicaremos con más detalle en el apartado de
análisis multivariable, para medir el efecto de las élites partidistas en las actitudes de apoyo al
Estado autonómico hemos operacionalizado el vínculo entre partidos y votantes a través de
recuerdo de voto. En virtud del papel y el sentido que la literatura atribuye a unos y otros
partidos en la activación del clivaje territorial identitario, esperamos que en el proceso de
erosión de apoyos del Estado autonómico, el voto a partidos nacionalistas y al partido popular
se relacione negativamente con dichas actitudes de apoyo; al mismo tiempo que esperamos que
el recuerdo de voto al PSOE tenga una relación positiva.
No obstante, también en este caso esperamos un efecto diferenciado en el análisis
longitudinal. Conforme a las distintas etapas que hemos identificado en nuestra descripción del
140
desarrollo autonómico, la confrontación partidista en torno a la cuestión territorial comenzó en
la segunda legislatura de Aznar, y se intensificó después de las elecciones de 2004. Por ello
esperamos que el efecto del proceso político ―operacionalizado a través del recuerdo de voto―
en las actitudes hacia el Estado autonómico sea menor en 2002 que en 2010, es decir antes y
después de esta activación del clivaje territorial-identitario. Al mismo tiempo, conforme la crisis
económica entró en su segunda fase, con un mayor énfasis en los objetivos de recorte del déficit
en las CCAA, esperamos que los factores vinculados al proceso político tengan un menor peso,
y las percepciones sobre la situación económica lo tengan mayor en las actitudes hacia el Estado
autonómico en los datos de 2012 en relación a los de 2010. En definitiva, esperamos que el
recuerdo de voto tenga un mayor efecto en las actitudes de apoyo al Estado autonómico en
2010, tanto con respecto a los datos anteriores de 2002 como a los posteriores de 2012.
Las actitudes hacia el Estado autonómico: el contexto económico
Bajo este epígrafe tratamos de reunir una serie de argumentos sobre el modo en el que el
contexto económico puede tener un efecto sobre las actitudes de apoyo al Estado autonómico.
Nuestra propuesta a este respecto es más tentativa pues son más escasos los trabajos que
examinan la incidencia del contexto económico en general y de las evaluaciones económicas en
particular en las preferencias de organización territorial. En relación al desarrollo autonómico
algunos trabajos previos han abordado aspectos tales como los mecanismos de accountability de
los gobiernos autonómicos por sus resultados económicos (Lago y Lago, 2010; León, 2011); o
el impacto relativo de las valoraciones económicas frente a las políticas en la percepción del
rendimiento autonómico (Liñeira, 2012) pero, hasta nuestro conocimiento, no existen estudios
que examinen el efecto de percepciones económicas en los niveles de apoyo al Estado
autonómico (en definitiva en el indicador de legitimidad del Estado autonómico tal y como los
hemos definido en este trabajo y conforme lo operacionalizamos en el siguiente apartado). Esta
ausencia de trabajos previos puede deberse a que con anterioridad a la crisis económica actual,
los niveles de apoyo agregado al modelo autonómico y su evolución longitudinal parecían poco
sensibles al contexto económico: la crisis de la primera mitad de los noventa, por ejemplo, no
tuvo efectos aparentes en el proceso de consolidación de las actitudes favorables al modelo
autonómico. Por contraste, en la crisis económica actual, y de modo particular en su segunda
fase desde 2010/11 ―coincidiendo con la crisis de la deuda y el mayor énfasis en el recorte del
déficit estatal y autonómico― las opciones de ruptura con el modelo autonómico han
aumentado considerablemente, tal y como veremos con más detalle en el siguiente apartado.
La literatura sobre los efectos del contexto y las percepciones económicas en las
actitudes hacia las instituciones políticas han adoptado habitualmente un enfoque utilitarista.
Este enfoque ha tenido un desarrollo muy importante en las explicaciones de las actitudes hacia
141
la UE por lo que lo tomaremos como punto de partida tratando de adaptarlo a la explicación de
las actitudes hacia el Estado autonómico.
Desde el enfoque utilitarista, el apoyo de los ciudadanos a la UE depende de la
percepción de un beneficio económico neto derivado de la pertenencia a Europa (Eichenberg y
Dalton, 1993; Anderson y Reichter, 1995; Anderson y Kaltenthaler, 1996; Gabel y Palmer,
1995; Gabel, 1998a y 1998b.). Siguiendo el enfoque utilitarista, los ciudadanos apoyan el
proceso de integración en la medida en la que perciban que la pertenencia a la UE es consistente
con sus intereses económicos. Para un primer grupo de investigaciones, el apoyo a la UE varía
dependiendo bien de los rendimientos macro de la economía nacional tales como la inflación, el
PIB o la tasa de desempleo (Eichenberg y Dalton 1993; Anderson y Reichter, 1995; Anderson y
Kaltenthaler, 1996); bien de los rendimientos más específicos que los países miembros obtienen
del proceso de integración económica, tales como la balanza comercial con el resto de los países
miembros o las transferencias netas desde la UE (Mahler et al., 2000). Un segundo grupo de
investigaciones, por contraste, pone un mayor énfasis en la microeconomía y la percepción
individual de beneficio de modo que tanto la valoración de la situación económica nacional
como la personal tienen en impacto significativo sobre las actitudes hacia la integración europea
(Gabel y Palmer, 1995; Gabel y Whitten, 1997). Los ciudadanos perciben los costes y
beneficios de la pertenencia al UE dependiendo de su situación socioeconómica y de la
incidencia que pueden tener el proceso de integración europeo en su economía personal (Gabel,
1998a).
Para un tercer grupo de autores el efecto específico de las percepciones individuales de
la economía variará dependiendo del contexto en el que éstas operan. En su análisis sobre la
compatibilidad entre distintos tipos de identidades Diez Medrano (2003) subraya que la
identidad local puede verse como un obstáculo para la inclusión en la identidad más amplia; o
alternativamente, ésta última puede percibirse como una amenaza para aquella; de tal modo que
relación positiva o negativa de la identidad nacional con el apoyo a la integración europea
dependa no sólo del contenido que se da a aquélla sino del modo en el que se presenta Europa
en distintos contextos. En una línea similar De Vries y van Kersbergen (2007), han desarrollado
el concepto de doble lealtad42 para explicar las condiciones en las que las identidades nacionales
tendrán un efecto positivo o negativo en las actitudes de apoyo a la integración europea. De
acuerdo con su argumento, los gobiernos nacionales proveen a los ciudadanos de beneficios
como seguridad y bienestar (entendidos en un sentido amplio). La lealtad primaria emerge de
esta positiva transacción de los Estados-nación, de modo que los ciudadanos apoyan la cesión
de soberanía sólo a condición de que dicha cesión garantice o refuerce su seguridad y bienestar.
La lealtad secundaria ―en este caso el apoyo a la UE― existe cuando las instituciones
42Double
allegiance en el original (De Vries y van Kersbergen, 2007: 313)
142
supranacionales permiten o facilitan a las élites nacionales la provisión de dichos recursos (De
Vries y van Kersbergen, 2007: 312-3; van Kersbergen 2000: 4-9; Carey, 2002: 392). En este
sentido, el concepto de doble lealtad puede explicar la variabilidad en la relación entre
identidades nacionales y adhesión a la UE: dónde los ciudadanos perciben que la integración
europea es un obstáculo a la provisión de seguridad y bienestar será más probable encontrar una
relación negativa entre la identidad nacional y el apoyo a la UE; y viceversa. A este respecto,
en el ámbito específico de las actitudes hacia la integración europea los saldos fiscales netos se
han identificado como un predictor importante de las actitudes de apoyo a la integración.
Siguiendo a Mahler et al. (2000:440) “aunque los cálculos del coste y beneficio de la
pertenencia a la UE abarcan distintas esferas, la posición presupuestaria de sus distintos
miembros en relación al conjunto de la Unión se ha identificado como uno de los factores más
influyentes en las percepciones de la opinión pública sobre la UE como institución” (traducción
de los autores del original en inglés)
Volviendo a las repercusiones de la crisis económica en las actitudes hacia la
legitimidad autonómica, en este trabajo hemos considerado que la valoración que los
ciudadanos hacen del Estado autonómico puede estar condicionada por dos posibles
percepciones sobre sus consecuencias económicas, de tal modo que éstas actúen conjuntamente
o por separado. Por un lado, es posible que un número importante de ciudadanos perciba la
administración autonómica como un nivel político superfluo que contribuye a incrementar el
gasto público, una percepción que se ha acrecentado en el actual contexto de recortes en
prestaciones básicas. De hecho, tal y como veremos en el siguiente epígrafe, el porcentaje de
ciudadanos que piensan que el Estado autonómico representa una sobrecarga al gasto público se
ha triplicado en sólo dos años, de 2010 a 2012. Una segunda percepción posible de los
ciudadanos sobre las consecuencias económicas del Estado autonómico tiene que ver con su
capacidad redistributiva. La financiación autonómica es una dimensión importante de los
debates sobre el modelo de organización territorial aunque suele conllevar alineamientos muy
diferentes a los que se tienen lugar cuando lo que se discute es el encaje de identidades
regionales diferenciadas en un marco común43. En lo que se refiere a la capacidad distributiva
del sistema de financiación autonómica, aunque existe bastante opacidad sobre los balances
fiscales44 que conlleva el modelo autonómico, la percepción de ciertas CCAA como Madrid o
Cataluña como contribuyentes netos; y de otras como Andalucía o Extremadura como
beneficiarios netos parece bien asentada entre sus respectivas opiniones públicas regionales
después de sucesivos debates sobre el modelo de financiación.
43
Como muestra, en un desayuno informativo para Nueva Economía Forum, el consejero de economía de
la Generalitat catalana Mas-Colell argumentó que la Generalitat y la Comunidad de Madrid pueden dar la
batalla juntas por la reforma del sistema de financiación (El País, 18/11/2013)
44
Véase el Gráfico A.1 en el anexo.
143
Por ello, de manera similar a los efectos variables dependiendo de la percepción del país
como contribuyente o beneficiario neto identificada por la literatura sobre las actitudes hacia la
UE, en este trabajo consideramos que las percepciones de los ciudadanos sobre el beneficio o la
contribución presupuestaria de sus respectivas CCAA constituye un filtro clave sobre el tipo y
sentido de la influencia que las variables económicas tendrán en las actitudes hacia el Estado
autonómico en distintas CCAA. A este respecto hemos incluido en nuestros modelos dos
variables independientes vinculadas a los efectos de la situación económica en el apoyo al
Estado autonómico: una primera variable vinculada a la percepción subjetiva de la situación
económica; y una segunda en torno a la situación objetivable de los individuos.
La percepción subjetiva está operacionalizada como el diferencial entre la evaluación
que los ciudadanos hacen de la situación económica de la CCAA con respecto a la evaluación
de la situación económica en el conjunto de España; de tal modo que los valores positivos de
esta variable corresponden a aquellos individuos que perciben que la situación de su CCAA es
mejor que la del conjunto de España mientras que los valores negativos corresponden a los
individuos que consideran que la situación económica de España es mejor que la de sus
respectivas CCAA. En CCAA que son contribuyentes netas como Cataluña y Madrid nuestra
hipótesis es que a mayor valoración diferencial menor será el apoyo al Estado autonómico en la
medida en la que, en una situación económica adversa, se percibe a éste último como
redistribuidor de recursos a otras CCAA. Por contrapartida no esperamos encontrar efectos de la
valoración diferencial en las CCAA beneficiarias netas como Andalucía o Castilla-Leon pues en
ellas tanto los valores altos de la valoración diferencial (“Nuestra CA está mejor gracias a la
redistribución autonómica”) como los bajos (“La mala situación de nuestra CA necesita de los
efectos redistributivos de la financiación autonómica”) pueden relacionarse positivamente con
los niveles de apoyo al Estado autonómico.45
De modo similar esperamos encontrar también efectos diferenciados por CCAA en
función de la ocupación. A este respecto consideramos a los desempleados, y en menor medida
a los jubilados, como categorías particularmente vulnerables en un contexto económico adverso.
Precisamente, por su mayor vulnerabilidad esperamos que sus actitudes hacia el Estado
autonómico varíen en función de la CCAA. En CCAA que son contribuyentes netas, como en
Cataluña y Madrid, estas categorías mostrarán niveles de apoyo al Estado autonómico
significativamente menores que entre otros grupos. Por el contrario, en CCAA que son
beneficiarias netas, el nivel de apoyo al Estado autonómico será significativamente mayor entre
estos grupos vulnerables que entre los empleados y otras categorías de ocupación.
45
No obstante, cabe pensar que en las CCAA que son beneficiarias netas se pueda percibir el estado
centralizado como un redistribuidor más beneficioso para estas CCAA que el Estado autonómico, un
supuesto sobre el que volveremos en la valoración de nuestros análisis multivariables y en las
conclusiones de este trabajo.
144
Por supuesto, en las CCAA que son contribuyentes netas como Cataluña y Madrid,
existen diferencias en los mecanismos y en el resultado final de esa falta de apoyo al Estado
autonómico. En Madrid la falta de apoyo estará asociado a la percepción del Estado autonómico
como un gasto superfluo y el resultado es la preferencia por volver a un Estado centralizado. En
Cataluña, es la integración de la región en el marco organizativo más amplio que representa el
Estado autonómico lo que se percibe como un coste inasumible y la consecuencia es la opción
por la independencia. No obstante, tal y como hemos operacionalizado la legitimidad
autonómica en el siguiente apartado el resultado actitudinal es el mismo.
Dos últimas consideraciones: En primer lugar, por la particularidad del encaje del País
Vasco en el sistema de financiación autonómica, no tenemos expectativas específicas sobre las
relaciones de las variables económicas con las actitudes hacia el Estado autonómico. Y en
segundo lugar, para el resto de las CCAA, las relaciones que esperamos encontrar son más
probables en un contexto económico adverso, de modo que nuestra expectativa es que la
confirmación de nuestras hipótesis es menos probable en 2002 y más probable en 2010 pero
muy especialmente en 2012. En un razonamiento similar esas relaciones serán tanto más
probables conforme más adversas sean las circunstancias económicas de las distintas CCAA
Para terminar este apartado teórico merece la pena añadir algunas reflexiones sobre los
efectos que esperamos para las variables de control que hemos incluido en nuestro análisis
multivariable. En primer lugar, esperamos que la edad tenga un efecto en las actitudes de apoyo
al Estado autonómico. En su trabajo sobre las actitudes hacia el Estado autonómico Liñeira
(2012) encontró un efecto cohorte en los niveles de apoyo al modelo autonómico: las
generaciones que crecieron y se socializaron en paralelo al desarrollo de la descentralización
tienen, siguiendo a este autor, una actitud más positivas hacia el Estado autonómico que las
generaciones que se socializaron en períodos anteriores. En nuestros análisis multivariables
posteriores esperamos, por tanto, que la edad tenga un efecto negativo en los niveles de apoyo al
Estado autonómico. Por otro lado, en distintos trabajos, para el caso español y otros casos de
estudio se ha demostrado un efecto positivo del nivel educativo con la preferencia por el modelo
federal y mayores niveles de autogobierno en un sentido general (Torcal y Mota, 2013) por lo
que esperamos que los niveles educativos más altos tengan un efecto positivo en los nivele de
legitimidad autonómica.
Las actitudes hacia el Estado autonómico: dimensiones y evolución longitudinal.
En este apartado examinamos las actitudes hacia el modelo de organización territorial
desde los conceptos de legitimidad y satisfacción, apoyo difuso, apoyo específico rendimiento.
145
Aunque existe una larga tradición que examina las actitudes hacia el régimen democrático desde
este enfoque, son menos frecuente escasos los trabajos que lo han aplicado a las percepciones
sobre el Estado autonómico (véase, no obstante, la importante excepción de Liñeira, 2012)
La legitimidad, siguiendo la definición de Gunther, Montero y Torcal (1998), se puede
definir como la actitud positiva de los ciudadanos hacia las instituciones democráticas,
consideradas como la forma de gobierno más apropiada. Como puntualiza Linz (1978: 18), “en
última instancia, la legitimidad democrática se basa en la creencia de que para un determinado
país y en un momento dado, ningún otro tipo de régimen podría asegurar un mayor éxito de los
objetivos colectivos”. Trasladado a las actitudes a la organización vertical del poder, hemos
operacionalizado la legitimidad del Estado autonómico a partir de las opciones de respuesta de
los que consideran el modelo autonómico como el más apropiado para la organización
territorial. A este respecto en este trabajo hemos considerado que las opciones de respuesta de la
serie histórica del CIS no expresa tanto preferencias de organización territorial (no aparecen, por
ejemplo, entre las opciones de respuesta opciones de descentralización alternativas al modelo
autonómico como el federalismo) sino distintos grados de apoyo del modelo autonómico; y que,
por tanto, puede y quizás debe entenderse mejor como un indicador de la legitimidad del
modelo autonómico. Desde esta premisa en el Gráfico 1 analizamos las actitudes hacia el Estado
autonómico aplicando el esquema clásico de Hirschman (1970) en torno a las opciones de
lealtad (apoyo al statu quo), voz (reivindicación de más o menos autonomía sin abandonar el
modelo autonómico) y salida (apoyo a la posibilidad de independencia o recentralización del
Estado, ambas opciones fuera del modelo actual).
Conforme argumentábamos en el apartado anterior mientras otras actitudes como la
legitimidad de la democracia han permanecidos más o menos estables y con niveles de apoyo
elevados, la evolución de la legitimidad del Estado autonómico ha mostrado importantes
variaciones desde los años ochenta. Así en el Gráfico 1 observamos que, desde posiciones
todavía muy divididas a comienzos de la década de los ochenta ―en 1984 la suma de la
preferencia por un Estado centralizado y la posibilidad de independencia todavía superaba en
casi 10 puntos el apoyo al statu quo autonómico― el apoyo del Estado autonómico se fue
incrementando hasta alcanzar un máximo en 2006 en un porcentaje próximo al 60 por ciento.
Desde entonces el apoyo al statu quo comenzó a debilitarse en un proceso inicialmente leve
pero que se acelera en la observación de 2009 (aunque debe tenerse en cuenta el efecto del
cambio en la formulación de la pregunta a partir de ese año). Conforme a esta división que
hemos llevado a cabo para facilitar el análisis, en una primera fase ―hasta 2010/11― el
descenso de las opciones de lealtad hacia el Estado autonómico tiene lugar mientras se
incrementan las opciones de voz (aunque con oscilaciones); mientras que desde esa fecha, se
incrementan las opciones de salida, en detrimento del continuado descenso de la lealtad, pero
146
también de la voz en esta segunda fase. El Gráfico 4.1 pone también de manifiesto que en 2013
las preferencias en torno a la salida, es decir la ruptura con el modelo autonómico, ya eran muy
levemente mayoritarias en relación a las otras dos opciones.
Gráfico 4.1. Actitudes hacia el Estado autonómico: Lealtad, Voz y Salida en las
preferencias sobre la organización territorialª.
ª Las opciones de respuesta del indicador del CIS utilizado han cambiado incorporando a partir de 2009
una nueva opción de respuesta (Estado autonómico con menos autonomía). El gráfico une ambas
formulaciones.
Fuente: Series temporales Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
No obstante para facilitar nuestro análisis en el siguiente apartado de modelos
multivariables, hemos considerado un segunda variante en la operacionalización de nuestra
variable dependiente, agrupando a todos los que consideran el Estado autonómico como la
mejor forma de organización posible, con independencia de si prefieren modificaciones en el
nivel de autonomía; o dicho de otro modo, agrupando las opciones de lealtad y voz frente a las
de salida, tal y como aparece en el Gráfico 4.2. (véase Liñeira, 2012 para la misma
operacionalización). Siguiendo esta segunda modalidad, si bien a partir de 2007
aproximadamente comienza un descenso del apoyo al Estado autonómico, es en la segunda fase
de la crisis económica ―a partir de 2010/11 aproximadamente y coincidiendo con la fase más
intensa de la austeridad y políticas de recorte del déficit estatal y autonómico― cuando el
descenso en los niveles de apoyo al estado autonómica (y el ascenso en las posiciones de
ruptura) es especialmente marcado. Es por tanto durante esta segunda fase de la crisis cuando
los niveles de legitimidad autonómica se han visto especialmente erosionados Pese a que la
pérdida de legitimidad parecía ya estar manifestándose antes incluso del inicio de la crisis
económica y durante su primera fase entre 2008 y 2010; es desde esta última fecha cuando la
caída de la legitimidad se hace más intensa. Dada esta evolución en el tiempo trabajamos con
dos hipótesis en relación a nuestras tres observaciones en el tiempo: 1) el efecto de las
147
percepciones económicas en las actitudes de apoyo al Estado autonómico será por supuesto
mayor en las observaciones de 2010 y 2012 en relación a la de 2002, mucho antes de la
recesión; 2) El efecto de las percepciones económicas será mayor en la observación de 2012 que
en la de 2011 coincidiendo con la segunda fase de la crisis cuando la perdida de legitimidad del
Estado autonómico se hizo mucho más intensa.
La operacionalización que mostramos en el Gráfico 4.2 es la que hemos seguido en la
especificación de la variable dependiente para los análisis multivariables que presentamos en el
siguiente apartado.
Gráfico 4.2. Evolución de la legitimidad del estado de las autonomías (1984-2013) a.
ª Las opciones de respuesta del indicador del CIS utilizado han cambiado aunque reflejan de manera
sustantiva el mismo significado. El gráfico une ambas formulaciones.
Fuente: Series temporales Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
Una cuestión de interés adicional con respecto a las actitudes hacia el Estado
autonómico es la relación que mantiene la legitimidad con los indicadores de satisfacción y
eficacia. Si bien estos dos fenómenos pueden aparecen relacionados, se trata de dimensiones
distintas conceptual y empíricamente. Linz (1993: 42-3) sostiene que la relación entre ambos
conceptos es compleja señalando que la eficacia puede “a lo largo del tiempo fortalecer,
reforzar, mantener o debilitar la creencia en la legitimidad, y ésta a su vez puede influir en la
percepción de la eficacia y el rendimiento del régimen”. Otros autores distinguen estos
conceptos (Montero, Gunther y Torcal, 1998; Klingemann, 1999), señalando que los ciudadanos
son capaces de ser críticos con un régimen y no por ello considerar que deba ser abandonado.
En este caso presuponemos que el impacto de la crisis económica puede no estar siendo el
148
mismo en una y otra dimensión. Aunque también influirán las valoraciones sobre la eficacia, la
legitimidad del sistema político autonómico puede descansar en predisposiciones ideológicas o
identitarias mientras que la satisfacción con el sistema político deriva fundamentalmente de las
percepciones de los ciudadanos sobre su capacidad para resolver problemas.
Siguiendo el esquema de Easton (1965), el apoyo al sistema político es un concepto
multidimensional en el que se pueden diferencian dos dimensiones: el apoyo difuso y el apoyo
específico. El primero de ellos implica una vinculación a través de la lealtad y tiene un carácter
más afectivo mientras que el segundo se deriva de los beneficios o costes específicos que
perciben los individuos por su pertenencia (Easton, 1965:444). En este sentido, el apoyo
específico está relacionado con las evaluaciones de los ciudadanos y es más susceptible a los
factores contextuales, pudiéndose ver afectada por coyunturas desfavorables como la crisis
económica actual, mientras que la legitimidad se trataría de una lealtad general independiente
del desempeño del régimen y, por ello, de carácter más duradero. La legitimidad se observaría
en el grado de apoyo difuso que los ciudadanos conceden al sistema mientras que la eficacia se
referiría al grado de apoyo específico, dependiendo del rendimiento de las instituciones y sus
resultados (Liñeira, 2012:82-83).
La serie con la que contamos para medir la satisfacción con el Estado autonómico es
mucho más limitada que para el indicador de legitimidad. El Gráfico 4.3 recoge la consideración
de los ciudadanos sobre el desarrollo del Estado autonómico como algo positivo o negativo para
España. Como en el caso de la legitimidad, los resultados ponen de manifiesto un cambio de
tendencia en la satisfacción que comienza a manifestarse a partir de 2005 y se intensifican entre
2010 y 2012, en una tendencia muy parecida a la evolución de la legitimidad. Por añadidura,
algunos trabajos anteriores han mostrado, por un lado, que la satisfacción con el Estado
autonómico parece relacionarse en mayor medida con indicadores de descontento político como
la valoración de la situación política o las evaluaciones del gobierno central y autonómico
(Liñeira, 2012: 91); y, por otro, que en este caso la legitimidad –y no la satisfacción- parece más
estrechamente relacionada con las percepciones de la economía (Mata López y Paradés, 2013).
Dada la aparente relación entre las dos variables y por contar con una serie más larga en el
indicador de legitimidad, en los modelos multivariables del siguiente apartado hemos optado
por centrarnos la el indicador de legitimidad como variable dependiente.
149
Gráfico 4.3. Valoración del desarrollo del Estado de las autonomías (1996-2012)ª.
ª El grafico refleja las valoraciones que hacen los encuestados sobre el efecto que el desarrollo de las
CCAA ha tenido para España.
Fuente: Serie temporal del CIS.
Sin embargo, atendiendo a las motivaciones que los encuestados dan para explicar sus
valoraciones positivas o negativas del Estado autonómico nos ofrece algunas pistas sobre el
peso creciente del factor económico en las percepciones sobre el Estado autonómico. Si nos
fijamos, en primer lugar, en las motivaciones que los ciudadanos dan para valorar positivamente
el Estado de las autonomías, observamos importantes cambios en la evolución del 2010 al 2012
(Gráfico 4.4). Si en 2010 las opciones elegidas en mayor medida eran las que se referían a una
mayor descentralización y autogobierno y a la gestión de los intereses de la CCAA, en 2012 el
porcentaje de estas opciones descienden considerablemente y se pone el énfasis en la mayor
atención y cercanía de la administración.
150
Gráfico 4.4. Motivaciones positivas de la creación del Estado de las autonomías 2012201046 (porcentajes) ª.
ª Porcentajes calculados en base al n total de encuestados que responden a la pregunta ¿Cree Ud. que, en
general, la creación y desarrollo de las Comunidades Autónomas ha sido para España algo más bien
positivo o más bien negativo? Fuente: Elaboración propia a partir del CIS (2956 y 2829). Nota:
Resultados ordenados de mayor a menor en 2012.
46
Las respuestas en 2010 han sido agregadas para su comparación con las correspondientes al 2012 del
siguiente modo: Motivaciones positivas: 1. Más cercanía a la Administración y/o instituciones: Más
cercanía a las instituciones; gobierno más cercano; políticos más cercanos; administración más cercana. 2.
Mayor atención y conocimiento de los problemas: Mayor conocimiento y atención de los problemas;
conocimiento de problemas y necesidades; atención a problemas y necesidades. 3. Defensa de la propia
identidad, cultura e idioma: Defensa de la propia identidad, cultura e idioma; mantener el idioma;
mantener las tradiciones culturales; defensa de la identidad. 4. Gestión de lo nuestro (de los intereses de la
comunidad): Gestión de lo nuestro (de los intereses de la comunidad); gestión de recursos propios,
autogestión; defensa de los intereses propios. 5. Mejor gestión y/o administración: Mejor gestión y
administración; menos burocracia; más rapidez en trámites; mejor organización; mejor reparto del dinero;
mejor utilización de recursos; mejor administración de los impuestos; más control en la gestión. 6. Mayor
descentralización y autogobierno: Más autonomía política; descentralización y competencias propias;
independencia; elección de representantes; no depender del gobierno central; se evita el centralismo;
instituciones jurídico, políticas propias; autogobierno. 7. Mejora en la prestación de servicios concretos:
Mejora en la prestación de servicios concretos; sanidad mejor; educación mejor; buenas y mejores
prestaciones; mejor atención al ciudadano; mejora en infraestructuras; servicios más accesibles. 8.
Prosperidad económica: Mejora económica; creación de riqueza; avance económico; creación de puestos
de trabajo; más recursos. 9. Mejora de la relación entre comunidades autónomas: Mejor de la relación
entre comunidades; solidaridad; cooperación; intercambio de ideas; más igualdad entre comunidades. 10.
Otras respuestas: Respuestas imprecisas; respuestas tautológicas; otras respuestas.
Motivaciones negativas: 1. Aumento del gasto público: Aumento del gasto público y de los políticos; más
impuestos; más políticos, más gente para cobrar; más despilfarro, más derroche; más corrupción. 2.
Aumento de la burocracia: Aumento de la burocracia; se duplica la administración; gestiones
complicadas; muchos gobiernos. 3. Aumento de las diferencias entre comunidades autónomas: Aumentan
las diferencias entre comunidades; unas comunidades con más privilegios que otras; reparto no equitativo.
4. Fomento de los intereses particulares de las comunidades autónomas: Fomento de los individualismos;
fomenta insolidaridad; todos quieren más; cada uno va a los suyo. 5. Fomento de los enfrentamientos
entre comunidades autónomas: Fomento de los enfrentamientos; conflictos; mala convivencia; crispación.
6. Fomento de los separatismos: Fomento de los separatismos; fomenta nacionalismos; desunión;
problemas con la lengua. 7. Ruptura de España: Ruptura de España; se rompe el país; contra la unidad de
España; favorece la independencia. 8. El mal funcionamiento de las comunidades, en general: Menciones
genéricas al mal funcionamiento de las comunidades; no funcionan; no son efectivas; mala gestión. 9.
Autonomía insuficiente: Autonomía insuficiente. 10. Otras respuestas: Respuestas imprecisas; respuestas
tautológicas; otras respuestas.
151
En cuanto a las valoraciones negativas, destaca de modo muy notable el incremento de
los que perciben que favorece el aumento del gasto público (Gráfico 4.5). Este es el principal
motivo al que aluden los ciudadanos tanto en 2010 como en 2012 para considerar el modelo
autonómico como algo más bien negativo. Sin embargo, en el 2012 el porcentaje se ha
triplicado con respecto al 2010. La situación de crisis económica parece introducir en la opinión
pública la percepción de que el Estado autonómico es el responsable del aumento del gasto
público en nuestro país. Si bien esta idea ya existía en años anteriores como manifiestan los
resultados del 2010, la segunda fase de la crisis más claramente vinculada al recorte del déficit
de los gobiernos autonómicos ha propiciado que se extienda esta idea llegando a considerarla
más de un 30 por ciento de los encuestados que perciben el Estado autonómico como algo más
bien negativo.
Gráfico 4.5. Evolución de las motivaciones negativas de la creación del Estado de las
autonomías 2012-2010 (porcentajes) ª.
ª Porcentajes calculados en base al n total de encuestados que responden a la pregunta ¿Cree Ud. que, en
general, la creación y desarrollo de las Comunidades Autónomas ha sido para España algo más bien
positivo o más bien negativo?
Fuente: Elaboración propia a partir del CIS (2956 y 2829).
Nota: Resultados ordenados de mayor a menor en 2012
Dados estos resultados referentes a la percepción del aumento del gasto público, en el
Gráfico 4.6 observamos los resultados de esta variable por CCAA. De esta forma, vemos cómo
son los ciudadanos de Madrid los que perciben este aumento del gasto en mayor medida seguido
de Cataluña. No obstante, en todas las CCAA, el porcentaje de los que consideran que el
152
modelo autonómico aumenta el gasto público se han incrementado del 2010 al 2012, aunque es
en Madrid y en Cataluña dónde lo hacen en mayor medida.
Gráfico 4.6. Evolución de la creencia que el aumento del gasto público por la creación del
Estado de las autonomías 2012-2010 por CCAA (porcentajes) ª.
ª Porcentajes calculados en base al n total de encuestados que responden a la pregunta ¿Cree Ud. que, en
general, la creación y desarrollo de las Comunidades Autónomas ha sido para España algo más bien
positivo o más bien negativo?
Fuente: Elaboración propia a partir del CIS (2956 y 2829).
Nota: Resultados ordenados de mayor a menor en 2012
Legitimidad del Estado autonómico por CCAA.
Una vez que hemos analizado la evolución longitudinal del apoyo de los españoles
hacia el modelo autonómico, cabe preguntarse por su evolución en distintas CCAA. Diversos
trabajos anteriores han puesto de manifiesto que las actitudes de los ciudadanos hacia la
organización territorial del Estado también varían en función de la CCAA estudiada (Shabad,
1986; Montero y Torcal, 1990; Mota, 1998; Liñeira, 2012). Tras las elecciones de 1982, cuando
las preferencias por la autonomía no eran abrumadoramente superiores a las del centralismo, el
apoyo al Estado autonómico era ya mayoritario en prácticamente todas las comunidades, salvo
en Asturias, Extremadura; y especialmente en las dos Castillas, donde el centralismo seguía
153
siendo la primera preferencia para los ciudadanos (Shabad 1986:536). El Gráfico 4.7 muestra la
evolución de la legitimidad del Estado autonómico desde 2005 –el momento en el que
suscitaban el máximo consenso desde el inicio del período democrático- hasta 2012, en la
segunda fase de la recesión, coincidiendo con la crisis de la deuda y la política de recorte del
déficit en una mayoría de CCAA.
Gráfico 4.7. Apoyo al Estado autonómico (agrupación de lealtad y voz frente a salida) por
CCAA (2005-2012).
Fuente: Barometros autonómicos del CIS (2610 y 2956).
El gráfico pone de manifiesto la pérdida de apoyo al Estado Autonómico en todas las
CCAA con la única excepción del País Vasco. Destaca la disminución del apoyo en Murcia
donde el descenso es de casi 41 puntos porcentuales; seguidas de Madrid, Castilla y León y
Cataluña con un 30 por ciento de pérdidas de apoyo. En las tres primeras CCAA mencionadas el
Estado centralizado se había convertido ya en la primera preferencia entre sus ciudadanos.
Por contraste, en 2005, el apoyo autonómico eran sensiblemente menor precisamente
en las CCAA cuyas demandas de autogobierno el desarrollo autonómico había buscado encajar:
un 65 por ciento de los vascos y algo más del 70 por ciento de los catalanes apoyaba en aquel
momento el Estado autonómico bien desde posiciones de lealtad bien desde posiciones devoz.
De entre estas dos CCAA, sólo Cataluña permanece en el grupo de menores niveles de
legitimación del Estado autonómico, aunque el crecimiento de las opciones de salida en este
caso se expresan a través de la preferencia de un modelo que permita la independencia para las
154
CCAA. En Canarias, Asturias, Galicia y Navarra el apoyo al Estado autonómico permanece en
2012 por encima del setenta por ciento. Por último, sólo en Andalucía las opciones de apoyo al
Estado autonómico permanecen en 2012 en nivele por encima del 80 por ciento.
Conforme al argumento que hemos desarrollado en el marco teórico de que las actitudes
hacía el Estado autonómico dependen del contexto político, en los Gráficos 4.8 y 4.9
exploramos examinamos la distribución de las posiciones de lealtad, voz y salida conforme al
color del partido gobernante en la CA entre 2010 y 2012, es decir contrastando los dos
momentos de la recesión económica. El gráfico pone de manifiesto que el efecto de la crisis en
la deslegitimación del Estado autonómico ha sido muy distinto dependiendo del partido en el
gobierno. En las CCAA gobernadas por el PSOE, en sentido contrario al conjunto del país, las
posiciones de lealtad se han visto reforzadas, de modo que especialmente la salida se concentra
significativamente en las CCAA gobernadas por el PP o por los partidos nacionalistas. Un
segundo punto de contraste interesante que ofrece el gráfico es la comparación entre PP y PSOE
en los dos momentos del tiempo; si la distribución de preferencias en las CCAA gobernadas por
uno y otro partido era bastante parecida en 2010, es sin embargo bastante distinta en 2012, lo
que sugiere que las posiciones vinculadas a uno u otro partido se han acentuado durante la
segunda fase de la crisis. Este resultado, por ello, matiza nuestra expectativa de que los efectos
de la variables vinculadas al proceso político serán menores en 2012 que en 2010.
Gráficos 4.8 y 4.9. Opciones de lealtad, voz y salida en CCAA gobernadas por el PSOE, el
PP y partidos nacionalistas (2010-2012).
En 2012, el PP/UPN encabezaba el gobierno en 12 CCAA, es decir en todas excepto en
Andalucía, País Vasco y Asturias (PSOE), por un lado; y en Canarias y Cataluña (Nacionalistas); por
otro. En 2010, el PP/UPN encabezaba el gobierno en 8 CCAA, el PSOE en Andalucía, Asturias, Castilla-
155
La Mancha, Extremadura, País Vasco, Baleares y Cataluña (éstas dos últimas en coalición) y Canarias y
Cantabria es gobernada por los nacionalistas.
Fuente: Elaboración propia a partir de resultados electorales y webs parlamentos autonómicos.
La legitimidad del Estado autonómico: cinco casos de estudio.
En función de la evolución en los niveles de legitimidad del modelo autonómico, y
atendiendo en paralelo al color de su gobierno, en el resto de este trabajo hemos centrado
nuestros análisis en los casos de Castilla y León, Madrid, Cataluña, País Vasco y Andalucía. Las
dos primeras destacan tanto por su elevado descenso del apoyo al modelo autonómico, alrededor
de 30 puntos porcentuales, como por hacerlo a favor del Estado centralizado. Se trata además,
en ambos casos, de gobiernos autonómicos en manos del PP desde hace dos décadas. Andalucía
y País Vasco son dos de las CCAA que destacan en mayor medida por lo contrario, incluso con
una evolución positiva en los niveles de legitimidad en la segunda de ellas, tal y como hemos
visto en el apartado anterior. Por último, Cataluña también destaca por la fuerte pérdida de
legitimidad aunque en este caso la opción de salida se articula en torno a la posibilidad de
independencia; además de estar gobernada por un partido nacionalista. Dada la relevancia que
tradicionalmente se ha otorgado a los factores identitarios en la conformación de las actitudes
hacia el Estado autonómico, la selección de Cataluña y País Vasco como casos de estudio
responde también a su singularidad identitaria con respecto al resto de CCAA.
Las cinco CCAA son muy distintas entre sí y su diversidad se puede constatar tanto en
su población, tamaño, sentimiento nacionalista, etc. Hay que señalar también las diferencias con
respecto a su régimen jurídico, en dónde destaca la singularidad del régimen foral del País
Vasco y su autonomía fiscal. Puesto que nuestras hipótesis sobre el efecto de las percepciones
económicas están vinculadas a su posición presupuestaria con respecto al régimen general, no
hemos fijado hipótesis concretas para esta CA sobre el modo en el que las variables económicas
incidirán en las actitudes hacia el Estado autonómico. Por último, existen también importantes
diferencias en el impacto que la crisis ha tenido en sus niveles de riqueza y desempleo. Enlas
siguientes tablas hemos seleccionado dos indicadores para mostrar dicho impacto en cada una
de ellas: la evolución en la tasa de desempleo (Tabla 4.1) y la evolución de su deuda pública en
porcentaje de sus respectivos PIB (Tabla 4.2). A continuación hacemos una breve descripción
del contexto de las cinco CCAA seleccionadas, prestando especial atención al contexto
económico.
156
Tabla 4.1. Evolución de la Tasa de desempleo (1998-2012).
1998
2005
2010
2012
Andalucía
29,13
13,85
27,97
34,59
Castilla-León
16,79
9,16
20,99
28,47
Cataluña
14,42
6,95
17,75
22,65
Madrid
16,79
6,80
16,08
18,99
País Vasco
16,91
7,33
10,55
14,87
Media
18,61
9,16
20,06
25,03
Fuente: Elaboración propia a partir del INE.
Tabla 4.2. Evolución de la deuda de las CCAA en porcentaje del PIB (1998-2012).
1998
2002
2005
2010
2012
Andalucía
8,9
7,4
5,9
8,5
14,6
Castilla-León
3,4
3,4
3,7
7,8
13,8
Cataluña
9,6
7,9
8,6
17,8
25,8
Madrid
4,4
6,7
6,3
7,2
10,7
País Vasco
7
3
2
7,8
11
Fuente: Elaboración propia a partir del boletín del Banco de España.
Andalucía
La crisis económica está teniendo un fuerte impacto en Andalucía, con los índices de
desempleo más altos, que superan en un 10 por ciento la tasa de desempleo en el conjunto de
España. El desempleo ha evolucionado desde un 14 por ciento en 2005 a un 28 por ciento en
2010 y alcanzó el 35 por ciento en 2012, lo que hace que sean los más elevados de toda la UE.
Los datos del PIB tampoco son mejores, con un PIB per cápita del 74,5 por ciento en 2012,
Extremadura es la única comunidad autónoma con un PIB per cápita menor. Su deuda pública
es la segunda más elevada de las cinco CCAA consideradas (aunque muy por detrás de la de
157
Cataluña) y en 2012 tuvo que solicitar una ayuda al Estado para su vencimiento. Por las razones
anteriores, Andalucía es -junto con Cataluña- la más golpeada por la crisis entre las cinco
seleccionadas por lo que esperamos encontrar mayores efectos de los factores económicos en
los niveles de apoyo autonómico que en Madrid, Castilla-León o el País Vasco; aunque por su
posición con respecto a los saldos fiscales, esperamos que el efecto de los factores económicos
vayan en sentido contrario de los que esperamos encontrar en Cataluña o en Madrid. Por lo que
se refiere a variables políticas, Andalucía es la única CA que ha permanecido bajo gobiernos
socialistas durante todo el período democrático aunque en las últimas elecciones autonómicas de
2012 el PP gano, por primera vez, en número de votos. Aunque Andalucía accedió a la
autonomía a través del artículo 151 de la Constitución Española el regionalismo andaluz no ha
sido un movimiento fuerte en el período democrático y el Partido Andalucista ha ido perdiendo
presencia en el Parlamento andaluz lo que se traduce en que no consiguiesen representación en
las dos últimas elecciones. Por ello no esperamos que la identidad regional tenga un efecto
menor en las actitudes hacia el Estado autonómico que en los casos de Cataluña y el País Vasco.
En definitiva, tal y como acabamos de ver, Andalucía es la única CA en la que los
niveles de apoyo al Estado autonómico permanecen por encima del 80 por ciento lo que
creemos que es el resultado de la combinación de sus factores políticos, económicos e
identitarios que en este caso se retroalimentan positivamente pese al contexto de recesión.
Castilla y León
En los indicadores analizados, Castilla-León es la CA con la evolución más parecida a
la media nacional. Si bien su índice de desempleo se sitúa ligeramente por encima de la media
en los datos del 2012, su evolución ha sido pareja a la nacional con pequeñas diferencias. Esto
también se constata en su PIB per cápita del 97,9 por ciento en 2012, muy próximo a la media
nacional del 100 por cien. En cuanto a su deuda pública, ésta se sitúa en el valor intermedio de
las cinco comunidades analizadas, lo que también ocurre cuando se compara con el resto de
comunidades. Castilla-León era también beneficiaria neta en términos fiscales en 2005 por lo
que esperamos que el efecto de la ocupación en los niveles de apoyo del Estado autonómico
tenga el mismo sentido que en Andalucía, aunque debido al menor impacto de la crisis
esperamos también que dichos efectos tengan menos intensidad.
En términos sociopolíticos, su vinculación histórica con el Reino de Castilla ha
provocado una identificación entre lo español y lo castellano que se hace patente en el
sentimiento españolista de sus ciudadanos y sus preferencias centralistas. El sentimiento
regionalista en Castilla-León es muy marginal no en relación a Cataluña y el País Vasco sino
también con respecto a Andalucía por lo que no esperamos en este caso efectos de la identidad
158
exclusivamente regional. El PP
ha gobernado siempre en esta comunidad con la única
excepción de la primera legislatura en la que lo hizo el PSOE. En este sentido, y sabiendo que
se trata de una de las CCAA en las que más ha descendido la legitimidad autonómica,
esperamos que sean las variables socio-políticas las que expliquen en mayor medida sus
actitudes hacia el Estado autonómico.
Cataluña
Cataluña es probablemente, entre las cinco CCAA seleccionadas, la que más
contradicciones encierra. Por un lado se sitúa claramente entre las CCAA ricas, con el cuarto
PIB per cápita más alto (119,7 por ciento) de España, por detrás del País Vasco, Madrid, y
Navarra. La tasa de desempleo en Cataluña en 2012 se sitúa ligeramente por debajo de la media
nacional aunque pero su diferencial con respecto al conjunto de España ha tendido a disminuir
en relación a lo que ocurría a finales de los noventa (al contrario de lo que ocurre con el País
Vasco). Por último, Cataluña arrastraba desde mucho antes de la crisis la deuda pública más alta
entre las cinco comunidades seleccionadas y es la única en la que dicha deuda se dobló entre
2005 y 2010. Si consideramos el conjunto de las 17 CCAA, su deuda está también entre las más
elevadas, sólo por detrás de Valencia y Castilla La Mancha. Ello conllevo que los recortes en
prestaciones básicas comenzaran a introducirse aquí unos meses antes que en otras en esta
CCAA; lo que no impidió que tuviese que pedir un rescate al gobierno central para el
vencimiento de la deuda. En definitiva, aunque todavía en 2012 Cataluña sigue siendo una CC
relativamente rica en relación a la media está entre las más golpeadas por la crisis en términos
relativos, y muy especialmente por lo que se refiere a la evolución de su deuda pública y los
recortes en el gasto público. La combinación de los factores anteriores con su posición como
contribuyente neta en el régimen general explica que el mensaje “España nos roba” haya calado
de forma notable entre amplios sectores de la población catalana. Por ello, esperamos que en
Cataluña (junto con Andalucía) los factores económicos tengan un efecto mayor en las actitudes
de legitimidad del Estado autonómico que en las otras tres CCAA; aunque, a diferencia de
Andalucía, las categorías sociales más vulnerables tendrán en este caso una actitud
significativamente más negativa, y no positiva, hacia el Estado autonómico.
También en lo relativo al contexto político Cataluña ha atravesado un período
especialmente convulso. Tras 23 años de gobierno ininterrumpido del Jordi Pujol, desde 2003 le
sucedió el tripartito del PSC-ERC-ICV, coincidiendo con los debates en torno a la reforma del
Estatuto catalán que provocó un alto nivel de confrontación partidista y monopolizó la agenda
política catalana durante todo este período hasta su aprobación en 2006. En 2010, la declaración
de inconstitucionalidad de 14 artículos del Estatuto generó protestas y una gran manifestación
159
contra dicha resolución. Por las razones que acabamos de apuntar la crisis económica ha
contribuido a aumentar la polarización entre Cataluña y España. Por ello, consideramos que las
variables relativas al contexto socio-político tendrán en Cataluña un efecto mayor que en las
otras 4 CCAA.
Madrid
Madrid tiene algunos elementos compartidos con Cataluña; y otros muchos que la
diferencian considerablemente. Se trata de una CCAA rica, su PIB per cápita es el 129 por
ciento en relación a la media española, sólo por detrás del País Vasco. Comparte además con
Cataluña la condición de contribuidora neta en las balanzas fiscales. No obstante, la incidencia
de la crisis en Madrid es algo menor, su tasa de desempleo se sitúa 6 puntos por debajo de la
media y es la CA con menor deuda pública. Por su similitud como contribuyentes netos,
esperamos que los factores económicos, percepción y ocupación, tengan el mismo efecto que
aunque, por el menor efecto de la crisis, quizás con menor intensidad.
Por lo que se refiere a las variables sociopolíticas, en Madrid, como en Castilla-León, la
identidad regional carece de contenido político de modo que tampoco en este caso específico
esperamos que la identidad regional exclusiva tenga un efecto importante en nuestra variable
dependiente. Sin embargo, por su condición de capitalidad, por la concurrencia en Madrid de
muchas manifestaciones de movilización españolista y tras casi dos décadas de gobiernos del PP
en la Comunidad y en la capital si esperamos que la identidad nacional exclusiva tenga un
efecto negativo más claro sobre el apoyo al Estado autonómico en Madrid que otras CCAA.
País Vasco
La situación económica del País Vasco destaca por ser comparativamente mejor que el
resto de CCAA. Su tasa de desempleo en 2012 era 10 puntos porcentuales menor que la media
española, además de que este diferencial positivo con respecto a la media española ha tendido a
aumentar desde finales de la década de los noventa mejorando, por tanto, su diferencial positivo
que le permite situarse con el porcentaje de PIB per cápita más alto de todas las CCAA:
(135,4%)47. Por añadidura, su deuda pública es una de las más bajas de España, sólo por detrás
de la de Madrid de acuerdo con datos de 2012. Por último, su condición de régimen foral le
otorga un status singular en los juegos distributivos de la financiación autonómica y por tanto,
no hemos fijado hipótesis específicas sobre el sentido de los efectos de las variables económicas
en los niveles de legitimidad autonómica. Todo ello puede contribuir a explicar que sea la única
47Según
datos del INE.
160
CA en la que los niveles de legitimidad autonómica han aumentado. De todo lo anterior,
esperamos que el efecto de las variables económicas en los niveles de apoyo al Estado
autonómico sea menor aquí que en las otras cuatro CCAA
No obstante, el País Vasco es también la CA que experimentó un contexto más
convulso políticamente con anterioridad a la actual crisis económica. La tregua de ETA de
finales de los noventa, el Pacto de Estella, y la posterior propuesta de reforma del Estatuto vasco
contribuyeron a polarizar la opinión pública vasca en torno al modelo de organización
territorial. Por añadidura, el alto nivel de confrontación partidista y polarización eran ya
patentes en el País Vasco en 2002 después de la ruptura en 2000 de la denominada tregua
trampa y de las elecciones autonómicas de 2001 muy polarizadas en torno a dos bloques (PérezNievas 2006). El País Vasco destaca también por haber tenido el nivel más alto de apoyo a la
independencia a lo largo de todo el período democrático. Dada la mayor heterogeneidad de su
distribución identitaria esperamos también que esta sea la CA dónde el factor identitario tiene
un mayor efecto en la conformación, y esperamos que, a diferencia, de otras CCAA, éste efecto
sea ya patente desde en la primera observación de 2002.
Modelos explicativos en cinco CCAA en tres observaciones en el tiempo:
Para comprobar si la crisis económica ha tenido algún efecto sobre las actitudes hacia el
estado autonómico y si este efecto ha sido diferente dependiendo de la Comunidad Autónoma
estudiada, o si por el contrario las actitudes hacia dicha institución vienen marcadas en mayor
medida por el proceso político que por el contexto económico, vamos estudiar dichos efectos en
tres momentos diferentes en el tiempo: 2002, 2010 y 201248. La elección de los tres momentos
de observación responde tanto a motivos metodológicos como contextuales. En primer lugar las
fechas vienen condicionadas por la disponibilidad de datos; y en segundo lugar por la necesidad
de establecer un punto de control en el tiempo en que ni la crisis actual, ni tampoco la
confrontación política en torno a la organización territorial que, como se ha argumentado se
intensificó a partir de 2004, hayan tenido ningún efecto. Este punto de control lo situamos en el
2002. En segundo lugar, la observación de 2010 está seleccionada por un lado como una fecha
intermedia en que si bien había comenzado la crisis económica, ésta no había entrado todavía en
su segunda fase con una incidencia mayor en los recortes de los déficits estatal y autonómico; y
por otro, como un punto en que las posibles implicaciones del proceso político si quedarían
48
Las bases de datos utilizadas son: Instituciones y Autonomías II (estudio ES2455 del Centro de
Investigaciones Sociológicas), y los Barómetros autonómicos del 2010 y 2010 (estudios ES2829 y
ES2956 del CIS)
161
reflejadas. Por último, 2012 sería el punto en el tiempo en el que esperamos que los efectos de
la crisis en las actitudes sean realmente notables.
Para cada CCAA seleccionada y para cada momento en el tiempo hemos construido dos
modelos de complejidad creciente. En primer lugar tenemos el modelo control en el que
incluimos tanto variables de tipo sociodemográfico ―genero, edad49y nivel de estudios―, como
de tipo actitudinal ―identidad nacional y recuerdo de voto―. Estudios recientes han
demostrado que la crisis actual no está teniendo el mismo efecto en todos los sectores
poblacionales, y que uno de los más afectados son los jóvenes (Garcia-Albacete, Lorente y
Martin, 2013), por otro lado presuponemos que la crisis también tendrá efectos diferentes
dependiendo del nivel educativo del encuestado. Tal y como explicamos en el marco teórico la
literatura sobre federalismo ha identificado una relación positiva entre los niveles educativos
más altos y el apoyo a la descentralización (Torcal y Mota, 2012). Por otro lado, sabemos
también que, en el caso específico de España, las cohortes más jóvenes que se socializaron en
democracia, muestran una actitud más positiva hacia el Estado autonómico que cohortes más
mayores que se socializaron políticamente en el franquismo o en los años de la transición
(Liñeira, 2012)
En lo relativo a los factores actitudinales, tenemos en primer lugar las variables
identitarias que la literatura previa ha considerado clave en la conformación de este tipo de
actitudes. Tal y como hemos explicado en detalle en el apartado anterior suponemos que las
actitudes hacía el estado autonómico vendrán condicionadas en gran medida por la identidad del
encuestado. Puesto que hemos operacionalizado nuestra variable dependiente diferenciado las
opciones de salida frente a las de lealtad y voz, en nuestros modelos comprobamos los efectos
de las identidades exclusivas (español o de la CCAA), frente a las identidades inclusivas, es
decir las de aquellos que se sienten simultáneamente españoles y de su comunidad autónoma 50.
Por último, hemos operacionalizado las variables vinculadas al proceso político a través del
recuerdo de voto y no la autoubicación ideológica para captar así el efecto de la competición
entre partidos nacionalistas y partidos de ámbito estatal, y no sólo o principalmente la
competición entre PP y PSOE.
Por último tenemos el modelo propiamente referido a la crisis en el que añadimos a las
variables anteriores la ocupación del encuestado y la valoración diferencial que éste realiza
49
La edad esta medida como una variable continua, pero ante la posibilidad de que su efecto no sea lineal
se ha incorporado la edad al cuadrado como medida de control. Ésta sólo se conserva en aquellos modelos
en los que ha resultado significativa.
50También se incluyen dentro de la categoría “identidad inclusiva” aquellos que aunque se sientan más
español o más de su comunidad autónoma no se sitúan en ninguna de las categorías propiamente
exclusivas (sólo español o sólo de mi comunidad autónoma).
162
respecto de la situación económica a nivel estatal y de CCAA 51. En lo referente a la ocupación,
que en este caso viene medida por la situación del encuestado como empleado, desempleado,
jubilado/pensionista u otros (esta categoría incluye también a estudiantes y amas de casa), la
incluimos en el modelo final (crisis) y no en el de control porque conforme explicamos en el
marco teórico esperamos que la variable ocupación refleja un diferente grado de vulnerabilidad
económica con efectos diferenciados en el apoyo al Estado autonómico dependiendo de la
CCAA de la que se trate. No obstante, y con independencia del sentido de la relación que
variará dependiendo de la CA, en el análisis longitudinal esperamos que los efectos de las
variables del modelo crisis en las actitudes hacia la legitimidad autonómica sean especialmente
relevantes en la observación de 2012.
Por último hemos operacionalizado nuestra variable dependiente, el apoyo al Estado
autonómico, agrupando tanto a los individuos que sostienen posiciones de lealtad como de los
que se sitúan en la voz. Por lo tanto nuestra variable dependiente tendrá carácter dicotómico: 0
no apoyo al estado autonómico (bien porque se prefiera un estado centralista o bien porque se
quiera que las CCAA fueran independientes) y 1 apoyo al estado autonómico (tanto en las
opciones de lealtad como de voz).
En los análisis que exponemos a continuación (Tablas 3 a 9) analizamos las cinco
CCAA seleccionadas conforme a los criterios que se explicaron en el apartado de evolución
longitudinal.
Empezando por Andalucía (Tabla 3), una de las CCAA más golpeadas por la crisis, con
altísimos niveles de desempleo; y en la que, sin embargo, el apoyo al Estado autonómico se ha
mantenido en niveles altos. Entre las variables de control, sobresale el efecto negativo de la
edad, conforme a la expectativa de que son las cohortes más jóvenes, socializadas en
democracia, las que en mayor medida apoyarán el estado autonómico, aunque dicho efecto es
sólo significativo en los modelos de control de 2010 y 2012. En segundo lugar, y como cabía
esperar, el nivel educativo se relaciona positivamente con los niveles de apoyo al Estado
autonómico, aunque el efecto parece claramente mayor en 2002 que en las dos observaciones de
la crisis económica (lo que puede sustentar la hipótesis de que en el caso concreto de Andalucía
la crisis haya contribuido a legitimar el Estado autonómico en grupos sociales más vulnerables a
la crisis económica como los que tienen menos recursos educativos)
Como cabía esperar la identidad inclusiva o dual se relaciona positivamente con el
apoyo al Estado autonómico en las tres observaciones; mientras que la identidad regional
51
Para operacionalizar esta variable se ha tenido en cuenta la diferencia entre la valoración de la situación
económica de la Comunidad Autónoma y del Estado que hace el encuestado. De esta forma las
puntuaciones positivas indican una mejor valoración de la situación económica de la Comunidad
Autónoma, mientras que las negativas reflejar una mejor valoración de la economía a nivel estatal.
163
exclusiva muestra un leve efecto positivo en 2002, un efecto que, frente a lo que habíamos
esperado inicialmente, se ve reforzado en sentido positivo en el momento álgido de la crisis, en
2012 extensivas a aquellos que afirman sentirse identificados sólo con su comunidad autónoma.
Por último, en lo referente al recuerdo de voto, el voto al PSOE (frente al PP) comienza a tener
un efecto positivo a partir de 2010, es decir después del período de confrontación política, a los
que se suman a partir de 2012 los votantes de partidos minoritarios (principalmente votantes de
IU en este caso).
En lo que se refiere a las variables vinculadas específicamente con la crisis, en el caso
concreto de Andalucía no teníamos expectativas concretas sobre la evaluación diferencial de la
situación económica nacional que, efectivamente tienen un efecto neutro en la variable
dependiente. Por contraste, en lo relativo a la ocupación, tratándose Andalucía de una CA
beneficiaria neta de recursos financieros, si esperábamos que conforme se hicieran sentir los
efectos de la crisis, los grupos más vulnerables, desempleados y jubilados, se relacionarían
positivamente con el apoyo al Estado autonómico. Efectivamente estos efectos empiezan a
hacerse patentes en 2010 cuando los desempleados apoyan con mayor probabilidad el Estado
autonómico. Sin embargo, esta situación cambia dos años después, en el momento en que la
crisis está teniendo sus mayores efectos cuando el desempleo deja de ser significativo y las
categorías de jubilado y “otros” (estudiante o ama de casa) pasan a tener un efecto negativo
sobre la legitimidad autonómica.
Resumiendo nuestros resultados para Andalucía, nuestras expectativas sobre el efecto
de las variables económicas en la actitud legitimidad autonómica se cumplen en 2002 (cuando
no hay efectos) y en 2010 (cuando los hay y son en el sentido esperado) pero no en 2012,
precisamente cuando, conforme a nuestras hipótesis, el efecto de las variables vinculadas a la
crisis debería ser mayor. Por lo que se refiere a las variables del proceso político, tal y como
habíamos esperado, éstas empiezan a manifestarse sólo a partir de 2010; pero se mantienen con
igual fuerza en 2012. Por último, en sentido contrario a nuestra expectativa inicial, un efecto
aparente de la crisis es que ha contribuido a reforzar positivamente la actitud hacia el Estado
autonómico entre los individuos que tienen fundamentalmente un sentimiento andalucista.
En el caso de Castilla y León (Tabla 4), una de las CA el descenso de la legitimidad
autonómica ha sido mayor, el nivel educativo apenas tiene efectos e ninguna de las
observaciones. Sin embargo, como en Andalucía y conforme a nuestras expectativas, son los
jóvenes, socializados en democracia, los que mayor probabilidad tienen de apoyar el Estado
autonómico. Sin embargo, esta relación desparece en 2012 al introducir las variables
económicas, lo que sugiere que coincidiendo con la crisis económica la deslegitimación del
Estado autonómico es mayor precisamente entre los jóvenes, un aspecto sobre el que
volveremos al comentar los resultados de Madrid y Cataluña. En lo relativo a variables
164
vinculadas al proceso político el recuerdo de voto apenas tiene efectos, excepto un leve efecto
positivo del voto al PSOE en la observación de 2012. Como cabía esperar la identidad nacional
exclusiva (frente a la dual o anidada) tiene un efecto negativo en las actitudes hacia el Estado
autonómico. Sin embargo, los efectos pierden levemente los niveles de significatividad
precisamente en las observaciones de 2010 y 2012, cuando entra en juego la crisis económica.
Por lo que se refiere a los efectos de las variables económicas, esperábamos que en
Castilla-León la ocupación tuviera efectos en el mismo sentido que Andalucía, con los grupos
más vulnerables mostrando actitudes significativamente más positivas hacia el Estado
autonómico, aunque quizás con menos fuerza debido a la menor intensidad de la crisis. Sin
embargo, de acuerdo con los resultado de la Tabla 3 los desempleados no se relacionar ni
positiva ni negativamente con las actitudes hacia el Estado autonómico y sólo en la observación
de 2012 los jubilados muestran un efecto negativo en dichas actitudes, tal y como ocurría
también en Andalucía.
Tal y como explicamos con detalle en el apartado de contexto, la particularidad de
Cataluña en relación a otras CCAA reside en que combina su posición de contribuyente neta al
régimen de financiación común con ser una de las CCAA más golpeadas por la crisis, al menos
en términos relativos y aunque conserve el puesto de región rica en el ranking del PIB per
cápita. Como en los casos anteriores la edad tiene un efecto negativo en la primera observación
de 2002 pero después pierde significatividad e incluso muestra un leve efecto positivo en 2010:
ello sugiere que también en Cataluña el proceso de erosión del Estado autonómico es más
rápido entre los jóvenes, precisamente el grupo que le venía otorgando más apoyo antes de la
crisis. De modo similar a lo que veíamos en Andalucía, la educación tenía un efecto positivo
muy fuerte en 2002 que van despareciendo e incluso cambian levemente de sentido conforme
entra en escena la crisis.
En lo relativo al efecto identitario, y como cabía esperar, la identidad nacional exclusiva
tiene efectos negativos en la probabilidad de apoyo al Estado autonómico y los mantiene a lo
largo de todo el período. Por contraste, y conforme a las expectativas que fijamos en nuestras
hipótesis la identidad regional exclusiva mantenía una relación positiva en la primera
observación de 2002 que se convierte en negativa en las otras dos observaciones, con mayor
significatividad en 2010 incluso que en 2012: ello pone de manifiesto el modo en el que la
combinación de la confrontación política y la crisis económica ha revertido el efecto de la
identidad catalana sobre el apoyo autonómico, pasando de tener un efecto claramente positivo a
claramente negativo (recuérdese que la categoría de referencia en este caso es la identidad
española exclusiva) lo que subraya más todavía la fuerte erosión del apoyo al estado autonómico
entre los individuos de identidad catalana.
165
Los cambios en los efectos de las variables sociopolíticas no se circunscriben sólo a
cuestiones identitarias, sino que las variables relativas al proceso político también experimentan
cambios. Si en 2002 el ser votante del PSOE, o en este caso también de un partido nacionalista,
aumentaba las probabilidades de apoyar el estado autonómico respecto a los votantes del PP, esa
relación desaparece en 2010 entre los votantes del PSOE, y se convierte en negativa y con un
nivel de significatividad mucho menor entre los votantes nacionalistas para esa misma fecha.
Las variables del proceso político no tienen efectos en 2012, lo que confirmaría, al menos para
el caso de Cataluña, que los mayores efectos del proceso político se concentraron en 2010.
Sin embargo, también las variables del modelo de crisis tienen mayores efectos en 2010
que en 2012. Recordando nuestras hipótesis, esperamos en Cataluña por su combinación de
Comunidad rica y contribuyente neta esperamos que conforme mejor sea la percepción de la
economía regional en relación a la nacional, menor será el apoyo al Estado autonómico. A este
respecto nuestros resultados confirman la hipótesis aunque con un nivel de significatividad
menor en 2012 que en 2010. En segundo lugar, por su posición de contribuyente neta,
esperábamos que los grupos sociales más vulnerables como los desempleados muestren un
menor apoyo al Estado autonómico y que esa relación negativa fuera más probable una vez
comenzada la crisis económica. Atendiendo a los resultados de la Tabla 4 nuestra hipótesis se
confirma en la significativa relación negativa entre los desempleados hacia el Estado
autonómico en 2010, aunque dicha relación desaparece en la siguiente observación de 2012.
La concentración de los efectos explicativos en 2010, tanto del proceso político como de
las variables económicas, parece razonable en el caso de Cataluña. De hecho es el la polémica
referente al Estatuto Catalán la que en mayor medida desencadena todo el proceso de
confrontación política en torno a la organización territorial del estado; y la sentencia del
Tribunal Constitucional de ese mismo año 2010 provocó ya la movilización de miles de
catalanes. En el terreno de lo económico, hay que recordar que si bien en otras CCAA la
repercusión de los recortes fue mayor a partir del 2010-11, la mayor deuda pública acumulada
por Cataluña ―entre las mayores de toda España― obligó a introducir recortes desde la llegada
de Mas a la Generalitat, unos recortes que se anticipaban ya en la campaña electoral y que se
acompañaron de la reivindicación de implantar un sistema de concierto económico similar al del
régimen foral para Cataluña. No obstante, y pese a que nuestra expectativa inicial es que el
efecto de las variables económicas fuera mayor en 2012 que en 2010, lo que si se confirma es
que el efecto de estas variables es mayor en Cataluña que en otras CCAA, como Madrid que
examinamos a continuación.
Si pasamos ahora a Madrid (Tabla 6), una CA donde el apoyo al Estado autonómico ha
sufrido también una importante deslegitimación a favor de la recentralización del Estado. Hay
varios aspectos singulares en los efectos de las variables de control en Madrid 2002: es la única
166
CA en la que la edad tiene efectos curvilíneos de tal modo que en 2002 son los jóvenes y los
más mayores los que con menor probabilidad apoyaban el Estado autonómico; en cambio el
efecto en 2010 y 2012 pasa a ser el inverso. Llama también la atención que el nivel educativo
comienza a tener algunos efectos positivos en 2010, aunque estos se hacen más significativos
todavía en 2012, cuando la crisis económica ha tenido su mayor repercusión.
En lo referente a las variables identitarias, y conforme a lo esperado, la identidad
nacional exclusiva tiene efectos negativos en los niveles de apoyo al Estado autonómico, que se
hace especialmente significativo durante la crisis económica, tanto en 2010 como en 2012. En lo
relativo a las variables del proceso político, si bien el voto al PSOE apuntaba un efecto positivo
en 2010 sobre el apoyo autonómico, dicho efecto se hace mucho más definitivo en 2012
coincidiendo con la segunda fase de la crisis.
En cuanto a las variables incluidas dentro del modelo crisis, como en Cataluña
esperábamos que conforme mejor sea la percepción diferencial de la economía regional frente a
la nacional menor será el apoyo al Estado autonómico, tal y como confirman nuestros datos
aunque sólo en 2010, pues dicho efecto desaparece en 2012. Con respecto a la variable
ocupación esperábamos un efecto similar al catalán con los grupos más vulnerables mostrando
un menor nivel de apoyo al Estado autonómico en la medida en la que se perciban sus efectos
redistributivos hacia otras regiones. Nuestros resultados, sin embargo, no confirman esta última
hipótesis en la medida en que ninguna categoría de ocupación tiene un efecto significativo sobre
los niveles de apoyo autonómico, excepto el residual efecto positivo que muestran los jubilados
en 2012. En definitiva, la percepción diferenciada entre la economía regional y nacional si opera
de modo similar en dos regiones relativamente ricas y contribuyentes netas como Cataluña y
Madrid, de tal modo que cuanto mayor es la diferencia percibida entre los dos niveles, menor es
la probabilidad de apoyar el Estado autonómico. Por contraste, la hipótesis de que precisamente
por esa posible percepción del Estado autonómico como un lastre para sus respectivas
economías regionales, el apoyo al Estado autonómico será menor entre los grupos más
vulnerables, como los desempleados, sólo se cumple parcialmente en Cataluña; pero no en
Madrid.
167
Tabla 4.3. Coeficientes de regresión Andalucía
2002
Control
2010
Crisis
Control
2012
Crisis
Control
Crisis
Ocupación A
Desempleado
0,054
Jubilado/Pensionista
Otros
Valoración diferencial
situación económica
Sexo (hombre)
Edad
-0,443**
0,818**
0,018
(0,248)
(0,277)
-0,328
-0,136
(0,258)
(0,297)
0,411
0,168
(0,231)
(0,298)
(0,185)
0,085
-0,127
0,020
(0,113)
(0,145)
(0,089)
-0,593***
(0,143)
(0,166)
-0,011
-0,006
(0,006)
(0,008)
0,692***
(0,188)
-0,013*
0,631**
(0,206)
-0,004
(0,155)
-0,508**
(0,179)
-0,563**
-0,038
(0,115)
-0,120*
(0,056)
-0,016*** 0,046
(0,006)
(0,007)
(0,004)
(0,092)
0,351
0,321
0,243
0,277
(0,313)
(0,319)
(0,200)
(0,203)
0,401
0,472
0,341
(0,411)
(0,422)
(0,271)
0,243
0,333
(0,391)
(0,407)
(0,263)
0,609
0,757
0,465
(0,453)
(0,468)
(0,302)
(0,303)
0,049
0,013
(0,276)
(0,282)
Edad 2
Nivel de estudios B
Primaria
0,850***
(0,199)
Secundaria
1,234***
(0,262)
Formación
Profesional
Medios universitarios
1,541***
(0,326)
2,258***
(0,429)
Superiores
1,538***
(0,387)
0,739**
(0,214)
1,163***
(0,285)
1,363***
(0,344)
2,058***
(0,443)
1,380**
(0,407)
0,680
(0,500)
0,914+
(0,515)
0,739**
0,479+
(0,272)
0,819**
(0,264)
0,506+
Identidad Nacional C
Inclusiva
1,359***
(0,241)
1,251***
(0,256)
0,800**
(0,296)
0,819**
(0,304)
1,576***
(0,274)
1,657***
(0,276)
168
CCAA exclusiva
1,109*
1,407*
(0,474)
(0,634)
0,335
0,202
(0,183)
(0,199)
0,436
0,238
(0,481)
(0,478)
-0,187
(0,277)
0,404
0,113
(0,871)
(0,875)
2,705***
(0,703)
2,695***
(0,704)
Recuerdo de voto D
PSOE
Nacionalistas
Otros
Abstención
Constante
-2 log de la
verosimilitud
-0,448*
1,073*** 1,076***
0,953***
(0,235)
(0,236)
-0,390
-0,160
-0,204
(0,284)
(0,300)
(0,304)
(0,177)
0,384
0,385
0,142
-0,396+
(0,149)
0,691***
(0,209)
(0,231)
(0,250)
(0,253)
(0,165)
0,389
0,735
0,098
-0,413
-0,456
(0,553)
(0,609)
(0,647)
(0,666)
(0,463)
1.297,496
1.169,232
890,002
874,973
1.828,975
R cuadrado de Cox y
Snell
0,113
0,092
0,040
0,049
0,080
R cuadrado de
Nagelkerke
0,179
0,152
0,080
0,096
0,116
776
739
714
706
1186
(N)
0,959***
(0,154)
0,711***
(0,179)
0,306+
(0,167)
-1,065*
(0,426)
1.792,233
0,081
0,118
1165
*** p<0.001, ** p<0.01, *p<0,5, + p<0,1. Los errores típicos aparecen entre paréntesis.
(A) categoría de referencia: empleado; (B) categoría de referencia: sin estudios; (C) categoría de
referencia: exclusiva con España; (D) categoría de referencia: PP.
Fuente: ES2455, ES2829 y ES2956.
169
Tabla 4.4. Coeficientes de regresión Castilla y León
2002
Control
2010
Crisis
Control
2012
Crisis
Control
Crisis
Ocupación
Desempleado
Jubilado/Pensionista
Otros
Valoración diferencial
situación económica
Sexo
Edad
0,293
0,079
-0,004
(0,665)
(0,428)
(0,261)
-0,135
0,402
(0,366)
(0,425)
(0,260)
-0,168
0,054
-0,433
(0,368)
(0,396)
(0,281)
-0,054
0,173
(0,149)
(0,141)
0,385*
(0,167)
-0,771**
-0,258
-0,075
0,429+
0,472+
0,152
0,008
(0,219)
(0,285)
(0,236)
(0,258)
(0,182)
(0,095)
-0,029***
-0,032**
-0,029***
-0,035**
-0,021***
-0,060
(0,008)
(0,010)
(0,007)
(0,010)
(0,006)
(0,163)
-0,181
-0,192
-0,306
-0,118
-0,293
-0,161
(0,420)
(0,441)
(0,868)
(0,897)
(0,719)
(0,718)
-0,028
-0,060
-0,337
-0,112
-0,422
-0,305
(0,488)
(0,513)
(0,935)
(0,969)
(0,767)
(0,768)
-0,097
-0,134
-0,458
-0,169
0,136
0,255
(0,597)
(0,627)
(0,929)
(0,964)
(0,755)
(0,758)
-0,549
-0,308
-0,319
-0,112
Edad 2
Nivel de estudios
Primaria
Secundaria
Formación
Profesional
Medios universitarios
Superiores
1,081
1,528+
(0,733)
(0,848)
(0,974)
(1,007)
(0,782)
(0,776)
0,084
0,003
0,387
0,695
0,400
0,440
(0,595)
(0,629)
(1,033)
(1,069)
(0,790)
(0,796)
Identidad Nacional
Inclusiva
0,961***
(0,224)
1,090***
(0,237)
0,780**
(0,279)
0,870**
(0,284)
0,653**
(0,233)
0,661**
(0,239)
170
CCAA exclusiva (a)
Recuerdo de voto
PSOE
0,239
0,319
0,496+
0,445
0,119
0,179
(0,257)
(0,270)
(0,277)
(0,289)
(0,235)
(0,237)
-0,709
0,445
0,362
(0,469)
(0,511)
(0,517)
(0,289)
(0,289)
0,232
0,192
-0,229
-0,079
(0,325)
(0,331)
(0,255)
(0,253)
1,231
1,052
0,601
-0,115
(1,116)
(1,168)
(0,886)
(0,850)
Nacionalistas
Otros
-0,758+
(0,448)
Abstención
-0,563
(0,344)
Constante
2,513**
(0,806)
-2 log de la
verosimilitud
-0,778*
(0,362)
2,544**
(0,858)
-0,158+
-0,062
539,735
501,213
456,150
450,506
690,712
683,556
R cuadrado de Cox y
Snell
0,119
0,144
0,103
0,107
0,071
0,068
R cuadrado de
Nagelkerke
0,179
0,217
0,147
0,153
0,094
0,091
502
485
407
401
757
757
(N)
*** p<0.001, ** p<0.01, *p<0,5, + p<0,1. Los errores típicos aparecen entre paréntesis.
(A) categoría de referencia: empleado; (B) categoría de referencia: sin estudios; (C) categoría de
referencia: exclusiva con España; (D) categoría de referencia: PP.
Fuente: ES2455, ES2829 y ES2956.
171
Tabla 4.5. Coeficientes de regresión Cataluña.
2002
Control
2010
Crisis
Control
2012
Crisis
Control
Crisis
Ocupación
Desempleado
0,173
Jubilado/Pensionista
Otros
-0,645***
(0,366)
(0,171)
(0,152)
0,024
-0,325
-0,109
(0,298)
(0,219)
(0,165)
0,484
0,052
(0,254)
(0,218)
0,632*
(0,304)
Valoración
diferencial situación
económica
Sexo
Edad
0,210
-0,291**
(0,157)
-0,095
-0,187
(0,174)
(0,191)
-0,017**
-0,112
-0,011
-0,126+
(0,087)
0,417**
(0,128)
-0,008+
0,339*
(0,076)
0,105
0,057
(0,132)
(0,116)
(0,076)
-0,007
-0,005
0,047
(0,006)
(0,008)
(0,004)
(0,005)
(0,004)
(0,085)
0,330
0,387
-0,489
-0,433
0,566
0,698+
(0,278)
(0,282)
(0,349)
(0,352)
(0,357)
(0,357)
0,025
0,167
(0,400)
(0,398)
0,327
0,494
(0,386)
(0,382)
(0,379)
-0,638
0,457
0,658
(0,415)
(0,420)
(0,414)
(0,410)
-0,419
-0,432
0,108
0,278
(0,416)
(0,423)
(0,404)
(0,404)
Edad 2
Nivel de estudios
Primaria
Secundaria
0,598+
(0,315)
Formación
Profesional
Medios
universitarios
Superiores
1,113**
0,804*
(0,322)
1,453***
(0,400)
(0,417)
0,424
0,583
(0,450)
(0,454)
1,127*
(0,480)
1,386**
(0,490)
-0,867*
(0,410)
-0,761*
(0,380)
-0,709+
-0,988*
(0,416)
-0,701+
Identidad Nacional
Inclusiva
0,974***
(0,203)
1,003***
(0,207)
0,862***
(0,218)
0,926***
(0,223)
1,089***
(0,254)
1,121***
(0,256)
172
CCAA exclusiva
1,841***
(0,401)
1,740***
(0,405)
-1,146*** -1,140***
-1,018**
-0,982**
(0,287)
(0,292)
(0,306)
(0,308)
-0,034
-0,082
0,088
0,105
(0,254)
(0,259)
(0,200)
(0,201)
-0,516+
-0,585+
-0,230
-0,203
Recuerdo de voto
PSOE
0,825**
(0,266)
Nacionalistas
Otros
Abstención
Constante
1,159**
(0,272)
1,441***
(0,339)
(0,370)
(0,276)
(0,283)
(0,207)
(0,208)
-0,272
-0,010
0,172
0,130
0,092
0,143
(0,382)
(0,401)
(0,324)
(0,328)
(0,236)
(0,236)
-0,144
-0,044
-0,193
-0,163
-0,019
0,045
(0,254)
(0,258)
(0,261)
(0,266)
(0,199)
(0,200)
0,555
0,567
0,848
(0,673)
(0,544)
(0,568)
1,139+
(0,649)
-2 log de la
verosimilitud
0,896**
-1,039+
(0,551)
-1,372**
(0,491)
960,606
921,466
1.497,091
1.460,987
1760,260
1748,494
R cuadrado de Cox
y Snell
0,096
0,101
0,151
0,172
0,159
0,162
R cuadrado de
Nagelkerke
0,181
0,193
0,207
0,236
0,212
0,216
805
795
711
709
1008
1004
(N)
*** p<0.001, ** p<0.01, *p<0,5, + p<0,1. Los errores típicos aparecen entre paréntesis.
(A) categoría de referencia: empleado; (B) categoría de referencia: sin estudios; (C) categoría de
referencia: exclusiva con España; (D) categoría de referencia: PP.
Fuente: ES2455, ES2829 y ES2956.
173
Tabla 4.6. Coeficientes de regresión Madrid.
2002
Control
2010
Crisis
Control
2012
Crisis
Control
Crisis
Ocupación
Desempleado
-0,508+
Jubilado/Pensionista
Otros
Valoración diferencial
situación económica
Sexo
Edad
0,023
(0,267)
(0,242)
(0,169)
0,193
-0,347
(0,303)
(0,342)
(0,246)
0,246
-0,126
-0,251
(0,261)
(0,298)
(0,217)
0,045
0,468+
-0,546***
(0,160)
-0,108
(0,096)
(0,082)
-0,043
-0,023
0,044
0,200
0,044
(0,157)
(0,172)
(0,165)
(0,181)
(0,127)
0,069*
(0,030)
Edad 2
0,105
-0,001**
0,098**
(0,033)
-0,001***
-0,121*** -0,137*** -0,011*
(0,031)
0,001**
(0,034)
(0,004)
0,001***
(0,000)
(0,000)
(0,000)
(0,000)
-0,366
-0,392
0,004
0,185
(0,311)
(0,316)
(0,418)
(0,434)
-0,217**
(0,083)
0,183*
(0,085)
0,000**
xx
(0,000)
Nivel de estudios
Primaria
Secundaria
Formación
Profesional
Medios universitarios
Superiores
-0,778*
-0,752*
(0,342)
(0,349)
-0,404
-0,238
(0,395)
(0,412)
-0,238
0,003
(0,412)
(0,437)
-0,355
-0,260
(0,376)
(0,387)
0,828+
(0,445)
1,050*
(0,485)
1,163*
(0,506)
0,924*
(0,452)
1,165*
(0,469)
1,243*
(0,506)
1,692**
(0,539)
1,215*
(0,477)
1,145**
(0,416)
1,331**
(0,436)
1,573***
(0,445)
1,637***
(0,457)
1,746***
(0,433)
1,142**
(0,424)
1,373**
(0,444)
1,607***
(0,458)
1,605**
(0,467)
1,769***
(0,446)
Identidad Nacional
Inclusiva
0,338*
0,416*
0,332+
0,488**
0,533***
0,437**
174
CCAA exclusiva
(0,166)
(0,171)
(0,171)
(0,178)
(0,138)
(0,143)
0,658
0,740
0,469
0,234
0,475
0,465
(0,609)
(0,613)
(0,911)
(0,924)
(1,003)
(1,010)
Recuerdo de voto
PSOE
0,340+
0,269
0,415*
(0,197)
(0,202)
(0,187)
-0,051
-0,114
(0,240)
(0,248)
(0,313)
-0,187
-0,107
0,064
(0,222)
(0,235)
(0,261)
0,820
0,141
(0,775)
(0,830)
-0,262
0,655***
0,624***
(0,228)
(0,170)
(0,177)
0,237
0,208
0,129
(0,330)
(0,163)
(0,167)
-0,119
-0,160
(0,195)
(0,201)
Nacionalistas
Otros
Abstención
Constante
-2 log de la
verosimilitud
0,754*
3,021***
(0,862)
-0,584*
(0,290)
3,508***
(0,922)
-1,450**
(0,533)
-1,346**
(0,497)
1040,549
986,353
925,423
862,183
1453,111
1.423,598
R cuadrado de Cox y
Snell
0,063
0,075
0,091
0,130
0,078
0,090
R cuadrado de
Nagelkerke
0,096
0,114
0,132
0,191
0,103
0,120
612
595
495
487
713
708
(N)
*** p<0.001, ** p<0.01, *p<0,5, + p<0,1. Los errores típicos aparecen entre paréntesis.
(A) categoría de referencia: empleado; (B) categoría de referencia: sin estudios; (C) categoría de
referencia: exclusiva con España; (D) categoría de referencia: PP.
Fuente: ES2455, ES2829 y ES2956.
175
Tabla 4.7. Coeficientes de regresión País Vasco.
2002
Control
2010
Crisis
Control
2012
Crisis
Control
Crisis
Ocupación
Desemplead
o
-14,816*
Jubilado/
Pensionista
Otros
0,493
-0,233
(7,383)
(0,564)
(0,435)
-2,488
0,726
0,002
(3,322)
(0,537)
(0,436)
0,578
0,444
(5,930)
(0,601)
(0,539)
-0,100
-0,193
-0,272
(1,204)
(0,247)
(0,197)
-10,824+
Valoración
diferencial
situación
económica
Sexo
1,445
7,966+
0,125
0,079
0,293
0,176
(1,095)
(4,127)
(0,308)
(0,340)
(0,311)
(0,134)
-0,009
-0,282
0,013
0,005
0,015
0,387
(0,042)
(0,158)
(0,011)
(0,015)
(0,011)
(0,287)
2,314
-0,687
-0,951
-1,016
-18,647
-18,776
(1,796)
(13,146)
(1,447)
(1,623)
(11662,28)
(11610,01)
0,810
-7,642
-1,573
-1,578
-19,401
-19,482
(2,078)
(13,994)
(1,491)
(1,665)
(11662,28)
(11610,01)
Formación
0,095
-9,441
-1,081
-1,062
-19,317
-19,510
Profesional
(2,284)
(14,752)
(1,473)
(1,644)
(11662,28)
(11610,01)
0,705
-3,917
-0,993
-0,829
-18,792
-18,900
(2,574)
(14,061)
(1,513)
(1,684)
(11662,28)
(11610,01)
-1,806
-13,969
-0,309
-0,124
-18,781
-18,976
(2,031)
(15,201)
(1,489)
(1,657)
(11662,28)
(11610,01)
Edad
Edad 2
Nivel de estudios
Primaria
Secundaria
Medios
universitario
s
Superiores
Identidad Nacional
176
Inclusiva
3,083**
1,369+
(1,172)
(5,426)
(0,719)
18,815
32,760
-1,322+
(3009,83)
(2119,07)
CCAA
exclusiva
10,620+
1,419+
(0,752)
-1,360
-0,023
0,348
(0,916)
(0,943)
-3,128**
-2,703**
(0,751)
(0,782)
(0,951)
(0,977)
1,102
1,073
0,930
0,620
Recuerdo de voto
PSOE
Nacionalist
a
Otros
Abstención
Constante
-2 log de la
verosimilitud
2,970*
11,420+
(1,436)
(5,920)
(0,993)
(1,006)
(0,715)
(0,735)
18,864
28,240
0,460
0,569
0,309
0,185
(2900,61)
(2159,29)
(0,972)
(0,984)
(0,659)
(0,678)
19,498
24,702
-0,621
-0,699
(5994,78)
(4424,74)
(0,970)
(0,983)
-0,172
-0,174
3,139*
6,694*
1,517+
(0,813)
1,295+
1,263
(0,856)
0,966
(1,318)
(2,947)
(0,946)
(0,956)
(0,702)
(0,711)
-3,432
5,709
0,824
1,000
19,171
19,445
(3,884)
(14,723)
(1,899)
(2,070)
(11662,28)
(11610,01)
35,216
19,199
284,361
269,611
298,824
290,966
R2 Cox y
Snell
0,129
0,176
0,302
0,320
0,375
0,386
R2 Nagelkerke
0,606
0,788
0,442
0,469
0,544
0,559
351
326
399
392
325
323
(N)
*** p<0.001, ** p<0.01, *p<0,5, + p<0,1. Los errores típicos aparecen entre paréntesis.
(A) categoría de referencia: empleado; (B) categoría de referencia: sin estudios; (C) categoría de
referencia: exclusiva con España; (D) categoría de referencia: PP.
Fuente: ES2455, ES2829 y ES2956.
177
País Vasco2012
-
Madrid2012
Castilla León2012
--
Cataluña 2012
Andalucía 2012
País Vasco2010
++
Madrid2010
Andalucía 2010
-
Cataluña2010
País Vasco2002
(-)
Castilla León2010
Madrid2002
Cataluña 2002
Castilla León2002
Andalucía 2002
Tabla 4.8. Efectos de las distintas variables en las 5 CCAA. Perspectiva longitudinala.
Ocupación
Desempleado
---
Jubilado/Pensionista
Otros
+
Valoración diferencial
situación económica
Sexo
(-)
--
+
--
--
Edad
(+)
--
--
(+)
++
+ (+)
++
--
---
+
(-)
-
--
(-) ---
+
++
+
++
Edad 2
--Nivel de estudios
Primaria
Secundaria
Formación
Profesional
Medios
universitarios
Superiores
+
+
+
+
+
+
+
+
+
(+) ++
++
+
-
+
(-)
+
++
++
+
++
(+)
++
+
+
+
+
+
+
++
(+)
++
++
+
+
Identidad Nacional
Inclusiva
CCAA exclusiva
+
+ ++ ++
+ + +
+
++
+
(+) ++ ++
++
++
++
+ ++ (+) + ++ + ++
---
++
--
--
178
+
+
Recuerdo de voto
PSOE
++
+
(+)
++
+
Nacionalistas
++
+
(-)
Otros
++
+
(-)
Abstención
-
+
-
(+)
a
El signo indica si la relación es positiva o negativa y el número de repeticiones el nivel de confianza al
que es significativo: --- / +++ p<0,000; -- / ++ p<0,001; - / + p<0,05. Cuando aparece entre paréntesis es
porque el nivel de confianza es sólo al 90%.
País Vasco2012
País Vasco2010
País Vasco2002
Madrid2012
Madrid2010
Madrid2002
Cataluña 2012
Cataluña2010
Cataluña 2002
Castilla León2012
Castilla León2010
Castilla León2002
Andalucía 2012
Andalucía 2010
Andalucía 2002
Tabla 4.9. Efectos de las distintas variables en las 5 CCAA. Perspectiva por CCAAa.
Ocupación
Desempleado
++
---
(-)
-
Jubilado/Pensionist
a
-Otros
-
--
Valoración diferencial
situación económica
(+)
+
+
Sexo
--Edad
++
+
-
--
(+)
--
(-)
--
(-)
---
+
--
--
(-)
++ ---
Edad 2
---
(+)
+
++
+ ++
Nivel de estudios
Primaria
++
Secundaria
++
+
+
(+)
-
++
-
+
++
179
Formación
Profesional
++
+
++
Medios
universitarios
++
+
(+)
++
+ (-)
+
++
+
++
++
+
+
++
+
Superiores
++ (+)
++
Identidad Nacional
Inclusiva
++
++ ++
++ ++ ++
+ ++ + + ++ ++ + + +
CCAA exclusiva
+
++
+
++
++ ++
+ +
++
+ ---
+
++ ++ (+) (+)
--
--
Recuerdo de voto
PSOE
Nacionalistas
Otros
Abstención
a
++
+
(+)
++
+
(-)
++
+
(+)
(-)
-
-
+
El signo indica si la relación es positiva o negativa y el número de repeticiones el nivel de confianza al
que es significativo: --- / +++ p<0,000; -- / ++ p<0,001; - / + p<0,05. Cuando aparece entre paréntesis es
porque el nivel de confianza es sólo al 90%.
Nuestros resultados para el País Vasco (Tabla 7) son más tentativos. Un primer aspecto
que llama la atención es la alta variabilidad, algo que se puede observar en los errores típicos
asociados a gran parte de los coeficientes. Esto se debe no sólo al hecho de que sea quizás una
comunidad menos homogénea que el resto de las comunidades analizadas, a excepción de
Cataluña, sino también a que los tamaños muestrales son también menores, algo que va a limitar
nuestra capacidad de interpretación de los resultados.
El País Vasco destaca por ser la única Comunidad en el que los niveles de apoyo al
Estado autonómico no han disminuido sino que han aumentado ligeramente. Ni la edad ni el
nivel educativo muestran aquí ningún tipo de efecto. Las identidades inclusiva respecto a
sentirse identificado exclusivamente con España tiene efectos positivos tanto en 2002 como en
2010, pero estos desaparecen en la segunda fase de la crisis, o lo que es lo mismo en 2012 la
identidad exclusiva española no tiene una repercusión negativa en el apoyo al Estado
180
autonómico. En sentido contrario la identidad regional exclusiva que no tiene efectos ni en 2002
ni en 2010, pasa a tener un efecto negativo importante en 2012, durante la segunda fase de la
crisis económica, esta variable pasa a tener un efecto negativo significativo importante. Este es
un efecto parecido al que observábamos en Cataluña, aunque allí empezaba a manifestarse ya en
el 2010. Respecto al voto, aunque en el 2002 el ser votante del PSOE o decantarse por la
abstención si aumentaba las probabilidades de apoyar el estado autonómico respecto ser votante
del PP, esta relación prácticamente desaparece con el tiempo; en sentido contrario a lo que
ocurre en el resto de las CCAA en las que las variables vinculadas al proceso político parecen
son más relevantes en 2010 o 2012.
En cuanto a los efectos de la crisis económica asociados a las variables que hemos
introducido como especificas del modelo crisis, no se observa ningún efecto significativo en
ninguna de ellas. Dado el estatus singular del País Vasco en relación a la financiación
autonómica no fijamos hipótesis específicas en este caso como si hicimos para las otras cuatro
CCAA. Sin embargo ni la percepción diferencial ni la ocupación parecen tener un impacto en el
caso del País Vasco salvo el efecto negativo entre los desempleados en 2002, es decir mucho
antes que comenzara la crisis económica. Ello no implica que la crisis no haya tenido ningún
efecto en la legitimidad autonómica, ya que como acabamos de señalar si existen cambios en el
efecto de las variables identitarias que parecen asociados a la crisis.
Para terminar este apartado de análisis multivariable revisamos las hipótesis generales
que fijamos en apartados anteriores –fundamentalmente en el marco teórico de apartado 2- y las
evaluamos conjuntamente para las cinco CCAA analizadas.
Empezando por nuestras expectativas vinculadas al enfoque identitario, conforme a
nuestra expectativa inicial hemos encontrado que la identidad nacional exclusiva tiene un efecto
negativo sobre los niveles de legitimidad autonómica -en relación siempre a las identidades
duales pues la identidad nacional exclusiva es la categoría de referencia en nuestros análisis-.
Este efecto negativo resulta bastante constante antes y después de la crisis y en todas las
CCAA52. Examinando los cambios del efecto en las observaciones de 2002 en relación a las de
2010 y 2012 sólo observamos que el efecto negativo de la identidad nacional exclusiva se
debilita ligeramente en Castilla-León y se refuerza ligeramente en Madrid por efecto de la crisis.
El efecto de la identidad regional exclusiva es más variado por período y CCAA. En las
nacionalidades históricas, Cataluña y País Vasco, el efecto de la identidad regional exclusiva se
52
En este sentido sólo hay una excepción parcial en el País Vasco dónde la relación es más débil y
desaparece en la observación de 2012 lo que probablemente se debe a dos factores combinados: en el
País Vasco tradicionalmente son muy pocos los individuos que se sitúan en la categoría de “sólo español”
de modo que este N reducido es probable que afecte a la significatividad de la variable. Es probable que
en el País Vasco incluso aquéllos que manifiestan tener una identidad “sólo española” muestren
manifiesten un nivel de apoyo al Estado autonómico significativamente mayor que en otras CCAA.
181
comporta conforme a nuestras expectativas, especialmente en la primera de ellas. En la
observación de 2002, antes de la confrontación política y de la crisis, la identidad regional
exclusiva tenía un efecto positivo sobre la legitimidad autonómica en Cataluña mientras que era
neutra en el País Vasco. Después del período de confrontación política y en el contexto de crisis
económica dicha relación se convierte en negativa, desde 2010 en Cataluña y desde 2012 en el
País Vasco. Por contraste nuestra expectativa inicial no se cumple en Andalucía donde la crisis
parece haber reforzado la legitimidad del Estado autonómico entre los que se sienten sólo
andaluces, en particular en su fase más crítica en 2012. No existen efectos de la identidad
regional exclusiva en Madrid y Castilla-León pero ello está conforme a nuestras expectativas
pues la identidad regional en estas dos CCAA no tiene el mismo potencial de significación
política que en las otras tres CCAA examinadas.
Por lo que se refiere a las variables asociadas al proceso político, esperábamos que el
voto al PSOE se relacionara positivamente con el apoyo al Estado autonómico mientras que el
del PP y los nacionalistas se relacionara negativamente. Pero esperábamos simultáneamente que
dichos efectos fueran mayores a partir de 2010 y con más intensidad en esa observación que en
la de 2012 cuando tuvieran un mayor efecto los factores económicos. Con respecto a la
diferenciación entre PP y PSOE nuestra expectativa se cumple en algunas CCAA (Andalucía y
Madrid) pero no en otras (Cataluña, Castilla-León y País Vasco). Por lo que se refiere al efecto
negativo del voto nacionalista sólo es patente en Cataluña y sólo en 201053. En lo relativo a
efectos cronológicos en las CCAA dónde hay algún efecto (Andalucía, Madrid, Cataluña) estos
aparecen (o se refuerzan en el caso de Andalucía) al entrar en escena la crisis pero no se
confirma nuestra de que el efecto sea mayor en 2010 que en 2012 (todo lo contrario en Madrid
dónde la diferencia entre PP y PSOE se hace muy significativa en 2012).
Por lo que se refiere a la intensidad de los efectos de las variables económicas teníamos
distintas expectativas. En primer lugar esperábamos que dichos efectos se hicieran manifiestos o
fueran mayores en 2010-2012 en relación a 2002 que en nuestro diseño cumple la función de
observación de control. En segundo lugar esperábamos también que los efectos fueran mayores
en 2012, en la fase más aguda de la crisis y cuando mayor ha sido la erosión del Estado
autonómico, que en 2010. Y en tercer lugar, esperábamos que la incidencia de esos factores
fuera mayor en las CCAA más golpeadas por la crisis, Andalucía y Cataluña, que en las otras
tres que hemos analizado.
53
En Andalucía el voto nacionalista tiene un efecto positivo en 2002 que luego desaparece; esto sin
embargo no contradice nuestras expectativas porque la relación es de 2002, antes de la confrontación
política, y desaparece después. En todo caso –tal y como se explicó- la relevancia del voto nacionalista en
Andalucía es muy residual en relación a País Vasco y Cataluña y prácticamente insignificante después de
2002
182
Comenzando por la tercera hipótesis hemos encontrado efectivamente que los factores
económicos parecen mayores en Andalucía y Cataluña, aunque son también patentes en Madrid,
de modo que son estas tres CCAA las que se diferencian significativamente de las otras dos. En
general encontramos también confirmación para la primera hipótesis, especialmente en
Cataluña, Madrid y Andalucía, la incidencia de factores económicos en 2002 es residual en
relación a la que sí encontramos en el período 2010-2012. Sin embargo, no encontramos
confirmación para la segunda hipótesis, de modo que especialmente en Cataluña y Madrid los
factores económicos en las actitudes se hacen patentes y parecen mostrar más intensidad en
2010 que en 2012.
Nuestro último grupo de hipótesis tiene que ver no con la intensidad sino con el sentido
positivo o negativo de las relaciones. A este respecto esperábamos que en las CCAA que son
contribuyentes netas en la financiación autonómica (Madrid y Cataluña) el efecto de la
percepción diferencial entre la economía regional y nacional tuviera efectos negativos en el
apoyo al Estado autonómico y que ese efecto negativo sea más intenso en grupos sociales más
vulnerables como los desempleados. La primera hipótesis se confirma en las dos CCAA
mientras que la segunda sólo lo hace en Cataluña. En sentido contrario esperábamos que en
CCAA que son beneficiarias netas (Andalucía y Castilla-León) del sistema autonómico, grupos
vulnerables como los desempleados apoyen significativamente más el Estado autonómico lo que
hemos podido confirmar en Andalucía pero no en Castilla-León. No obstante, de modo
específico en la comparación entre Madrid y Cataluña, creemos que es un resultado importante
de nuestro trabajo la demostración de que en existen mecanismos causales compartidos en la
explicación de por qué un número creciente de catalanes dejan de apoyar el modelo de
autonómico por la independencia; y por qué un número creciente de madrileños dejan también
de apoyar el modelo autonómico en favor de la centralización.
Por último, hay que destacar que los efectos ―a menudo débiles― que hemos
encontrado entre factores económicos y la legitimidad del Estado autonómico –lo que iría en la
línea de que se trata de un apoyo difuso al sistema, más vinculado a la lealtad y menos
vulnerable a las percepciones de rendimiento- no basta, sin embargo, para descartar los efectos
de la crisis económica en el apoyo al Estado autonómico. En primer lugar, la debilidad en la
relación no se da en todos los casos de modo que hemos comprobado efectos directos de cierta
importancia en Cataluña, Andalucía y Madrid. En segundo lugar, nuestros resultados sugieren
también que la crisis económica tiene efectos indirectos en interacción con las identidades y los
factores vinculados sobre los niveles de apoyo autonómico.
183
Conclusiones
En este trabajo pretendíamos analizar si la actual crisis económica está teniendo efectos
no sólo en el sentimiento de desafección e insatisfacción con el sistema político nacional sino
también en la legitimidad del estado autonómico. Dado que el modelo de organización territorial
fue constituido de una manera más abierta y, por ello, más sensible a los vaivenes del proceso
político, partíamos del supuesto de que las actitudes hacia el Estado autonómico pueden variar
tanto en función del contexto político como del contexto económico. Adicionalmente,
queríamos constatar si la evolución en los niveles de apoyo al estado autonómico es desigual
por territorios. Los resultados encontrados confirman ambas hipótesis.
En primer lugar hemos constatado que la evolución longitudinal de las actitudes hacia el
sistema autonómico evolucionó desde posiciones todavía muy divididas a comienzos de los
ochenta hacia un creciente apoyo al estado autonómico que alcanzó un punto máximo en 2006;
para descender después en un proceso que se acelera a partir de 2009. Aplicando el esquema
clásico de Hirschman (1970) de lealtad, salida, y voz a esta última evolución hemos constatado
que las opciones de voz (más o menos autonomía) se incrementaron en una primera fase hasta
2010/11 y las de salida (Estado centralizado e independencia) desde entonces hasta la
actualidad. Estos resultados ponen de manifiesto que pese a que la pérdida de legitimidad
parecía ya estar manifestándose antes de la crisis económica; es desde 2010 cuando la caída de
la legitimidad se hace más intensa. En cuanto a la valoración del Estado de las autonomías, ésta
sigue una tendencia muy parecida a la evolución de la legitimidad; aunque cabe destacar el
hecho de que entre las motivaciones negativas la percepción de que las autonomías aumentan el
gasto publico se ha triplicado desde 2010 a 2012.
En segundo lugar, los resultados ponen de manifiesto, tal y como esperábamos,
diferencias territoriales, constatando la pérdida de apoyo al Estado Autonómico en todas las
CCAA con la única excepción del País Vasco. En este sentido, destaca la disminución del apoyo
en Murcia, Madrid, Castilla y León y Cataluña y la estabilidad de sus niveles de apoyo en
Andalucía. Mientras que en Cataluña la opción de salida es la independencia, en los otros casos
los ciudadanos se decantan por un Estado centralizado. Las opciones de salida se concentran
significativamente en las CCAA gobernadas por el PP o por los partidos nacionalistas mientras
que en las CCAA gobernadas por el PSOE, en sentido contrario al conjunto del país, las
posiciones de lealtad se han visto incluso reforzadas.
Siguiendo con el análisis de los factores económicos y políticos analizamos 5 casos de
estudio. En nuestros análisis multivariables los datos nos muestran que identidad nacional
exclusiva tiene un efecto negativo sobre los niveles de legitimidad autonómica mientras que el
de la identidad regional es más variado por período y CCAA; siendo negativa en Cataluña y
184
País Vasco en 2012 y positiva en Andalucía en ese mismo año. En cuanto a las variables del
contexto político, observamos un efecto negativo del voto nacionalista en Cataluña en 2010 y
una diferenciación entre PP y PSOE, aunque esta última sólo tiene lugar en Andalucía y Madrid.
Además no podemos decir que en 2012, durante la segunda fase de la crisis y coincidiendo con
los recortes del déficit en las autonomías, este efecto sea menor en comparación con 2010.
En lo que se refiere a los factores económicos, éstos son en términos generales débiles
aunque confirmamos, especialmente en Cataluña, Madrid y Andalucía, la incidencia de factores
económicos durante el período 2010-2012. Los resultados también ponen de manifiesto que la
incidencia de esos factores es mayor en las CCAA más golpeadas por la crisis, como Andalucía
y Cataluña, aunque son también patentes en Madrid, de modo que son estas tres CCAA las que
se diferencian significativamente de las otras dos CCAA analizadas (Castilla-León y País
Vasco). Cuando se analiza el efecto de la percepción diferencial entre la economía regional y
nacional, en Madrid y Cataluña se confirma su efecto negativo en el apoyo al Estado
autonómico, un efecto que es mayor también entre los desempleados catalanes.
Por último, hay que destacar que los efectos ―a menudo débiles― que hemos
encontrado entre factores económicos y la legitimidad del Estado autonómico no son
suficientes, sin embargo, para descartar los efectos de la crisis económica en el apoyo al Estado
autonómico. En este sentido, hemos comprobado efectos directos de cierta importancia en
Cataluña, Andalucía y Madrid y, por lo que sugieren nuestros datos, parece que la crisis
económica tiene también efectos indirectos -en interacción con las identidades y factores
políticos- en los niveles de apoyo al estado autonómico. Además, en la comparación entre
Madrid y Cataluña, nuestros resultados subrayan la existencia de mecanismos causales
compartidos en la explicación de por qué un número creciente de catalanes dejan de apoyar el
modelo de autonómico por la independencia; y por qué un número creciente de madrileños
dejan también de apoyar el modelo autonómico en favor del restablecimiento de un Estado
centralizado.
185
Anexo Capítulo 4.
Tabla A.4.1. Preferencias de organización territorial del Estado (1985-2008) por voto.
Formulación tradicional.
Año
Partido
Centralismo Estado
Más
autonomía
Posibilidad de
Independencia
Actual
PP
1985 PSOE
E1495
IU/ICV
Nacionalistas
PP
1988 PSOE
E1764
IU/ICV
Nacionalistas
PP
1990 PSOE
E1908
IU/ICV
Nacionalistas
PP
1996 PSOE
E2228
IU
Nacionalistas
PP
1998 PSOE
E2286
IU/ICV
Nacionalistas
55,40%
30,50%
10,30%
3,90%
21,20%
45,90%
28,70%
4,20%
9,40%
35,90%
35,90%
18,80%
1,20%
10,60%
45,90%
42,40%
55,30%
27,60%
16,10%
0,90%
19,00%
51,00%
25,70%
4,30%
11,60%
32,60%
43,00%
12,80%
8,80%
23,00%
39,80%
28,30%
45,50%
38,60%
13,60%
2,30%
15,50%
60,20%
21,10%
3,20%
8,90%
42,70%
37,10%
11,30%
1,50%
19,20%
43,80%
35,40%
26,20%
51,40%
19,90%
2,50%
17,10%
54,20%
22,50%
6,20%
9,80%
45,90%
31,30%
13,00%
3,40%
21,80%
31,90%
43,00%
22,80%
54,40%
21,00%
1,80%
13,60%
54,10%
28,00%
4,40%
10,30%
43,00%
38,70%
8,10%
2,90%
24,80%
39,90%
32,40%
186
PP
14,70%
63,60%
20,40%
1,30%
8,50%
54,10%
33,10%
4,30%
8,40%
38,20%
42,10%
11,30%
1,90%
15,00%
46,10%
36,90%
16,8%
67,9%
14,5%
,8%
6,5%
53,4%
36,2%
3,9%
IU/ICV
3,9%
37,9%
42,8%
15,5%
Nacionalistas
2,3%
13,3%
41,8%
42,6%
Otros
15,5%
26,2%
39,8%
18,4%
UPyD
13,30%
69,90%
16,90%
0%
20,80%
64,90%
13,00%
1,20%
PSOE
6,90%
66,10%
23,00%
3,90%
IU/ICV
8,40%
38,20%
42,10%
11,30%
1,90%
15,00%
46,10%
36,90%
2002 PSOE
E2455
IU/ICV
Nacionalistas
PP
2005 PSOE
E2610
2008 PP
E2455
Nacionalistas
Tabla A. 4.2. Evolución por partido de las Preferencias Organización territorial del
Estado (2009-2011) Nueva Formulación.
Año
Partido
Centralism
o
Menos
Estado
Autonomía
Más
autonomía
Posibilidad de
Independenci
a
Actual
2009 UPyD
16,10%
22,60%
38,70%
16,10%
6,50%
23,60%
25,20%
37,70%
12,10%
1,40%
7,60%
14,40%
49,60%
23,40%
4,90%
13,50%
7,70%
26,00%
39,40%
13,50%
Nacionalista
s
2,40%
3,00%
20,40%
37,70%
36,50%
UPyD
16,1%
29,7%
43,2%
10,2%
,8%
PP
PSOE
IU
187
2010 PP
25,0%
17,3%
45,2%
11,4%
1,1%
PSOE
12,3%
11,0%
53,7%
18,1%
4,9%
IU
10,9%
6,8%
37,0%
32,8%
12,5%
Nacionalista
s
3,2%
1,9%
17,9%
39,4%
37,7%
Otros
8,8%
17,0%
25,8%
22,0%
26,4%
2011 UPyD
22,60%
44,00%
28,20%
4,40%
0,80%
PP
26,10%
24,60%
41,80%
5,90%
1,50%
PSOE
14,60%
18,60%
53,10%
10,20%
3,50%
IU
11,20%
19,80%
36,40%
21,20%
11,50%
Nacionalista
s
1,40%
3,00%
16,10%
32,80%
46,70%
UPyD
33,9%
26,2%
25,9%
11,5%
2,4%
39,0%
20,3%
32,4%
7,0%
1,3%
PSOE
19,7%
12,1%
44,2%
16,7%
7,3%
IU
18,7%
14,5%
28,9%
23,9%
14,0%
3,1%
4,9%
10,4%
29,7%
51,9%
19,0%
15,3%
26,9%
20,1%
18,7%
2012 PP
Nacionalista
s
Otros
188
Gráfico A.4.1. Balanzas fiscales: Carga menos beneficio del porcentaje del PIB por CCAA
en 2005.
Fuente: Ministerio de Economía y Hacienda. Instituto Estudios Fiscales.
189
Conclusiones
En el capítulo introductorio el presente informe de investigación tomaba como punto de
partida las dos siguientes preguntas: ¿En qué medida la crisis económica española está
conduciendo a una crisis de la democracia? ¿Puede la profunda insatisfacción con el
funcionamiento de la democracia y de sus instituciones políticas, de los gobiernos y de la
oposición, de los partidos y de los políticos erosionar de modo significativo los fundamentos de
la legitimidad democrática?
Para responder a esta pregunta partíamos hemos partido, desde el punto de vista teórico,
de la autonomía relativa de la legitimidad democrática, la insatisfacción con los resultados del
gobierno y la desafección política, los tres criterios fundamentales que conforme a las
investigaciones de los años ochenta y noventa (Montero, Gunther y Torcal 1998) estructuran la
concepción de la política democrática por parte de los ciudadanos. Y desde el punto de vista
empírico nos planteábamos al inicio de este trabajo la descomposición de los efectos de la crisis
económica entre distintos grupos de edad, de ocupación (con especial atención a los
desempleados); y entre quienes viven en CCAA en donde la crisis económica, el desempleo y
los recortes del gasto público han tenido un impacto desigual. Por otro lado nos planteábamos
también al comienzo que, si bien los efectos de la crisis económica en las actitudes políticas
han sido estudiados con detalle para la década de los ochenta y noventa, sabemos mucho menos
de sus efectos en las actitudes políticas en el contexto de la actual recesión económica. Por todo
lo anterior, el objetivo que nos planteábamos en la introducción del informe radicaba
precisamente en conocer el impacto de la crisis económica actual en las tres dimensiones
actitudinales que identificó la citada literatura de los noventa: la legitimidad, el descontento, y la
desafección; o en alguna de sus dimensiones más relevantes. ¿Han variado estas tres
dimensiones de forma significativa y en el mismo sentido como se afirman algunos análisis? ¿O
puede que, en virtud de su autonomía relativa, alguna dimensión haya podido permanecer
estable ―como la legitimidad democrática―, mientras que otras ―como el descontento
político― hayan aumentado en todas o en alguna de sus dimensiones?
Sin dejar de lado la cuestión de la relativa autonomía de las dimensiones anteriores, en
la introducción del presente informe de investigación nos planteábamos de modo más específico
los efectos de la crisis económica en la evolución de la desafección. A este respecto nos
planteábamos al comienzo dos hipótesis alternativas. La primera hipótesis planteaba que la
desafección haya podido crecer en algunos sectores, quizás los especialmente castigados por la
crisis económica y que cuentan con menos recursos. Esta primera hipótesis, por tanto, planteaba
que conforme la crisis económica se prolonga e intensifica, la desafección política, o al menos
190
algunos de sus componentes, hayan podido aumentar. La segunda hipótesis que nos
planteábamos es que, en otros sectores, hayan podido aparecer aquellos ciudadanos críticos que
mencionábamos también en la introducción de este informe. Nuestra segunda hipótesis de
partida, por tanto, era que la crisis pueda estar repercutiendo en un descenso de la desafección,
al menos en sectores específicos de la población, y/o en algunos de sus componentes. Es
precisamente la expectativas de que la evolución de la desafección puede estar bifurcándose en
distintas direcciones lo que justificaba al comienzo un análisis más pormenorizado por grupos,
tal y como acabamos de mencionar
Junto a las hipótesis de la relativa autonomía de las tres dimensiones y de la bifurcación
de la desafección, los distintos capítulos han tratado de responder a las siguientes preguntas
quizás de menor calado, pero también relevantes: ¿Son equiparables los efectos en las actitudes
políticas de la crisis económica actual a sus efectos en crisis económicas anteriores? En
particular, los distintos capítulos han examinado esta cuestión contrastando los efectos de la
recesión actual con los de la crisis económica de mediados de los noventa. Adicionalmente, los
distintos capítulos ―y muy especialmente los capítulos 2 y 4― evalúan hasta qué punto la
evolución de las actitudes hacia la democracia son el resultado puramente de un contexto
económico adverso o si existen determinantes del contexto político que afectan dicha evolución.
Vinculada a esta pregunta emerge también en distintos puntos del informe la cuestión de si
existen indicios para pensar que los cambios de tendencias en algunos de los indicadores que
hemos examinado pueden ser anteriores al comienzo de la crisis económica. Ello sugeriría la
existencia de una cierta crisis institucional previa que la recesión económica ha contribuido a
coadyuvar.
Atendiendo a todo lo anterior, en el capítulo 1 del presente informe de investigación
hemos llevado a cabo un análisis longitudinal descriptivo de las distintas actitudes que hemos
podido recabar del Banco de Datos del CIS y que hemos considerado indicadores de las tres
dimensiones conceptuales en las que nos hemos basado ―la legitimidad democrática, el
descontento político y la desafección política―; o bien variables estrechamente relacionadas
con una o varias de esas dimensiones.
Atendiendo a la descripción que se hace en dicho capítulo de esos indicadores objetivos,
como cabía esperar las actitudes políticas se muestran sensibles a la evolución de los
indicadores objetivos; pero existen en paralelo cuatro aspectos de esta evolución que merece la
pena destacar. En primer lugar, comparando el efecto de la actual crisis económica con la crisis
anterior de mediados de los noventa, el proceso de deterioro que ponen de manifiesto la
evolución de las actitudes políticas en la actual crisis supera notablemente en casi todos los
indicadores el deterioro que tuvo lugar a mediados de los noventa. En segundo lugar, en un
buen número de indicadores pero especialmente en los tradicionalmente vinculados con la
191
desafección los cambios de tendencia comenzaron antes de la crisis económica: para algunos
indicadores como el interés por la política a comienzos de la década pasada; mientras que en el
resto de los afectados por esta tendencia el cambio se produjo a mediados de década. Ello es
patente en indicadores como la confianza en el parlamento, la confianza en los partidos
políticos, las actitudes hacia el Estado autonómico, o los indicadores de interés y de implicación
política. Esto sugiere la existencia de una crisis institucional que queda reflejada en la evolución
de estos indicadores y que antecede a la crisis económica. No cabe duda, no obstante, que la
recesión económica ha agravado dicha crisis institucional. En tercer lugar, la inclinación de la
pendiente se agudiza en algunos indicadores ―aunque no en todos― desde 2011, coincidiendo
con la segunda fase de la recesión asociada a la crisis de la deuda. Es esta segunda fase de la
crisis la que parece haber conducido a un nivel de deterioro de las actitudes políticas
considerablemente mayor que el que tuvo lugar a mediados de los noventa. Este deterioro
vinculado a la segunda fase de la crisis es muy evidente, por ejemplo, en las actitudes hacia el
Estado autonómico, tal y como el capítulo 4 muestra con mayor detalle.
En cuarto lugar, si bien la evolución de la mayor parte de los indicadores sugiere un
deterioro en las actitudes de desafección entre los españoles, la evolución longitudinal también
pone de manifiesto que junto a la fuertísima caída de la confianza en las instituciones, existe en
paralelo una tendencia más tímida en sentido contrario que queda reflejada en el aumento de los
nivele agregados de implicación política e interés por la política. A este respecto, no obstante,
merece la pena hacer dos consideraciones adicionales. En primer lugar, la caída en los niveles
de satisfacción con la democracia o de la confianza en las instituciones son mucho más
pronunciados que el aumento en el interés o en la implicación política. Y en segundo lugar,
aunque esta última tendencia pueda entenderse como una mejoría en los altos niveles de
desafección política por los que se ha caracterizado la población española, parece ser al mismo
tiempo un síntoma más de la fuertísima crisis institucional por la que atraviesa España y que
queda reflejada en este caso en el aumento de los ciudadanos críticos a los que hacíamos
referencia en el apartado de presupuestos teóricos de este informe.
Adicionalmente, cada uno de los capítulos del informe hace contribuciones muy relevantes
a todas las preguntas anteriores que destacamos a continuación. El capítulo 2 confirma la
necesidad de hacer una distinción conceptual entre las dimensiones del descontento o
insatisfacción; el apoyo o la legitimidad, y la desafección política. Ello tiene su reflejo en los
resultados empíricos de las actitudes hacia la democracia en España. A lo largo del capítulo se
pone de manifiesto que el descontento, la legitimidad y la desafección política son dimensiones
en gran medida independientes como destacaron trabajos anteriores sobre su interdependencia
en los años noventa. En concreto, los resultados del capítulo subrayan que el descontento con el
funcionamiento de la democracia es la dimensión con una mayor variabilidad; mientras que la
192
legitimidad y la desafección se muestran mucho más estables a lo largo del periodo analizado.
Además, cada una de estas dimensiones parece responder de forma diferenciada a distintos
cambios en el contexto económico y político. Mientras que el descontento resulta especialmente
sensible al deterioro de la situación económica, el apoyo a la democracia aparece más marcado
por factores políticos y de gobierno. Esta sensibilidad a factores políticos parece especialmente
señalada entre los votantes más conservadores. Pareciera como si en alguna medida los votantes
conservadores condicionaran su apoyo a la democracia a la suerte electoral de su partido. Este
resultado confirma que la evolución de las actitudes políticas está condicionada por factores
políticos y no sólo económicos. Por otro lado, los resultados de este capítulo confirman la
expectativa inicial en el sentido de que la crisis económica parece haber estimulado la aparición
de un perfil de ciudadanos más críticos. No obstante, el capítulo concluye que este perfil crítico
apoya la democracia frente a cualquier tentación autoritaria y tiene gran interés en la política;
aunque desconfía de las instituciones políticas actuales. Conforme a las conclusiones finales de
este primer capítulo sustantivo, la actual crisis económica, no supone una amenaza seria para la
legitimidad democrática; pero está generando la aparición de un nuevo perfil de ciudadanos
críticos cuya a indignación-política es perfectamente compatible con su perfil democrático.
El capítulo 3 explora de modo más específico las hipótesis vinculadas a la desafección y su
posible bifurcación, examinando su distribución entre los jóvenes y los desempleados. A este
respecto el capítulo llega a dos conclusiones muy relevantes. En primer lugar, la incidencia de
los ciudadanos críticos, aquellos cuyas actitudes están cambiando como consecuencia de la
crisis no está entre el grupo de edad más joven, entre 18 y 25 años, sino entre sus hermanos
mayores de entre 25 y 35 años. Es en este último grupo en el que se ponen de manifiesto el
aumento en los niveles de implicación e interés por la política, confirmando la segunda de las
dos hipótesis relativas a los cambios de tendencias en la desafección. Por el contrario, cuando el
desempleo tiene lugar entre el grupo de edad más joven (una combinación altamente probable
dadas las circunstancias de la crisis) encontramos con más probabilidad un aumento en los
niveles de apatía, confirmando la primera de las hipótesis de la evolución de la desafección en
este grupo concreto. Dada la evidencia empírica que confirma una y otra hipótesis dependiendo
de las características del grupo que examinemos, el capítulo llega a la conclusión que la actual
crisis está aumentando no sólo los niveles de desigualdad social sino también política.
Si el capítulo 3 comprueba que los efectos de la crisis económica en las actitudes políticas
tienen manifestaciones desiguales dependiendo de la ocupación o de la edad, el capítulo 4
comprueba que dichos efectos puedan ser también desiguales en distintas CCAA. Para
comprobar este extremo, este último capítulo no se centra en los efectos de la crisis en las
actitudes hacia la democracia en un sentido general sino en las actitudes hacia el Estado
autonómico. La evolución longitudinal en los niveles de apoyo al estado autonómico pone de
193
manifiesto que, a diferencia de lo que ocurre con otras actitudes, la crisis de mediados de los
noventa no tuvo efectos negativos en este indicador. Por otro lado, los resultados del capítulo
confirman la heterogeneidad en la evolución de esta actitud tanto en el tiempo como en el
espacio. Desde un punto máximo de apoyo al Estado autonómico en 2006; dichos apoyos
descienden después en un proceso que se aceleró desde 2009. Estos resultados ponen de
manifiesto que pese a que la pérdida de legitimidad parecía ya estar manifestándose antes de la
crisis económica, es desde 2010 cuando la caída de la legitimidad se hace más intensa.
Los resultados del capítulo 4 ponen también de manifiesto las diferencias territoriales,
constatando la pérdida de apoyo al Estado Autonómico en todas las CCAA con la única
excepción del País Vasco. A este respecto, destaca la disminución del apoyo en Murcia, Madrid,
Castilla y León y Cataluña y la estabilidad en Andalucía. Mientras que en Cataluña la opción
preferida es la independencia, en los otros casos los ciudadanos se decantan por un Estado
centralizado. El capítulo pone de manifiesto la relevancia tanto del contexto político como del
contexto económico para explicar la distinta evolución por CCAA.
Por lo que se refiere a efectos económicos, el capítulo 4 pone también de manifiesto que
la crisis económica tiene también efectos directos e indirectos -en interacción con las
identidades y factores políticos- en los niveles de apoyo al estado autonómico. Adicionalmente,
en la comparación entre Madrid y Cataluña, un resultado especialmente interesante de este
capítulo es la posible existencia de mecanismos causales compartidos en la explicación de por
qué un número creciente de catalanes dejan de apoyar el modelo de autonómico a favor de la
independencia; y por qué un número creciente de madrileños dejan también de apoyar el modelo
autonómico en favor del restablecimiento de un Estado centralizado.
194
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