INFORME DEL PROYECTO DE INVESTIGACIÓN sobre Los efectos de la crisis económica en la democracia española: legitimidad, insatisfacción y desafección Investigador principal: Dr. Santiago Pérez-Nievas* Equipo de investigación: Dra. Gema García Albacete, Dra. Irene Martín, Dr. José Ramón Montero, Dr. Alberto Sanz, Javier Lorente, Marta Paradés Rosa María Navarrete y Teresa Mata *Tanto el investigador principal como todos los miembros del equipo de investigación pertenecen al Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Autónoma de Madrid. Madrid, 29 de noviembre 2013 1 Índice Páginas Capítulo 1. Preguntas de investigación y estructura del informe de 3-37 investigación “Los efectos de la crisis económica en la crisis española” Capítulo 2. Las actitudes hacia la democracia en tiempos de crisis: 38-94 legitimidad, descontento y desafección Capítulo 3. ¿Cómo se relaciona la generación de la crisis con la política? 95-129 Las actitudes y comportamientos de jóvenes y desempleados. Capítulo 4. Los efectos de la crisis económica en la legitimidad del estado 130-189 autonómico. Capítulo 5. Conclusiones 190-194 Referencias bibliográficas 195-203 2 Capítulo 1. Preguntas de investigación y estructura del informe de investigación “Los efectos de la crisis económica en la democracia española”. Introducción ¿En qué medida la terrible crisis económica española está conduciendo a una crisis de la democracia? ¿Puede la aparentemente irreversible insatisfacción con el funcionamiento de la democracia y de sus instituciones políticas, de los gobiernos y de la oposición, de los partidos y de los políticos erosionar de modo significativo los fundamentos de la legitimidad democrática? En fin, ¿hasta qué punto los crecientes niveles de descontento con los mecanismos democráticos pueden producir una desafección con la política de consecuencias todavía imprevisibles? En los últimos cinco años, estas tres preguntas han sido contestadas afirmativamente por decenas de observadores y comentaristas políticos en los medios de comunicación sustentada en fenómenos como la excepcionalmente rápida erosión de apoyos que han experimentado los sucesivos gobiernos del socialista José Luis Rodríguez Zapatero y del conservador Mariano Rajoy, las frecuentes movilizaciones que han protagonizado los sectores sociales más diversos, las consignas del movimiento de los indignados del 15M, o la insólita aparición de los partidos, y de la clase política en general, como la tercera de las preocupaciones de los españoles, según viene apareciendo en las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), y que está recogida en el Gráfico 1.8 de este mismo capítulo. Estas señales reflejarían una profunda desafección política que puede repercutir, a su vez, en una erosión de la legitimidad democrática. En este informe de investigación pretendemos responder a las preguntas antes formuladas mediante el análisis de las series históricas y encuestas recientes realizadas por el CIS así como de otras fuentes como la Encuesta Social Europea para las principales dimensiones y actitudes políticas que identificamos en las siguientes páginas. Acudiremos para ello a un doble eje de análisis, teórico y empírico. Teóricamente, partimos de la autonomía relativa de la legitimidad democrática, la insatisfacción con los resultados del gobierno y la desafección política. A nuestro juicio los tres criterios fundamentales que estructuran la concepción de la política democrática por parte de los ciudadanos (Montero, Gunther y Torcal 1998). Y aspiramos a conseguir una mayor riqueza empírica mediante la descomposición de los efectos de la crisis económica entre quienes son jóvenes y lo son menos, entre los parados y los 3 activos laboralmente, y entre quienes viven en comunidades autónomas en las que la crisis económica, el desempleo y los recortes del gasto público han tenido un impacto desigual. Este capítulo tiene la siguiente estructura. En los dos siguientes apartados 1 y 2 explicamos los presupuestos teóricos y las líneas principales del diseño de investigación que hemos seguido para la elaboración de este informe. El apartado 3 hace una breve recapitulación de las fuentes de datos que hemos empleado para su elaboración. En el apartado 4 llevamos a cabo una descripción de la evolución longitudinal de una selección de los indicadores con los que hemos trabajado. Esta descripción longitudinal pone de manifiesto que aunque la crisis económica ha tenido un efecto evidente en la evolución en una mayoría sino en todas las actitudes, algunos cambios de tendencia empezaron a manifestarse a mediados de la pasada década lo que sugiere la existencia de una crisis política que antecede a la recesión económica y que ésta última ha contribuido a agravar. Lejos de suponer la crisis una amenaza para la democracia, los resultados de esta investigación parecen indicar que la crisis está favoreciendo la presencia de ciudadanos críticos y participativos. Para terminar, en la sección 5 hacemos una presentación del resto de los capítulos que estructuran el informe y anticipamos brevemente algunos de sus resultados. Presupuestos teóricos Hace cuarenta años la denominada crisis del petróleo generó una intensa preocupación por sus efectos en la legitimidad democrática de los países occidentales. Tras el extraordinario periodo de seguridad, prosperidad y crecimiento económico reinante desde el final de la Segunda Guerra Mundial, las nuevas políticas giraron alrededor de la estanflación, el declive económico y los reajustes en el Estado de bienestar. Los temores de muchos científicos sociales arrancaban de la crisis fiscal del Estado (O’Connor, 1973) como consecuencia de su incapacidad para generar nuevos recursos económicos que pudieran calmar a unos electorados cada vez más exigentes ante los problemas del Estado de bienestar (Offe, 1984); continuaban con la preocupación por la ingobernabilidad de las sociedades democráticas sometidas a tensiones desconocidas en las décadas anteriores (Huntington, 1968), y culminaban de modo inevitable con la crisis de la legitimidad democrática por la imposibilidad de los gobiernos de solventar a la vez graves problemas económicos y demandas contradictorias por parte de los ciudadanos (Crozier, Huntington y Watanuki, 1975; Habermas, 1985). Veinte años después, esas proyecciones pesimistas sobre la crisis de la democracia parecieron desaparecer (Kaase y Newton, 1995). La estabilidad de los sistemas democráticos, la consolidación de las nuevas democracias tras la denominada tercera ola (Huntington, 1991) y la 4 quiebra de los regímenes comunistas de la Europa Central y del Este fueron procesos considerados como una prueba definitiva de la superioridad de la democracia. Pese a ello, tanto en las viejas como sobre todo en las nuevas democracias comenzaron a aparecer síntomas de un creciente declive de la confianza política. Los ciudadanos son más críticos, los gobiernos democráticos encuentran más dificultades para llevar adelante sus políticas públicas, y ello en el marco de un proceso en el que la brecha que separa a los ciudadanos de sus representantes no cesa de ampliarse (Lipset y Schneider, 1983; Klingemann y Fuchs, 1995). En las llamadas democracias desafectas (Pharr y Putnam, 2000), la relación de los ciudadanos con la política democrática ha sufrido una mutación considerable: en situaciones de crecimiento económico, el apoyo a la democracia está asegurado, pero la desconfianza, el descontento y el distanciamiento, en cambio, parecen formar parte del nuevo paisaje político (Nye, Zelikow y King, 1997). Si estos cambios han ocurrido en el marco de una economía que funcionaba razonablemente bien, ¿qué cabe esperar de los efectos de una crisis económica que, al menos en los países de la periferia europea, y entre ellos España, es mucho más grave que la de hace cuarenta años? ¿Hasta qué punto entonces se han agravado las percepciones de los españoles sobre los gobiernos, las instituciones, los representantes, en definitiva sobre la política democrática? Desde un punto de vista teórico cabe diferenciar esas percepciones en al menos tres dimensiones (Gunther y Montero, 2006). La primera es la de la legitimidad democrática, derivada naturalmente de la visión creadora de Max Weber (1964: I, 170 y ss.), o surgida del legado de David Easton (1975) en base a su distinción entre apoyo difuso y específico. El apoyo democrático surge de las consideraciones positivas de los ciudadanos sobre las instituciones representativas de un país. Estas percepciones se aplican al sistema político en su conjunto, y cabría esperar que fueran relativamente estables en el tiempo e inmunes a factores como la popularidad de los gobiernos o las evaluaciones de las instituciones políticas. En los términos de Juan J. Linz (2012: 20), la legitimidad puede ser considerada como “la creencia en que, no obstante sus defectos y sus fallos, las instituciones políticas son mejores que cualquier otras que pudieran crearse y, por consiguiente, pueden exigir obediencia”. Una segunda dimensión, la insatisfacción con el funcionamiento de la democracia, o el descontento político, está basado en “el juicio de los ciudadanos sobre las actividades diarias de los líderes políticos y de las acciones y procesos de las instituciones gubernamentales” (Kornbeg y Clarke, 1992: 20). El descontento surge de la evaluación que se hace de los rendimientos del régimen o de sus autoridades, así como de sus resultados políticos. En general, la insatisfacción es el reflejo de la frustración experimentada tras la comparación de lo que uno tiene con los que espera o cree que debe tener (Gamson, 1968: 35), o de la incapacidad de los gobiernos para solventar con eficacia los problemas considerados importantes por los ciudadanos (Dahl, 1971: 144). 5 Y una tercera dimensión de las actitudes hacia la democracia es la que Torcal y Montero (2006) han caracterizado como la desafección política con la que se quiere describir el extrañamiento o alejamiento de los ciudadanos hacia sus principales instituciones políticas, o, más en general, hacia la política. Aunque en muchas ocasiones ha sido considerada como una simple manifestación del descontento político, en este informe de investigación creemos que la desafección política tiene autonomía conceptual y empírica. Si aquél es el resultado de una valoración negativa del rendimiento de los gobiernos, ésta refleja la desconfianza de la vida política y de los mecanismos de la representación democrática; y sus indicadores incluyen el desinterés por la política, los sentimientos de ineficacia política, la desconfianza política, el cinismo político y un sentimiento general de alejamiento de la política o/y de las instituciones democráticas (Montero, Gunther y Torcal, 1998). A diferencia del descontento, la evidencia con la que contamos para el período anterior a la crisis con respecto al caso español es que la desafección se mantiene en niveles elevados y es llamativamente estable (Gunther, Montero y Torcal, 2007). La literatura comparada ha solido confundir la legitimidad democrática con el descontento político, convirtiendo a este último en el indicador de aquélla (Weatherford, 1992). Más recientemente, otros autores han mantenido la diferencia entre ambas actitudes, pero han ignorado las relativas a la desafección política o en el mejor de los casos las han convertido en una variante menor del descontento político. Así ha ocurrido, por ejemplo, con las tipologías de los ciudadanos críticos (Norris, 1999), o de los demócratas críticos (Klingemann, 1999), o de los demócratas insatisfechos (Klingemann, 2013), o de los ciudadanos asertivos (Dalton y Welzel, 2013). Para sus autores, esos tipos son funcionales para el sistema político por cuanto su insatisfacción activa su participación política y, gracias a ella, los líderes políticos deben rendir cuentas de sus acciones si no quieren ser castigados electoralmente. El mecanismo básico de esos tipos de ciudadanos radica en la combinación de información e interés por la política, sus predisposiciones participativas y, sobre todo, sus sentimientos de eficacia política. Es posible, sin embargo, que los ciudadanos de otros países, y entre ellos España, tengan percepciones diferentes del sistema político. Cabría pensar en ciudadanos cuya insatisfacción política no esté acompañada por recursos cognitivos, ni por sentimientos de eficacia política, ni en consecuencia por predisposiciones para la participación política. En estos supuestos, los ciudadanos críticos son, además, desafectos. José Ramón Montero, Richard Gunther y Mariano Torcal (1998) demostraron para los años ochenta y noventa que la desafección formaba parte del paisaje de las actitudes políticas de los españoles, manteniéndose de forma relativamente estable; y que además el desinterés por la política, la ineficacia política y la escasa implicación política reforzaban su alejamiento de la política, su desconfianza política respecto a instituciones y procedimientos o su incapacidad para exigir en los procesos de 6 rendición de cuentas. Diseño de investigación Los hallazgos mencionados en la sección previa con respecto al caso español se refieren, sin embargo, a la década de los ochenta y noventa. El objetivo de nuestra investigación radica precisamente en conocer el impacto de la crisis económica en las tres dimensiones actitudinales que hemos identificado, legitimidad, descontento, y desafección; o en alguna de sus dimensiones más relevantes. ¿Han variado estas tres dimensiones de forma significativa y en el mismo sentido como se afirmar tan reiterada como enfáticamente? ¿O puede que, en virtud de su autonomía relativa, alguna dimensión haya podido permanecer estable ―como la legitimidad democrática―, mientras que otras ―como el descontento político― hayan crecido hasta niveles desconocidos por su intensidad y extensión? Parece que la diferencia conceptual entre legitimidad y descontento con la democracia se confirma empíricamente. Mientras que el descontento con la democracia está íntimamente relacionado con los vaivenes económicos, la legitimidad de la democracia permanece estable. Sin dejar de lado la relevancia de la evolución de las dimensiones anteriores, en el presente informe de investigación examinamos también los efectos de la crisis económica en la evolución de la desafección. A este respecto nuestro informe se articula en torno a dos hipótesis alternativas y, hasta cierto punto, contrapuestas. En primer lugar, es posible que la desafección haya podido crecer en algunos sectores, quizás los especialmente castigados por la crisis económica y que cuenten con menos recursos. Con respecto a la desafección, por tanto, la primera hipótesis con la que hemos trabajado es que conforme la crisis económica se prolonga e intensifica, la desafección política, o al menos algunos de sus componentes, hayan podido aumentar. La desafección, como la legitimidad, es una actitud estable, aunque se observan cambios relacionados con el surgimiento de una ciudadanía crítica, más interesada y participativa en política y con un elevado nivel de descontento. Como decimos, es probable que, en ciertos sectores de la población, hayan podido aparecer los ciudadanos críticos que mencionábamos anteriormente, quizás gracias a un aumento de los niveles de interés por la política, o de la frecuencia de las conversaciones políticas, o de la implicación activa en contactos, manifestaciones o protestas. Nuestra segunda hipótesis, por tanto, es que la crisis esté repercutiendo en un descenso de la desafección, al menos en sectores específicos de la población, y/o en algunos de sus componentes. Como puede comprobarse más adelantes en las líneas ascendentes de los Gráficos 1.16 y 1.17, en donde se 7 muestran respectivamente la evolución del interés por la política y de la frecuencia en las conversaciones políticas, parecen sustentar una clara tendencia en este sentido. Es precisamente esta evidencia de que la evolución de la desafección puede estar bifurcándose en distintas direcciones lo que justifica un análisis más pormenorizado por grupos, tal y como argumentaremos seguidamente. Atendiendo a todo lo anterior, para el presente informe de investigación hemos llevado a cabo un análisis longitudinal descriptivo, desde los años noventa hasta la actualidad, de los principales indicadores que podemos recabar del Banco de Datos del CIS y que hemos considerado indicadores de las tres dimensiones que hemos identificado ―la legitimidad democrática, el descontento político y la desafección política―; o bien variables estrechamente relacionadas con una o varias de esas dimensiones, en algunos casos como factores explicativos. En la Tabla 1.1 enumeramos y clasificamos los indicadores que hemos considerado para este informe en atención a su consideración como indicadores de algunas de las tres dimensiones actitudinales o como variables de comportamiento, o bajo la categoría de otros, en aquellos casos en los que resultan más ambiguos o que pudiéramos considerar mejor variables independientes. Tabla 1.1. Indicadores Dimensiones Legitimidad Descontento Desafección Otros indicadores relevantes o variables independientes Comportamiento Indicadores Actitudes sobre la democracia como el mejor sistema político, o sobre la democracia frente a la dictadura como formas de gobierno Satisfacción con el funcionamiento de la democracia Valoración de los líderes políticos Estado de bienestar y políticas sociales Confianza en las instituciones más relevantes del sistema político Confianza en los líderes políticos Confianza en la Unión Europea Interés por la política Información política / conocimiento político Discusión sobre temas políticos / conversaciones sobre política Identificación partidista Valoración de la situación política Valoración de la situación económica Principales problemas de España Confianza interpersonal Exposición a los medio de comunicación Estado de las autonomías y preferencias sobre la forma de Estado Autoubicación ideológica Ubicaciones ideológicas de los partidos Intención de voto Otros modos de participación política (manifestaciones, huelgas, firma de peticiones, contacto con políticos, etc. 8 Además de esta vertiente descriptiva, los tres capítulos que siguen examina el impacto de la crisis económica en función de tres variables: la edad, la situación ocupacional y las Comunidades Autónomas (en adelante, CCAA). Centraremos así nuestra atención en los jóvenes, los desempleados y los habitantes de algunas comunidades autónomas. En todos estos casos, existe acuerdo general de que la crisis económica ha tenido efectos claramente diferenciados, negativos para unos (obviamente, los jóvenes y los parados) y variables para otros (conforme a la situación económica de las comunidades autónomas seleccionadas: véase a este respecto el capítulo 4). Para cada uno de estas categorías los distintos capítulo del informe examinan en qué medida sus respectivos algunos de esto indicadores de legitimidad, descontento y desafección se han modificado respecto a periodos anteriores. Existen razones adicionales para la selección de estos tres grupos. Como es sabido, los jóvenes son más permeables tanto a las fuerzas sociales como a los procesos políticos debido a que tienen experiencias vitales más limitadas (Jennings y Niemi, 1981: 380; Kinder y Sears, 1985: 724). Por lo tanto, si transformaciones sociales como la crisis económica están realmente cambiando las actitudes y comportamientos de los ciudadanos, los jóvenes son un grupo de la población particularmente apropiado para detectar dichos cambios. Además, la relación que establezcan los jóvenes con la política determinará las orientaciones de los ciudadanos españoles en el futuro: las actitudes y comportamientos que cristalizan durante la adolescencia y juventud tienen una estabilidad considerable a lo largo del ciclo vital (Kinder y Sears, 1985). Pese a la existencia de aprendizaje político a lo largo de toda la vida, las orientaciones básicas adquiridas durante los años impresionables tienden a condicionar las experiencias futuras (Ryder 1965: 848). En cuanto a los desempleados, hay varias razones para considerarlos un grupo que merece un estudio pormenorizado. En primer lugar, los parados están sufriendo directamente y con mayor intensidad que otros grupos sociales la crisis económica. Esta situación puede tener dos consecuencias distintas. Por un lado, es razonable pensar que los desempleados estén menos satisfechos con el funcionamiento de la democracia. Por otro, la situación económica derivada del desempleo limita sus recursos para implicarse activamente en política. En lo referente a las CCAA, dada la intrínseca relación entre la consolidación de la democracia y el desarrollo del Estado de las Autonomías, consideramos que es posible que la desafección institucional sea también constatable en el modelo de organización territorial autonómico. Además, teniendo en cuenta que las consecuencias de la crisis económica no se manifiestan con la misma intensidad en todas las CCAA, con variaciones por ejemplo en los niveles de desempleo o déficit, partimos de la idea de que dichos efectos puedan ser también desiguales en distintas CCAA. 9 Por último, en cada uno de los tres capítulo prestamos atención a los determinantes a nivel individual de los principales cambios detectados, bien sean estos una erosión de la legitimidad, un aumento de la desafección; o por el contrario, el aumento de ciudadanos comprometidos con la democracia pero más críticos y exigentes en cuanto a su funcionamiento. Para este último objetivo los distintos capítulos utilizan técnicas de análisis multivariable de distinto tipo. Fuentes de datos Para la siguiente sección de este capítulo, en el que llevamos a cabo el análisis longitudinal descriptivo, así como en los tres capítulos siguientes hemos empleado las siguientes series temporales del CIS. La Tabla 1.2 recoge algunas de las series con las que hemos trabajado para la preparación del presente informe mientras que en la Tabla 1.3 se recogen los estudios que sustentan esas series temporales, algunos de los cuales han servido además para los análisis multivariables. Para la siguiente sección de este mismo no presentamos todas las series temporales con las que hemos trabajado en el desarrollo de este informe sino sólo una selección de las que nos han parecido más relevantes. Tabla 1. 2. Relación de series temporales que se han utilizado para el presente informe Número Título A101020050 Grado de satisfacción con la constitución española Grado de confianza en instituciones y grupos sociales: el parlamento/congreso A102060040 de los diputados A102060150 Grado de confianza en instituciones y grupos sociales: los partidos políticos A102060450 Escala de confianza (0-10) en instituciones y grupos sociales: partidos políticos A301020030 Valoración prospectiva de la situación política de España (1 año) (I) A303010010 Grado de interés por la política (II) Frecuencia con la que se informa de política a través de distintos medios: utiliza A303020050 internet para obtener noticias o información política Frecuencia con la que se habla de política con diferentes personas del entorno A303020390 social próximo: amigos/as Frecuencia con la que se habla de política con diferentes personas del entorno A303020410 social próximo: compañeros/as de trabajo/estudios 10 Número Título A303030010 Principales sentimientos hacia la política (MR-MV) (I) A307030020 Régimen político preferido: democracia o autoritarismo A307030120 Medida en que los problemas del país se solucionarán con la actual democracia A307030130 Régimen político preferido: democracia o autoritarismo (15-29 años) A307040010 Opinión acerca del buen/mal funcionamiento de la democracia en España Grado de satisfacción con el funcionamiento de la democracia en España (I) A307040020 (nacional) Grado de satisfacción con el funcionamiento de la democracia en España (II) A307040030 (nacional) A307040090 Escala de satisfacción (0-10) con el funcionamiento de la democracia en España Opinión acerca de la necesidad de la existencia de partidos políticos para que A401010010 exista democracia F102010290 Grado de importancia de determinados aspectos en la vida personal: la política F103010260 Escala de confianza en la gente (0-10) Expectativas de evolución en el próximo año de los problemas sociales que H101050020 preocupan a la gente en la actualidad Tabla 1.3. Relación de bases de datos que se han utilizado para el presente informea Número Título 7711 Preelectoral y postelectoral elecciones generales 2011 7708 Preelectoral y postelectoral elecciones generales y autonómicas de Andalucía 2008. 2559 y 2555 Postelectoral y preelectoral elecciones generales y autonómicas de Andalucía 2004 2384 y 2382 Postelectoral elecciones generales y autonómicas de Andalucía 2000 2210* y 2207* Postelectoral y preelectoral elecciones generales y autonómicas de Andalucía 1996 2061* y 2053* Postelectoral y preelectoral elecciones generales 1993 11 Número Título 2965 Preelectoral de Cataluña. Elecciones autonómicas 2012 2959 Preelectoral del país vasco. Elecciones autonómicas 2012 2958 Preelectoral de Galicia. Elecciones autonómicas 2012 2940 y 2934 Postelectoral y preelectoral elecciones autonómicas 2012. Principado de Asturias 2939 y 2931 Postelectoral y preelectoral elecciones autonómicas 2012. Comunidad autónoma de Andalucía 2904 al 2891 Postelectorales elecciones autonómicas y municipales 2011 2884 al 2870 Preelectorales elecciones municipales 2011 7710 Preelectoral y postelectoral de Cataluña. Elecciones autonómicas 2010. Panel (total panel) 2795 y 2784 Postelectoral y preelectoral del País Vasco. Elecciones autonómicas 2009 2796 y 2783 Postelectoral y preelectoral de Galicia. Elecciones autonómicas 2009 2723 al 2707 Postelectorales elecciones autonómicas y municipales 2007 2683 a 2699 Preelectorales elecciones municipales 2007 2660 y 2656 Postelectoral y preelectoral de Cataluña. Elecciones autonómicas 2006 2611 y 2608 Postelectoral y preelectoral de Galicia. Elecciones autonómicas 2005 2601 y 2598 Postelectoral y preelectoral del País Vasco. Elecciones autonómicas 2005 2546 y 2543 Postelectoral y preelectoral de Cataluña. Elecciones autonómicas 2003 2542 y 2539 Postelectoral y preelectoral elecciones autonómicas 2003. Comunidad de Madrid 2530 al 2512 Postelectorales elecciones autonómicas 2003 2498 al 2484 Preelectorales elecciones autonómicas y municipales 2003 2434 y 2432 Postelectoral y preelectoral de Galicia. Elecciones autonómicas 2001 2421 y 2414 Postelectoral y preelectoral del País Vasco. Elecciones autonómicas 2001 2374 y 2373 Postelectoral y preelectoral de Cataluña. Elecciones autonómicas 1999 2363 al 2351 Postelectorales elecciones autonómicas 1999 2338 al 2326 Preelectoral elecciones autonómicas y municipales 1999 12 Número Título 2308 y 2304 Postelectoral y preelectoral del País Vasco. Elecciones autonómicas 1998 2263 y 2260 Postelectoral y preelectoral de Galicia. Elecciones autonómicas 1997 2199 y 2195 Postelectoral y preelectoral Cataluña 1995 2183 Postelectoral elecciones autonómicas y municipales 1995 2171 al 2159 Preelectoral comunidades autónomas 1995 2120 y 2116 Postelectoral y preelectoral país vasco 1994 2109 y 2106 Postelectoral y preelectoral autonómicas andaluzas 1994 2070 y 2067 Postelectoral y preelectoral elecciones autonómicas 1993. Galicia 1967 Postelectoral elecciones municipales y autonómicas 1991 1955 al 1943 y 1929 al 19885 Preelectoral municipales y autonómicas 1991 2286 Instituciones y autonomías (I) 2455 Instituciones y autonomías (II) 2610 Barómetro autonómico (I) 2829 Barómetro autonómico (II) 2912 Barómetro autonómico (III) 1446* Barómetro febrero 1985. Resto autonomías 2041* al 2025* Opinión pública y cultura política en las comunidades autónomas a Estudios que no se encuentran disponibles en la página web Adicionalmente en el capítulo 2 se han empleado datos de la sexta ola de la Encuesta Social Europea. Los análisis del capítulo 3 han empleado preferentemente los estudios: 2450, del año 2002; 2735 del año 2007; y los estudios 2914, 2915 y 2920 (estos dos últimos forman el panel electoral de noviembre de 2011). Mientras que finalmente, los análisis del capítulo 4 se han centrado fundamentalmente en los estudios 2286, de 1998; 2455, de 2002; 2610, de 2010 y 2912, de 2012. 13 Evolución longitudinal de los principales indicadores En esta sección llevamos a cabo una descripción de la evolución longitudinal de una selección de los indicadores con los que hemos trabajado para este informe. Comenzamos examinando la evolución de los indicadores objetivos de la economía para, a continuación, examinar la evolución de las percepciones subjetivas de la situación económica y política; la legitimidad y la satisfacción con la democracia; las actitudes hacia el Estado autonómico; y terminamos con las actitudes que la literatura tradicionalmente ha asociado a la desafección política. Aunque, como cabía esperar las actitudes políticas se muestran sensibles a la evolución de los indicadores objetivos, existen cuatro aspectos de esta evolución que merece la pena destacar. En primer lugar, comparando el efecto de la actual crisis económica con la crisis anterior de mediados de los noventa, el proceso de deterioro que ponen de manifiesto la evolución de las actitudes políticas en la actual crisis supera notablemente en casi todos los indicadores el deterioro que tuvo lugar a mediados de los noventa. En segundo lugar, en un buen número de indicadores pero especialmente en los tradicionalmente vinculados con la desafección los cambios de tendencia comenzaron antes de la crisis económica, para algunos indicadores como el interés por la política a comienzos de la década pasada, mientras que en el resto de los afectados por esta tendencia a mediados de década. Ello es patente en indicadores como la confianza en el parlamento, la confianza en los partidos políticos, las actitudes hacia el Estado autonómico, o los indicadores de interés y de implicación política. Ello pone de manifiesto la existencia de una crisis institucional que queda reflejada en la evolución de estos indicadores y que antecede a la crisis económica y que ésta última no hecho sino agravar. En tercer lugar, la evolución de los indicadores objetivos de la economía señalan el desarrollo de la recesión en dos fases: una primera fase en el período 2007-2010 y una segunda entre el final de 2010 hasta la actualidad, con un tímido amago de recuperación entre estas dos fases. Aunque el deterioro de la mayor parte de las actitudes se hizo patente ya en la primera fase ―o incluso antes- como acabamos de apuntar― la inclinación de la pendiente se agudiza en muchos indicadores ―aunque no en todos― desde 2011, coincidiendo con la segunda fase de la recesión asociada a la crisis de la deuda. Es esta segunda fase de la crisis la que parece haber conducido a un nivel de deterioro de las actitudes políticas considerablemente mayor que el que tuvo lugar a mediados de los noventa. 14 En cuarto lugar, si bien la evolución de la mayor parte de los indicadores sugiere un deterioro en las actitudes de desafección entre los españoles, la evolución longitudinal también pone de manifiesto que junto a la fuertísima caída de la confianza en las instituciones; existe en paralelo una tímida tendencia en sentido contrario que queda reflejada en el aumento del dato agregados en los niveles de implicación política. A este respecto, no obstante, merece la pena hacer dos consideraciones adicionales. En primer lugar, la caída en los niveles de satisfacción con la democracia o en el confianza en las instituciones son mucho más pronunciados que el aumento en el interés o en la implicación política. Y en segundo lugar, aunque esta última tendencia pueda entenderse como una mejoría en los altos niveles de desafección política por los que se ha caracterizado la población española, no deja de ser al mismo tiempo un síntoma más de la fuertísima crisis institucional por la que atraviesa y que queda reflejada en este caso en el aumento de los ciudadanos críticos a los que hacíamos referencia en el apartado de presupuestos teóricos de este informe. Indicadores objetivos relacionados con la situación económica La crisis actual se caracteriza, entre otros, por el elevado nivel de desempleo alcanzado, especialmente entre los jóvenes. Es interesante tener presente que los altos niveles de paro caracterizaron también dos épocas anteriores posteriores a la transición: el periodo de mediados de los ochenta y buena parte de la década de los noventa (en los periodos 1984-1986 y 19921997 el paro alcanzó el 20%). Tras llegar a su mínimo histórico a mediados de 2007, el paro empieza a aumentar lentamente. A lo largo del 2008 la tendencia se acelera y en un solo año aumenta 8 puntos. A finales de 2010 se alcanzaba la barrera psicológica del 20% de desempleados. Si bien no era la primera vez que se alcanzaba esta cifra en la historia reciente de la democracia en España, las principales diferencias con los periodos señalados son dos. En primer lugar, el paro siguió aumentando hasta alcanzar un record del 27% durante el primer trimestre de 2013, situando a España a una distancia considerable de la media de paro de la Unión Europea (11%). En segundo lugar, la tasa de paro entre los jóvenes es mucho más elevada con respecto al conjunto de la población ―un 56% entre los menores de 25 años en 2013― en esta crisis que en las anteriores (Gráfico 1,1). 15 Gráfico 1.1. Evolución del desempleo por género y entre los jóvenes Fuente: INE. También con respecto al crecimiento económico podemos decir que no es la primera crisis a la que se enfrenta España. Tal y como muestra el Gráfico 1.2, tras la crisis de finales de los setenta y principios de los ochenta, la economía volvió a ralentizarse entre finales de los ochenta y 1993. En 1993 incluso se llegó al crecimiento negativo. El descenso del crecimiento en la crisis actual se empieza a percibir en 2008 y, muy especialmente, en 2009, momento en que se vuelve a entrar en recesión, alcanzándose una situación sin precedentes en la reciente de España. Tras una breve recuperación en 2010, y aunque no se ha vuelto a llegar a la situación de 2009, la economía española ha vuelto a situarse en niveles de crecimiento negativo en 2012 y 2013. Gráfico 1.2. Crecimiento económico en porcentaje del PIB PIB de España Fuente: Banco Mundial. 16 En cuanto a la deuda pública España, hasta principios de 2008, presentaba unos niveles de deuda pública inferiores a los del Reino Unido, Francia y Alemania, y muy inferiores a los que había tenido durante los años noventa. Sin embargo, a partir de ese momento, la deuda pública empieza a aumentar y en 2012 alcanza los niveles más elevados de la historia de España desde 1910, tal y como muestran los Gráficos 1.3 y 1.4. Entre 2007 y el primer trimestre del 2012 el nivel de endeudamiento medido así como el de la administración central se duplicó, y el incremento fue incluso algo mayor en el caso de las CCAA cuya deuda pasó del 5,9 del PIB en 2007 al 13,5 del PIB en el primer trimestre de 2012. Gráfico 1.3. Evolución del déficit público. Deuda pública Fuente: Banco de España. Gráfico 1.4. Evolución de la deuda pública española como porcentaje del PIB Fuente: www.elblogsalmon.com; datos del Banco de España 17 Gráfico 1.5. Endeudamiento de las administraciones públicas. Fuente: El País, 15 de Junio de 2012. La misma tendencia se hace evidente en el rendimiento del bono español con respecto al bono alemán a 10 años (Gráfico 1.6). La prima de riesgo empieza a aumentar a finales de 2007 hasta que, a principios de 2010, Standard and Poor’s retira la clasificación de triple A a España. Esta situación no hace más que empeorar y en 2012 se alcanzan niveles similares a los de principios y mediados de los noventa. Es en ese momento cuando la Comisión Europea propone que se utilice el fondo europeo de rescate para ayudar a la banca provocando un descenso inmediato de la prima de riesgo española que actualmente se encuentra en niveles similares a los de mediados de 2011. En definitiva, vemos que es a lo largo de 2008 cuando se empiezan a hacer evidentes los signos de la crisis económica. La gravedad de los mismos queda más que patente en 2009, momento a partir del cual empeoran todavía más algunos de los indicadores como el desempleo, la prima de riesgo y la deuda pública. El crecimiento económico, por su parte, frena su tendencia a la baja, e incluso experimentó una leve mejoría durante 2010 si bien la situación sigue siendo de recesión. Según la evolución de todos estos indicadores, cabría esperar una evolución similar en la percepción subjetiva de la economía coincidiendo con el deterioro de los indicadores objetivos. Asimismo, cabe pensar que la percepción de la política también se resentirá. 18 Gráfico 1.6. Endeudamiento de las administraciones públicas. Fuente: El País, 10 de septiembre de 2013; datos procedentes de Bloomberg. Pasamos a analizar las repercusiones de todas estas tendencias en la percepción subjetiva de la situación económica y política. Indicadores subjetivos relacionados con la situación económica y política Como vemos a continuación, la evaluación de la situación económica refleja de forma simultánea el deterioro que se observa a través de los datos macroeconómicos. Según los datos más recientes de que disponemos, más de un 90% de los ciudadanos consideran que la situación económica actual es mala o muy mala (Gráfico 1.7). A finales de 2007 los españoles empiezan ya a percibir los problemas económicos como crecientemente importantes. Pero a partir de septiembre de 2008 el paro empieza a percibirse claramente como el principal problema que tiene España, muy por encima incluso de los problemas económicos (Gráfico 1.8). 19 Gráfico 1.7. Evaluación situación económica Pregunta CIS: Para empezar, refiriéndonos a la situación económica general de España, ¿cómo la calificaría Ud.: muy buena, buena, regular, mala o muy mala? Gráfico 1.8. Principales problemas de España Pregunta del CIS: ¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero? 20 En cuanto a la percepción de la situación política, parece beneficiarse de una tregua hasta la celebración de las elecciones en Marzo de 2008, momento a partir del cual empieza a deteriorarse progresivamente (Gráfico 1.9). Las elecciones de 2011 parecen volver a dar un breve respiro que, sin embargo, no evita un deterioro aún mayor en los meses que siguen. Conforme al dato de septiembre de 2012, más de un 75% valoraba la situación política como muy mala. La gravedad de la que podemos llamar “crisis política” hace su aparición con algo de retraso con respecto a la crisis económica. Es a finales de 2009 cuando los españoles empiezan, por primera vez en la historia de la democracia en España, a percibir a los políticos, la política y los partidos políticos como un problema de creciente importancia, ubicándolo en tercer lugar, después del paro y los problemas económicos (Gráfico 1.7). A finales de 2012 hace su aparición un nuevo fenómeno: la corrupción y el fraude fiscal que, desde entonces, compiten con los problemas económicos y la política, como uno de los principales problemas que afronta el país (Gráfico 1.7). Gráfico 1.9. Valoración de la situación política Pregunta del CIS: Y refiriéndonos ahora a la situación política general de España, ¿cómo la calificaría Ud.: muy buena, buena, regular, mala o muy mala? 21 Indicadores relacionados con la democracia: satisfacción y legitimidad Resulta difícil llegar a una conclusión acerca de si la crisis de la política es también una crisis de la democracia. Por un lado, observamos cómo, entre 2008 y 2010, el porcentaje de españoles que considera que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno (régimen autoritario o dictadura incluidos) ha descendido en 8 puntos (Gráfico 1.10). Según los datos más recientes de que disponemos, un 78% de los españoles se identifica con esta afirmación. No obstante, este fenómeno no se puede tildar de novedoso, como sí lo es la percepción de los políticos, la política y los partidos como uno de los principales problemas. El dato actual sobre la legitimidad de la democracia es similar al de mediados de los años noventa, época en la que el país también experimentó una crisis económica. Pero no debemos olvidar que sigue siendo superior al que se observaba durante la segunda mitad de los ochenta, tras un breve periodo de euforia a principios de esa misma década. La satisfacción con el funcionamiento de la democracia también se ha visto notablemente deteriorada, especialmente a partir de 2010 (Gráfico 1.11). Es después de ese momento cuando nos encontramos con afirmaciones aún más críticas que las de mediados de los noventa, cuando la satisfacción con el funcionamiento de la democracia también se vio mermada, coincidiendo con la crisis económica. No obstante, el porcentaje de los que hoy en día se declara insatisfecho es bastante superior (65%) que el peor momento de la década de los noventa, en 1994 (54%). El deterioro se hace palpable también por lo que se refiere a lo que constituye un segundo pilar fundamental del régimen democrático actual: el modelo autonómico. Observamos que, hasta abril de 2009, hay un apoyo creciente a esta forma de distribución del poder territorial. En este punto, tres cuartas partes de los españoles se posicionan a favor del mismo. La situación cambia mucho, no obstante en los años sucesivos. Si bien este apoyo parece mantenerse ―aunque algo más tambaleante― a lo largo de 2010 y 2011, en 2012 esa postura es la elegida por tan sólo la mitad de los españoles. El otro cuarto ha cambiado durante este año hacia posiciones más centralistas. Aparentemente, a partir de un análisis superficial de la evolución de estos datos, la causa podría tener más que ver con las opciones y el discurso político de CiU en Cataluña, que con la crisis económica, si bien ambos se encuentran relacionados entre sí. 22 Gráfico 1.10. Legitimidad de la democracia Pregunta del CIS: Ahora vamos a hablar de distintos tipos de regímenes políticos. Me gustaría que Ud. me dijera con cuál de las siguientes frases está más de acuerdo: (a) la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno; (b) en algunas circunstancias, un régimen autoritario, una dictadura, puede ser preferible a un sistema democrático; (c) a la gente como yo lo mismo nos da un régimen que otro. Cuestionarios de 1979, 1980 y 1981 de DATA. Gráfico 1.11. Satisfacción con la democracia Pregunta del CIS: En su conjunto, ¿está Ud. muy satisfecho/a, bastante, poco o nada satisfecho/a con la forma en que funciona la democracia en España? 23 Gráfico 1.12. Apoyo estado autonómico (apoyo al Estado autonómico actual o con más o menos autonomía frente a la preferencia por la recentralización del Estado o la posibilidad de independencia para las CCAA) Pregunta del CIS: Le voy a presentar ahora algunas fórmulas alternativas de organización territorial del Estado en España. Dígame, por favor, con cuál está Ud. más de acuerdo: (a) un Estado con un único Gobierno Central sin autonomías; (b) un Estado con regiones y nacionalidades autónomas como en la actualidad; (c) un Estado con regiones y nacionalidades con mayor autonomía que en la actualidad; (d) un Estado en que se reconociese a las nacionalidades la posibilidad de convertirse en estados independientes. A partir de estas opciones de respuesta y siguiendo se han agrupado entre los que apoyan el statu quo con los que quieren más o menos autonomía frente a los que quieren recentralizar el Estado o apuestan por la autodeterminación. La pregunta cambia a partir de abril de 2009, incluyéndose una nueva categoría de menos autonomía para las CCAA. Actitudes políticas: confianza política, interés por la política, ideología, identificación partidista, sentimientos hacia la política. Aunque la confianza de las instituciones sufre un importante deterioro con la crisis económica, hay que señalar que en algunos indicadores como la confianza en el Congreso de los diputados o la confianza en los partidos políticos el deterioro comienza antes del inicio de la crisis económica, en torno a mediados de la década pasada. La confianza en el Congreso ya sufre un descenso en 2006, si bien éste se acentúa a partir de 2009. Aproximadamente un 30% de los españoles afirma confiar en el Congreso conforme al dato de 2010 (Gráfico 1.13). La confianza en los partidos sigue una tendencia similar, si bien el deterioro de la misma en esta última etapa parece comenzar algo antes, en 2008. Además, el porcentaje de los españoles que confían en ellos no pasaba del 15% en 2010 24 (Gráfico 1.14). La confianza en el gobierno disminuye claramente en 2009. No es la primera vez que se observa un descenso de la misma ya que en 2003 se observó una bajada notable, pero no comparable a la actual. Tan sólo un cuarto de los españoles decía confiar en el gobierno en 2010 (Gráfico 1.15). Gráfico 1.13. Confianza en el Congreso de los Diputados. Pregunta del CIS: ¿Me podría decir Ud. cuánta confianza tiene Ud. en cada uno de los siguientes grupos o instituciones: mucha, alguna, poca o ninguna?: El Congreso de los Diputados. Gráfico 1.14. Confianza en los partidos políticos Enunciado: ¿Me podría decir Ud. cuánta confianza tiene Ud. en cada uno de los siguientes grupos o instituciones: mucha, alguna, poca o ninguna?: Los partidos políticos. 25 Gráfico 1.15. Confianza gobierno Pregunta del CIS: ¿Me podría decir Ud. cuánta confianza tiene Ud. en cada uno de los siguientes grupos o instituciones: mucha, alguna, poca o ninguna?: El Gobierno. Actitudes políticas: interés por la política, ideología, identificación partidista, sentimientos hacia la política. Algo similar a lo que ocurre con la confianza en distintos tipos de actitudes políticas sucede también en otro tipo de indicadores como los relativos al interés por la política o la frecuencia de conversaciones políticas que comenzaron a dar síntomas de cambio en las tendencias con anterioridad al comienzo de la crisis económica. Por lo que se refiere, en primer lugar al interés por la política, se observa un aumento gradual pero, en su conjunto, considerable desde principios de los noventa (Gráfico 1.16). El momento en el que empieza a observarse de forma clara esta tendencia es en 2003. Lo más destacable es que, coincidiendo con la actual crisis, se percibe un aumento aún mayor a partir de 2008. El resultado de este proceso nos lleva a observar que, según los últimos datos disponibles, un 30% de los españoles dice interesarse por la política, frente al 20% que daba la misma respuesta durante los años noventa. En el caso de esta actitud no parece que sea la crisis económica la que haya incentivado el aumento de esta actitud, si bien otros fenómenos confluyentes con la dicha crisis pueden haber coadyuvado. Una tendencia similar se observa en la frecuencia con la que se habla de política, si bien el porcentaje actual de ciudadanos que dicen hablar de política a menudo o algunas veces hoy en día se acerca al 60% (Gráfico 1.17). 26 También parece ser anterior a la crisis económica presente el aumento de sentimientos negativos hacia la política como la “desconfianza” y la “irritación” (Gráfico 1.18). Ya en 2006 se observa que son más los ciudadanos que dicen tener estos sentimientos. No obstante, la tendencia se agudiza con la crisis actual. Por contraste, es muy interesante observar que esta tendencia no encuentra un paralelismo en lo que se refiere a la cercanía a algún partido político. Los porcentajes de quienes dicen sentirse cercanos han aumentado puntualmente en 2008 y 2009 y, de nuevo, en 2011 (Gráfico 1.19). El seguimiento de las noticias políticas a través de radio y televisión parece haber disminuido desde 2008, si bien la tendencia no es clara, ya que en 2011 pareció aumentar de nuevo, coincidiendo con la celebración de elecciones. No obstante, parecen haberse mantenido estos mismos niveles desde entonces (Gráfico 1.20). En definitiva, no parece que las actitudes normalmente asociadas al fenómeno de la desafección política oscilen siempre en paralelo a la crisis económica. No obstante, entre ellas, las que más lo hacen son las que indican desconfianza política. Gráfico 1.16. Interés por la política Pregunta del CIS: En líneas generales, ¿diría Ud. que la política le interesa mucho, bastante, poco o nada? 27 Gráfico 1.17. Frecuencia de conversaciones políticas en la familia Pregunta CIS: ¿Y con qué frecuencia diría Ud. que habla o discute de política cuando se reúne con sus...? Familiares. (a) A menudo; (b) algunas veces; (c) raramente; (d) nunca. Comportamientos políticos: participación y elección de partido. Gráfico 1.18. Sentimientos hacia la política Pregunta CIS: De los siguientes, ¿qué dos sentimientos le inspira a Ud., principalmente, la política? (a) aburrimiento; (b) entusiasmo; (c) irritación; (d) interés; (e) indiferencia; (f) compromiso; (g) desconfianza. (Agregado, sobre 200%). 28 Gráfico 1.19. Identificación partidista Pregunta del CIS: ¿Podría indicarme si se siente Ud. cercano/a o próximo/a a algún partido o coalición política? (a) sí; (b) no. Gráfico 1.20. Información política a través de los medios (RADIO Y TV) Pregunta del CIS: A continuación, me gustaría hacerle algunas preguntas sobre los periódicos, la radio y la televisión. ¿Con qué frecuencia...? Aparte de las noticias, escucha o ve otros programas sobre política en la radio o la televisión. 29 Indicadores de Participación electoral Finalmente, si nos fijamos en la tendencia a participar, observamos que la participación electoral – la propensión a votar – no se ha visto afectada hasta mediados de 2012, momento en el que sí parece aumentar la proclividad a abstenerse y a votar en blanco (Gráficos 1.21 y 1.22). Esto coincide con el descenso en la intención de voto al PP. La intención de voto al PSOE, por su parte, empezó a descender tras las elecciones de 2004 y, de forma más notable, tras las elecciones de 2008 (Gráfico 1.23). Hoy en día la intención directa de voto a los dos partidos mayoritarios se encuentra en niveles similares por debajo del 20%. En 2012 se observa también un movimiento de la media ideológica de los ciudadanos hacia la izquierda que, a diferencia de ocasiones anteriores, no coincide con la perspectiva inmediata de la celebración de elecciones generales (Gráfico 1.24). Gráfico 1.21. Predisposición a la participación electoral. Pregunta del CIS: Suponiendo que mañana se celebrasen elecciones generales, es decir, al Parlamento español, ¿a qué partido votaría Ud.? Además de los partidos se pregunta si no votará, en blanco y nulo. 30 Gráfico 1.22. Voto + voto blanco + abstención Pregunta del CIS: mismo enunciado que el gráfico anterior. Gráfico 1.23. Intención directa de voto a partidos Pregunta del CIS: mismo enunciado que el gráfico anterior. 31 Gráfico 1.24. Media de autoubicación ideológica. Pregunta del CIS: Cuando se habla de política se utilizan normalmente las expresiones izquierda y derecha. En esta tarjeta hay una serie de casillas que van de izquierda a derecha. ¿En qué casilla se colocaría Ud.? Estructura del informe, planteamiento y algunos resultados de los distintos capítulos. El siguiente capítulo, el capítulo 2 de este informe, examina la evolución de las principales actitudes políticas hacia la democracia española tras las ya cerca de cuatro décadas vividas desde la transición. De modo específico, el capítulo examina tres actitudes básicas como la legitimidad o el apoyo democrático, el descontento político o la satisfacción con la democracia y la desafección democrática. Utilizando datos e indicadores del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y de la European Social Survey (ESS), el capítulo se plantea el impacto que la crisis económica comenzada en 2008 ha tenido sobre esas actitudes. En concreto el capítulo se plantea las siguientes preguntas: ¿en qué medida el desempleo, los recortes salariales, las políticas antideficitarias o la reducción de las políticas de bienestar están conduciendo a una crisis de la democracia? A la vista de la extendida insatisfacción con el funcionamiento de la democracia y de sus instituciones políticas; de los gobiernos y de la oposición; de los partidos y de los políticos, ¿puede todo ello erosionar de modo significativo los fundamentos de la legitimidad democrática? En fin, ¿hasta qué punto los crecientes niveles de descontento con las instituciones democráticas pueden reforzar niveles de desafección con la política que ya eran considerables? En sus conclusiones el capítulo 2 ofrece una respuesta amplia y detallada a estas preguntas. Los resultados del capítulo confirman la necesidad de hacer una distinción 32 conceptual entre las dimensiones del descontento o insatisfacción; el apoyo o la legitimidad, y la desafección política. Ello tiene su reflejo en el estudio empírico de las actitudes hacia la democracia en España. A lo largo del capítulo se pone de manifiesto que el descontento, la legitimidad y la desafección política son dimensiones en gran medida independientes. En concreto, se subraya que el descontento con el funcionamiento de la democracia es la dimensión con una mayor variabilidad; mientras que la legitimidad y la desafección se muestran mucho más estables a lo largo del periodo analizado. Además, cada una de estas dimensiones parece responder de forma diferenciada a distintos cambios en el contexto económico y político. Mientras que el descontento resulta especialmente sensible al deterioro de la situación económica, el apoyo a la democracia aparece más marcado por factores políticos y de gobierno. Esta sensibilidad a factores políticos parece especialmente señalada entre los votantes más conservadores. Pareciera como si en alguna medida los votantes conservadores condicionaran su apoyo a la democracia a la suerte electoral de su partido. Por otro lado, los resultados del capítulo confirman la expectativa inicial que hemos planteado en el marco teórico de este informe en el sentido de que la crisis económica parece haber estimulado la aparición de un perfil de ciudadanos más críticos. Este perfil crítico apoya la democracia frente a cualquier tentación autoritaria y tiene gran interés en la política; pero desconfía de las instituciones políticas actuales. Conforme a las conclusiones finales de este primer capítulo sustantivo, la actual crisis económica, lejos de ser una amenaza seria para la legitimidad democrática, está generando la aparición de un nuevo perfil de ciudadanos críticos cuya aspiración ―e indignación― política, señala justo en el sentido opuesto a cualquier tentación autoritaria. El capítulo 3 retoma la investigación justo donde la deja el capítulo 2, es decir la bifurcación en los indicadores de desafección, indagando sobre el modo en el que esa doble tendencia se distribuyen en particular entre los jóvenes y los desempleados. Tal y como hemos visto ya en las series longitudinales, la crisis ha afectado particularmente a los jóvenes por el dramático incremento del desempleo juvenil. Una de las consecuencias más dramáticas de la crisis financiera es el alto desempleo juvenil. Desde que el paro comenzó a despuntar a mediados de 2008, los más afectados por esta situación han sido los jóvenes de 15 a 19 años. Esta tendencia viene seguida por las siguientes categorías de edad, los jóvenes de entre 20 y 24 años y los de 25 a 29 años. En todos los casos, el nivel de desempleo es claramente superior a la media de la sociedad española. Partiendo de este hecho, el capítulo 3 parte de la premisa de que los jóvenes pueden ser más permeables a las transformaciones sociales dado que tienen una experiencia vital limitada. Las preguntas en torno a las que se articula el capítulo son por tanto las siguientes: ¿Están los jóvenes de hoy sintiendo la crisis en mayor medida que el resto de la sociedad, en lo que se refiere a sus actitudes políticas y a sus formas de participación? ¿La relación con la política de los desempleados está siendo más 33 afectada por el contexto económico dada la creciente dificultad para encontrar un trabajo? Para responder estas cuestiones, el capítulo 3 lleva a cabo una exploración longitudinal de las actitudes y comportamiento de los jóvenes antes y durante la crisis económica con particular atención a los desempleados. El capítulo revisa lo que podemos esperar sobre cómo las transformaciones sociales ―y particularmente la crisis económica― podrían afectar a las actitudes y comportamientos de los jóvenes al mismo tiempo que se comprueba si algunos de los síntomas de los que hemos hablado (insatisfacción con la democracia, desconfianza en las instituciones, cambio en el interés por la política y en la participación en actividades de protesta) son visibles entre las generaciones más jóvenes en la misma medida que en el resto de la sociedad; o si los jóvenes están particularmente afectados por la crisis dado que son grupos más sensibles al contexto. El segundo argumento se refiere a la relación entre actitudes, participación y estado laboral. Conforme se explica en el capítulo, hay varios mecanismos por los cuales estar empleado o desempleado puede influir en el comportamiento y las actitudes políticas. Por un lado, entrar en el mercado laboral es un paso crucial en la adquisición de responsabilidades adultas, y el lugar de trabajo facilita que los individuos entren en contacto con importantes redes de movilización política (Lane, 1959: 218; Verba y Nie, 1972; Strate et al., 1989). Además, algunos determinantes de la participación política como la seguridad económica y los recursos dependen de las condiciones laborales de los individuos (Lane, 1959: 218; Verba y Nie, 1972) de modo que el entorno laboral funciona como un agente socializador que promueve la participación. Pero en el capítulo se constata que no existe un consenso definitivo en la literatura en el efecto del desempleo en la participación política. Por un lado, el desempleo implicaría mayores dificultades económicas. La inseguridad económica y tener menos recursos puede ser visto como un factor que incrementa los costes de implicarse en política (Rosenstone, 1981). Pero, por otro lado, el desempleo se asocia normalmente con mayor tiempo disponible y como una motivación para cambiar las cosas. Por lo que se refiere a los efectos de la crisis por grupos de edad, los resultados del capítulo no apoyan la idea de que los cambios se producen más fácilmente durante los años en los que los ciudadanos están formándose. Por contraste, es en el grupo entre los 25 y 35 años en el que se producen más cambios en las actitudes políticas. Esto podría indicar que el momento del ciclo vital en el que se encuentran los ciudadanos juega un rol crucial. Los roles adultos permiten conocer y ser conscientes, de forma que la participación política tenga un significado propio (Strate, Parrisch, Elder y Ford, 1989; Rosenstone y Hansen, 1993). No obstante, es posible pensar en otros factores y explicaciones que estén en juego. El impacto de la crisis podría tener consecuencias diferentes para aquellos que ya han empezado su carrera profesional y están formando sus familias. Los costes de perder el empleo en estas circunstancias tienen 34 consecuencias más dramáticas para la vida de las personas. Es posible también que los individuos entre los 25 y los 35, con experiencia previa en el sistema político, tengan más capacidad de reaccionar a la situación, mientras que los más jóvenes tienen más dificultades para hacerlo. Por lo que se refiere a los desempleados, los resultados del capítulo no encuentran diferencias en las actitudes o comportamientos políticos entre los desempleados que no hayan sido observadas ya en 2002 o 2007, antes de la crisis; pero con respecto a esta pauta general existen algunas excepciones relevantes. Los desempleados tienen menos confianza en los partidos políticos, menos probabilidades de sentirse cercanos a un partido político, menos probabilidad de votar y firmar peticiones en el grupo más joven (de 18 a 25 años). Por tanto, el capítulo si encuentra efectos relevantes entre los jóvenes y desempleados y estas actitudes no se trasladan en mayores niveles de participación política, ya que tienen menos probabilidades de votar o firmar peticiones. Si la implicación política está creciendo entre los se encuentran en mejores circunstancias económicas y los más afectados por la crisis se muestran apáticos y desinteresados, la consecuencia es el incremento de las desigualdades políticas. Este parece ser el caso para el grupo de los más jóvenes y los desempleados según concluye el capítulo 3. En suma el capítulo 3 encuentra evidencia de nuevas o crecientes desigualdades políticas y se cierra con nuevas preguntas para futuras investigaciones ¿por qué la crisis económica ha afectado de manera más fuerte a los jóvenes (25-35) pero no a los más jóvenes (18-25)? O, ¿es el desempleo una nueva brecha entre los más jóvenes simplemente por el mayor número de desempleados que existen en este grupo? Si el capítulo 3 comprueba que los efectos de la crisis económica en las actitudes políticas tienen manifestaciones desiguales dependiendo de la ocupación o de la edad, el capítulo 4 comprueba que dichos efectos puedan ser también desiguales en distintas CCAA. Para comprobar este extremo, este último capítulo no se centra en los efectos de la crisis en las actitudes hacia la democracia en un sentido general o en distintas instituciones del sistema político nacional; sino que analiza su impacto en las actitudes hacia el Estado de las autonomías. El capítulo muestra que el modelo de organización territorial del Estado está también entre las instituciones que han experimentado una fuerte erosión de apoyo ciudadano. Sin embargo, las reflexiones y análisis sobre los efectos de la crisis en las actitudes hacia el Estado autonómico parecen menos frecuentes en el debate público que los que abordan los efectos en otras actitudes; a excepción del debate que recibe el proceso soberanista en Cataluña lo que, como este capítulo demuestra, es sólo una de las manifestaciones del creciente desapego de los ciudadanos hacia el Estado autonómico. 35 Puesto que el modelo de organización territorial fue constituido de una manera más abierta en el consenso constitucional el capítulo parte del supuesto de que las actitudes más sensibles a los vaivenes del proceso político, partíamos del supuesto de que las actitudes hacia el Estado autonómico pueden variar tanto en función del contexto político como del contexto económico. El capítulo desarrolla un marco teórico en el que se fijan expectativas sobre el modo en el que las identidades de grupo (nacional/regional), el recuerdo de voto y las factores económicos (percepciones y ocupación) han podido tener un efecto en las actitudes de apoyo al Estado autonómico, en tres momentos en el tiempo: en 2002, con anterioridad de a la crisis económica; y en 2010 y 2012. La evolución longitudinal en los niveles de apoyo al estado autonómico ponen de manifiesto que, a diferencia de lo que ocurre con otras actitudes, la crisis de mediados de los noventa no tuvo efectos negativos en este indicador lo que quizás explique que sean relativamente escasos los trabajos que han explicado su evolución a partir del contexto económico. Por ello, buena parte del marco teórico de este capítulo se dedica a exponer hipótesis sobre el modo en el que la variabilidad del contexto económico en el tiempo y en el espacio pueda incidir en la variabilidad en los niveles de legitimidad autonómica. Los resultados del capítulo confirman la heterogeneidad en la evolución de esta actitud tanto en el tiempo como en el espacio. El capítulo describe, en primer lugar, el modo constatado que las actitudes hacia el sistema autonómico evolucionaron desde posiciones todavía muy divididas a comienzos de los ochenta hacia un creciente apoyo al estado autonómico que alcanzó un punto máximo en 2006; para descender después en un proceso que se aceleró desde 2009. Aplicando el esquema clásico de Hirschman (1970) de lealtad, salida, y voz a esta última evolución el capítulo constata que las opciones de voz (más o menos autonomía) se incrementaron en una primera fase hasta 2010/11 y las de salida (Estado centralizado e independencia) desde entonces hasta la actualidad. Estos resultados ponen de manifiesto que pese a que la pérdida de legitimidad parecía ya estar manifestándose antes de la crisis económica, es desde 2010 cuando la caída de la legitimidad se hace más intensa. El capítulo examina también el apoyo específico (valoración del Estado de las autonomías), que sigue una tendencia muy parecida a la evolución de la legitimidad; aunque cabe destacar el hecho de que entre las motivaciones para la evaluación negativa la percepción de que las autonomías aumentan el gasto público se ha triplicado desde 2010 a 2012. Los resultados del capítulo 4 ponen también de manifiesto las diferencias territoriales, constatando la pérdida de apoyo al Estado Autonómico en todas las CCAA con la única excepción del País Vasco. A este respecto, destaca la disminución del apoyo en Murcia, Madrid, Castilla y León y Cataluña y la estabilidad en Andalucía. Mientras que en Cataluña la opción de salida es la independencia, en los otros casos los ciudadanos se decantan por un Estado centralizado. Los resultados del capítulo ponen también de manifiesto que las opciones de 36 salida se concentran significativamente en las CCAA gobernadas por el PP o por los partidos nacionalistas mientras que en las CCAA gobernadas por el PSOE, en sentido contrario al conjunto del país, las posiciones de lealtad se han visto incluso reforzadas. Siguiendo con el análisis de los factores económicos y políticos el capítulo se centra en 5 casos de estudio: Andalucía, Cataluña, Madrid, Castilla-León, y País Vasco. Los resultados de los análisis multivariables muestran que la identidad nacional exclusiva tiene un efecto negativo sobre los niveles de legitimidad autonómica mientras que el de la identidad regional es más variado por período y CCAA; siendo negativa en Cataluña y País Vasco en 2012 y positiva en Andalucía en ese mismo año. En cuanto a las variables del contexto político, el capítulo comprueba un efecto negativo del voto nacionalista en Cataluña en 2010 y una diferenciación entre PP y PSOE, aunque esta última sólo tiene lugar en Andalucía y Madrid. El capítulo no encuentra evidencia para confirmar que en 2012, durante la segunda fase de la crisis y coincidiendo con los recortes del déficit en las autonomías, el efecto de los factores económicos fuera mayor que en 2010. Por lo que se refiere a la intensidad en los efectos de los factores económicos, éstos son en términos generales débiles aunque los resultados confirman su incidencia durante el período 2010-2012, especialmente en Andalucía, Cataluña y Madrid. Los resultados también ponen de manifiesto un mayor efecto en las CCAA más golpeadas por la crisis, como Andalucía y Cataluña, aunque son también patentes en Madrid, de modo que son estas tres CCAA las que se diferencian significativamente de las otras dos CCAA (Castilla-León y País Vasco). Cuando se analiza el efecto de la percepción diferencial entre la economía regional y nacional, en Madrid y Cataluña se confirma su efecto negativo en el apoyo al Estado autonómico, un efecto que es mayor también entre los desempleados catalanes. Por último, el capítulo 4 pone también de manifiesto que la crisis económica tiene también efectos indirectos ―en interacción con las identidades y factores políticos― en los niveles de apoyo al estado autonómico. Adicionalmente, en la comparación entre Madrid y Cataluña, un resultado especialmente interesante de este capítulo es que subraya la existencia de mecanismos causales compartidos en la explicación de por qué un número creciente de catalanes dejan de apoyar el modelo de autonómico a favor de la independencia; y por qué un número creciente de madrileños dejan también de apoyar el modelo autonómico en favor del restablecimiento de un Estado centralizado. 37 Capítulo 2. Las actitudes hacia la democracia en tiempos de crisis: legitimidad, descontento y desafección en España1 El segundo capítulo de este Informe examina de forma introductoria la evolución de las principales actitudes políticas hacia la nueva democracia española tras las ya cerca de cuatro décadas vividas desde el cambio político. Más específicamente, hemos seleccionado tres actitudes básicas como la legitimidad o el apoyo democrático, el descontento político o la satisfacción con la democracia y la desafección democrática. En el capítulo se contiene también un análisis empírico inicial del impacto de la crisis económica sobre esas actitudes. Utilizando datos e indicadores del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y de la European Social Survey (ESS), nuestra principal pregunta de investigación plantea el impacto que la crisis económica comenzada en 2008 ha tenido sobre esas actitudes. ¿En qué medida el desempleo, los recortes salariales, las políticas antideficitarias o la reducción de las políticas de bienestar están conduciendo a una crisis de la democracia? A la vista de la extendida insatisfacción con el funcionamiento de la democracia y de sus instituciones políticas, de los gobiernos y de la oposición, de los partidos y de los políticos, ¿puede todo ello erosionar de modo significativo los fundamentos de la legitimidad democrática? En fin, ¿hasta qué punto los crecientes niveles de descontento con las instituciones democráticas pueden reforzar niveles de desafección con la política que ya eran considerables? En los últimos cinco años, estas tres preguntas han sido contestadas, y en sentido afirmativo, por decenas de observadores y comentaristas políticos. Prima facie, su evidencia ha consistido en la acumulación de fenómenos políticos como la excepcionalmente rápida erosión de apoyos que han experimentado los sucesivos gobiernos del socialista José Luis Rodríguez Zapatero hasta las elecciones de 2011 y del conservador Mariano Rajoy tras ellas, las consignas del movimiento de los indignados del 15M, las frecuentes movilizaciones protagonizadas por los sectores sociales más diversos o la insólita aparición de los partidos, y de la clase política en general, en el catálogo de las principales preocupaciones de los españoles. Todas estas señales vendrían causadas por la crisis económica y estarían a su vez reflejando tanto un descontento casi unánime con las instituciones políticas como una profunda desafección con la política en general, y ambos estarían ocasionando una grave erosión de la legitimidad democrática. 1 Debemos advertir de que este capítulo tiene una naturaleza sobre todo introductoria, puesto que sus autores han podido acceder solo recientemente a los datos de la sexta ola de la European Social Survey (ESS), que son los que hemos utilizado y que han sido puestos en circulación a finales del pasado mes de octubre. Y queremos agradecer a Ilke Toygür su colaboración en el tratamiento de los datos y a Rocío Alarcón su ayuda en el proceso de preparación y edición final de este capítulo. 38 En general, las relaciones entre actitudes políticas y factores económicos han sido examinadas solo ocasionalmente. Vale la pena recordar que el trabajo pionero de Almond y Verba (1963) sobre la cultura política de cinco regímenes políticos, aparecido hace ahora precisamente cincuenta años, no contenía tratamiento alguno de las interacciones entre las actitudes más relevantes para el sistema político y los ciclos económicos, tanto de signo positivo (como tasas sustantivas de crecimiento económico, o cifras bajas de inflación, o niveles elevados de empleo) como sobre todo negativo (como crisis económicas graves con decrecimiento, inflación o desempleo, o todo ello a la vez). Y los factores económicos seguían ausentes en la revisión que los mismos Almond y Verba (1980) impulsaron casi veinte años después. Por la misma época, cuando llegaban a plantearse, las relaciones entre actitudes políticas y procesos económicos aparecían mediatizadas por diversos mecanismos institucionales. La crisis económica ocasionada entonces por el incremento de los precios petrolíferos generó una intensa preocupación por sus efectos en la legitimidad democrática de los países occidentales. Tras el extraordinario periodo de seguridad, prosperidad y crecimiento económico reinante desde el final de la Segunda Guerra Mundial, las nuevas políticas giraban alrededor de la estanflación, el declive económico y los reajustes en el Estado de bienestar. Los temores de muchos científicos sociales arrancaban de la crisis fiscal del Estado (O’Connor, 1973) como consecuencia de su incapacidad para generar nuevos recursos económicos que pudieran calmar a unos electorados cada vez más exigentes ante los problemas del Estado de bienestar (Offe, 1984); continuaban con la preocupación por la ingobernabilidad de las sociedades democráticas, sometidas a tensiones desconocidas en las décadas anteriores (Huntington, 1968), y culminaban de modo inevitable en el declive de la legitimidad democrática por la imposibilidad de los gobiernos de solventar a la vez graves problemas económicos y demandas contradictorias por parte de los ciudadanos. El resultado cristalizaría en una crisis de la legitimidad (Habermas, 1985), que a su vez llevaría a la crisis de la democracia (Crozier, Huntington y Watanuki,1975). Poco tiempo después, sin embargo, esas proyecciones pesimistas parecieron desaparecer: según las han denominado Kaase y Newton (1995), las “teorías de la contradicción, la crisis y la catástrofe” dejaron de aplicarse. La estabilidad de los sistemas democráticos, la consolidación de las nuevas democracias tras la denominada tercera ola, en mitad de los años setenta (Huntington, 1991), y la quiebra de los regímenes comunistas de la Europa Central y del Este durante los años noventa fueron considerados como una prueba definitiva de la superioridad de la democracia. Pese a ello, tanto las viejas como sobre todo las nuevas democracias siguieron dando síntomas de un creciente declive de la confianza política (Lipset y Schneider, 1983). Aunque no cuestionen la legitimidad democrática de sus sistemas políticos, los ciudadanos son más críticos con el funcionamiento de la democracia, con el 39 rendimiento de las instituciones políticas y con las actividades cotidianas de los actores políticos. Los gobiernos democráticos encuentran más dificultades para llevar adelante sus políticas públicas, y muchas instituciones políticas operan con una combinación de intensas críticas y de una amplia indiferencia. Y la distancia que separa a los ciudadanos de sus representantes no cesa de ampliarse (Klingemann y Fuchs, 1995). En las llamadas democracias desafectas (Pharr y Putnam, 2000), la relación de los ciudadanos con la política democrática ha sufrido una mutación considerable. En situaciones de crecimiento económico, el apoyo a la democracia está asegurado; pero la desconfianza, el descontento y el distanciamiento, en cambio, parecen formar parte del nuevo paisaje político (Nye, Zelikow y King, 1997). Si estos cambios han ocurrido en el marco de economías que funcionaban razonablemente bien, ¿qué cabe esperar de los devastadores efectos de una crisis económica que es mucho más grave que la de hace cuarenta años? Y si cabe suponer que su impacto en el sistema político ha de ser lógicamente mucho mayor en los países que estén padeciendo la crisis de forma especialmente intensa, como es el caso español, ¿hasta qué punto entonces se han agravado las percepciones de los españoles sobre los gobiernos, las instituciones, sus representantes, en definitiva sobre la política democrática? En este capítulo responderemos a estas preguntas alrededor de los ejes conceptuales y empíricos representados por tres actitudes políticas fundamentales en las relaciones de los ciudadanos con sus sistemas políticos: la legitimidad democrática, el descontento político y la desafección política. El capítulo está dividido en cinco secciones. En la siguiente efectuaremos una análisis conceptual de esas tres actitudes: aunque forzosamente breve, resulta necesario a la vista de la imprecisión característica de una literatura que a veces los utiliza con criterios normativos o morales, a veces los confunde tomándolos como sinónimos y en otras ocasiones se limita simplemente a desconocerlos. En la segunda sección comenzaremos la parte empírica realizando un análisis de series temporales de los niveles de legitimidad y de satisfacción con la democracia. Las casi cuatro décadas transcurridas desde la transición democrática permite examinar la relación de ambas actitudes con factores económicos y gubernamentales de distinta naturaleza, como el desempleo, el crecimiento del producto interior bruto (PIB) o el gasto público; y a ellas se unen otras variables contextuales que a priori cabe presumir tienen efectos en los niveles de legitimidad democrática o de satisfacción política como la presencia o ausencia de la corrupción entre los dirigentes partidistas, la actuación de un gobierno socialista o conservador y la concurrencia o no de un año electoral. La tercera sección utilizará ahora datos transversales de encuestas realizadas por el CIS en 2002 y por la ESS en 2012 para analizar los determinantes tanto de la satisfacción política como de la legitimidad democrática. Estas variables dependientes se convierten también en independientes en cada uno de los modelos multivariables que hemos realizado. Y otras variables independientes seleccionadas incluyen 40 dos factores económicos relevantes como el desempleo o la evaluación de la situación económica, a los que se unen los habituales factores sociodemográficos como la edad, la educación, o la religiosidad, así como la desafección política, la confianza social, la participación política, la ideología y el voto al partido en el gobierno. La cuarta sección se centra en la desafección política. Utilizando de nuevo datos de las encuestas del CIS en 2002 y de la ESS en 2012, las variables dependientes estarán constituidas por distintos tipos de una tipología construida con dos variables fundamentales como el interés por la política y la confianza en el Congreso de los Diputados. Y las independientes comprenden la legitimidad, la satisfacción y las mismas variables económicas, sociodemográficas, políticas e ideológicas de los anteriores modelos. En fin, el capítulo se cierra con una quinta sección en la que se discuten algunas de las conclusiones obtenidas en este novedoso ejercicio conceptual y empírico, que en lo que se nos alcanza es la primera ocasión que se lleva a cabo en la literatura sobre las actitudes básicas hacia la democracia. Las actitudes hacia la democracia en España: tres conceptos Una buena parte de los trabajos que analizan las actitudes hacia la democracia comparten dos características. La primera es que asumen que dichas actitudes constituyen un único dominio actitudinal. Y, sin embargo, en su trabajo pionero sobre el tema, David Easton (1965) señaló que las orientaciones democráticas pueden clasificarse en al menos dos tipos, a las que denominó como apoyo difuso y apoyo específico. Pero la mayor parte de los estudios existentes combinan indiscriminadamente ambas categorías: para sus autores, ocupan un dominio conceptual común. Sus justificaciones aluden a la confusión o vaguedad de la distinción de Easton (como hace Kaase, 1988: 117), a la imposibilidad de superar los problemas de medición (como Loewenberg, 1971), a la supuesta condición tautológica de la diferenciación de Easton (como Craig, 1993) o sencillamente a la incapacidad de los ciudadanos para distinguir uno u otro tipo de apoyo (como Muller y Jukam, 1977). Los resultados de esta lógica son negativos: quienes defienden estas posiciones críticas han solido confundir la legitimidad democrática, equivalente al apoyo difuso de Easton, sobre la que los indicadores muestrales son muy escasos, con la satisfacción con el funcionamiento de la democracia, correspondiente en términos generales con el apoyo específico, y que ha solido incluirse regularmente en las encuestas que aspiran a conocer las orientaciones de los ciudadanos hacia la democracia. Como consecuencia de la anterior, una segunda característica establece una estrecha, si no determinística, relación entre la satisfacción con el rendimiento de la economía o de las instituciones políticas con la legitimidad democrática o el apoyo difuso a la democracia. Así, 41 por ejemplo, M. Stephen Weatherford (1987: 13) ha señalado con rotundidad que, “a largo plazo, la legitimidad está totalmente determinada por el rendimiento de las políticas públicas”. Y Adam Przeworski (1991: 95) ha apostillado que, “como todo el mundo concuerda, la supervivencia eventual de las nuevas democracias [en la Europa Central y del Este] dependerá en mucha medida de su rendimiento económico. Y dado que muchas de ellas emergieron en mitad de una crisis económica sin precedentes, los factores económicos trabajarán contra su supervivencia”. Y otros autores han generalizado señalando que la legitimidad de los sistemas democráticos occidentales depende cada vez más de su rendimiento (Fuchs y Klingemann, 1995: 440). Nosotros rechazamos ambas características. En este capítulo comprobaremos que es posible separar conceptual y empíricamente ambas dimensiones en la línea de la diferenciación de Easton (1965 y 1975), que la legitimidad tiene una considerable autonomía con respecto a la evolución de la satisfacción con la democracia y que la crisis económica ha supuesto un excelente campo de prueba de dicha autonomía. Y también analizaremos una tercera actitud hacia la democracia, la desafección política, cuyas relaciones con las dos anteriores examinaremos en dos momentos en el tiempo para comprobar el impacto específico que en ella ha tenido la crisis económica. Legitimidad democrática Concebimos la legitimidad como una actitud positiva de los ciudadanos hacia las instituciones democráticas, consideradas como la forma de gobierno más apropiada.2 Este concepto es relativo, ya que ningún sistema político es completamente legítimo para todos los ciudadanos, y la intensidad del apoyo positivo a sus instituciones cambia según las personas. Por consiguiente, la legitimidad puede ser entendida como “la creencia de que las instituciones políticas existentes, a pesar de sus defectos y fallos, son mejores que otras que pudieran haber sido establecidas" (Linz, 1988: 65; 1978a:16). Esta definición es también relativa en la medida en que se relaciona con el convencimiento de que el sistema democrático es la menos mala de las formas de gobierno. Como también ha escrito Juan J. Linz (1978b: 18), "en última instancia, la legitimidad democrática se basa en la creencia de que para un determinado país y en un momento dado, ningún otro tipo de régimen podría asegurar un mayor éxito de los objetivos colectivos."3 La tabla 2.1 y el 2 Utilizamos aquí un concepto minimalista de legitimidad, ya que creemos que es la mejor manera de resolver los habituales problemas de medición y operacionalización del concepto; unos problemas que además se han agravado a causa de su carácter multidimensional; véanse Morlino y Montero (1995: 232); Linz (1988: 62), y McDonough, Barnes y López Pina (1986:737). 3 Véanse también Linz y Stepan (1996: 76 y sigs.), Diamond y Lipset (1995), Diamond (1998) y, desde una perspectiva muy diferente, Rawls (1993: 137). Para un amplio análisis desde la teoría política, véase Beetham (1991). 42 gráfico 2.1 muestran dos indicadores que reflejan las percepciones fundamentales sobre la legitimidad de la democracia española.4 La tabla 2.1 presenta el porcentaje de encuestados que se mostraba de acuerdo con la afirmación de que "la democracia es el mejor sistema para un país como el nuestro", y el gráfico 2.1 contiene la distribución de opiniones de quienes están a favor de un sistema democrático en cualquier circunstancia y de aquellos que apoyarían, en ciertas situaciones, un régimen autoritario. Las conclusiones son inequívocas. En ambos casos, los españoles respaldan mayoritariamente la democracia: como puede comprobarse en la tabla 2.1, entre dos terceras y más de tres cuartas partes de los encuestados estaban de acuerdo con la afirmación que considera que la democracia es superior a cualquier otro sistema político. El grado de apoyo extraordinariamente alto que recibe la democracia en 1978 indica probablemente un efecto luna de miel (por el que los españoles dieron un mayoritario voto de confianza a las instituciones democráticas desde el momento en que se constituyeron [Weil 1989], en buena parte gracias a la mediación de los partidos y de los dirigentes partidistas [Torcal 2008]). Aunque la firmeza de estas actitudes sufrió después un cierto debilitamiento, todos los datos existentes confirman que se ha mantenido un alto grado de legitimidad democrática desde 1982. El gráfico 2.1subraya esta tendencia al aportar también datos del escaso apoyo recibido por las alternativas antidemocráticas durante todo este período.5Incluso entre los votantes del principal partido conservador, Alianza Popular (desde 1989 Partido Popular [PP]), que fue fundado por destacadas personalidades del régimen de Franco, el número de partidarios de la democracia en cualquier circunstancia sobrepasa con creces al de quienes estarían a favor de una alternativa autoritaria en ciertas situaciones (Montero, 1993; Montero y Gunther, 1994). Estos datos contradicen la tesis que propugnaba que la cultura política española no es intrínsecamente democrática, o que contiene reductos significativos de sentimientos antidemocráticos (como señala, por ejemplo, Wiarda [1989, x y 2]). Por lo demás, numerosas encuestas, que han utilizado este mismo indicador u otros similares, ponen de manifiesto que los niveles de apoyo a la democracia en tres de los cuatro países del sur de Europa eran similares o superiores a los de la Unión Europea (Montero, Gunther y Torcal, 1998; Klingemann, 1999). 4 Para una discusión sobre la validez de estos indicadores, véanse Dalton (2004) y Magalhaes (2013). Aunque Fuchs, Guidorossi y Svensson (1995: 348) y Tóka (1995: 359), entre otros, han señalado que el indicador utilizado en el grafico2.1 se refiere a una idea abstracta de democracia, es evidente que los entrevistados no conciben la democracia de forma separada de su propia situación, país o experiencia histórica y, aún menos la consideran como un concepto abstruso, teórico e inaplicable. En realidad, creemos que éste es un indicador válido de las actitudes de los ciudadanos hacia el sistema político, ya que recalca la importancia del nivel sistémico y, a la vez, resulta fácilmente comprensible por su imbricación con la experiencia diaria e histórica del entrevistado y porque le permite elegir entre diferentes respuestas. Véase también Muller, Jukam y Seligson (1982). 5 43 Tabla 2.1. La democracia como mejor sistema para España, 1978-1994 La democracia es el mejor sistema para un país como el nuestro 1978 1980 1981 1982 1983 1988 1993 1994 % 77 69 81 74 73 87 79 82 N 5,898 3,132 1,703 5,463 5,481 4,548 1,448 2,491 Fuentes: Centro de documentación de DATA, para 1978-1993, y Banco de Datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), para 1994. Gráfico 2.1. Evolución de la legitimidad democrática en España 44 Descontento político En contraste con la continuidad existente en los indicadores de la legitimidad de la democracia española, las evaluaciones del rendimiento de su sistema político han oscilado de forma considerable a lo largo del tiempo. La idea más extendida sobre las relaciones entre ambos indicadores mantiene que las fluctuaciones en el grado de satisfacción del ciudadano con la democracia y/o con el gobierno son significativas y pueden amenazar la estabilidad del mismo sistema democrático, dado que están directamente relacionadas con el funcionamiento del nuevo régimen. Aquí defendemos, por el contrario, que los regímenes democráticos pueden mantener su estabilidad incluso cuando se enfrentan a niveles elevados de insatisfacción con el sistema. Dicho de otro modo, su pervivencia descansa más en las actitudes hacia la legitimidad que en la satisfacción o en la percepción que se tenga de su eficacia. Pero antes de analizar este punto con mayor detenimiento, quizás sea necesario plantear la medida por la que realmente cabe separar los conceptos de legitimidad y de eficacia. Algunos autores han dudado de la capacidad de los ciudadanos para distinguir entre ambas dimensiones (Muller y Jukam, 1977; Kinder y Sears, 1985: 725), y según afirman, en los análisis muestrales las respuestas obtenidas a las preguntas sobre la "legitimidad" de un sistema pueden estar muy influidas por la valoración que les merecen a los encuestados las autoridades políticas, por su evaluación de la actuación de las instituciones políticas o por el desfase existente entre la realidad e importantes valores abstractos. Otros autores, cuyos análisis se basan principalmente en datos de encuesta que sólo contienen medidas de insatisfacción con la democracia o con el funcionamiento de sus instituciones, defienden que aquéllas son indicadores apropiados y suficientes para medir el apoyo al sistema "con un grado de generalización relativamente bajo" (Fuchs, Guidorossi y Svensson, 1995: 330); o señalan que esos factores equivalen a medidas de la legitimidad (Fuchs y Klingemann, 1995: 425; Tóka, 1995: 359); o aceptan que el apoyo político se defina simplemente como satisfacción con la democracia (Anderson y Guillory, 1997: 70), o deciden equiparar la legitimidad con una concepción amplia de confianza que incluye un continuo desde la esfera privada a la pública (McDonough, Barnes y López Pina, 1994: 370). Por nuestra parte, y como ya hemos adelantado, mantenemos en primer lugar que la legitimidad y la eficacia son distintas no sólo desde un punto de vista conceptual sino también empírico. Esta distinción ha sido analizada desde diversas perspectivas y con diferentes consecuencias teóricas y, si se dispone de los indicadores apropiados, puede demostrarse empíricamente.6 En términos generales, la eficacia del 6 Además de las obras clásicas de Easton (1965 y 1975), véanse, por ejemplo, los puntos de vista contrapuestos de Dahrendorf (1980) y Offe (1984). Lipset (1981), Linz (1978a y 1978b), Morlino (1985) y Di Palma (1990), entre otros, han realizado interesantes análisis de los conceptos de eficacia, eficiencia y rendimiento del régimen. La distinción entre actitudes que confieren legitimidad a un régimen y valoración de la eficacia del rendimiento del gobierno ha sido también analizada en diversos estudios recientes de varios países europeos. Véanse, por ejemplo, Morlino y Montero (1995), Weil (1989), Kuechler (1991), Finkel, Muller y Seligson (1989) y Fuchs (1992). 45 sistema y la satisfacción política pueden concebirse como componentes de un síndrome más amplio de descontento político, definido como la expresión de una cierta frustración que surge de comparar lo que uno tiene y lo que debería tener (Gamson, 1968; López Pintor, 1997).7 La eficacia del sistema comprende una serie de percepciones relacionadas con la eficiencia del mismo a la hora de resolver problemas básicos (Dahl, 1971: 144); en otras palabras, con su capacidad para solucionar problemas que los ciudadanos consideran de especial importancia (Morlino y Montero, 1995: 234). Y la insatisfacción o descontento político (que se utiliza con más frecuencia que su antónimo) expresa el desagrado que produce un objeto social o político significativo, y puede estimarse en consecuencia como un rechazo general de algo que no responde suficientemente a los deseos de los ciudadanos (Di Palma, 1970: 30). Por lo tanto, la insatisfacción política surge de la evaluación que hacen los ciudadanos del rendimiento del régimen o de las autoridades, así como de los resultados políticos que generan (Farah, Barnes y Heunks, 1979). En segundo lugar, defendemos también que a los ciudadanos de los países que han experimentado recientemente transiciones desde regímenes autoritarios (como los del sur de Europa) les resulta sumamente fácil distinguir entre legitimidad y eficacia. La experiencia personal directa del autoritarismo y en todo caso la socialización política hacen posible que los entrevistados distingan entre gobierno autoritario y democrático, y que puedan separar sus evaluaciones sobre el rendimiento del sistema (satisfacción) de su apoyo al actual régimen democrático (legitimidad). Como consecuencia de sus memorias individuales o colectivas, los europeos del sur están mejor pertrechados cultural y actitudinalmente para distinguir entre la legitimidad de un régimen y las percepciones de su eficacia. Sin duda, la capacidad de los griegos, portugueses y españoles para hacer estas distinciones es diferente en cada generación y disminuirá a medida que el paso del tiempo vaya haciendo menos relevante la experiencia del autoritarismo para la memoria colectiva del país. Pero desde finales de los setenta dicha memoria ha sido por lo general significativa para muchos ciudadanos, bien que fuera menor en Italia que en los otros tres países. Por el contrario, en los países con democracias muy arraigadas es mucho más difícil para los encuestados valorar sus sistemas políticos comparándolos con una hipotética (y apenas imaginable) opción no democrática: en estas circunstancias las preguntas acerca de regímenes políticos alternativos podrían resultar abstractas e irreales (Morlino y Montero, 1995; McDonough, Barnes y López Pina, 1986 y 1994, y Weil, 1989). En consecuencia, en estas democracias las medidas de legitimidad podrían 7 Farah, Barnes y Heunks (1979: 429 y ss.) añaden a estos dos indicadores los relativos a la eficacia política interna y externa, que para nosotros constituyen -y así esperamos demostrarlo más adelante- dimensiones del concepto de desafección política. Véase también Miller (1979: 964 y ss.). 46 confundirse más fácilmente con las evaluaciones de la eficacia del sistema o del rendimiento político.8 Algunas características del pasado reciente facilitan el análisis de estas dos dimensiones y determinan el impacto en ellos de variaciones en las condiciones económicas, sociales y políticas. Para empezar, la situación económica ha sufrido cambios considerables durante el período aquí estudiado. En contraste con los altos índices de crecimiento económico y de aumento del nivel de vida individual producidos en los últimos quince años del régimen autoritario franquista, los procesos de transición y consolidación democrática tuvieron lugar en medio de crisis económicas sucesivas, agravadas por las sucesivas crisis del petróleo de los años setenta. Como en el resto de los países industrializados, la economía española tocó fondo en 1981-1982, cuando el desempleo llegó al 20 por ciento de la población activa. Por el contrario, durante la segunda mitad de los ochenta los indicadores económicos mejoraron sustancialmente, y, aunque el índice de paro siguió siendo el más alto de Europa occidental, los niveles generales de riqueza aumentaron de forma llamativa. La súbita y grave recesión que comenzó a principios de los años noventa, cuando el paro sobrepasó el 23 por ciento, constituyó un segundo desafío económico. En 1993 el clima de crisis económica llegó a su punto álgido, pero a los pocos años comenzó a observarse una creciente recuperación. Una recuperación que terminó con cierta brusquedad a partir de 2008 con la llegada a Europa de la Gran Recesión, procedente de Estados Unidos, y en forma de contracción del crédito y de problemas a veces insuperables para muchas instituciones financieras privadas que terminaron repercutiendo fuertemente en endeudamiento público de los países del sur de Europa. En todo caso, la caída del empleo a un ritmo vertiginoso, hasta alcanzar el 27 por ciento en 2013, unido a la caída en picado del crecimiento económico y la implementación de políticas de austeridad severísimas, reforzaron el clima de crisis económica generalizada, y de la que ningún grupo parecía escapar en los países afectados. Las percepciones sobre el rendimiento de los gobiernos españoles en asuntos no económicos también fluctuaron considerablemente durante el período. Gran parte del éxito de la transición a la democracia se achacó a los gobiernos de Unión de Centro Democrático (UCD), lo que permitió a su presidente, Adolfo Suárez, capitalizar en las elecciones anticipadas de marzo de 1979 la ola de satisfacción que siguió a la aprobación de la nueva Constitución, en diciembre de 1978. Poco después, sin embargo, el apoyo popular a la gestión de UCD se vino abajo. Se estimaba que sus débiles y divididos gobiernos eran incapaces de hacer frente a los retos planteados por la crisis económica, el aumento de la violencia terrorista y una política autonómica errática (Gunther, 1986). También se temía que la ineficacia de los gobiernos centristas estuviera socavando 8 Naturalmente, esta capacidad para distinguir entre diferentes regímenes y, por tanto, para juzgarlos, existe también en Europa oriental; véanse Linz y Stepan (1996: 437 y ss.), Rose y Haerpfer (1992: 44 y ss.), Mishler y Rose (1996), Rose y Mishler (1996) y Rose (1997). Para el distinto caso de Corea del Sur o Taiwan, pueden verse Shin y Shyu (1997) y, más generalmente, Diamond (1998). 47 gravemente la legitimidad inicialmente otorgada al sistema democrático. Este diagnóstico se resumió en el término del desencanto, que reflejaba la desilusión a la que se había llegado tras las grandes expectativas surgidas al comienzo de la transición desde el autoritarismo; un fenómeno que por lo demás parece darse en todas las transiciones democráticas (O'Donnell y Schmitter, 1986: 56; Huntington, 1991: 230). En general, se afirmaba que el desencanto amenazaba la consolidación del nuevo régimen. Sin embargo, estos temores se desvanecieron después de las elecciones generales de 1982, que posibilitaron por vez primera una mayoría parlamentaria absoluta, llevaron al poder al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y facilitaron una cierta recuperación económica. A finales de los años ochenta, el índice de crecimiento económico de España era el segundo de Europa, la inflación había descendido de forma significativa y un Gobierno socialista muy estable había alcanzado notables éxitos tanto en política exterior como interior. El segundo período de descontento comenzó a principios de los noventa y se reflejó en percepciones muy negativas de la crisis económica y en opiniones cada vez más críticas sobre los escándalos políticos relacionados con la financiación de los partidos, la corrupción de algunos altos cargos de la administración socialista y el descubrimiento de los delitos cometidos en la lucha contra el terrorismo de ETA. La recuperación económica de mediados de los noventa y la victoria electoral del Partido Popular en 1996 estuvieron acompañadas por una notable mejora en las evaluaciones del rendimiento político. Y el tercer periodo de descontento provino de la decisión de José Luis Rodríguez Zapatero como presidente de un Gobierno socialista para producir un giro radical en sus políticas y atender así los requerimientos tanto de los anónimos mercados como de la Comisión Económica y Financiera de la Unión Europea que supusieron un notable debilitamiento del Estado de bienestar. Siendo como era este descontento de por sí elevado, aumentó todavía más tras las elecciones legislativas de 2011, al descubrirse una especie de agenda oculta del Partido Popular (PP), que había obtenido una cómoda mayoría absoluta y que, en contra de sus promesas electorales, comenzó a aplicar políticas radicales de austeridad y contrarias al Estado de bienestar. Los datos empíricos disponibles reflejan esta evolución. Como puede verse en el gráfico 2.2a y 2.2b, existe una elevada covariación entre el grado de satisfacción con la situación económica y la valoración de las condiciones políticas. Ambos factores corren parejos a las cambiantes circunstancias antes apuntadas.9Según cabía esperar, la insatisfacción con la situación económica ha sido más acusada precisamente en los peores momentos de las tres recesiones. Pero resulta un tanto sorprendente comprobar que las valoraciones de la situación política siguen de cerca la misma pauta. Además, otras dos evaluaciones diferentes de eficacia del sistema (la creencia de que la "democracia permite la solución de los problemas de los españoles" y, de modo 9 Las preguntas tenían la siguiente formulación: "En términos generales, ¿diría usted que la situación política [económica] en España es muy buena, bastante buena, ni buena ni mala, bastante mala o muy mala?". En el gráfico 1a las valoraciones positivas incluyen "muy buena" y "bastante buena". 48 general, la "satisfacción con el funcionamiento de la democracia en España") evolucionaron de forma paralela a las valoraciones de la situación económica y política (gráfico 2.2b).10 Gráfico 2.2a Satisfacción con la democracia y valoración negativa de la economía 100 90 80 70 60 50 40 30 20 10 0 Poco o nada satisfecho con la democracia Valoración economía mala o muy mala Gráfico 2.2b Descontento y valoración negativa de la situación política 80 70 60 50 40 30 20 10 0 Poco o nada satisfecho con la democracia Situación política mala o muy mala Estos datos temporales ponen de manifiesto la covariación existente entre las cuatro variables de satisfacción/eficacia del sistema. Independientemente de cómo esté redactada la 10. El gráfico 2.2b utiliza las preguntas habituales del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y del Eurobarómetro referidas a la satisfacción: "En conjunto, ¿está usted muy satisfecho, bastante satisfecho, no muy satisfecho o nada satisfecho con el funcionamiento de la democracia en España?" Hay que señalar que el grado general de satisfacción con la democracia en España es comparable a la media europea, y considerablemente más alto que en Italia; sus tendencias han sido también similares. Pueden verse Kuechler (1991), Fuchs, Guidorossi y Svensson (1995), Morlino y Tarchi (1996) y Anderson y Guillory (1997). 49 pregunta, estos indicadores parecen estar refiriéndose a la misma dimensión. Pero mientras que los encuestados tienen aparentemente dificultades para distinguir, de una parte, entre su evaluación del gobierno, las condiciones económicas y la eficacia del sistema político en la resolución de problemas básicos, parecen diferenciar nítidamente estas valoraciones, de sus opiniones sobre la legitimidad del régimen democrático. Como hemos visto anteriormente, los niveles de apoyos actitudinales tanto a la democracia como a su alternativa autoritaria han recogido variaciones solo modestas, y no se han visto afectados por las crisis económicas de principios de los ochenta y de los noventa, por el generalizado descontento con los gobiernos de UCD antes de su desastre electoral de 1982, o por los escándalos que rodearon al Gobierno socialista en los años que precedieron a su derrota electoral de 1996. Más adelante examinaremos en qué medida aquellas actitudes básicas hacia el sistema político se han modificado como consecuencia de la crisis económica sufrida a partir de 2008. Estas pautas subrayan tres puntos básicos. El primero es que las actitudes relacionadas con la satisfacción/eficacia del sistema tienen un componente significativo de "partidismo" y están muy centradas en las actividades del gobierno.11El segundo es que la insatisfacción con las políticas públicas, que, como ya sabemos, es la otra dimensión básica de la insatisfacción política (Farah, Barnes y Heunks, 1979), se halla en gran medida determinada por el estado de la economía; pero no siempre ocurre así.12El caso español demuestra que la economía política de las actitudes relativas a la satisfacción con el rendimiento democrático sólo tiene consecuencias limitadas (Clarke, Dutt y Kornberg, 1993; Linz y Stepan, 1996: 76-81). Finalmente, la legitimidad fundamental de la democracia, tanto desde un punto de vista teórico como empírico, es relativamente autónoma del descontento político, es decir, de las percepciones sobre la ineficacia del sistema y la insatisfacción con la democracia. En consecuencia, un nivel relativamente alto de legitimidad puede aislar al régimen del impacto negativo que de otra forma las crisis económicas o políticas podrían tener en su estabilidad (Finkel, Muller y Seligson, 1989; Morlino y Montero, 1995). Estas conclusiones tienen cierta importancia para los análisis que sugieren que las dificultades políticas y económicas pueden tener una influencia negativa inmediata e inevitable en el apoyo al régimen sobre todo en las nuevas democracias. Frente a las concepciones deterministas de la relación entre apoyo a la democracia, eficacia del sistema y satisfacción con el mismo, creemos que esa relación es bastante más compleja. De acuerdo con Linz y Stepan (1996: 229), 11 Para datos comparativos acerca de la relación entre insatisfacción y voto contra el partido del gobierno, véanse Schmitt (1983), Fuchs, Guidorossi y Svensson (1995: 344-347), y Anderson y Guillory (1977), que también analizan el impacto que tienen algunas instituciones políticas básicas sobre la satisfacción. 12 Véanse Kuechler (1991), Finkel et al. (1989), Weil (1989), y Linz y Stepan (1996: 81). Estos estudios subrayan que el apoyo a la democracia en España aumentó a pesar de los graves problemas derivados del rendimiento político de los gobiernos a principios de los años ochenta. 50 Maravall (1995: 276) y Diamond (1998: 42ss.), rechazamos que los indicadores de legitimidad vayan siempre necesaria y estrechamente unidos y estén relacionados causalmente con la satisfacción respecto al estado de la economía. Esas conclusiones tienen también implicaciones relevantes para los estudios que señalan (por ejemplo, Fuchs y Klingemann, 1995: 440) que la legitimidad de las democracias occidentales depende cada vez más de sus rendimientos económicos. En el caso de España, las críticas a la ineficacia del sistema o la insatisfacción con el funcionamiento de la democracia reflejan claramente un desacuerdo partidista y/o ideológico con las medidas del gobierno (Montero y Gunther, 1994); pero la legitimidad democrática no se ha visto inevitablemente socavada por el descontento económico, el pesimismo político, los escándalos políticos y otros aspectos impopulares de las actividades gubernamentales. Es posible que estos factores hayan alimentado procesos de desalineamientos partidistas y derrotas de los partidos en el gobierno, pero ni ellos mismos per se ni en el peor de los casos la degeneración de la política partidista han aumentado de forma significativa el respaldo a las alternativas antidemocráticas (véase también Maravall y Santamaría, 1989). Luego comprobaremos en qué medida la crisis económica reciente ha hecho mella en la legitimidad democrática. Desafección política Hasta ahora hemos señalado que la insatisfacción política o económica y las percepciones de la ineficacia del sistema forman conceptualmente parte del campo del descontento político, y que éste es a su vez diferente del de la legitimidad democrática. A continuación nos ocuparemos de otra dimensión actitudinal, relacionada con orientaciones o actitudes políticas negativas que parecen estar muy enraizadas en algunos países. Según la distinción hecha por Giuseppe di Palma (1970: 30), estas actitudes pueden integrar un fenómeno de desafección, es decir, un cierto alejamiento o desapego de los ciudadanos con respecto a su sistema político. La desafección política es un concepto tan crecientemente utilizado como diversamente definido. Si se considera como una especie de síndrome, sería posible situar a sus síntomas en un continuo que fuera desde un polo positivo de ciudadanos completamente integrados y con fuertes sentimientos de cercanía a su sistema político, que pasara a través de puntos intermedios caracterizados por un cierto desapego respecto a elementos significativos del régimen, y que alcanzara un polo negativo definido por una hostilidad completa hacia el sistema político y un consecuente alejamiento del mismo. Entre los síntomas más importantes de esta gradación se encontrarían el desinterés, la ineficacia, la disconformidad, el cinismo, la desconfianza, el distanciamiento, la separación, el alejamiento, la impotencia, la frustración, el rechazo, la hostilidad y la alienación. Se trata, por lo tanto, de una familia de conceptos diversos que capta unas orientaciones básicas hacia el sistema político cuyo denominador común radica en "la tendencia a la aversión de su componente afectivo" (Citrin, 1972: 92; Di Palma, 1970, y Abramson, 1983). El término asociado por lo general con desafección es 51 alienación, bien que sean conceptos diferentes: mientras que el último se refiere a un sentimiento persistente de extrañamiento respecto a las instituciones, valores y líderes políticos existentes, y que tiene como consecuencia que los ciudadanos se consideren a sí mismos forasteros o intrusos, el primero alude a un conjunto de sentimientos mucho más difuso, y por el que los asuntos políticos son vistos como algo lejano, faltos de importancia o carentes de sentido (Citrin et al., 1975: 2-3). Hemos definido la desafección política como “el sentimiento de impotencia, cinismo y falta de confianza en el proceso político, en los políticos o/y en las instituciones democráticas” (Torcal y Montero, 2006: 6). Otro rasgo constitutivo del fenómeno de la desafección es que resulta posible diferenciarla de la insatisfacción política y la legitimidad democrática. Si la insatisfacción es la consecuencia de la divergencia entre los valores generalmente positivos hacia el sistema político, la desafección política abarcaría tanto visiones desconfiadas y recelosas de las relaciones humanas, adquiridas en un estadio temprano del proceso de socialización, como percepciones contradictorias de la esfera política.13Por lo tanto, la desafección política, al contrario que la insatisfacción, puede conocer una cierta estabilidad y tener consecuencias más duraderas para la política democrática. Y también es diferente conceptual y empíricamente de la legitimidad: aunquea priori comparten la estabilidad como rasgos característicos, se aplican a orientaciones y actitudes política obviamente diferentes. A la vista de nuestra definición, hemos operacionalizado la desafección mediante la selección de solo dos indicadores: el interés por la política y la confianza en el Parlamento. El interés político, también caracterizado como la implicación psicológica de los ciudadanos en la política, indica en qué medida los ciudadanos expresan un cierto interés o muestran alguna preocupación por la política y por los asuntos públicos. Los indicadores habituales de esta dimensión son el interés político subjetivo (definido por el grado de curiosidad que la política despierta en el ciudadano) (Van Deth 1989: 281 y ss.) y la frecuencia con la que se discute de política (simbolizada por la expresión de interés en términos de un comportamiento que cristaliza en participación política informal) (Almond y Verba, 1963: 78 y ss.; Van Deth, 1991, y Topf, 1995). Ambos indicadores conforman un cuadro elemental de actitudes afectivas, percepciones de proximidad y sentimientos positivos dirigidos hacia la política. Y en ambos casos los datos españoles indican la existencia de una clara desafección que, además, se ha mantenido relativamente estable a lo largo del tiempo. En general, los españoles se diferencian poco de los ciudadanos de otros países occidentales en lo que se refiere al papel secundario que la política 13 Véase Citrin et al. (1975: 4-5). Morlino y Tarchi (1996: 47) también han distinguido dos formas de insatisfacción; mientras que la que ellos denominan insatisfacción pragmática se parece a nuestro concepto de descontento político, su insatisfacción ideológica, que llaman desafección, es diferente, ya que consideran que tiene consecuencias intrínsecamente peligrosas para la estabilidad del régimen a causa de su relación con valores culturales alternativos. 52 representa en sus vidas (Van Deth, 1989). Pero muestran, sin embargo, una mucha más acusada falta de interés en la política y una consiguiente menor frecuencia en las discusiones políticas. Como puede verse en los gráficos 2.3 y 2.4, los niveles de interés político y de las discusiones políticas han sido extremadamente bajos en España, a pesar de los enormes cambios políticos e institucionales que han tenido lugar en las dos últimas décadas.14El único aumento relativo tuvo lugar en los momentos iniciales de la transición, pero desde principios de los años ochenta alrededor del 40 por ciento de los españoles declara que no tiene interés alguno en la política, y entre un 70 y un 80 por ciento afirma que su interés es escaso o nulo. Y tan notable como este desinterés generalizado resulta su firme continuidad, que contrasta además con la politización en forma de incremento del interés político observado en buena parte de las democracias europeas (Dalton, 1998: 22). Su principal excepción parece haber ocurrido recientemente, a partir de 2011, en el que se apunta un cierto crecimiento. Gráfico 2.3 Evolución del interés por la política en España 14 Al igual que en la mayoría de los estudios que utilizan estos indicadores (por ejemplo, Gabriel y Van Deth [1995]), aquí el interés por la política incluye a quienes están "muy" o "bastante" interesados en política, mientras que la frecuencia de las discusiones sólo incluye a quienes hablan de política "muy a menudo". 53 Gráfico 2.4. Evolución de la discusión política en España El segundo indicador de desafección es el de la confianza en el Parlamento. En su sentido más amplio, la confianza se deriva de la evaluación de los ciudadanos de las principales instituciones del sistema político. Parafraseando a Margaret Levi y a Laura Stoker (2000: 484-485), la confianza supone una evaluación positiva de los atributos más relevantes que hacen a cada institución fiable, como la credibilidad, la equidad, la competencia, la transparencia en sus decisiones y la apertura a puntos de vista distintos. Ello implica la creencia de que esa institución no actuará de forma arbitraria o discriminatoria contra los ciudadanos, sino de que los tratará de forma igual, equitativa y justa. De entre las distintas instituciones políticas, hemos seleccionado al Parlamento, dado su papel central en sus mecanismos de representación política, en sus tareas de apoyo a los gobiernos y en sus debates y decisiones legislativas. 54 Gráfico 2.5a. Confianza en el parlamento (0-10) Gráfico 2.5b. Confianza en el parlamento Con ambos indicadores, el interés y la confianza, el análisis empírico que hemos realizado de la desafección se ha basado en una tipología elemental en función de las distintas posibilidades de combinación de esos indicadores entre los españoles. Hemos distinguido así cuatro tipos, que iremos introduciendo como variables independientes para conocer su contribución los niveles de satisfacción y legitimidad democrática, de un lado, y luego, en la sección cuarta, como variables dependientes. Esos tipos son los que hemos denominado cives, o ciudadanos que conjugan interés 55 por la política y confianza en el Parlamento. Los críticos, en cambio, manifiestan interés por la política, pero desconfían en cambio del Parlamento. Y si los deferentes, un tercer tipo, carecen de interés y muestran su confianza en el Parlamento, los desafectos, nuestro tipo central, son aquellos que no tienen ni interés por la política ni confianza en la principal institución del sistema español. Además, hemos comparado los años 2002, en pleno crecimiento económico, y 2012, en plena crisis. ¿En qué medida han crecido los niveles de desafección como consecuencia precisamente de la crisis económica? En un trabajo anterior de alguno de los autores (Montero, Gunther y Torcal, 1998), la desafección mostraba una cierta estabilidad, lo que la diferencia, como ya hemos señalado, de las oscilaciones características de descontento político. Esa estabilidad resultaba contraintuitiva con respecto al desarrollo experimentado por todas las dimensiones de la vida española desde los años ochenta; por ejemplo, la de los medios de comunicación desde finales de los años setenta o la del incremento de los niveles de educación desde los ochenta. Ni siquiera se vio afectada por el desencanto de 1980-1981, ni por los mucho más positivos climas de opinión reinantes durante la transición a la democracia o la bonanza económica de finales de los ochenta. Tampoco acusó las consecuencias de la alternancia de los partidos en el gobierno central, ni la extraordinaria descentralización del poder que supuso la creación del Estado de las autonomías. En suma, los niveles de desafección, de forma todavía más intensa que el apoyo a la democracia per se (que aumentó durante la transición y se estabilizó con la consolidación democrática, alrededor de 1982), han parecido disfrutar de una llamativa continuidad desde la transición a la democracia. Con la irrupción de la crisis económica desde 2008, ¿en qué medida sigue siendo así? En la cuarta sección de este capítulo examinaremos su evolución reciente. De esta forma, es claro en primer lugar, el apoyo que el nuevo régimen democrático ha recibido desde los años ochenta, cuando resultaba tan amplio como el de otros países de Europa occidental. Además, ese apoyo ha disfrutado de una llamativa estabilidad durante las dos décadas posteriores a pesar de las difíciles y a veces turbulentas circunstancias que rodearon a la transición política (con altos niveles de violencia política, un fallido golpe de Estado y crisis económicas sucesivas que incrementaron el índice de desempleo al 20 por ciento de la población activa). Queda por ver en qué medida la crisis política actual ha modificado esta situación, como veremos en la próxima sección. En segundo lugar, parece también asentada, al menos hasta la llegada de esta crisis, la distinción entre legitimidad democrática, por un lado, y satisfacción con el funcionamiento de la democracia, por otro. Al contrario que en la mayoría de los países europeos, en los que muchos investigadores carecen de datos adecuados para diferenciar esas dos dimensiones (véase por ejemplo Kaase y Newton, 1995: 168), las encuestas españolas hacen posible el análisis de sus relaciones y de su evolución. Y lo hacen además con la cualificación añadida de unas condiciones a veces muy difíciles, en las que se combinaban la incertidumbre de un proceso de transición, la difícil situación económica a principios de los años noventa (tanto en España como en la mayoría 56 de las democracias occidentales) y casos llamativos de corrupción y escándalos políticos. Aunque ambas corrientes de insatisfacción tuvieron consecuencias políticas importantes (entre las que destacaron el declive de los apoyos electorales de los partidos en el gobierno y la restructuración del sistema de partidos), no han producido un descenso significativo ni persistente del apoyo a la democracia, ni tampoco incremento electoral alguno a los partidos antisistema. En las páginas que siguen comprobaremos en qué medida esto sigue siendo así. En tercer lugar, la desafección política, medida a través de la implicación psicológica en política y de la confianza en el Parlamento, parece resultar también una dimensión actitudinal independiente. La elevada desafección de los españoles parece haberse mantenido estable durante los últimos veinte años pese a los extraordinarios cambios ocurridos en los ámbitos sociales, educativos, económicos y sobre todo políticos. Ello subraya sus diferencias con las otras dos actitudes. Y apunta también a una peculiar combinación de altos grados de legitimidad, que han permanecido estables e inmunes a las fluctuaciones de las percepciones negativas de los ciudadanos sobre el funcionamiento de la democracia, y de niveles igualmente altos de desafección política, también caracterizados por su estabilidad pese a las modificaciones de todo tipo habidas en los entornos políticos, sociales y económicos. Pero la intensidad de la crisis económica, de la que es muestra significativa el aumento de los críticos, parece estar también señalando a cambios notables. Las siguientes secciones permitirán comprobar la intensidad y extensión de estos cambios. Análisis de series temporales, 1983-2012 A lo largo de esta sección y de las siguientes trataremos de responder con evidencia empírica a las preguntas de investigación planteadas al inicio. ¿En qué medida la crisis económica está conduciendo a una crisis de la democracia en España? ¿Puede la insatisfacción con el funcionamiento de la democracia erosionar los fundamentos de la legitimidad democrática? ¿Hasta qué punto los crecientes niveles de descontento con los mecanismos democráticos pueden producir una desafección con la política de consecuencias todavía imprevisibles? Para responder a estas preguntas, este artículo se estructura en torno dos estrategias de investigación. La primera plantea un conjunto de análisis longitudinales ―a lo largo del tiempo― de la evolución de la satisfacción con el funcionamiento de la democracia en España, así como de los fundamentos de su legitimidad entre los ciudadanos. Para ello, se ha escogido el periodo comprendido entre 1983 y 2012. La elección de este periodo se justifica en la necesidad de contar con un espacio temporal lo suficientemente amplio como para contener diversos momentos tanto de crisis como de prosperidad, con gobiernos de distintos partidos 57 políticos15. La segunda estrategia de investigación establece un análisis trasversal repetido en dos momentos en el tiempo (2002 y 2012). Este diseño transversal está orientado a identificar los perfiles ciudadanos asociados a la insatisfacción, la falta de legitimidad de la democracia y la desafección política. La repetición de este diseño en dos momentos que difieren en el contexto económico, pero mantienen constante un gobierno del partido popular, permiten comparar el los distintos perfiles de apoyo a la democracia en dos situaciones económicas muy diferentes. En esta sección queremos establecer si las evoluciones de la satisfacción y la legitimidad democrática en España (nuestras dos primeras variables) están necesariamente asociadas entre sí o muestran por el contrario cierto grado de independencia. Queremos además proporcionar las primeras respuestas a una de las principales preguntas investigación planteadas por este trabajo: en qué medida los cambios en el contexto económico (necesariamente exógenos a las opiniones de los ciudadanos), conllevan variaciones en las distintas facetas de apoyo a la democracia en España. Para ello, el diseño de la investigación está orientado a contrastar un conjunto de hipótesis que cubren aspectos relacionados con la situación económica y con decisiones de gobierno sobre la gestión pública, así como con aspectos contextuales básicos como la extensión de la corrupción, el signo político del partido que se encuentra en el gobierno o la posición temporal a lo largo del ciclo electoral. Hipótesis, diseño, técnicas y datos Nuestra primera hipótesis está orientada a contrastar una asunción demasiado frecuente en la literatura. Esto es, que bajos niveles de satisfacción con el funcionamiento de la democracia cuestionan la legitimidad de misma. Por tanto, H1considera la existencia de una relación directa entre las dos variables dependientes de la investigación. Es decir, entre los niveles de satisfacción con la democracia y el eventual apoyo a regímenes autoritarios. 15 Aunque teóricamente hubiese sido posible ampliar el periodo de estudio desde 1979 hasta la actualidad, la disponibilidad de las series de datos nos limita al periodo desde 1983 a 2012. 58 Tabla 2.2 Variables, operacionalización e hipótesis Variables dependientes Variables independientes y de control (y su operacionalización) Satisfacción Legitimidad H 2.1 H 2.2 H 3.1 H3.2 H 4.1 H 4.2 Partido en el Gobierno (0 PP, 1 PSOE) - - Año electoral (0 No, 1 Sí) - - Contexto económico Tasa de desempleo Producto interior bruto (Incremento) Factores de Gestión Pública Gasto público (% PIB) Factores Contextuales Percepción de la corrupción (% entre problemas de España) Posteriormente, avanzando hacia el estudio de los factores asociados a los cambios en los niveles de satisfacción con la democracia en España, la segunda hipótesis (H2.1) atiende a la principal pregunta de investigación y considera la existencia de una relación inversa entre los niveles de desempleo y la satisfacción con el funcionamiento de la democracia; y también de una relación directa entre el crecimiento del PIB y los niveles de satisfacción con la democracia en España. La tercera hipótesis (H3.1) cubre aspectos relativos a las decisiones de los gobiernos respecto a las cuentas públicas. Esta hipótesis considera la existencia de una relación directa entre el volumen del gasto público (en porcentaje del PIB) y la satisfacción con el funcionamiento de la democracia. La cuarta hipótesis (H4.1) se orienta hacia posibles factores contextuales y considera la existencia de una relación inversa entre los niveles de corrupción en España y la satisfacción con el funcionamiento de la democracia. Además, la investigación incorpora dos variables de control adicionales. Estas son el partido en el gobierno en cada momento (PP o PSOE) y la celebración de elecciones en ese año. 59 De manera paralela, las hipótesis H2.2, H3.2 y H4.2 estudiarán idénticas relaciones pero tomando a la legitimidad de la democracia en España como variable dependiente. La tabla 2.2 resume los principales factores considerados en la investigación, su operacionalización, así como su relación con las hipótesis y con cada una de las variables dependientes. Para contrastar estas hipótesis y controlar los factores mencionados, hemos realizado análisis de series temporales para cada una de las variables dependientes. Los análisis de series temporales permiten conocer si la evolución en el tiempo de la variable dependiente está asociada a su vez a la evolución en el tiempo de una serie de variables independientes. A diferencia de otros modelos estadísticos, en los modelos de series temporales no se asume la independencia de las observaciones estudiadas. Antes al contrario, se estudia si la variación de cada observación con respecto a la anterior (t-1), se relaciona con las variaciones de cada una de las variables independientes respecto de sus observaciones anteriores (t-1). Dada la naturaleza cuantitativa y continua de nuestras variables dependientes, los modelos de series temporales han sido estimados mediante la regresión por mínimos cuadrados. Además, el análisis de series temporales permite un análisis cualitativo de los residuos de modelos. Estos residuos se calculan como la diferencia entre los valores observados (reales) de la variable dependiente y los valores pronosticados por el modelo. Estas diferencias, representan así las variaciones en el fenómeno que queremos estudiar que escapan a los factores considerados en el modelo. Por ejemplo, oscilaciones “atípicas” (de más de dos desviaciones típicas) en los residuos pueden indicar la concurrencia de circunstancias excepcionales susceptibles de interpretación. Con respecto a la medición de las variables independientes y de control, siempre que ha sido posible (en todos los casos menos uno) hemos optado por operacionalizarlas mediante indicadores “objetivos”. De esta manera se garantiza el carácter exógeno de las variables independientes. Por ello, los niveles de desempleo se han definido como la media entre las series armonizadas de desempleo del Instituto Nacional de Estadística (INE) y de Eurostat16. El crecimiento de la economía se ha medido con la serie de crecimiento del producto interior bruto (PIB) de España, ofrecido por Euromonitor. La evolución del tamaño del sector público se ha medido mediante las series de gasto público (en porcentaje respecto al PIB) ofrecidas por Euromonitor. En el caso de la evolución de la los niveles de corrupción es España, los indicadores “objetivos” o basados en opiniones de expertos tan sólo se encuentran disponibles desde los años noventa hasta la actualidad. Por ese motivo se ha recurrido a datos de encuesta. Concretamente se ha empleado la media anual de los porcentajes de ciudadanos que situaban a 16 Las diferencias entre a las series de desempleo del INE y las de Eurostat son pequeñas, pero existentes. Ante ello se ha optado por trabajar sobre la media de ambas. 60 la corrupción entre los tres principales problemas de España, en los Barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Las variables de control partido en el gobierno y año electoral son variables dicotómicas. La primera toma valor 1 para el PSOE y 0 para el PP. Y la segunda toma el valor 1 para los años en que se celebran elecciones generales y 0 en el resto de casos. En lo que respecta a las variables dependientes, en la operacionalización de la satisfacción con el funcionamiento de la democracia hemos considerado dos mediciones distintas, una más general y otra más específica. La primera consiste en el porcentaje de entrevistados que se consideraban “poco” o “nada” satisfechos con la democracia. Y la segunda, orientada a estudiar la evolución del grupo más extremo, consiste en el porcentaje de entrevistados que se considera “nada satisfecho” con el funcionamiento de la democracia en España Los datos, como ya hemos señalado, proceden del CIS. Como cabría de esperar, ambas series se encuentran altamente correlacionadas (r=0,921, sig=0,000). Y aunque en principio la opción inclusiva de “poco” + “nada” satisfechos pudiera parecer más adecuada, siguiendo a Morlino y Tarchi (2006) hemos optado por emplear las variaciones en la categoría “nada satisfechos” pues consideramos que captura con mayor fuerza y claridad el fenómeno de la insatisfacción. El gráfico 2.6 muestra la evolución de la insatisfacción con la democracia en España. Podemos comprobar que, partiendo de una línea base en torno al 8 por ciento, los niveles de insatisfacción crecen hasta el 16 por ciento en 1994 y hasta el 19 por ciento en 2012. 61 Gráfico 2.6. Evolución de la insatisfacción con el funcionamiento de la democracia. (porcentaje de entrevistados “nada satisfechos”) 24 Media: D.T.: Min: Max: Rango: 20 16 8,4 3,8 4 19,9 15,9 12 8 4 0 1985 1990 1995 2000 2005 2010 Por su parte, nuestra segunda variable dependiente, la legitimidad de la democracia en España, se ha operacionalizado a través de una serie construida en base al porcentaje de entrevistados que prefiere la expresión “En algunas circunstancias un régimen autoritario, una dictadura, puede ser preferible al sistema democrático”, frente a las expresiones alternativas, “La democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno” y “A las gentes como yo, lo mismo nos da un régimen que otro”. Como hemos señalado, los datos proceden del CIS y de DATA. 62 Gráfico 2.7. Evolución de un eventual apoyo a un régimen autoritario (porcentaje) 16 Media: D.T.: Min: Max: Rango: 14 12 7,7 2,5 3,9 14 10,1 10 8 6 4 2 1985 1990 1995 2000 2005 2010 Como puede apreciarse en el gráfico 2.7 el eventual apoyo a un régimen autoritario parte desde valores próximos al 10 por ciento en la década de los ochenta, descendiendo hasta niveles del 5 por ciento al final de la década de los noventa. Estos niveles de apoyo a un régimen autoritario tienen punto álgido en 1986 (14 por ciento) y su mínimo histórico en 2003 (3,9 por ciento) mostrando una variación de algo más de 10 puntos porcentuales. 63 Gráfico 2.8. Descontento con el funcionamiento de la democracia y eventual apoyo a un régimen autoritario (porcentajes) 24 20 R: 0,22 Sig.: 0,20 16 12 8 4 0 1985 1990 1995 2000 2005 2010 En algunas circ uns tancias un régimen autoritario puede ser preferible Nada s atis fec ho c on la democrac ia Por su parte, el gráfico 2.8 muestra conjuntamente la evolución de ambas series. A lo largo del periodo 1983-2012, la satisfacción de los españoles con la democracia y un eventual apoyo a regímenes autoritarios evolucionan de manera independiente (r=0,22, sig.: 0,20). Estos resultados muestran la independencia empírica (y teórica) de la satisfacción con el funcionamiento de la democracia, respecto a la legitimidad –o falta de la misma-, y contradicen las expectativas de la primera hipótesis H1. Para el estudio de la evolución de cada una de las variables dependientes, hemos empleado dos especificaciones distintas cada modelo de regresión. Estos modelos contienen todas las variables independientes y de control, a excepción de las dos variables económicas: la tasa de desempleo y la variación anual del PIB. Ambas variables se han incorporado sistemáticamente en especificaciones alternativas de los modelos debido a que en los análisis conjuntos mostraron signos de multicolinealidad. 64 Resultados Con objeto de contrastar las hipótesis presentadas anteriormente, hemos estimado un conjunto de modelos series temporales. En dichos modelos, las variables dependientes son en primer lugar los niveles de insatisfacción con el funcionamiento de la democracia y en segundo lugar los índices de apoyo a un eventual régimen autoritario o dictadura en España. Satisfacción con el funcionamiento de la democracia. Comenzaremos por el análisis de la evolución de la satisfacción con el funcionamiento de la democracia española. La tabla 2.3 muestra los coeficientes de regresión para el modelo de insatisfacción. Y el gráfico 2.9 nos muestra la evolución de niveles de insatisfacción, la evolución de las predicciones del modelo y los residuos o diferencias entre ambos. Como ya se ha dicho el análisis de estos residuos puede ser de utilidad para identificar oscilaciones “atípicas”. Estos picos de tamaño excepcional nos señalan los momentos en los que los niveles de satisfacción o legitimidad escapan a los factores considerados en el modelo; suelen coincidir con momentos en los que concurren circunstancias excepcionales. En el caso de la satisfacción con el funcionamiento de la democracia, tanto los valores de ajuste de los modelos (R 2) como los gráficos de valores observados y estimados confirman el buen ajuste de los datos al modelo de insatisfacción propuesto. La tabla 2.3 muestra que los factores económicos tienen una fuerte relación con los niveles de satisfacción con la democracia. Así, en los momentos en los que se incrementa la tasa de desempleo, los niveles de insatisfacción aumentan significativamente. De igual manera, cuando crece el PIB, la insatisfacción decrece significativamente. Estos resultados confirman las predicciones de la hipótesis H2.1. Por el contrario, las variaciones anuales en los niveles de gasto público introducidas por los distintos gobiernos no muestran relación con los niveles de insatisfacción con la democracia. Estos resultados son contrarios al planteamiento de la hipótesis H3.1. Si atendemos ahora a los factores contextuales, comprobamos que en los momentos en que la corrupción se percibe como uno de los principales problemas de España, los niveles de insatisfacción aumentan significativamente, confirmándose así la hipótesis H4.1. Finalmente, el resto de variables de control estudiadas no mostró una relación significativa con los niveles de satisfacción. Ni el color del partido en el gobierno ni la concurrencia de elecciones en un determinado año parecen estar asociadas a los cambios descontento político. 65 Tabla 2.3. Análisis de series temporales de la insatisfacción con el funcionameinto de la democraciaen España. 1983-2012 a. Constante Modelo 1 Modelo 2 1,286 (4,078) 17,973 (5,538) Factores económicos Tasa de desempleo (t+1) ,288 *** (0,094) -1,123 *** (0,252) Incremento del PIB Factores de gestión pública ,028 (0,093) -,193 (0,127) Corrupción ,206 ** (0,082) ,388 *** (0,082) Gobierno PSOE ,233 (0,984) ,966 (1,127) Año electoral -1,115 (0,846) ,604 (1,010) Gasto público ( % PIB) Factores contextuales R2 0,636 0,667 (n) 29 30 a Las entradas son coeficientes de regresión por mínimos cuadrados. (Entre paréntesis los errores típicos) * sig <= 0,1; ** sig <=0,05; *** sig <= 0,01. Fuente: CIS, Eurostat, Euromonitor. 66 Gráfico 2.9. Evolución de la insatisfacción con la democracia en España. (Valores observados, estimados y residuos) 20 R2: 0,64 16 12 8 4 4 2 0 0 -2 -4 -6 1985 1990 1995 2000 2005 2010 Res iduos Ins atisfacción con el funcionamiento de la democrac ia Modelo 1 Legitimidad democrática. Veamos ahora la evolución de la legitimidad democrática. La tabla 2.4 y los gráficos 2.10, 2.11 y 2.12 muestran los principales resultados. Como ya hemos comentado, los niveles de apoyo a un eventual régimen autoritario en España se han estudiado tanto para el conjunto de la población española, como para los subconjuntos de los votantes del PSOE y el PP. Así, si comenzamos por los factores económicos, los modelos 1 y 2 de la tabla 2.4. nos muestran que en los momentos en que la tasa de desempleo crece, los niveles de apoyo a un eventual régimen autoritario aumentan significativamente. Por el contrario, el crecimiento del PIB no se relaciona con la legitimidad democrática, para el conjunto de la muestra. La falta de robustez entre los coeficientes del PIB y la tasa de desempleo no nos permiten confirmar ni tampoco descartar completamente nuestra hipótesis H2.2, y sugiere la conveniencia de realizar un análisis más detallado entre los votantes del PP y PSOE. 67 Tabla 2.4 Análisis de series temporales del apoyo a un eventual régimen autoritario en España. 1983-2012. Las entradas son coeficientes de regresión de mínimos cuadrados. (Entre paréntesis los errores típicos de la estimación). Muestra completa Constante Votantes PSOE Votantes PP Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4 Modelo 5 Modelo 6 11,807 (2,597) 21,239 (3,923) 4,709 (2,102) 9,740 (2,489) 32,730 (10,440) 58,579 (15,757) Factores económicos Tasa de desempleo ,263 *** (0,059) ,093 * (0,048) -,222 * (0,113) -,298 (0,178) Incremento del PIB ,952 *** (0,240) -,510 (0,716) Factores de gestión pública -,257 *** (0,058) -,375 *** (0,090) -,066 (0,047) -,141 ** (0,057) -1,001 *** (0,236) -1,265 *** (0,361) Corrupción ,021 (0,052) 0,172 ** (0,057) ,083 * (0,042) ,147 *** (0,036) ,095 (0,210) ,593 ** (0,232) Gobierno PSOE 1,733 ** (0,574) 1,278 (0,798) ,534 (0,464) ,163 (0,506) 8,026 ** (2,307) 7,409 ** (3,207) Año electoral -,098 (0,563) -,205 (0,715) -,018 (0,456) ,115 (0,454) 2,326 (2,264) 3,297 (2,874) 0,608 30 0,475 30 0,477 30 0,756 30 0,605 30 Gasto público ( % PIB) Factores contextuales 0,758 R2 (n) 30 * sig <= 0,1; ** sig <=0,05; *** sig <= 0,01 Fuente: CIS, Eurostat, Euromonitor. 68 Atendiendo a los factores de gestión pública, es posible observar que en los momentos en que los gobiernos reducen el tamaño del gasto público respecto del PIB, el apoyo a un régimen autoritario aumenta relativa y significativamente, confirmando nuestra hipótesis H3.2. Si atendemos a los factores contextuales, comprobamos que la preocupación por la corrupción en España muestra una relación débil con el apoyo a un eventual régimen autoritario, cruzando el umbral de la significación estadística sólo en algunas especificaciones concretas del los modelos. De igual manera, el hecho de que el gobierno esté en manos del PSOE muestra una relación directa, pero débil, con el aumento en los niveles de apoyo a regímenes autoritarios. Estos resultados invitan a una indagación ulterior y más detallada de cómo los citados factores se relacionan con el apoyo a regímenes autoritarios entre los votantes de AP/PP y del PSOE. Finalmente, la celebración de de elecciones generales no parece tener un impacto en los niveles de apoyo a un eventual régimen autoritario. La legitimidad de la democracia entre los votantes de AP/PP y del PSOE. Sabíamos por Morlino y Montero (1995) que los niveles de apoyo a la democracia habían crecido progresivamente a lo largo de los años ochenta, y también que el apoyo a la democracia era superior entre los votantes del PSOE que entre los de la entonces AP. Pero lo que hasta ahora no sabíamos es que el electorado del PSOE es mucho más estable en su apoyo a la democracia, y que los incrementos en el apoyo a la misma se producen casi exclusivamente entre los votantes AP/PP El gráfico 2.10 muestra los porcentajes de apoyo a un eventual régimen autoritario entre los votantes del PP y del PSOE. Las siguientes secciones abordan estas diferencias. Gráfico 2.10. Porcentaje de apoyo a regímenes autoritarios en España, por recuerdo de voto. 50 40 30 20 10 0 1985 1990 1995 2000 2005 2010 Rec uerdo de voto AP / PP Rec uerdo de voto PSOE La evolución de la legitimidad democrática entre los votantes del PSOE. Comenzaremos por los votantes del PSOE. A simple vista puede apreciarse en dicho gráfico que la variabilidad en apoyo a regímenes autoritarios en mucho menor entre los votantes socialistas que entre los de AP/PP. Durante el periodo estudiado, los votantes del PSOE tienen una media de apoyo a la dictadura inferior al 5 por ciento y una desviación típica de 1,3 puntos porcentuales; frente a la media del 17 por ciento de los votantes de AP/PP, con una desviación típica de casi 10 puntos porcentuales (9,86). Los modelos 3 y 4 de la tabla 2.4. contienen la relación entre los distintos factores considerados y el apoyo a un régimen autoritario. Comenzando por los factores económicos, tanto la tasa de desempleo como el crecimiento del PIB tienen una relación muy débil y al límite de la significación estadística con el eventual apoyo a una dictadura en España (H2.2). El decremento del gasto público muestra a su vez una relación débil y poco robusta con el apoyo a un régimen autoritario. Finalmente, la preocupación por la corrupción como problema muestra igualmente una relación directa pero débil con el apoyo a una dictadura. Ni el color del partido en el gobierno, ni la celebración de elecciones en un momento dado tienen relación alguna con la legitimidad que los votantes socialistas conceden a la democracia. Como cabría esperar, la 70 varianza explicada para los votantes del PSOE es mucho más reducida que en el caso de los votantes del PP17. La evolución de la legitimidad democrática entre los votantes del PP. Atenderemos ahora a los factores que se asocian a la evolución en el apoyo a un posible régimen autoritario en España por parte de los votantes del PP. En primer lugar, los factores económicos parecen jugar de nuevo un papel desigual. Mientras que el nivel de desempleo muestra una relación directa y significativa con el apoyo a una eventual dictadura, éste no es el caso del indicador de crecimiento económico (aunque ambos apuntan en la misma dirección). En cambio, el nivel de gasto público sí muestra una relación notable y robusta: Cuanto menor es el gasto público de los gobiernos, mayor es el apoyo de los votantes del PP a un régimen autoritario. Al atender a los factores contextuales encontramos una situación dispar. Por un lado, la celebración de elecciones o las percepciones de la corrupción tienen una relación nula o muy débil con el apoyo a la democracia. Por otro, en aquellos momentos en los que el gobierno se encuentra en las manos del PSOE se produce un incremento significativo y fuerte del apoyo a una régimen autoritario entre los votantes de AP/PP. Durante los gobiernos del PSOE, el apoyo de los votantes conservadores a regímenes autoritarios se incrementa en un promedio de 8 puntos porcentuales (modelo 5). En el gráfico que contiene los valores observados y predichos sobre la legitimidad de la democracia entre los votantes del PP se aprecia un buen ajuste de los datos al modelo, con un R2 de 0,76. Y también se aprecia quela serie de los residuos presenta oscilaciones atípicamente altas en el apoyo a la dictadura, especialmente en 1986 (y en menor medida también en 1993) coincidiendo con importantes victorias del PSOE en las elecciones generales. 17 Sería poco esperable que un fenómeno muy estable (por ejemplo, el apoyo a regímenes autoritarios entre los votantes del PSOE) pudiera explicarse a satisfacción por otros que son variables. 71 Gráfico 2.11. Evolución del apoyo a regímenes autoritarios en España entre los votantes del PP. (Valores observados, estimados y residuos) 50 2 R : 0,76 40 30 15 20 10 10 5 0 0 -5 -10 -15 1985 Res iduos 1990 1995 2000 2005 Apoy o régimen autoritario (voto=PP) 2010 Modelo 5 En esta sección, en suma, hemos tratado de dar respuesta a algunas de las preguntas planteadas en la introducción. El análisis de la relación entre la satisfacción con el funcionamiento de la democracia y la legitimidad de la misma ha mostrado que ambas dimensiones son independientes entre sí. Esta observación contradice muchas de las asunciones presentes en la literatura, falsando las predicciones de nuestra hipótesis H1. Además, hemos comprobado que la satisfacción y la legitimidad parecen responder a distintos elementos del contexto económico político y del ciclo electoral. Mientras que la insatisfacción aumenta significativamente en contextos de deterioro económico y elevado desempleo, esta tendencia resulta menos clara en lo que respecta a los niveles de legitimidad de la democracia. En su caso, el deterioro de la legitimidad parece ser sensible a la disminución del gasto público, y muy especialmente a la presencia del PSOE en el gobierno. En este sentido, además, hemos comprobado que los niveles de legitimidad que conceden los votantes del PSOE son mucho más elevados y estables. Y lo contrario también es cierto: el eventual apoyo a regímenes autoritarios resultó mayor y mucho más lábil entre los votantes de AP/PP. Además, en los momentos en los que gobierna el PSOE, los votantes de AP/PP incrementan su eventual apoyo a regímenes autoritarios en un promedio de 8 puntos porcentuales. Sobre ello, en 1986 y 1993, coincidiendo con importantes (y hasta cierto punto inesperadas) victorias del PSOE en las elecciones generales, se produce un importante repunte del apoyo a un régimen autoritario. Pareciera como 72 si (siguiendo a Anderson, Blais, Bowler, Donovan y Listhaug, [2005]) los votantes más conservadores condicionaran su apoyo a la democracia en virtud de su fortuna electoral. Es decir, la legitimanen mayor medida cuando el PP se encuentra en el gobierno, y la cuestionan de un modo u otro cuando permanece en la oposición. Satisfacción con la democracia, legitimidad y desafección Tras el análisis de series temporales, es necesario comprobar ahora en qué medida la crisis económica afecta a las actitudes individuales hacia la democracia. Para ello, hemos seleccionado dos momentos, uno antes y otro durante la crisis económica, para poder así comparar su incidencia en nuestras tres dimensiones actitudinales distintas: el descontento, la legitimidad y la desafección. Así, este apartado aborda la cuestión de hasta qué punto y cómo la crisis económica está conduciendo a una crisis de la democracia en España. Los datos que hemos utilizado para este análisis transversal de los perfiles de los ciudadanos son, para el 2002, el estudio 2450 del CIS sobre Ciudadanía, participación y democracia, mientras que para 2012 se han utilizado los datos de la Encuesta Social Europea (ESE). La selección de estas encuestas se debe a que ambas contienen cuestiones referidas a la percepción del sistema político y a la participación ciudadana que permiten hacer comparaciones entre un tiempo de bonanza económica y otro con una coyuntura adversa. Por tanto, la selección de los datos responde al objetivo de comparar dos momentos con gobiernos del mismo signo político, pero con un elemento diferencial tan determinante como una coyuntura económica muy diferente. En 2002, el crecimiento de la economía española superaba las expectativas más optimistas, doblando la previsión del gobierno, y el desempleo se situaba en torno al 11 por ciento.18 En contraste con esta situación, el año 2012 terminó con una tasa de desempleo por encima del 26 por ciento19 y una economía en recesión. Las percepciones de los ciudadanos son también muy distintas. Al hacer la media de las respuestas de los encuestados a las preguntas sobre la situación económica y política que aparecen en los barómetros del CIS de 2002 y 2012, pueden observarse las diferencias entre estos dos momentos. En 2002, en torno al 23 por ciento de los ciudadanos consideraba que la situación política era mala o muy mala, porcentaje que casi se triplica, alcanzando el 36 por ciento, en 2012. Más llamativa aún es la evolución en la valoración de la economía. En 2002 sólo un 17 por ciento consideraba la situación económica como mala o muy 18 19 http://www.ine.es/prensa/epa_tabla.htm http://www.ine.es/prensa/epa_tabla.htm 73 mala, pero una década después, un abrumador 90 por ciento tiene una visión negativa de la economía. Por todo ello, resulta necesario explorar los cambios en los factores que inciden en las tres dimensiones de actitudes hacia la democracia que estamos considerando. Teniendo en cuenta el contexto económico y político era necesario prestar atención a distintos tipos de factores con un impacto en las diferentes dimensiones actitudinales ya mencionadas. Así, se tienen en cuenta factores económicos, variables sociodemográficas, sobre participación política convencional y no convencional, y político e ideológico. En el anterior apartado hemos visto que las series de legitimidad y satisfacción con la democracia evolucionan de forma independiente. Sin embargo, no parece casual que en 2012 coincidan el descontento con la democracia más elevado de todo el periodo estudiado (67 por ciento se declara poco o nada satisfechos) con el porcentaje más bajo, en los últimos 20 años, de españoles que considera que la democracia es el mejor sistema. Podría pensarse que en un momento de profunda crisis económica como el actual, la falta de asociación entre satisfacción con la democracia y legitimidad debería ser revisitada. La independencia de las tres dimensiones de las actitudes hacia la democracia podría ser distinta, ya que la crisis económica ha sido el detonante de una mayor movilización ciudadana y un serio cuestionamiento del sistema político. Si hay algo que marca un carácter diferenciador a esta crisis respecto a otras es, por un lado, que las decisiones económicas tienen también un carácter supranacional, es decir, el que España sea un país integrante del euro implica que la política económica es en parte impuesta desde Bruselas y, por otro lado, que la movilización ciudadana y el carácter crítico de las protestas no son sólo un estallido de descontento, sino también un replanteamiento del sistema hacia otras fórmulas. Teniendo esto en cuenta, al abordar el estudio del descontento y el apoyo a la democracia para los años 2002 y 2012 testaremos las siguientes hipótesis, recogidas en la tabla 2.5. La primera de ellas (H1.1) es que la relación entre una menor satisfacción con la democracia y el eventual apoyo a regímenes autoritarios es más intensa en tiempo de crisis económica. Aquellos que son partidarios de un sistema no democrático serán, también, los más descontentos con el actual régimen. Esta relación es más fuerte cuando hay una coyuntura adversa, puesto que se entiende que la democracia no es capaz de resolver los problemas de los ciudadanos. Igualmente, pero con la legitimidad como variable dependiente, es de esperar que en 2012 la relación entre el descontento y el eventual apoyo a regímenes autoritarios, así como entre la menor satisfacción con la democracia y la indiferencia respecto al sistema de gobierno sea más intensa que en 2002 (H1.2). 74 Por otro lado, el creciente desinterés por y desconfianza en la política no parece tener en la actualidad el mismo carácter que con anterioridad. Los desafectos y los críticos no sólo son más numerosos en 2002 que en 2012, también son diferentes en cuanto a los motivos que les llevan a pensar de esa forma. Así, la segunda de nuestras hipótesis (H2.1) es que la desafección política tiene un impacto mayor en el descontento con la democracia en 2012 respecto de 2002. Mientras que en lo referente a la legitimidad, cabe pensar que la desafección política en tiempos de crisis, es decir, en 2012, tiene relación positiva con el apoyo a regímenes autoritarios (H2.2). Cabe pensar también que la crisis económica debe implicar un cambio en cuanto a las actitudes hacia la democracia, de modo que las cuestiones económicas cobren importancia como elementos del descontento, legitimidad y desafección. Por ello, la tercera de las hipótesis (H3.1) es que los factores económicos tienen un efecto mayor en la satisfacción con la democracia en 2012 respecto de 2002. En el mismo sentido, pero refiriéndonos en este caso a la legitimidad de la democracia (H3.2), es de esperar que los factores económicos tengan un efecto mayor y directo en el apoyo a regímenes autoritarios en 2012 para el 2002. En cuanto al carácter diferencial de esta crisis, una de las señas definitorias de este periodo es la alta movilización social. En 2012 se registró un aumento de las manifestaciones, que superaron las 36.000. En paralelo y gracias a la difusión que permiten las redes sociales, la participación política no convencional se ha extendido. Las protestas producidas por las dificultades que pasan los ciudadanos han sido variadas, incluyendo el boicot20. Igualmente, el trabajo en asambleas de los llamados indignados ha hecho más visibles otras formas de participación política como el trabajo voluntario. Cada vez son más frecuentes las noticias relacionadas con la creación de iniciativas solidarias y en muchas de ellas hay un evidente carácter crítico contra los recortes que provocan su nacimiento. De este modo, cabe esperar que las formas de participación política no convencional estuvieran relacionadas, en tiempo de crisis económica, con un mayor descontento político con el funcionamiento de la democracia. Por ello, nuestra cuarta hipótesis (H4.1) sostiene que en 2012 las formas de participación política no convencional son un factor relevante de la insatisfacción con la democracia, en mayor medida que antes de la crisis, y que suponen un cuestionamiento del sistema democrático (H4.2), por lo que están negativamente relacionadas con la aceptación de la democracia como mejor sistema de gobierno. Por último, aquellos que han votado por el partido que está en el gobierno tienden a sentirse más representados que quienes lo hicieron por otros partidos. Así, independientemente 20 En 2012, tuvo cierta relevancia la campaña de boicot contra Movistar tras anunciar el fichaje de Iñaki Urdangarín, mientras que en 2013 tenemos los ejemplos de los boicots promovidos a través de las redes sociales contra Movistar y Banco Santander por la contratación de Rodrigo Rato. 75 de la difícil situación, el hecho de que la opción electoral elegida sea la que finalmente accede al gobierno implica que, en general, se esté más satisfecho con el sistema, sea más difícil caer en la desafección y se cuestione menos la legitimidad de la democracia. Así, las hipótesis a comprobar en relación al partido votado son, en primer lugar, que quienes han votado al PP están más satisfechos con la democracia, independientemente de la existencia o no de crisis económica (H5.1), y que aquellos que votaron al PP apoyan la democracia como mejor sistema de gobierno, tanto en 2002 como en 2012 pues en ambos años su partido era el del gobierno (H5.2). Al igual que ocurriera con el análisis de series temporales, las hipótesis aquí detalladas se han comprobado para las distintas dimensiones actitudinales, pero con pequeñas salvedades que ya han sido apuntadas. Para contrastar estas hipótesis hemos utilizado regresiones lineales cuando la variable dependiente era satisfacción y regresiones logísticas multinominales para la legitimidad. La decisión de optar por estas técnicas responde a la distribución de las variables dependientes. La única diferencia reseñable es que en el caso de satisfacción con la democracia hemos creado en 2002 una variable dicotómica en la que aquellos que están bastante o muy satisfechos con la democracia toman valor 1, mientras que el resto son marcados con un 0. En cambio, para 2012 ha sido posible utilizar una escala de 0 a 10: valor mínimo se corresponde con los nada satisfechos con la democracia, y el valor máximo es el de los que se declaran muy satisfechos. Es necesario dedicar unas líneas a la descripción de las peculiaridades de cada uno de los cuatro modelos elaborados para contrastar nuestras hipótesis. El primero de los modelos tiene como únicas variables independientes las referidas a las actitudes hacia la democracia. Este modelo se basa en la asunción de que satisfacción, legitimidad y desafección son dimensiones distintas (Montero, Gunther, Torcal, 1997), un supuesto que, además, está en línea con lo visto en el apartado referido al análisis longitudinal. Estas variables no están presentes en el segundo modelo, en el que se introducen las variables referentes a la participación política, las políticas e ideológicas, las sociodemográficas y la condición de desempleado como factor económico. Lo más reseñable del modelo 2 es la utilización de la variable independiente “desempleado”. Se trata de una variable dicotómica en la que aquellos en situación de desempleo reciben valor 1 y todos los demás valor 0. A pesar de que corresponde a una situación laboral y, por tanto, cabría considerarla dentro del grupo de las sociodemográficas, esta variable es importante porque nos informa sobre la valoración de la situación económica. Por un lado, no encontramos en 2002 una valoración ya sea prospectiva o retrospectiva de la coyuntura económica nacional. Por otro, los análisis realizados han puesto de manifiesto que existe una alta correlación entre la situación de desempleo y una evaluación negativa de la economía. 76 El tercer modelo es diferente para 2002 y para 2012. Mientras que en 2002 en la tercera columna, se recoge lo que podemos llamar el modelo completo, en el que todos los distintos bloques de variables se ponen en común, el modelo 3 para 2012 introduce para 2012 un único cambio respecto al modelo 2, y es la sustitución de la variable “desempleado” por “satisfacción con la situación económica”. Esta diferencia entre los modelos se debe a que, como ya se ha dicho, la evaluación de la situación económica no se recogía en la encuesta de 2002. Finalmente, el modelo 4, que no aparece en 2002, es el modelo completo para 2012. En él se introducen todas las variables, incluidas la satisfacción con la situación económica y el encontrarse desempleado. Como veremos en el caso de los modelos de descontento con la democracia, estar desempleado pierde significación al tenerse en cuenta la valoración de la situación económica debido, como ya hemos mencionado, a la alta correlación entre ambas. La satisfacción con la democracia Atendiendo a los resultados de los modelos ya descritos y recogidas en la tabla 2.6, puede comprobarse, en primer lugar, que tanto las variables sobre legitimidad como las de desafección tienen un impacto significativo en la satisfacción con el funcionamiento de la democracia. Llama la atención que el poder explicativo de ambas es mayor que el de las demás variables ya que, si prestamos atención al pseudo-R2, el modelo 1 explica un porcentaje mayor de la varianza de la satisfacción con la democracia (R2= 0,138 en 2002, y R2 =0,193 para 2012) que el modelo 2, en el que las variables de actitudes hacia la democracia son excluidas (R 2= 0,063 en 2002 y R2 =0,154 para 2012). Puede también observarse que cabe rechazar la hipótesis H1.1., ya que no parece que el eventual apoyo a un régimen autoritario tenga un impacto mayor en 2012 que antes de la crisis económica. Los coeficientes, incluso, resultan mayores en 2002 (-1,515 en ese año frente a 0,599 en 2012), aunque tiene mayor interés examinar cómo el hecho de ser indiferente en cuanto al sistema de gobierno pasa, en 2012, a tener un efecto mayor en el descontento con la democracia que en el apoyar un sistema autoritario. En 2012, los más descontentos con la democracia son aquellos a los que les da lo mismo un régimen u otro, mientras que antes de la crisis los menos satisfechos con la democracia eran los autoritarios. Como cabría esperar, la consideración de la democracia como mejor sistema político implica una mayor satisfacción con ella tanto en momento de crisis como en tiempo de bonanza económica. El aumento de la insatisfacción de quienes no muestran preferencia por un régimen u otro en comparación con los autoritarios y en relación a los que apoyan la democracia marca la diferencia entre uno y otro momento, lo que nos lleva a pensar que en momentos de crisis los indiferentes caen en el descontento como consecuencia de la mala situación. 77 Algo similar veremos en la siguiente sección sobre los distintos tipos de desafección. De acuerdo a lo planteado en la hipótesis H2.1 la desafección política tiene un impacto mayor en 2012 respecto de 2002, en 2002 el coeficiente para los desafectos es -1,238, mientras que en 2012 es -2,116. De ahí que no podemos rechazar esta hipótesis. Igualmente, resulta interesante ver que, mientras que antes de la crisis los críticos parecen estar más satisfechos con la democracia que los desafectos, ambos en relación al grupo que hemos llamado cives no lo están en 2012. Se apunta así a los desafectos como protagonistas del descontento anterior a la crisis, mientras que en 2012 son los ciudadanos críticos quienes estarían más insatisfechos con la democracia. Así, el interés por la política y la desconfianza hacia las instituciones democráticas, definen el descontento. Si consideramos que la crisis ha tenido entre sus consecuencias una crisis del sistema político, ha de tenerse en cuenta que no estamos ante una ciudadanía desafecta, sino crítica. Tampoco parece posible descartar la hipótesis H3.1 ya que, de acuerdo con lo esperado, los factores económicos tienen mayor efecto en el descontento con la democracia en 2012 frente a 2002. De hecho, antes de la crisis el estar o no desempleado no está asociado con una mayor o menor satisfacción con el sistema democrático, pues esta variable no resulta ni siquiera significativa. Puede que el problema radique en que esta variable no capta en su totalidad la evaluación de la situación económica, pero ya hemos mencionado que es la alta correlación con la economía la que justifica su inclusión en los modelos. Por lo tanto, como cabría prever, estar desempleado conlleva una valoración menos optimista de la economía. Asimismo, el efecto de estar desempleado parece absorbido en el modelo 4 de 2012 por la evaluación de la economía. Ahí, satisfacción con la economía y con la democracia están positivamente relacionadas en momentos de crisis. Por otro lado, la participación política no convencional está relacionada con el descontento. Sin embargo, las diferencias entre 2002 y 2012 no son fácilmente interpretables. Mientras que en 2012 las manifestaciones son las que tienen un mayor impacto en relación con la insatisfacción, en 2002 el contacto político es la variable de participación política con un mayor peso en la satisfacción con la democracia. Por otro lado, el contacto a políticos y la asistencia a manifestaciones tienen efectos opuestos. Aquellos que participaron en manifestaciones están más descontentos con la democracia, tanto en 2002 como en 2012. Las diferencias en el modelo 2 entre los dos años nos llevan a pensar que el efecto de esta variable es mayor en época de crisis económica (-0,248 frente a -0,415), aunque este efecto disminuye al incorporar las actitudes hacia la democracia y cuando en el caso del modelo 3 de 2012 se introduce la satisfacción con la economía. Tanto es así que la diferencia entre el modelo completo de 2002 y el modelo 4 de 2012 es tan sólo de 0,02. Dicho esto no podemos aceptar la hipótesis H4.1, pero tampoco podemos descartar que se cumpla: que las diferencias entre los 78 dos momentos pueden responder a las distinciones entre los modelos para uno y otro año. Este resultado puede ser llamativo, ya que el desarrollo de nuevas formas de participación política y la crítica de que la democracia debe ser algo más que votar han estado presentes desde que el movimiento indignado irrumpiera en la vida política española. Sin embargo, el hecho de que las protestas en las calles sean más frecuentes no parece traducirse en que aquellos que acudieron a una manifestación en 2012 estén sensiblemente más descontentos con la democracia que quienes lo hicieron en 2002. Parece en cambio evidenciarse que la forma de participación política más ligada al descontento es la asistencia a manifestaciones, tanto antes como durante la crisis económica. Este asunto se tratará con más detalle en el análisis de la desafección. Por último, el hecho de votar al partido en el gobierno incide positivamente en la satisfacción con la democracia, teniendo un impacto mayor incluso que el negativo de estar desempleado. Igualmente y en línea con lo planteado en la hipótesis H5.1, elvoto al PP, el partido gobernante tanto en 2002 como en 2012, tiene un efecto positivo tanto antes como durante la crisis económica. La diferencia es que en 2002se pone de manifiesto un impacto mayor respecto de los años de Aznar, donde el efecto era igualmente positivo y significativo pero no tanto como en 2012. Tanto es así que el haber votado al PP tiene un sentido contrario a y afecta más a la satisfacción con la democracia que el estar desempleado (0,480 frente a 0,335). Respecto a los demás factores incluidos en el análisis, no hay cambios que puedan considerarse destacables. La asociación entre religiosidad, ideología y confianza social con la satisfacción con la democracia es positiva tanto en 2002 como en 2012, de modo que los descontentos antes y después de la crisis tendían a ser menos religiosos, más de izquierdas y con una menor confianza en los demás que los satisfechos con la democracia. Y llama la atención el hecho de que la edad esté asociada con el descontento en 2002 y no lo esté en el año 2012. A tenor de los resultados, los insatisfechos en época de crisis no son necesariamente los más jóvenes aunque, como veremos más adelante, la edad juega un papel en la desafección política. 79 Tabla 2.6. Determinantes de la satisfacción con la democracia. Coeficientes de regresión con mínimos cuadrados. 2002 Modelo 1 ,999 *** Constante Modelo 2 -,646 *** 2012 Modelo 3 Modelo 1 ,337 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4 5,434 *** 1,636 *** 1,288 *** 2,926 *** Legitimidad A veces un régimen autoritario a A la gente como yo no le importa a -1,515 *** -1,611 *** -,599 *** -,735 *** -1,136 *** -1,446 *** -1,053 *** -,968 *** -1,058 *** -,956 *** -2,414 *** -1,459 *** Tipología de desafección Crítico b Deferencial Disafecto b b -,066 -,095 -1,238 *** -,122 -1,179 *** -,229 -2,116 *** -1,368 *** Factores económicos ,420 *** Satisfacción con economía ,005 Desempleado ,001 -,335 * ,350 *** ,001 Sociodemográficas -,006 Edad ** -,007 Educación:Universitaria ,094 Religiosidad ,061 ** ,042 ,305 ** ,146 ** -,022 * ,002 ,003 ,004 -,038 -,049 -,128 ,115 *** ,086 *** ,062 ** Participación política Participación electoral Trabajo voluntario -,085 Contacto político ,369 ** ,348 Boicot -,364 ** -,241 Manifestaciones -,248 ** -,254 -,028 -,111 ,028 -,035 ,163 ,224 ,214 -,137 -,126 -,105 -,464 ** -,209 -,118 ** -,415 ** -,289 ** * -,274 * Política e ideología Ideología izquierda-derecha ,120 *** ,125 *** ,163 *** ,098 *** ,080 ** Confianza social ,068 *** ,039 * ,215 *** ,144 *** ,093 *** ,314 ** ,329 Voto PP Pseudo R2 (Nagelkerke) (n) (a) Ref: La democracia es siempre el mejor sistema (b) Ref: Cives * sig <= 0,1; ** sig <=0,05; *** sig <= 0,01 Fuente: CIS2450 /ESS 2012 0,138 4252 0,063 4252 ** 0,175 4076 0,193 1684 ,480 ** ,480 ** ,456 ** 0,154 1487 0,255 1485 0,327 1434 La legitimidad democrática En cuanto al análisis multivariante de la legitimidad democrática, recogida en la tabla 2.7, aparecen tres categorías distintas: los que creen que la democracia es el mejor sistema, los que eventualmente apoyarían un régimen autoritario y quienes son indiferentes y dicen que lo mismo les da uno u otro sistema. En este análisis, que toma la legitimidad como variable dependiente, hemos optado por usar como categoría de referencia a quienes consideran que la democracia es el mejor sistema. Por tanto, debe tenerse esto en cuenta al analizar los resultados para los llamados “autoritarios” e “indiferentes”. Contrastando con lo visto en el caso de la satisfacción, el modelo 1 presenta un R2 bajo, menor incluso que en los modelos en los que no aparecen las actitudes hacia la democracia (R2= 0,076 en 2002 y R2= 0,062 en 2012). En relación a la legitimidad, el poder explicativo de las variables de satisfacción y desafección es mucho menor que el observado en los modelos con variables económicas, sociodemográficas y políticas, lo que va en línea con lo apuntado en el análisis longitudinal sobre la independencia de las tres dimensiones de actitudes hacia la democracia. Igualmente, la significación de las variables de desafección cambia según los modelos. Sin embargo, en ningún caso puede establecerse una asociación positiva entre desafección y apoyo a un régimen autoritario, ya que no encontramos relación entre ambas. Sólo en el modelo 1 de 2012 los críticos son, significativamente, menos autoritarios. Sin embargo, esta relación entre legitimidad y desafección desaparece cuando se incluyen los demás factores. Por ello, no podemos aceptar que exista una relación entre la desafección como factor de la legitimidad de la democracia, puesto que esta relación desaparece en cuanto se incluyen otras variables. Por otro lado, la relación entre descontento y preferencia por un régimen autoritario o indiferencia por el sistema no se intensifica en época de crisis. Más bien al contrario. El impacto de la satisfacción en el apoyo hacia la democracia parece disminuir en 2012 (para los autoritarios el coeficiente pasa de -1,547 en el modelo 1 y -1,554 en el modelo completo en 2002, a -0,121 y -0,173 respectivamente para 2012). Si acaso, puede apuntarse que esta relación pierde intensidad tanto en los autoritarios como en los indiferentes, pero en el caso de los segundos es ligeramente superior respecto de los autoritarios en 2012, mientras que ocurría al contrario en 2002. Sin embargo, resulta un tanto complicado exagerar las diferencias entre los dos años, más allá de resaltar ese cambio de tornas en el que la satisfacción con la democracia pasa a ser más importante para indiferentes frente a los autoritarios. La razón de nuestra precaución sobre la pérdida de relevancia es que la variable satisfacción con la democracia para 2002 es una variable dicotómica, mientras que la de 2012 se mide en una escala de 0 a 10. Sea como fuere, los resultados ponen de manifiesto que la legitimidad parece estar a salvo de convulsiones económicas, ya que los factores económicos no están estadísticamente relacionados con la legitimidad. La única excepción es la del modelo 3 de 2002 para los autoritarios en el que se observa que el hecho de estar desempleado parece tener un efecto positivo en la preferencia por un régimen autoritario, frente a uno democrático. Este resultado, que responde a nuestras expectativas, no se da en 2012, en un momento en el que tanto el estar desempleado como la evaluación de la situación económica parecen no tener efecto ninguno, lo que lleva, por tanto, a rechazar la hipótesis H3.2. Ya sabemos que hay algunas formas de participación política no convencional que inciden en la satisfacción con la democracia. Concretamente, la asistencia a manifestaciones estaba relacionada con el descontento, tanto antes como después de la crisis. En el caso de la legitimidad, esperábamos que la participación no convencional fuera una expresión de rechazo hacia el sistema político y que, por lo tanto, estuviera asociada con una eventual preferencia por un régimen autoritario. Sin embargo, de acuerdo con los datos, el efecto es el contrario. Aquellos que participan en manifestaciones en mayor medida prefieren la democracia como sistema político frente a uno autoritario. También resulta importante destacar que esto ocurre únicamente para 2012, ya que en 2002 ninguna forma de participación política no convencional resulta significativa en relación a la legitimidad, mientras que sólo la participación electoral está asociada positivamente con preferir un sistema democrático frente a ser indiferente. Podemos descartar la hipótesis H4.2, según la cual existe una relación negativa entre apoyar la democracia como mejor sistema y participar en política de modo no convencional. Justo a la inversa, en época de crisis la participación en manifestaciones está asociado a la legitimidad y es un factor que tiene un efecto positivo en la preferencia de la democracia frente a un eventual régimen autoritario o una postura indiferente. Por último, el hecho de que el partido por el que se ha votado esté en el gobierno tiene, como ya sabemos, un efecto positivo en la satisfacción con la democracia. Nos sentimos más representados si el gobierno es aquel al que habíamos apoyado. Sin embargo, llama la atención que no ocurre así en el caso de los votantes del PP. Mientras que en época de bonanza económica el votar al PP tenía un efecto positivo en la preferencia de un régimen autoritario frente a uno democrático, esta relación se pierde en época de crisis: el hecho de haber votado por el partido del gobierno no afecta en modo alguno a la legitimidad de la democracia. Dicho esto, cabe por tanto rechazar la hipótesis H5.2. En cuanto a las variables de control, el ser de derechas está asociado con la preferencia por un régimen autoritario frente a uno democrático tanto en 2002 como en 2012. En 2002, la religiosidad no afecta a la legitimidad, mientras que, en época de crisis, los más religiosos tienden a preferir un régimen autoritario frente a uno democrático. En lo que respecta a la 82 educación, el tener estudios superiores afecta negativamente a la indiferencia, de modo que aquellos con educación universitaria tienen un mayor interés en la política tanto antes como durante la depresión económica, sin embargo, el efecto es mayor en 2012 que en 2002. Hasta ahora hemos examinado el papel de la economía en la satisfacción con y la legitimidad de la democracia. Para evaluar finalmente en qué medida cabe afirmar que la mala coyuntura de la economía ha conducido a un cambio en las actitudes hacia la democracia es necesario abordar la dimensión de la desafección política. 83 Tabla 2.7. Determinantes de la legitimidad de la democracia. Coeficientes de regresión logística multinomial. 2002 Autoritario a 2012 Indiferente a Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Constante -2,358 *** -4,791 *** -4,117 *** -2,537 *** -2,555 *** -2,543 *** Satisfacción con democracia Tipología de desafección -1,547 *** -1,554 *** -1,172 *** -1,470 *** Autoritario a Indiferente a Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4 Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4 -1,931 *** -2,834 ** -,121 *** -2,816 *** -2,097 -2,542 *** -1,009 ** -1,151 ** -,965 -,173 ** -,214 *** -,234 *** Crítico b -,021 ,569 -,784 ** -,196 -,612 * -,523 -,844 -,953 Deferencial b -,397 -,289 ,141 ,141 -,101 -,324 1,006 ** ,494 Disafecto b -,211 -,087 ,398 ** ,279 -,237 -,512 ,980 ** ,506 Factores económicos Satisfacción con economía -,011 ,529 ,662 ** ,190 ,287 ,030 Edad ,004 ,001 ,008 ,005 -,006 Educación:Universitaria -,468 -,638 * -1,228 ** -1,113 ** Religiosidad -,025 ,005 ,008 Participación electoral -,473 -,445 Trabajo voluntario -,437 Contacto político Desempleado ,003 ,004 ,050 -,069 -,087 -,170 -,006 -,007 -,008 ,073 ,070 ,087 ,012 ,122 ** ,123 ** ,122 ** -,007 -,008 ,008 -,920 *** -,727 ** ,312 ,315 ,410 -,249 -,246 -,100 -,464 ,319 ,386 ,052 ,049 -,007 ,392 ,393 ,547 * ,369 ,405 -,605 -,386 -,013 -,015 ,001 -,610 -,614 -,510 Boicot ,341 ,235 -,658 -,768 ,401 ,400 ,247 -,146 -,142 -,043 Manifestaciones -,504 -,645 -,100 -,118 -,893 ** -,899 ** -,875 ** -,358 -,359 -,271 ,355 *** ,350 *** ,038 ,081 ,119 ** ,121 ** ,164 ** ,011 ,012 ,006 -,055 -,186 *** -,184 *** -,180 *** -,132 ** -,131 ** -,078 ,486 ** -,003 -,009 ,092 -,111 -,113 ,007 Sociodemográficas -,008 -,013 * -2,500 *** -2,492 *** -2,374 ** Participación política Política e ideología Ideología izquierda-derecha Confianza social -,051 -,016 -,092 * Voto PP ,642 ** ,770 ** ,267 Pseudo R2 (Nagelkerke) 0,076 (n) 3961 a Ref: La democracia es siempre el mejor sistema b Ref: Cives * sig <= 0,1; ** sig <=0,05; *** sig <= 0,01 0,091 3028 ,156 2962 Fuente: CIS2450 /ESS 2012 0,076 3961 0,091 3028 ,156 2962 0,062 1684 0,109 1485 0,109 1485 0,158 1434 0,062 1684 0,109 1485 0,109 1485 0,158 1434 La desafección política El análisis de series temporales nos ha permitido estudiar la evolución de las actitudes de insatisfacción y legitimidad hacia la democracia, así como las variables que influyen en ellas. Este tipo de análisis se han repetido bajo una perspectiva diferente. Hemos elegido dos momentos en el tiempo, 2002 y 2012, por poder realizar una comparación entre dos periodos económicos diferentes, esto es, crisis y no crisis, manteniendo constante el partido en el gobierno, que fue el PP. En esta sección del capítulo añadiremos una variable dependiente más, la desafección con el sistema. Con esto, nuestra intención es la de dar una perspectiva completa sobre las actitudes hacia la democracia. Para estudiar los efectos de la crisis económica en la desafección de los ciudadanos españoles, hemos creado una tipología, que es una combinación del interés en la política y la confianza en el Parlamento nacional21. Hemos creado cuatro grupos, que denominamos cives, críticos, deferentes y desafectos. Tabla 2.8. Tipología de los ciudadanos Confianza Interés Sin interés No Confianza Cives Críticos Deferentes Desafectos Los cives hacen referencia a la gente con interés y confianza; los críticos tienen interés pero no confianza, en este caso especifico, hacia el Parlamento nacional. Deferentes son aquellos sin interés y con confianza, mientras que desafectos, el grupo en el que nos focalizaremos en esta parte del artículo, está formado por quienes no muestran interés en la política ni confianza en el Parlamento. La tabla siguiente muestra como se divide la gente entre nuestros grupos: 21 La pregunta es: “Please tell me on a score of 0-10 how much you personally trust in your national Parliament.” Tabla 2.9. Distribución de la tipología (en porcentajes) (2002 – 2012) Cives Críticos Deferentes Disafectos N (Total) 2002 20 10 33 37 3779 2012 14 22 24 40 1758 Es fácil comprobar que se ha producido un incremento tanto de críticos como dedesafectos entre 2002 y 2012. Esto significa que la confianza en el Parlamento ha bajado significativamente. También podemos apreciar aquí que los porcentajes de cives y deferentes han disminuido. La actual crisis económica tiene un impacto en la satisfacción con la democracia, y está asociada a la desafección (Gunther, Montero y Torcal, 2007). La primera de las hipótesis referidas a la desafección que vamos a testar es aquella que nos dice que el descontento democrático está ligado a la desafección política y que esta asociación es más fuerte en el caso de los desafectos (H1). Los ciudadanos, al estar más descontentos, dejan de interesarse por la política y pueden llegar a perder la confianza que tenían en ella para resolver sus problemas. Así, los ciudadanos que confían en y se interesan por la política pasan a ser el grupo menos numeroso, alcanzando un valor próximo al del porcentaje de ciudadanos críticos cuando en tiempos de bonanza económica. Es, por tanto, necesario estimar las características que han llevado a los ciudadanos hacia la desconfianza y el desinterés. En este sentido, es llamativo el incremento de la población crítica. El porcentaje de críticos se ha doblado de 2002 a 2012, lo que nos sugiere que este aumento estará relacionado con la situación económica. Cabe esperar que el impacto de los factores económicos en críticos y desafectos sea mayor en un contexto de depresión económica frente a uno de bonanza (H2). Por otro lado, es de suponer que aquellos que no tienen interés en la política participarán menos. La hipótesis aquí es que tanto las acciones políticas, ya sean o no convencionales, definen más a cives y críticos que a deferentes y desafectos (H3). En este sentido, no esperamos un efecto determinante de la crisis económica en estos dos últimos grupos. Sin embargo, debido a que la movilización ciudadana es, en buena medida, protagonista de la crisis actual, puede pensarse que la participación en manifestaciones y boicots tiene un papel más relevante en 2012 que en 2002. Así, esperamos que los “críticos” participen más en estas acciones que el resto de los grupos y que el efecto de esta participación sea mayor en 2012 que en 2002 (H4). 86 En lo referente a los factores políticos e ideológicos, ya vimos cómo el haber votado por el partido en el gobierno tenía un efecto positivo en la satisfacción con la democracia. Esperamos que tanto en 2002 como en 2012 el haber votado al PP tenga un efecto directo en el interés por y en la confianza en la política, con lo que presentaría un impacto directo en los cives (H5), independientemente de si estamos en un periodo con una economía en alza o en recesión. Sin embargo, el efecto será menor en el caso de una mala situación económica. Por último, es importante destacar que la desafección ciudadana se ha relacionado en buena medida con la movilización de los jóvenes. Nuestra hipótesis al respecto es que la edad será un elemento importante de desafectos y críticos, especialmente, en 2012 (H6). Como en apartados anteriores, para contrastar las hipótesis hemos recurrido a regresiones multinominal es para estudiar la distribución de la variable dependiente de nuestro análisis. Es importante dedicar un poco de tiempo a la descripción de las peculiaridades de cada uno de los cuatro modelos. El primero de ellos, tanto en 2002 como en 2012, tiene como únicas variables independientes las referidas a las actitudes hacia la democracia. Esto es así debido a que el modelo se basa en la asunción de que satisfacción, legitimidad y desafección son dimensiones diferenciadas, (Montero, Gunther, Torcal, 1997), como se ha sostenido previamente y como muestra su estudio de manera separada en el análisis longitudinal de la sección anterior. Para los modelos segundo y tercero (2012) estas variables han sido sustituidas por las variables políticas, ideológicas, de participación política, variables sociodemográficas y la variable condición de desempleado (que expresa la satisfacción con la economía) como factor económico. En el último modelo, para ambos casos, se han incorporado la totalidad de las variables. Coincidiendo con Monthero, Gunther y Torcal (2007), hay una relación entre desafección y satisfacción con la democracia. Pese a que todos los conceptos están relacionados, lo que nos interesa aquí es establecer una relación causal entre aquéllos. La teoría nos indica que, ante la presencia de desafección, es muy probable que observemos una caída en los valores de legitimación del sistema. A la luz de esta teoría, hemos tratado de contrastar la siguiente hipótesis: existe una relación negativa significativa entre desafección y legitimidad, así, ante un aumento de la desafección política se produce un descenso de la legitimidad del sistema (H7). Surge, ahora, una pregunta importante acerca de las distintas dimensiones a que estamos haciendo referencia. En la literatura, hay dudas inevitables sobre si los ciudadanos son capaces en la evolución y separación de los conceptos. En muchos casos, los ciudadanos toman, para su evaluación del sistema, la acción del gobierno como referente y base de su reacción. Así, no están, en verdad, reaccionando ante el sistema. En algunos países del sur de Europa, como España, cabría esperar, no 87 obstante una valoración del sistema que se basara más en esto que en la acción del gobierno, debido a la memoria aún reciente de regímenes autoritarios. Otra teoría nos dice que las malas condiciones económicas pueden generar una valoración negativa del sistema, y conducir, con ello, a la no legitimación de la democracia. A la luz de nuestras conclusiones, tal teoría no es válida para el caso español, puesto que en España, una valoración negativa del sistema no se relaciona directamente con la valoración como negativa de la situación de la economía y el descontento que ello acarrea. El porcentaje de españoles descontentos con la situación económica no busca, de acuerdo con nuestros resultados, alternativas al régimen democrático. Si bien es cierto que no votaron al partido en el gobierno o reclaman un cambio en el mismo, ello no implica la demanda de un cambio de régimen. Por todo ello, estamos en condiciones de rechazarla hipótesis H6.1. Sostiene Mair que, mientras el sistema mantenga la sensibilidad y la receptividad hacia las demandas sociales, pervivirá. Siguiendo con esto, si bien la democracia no va a verse cuestionada a causa del descontento, la participación electoral podría bajar significativamente. Tanto en 2002 como en 2012, hay una relación significativa entre participación política electoral y desafección. Resultados En este apartado estamos trataremos fundamentar nuestros planteamientos, así como de explicarlos, empleando modelos multilogísticos que incluyen distintas variables independientes. En este análisis, se incluyen, además, variables de carácter sociodemográfico, variables de participación electoral y política en general y variables relativas a la ideología. La tabla 2.10 muestra nuestros modelos para 2002, mientras que la tabla 2.11 expone los resultados de 2012. La categoría de referencia para los distintos tipos de desafección es cives, es decir, ciudadanos con interés y confianza en la política. Utilizando los datos del CIS y ESS, tenemos los modelos pre-crisis de 2002, y para 2012 los modelos durante la crisis económica, lo cual nos brinda la oportunidad de proceder a la comparación. Se presentan 3 modelos para 2002; para 2012, cuatro. La causa de esta diferencia radica en que la variable satisfacción con la economía, presente en las encuestas ESS, no existe para la encuesta del CIS que estamos utilizando. Empezaremos con la relación que existe entre la satisfacción con la democracia y la desafección. Hay una relación inversa y muy significativa entre estos conceptos para los críticos y los desafectos, de forma que cuanto más mayor es la satisfacción con la democracia, menor es la desafección. Esto se cumple en 2002 y también en 2012. Los críticos, con respecto a los cives, en cualquier caso, presentan menor satisfacción con la democracia. Además, votan menos, pero 88 participan más en otro tipo de actividades, como los boicots. Generalmente, se posicionan más a la izquierda, y sus niveles de confianza son menores. De acuerdo a lo esperado, la satisfacción con la democracia tiene un importante impacto en los distintos tipos. El descontento es determinante para críticos y desafectos tanto antes como durante la crisis económica. Sin embargo, hay algo que es necesario destacar y es que el impacto de la insatisfacción con la democracia en 2002 es mayor en los desafectos, mientras que en 2012 ésta tiene un efecto más relevante en los críticos. Según esto, no podemos descartar la primera de nuestras hipótesis totalmente pues sí que hemos visto que existe una relación importante entre desafección y descontento. Sin embargo, en 2012, es más fuerte para los críticos que para los desafectos. Los desafectos son, precisamente, el más importante de nuestros grupos de análisis. Los actos y reacciones que muestran merecen un análisis completo. Si nos fijamos en los aspectos sociodemográficos, podemos ver una relación entre educación y desafección. Existe también una relación entre religión y desafección. En comparación con los cives, si bien sus niveles de desafección son mayores, presenta, por el contrario, niveles de educación inferiores. Además, en comparación con los cives, votan menos (especialmente por el candidato del partido en el gobierno) y recurren en menor medida al contacto con políticos. Cuando nos fijamos en los deferentes, también éstos revelan menores niveles de satisfacción. Entre ellos encontramos a más desempleados y jóvenes. Además, muestran menores niveles de educación y una mayor religiosidad. Con respecto a la dimensión participación política, ni votan ni realizan trabajo voluntario. Pero, sorprendentemente, contactan con los políticos y participan en las manifestaciones. Votan más por el candidato del partido en el gobierno y entre ellos se aprecian niveles mayores de confianza. De acuerdo con los resultados, vemos que los factores económicos tienen un impacto bien distinto en 2002 y en 2012. Mientras que el hecho de estar desempleado en 2002 tenía un efecto significativo en los deferentes, con la crisis económica la huella de las variables económicas se torna relevante también para las categorías críticos y desafectos. En ambos casos, el estar desempleado tiene un efecto mayor que antes de la crisis. En consonancia con lo esperado, desafectos y deferentes participan menos en la política que el grupo cives. Sin embargo, llama la atención que no se observen diferencias significativas en cuanto a la participación política de los críticos con respecto de los cives. Esto nos conduce a pensar que las movilizaciones ciudadanas que son imagen frecuente de la actual crisis económica tienen como protagonistas tanto a ciudadanos críticos como a los que confían en la política y se interesan por ella. 89 Resulta curioso, sin embargo, que existe un cambio en cuanto a la participación electoral. Mientras que tanto críticos como deferentes y desafectos votaban menos que los cives en 2002, la crisis ha provocado que las diferencias de participación entre críticos y cives no sean significativas. De forma similar, la participación no convencional de los críticos no es distinta a la del 2002. Si acaso, parece que tomar parte en boicots habría perdido importancia en 2012. Esto puede interpretarse como que los “críticos” han dejado de participar en boicots y por eso no son significativamente distintos en 2012 (modelos 3 y 4) de los cives, o como que los boicots son ahora más frecuentes entre los cives (la explicación más plausible, a la vista de los coeficientes negativos de boicot para deferentes y desafectos respecto de los cives) Por otro lado, votar al partido en el gobierno en 2002 era menos frecuente entre deferentes y desafectos con respecto a los cives que en 2012. Los críticos, por tanto, no parecían tener diferencias significativas con los civesen cuanto al voto por el PP. Sin embargo, el panorama es bien distinto en 2012. Con la depresión económica, vemos que el haber votado por el partido en el gobierno no tiene efecto en la desafección. No ocurre así con la ideología, que es significativa en el caso de los críticos. Considerarse de derechas hace que resulte menos probable pertenecer a la categoría de críticos que a la de cives. Finalmente, la edad es la variable sociodemográfica que más nos llamaba la atención, por el carácter de las protestas ciudadanas. Aunque se verá en más detalle en un capítulo siguiente, vemos que el ser joven en 2002 estaba asociado con unos niveles menores de indiferencia y mayor pertenencia a la categoría cives. Por el contrario, el efecto de la edad parece ser distinto para 2012, cuando vemos que los jóvenes son más cives que críticos.22 No podemos dejar de analizar los resultados de otra de las variables sociodemográficas de nuestros modelos: la religiosidad. En 2002 a mayor religiosidad, se es menos crítico o más deferente. Durante la crisis, la religiosidad no tiene un efecto significativo en los deferentes, pero sí en los críticos y desafectos, de modo que estos son menos religiosos que los cives. 22Hay que decir que tanto para los modelos de descontento democrático y legitimidad como para estos de desafección probamos a introducir la variable de edad como dummies por grupos de edad, tratando de ver si la aparente irrelevancia de la edad se debía a que no existía una relación lineal y que, de esta manera, podría salir a la luz. Sin embargo, los resultados son equivalentes a los que obtenemos al introducir la variable continua, por lo que optamos por mantenerla tal cual estaba. 90 Tabla 2.10 Determinantes de la desafección política en España. Coeficientes de regresión logística multinomial 2002 Críticos a Model 1 Constante ,049 Satisfacción con democracia Model 2 1,158 ** -1,197*** Deferentes a Model 3 Model 1 1,617 *** -1,032 *** Model 2 ,611 *** -,205 Disafectos a Model 3 2,043 *** * 2,079*** Model 1 1,346*** -,164 -1,376*** -,121 -,375 ,077 ,403 ,033 Model 2 Model 3 3,369 *** 3,877 *** -1,266 *** Legitimidad A veces un régimen autoritario b A la gente como yo no le importa b ,262 ,626 -,535 -,309 * -,089 ,649 ** ,174 Factores económicos Satisfacción con economía Desempleado -,183 -,200 ,424 ** ,431 ** ,212 ,207 -,001 -,003 -,009 ** -,010 ** -,003 -,005 ,146 ,153 -,819 *** -,837*** -,996 *** -,976 *** ,067 ** ,068 ** -,035 -,022 Sociodemográficas Edad Educación:Universitaria Religiosidad -,113 ** -,097 ** Participación electoral -,493 ** -,414 -,406 ** -,384 ** -,910 *** -,827 *** Trabajo voluntario -,069 -,080 -,649 *** -,635*** -,555 *** -,580 *** Contacto político ,043 ,097 -,893 *** -,876*** -,895 *** -,777 *** Boicot ,453 ** ,405 -,385 * -,384 * Manifestaciones ,097 ,080 -,635 *** -,667*** Participación política * * ,357 * ,309 -,329 ** -,395 ** -,077 ** -,048 Política e ideología Ideología izquierda-derecha -,133 ** -,120 ** -,004 Confianza social -,122 *** -,109 ** -,095 *** -,094 ** -,203 *** -,193 *** -,436 ** -,385 ** -,985 *** -,899 *** 0,211 2890 0,27 2829 Voto PP Pseudo R2 (Nagelkerke) (n) a Ref: Cives b Ref: La democracia es siempre mejor * sig <= 0,1; ** sig <=0,05; *** sig <= 0,01 Fuente: CIS2450 0,098 3666 ,033 ,105 0,211 2890 ,270 2829 0,098 3666 0,211 2890 ,009 ,270 2829 0,098 3666 Tabla 2.11 Determinantes de la desafección política en España. Coeficientes de regresión logística multinomial 2012 Críticos a Model 1 Model 2 Model 3 Model 4 Constante 2,481 *** 2,062 *** 2,613 *** Satisfacción con democracia -,470 *** -,363 *** -,620 * Deferentes a Disafectos a Model 1 Model 2 Model 3 Model 4 Model 1 Model 2 Model 3 Model 4 3,188 *** ,605 *** 2,439 ** 2,754 *** -,024 -,073 -,414 *** -,344 *** -,634 -,107 -,462 -,255 -,631 * -,925 1,001 ** ,490 ,958 ** ,439 2,352 *** 2,469 *** 4,083 *** 4,616 *** 4,984 *** Legitimidad A veces un régimen autoritario b A la gente como yo no le importa b -,859 Factores económicos -,373 *** Satisfacción con economía ,782 ** Desempleado -,243 *** -,056 ,579 * ,394 -,027 -,330 *** ,363 ,700 ** -,207 *** ,565 ** Sociodemográficas Edad ,011 * ,012 * ,017 ** -,004 -,003 ,000 ,002 Educación:Universitaria -,048 -,108 -,155 -,878 *** -,910 *** -,843 *** -,978 *** -1,029 *** Religiosidad -,127 *** -,114 ** -,088 ** ,000 ,000 ,006 -,102 ** -,089 ** -,064 * Participación electoral ,030 -,040 -,090 -,532 * -,550 ** -,581 ** -,685 ** -,759 ** -,765 ** Trabajo voluntario ,154 ,098 ,143 -,186 -,179 -,204 -,300 -,354 * -,311 Contacto político -,098 -,090 -,170 -,941 *** -,932 *** -,925 *** -,601 ** -,588 ** -,662 ** Boicot ,371 * ,196 ,139 -,587 ** -,600 ** -,620 ** -,018 -,198 -,239 Manifestaciones ,177 ,089 -,004 -1,227 *** -1,240 *** -1,273 *** -,571 ** -,659 ** -,723 *** Ideología izquierda-derecha -,195 *** -,143 ** -,106 ** -,046 -,032 -,019 -,084 * -,037 ,002 Confianza social -,188 *** -,146 ** -,110 ** -,047 -,045 -,031 -,238 *** -,196 *** -,155 ** Voto PP -,116 -,127 ,024 -,139 -,155 -,142 -,242 -,250 -,101 0,27 1467 0,32 1465 0,382 1434 0,27 1467 0,32 1465 0,382 1434 0,27 1467 0,32 1465 0,382 1434 ,002 ,007 -,990 *** Participación política Política e ideología Pseudo R2 (Nagelkerke) (n) a Ref: Cives 0,212 1684 0,212 1684 0,212 1684 b Ref: La democracia es siempre mejor * sig <= 0,1; ** sig <=0,05; *** sig <= 0,01 Fuente: ESS2012. 92 A modo de recapitulación de esta sección, podemos aseverar que, como resultado de la crisis económica que comenzó en 2008, las actitudes hacia la democracia se han visto afectadas. Debido a su intensidad, duración y a su contexto europeo, la depresión económica actual ha tenido un impacto que ha trascendido más allá de lo puramente económico. Al comparar 2002 y 2012 hemos podido evaluar los cambios en las dimensiones actitudinales individuales de la democracia, confirmando, además, cierto grado de independencia de las mismas. En primer lugar, la satisfacción con la democracia es la dimensión más afectada por las cuestiones económicas. El efecto de los factores económicos es mayor en 2012, algo que está en concordancia con nuestras expectativas iniciales. Esperábamos que en una época de prosperidad, la economía no jugase un papel determinante, mientras que, con la llegada de la depresión económica, podía preverse una mayor asociación entre el descontento democrático y la insatisfacción con la economía. Resulta también significativo el efecto de haber votado por el partido en el gobierno, de modo que tanto antes como después de la crisis el haber votado por él tenía un efecto positivo en la satisfacción con la democracia. Resulta llamativo, sin embargo, cómo este factor incrementa su efecto en 2012 frente a 2002 e, igualmente, resulta destacable cómo se relaciona el voto al Partido Popular con las demás variables. Si en 2002 el haber confiado el voto al partido que finalmente ganó las elecciones tenía un efecto positivo en la satisfacción con la democracia, también en ese momento el haber votado por el Partido Popular tenía un efecto positivo en la preferencia de un régimen autoritario frente a uno democrático. Este impacto en la legitimidad democrática pierde significación con la crisis, pero se mantiene el de la ideología. La legitimidad con la democracia parece ser la dimensión más fuerte frente a las convulsiones económicas. Podemos esperar una mayor estabilidad de ésta en comparación con el descontento democrático y la desafección. Sin embargo, sí que podemos ver que aquellos que prefieren la democracia como mejor sistema de gobierno son más críticos que en 2002. En este sentido, es necesario destacar cómo el análisis de la desafección ha revelado el avance de un ciudadano más crítico. Mientras que el porcentaje de ciudadanos deferentes ha caído nueve puntos, los críticos son el grupo que más se ha incrementado, doblando su porcentaje. En este sentido, el análisis de la desafección ha puesto de manifiesto la existencia de un nuevo protagonista. Un ciudadano que prefiere la democracia frente a otras formas de gobierno pero que desconfía de la política. 93 Conclusiones A lo largo de este capítulo hemos tratado de dar respuesta a una pregunta amplia acerca del impacto de la crisis económica sobre las actitudes hacia la democracia. En primer lugar hemos establecido la necesidad de hacer una distinción conceptual entre las dimensiones del descontento o insatisfacción, el apoyo o legitimidad y la desafección política. Esta precisión teórica tiene su reflejo en el estudio empírico de las actitudes hacia la democracia en España. Así, en contra de algunas asunciones previas en la literatura, nuestro análisis empírico muestra que el descontento, la legitimidad y la desafección política son dimensiones en gran medida independientes. Entre ellas, el descontento con el funcionamiento de la democracia es la dimensión con una mayor variabilidad. Por su parte, la legitimidad y la desafección se muestran mucho más estables a lo largo del periodo analizado. Además, cada una de estas dimensiones parece responder de forma diferenciada a distintos cambios en el contexto económico y político. Mientras que el descontento resulta especialmente sensible al deterioro de la situación económica, el apoyo a la democracia aparece más marcado por factores políticos y de gobierno. Esta sensibilidad a factores políticos aparece especialmente señalada entre los votantes más conservadores. Pareciera como si en alguna medida los votantes de AP/PP condicionaran su apoyo a la democracia a la suerte electoral de su partido. Por otro lado, la crisis económica parece haber estimulado la aparición de un perfil de ciudadanos más críticos. Este perfil crítico apoya la democracia frente a cualquier tentación autoritaria y tiene gran interés en la política, pero desconfía de las instituciones políticas actuales. En suma, lejos de dar la razón a aquellos que ven en la actual crisis económica una amenaza seria para la legitimidad democrática en España, en este capítulo hemos constatado la aparición de un nuevo perfil de ciudadanos críticos cuya aspiración -e indignación-política, en nuestra opinión, señala justo en el sentido opuesto a cualquier tentación autoritaria. 94 Capítulo 3. ¿Cómo se relaciona la ‘generación de la crisis’ con la política? Las actitudes y comportamientos de jóvenes y desempleados. La crisis económica actual está afectando a la forma en la que los ciudadanos españoles se relacionan con la política. Por un lado, las instituciones políticas están siendo cuestionadas (la percepción de los partidos políticos ha caído a mínimos históricos, situándose como el tercero de los principales problemas de España, de acuerdo con las últimas encuestas). Por otro lado, algunos indicadores suponen un hallazgo contrario a lo que se ha entendido como una sociedad desafecta: la frecuencia de discusiones políticas, los niveles de interés por la política, y el consumo de información política ha aumentado significativamente durante este periodo. La crisis ha afectado particularmente a los jóvenes por el dramático incremento del desempleo juvenil. Además, los jóvenes son más permeables a transformaciones sociales dado que tienen una experiencia vital limitada. ¿Están los jóvenes de hoy sintiendo la crisis en mayor medida que el resto de la sociedad, en lo que se refiere a sus actitudes políticas y a sus formas de participación? ¿La relación con la política de los desempleados está siendo más afectada por el contexto económico dada la creciente dificultad para encontrar un trabajo? Para responder estas cuestiones, este trabajo presenta una exploración longitudinal de las actitudes y comportamiento de los jóvenes antes y durante la crisis económica con particular atención a los desempleados. 95 Introducción Desde el comienzo de la crisis económica, se han hecho visibles cambios en las actitudes y comportamientos políticos de los españoles. Por ejemplo, desde 2009 ha aumentado el porcentaje de personas que consideran a los políticos como uno de los principales problemas del país, por detrás de la economía y el desempleo (gráfico 3.1). Asimismo, la satisfacción con el funcionamiento de la democracia ha disminuido de forma notoria, y lo mismo puede decirse de la confianza en las instituciones políticas. Aunque junto a estos indicadores de creciente distanciamiento entre los ciudadanos y la política, hay señales como el aumento de la participación en actos de protesta (manifestaciones, firma de peticiones y huelgas), un creciente interés por la política, o un aumento de las discusiones políticas; y también se observan incrementos en el seguimiento de la información política que ofrecen los medios de comunicación23. Gráfico 3.1. Principales problemas de España (1985-2013). Fuente: Elaboración propia a partir de los datos del CIS. Accedido el 22 de agosto de 2013. http://www.cis.es/opencms/-Archivos/Indicadores/documentos_html/TresProblemas.html 23 Datos del CIS disponibles en www.cis.es. No los mostramos aquí por motivos de espacio. 96 Una de las consecuencias más dramáticas de la crisis financiera es el alto desempleo juvenil. Desde que el paro comenzó a despuntar a mediados de 2008, los más afectados por esta situación han sido los jóvenes de 15 a 19 años. Esta tendencia viene seguida por las siguientes categorías de edad, los jóvenes de entre 20 y 24 años y los de 25 a 29 años. En todos los casos, el nivel de desempleo es claramente superior a la media de la sociedad española (ver gráfico 3.2). La situación en 2009 ya era dramática si atendemos a los altos porcentajes de desempleo: 54%, 31% y 21% en los comienzos de 2009 en cada uno de los grupos respectivamente comparados con la media de desempleo total en España, de un 17%. Dos años después, antes de las elecciones generales de noviembre de 2011, estos porcentajes llegaban al 60%, 42% y 26% respectivamente. Y han continuado aumentando desde entonces. Gráfico 3.2. Evolución del desempleo en distintas edades en España (1998-2013). Fuente: elaboración propia a partir de datos de Eurostat. Accedido el 7 de agosto de 2013. http://epp.eurostat.ec.europa.eu/portal/page/portal/employment_unemployment_lfs/data/database 24. El fenómeno de un aumento continuado del desempleo entre los jóvenes españoles ha sido especialmente frustrante para una generación que puede ser considerada una de las generaciones con un nivel educativo más alto en la historia de España. De hecho, esa frustración y rabia explotaron el 15 de mayo de 2011, a través de un movimiento sin precedentes conocido 24 En España la edad legal para trabajar es de 16 años. Así, el primer grupo comprendido entre 15 a 19 años debe entenderse en realidad en el rango de edad entre 16 a 19 años. 97 como el movimiento de Los Indignados. Aunque personas de todas las edades estuvieran representadas en este movimiento, los más jóvenes estuvieron especialmente presentes (Martín, 2013; Castells, 2012; Anduiza, Mateos and Martín, próximamente). Las demandas de los grupos que organizaron la manifestación del 15 de mayo tenían que ver con el deterioro de las perspectivas para encontrar trabajo y tener la posibilidad de vivir dignamente para una generación en edad de acceder al mercado de trabajo25. Al mismo tiempo, demandaban cambios en un sistema político que sentían que no les representaba. Las actitudes y comportamientos políticos de los jóvenes en España ya han sido analizadas (por ejemplo, García-Albacete y Martín, 2011); aun así, ningún estudio previo se ha dirigido a conocer cómo afecta a los jóvenes españoles la crisis política y económica por la que atraviesa el país. Basándonos en investigaciones previas sobre socialización política e investigaciones sobre el comportamiento político, es de esperar que las actitudes y comportamientos políticos de los jóvenes españoles se hayan visto particularmente afectados por la crisis. En primer lugar, como acabamos de ver, la crisis económica ha sido especialmente grave para las perspectivas de los jóvenes de entrar en el mercado laboral. En segundo lugar, los jóvenes son más permeables a los cambios sociales al tener una experiencia vital más limitada26. Además hay estudios que muestran cómo los cambios de actitudes o comportamientos que se producen cuando los ciudadanos son jóvenes, cristalizan durante los primeros años de la vida adulta, caracterizándose después la continuidad más que por el cambio: por la persistencia (Kinder y Sears, 1985; Sears y Funk, 1999: 22).Por estas razones planteamos a continuación las dos preguntas que guían nuestro estudio: ¿están los jóvenes de hoy sintiendo la crisis en mayor medida que el resto de la sociedad, en lo que se refiere a sus actitudes políticas y a sus formas de participación? ¿Y los desempleados, su relación con la política está siendo más afectada por el contexto económico dada la dificultad para encontrar un trabajo? Aunque no todos los jóvenes están desempleados, muchos de ellos lo están. Proponer esta pregunta sobre el desempleo en general en paralelo otra pregunta que se refiere a los jóvenes, nos permite ver qué parte de los cambios que están ocurriendo entre los jóvenes tienen que ver con su posición en el mercado de trabajo, y además, compararles con otro grupo que, en esta crisis, está en una posición de gran fragilidad. Para analizar el efecto de la crisis sobre la implicación política de jóvenes y desempleados, este trabajo revisa lo que podemos esperar sobre cómo las transformaciones sociales ―y particularmente la crisis económica― podrían afectar a las actitudes y 25 De hecho, las características del movimiento de Los Indignadosse asemejan con el tipo de movilizaciones no estructuradas que sostienen normalmente los desempleados (Lorenzini y Giugini, 2012: 334). 26Para una revisión de los enfoques sobre adquisición, cambio y persistencia de actitudes y comportamientos políticos, ver Dinas (2013) o Sears y Valentino (1998). 98 comportamientos de los jóvenes. En segundo lugar, comprobamos estas expectativas examinando si algunos de los síntomas de los que hemos hablado (insatisfacción con la democracia, desconfianza en las instituciones, cambio en el interés por la política y en la participación en actividades de protesta) son visibles entre las generaciones más jóvenes y entre los desempleados en la misma medida que en el resto de la sociedad; o si los jóvenes y los desempleados están particularmente afectados por la crisis dado que son grupos más sensibles al contexto. Si este fuera el caso y jóvenes y desempleados estuvieran más afectados por el contexto, concluiríamos que la crisis económica ha contribuido a aumentar las desigualdades entre la población más joven y el resto, y entre los desempleados y los empleados. Con el fin de testar estos cambios, en primer lugar, presentaremos análisis bivariados para proceder, después, a confirmar los resultados con regresiones multivariadas. Como anticipábamos, encontramos cambios relevantes en las actitudes y comportamientos de los jóvenes, aunque no exactamente entre el grupo de menor edad. También hay evidencia de que la crisis económica está creando nuevas brechas entre los ciudadanos que tienen un trabajo y los desempleados. Finalmente, identificamos una nueva diferencia dentro del grupo de los más jóvenes cuando, dentro de ese grupo, comparamos a aquellos que tienen un trabajo con los que están en situación de desempleo. El efecto de la crisis financiera en las actitudes y comportamientos políticos de los jóvenes: expectativas. Hay dos razones importantes para pensar que la situación económica ha afectado particularmente a las actitudes y comportamientos políticos de los ciudadanos más jóvenes: el hecho de que están socializándose políticamente durante sus años de formación y aprendizaje político (años formativos) y los altos niveles de desempleo. Si atendemos a lo que la literatura de la socialización política nos ha enseñado, varios estudios han mostrado que los individuos están afectados por su contexto social y el momento histórico en el que crecen. En particular, en los años en los que se someten a procesos de aprendizaje político. En otras palabras, los ciudadanos jóvenes son los más influenciables por las transformaciones en sus condiciones sociales, pues están teniendo sus primeros contactos con el sistema político. Esto provoca que diferentes cohortes tengan diferentes actitudes y orientaciones hacia la participación política con autonomía relativa al momento del ciclo vital en el que estén los individuos (por ejemplo, Jennings y Niemi, 1981: 380; Jennings y Niemi, 1974: 333; Kinder y Sears, 1985: 724). Por otra parte, los valores y actitudes que se desarrollan durante los años formativos persisten a lo largo del ciclo vital (para una revisión, ver Kinder y Sears, 1985 o Sears y Funk, 1999). Por esta 99 razón, los jóvenes sirven de pronóstico para lo que está por venir. Esperamos, por tanto, que las cohortes más jóvenes se hallen particularmente afectadas en su relación hacia la política teniendo en cuenta la pésima situación de la economía los últimos años. El segundo argumento se refiere a la relación entre actitudes, participación y estado laboral. Hay varios mecanismos por los cuales estar empleado o desempleado puede influir en el comportamiento y las actitudes políticas. Entrar en el mercado laboral es un paso crucial en la adquisición de responsabilidades adultas, y el lugar de trabajo facilita que los individuos entren en contacto con importantes redes de movilización política (Lane, 1959: 218; Verba y Nie, 1972; Strate et al., 1989). Una vez empleada, la persona desarrolla ciertos recursos y el entorno laboral provee redes sociales (Verba et al., 1995). Además, algunos determinantes de la participación política como la seguridad económica y los recursos dependen de las condiciones laborales de los individuos (Lane, 1959: 218; Verba y Nie, 1972). Así, teniendo en cuenta estos mecanismos directos e indirectos, el entorno laboral funciona como un agente socializador (Sigel, 1989). No hay consenso en la literatura en la relación del impacto de estar desempleado sobre la participación política. De un lado, el desempleo implicaría mayores dificultades económicas. La inseguridad económica y tener menos recursos puede ser visto como un factor que incrementa los costes de implicarse en política (Rosenstone, 1981). Pero, por otro lado, el desempleo se asocia normalmente con mayor tiempo disponible y como una motivación para cambiar las cosas. Los ciudadanos desempleados pueden culpar al gobierno y acudir a la protesta en busca de una solución para la situación que atraviesan, y esto desembocaría en una participación más alta (Lipset, [1960]1981: 192). Por ejemplo, Parry et al. (1992: 122) descubrieron que, teniendo en cuenta sus bajos niveles de recursos, los desempleados muestran, en realidad, una tendencia razonablemente alta hacia el activismo político. Arceneaux (2003) también muestra que los que afrontan dificultades económicas son más proclives a votar porque es una forma de castigaral gobierno por los resultados de la economía. Si miramos las explicaciones de la literatura globalmente, por tanto, no es fácil interpretar la relación entre desempleo y participación política y, como sugerían Parry et al, (1992: 122) diferentes explicaciones y mecanismos podrían aplicarse a distintos casos individuales. Los autores que se han centrado en la relación entre empleo e implicación política entre los jóvenes han llegado a conclusiones divergentes. Por ejemplo, algunos han encontrado que los jóvenes desempleados son más proclives a participar en acciones violentas e ilegales, están menos implicados en grupos organizados, tienden más a la apatía y la resignación, están menos satisfechos con el funcionamiento de la democracia, menos interesados en política y hablan menos de política (para una revisión ver Lorenzini y Gaugni, 2012: 335; Bassoli y Monticelli, 2011: a; Bay y Blekesaune, 2002). Sin embargo, otros autores han encontrado que los jóvenes 100 desempleados eran bastante similares a los desempleados en términos de su participación política, institucional o no, a través de protestas o vía capital social (Lorenzini and Giugni, 2012; Lorenzini 2012)27. Como decíamos, cabe pensar que la crisis económica ha alterado las actitudes y comportamientos políticos de los ciudadanos más jóvenes, pero la dirección de estos cambios no está clara. Hay diferentes escenarios posibles con diferentes implicaciones cada uno. Bien podríamos encontrar que los jóvenes y/o empleados están volviéndose más desafectos políticamente en comparación con el resto de la sociedad, desarrollando actitudes como desconfianza, insatisfacción con la democracia, y aumentando su apatía en participar en política. Si este fuera el caso, esta generación podría no sólo estar excluida del mercado de trabajo a causa de la crisis económica, sino trasladar esa exclusión al ámbito político. Una consecuencia de esta realidad podría ser que las decisiones políticas que se tomen en los próximos años, y que tendrán un impacto crucial en su futuro, se van a tomar sin que participen o influyan en ellas. Otro escenario posible es que los jóvenes se estén convirtiendo en ciudadanos especialmente críticos dadas su edad, nivel de educación y situación laboral. En este caso, los jóvenes estarían más implicados políticamente que anteriores generaciones. Tendrían, por tanto, actitudes políticas que serían críticas hacia la política pero participarían en ella. En este caso, se espera un aumento de la protesta de los jóvenes en tanto que los efectos de la crisis económica permanezcan y continúen afectando a este grupo en particular. Un último escenario es aquél en el que no haya diferencias entre los jóvenes y/o los desempleados y el resto de la población, y que los cambios están afectando a todos los ciudadanos de forma similar. Los cambios en las actitudes y la participación políticas en el contexto de la crisis económica. Para explorar el impacto de la crisis económica necesitamos un estudio longitudinal. Hemos seleccionado cuatro encuestas que son representativas de la población española teniendo en cuenta el periodo en el que fueron realizadas y la disponibilidad de los indicadores para diferentes actitudes y comportamientos28. Los datos más recientes disponibles son un barómetro de octubre de 2011 y el estudio panel pre y post electoral que se hicieron con motivo de las 27 Algunos autores se han centrado también en el impacto de la precariedad laboral, mostrando que los jóvenes con trabajos precarios pueden llegar a ser más activos políticamente que los empleados y los desempleados, más interesados por la política, satisfechos y con mayor confianza institucional (Bassoli y Monticelli, 2011: 29). 28 Todas las encuestas fueron realizadas por el Centro de Investigaciones Sociológicas. Los estudios son: CIS-2450, CIS-2736, CIS-2914 y CIS-2915/2920. Los datos y el resto de documentación está disponible online en http://www.cis.es. 101 Elecciones Generales de 201129. Comparamos los resultados de 2011 con los de un estudio realizado en octubre de 2007, previo al comienzo de la crisis financiera. Además, para controlar la posibilidad de cambios excepcionales en 2007, y como un test que permita aumentar la confianza en nuestras conclusiones, incluimos en los análisis una encuesta anterior, de marzo de 2002. En cuanto a los indicadores que medimos, estos cubren diferentes dimensiones de la cultura política de un país. En concreto, examinamos los cambios que ocurren en las siguientes actitudes políticas: confianza política (medida por la actitud de confianza hacia los partidos políticos), interés por la política, satisfacción con el funcionamiento de la democracia, y la identificación partidista. Los dos primeros, confianza institucional e interés por la política, son parte de un grupo de actitudes que han sido identificadas por compartir características comunes (Montero, Gunther y Torcal, 1997). Aunque lo interesante será comparar y enfrentar ambas, ya que han seguido tendencias distintas a lo largo de los últimos años. La satisfacción con la democracia es un indicador diferente de los anteriores, más relacionada con el contexto político, más oscilante que la confianza política, el interés por la política o la identificación partidista. También hemos seleccionado dos formas de participación política no institucional que han sido utilizadas frecuentemente por los ciudadanos en los últimos años: participación en manifestaciones y firma de peticiones. Por último, analizaremos también la participación electoral para comprobar si diferentes formas de participación están canalizando las desigualdades sociales por vías diferentes. En un primer momento, compararemos las actitudes y comportamientos de los ciudadanos españoles de la misma edad antes y después de la crisis económica. De esta forma podemos controlar por el periodo del ciclo vital en el que se encuentran los ciudadanos. Por ejemplo, si en 2007 (antes de la crisis) los ciudadanos que tenían 25 años estaban tan satisfechos con la democracia como lo estaban los ciudadanos de mayor edad, pero en 2011 (durante la crisis) los ciudadanos de 25 años están menos satisfechos que el resto, podremos concluir que la crisis está teniendo un impacto en sus actitudes políticas30. Antes de analizar los gráficos, es importante tener en cuenta que las encuestas analizadas preguntan a ciudadanos de 18 años en 29 Estos dos estudios de 2011 serán usados alternativamente de acuerdo con los datos disponibles. El hecho de que la participación política sea diferente en las distintas etapas del ciclo vital y que se retrase la transición a la vida adulta implica una demora en el inicio de los jóvenes en actividades políticas (véase García-Albacete, próxima publicación). Hay que tener especial cuando se comprara a jóvenes de distinta edad porque una pequeña diferencia de años no significa necesariamente que se encuentren en una situación diferente de su ciclo vital. Por ejemplo, porque los roles adultos se hayan retrasado en algunos años, por ejemplo, entre 2002 y 2007 y tener 25 años en 2002 suponga lo mismo que tener 27 en 2007. No obstante, en este trabajo comparamos ciudadanos de la misma edad. Esta decisión está guiada por el pequeño intervalo de tiempo que estamos analizando (menos de 10 años) y porque uno de nuestros principales centros de interés (el desempleo) está directamente relacionado con la transición a la vida adulta. Así, usando diferentes edades para comparar la misma etapa del ciclo vital podríamos confundir los efectos de la crisis económica y el desempleo y sus repercusiones en el ciclo vital. 30 102 adelante por lo que el grupo más afectado por el crecimiento del desempleo (de 15 a 19 años) no está plenamente representado en los análisis. Los gráficos 3.3 a 3.8 ilustran la relación bivariada entre edad y las actitudes y comportamientos políticos a los que nos referimos con antelación31. Vemos cómo en 2011, en comparación con el periodo anterior a la crisis (2002 y 2007), todos los ciudadanos ―con independencia de que sean jóvenes― están menos satisfechos con el funcionamiento de la democracia, desconfían más en los partidos políticos que antes de la crisis, han asistido más a manifestaciones y firmado más peticiones (ver gráficos 3.3 a 3.8). También y contrariamente a lo que esperábamos, observamos cómo el interés por la política aumenta en todos los tramos de edad. Hay, entonces, señales de que ciertas actitudes como la desconfianza en instituciones políticas y la indiferencia, que aún consideramos parte del mismo síndrome de desafección política, están siguiendo diferentes caminos a día de hoy. De media, no hay claras diferencias si atendemos a la participación electoral (ver gráfico 3.9). Estos gráficos también muestran que ―con excepción del interés por la política― los cambios observados en 2011 son especialmente intensos entre los jóvenes. Aunque no detectamos nada particular entre los más jóvenes, sí que existen cambios interesantes en el grupo de jóvenes que tienen entre 25 y 35 años, aproximadamente. Así las cosas, estos resultados no van a favor de la hipótesis según la cual las transformaciones sociales tienen un impacto más fuerte en aquellos ciudadanos con menor experiencia política32. Por el contrario, los resultados descriptivos iniciales podrían indicar la importancia del momento concreto del ciclo vital en el que se encuentran los ciudadanos. El hecho de que los cambios sean más intensos entre el grupo de 25 a 35 años aproximadamente podría estar relacionado con sus condiciones económicas, porque estén en una etapa determinada de su vida con más responsabilidades, como tener a cargo hijos. Analizaremos entonces cómo se relaciona la situación laboral con las actitudes y comportamientos políticos para conocer si los desempleados después de la crisis están sufriendo cambios actitudinales y en comportamientos en mayor medida que empleados. Para esta exploración, compararemos las actitudes y comportamientos de todos los encuestados en cinco situaciones laborales: empleados, jubilados, desempleados, estudiantes y amos de casa. 31 Se usan regresiones locales polinómicas ponderadas (lowess) para explorar las tendencias en las actitudes y comportamientos políticos a través de la edad sin imponer una forma funcional a los datos. 32 En el gráfico 7 podemos ver que si atendemos a la participación en manifestaciones, la edad media de los más implicados es más baja que cuando analizamos quiénes firman peticiones, u otras actitudes políticas. 103 Gráfico 3.3. Satisfacción con el funcionamiento de la democracia a través de la edad y en el tiempo (2007 y 2011). 6 5.5 5 2007 2011 4.5 20 40 60 80 100 Age Gráfico 3.4. Confianza en los partidos políticos a través de la edad y en el tiempo (20022011). 4 3.8 3.6 3.4 3.2 2002 2007 2011 3 20 40 60 80 100 age 104 Interest in politics Gráfico 3.5. Interés por la política a través de la edad y en el tiempo (2002 y 2007). 1.2 1 .8 .6 .4 2002 2007 2011 .2 20 40 60 80 100 age Gráfico 3.6. Identificación partidista a través de la edad y en el tiempo (2007 y 2011). .6 .55 .5 .45 2007 2011 .4 20 40 60 80 100 Age 105 Gráfico 3.7. Firma de peticiones a través de la edad y en el tiempo (2002-2011). .4 Signed a petition .3 .2 .1 0 2002 2007 2011 -.1 20 40 60 80 100 age Gráfico 3.8. Participación en manifestaciones a través de la edad y en el tiempo (20022011). Demonstrations .3 .2 .1 0 2002 2007 2011 -.1 20 40 60 80 100 age 106 Gráfico 3.9. Participación electoral a través de la edad y en el tiempo (2002-2011). 1 Turnout .8 .6 .4 2002 2007 2011 .2 20 40 60 80 100 Age Los gráficos 3.10 a 3.15 presentan los niveles medios de actitudes y comportamientos políticos en relación con la situación laboral de los encuestados. La creciente insatisfacción con la democracia y el aumento de la desconfianza en los partidos políticos en 2011, en comparación con la situación anterior a la de la crisis económica, se observa en empleados y desempleados. No es este el caso, sin embargo, cuando nos referimos a los cambios en el interés por la política. Los desempleados confían menos en los partidos políticos y están menos satisfechos con el funcionamiento de la democracia que los encuestados que mantienen su puesto de trabajo. Y, lo que es más importante, esta diferencia es significativa en 2011 mientras que no lo es durante los años previos a la crisis (gráficos 3.11 y 3.12). Los empleados estaban ya más interesados por la política antes de la crisis que los desempleados. Pero la diferencia se ha hecho mayor, teniendo en cuenta que los desempleados están más interesados por la política en 2011 que antes de la crisis, mientras que no se observan cambios en los desempleados (gráfico 3.12). En lo que se refiere a la participación política más allá de las elecciones, las diferencias entre los dos grupos (empleados y desempleados) han crecido. Los parados participan menos en manifestaciones firman menos peticiones que los empleados (gráficos 3.14 y 3.15). Estas diferencias no parecen existir en su participación electoral (gráfico 3.16). Podemos ya lanzar algunas conclusiones preliminares. En primer lugar, contrariamente a lo que esperaríamos de acuerdo con los estudios sobre socialización política, las actitudes y comportamientos de la cohorte más joven no son los más afectados por la crisis, sino que los más afectados son los jóvenes pertenecientes a la cohorte siguiente. Son los jóvenes que tienen entre 25 y 35 años, quienes han cambiado en mayor medida sus actitudes, con una mayor desconfianza en las instituciones y una mayor implicación política. En segundo lugar, los datos señalan que la crisis económica ha acrecentado las desigualdades políticas entre los más 107 perjudicados por la crisis financiera (los jóvenes y los desempleados) y el resto de la sociedad. En algunos casos estas desigualdades existían ya, en otros casos la crisis las ha agravado creando nuevas desigualdades políticas (por ejemplo, los desempleados están ahora más insatisfechos y desconfían más que los empleados). En tercer lugar, los ciudadanos desempleados con mayores niveles de insatisfacción con la democracia y los partidos políticos no canalizan su situación a través de un aumento de la participación en protestas como lo hacen los ciudadanos con empleo. Estos dos últimos hallazgos indican que los recursos ligados a la situación laboral están siendo relevantes para explicar la participación política en manifestaciones y la firma de peticiones. En otras palabras, las desigualdades sociales se proyectan sobre la política, transformándose en desigualdades políticas cuando los ciudadanos expresan sus preferencias a través de la protesta (Barreiro, 2000). Gráfico 3.10. Satisfacción con la democracia y empleo (2007 y 2011). 108 Gráfico 3.11. Confianza en los partidos políticos y empleo (2002-2011). Gráfico 3.12. Interés por la política y empleo (2002-2011). 109 Gráfico 3.13. Identificación partidista y empleo (2007 y 2011). Gráfico 3.14. Participación en manifestaciones y empleo (2002-2011). Gráfico 3.15. Firma de peticiones y empleo (2002-2011). 110 Gráfico 3.16. Participación en elecciones y empleo (2002-2011). Los jóvenes y el desempleo. En este punto nuestra estrategia empírica asume que tener un trabajo o no tenerlo tiene el mismo efecto para todos los ciudadanos independientemente de otras características relevantes como la educación. Por ejemplo, las cohortes más jóvenes tienen niveles más altos de educación, algo que puede chocar con nuestras conclusiones relacionadas con los jóvenes y el desempleo. Una vez identificados los cambios en actitudes y comportamientos, planteamos un test más sistemático para analizar el impacto de la crisis económica sobre dos de nuestros grupos sociales (jóvenes y desempleados). A continuación, presentaremos modelos multivariados para cada uno de los siete indicadores descritos con anterioridad. Los modelos incluyen dos variables de control: género (tradicionalmente, las mujeres participan menos en política) y educación33 (mayores niveles de educación están relacionados con un aumento en la participación política). También introduciremos en los modelos las principales variables independientes en las que estamos interesados: la crisis económica (medida a través de los años elegidos, siendo 2011 el que se identifica plenamente con la crisis34), edad35 y situación El nivel educativo está medido como el máximo nivel alcanzado por el encuestado (‘educación primaria o menos’, ‘educación secundaria y formación vocacional’ y ‘estudios universitarios’. 34 El año 2002 es el elegido como categoría de referencia. 35 Para examinar si los jóvenes han estado particularmente afectados por la crisis, y dada las relaciones curvas observadas con anterioridad, hemos creado cinco grupos diferentes de edad. Estos grupos comprenden los siguientes tramos: 18-25, 26-35, 34-45, 46-55, 56-65, 66-75 años. Además, al analizar la relación entre situación laboral y la edad, y dado que el desempleo es prácticamente inexistente en el último grupo de edad porque estos ciudadanos están ya jubilados, incluirles supondría introducir celdas vacías en los análisis. Por este motivo hemos prescindido y eliminado de los análisis al grupo de mayor edad (66-75). 33 111 laboral36. Usamos modelos de regresión lineal para tres actitudes políticas y regresiones logísticas para las dos variables que miden la participación política y la identificación partidista. Los resultados de los modelos están incluidos en las tablas A1 y A2 que aparecen en el anexo. Al estar interesados en conocer si los jóvenes y los desempleados están sintiendo la crisis en mayor medida, replicamos los modelos descritos y añadimos un término de interacción. Para examinar si la crisis tuvo particular efecto sobre los jóvenes, trataremos de comprobar si el año interacciona con la edad. Esperamos que los jóvenes estén más afectados en sus actitudes y comportamientos políticos en el 2011 que el resto de la sociedad, dado que son uno de los grupos más afectados por la crisis económica. Los resultados se muestran en la segunda columna de cada variable en las tablas A1 y A2 del anexo. Usamos la misma estrategia para explorar el efecto de la crisis sobre los encuestados en situación de desempleo. Introducimos un término de interacción entre el desempleo (en comparación con otras situaciones ocupacionales) y el año (ver la tercera columna de cada variable en las tablas A1 y A2 en el anexo), esperando que los desempleados estén más afectados por la crisis dada su situación económica, mayor que los ciudadanos que mantienen su empleo. Una vez introducidos términos multiplicativos (las interacciones), su nivel de significación no aporta información relevante para entender las relaciones que se producen (Brambor, Clark y Golder, 2006). Para cada modelo calcularemos los efectos marginales y mostraremos de forma visual los resultados en los gráficos. Centrémonos pues en los cambios de las actitudes políticas en los distintos grupos. Como mostrábamos más atrás, la satisfacción con la democracia y la confianza en los partidos políticos ha descendido en términos generales, mientras que los niveles de interés por la política han aumentado. Calculando los efectos marginales para cada grupo de edad en el tiempo se confirman estos resultados, solamente con ligeras diferencias para grupos de edad específicos. Como ejemplo, el gráfico 17 ilustra los valores predichos para la confianza en partidos políticos en cada grupo de edad en 2002, 2007 y 2011. Mientras nuestras expectativas iniciales eran que los efectos serían más fuertes en el grupo más joven, los resultados del modelo y los gráficos nos permiten observar que nuestra hipótesis no tiene soporte en nuestros análisis. Además, el test de contrates parciales muestra que en 2011 todos los grupos de edad confían en los partidos políticos significativamente menos que en 2002 o en 2007, excepto el grupo de los más jóvenes (18-25 años), para los que no se observan diferencias. Los resultados muestran, además 36 Por la misma razón que describimos en la nota anterior, para analizar cambios producidos en las diferentes situaciones laborales, incluimos una versión del indicador presentado anteriormente de situación laboral con sólo dos categorías: ‘desempleados’ y ‘otros’. 112 ―confirmándose en los contrastes de efectos marginales―, que el efecto del año es más fuerte para el grupo de 36 a 45 años37. Los niveles de satisfacción con la democracia han descendido de forma parecida en todos los grupos de edad. La excepción en este caso son los ciudadanos que se ubican en el grupo de 56 a 65 años (ver gráfico A1 en el anexo). Además, en lo que se refiere a la satisfacción con la democracia, los cambios que observamos antes y después de la crisis son más pronunciados para aquellos ciudadanos que tienen entre 26 y 35 años. En cuanto al interés por la política, éste ha aumentado significativamente desde 2007 a 2011 para todos los grupos de edad con excepción del que forman los ciudadanos que tienen entre 46 y los 55 años (ver gráfico A2 en el anexo). Finalmente, los resultados que se refieren a la identificación partidista repiten las relaciones descritas para la satisfacción con la democracia. La probabilidad de sentirse cercano a un partido político ha descendido para todos los grupos de edad entre 2007 y 2011, aunque las diferencias en el tiempo no son estadísticamente significativas para el grupo de los más jóvenes y para el grupo de mayor edad (ver gráfico A3 en el anexo). Los cambios en la participación política en los distintos tramos de edad muestran la misma pauta en la asistencia a manifestaciones y en la firma de peticiones. El gráfico 18 ilustra cómo han aumentado las probabilidades de participar para todos los grupos entre 2002 y 2011. Las diferentes son estadísticamente significativas para todas las cohortes y el contraste muestra que el cambio ha sido mayor para el grupo de 26 a 35 años de edad. El mismo resultado se observa para la firma de peticiones (ver gráfico A4 en el anexo)38. En relación con la participación electoral, los resultados apuntan al mismo grupo de edad (26 a 35) como el único en el que la probabilidad de votar ha aumentado de 2007 a 2011 (ver figura A5 en el anexo). Aunque pueda parecer paradójico que los jóvenes voten más en un contexto de crisis económica que les afecta especialmente, deberíamos tener en cuenta que son también quienes han tomado parte de forma más decisiva en la protesta del 15M. Los jóvenes ejercieron su derecho al voto en las elecciones de noviembre de 2011 de forma similar a anteriores ocasiones. Los cambios de la crisis y especialmente del 15M tuvieron mayor efecto en que cambiaran la dirección de su voto hacia partidos pequeños, que en un descenso de su participación (Anduiza, Martín y Mateos, de próxima publicación). Una vez analizados los cambios que se aprecian atendiendo a la edad, pararemos a continuación a analizar los cambios que se producen en relación con la situación laboral en la 37 Como un test para asegurarnos de que nuestros análisis son robustos, hemos repetido el mismo análisis para confianza en el parlamento comparando 2002 y 2011 ―únicos datos disponibles― y encontramos exactamente la misma pauta. Los datos están a disposición del lector consultando a los autores. 38 Por razones de espacio sólo mostramos algunas representaciones gráficas de los resultados. Para más detalles, los resultados están disponibles si consultan con los autores. El resto de gráficos pueden encontrarse en el anexo. 113 que están los ciudadanos. Para ello compararemos a los desempleados con los que se encuentran en otras situaciones. En general, los resultados de nuestros análisis apuntan en la misma dirección que se ha comentado ya: el incremento de las desigualdades entre los desempleados y el resto de la población a causa de la crisis económica. Por ejemplo, mientras que no había diferencias entre los desempleados y los ciudadanos que se encuentran en otras situaciones en 2002 o 2007, en 2011 los desempleados confían significativamente menos en los partidos políticos (ver gráfico 19). El interés por la política ha aumentado significativamente para ambos grupos, aunque el incremento es mayor para los ciudadanos que no están desempleados. Si atendemos a la satisfacción con la democracia, no se observan diferencias según la situación laboral (ver gráfico A5 en el anexo). Gráfico 3.17. Efectos marginales para la confianza en partidos políticos en distintos tramos de edad (2002-2011). 4.5 4 3.5 2002 2007 2011 3 18-25 26-35 36-45 46-55 56-65 Age groups 114 Gráfico 3.18. Efectos marginales para la probabilidad de participar en manifestaciones a través de la edad (2002-2011). .35 .3 .25 .2 2002 .15 2007 2011 .1 18-25 26-35 36-45 46-55 56-65 Age group Una menor confianza de los desempleados en los partidos políticos, sin embargo, no implica una mayor participación de este grupo en actividades de protesta. La participación en firmar peticiones y la asistencia a manifestaciones ha aumentado de forma similar para todos los encuestados con independencia de si están empleados o no. Esta pauta puede observarse en el gráfico 20. No existen diferencias significativas entre los dos grupos (desempleados y el resto de ciudadanos) en 2007 o 2011 en la participación en manifestaciones (ver también gráfico A9 en el anexo). No obstante, la desigualdad ha afectado a la participación electoral. Mientras que las probabilidades de votar han aumentado desde 2007 a 2011 para los que no están en paro, se ha mantenido estable para los encuestados que están en situación de desempleo (ver gráfico A10 en el anexo). 115 Gráfico 3.19. Efectos marginales para la confianza en los partidos políticos en distintas situaciones laborales (2002-2011). 3.6 3.4 3.2 3 Other situations Unemployed 2.8 2002 2007 2011a Year Gráfico 3.20. Efectos marginales para participar en manifestaciones en distintas situaciones laborales (2002-2011). .35 .3 .25 .2 .15 Other situations Unemployed .1 2002 2007 2011a Year Anteriormente hemos identificado un incremento en la participación política que afecta de manera particular a los ciudadanos que tienen entre 26 y 35 años. Nuestras expectativas se basaban en que el grupo más joven relejaría más los cambios, pero los análisis no apoyan esta hipótesis. Más bien al contrario, algunas actitudes como la confianza y la cercanía a los partidos 116 político ha descendido para todos los grupos excepto para los más jóvenes (de 18 a 25 años de edad). En relación al desempleo, hemos mostrado que hay una tendencia hacia el aumento de las desigualdades políticas. Lo que aún no conocemos es si el desempleo ha tenido un impacto más fuerte en algunos grupos específicos de la población. Los jóvenes y los adultos están en diferentes etapas de su vida y podríamos esperar que el impacto del desempleo sea distinto para ambos. Alguno de nuestros análisis más simples que presentamos anteriormente ya apuntaban en esta dirección. Hemos observado cambios más grandes a través de los años en los ciudadanos que tienen en torno a 30 años, y especulábamos que el mayor impacto de la crisis en este grupo podría deberse al momento que atraviesan de su ciclo vital. El desempleo podría tener consecuencias más dramáticas o que estos ciudadanos sean más conscientes de la situación política, dado que están en una edad en la que probablemente estén formando una familia, tengan mayores obligaciones (mantenimiento de una casa, pago de hipoteca…) y, también, hijos a su cargo. Las responsabilidades que conlleva la madurez requieren de mayor estabilidad económica. Además, los roles adultos refuerzan el conocimiento y la conciencia que hace que la participación tenga significado (Strate, Parrish, Elder and Ford, 1989; Rosenstone y Hansen, 1993). En suma, el desempleo ha afectado a los jóvenes sin precedentes, por lo que ser joven y desempleado podría tener un impacto en el desarrollo de actitudes y de la participación que no se han visto anteriormente. Si este es el caso, deberíamos observar diferencias entre los jóvenes que están desempleados en 2011 que no se observan en años anteriores. Para comprobar esta posibilidad, añadimos una interacción triple (año, desempleo y grupo de edad) a los modelos presentados anteriormente. En esta ocasión, examinamos si el desempleo tiene mayores consecuencias en 2011 que en 2007 para grupos de edad específicos39. En general, no encontramos diferencias en las actitudes o comportamientos políticos entre los desempleados que no hayan sido observadas ya en 2002 o 2007, pero con algunas excepciones que consideramos relevantes a la luz de nuestras expectativas. Los desempleados tienen menos confianza en los partidos políticos, menos probabilidades de sentirse cercanos a un partido político, menos probabilidad de votar y firmar peticiones en el grupo más joven (de 18 a 25 años). El gráfico 21 muestra estos resultados para la confianza en los partidos políticos. Muestra los efectos marginales de los desempleados, en comparación con los encuestados que se encuentran en otras situaciones laborales, para los tres años que estamos analizando. El resultado es una diferencia actitudinal entre desempleados y no desempleados para cada grupo de edad, aunque la diferencia entre los desempleados y el resto de la población es sólo estadísticamente significativa en 2011 y para el grupo más joven (18 a 25 años). Esta nueva 39 Por razones de espacio, sólo presentamos algunos gráficos. Los resultados más detallados están disponibles. Consultar con los autores. 117 brecha que sólo afecta a los desempleados más jóvenes es también observable si prestamos atención a la identificación partidista en el gráfico 22. Aunque este gap es observable para todos los grupos de edad, los contrastes vuelven a indicar que la significación estadística sólo se produce para el grupo más joven y sólo en 2011. El mismo resultado puede observarse en la probabilidad de votar y firmar peticiones. Gráfico 3.21. Efectos marginales de la confianza en partidos políticos en distintos grupos de edad y en el tiempo (2002-2011). 2002 2007 4.5 4 3.5 3 2.5 18-25 26-35 36-45 46-55 56-65 2011a 4.5 4 3.5 3 2.5 18-25 26-35 36-45 46-55 56-65 Age groups Other situations Unemployed 118 Gráfico3.22. Efectos marginales de identificación partidista en distintos grupos de edad y en el tiempo (2007 y 2011). 2007 2011b .8 .6 .4 .2 18-25 26-35 36-45 46-55 56-6518-25 26-35 36-45 46-55 56-65 Age groups Other situations Unemployed Conclusiones En resumen, como esperábamos, jóvenes y desempleados están cambiando sus actitudes políticas como resultado de la crisis económica, en la medida que esta situación les hace diferentes al resto de la sociedad. En otras palabras, la crisis hace que sean más desiguales en términos sociales y estas desigualdades se convierten en desigualdades políticas. Estos resultados no apoyan la idea de que los cambios se producen más fácilmente durante los años en los que los ciudadanos están formándose. Hemos visto que es en el grupo entre los 25 y 35 años aproximadamente en el que se producen más cambios en las actitudes políticas. Esto podría indicar que el momento del ciclo vital en el que se encuentran los ciudadanos está jugando un rol crucial. Los roles adultos permiten conocer y ser conscientes, de forma que la participación política tenga un significado propio (Strate, Parrisch, Elder y Ford, 1989; Rosenstone y Hansen, 1993). No obstante, es posible pensar en otros factores y explicaciones que estén en juego. El impacto de la crisis podría tener consecuencias diferentes para aquellos que ya han empezado su carrera profesional y están formando sus familias. Un argumento de este tipo defendería que los costes de perder el empleo en estas circunstancias tienen consecuencias más dramáticas para la vida de las personas. Podríamos especular que los ciudadanos que se encuentran entre los 25 y los 35 años aproximadamente tenían ya experiencia en el sistema político, y que esto les permitía participar más en política y reaccionar a la situación, mientras que los más jóvenes tienen más dificultades para hacerlo. 119 En tercer lugar, hemos visto que las actitudes y comportamientos políticos no están cambiando en la misma dirección a nivel agregado. Cuando miramos los resultados para los distintos grupos que analizamos, jóvenes y desempleados, vemos que no son necesariamente las mismas personas las que están experimentando los cambios. Si la implicación política está creciendo entre los se encuentran en mejores circunstancias económicas y los más afectados por la crisis se muestran apáticos y desinteresados, la consecuencia es el incremento de las desigualdades políticas. Este parece ser el caso para el grupo de los más jóvenes y los desempleados en nuestro estudio. Detectamos un nuevo gap en los jóvenes de acuerdo con su situación laboral, algo que no había sido visto anteriormente; al menos, no en la misma medida. Los jóvenes desempleados muestran menores niveles de confianza y menor apoyo a los partidos políticos y estas actitudes no se trasladan en mayores niveles de participación política, ya que tienen menos probabilidades de votar o firmar peticiones. Dentro de su naturaleza exploratoria, este trabajo ha permitido una exploración de los cambios en actitudes y comportamientos políticos de los jóvenes y de los desempleados antes y durante la crisis económica, y ha encontrado indicadores de nuevas o crecientes desigualdades políticas. Esto es un primer paso importante que nos da pie a hacernos nuevas preguntas que no han podido ser respondidas en este trabajo: ¿por qué la crisis económica ha afectado de manera más fuerte a los jóvenes pero no a los más jóvenes? O, ¿es el desempleo una nueva brecha entre los más jóvenes simplemente por el mayor número de desempleados que existen en este grupo? 120 Anexo. Tabla A3.1. Regresión lineal para: confianza en partidos políticos, satisfacción con la democracia e interés por la política. Modelos lineales. Confianza en los partidos políticos Mujer Educación Desempleado Satisfacción con la democracia Interés por la política 0.134* 0.134* 0.132* 0.0499 0.0501 0.0504 -0.206*** -0.206*** -0.205*** (0.0523) (0.0523) (0.0523) (0.0501) (0.0501) (0.0502) (0.0157) (0.0157) (0.0157) 0.272*** 0.277*** 0.270*** 0.122*** 0.120*** 0.122*** 0.397*** 0.398*** 0.398*** (0.0377) (0.0378) (0.0378) (0.0331) (0.0331) (0.0332) (0.0110) (0.0110) (0.0110) -0.285*** -0.288*** -0.0183 -0.211** -0.211** -0.256 -0.0873*** -0.0868*** -0.152** (0.0755) (0.0754) (0.194) (0.0662) (0.0661) (0.275) (0.0215) (0.0215) (0.0521) -0.110 -0.0222 -0.107 0.00564 -0.118 0.00522 0.0728** 0.0893*** 0.0713** (0.0788) (0.0897) (0.0788) (0.0797) (0.103) (0.0798) (0.0245) (0.0264) (0.0245) -0.0781 0.108 -0.0753 0.162* -0.0885 0.162* 0.149*** 0.185*** 0.148*** (0.0804) (0.122) (0.0804) (0.0796) (0.154) (0.0797) (0.0246) (0.0328) (0.0247) 0.198* 0.480** 0.201* 0.155 -0.247 0.155 0.242*** 0.299*** 0.241*** (0.0911) (0.166) (0.0911) (0.0886) (0.229) (0.0887) (0.0271) (0.0441) (0.0271) 0.312** 0.688** 0.313** 0.234* -0.314 0.234* 0.254*** 0.332*** 0.254*** Grupos de edad (ref: 18-25) 26-35 36-45 46-55 56-65 121 (0.0988) (0.210) (0.0988) (0.0962) (0.303) (0.0962) (0.0292) (0.0553) (0.0292) 0.0206 0.168 0.0363 . . . 0.193*** 0.217*** 0.190*** (0.0615) (0.0951) (0.0624) . . . (0.0211) (0.0256) (0.0212) -0.439*** -0.130 -0.389*** -0.539*** -0.763*** -0.543*** 0.286*** 0.354*** 0.275*** (0.0694) (0.167) (0.0771) (0.0535) (0.129) (0.0575) (0.0191) (0.0458) (0.0208) Año (ref: 2002) 2007 2011 Edad * año -0.0523* 0.0414 -0.00765 (0.0257) (0.0218) (0.00466) Desempleado * año Constante -0.131 0.0127 0.0224 (0.0879) (0.0760) (0.0163) 3.084*** 3.053*** 3.072*** 5.154*** 5.144*** 5.156*** 0.126*** 0.111** 0.130*** (0.110) (0.111) (0.110) (0.0946) (0.0948) (0.0952) (0.0332) (0.0344) (0.0334) N 8370 8370 8370 7912 7912 7912 11460 11460 11460 R2 0.019 0.020 0.019 0.019 0.019 0.019 0.128 0.128 0.128 Errores típicos entre paréntesis. * p< 0.05, ** p< 0.01, *** p< 0.001 122 Tabla A3.2. Regresiones logísticas para participación en manifestaciones firmar peticiones y participación electoral. Participar en manifestaciones Mujer Educación Desempleado Firmar peticiones Participación electoral (1) (2) (3) (4) (5) (6) (7) (8) (9) -0.245*** -0.246*** -0.245*** 0.0585 0.0584 0.0599 0.0661 0.0645 0.0647 (0.0603) (0.0603) (0.0604) (0.0506) (0.0506) (0.0506) (0.0483) (0.0484) (0.0483) 0.693*** 0.692*** 0.693*** 0.604*** 0.602*** 0.605*** 0.364*** 0.381*** 0.363*** (0.0437) (0.0437) (0.0437) (0.0366) (0.0367) (0.0367) (0.0358) (0.0361) (0.0359) -0.234* -0.231* -0.214 -0.150* -0.149* -0.342 -0.236*** -0.225*** -0.141 (0.0910) (0.0908) (0.226) (0.0754) (0.0753) (0.189) (0.0617) (0.0617) (0.144) -0.330*** -0.394*** -0.329*** 0.00567 -0.0738 0.00397 0.425*** 0.639*** 0.427*** (0.0863) (0.0993) (0.0863) (0.0746) (0.0864) (0.0746) (0.0666) (0.0747) (0.0666) -0.170 -0.304* -0.170 0.188* 0.0235 0.187* 0.948*** 1.403*** 0.951*** (0.0878) (0.135) (0.0878) (0.0757) (0.118) (0.0757) (0.0714) (0.101) (0.0715) -0.164 -0.365* -0.164 0.171* -0.0765 0.169 1.382*** 2.108*** 1.385*** (0.102) (0.186) (0.102) (0.0868) (0.162) (0.0868) (0.0858) (0.144) (0.0859) -0.349** -0.620* -0.349** -0.348*** -0.682** -0.348*** 1.696*** 2.678*** 1.698*** Grupos de edad (ref: 18-25) 26-35 36-45 46-55 56-65 123 (0.117) (0.241) (0.117) (0.102) (0.212) (0.102) (0.0999) (0.189) (0.0999) -0.124 -0.225* -0.123 -0.0249 -0.153 -0.0362 0.373*** 0.629*** 0.378*** (0.0696) (0.104) (0.0705) (0.0575) (0.0911) (0.0584) (0.0646) (0.0761) (0.0649) 0.922*** 0.708*** 0.925*** 0.604*** 0.330* 0.566*** 0.510*** 1.268*** 0.531*** (0.0807) (0.185) (0.0889) (0.0708) (0.167) (0.0785) (0.0594) (0.134) (0.0661) Año (ref: 2002) 2007 2011 Edad * año 0.0383 0.0478 -0.0970*** (0.0297) (0.0264) (0.0153) Desempleado * año Constante N -0.00981 0.0990 -0.0343 (0.103) (0.0891) (0.0470) -2.634*** -2.623*** -2.635*** -2.173*** -2.158*** -2.165*** -0.311** -0.447*** -0.318** (0.124) (0.124) (0.124) (0.106) (0.106) (0.106) (0.100) (0.103) (0.101) 7862 7862 7862 7957 7957 7957 12746 12746 12746 Pseudo R2 Errores típicos entre paréntesis, * p< 0.05, ** p< 0.01, *** p< 0.001 124 Gráfico A3.1. Efectos marginales de la satisfacción con la democracia en distintos grupos de edad (2007 y 2011). 5.6 5.4 5.2 5 2007 2011b 4.8 18-25 26-35 36-45 46-55 56-65 Age group Gráfico A3.2. Efectos marginales para el interés por la democracia en distintos grupos de edad (2002-2011). Predictive Margins 1.4 1.2 1 .8 2002 2007 2011b .6 18-25 26-35 36-45 46-55 56-65 Age group 125 Gráfico A3.3. Efectos marginales para la identificación partidista en distintos grupos de edad (2007 y 2011). .6 .55 .5 .45 2007 2011b .4 18-25 26-35 36-45 46-55 56-65 Age group Gráfico A3.4. Efectos marginales para firmar peticiones en distintos grupos de edad (2002-2011). .45 .4 .35 .3 .25 2002 2007 2011 .2 18-25 26-35 36-45 46-55 56-65 Age groups 126 Gráfico A3.5. Efectos marginales para la participación electoral en distintos grupos de edad (2002-2011). 1 .9 .8 .7 2002 .6 2007 2011a .5 18-25 26-35 36-45 46-55 56-65 Age groups Gráfico A3.6. Efectos marginales para interés por la política y situación laboral (20022011). 1.2 1.1 1 .9 .8 Other situations Unemployed .7 2002 2007 2011b Year 127 Gráfico A3.7. Efectos marginales para la satisfacción con la democracia y la situación laboral (2007 y 2011). 5.6 5.4 5.2 5 Other situations Unemployed 4.8 2007 2011b Year Gráfico A3.8: Efectos marginales para la identificación partidista y el desempleo (2007 y 2011). Pr(Party identification) .55 .5 Other situations Unemployed .45 2007 2011b Year 128 Gráfico A3.9. Efectos marginales para firmar peticiones y situación laboral (2002- 2011). .4 .35 .3 .25 Other situations Unemployed .2 2002 2007 2011a Year Gráfico A3.10: Efectos marginales para la participación electoral y el desempleo (20022011). Pr(Electoral turnout) .85 .8 .75 Other situations Unemployed .7 2002 2007 2011b Year 129 Capítulo 4: Los efectos de la crisis económica en la legitimidad del Estado autonómico. Introducción La crisis por la que está atravesando España no sólo tiene una dimensión económica sino también institucional. En los últimos años, el sentimiento de desafección y la insatisfacción con el sistema político se han convertido en temas recurrentes entre la opinión pública. La grave recesión económica y la ineficacia para hacerle frente parecen la principal causa –aunque no la única- de la creciente desafección entre los ciudadanos españoles. Esta desafección se pone de manifiesto en distintos tipos de actitudes: conforme a los datos del Eurobarómetro de 2012, por ejemplo, el 70 por ciento de los españoles se muestra insatisfecho con el funcionamiento de la democracia y el 90 por ciento desconfía de los partidos políticos. El modelo de organización territorial del Estado está también entre las instituciones que han experimentado una fuerte erosión de apoyo ciudadano. Sin embargo, las reflexiones y análisis sobre los efectos de la crisis en las actitudes hacia el Estado autonómico parecen menos frecuentes en el debate público que los que abordan los efectos de la crisis en otras dimensiones del descontento y la desafección. La atención que recibe el proceso soberanista en Cataluña es una excepción; y sin embargo, dicho proceso es sólo una de las manifestaciones del creciente desapego de los ciudadanos hacia el Estado autonómico, según veremos después. Para cubrir esta laguna, este trabajo se centra en la evolución de las actitudes hacia el Estado autonómico en el contexto de la crisis económica. Como Juan J. Linz ha subrayado en múltiples ocasiones, la transición española comprendía, en realidad, dos transiciones: la que transformó el régimen autoritario en un sistema democrático y la que sustituyó el Estado centralista por un Estado de las Autonomías de difícil catalogación (Linz, 1985). El éxito de la transición y de la consolidación de la democracia dependía de que las élites reformistas del franquismo y de la oposición democrática acordaran un modelo de descentralización que permitiera la acomodación de Cataluña y el País Vasco en España, previniendo así tensiones secesionistas (Stepan 2001; Liñeria, 2012: 43). Dada la intrínseca relación entre la consolidación de la democracia y el desarrollo del Estado de las Autonomías, es posible que la desafección institucional tenga también una manifestación desigual por territorios. Del mismo modo que constatamos que los efectos de la crisis económica en las actitudes políticas tiene manifestaciones desiguales dependiendo de la ocupación o de la edad, en este trabajo comprobamos que dichos efectos puedan ser también desiguales en distintas CCAA. Para comprobar este extremo, en este trabajo no nos centramos 130 en los efectos de la crisis en las actitudes hacia la democracia en un sentido general o en distintas instituciones del sistema político nacional; sino que analizamos su impacto en las actitudes hacia el Estado de las autonomías cuyo objetivo es conseguir un cierto grado de cohesión territorial entre todas ellas. A diferencia de otras instituciones derivadas del acuerdo constitucional de 1978 que quedaron más cerradas y han permanecido, en consecuencia, más estables durante el período democrático; los constituyentes diseñaron deliberadamente un modelo abierto de descentralización. La consecuencia es que la organización territorial ha quedado más sujeta que otros aspectos del diseño institucional a los vaivenes del proceso político. Por ello, esperamos que las actitudes hacia el Estado autonómico varíen tanto en función del contexto político como del contexto económico, esperando encontrar efectos desiguales dependiendo de la CCAA y del momento analizado. Para contrastar nuestras hipótesis hemos empleado los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Por un lado, en los siguientes apartados de este trabajo recurriremos a las series temporales para estudiar la evolución longitudinal de distintos tipos de actitudes hacia el modelo de organización territorial. No obstante, la mayor parte de nuestros análisis se basan en la explotación de cinco estudios del CIS que cuentan con muestras representativas por CCAA: Instituciones y Autonomías (I) y (II) de 1998 (ES2286) y 2002 (ES2455) respectivamente; y los barómetros autonómicos de 2005 (ES2610), de 2010 (ES2829) y de 2012 (ES2956). Adicionalmente, por sus características específicas y por la evolución de sus actitudes hacia el Estado autonómico, hemos centrado nuestros análisis en cinco CCAA en particular: Andalucía, Castilla-León, Cataluña, Madrid y País Vasco. Nuestro capítulo se estructura en cinco secciones. En el siguiente apartado reconstruimos las distintas etapas del desarrollo autonómico, tratando de identificar el modo en el que los factores vinculados al contexto político y los factores vinculados al contexto económico han podido repercutir en las actitudes hacia el Estado autonómico en distintos momentos en el tiempo. En el apartado 3 trasladamos nuestras conclusiones del apartado anterior a un marco teórico en el que fijamos nuestras expectativas sobre el modo en el que las identidades de grupo (nacional/regional), el recuerdo de voto y las valoraciones de la situación económica tienen un efecto en las actitudes de apoyo al Estado autonómico, en tres momentos en el tiempo: en 2002, con anterioridad de a la crisis económica; en 2010, comenzada ya la crisis económica y después de un período de alta confrontación partidista en torno al eje territorial/identitario; y en 2012, en la fase más aguda de la recesión, coincidiendo con las políticas de austeridad y de recorte del déficit estatal y autonómico, y coincidiendo con la aceleración del deterioro de las actitudes de apoyo al Estado autonómico. El cuarto apartado examina la evolución longitudinal de distintos tipos de actitudes hacia el Estado autonómico; y justifica –frente a otras opciones posibles- el empleo de la pregunta del CIS sobre preferencias 131 de organización territorial como operacionalización de la legitimidad del Estado autonómico. Es este indicador el que seleccionamos como variable dependiente de nuestro trabajo y cuya evolución examinamos para las diecisiete CCAA en ese mismo aparatado, lo que nos sirve para justificar la selección de las cinco en las que hemos centrado nuestro estudio. En el quinto apartado contrastamos nuestras hipótesis con un análisis multivariable para las cinco CCAA seleccionadas y en los tres momentos en el tiempo. Terminamos con un apartado de conclusiones. El desarrollo del Estado autonómico En los inicios de la transición, la articulación de un modelo de organización territorial planteaba retos incluso mayores que los de la democratización pues a diferencia de ésta última, que suscitaba amplios consensos, los españoles se mostraban profundamente divididos a finales de los setenta con respecto a su preferencia por un modelo de organización territorial del Estado (Del Campo et. al, 1977: 136-139; Liñeira, 2012:44). Quizás por ello, la organización territorial del Estado fue el punto más difícil sobre el que llegar a un acuerdo durante la negociación constitucional (Solé Tura 1985, 89-136) lo que explica que los constituyentes optaran por un modelo de organización territorial abierto y poco definido. Junto al objetivo ya citado de conseguir la acomodación de Cataluña y el País Vasco en España y prevenir así tensiones secesionistas (Stepan, 2001) las élites de la transición buscaron también, a través de la generalización de las autonomías, un objetivo democratizador que acercara la administración y los servicios a los ciudadanos y aumentará las posibilidades de participación política de la población (Subirats y Gallego, 2002). Adicionalmente en la generalización autonómica, se ha querido ver también una estrategia de las elites nacionales para rebajar las aspiraciones de autogobierno de catalanes y vascos. En todo caso, la constitución no estableció un modelo cerrado de descentralización sino que se limitó a establecer un marco de reglas generales para que los territorios que aspiraran a constituirse en CCAA pudieran hacerlo, fijando para ello dos posibles vías de acceso a la autonomía y unos determinados límites. Fueron los respectivos estatutos autonómicos de autonomía y otros acuerdos políticos posteriores ―como los relativos a la capacidad fiscal y la financiación de las CCAA― los que han ido dotando de contenido concreto el desarrollo del Estado autonómico (Aja, 2003; Liñeira, 2012). Ello puede quizás contribuir a explicar el porqué, en lo relativo a las actitudes hacia el Estado autonómico ―tal y como veremos en el siguiente apartado― los indicadores de legitimidad y no solo los de satisfacción, han mostrado oscilaciones mucho más marcadas, antes y después de la actual crisis económica. En la medida en la que las mismas reglas del 132 juego parecían más vulnerables a la coyuntura política, las actitudes de los ciudadanos hacia esas reglas han sido también más volubles. No obstante, el grado de conflicto partidista en torno al Estado autonómico no ha sido constante durante las tres décadas de democracias, haciéndose más intensa desde finales de la década de los noventa y especialmente desde 2004, como veremos a continuación. Ello probablemente explica por qué las explicaciones sobre las actitudes hacia la descentralización en España han tendido a evolucionar desde análisis que ponían un mayor énfasis en los factores identitarios (Linz, 1985) a enfoques que otorgan una mayor relevancia al papel de los actores políticos ―los partidos fundamentalmente― y/o la ideología como conformador de esas actitudes (Amat, 2013). A este respecto se han señalado tres etapas que coinciden con avances institucionales en el desarrollo de los niveles de descentralización (Liñeira, 2012: 51 y ss; Amat, 2013). La primera etapa comenzaría con la redacción de los estatutos de autonomía y la celebración de las primeras elecciones autonómicas y se cerraría con los pactos autonómicos de 1992 entre el PP y el PSOE. Conforme las CCAA de vía lenta fueron consolidando sus competencias, éstas demandaron homogeneizarse con las autonomías de mayor nivel competencial. Los pactos entre el PP y el PSOE fueron el resultado de la incertidumbre que generaba un modelo de descentralización cuya definición seguía abierta y que se resolvió con el acuerdo entre los dos grandes partidos con el objetivo de homogeneizar los niveles competenciales de las autonomías de vial lenta con los de aquellas que disfrutaban de un mayor nivel competencial. La misma naturaleza de los pactos pone de manifiesto que, durante esta primera etapa, el desarrollo autonómico estuvo menos sujeto a la confrontación política y la competición partidista de lo que lo estaría en fases posteriores. La enorme ventaja electoral del partido del gobierno con respecto al principal partido de la oposición; y la presencia del mismo partido en el gobierno central y en la mayor parte de los gobiernos de las CCAA (Montero y Torcal, 1990) favorecieron que la cuestión territorial quedara al margen de la competición entre los dos grandes partidos. En consecuencia -y como veremos con más detalles en el siguiente apartado- las actitudes de apoyo al Estado autonómico se fueron ampliando y consolidando desde comienzos de los noventa; y ello peso a que todavía durante los ochenta el apoyo al Estado autonómico todavía había mantenido todavía un margen estrecho con respecto a la opción centralista. Es este bajo nivel de conflictividad política (en relación a las fases subsiguientes del desarrollo autonómico) lo que quizás explique que la crisis económica que puso fin a este período no tuviera repercusiones en la tendencia de consolidación de actitudes de apoyo al Estado autonómico, en contraste con el efecto negativo que la actual recesión sí parece haber tenido en esas mismas actitudes. La segunda fase del desarrollo autonómico abarcaría desde los pactos de 1992 hasta la victoria electoral de Rodríguez Zapatero en las elecciones de 2004, coincidiendo con los 133 prolegómenos del acceso del PP al gobierno central y las dos legislaturas del gobierno de Aznar. Este período está marcado por distintas tendencias. Por un lado, la victoria del PP en las elecciones autonómicas de 1995 permitió a este partido ocupar un buen número de gobiernos autonómicos que hasta entonces habían quedado dominados por el PSOE lo que con toda probabilidad contribuyó a la consolidación de las actitudes de apoyo al Estado autonómico entre el electorado del PP. Por otro, sin embargo, el desarrollo autonómico empezó a vincularse en mayor medida a las estrategias políticas de los partidos y la confrontación política. No obstante, todavía en esta fase, el conflicto partidista en torno a dimensión territorial quedó circunscrito a la confrontación del PP, por un lado con los partidos nacionalistas, por otro. La capacidad de los partidos nacionalistas de influir en el proceso de descentralización vino dada por distintas circunstancias. En primer lugar, el aumento de la competitividad electoral entre PP y PSOE en el nivel nacional y la necesidad de construir mayorías parlamentarias contribuyó a aumentar la capacidad de influencia de los partidos nacionalistas en el desarrollo del Estado autonómico.40Adicionalmente, los pactos de 1992 había concluido con un primer ciclo de desarrollo autonómico, igualando los niveles competenciales de las CCAA. A medio plazo esto generaría un cambio en las estrategias de los partidos nacionalistas en el sentido de ampliar y renovar la reivindicación de autogobierno a través de modificaciones en el marco legal del Estado de las autonomías. La renovación de esta estrategia comenzaría a ponerse de manifiesto a finales de la década de los noventa con la declaración de Barcelona de 1998 suscrita por los tres principales partidos nacionalistas en las tres nacionalidades históricas; y en el caso concreto específico del País Vasco con el Pacto de Estella que, a medio plazo, daría lugar a la propuesta de reforma del Estatuto vasco conocida popularmente como el Plan Ibarretxe. En respuesta a este cambio de estrategia de los partidos nacionalistas, durante la segunda legislatura de Aznar el PP respondió a las iniciativas antes mencionadas con una política expresa de movilización del nacionalismo español, lo que polarizó la cuestión territorial e hizo imposible restablecer cualquier alianza entre el PP y sus antiguos socios nacionalistas (Balfour y Quiroga, 2007: 193-229). No obstante, y pese a las estrategias crecientemente divergentes de los partidos nacionalistas, por un lado, y del PP, por otro, la tendencia de consolidación en las actitudes de apoyo al Estado autonómico todavía no se modificó sustancialmente durante este período, excepto en contextos concretos como en el País Vasco dónde si aumentaron las preferencias por un mayor nivel de autonomía y, ligeramente, también por la independencia (Pérez-Nievas 40 Tanto el gobierno minoritario de González en 1993 como con el primero de Aznar de 1996 los pactos de legislatura con CiU y el PNV (suscrito sólo en 1996) se hicieron en intercambio con avances sustanciales en el proceso de descentralización, tanto en los niveles de corresponsabilidad fiscal en 1993 y de nuevo en 1996 (transferencia del 15 y el 30% del IRPF respectivamente); como en traspasos adicionales de competencias, especialmente en los acuerdos de 1996. 134 2006). Pero en esta segunda fase comenzó a ponerse de manifiesto que los avances y estancamientos en el desarrollo autonómico no respondían a cambios sustanciales en las preferencias de los ciudadanos sino a cambios en la coyuntura política. En consonancia –como argumentaremos con más detalle en el siguiente apartado- distintos análisis comenzaron a revisar el papel de los partidos políticos no como meros receptores de los preferencias de los ciudadanos con respecto al modelo territorial desde un enfoque bottom-up sino como los principales responsables de la conformación de esas preferencias (véase Fernández-Albertos 2002 para una aportación temprana de esta tesis en el caso específico del País Vasco). En este sentido el cierto consenso con respecto al desarrollo autonómico que había presidido la primera etapa tendió a romperse, por la movilización de los partidos nacionalistas en el sentido de reivindicar un nivel de autogobierno fuera del marco provisto por el Estado autonómico, por un lado; y la movilización del PP en sentido contrario por otro (Bonet et. al, 2010). Dados estos antecedentes, esperamos que la erosión en los niveles de apoyo al Estado autonómico, antes y durante la crisis, haya sido mayor en las CCAA gobernadas por el PP o por los partidos nacionalistas que en las gobernadas por el PSOE, un aspecto sobre el que volveremos en el apartado sobre la evolución longitudinal de las actitudes hacia el Estado autonómico y en los análisis multivariables. La propuesta de reforma del Estatuto vasco y especialmente el conflictivo proceso de reforma estatutaria en Cataluña constituyen el telón de fondo de la tercera fase del desarrollo autonómico. Las elecciones de 2004 darían lugar a una legislatura muy polarizada con un gran protagonismo de la cuestión territorial e identitaria. Aunque el mayor protagonismo, con una fuerte proyección sobre la opinión pública, se lo llevó la reforma del Estatuto catalán, en la estela de esta reforma se abrieron procesos de revisión estatutaria en un buen número de CCAA (Andalucía, Aragón, Comunidad Valenciana entre otras). Bajo la acusación del PP “España se rompe” el modelo de organización territorial se convirtió en esta tercera fase en un factor de competición no sólo entre partidos nacionalistas y partidos de ámbito estatal sino entre los dos principales partidos de ámbito nacional, PP y PSOE, conduciendo a la emergencia de pautas de territorialización del voto en las elecciones municipales y autonómicas de 2007, y en las generales del año siguiente (Santamaría y Criado, 2008; Bonet et al. 2010). En esta tercera fase, y con anterioridad al inicio de la crisis económica, la intensificación del papel de la cuestión territorial en la competición partidista comenzó a tener efectos en las actitudes hacia el Estado autonómico, de tal modo que si el apoyo al statu quo autonómico alcanzó un máximo del 60% (y el centralismo un mínimo del 10%) en torno a 2005, en los tres años siguientes -coincidiendo con la segunda ola de reformas estatutarias-tanto el statu quo como la reivindicación de mayor autonomía sufrieron una pérdida de apoyos de en torno veinte puntos porcentuales en favor de una recentralización del Estado, una evolución que 135 examinaremos con más detalle en el siguiente aparatado y que propició que el CIS cambiara la formulación de la pregunta sobre preferencias de organización territorial 41. Finalmente, durante la segunda fase de la crisis económica entre 2010 y 2012- un período caracterizado no sólo por los altos niveles de desempleo sino por las políticas de austeridad y el recorte del déficit tanto en el nivel estatal como en el autonómico- el proceso de erosión en las actitudes de apoyo al Estado autonómico se ha acelerado notablemente en dos tendencias que evolucionan en sentido contrario. De una parte, en el caso específico de Cataluña, la tendencia hasta 2010 de una reivindicación de más autonomía se ha transformado en una reivindicación por un modelo de Estado que permita a las CCAA convertirse en Estados independientes. En la dirección contraria, en muchos lugares del resto de España se ha puesto de manifiesto una ruptura abierta con el modelo autonómico y la reivindicación del restablecimiento de un Estado centralista (una opción mayoritaria en un buen número de CCAA entre las que cabe destacar Madrid, las dos Castillas, Valencia y Murcia) Este proceso suscita nuevos interrogantes sobre los factores que condicionan las actitudes hacia el Estado autonómico, y la posible interacción de las explicaciones vinculadas al proceso político con las percepciones del contexto económico. En particular el papel de las elites políticas queda en interrogante en esta fase crítica de la crisis económica pues el socavamiento en los niveles de apoyo popular al Estado autonómico tiene lugar en paralelo al debilitamiento de los vínculos tradicionales entre votantes y partidos: un proceso de deslegitimación que es particularmente intenso entre los partidos tradicionales y que parece conllevar una importante reconfiguración del sistema de partidos (Bosco y Verney, 2011; Martín y Urquizu, 2011). Si los vínculos entre los partidos tradicionales y los ciudadanos se están debilitando ¿qué factores explican el pronunciado aumento de las opciones de ruptura en el modelo autonómico, tanto en una dirección como en otra; y de qué modo la crisis económica juega un papel específico en esta tendencia? Este es el objetivo principal de este trabajo y a cuya respuesta orientamos las dos siguiente secciones. Los factores explicativos: identidad, proceso político y crisis económica. Las actitudes hacia el Estado autonómico, las demandas de autogobierno se han explicado a partir de dos tipos de análisis principales: un enfoque que pone el énfasis en los factores identitarios; y las explicaciones desde el proceso político que examinamos sucesivamente a continuación. Son relativamente pocos los trabajos que han examinado el 41 Este cambio de tendencia propició que el CIS cambiara la formulación de la pregunta sobre preferencias de organización territorial del Estado abriendo una quinta opción de respuesta que permitiera a los entrevistados posicionarse de menos autonomía para las CCAA respetando el marco del Estado Autonómico. 136 efecto del contexto económico y las percepciones económicas en la conformación de esas actitudes, al menos para el caso de España, por lo que concluimos esta sección con un apartado en el que reunimos nuestras expectativas sobre los efectos que los factores económicos tendrán en la conformación de las actitudes hacia el Estado autonómico. Las actitudes hacia el Estado autonómico: el enfoque identitario. Tal y como hemos ya hemos señalado, el principal objetivo del modelo autonómico territorial del Estado durante la transición era el de satisfacer las demandas de autogobierno existentes en algunas regiones, y en particular en Cataluña y en el País Vasco. El apoyo a la autonomía aparecía así asociado a la a la existencia de una lengua regional minoritaria o a tradiciones de autogobierno que las elites nacionalistas vinculaban a una identidad regional distintiva alternativa a la identidad nacional española. Así, los primeros análisis explicativos sobre las actitudes hacia la descentralización otorgaron una notable importancia a las identidades regionales/nacionales como conformadoras de las preferencias hacia el modelo de organización territorial (Del Campo et al, 1977), aunque se advertía también que la preferencias por un mayor nivel de autonomía era más frecuentes entre los ciudadanos que se ubicaban en la izquierda que entre los que se ubican en la derecha (López-Aranguren, 1983). Conforme a las expectativas de estos primeros análisis, la identidad predominantemente regional y las identidades duales se relacionaban positivamente con el apoyo al Estado autonómico; frente a la identidad predominante y exclusiva española que con efectos positivos sobre la preferencia de una fórmula centralista. Siguiendo esta línea un buen número de estudios sobre el modelo autonómico español ha seguido este enfoque bottom-up centrado en las capacidades predictivas de las identidades en las preferencias en torno a la organización territorial del Estado (Linz, 1985; Martínez-Herrera, 2002; Pérez-Nievas y Bonet, 2006; Chernyha y Burg, 2008). Estos trabajos están en consonancia con otros trabajos que examinan casos distintos del caso español y que otorgan también a las identidades un papel clave en la conformación de este tipo de actitudes (Moreno, 1986; Mendelshon, 2002; Billiet et al., 2006). Las explicaciones sobre las preferencias de organización territorial de los estados plurinacionales como el español encuentran un importante terreno compartido con la literatura sobre las actitudes hacia el proceso de integración europea en el papel clave que otorgan a las identidades como conformadora de una y otra actitud. Ello no es sorprendente pues -salvando las distancias entre uno y otro objeto de estudio- en ambos casos se analizan actitudes hacia modelos de integración de entidades territoriales más pequeñas y de subidentidades asociadas a un nivel territorial inferior en una identidad territorialmente superior. Por ello un buen número de trabajos sobre las actitudes hacia el proceso de integración europea han estudiado el efecto de 137 las identidades en los niveles de apoyo a la UE, prestando especial atención a la interacción de las identidades nacionales con la identidad europea (Carey, 2002; Mclaren, 2002, 2004; Hooghe y Marks, 2005; De Vries y van Kersbergen, 2007; entre otros). Muchos de estos trabajos encuentran que los factores identitarios explican un porcentaje mayor de la varianza del apoyo al proceso de integración que las percepciones económicas individuales o de grupo (Hooghe y Marks, 2005: 417). Es esta literatura en particular la que desarrollado expectativas sobre el modo en el que las identidades exclusivas de grupo (nacionales) tienen un efecto negativo en las actitudes hacia la integración europea, en contraste con el efecto positivo de la identidades anidadas o duales que compatibilizan la identidad nacional con la europea (Diez Medrano y Gutiérrez, 2001; Diez Medrano, 2003; Hooghe y Marks, 2005; Pérez-Nievas y Mata López, 2012). De nuevo en el ámbito específico de las actitudes hacia el Estado autonómico, existe un segundo tipo de trabajos que, adoptando un enfoque dinámico de las relaciones entre las dos variables, ha analizado el efecto de la descentralización autonómica en la estructura de identidades regionales/nacional. A semejanza del modo en el que produjeron los procesos de nation-building, estos trabajos han señalado el impacto que el desarrollo autonómico y la consolidación de los gobiernos regionales (con sus respectivos despliegues en políticas educativas, sanitarias, etc.) han tenido en el aumento en los niveles de identificación con la región (Martínez-Herrera, 2002, 2005; Hierro, 2012): una tendencia que resulta muy clara en el caso de Cataluña y, algo menos en el del País Vasco. En esta misma línea, el cambio más notable hasta mediados de la década pasada para el conjunto de España ha sido el descenso de la identidad exclusiva española en favor de las identidades duales. Dado el efecto positivo que los primeros trabajos habían demostrado entre las identidades regionales y duales en los niveles de apoyo a la descentralización autonómica su ampliación y consolidación parecen consecuentes con el proceso de ampliación de apoyos al Estado autonómico al que ya nos hemos referido antes y que veremos con más detalle en el siguiente apartado. Por contraste, el incremento de las opciones de ruptura en la doble dirección de la recentralización del Estado y del aumento de las preferencias independentistas desde mediados de la pasada década parece subrayar el modo en el que las identidades exclusivas de grupo puedan estar alimentando las actitudes rupturistas con el Estado autonómico. Adaptando las hipótesis de la literatura sobre actitudes hacia la UE (repetir las citas más importantes) esperamos que las identidades exclusivas de grupo tengan un efecto negativo en el apoyo al Estado autonómico (o dicho de otro modo esperamos que la identidades exclusivas tengan una relación positiva con las preferencias de ruptura: la opción del Estado centralizado y posibilidad de convertirse en Estados independientes); frente a las identidades duales que mostrarán una relación positiva con dicho apoyo. Sin embargo, para el análisis longitudinal matizamos el 138 efecto negativo que esperamos encontrar entre un tipo y otro de identidad exclusiva en las actitudes de apoyo autonómico. Y así como esperamos que la identidad exclusiva española tenga un efecto negativo en las tres observaciones en el tiempo, por lo que se refiere a la identidad exclusiva regional esperamos efectos cambiantes en el tiempo. Conforme al objetivo inicial del desarrollo autonómico de encajar la singularidad de las nacionalidades históricas en un marco común y por la relación positiva que algunos de los primeros trabajos encontraron entre la identidad regional y el apoyo al desarrollo autonómico, esperamos que la identidad exclusiva de grupo tenga un efecto positivo o neutro (también en las nacionalidades históricas) en la primera de nuestras observaciones, en 2002; todavía en una fase inicial de la confrontación del PP con los partidos nacionalistas en torno a la reforma territorial (y con anterioridad a los debates en torno al Plan Ibarretxe y la reforma del Estatuto catalán). Por el contrario, tras la alta movilización del eje territorial-identitario, especialmente entre 2004 y 2008, esperamos que la identidad regional exclusiva tenga un efecto negativo tanto en la observación de 2010 como en la de 2012. Las actitudes hacia el Estado autonómico: el proceso político. Una segunda corriente explicativa de las actitudes hacia la descentralización se enmarca dentro del enfoque institucionalista que subraya la capacidad de los partidos y las élites partidistas de condicionar cambios en la opinión pública (Sniderman y Levendusky, 2007: 449452). La literatura sobre los efectos de la polarización partidista en la opinión pública argumenta que las élites son capaces de “liderar” la opinión pública a través de la combinación de tres mecanismos: las estrategias de confrontación partidista que promueven (polarización); la capacidad de las élites de enmarcar temas y proporcionar atajos informativos que los votantes usan para fijar sus preferencias; y los niveles de lealtad partidista o la fortaleza de los vínculos entre votantes y partidistas (Druckman et al. 2013 en Torcal y Mota, 2013). Siguiendo esta línea, un número buen número de trabajos ha intentado explicar los cambios en las preferencias como el efecto del mismo proceso de descentralización en las pautas de competición partidista y los cálculos estratégicos de las élites (Swenden et. al, 2006; Hough y Jeffery, 2006; Sorens, 2010; Alonso, 2012). Desde este segundo enfoque, estos trabajos han revisado el papel de los partidos políticos no como meros receptores de los preferencias de los ciudadanos con respecto al modelo territorial desde un enfoque bottom-up (Torcal y Mota, 2013), sino como los principales responsables de la conformación de esas preferencias. Conforme a la argumentación de estos trabajos las preferencias en el modelo de organización territorial del Estado son endógenas al proceso político de tal modo que, manteniendo constantes el efecto de las identidades en las demandas de autogobierno, las actitudes hacia el Estado autonómico están conformadas por las posiciones variables de los respectivos partidos a través de los vínculos (identificación, voto) 139 que estos últimos mantienen con los ciudadanos (Amat, Jurado y Leon, 2009; Liñeira, 2012); al margen incluso de la evaluación que los ciudadanos hagan de sus respectivos gobiernos autonómicos (Torcal y Mota, 2013). En la aplicación específica de este enfoque al caso de España, los avances de la descentralización en España se han explicado como cambios institucionales vinculados a los incentivos electorales de los partidos políticos y su posterior poder negociador en el legislativo (Amat, 2013). Los incentivos electorales de algunos partidos a cambiar el peso de la dimensión territorial en la competición política afectan el resultado de las elecciones y, por tanto, el poder negociador de los partidos en el parlamento (Amat, 2013: 2); lo que explicaría que descentralización en España se haya desarrollado de forma irregular, abrupta, y desigual (Amat, Jurado y León-Alfonso, 2010; Beramendi 2012). Efectivamente, tal y como hemos explicado en detalle en el apartado anterior, el empleo de las élites de la cuestión territorial/identitaria en la confrontación y competición entre partidos no ha sido constante a lo largo de las tres décadas de democracia sino que se intensificó muy especialmente en el periodo entre 2004 y 2008. Con el objetivo de especificar de modo más concreto el papel de distintos grupos de élites un primer grupo de trabajos ha puesto un mayor énfasis en el papel de los partidos de ámbito no estatal (los partidos nacionalistas y regionalistas) en la formación y polarización de las actitudes de los ciudadanos con respecto al modelo de organización territorial (FernandezAlbertos, 2002; Bracanti, 2006; Reuchamps et al., 2012; Alonso, 2013; Moreno y Obydenkova, 2013). Para un segundo grupo de trabajos, sin embargo, la capacidad de aumentar la relevancia de la dimensión territorial/identitaria no es atribuible en exclusiva a los partidos nacionalistas sino que los partidos de ámbito estatal han contribuido también a la intensificación de la dimensión territorial aprovechando divisiones intrapartidistas territoriales (Verge, 2013; Torcal y Mota, 2013). Conforme a este argumento, en el caso concreto de España, los partidos nacionalistas han activado el clivaje territorial-identitario promoviendo una escalada en las demandas de autogobierno; al mismo tiempo que, en particular, el Partido Popular lo activaba en sentido contrario (Amat, 2012; 2013). Como explicaremos con más detalle en el apartado de análisis multivariable, para medir el efecto de las élites partidistas en las actitudes de apoyo al Estado autonómico hemos operacionalizado el vínculo entre partidos y votantes a través de recuerdo de voto. En virtud del papel y el sentido que la literatura atribuye a unos y otros partidos en la activación del clivaje territorial identitario, esperamos que en el proceso de erosión de apoyos del Estado autonómico, el voto a partidos nacionalistas y al partido popular se relacione negativamente con dichas actitudes de apoyo; al mismo tiempo que esperamos que el recuerdo de voto al PSOE tenga una relación positiva. No obstante, también en este caso esperamos un efecto diferenciado en el análisis longitudinal. Conforme a las distintas etapas que hemos identificado en nuestra descripción del 140 desarrollo autonómico, la confrontación partidista en torno a la cuestión territorial comenzó en la segunda legislatura de Aznar, y se intensificó después de las elecciones de 2004. Por ello esperamos que el efecto del proceso político ―operacionalizado a través del recuerdo de voto― en las actitudes hacia el Estado autonómico sea menor en 2002 que en 2010, es decir antes y después de esta activación del clivaje territorial-identitario. Al mismo tiempo, conforme la crisis económica entró en su segunda fase, con un mayor énfasis en los objetivos de recorte del déficit en las CCAA, esperamos que los factores vinculados al proceso político tengan un menor peso, y las percepciones sobre la situación económica lo tengan mayor en las actitudes hacia el Estado autonómico en los datos de 2012 en relación a los de 2010. En definitiva, esperamos que el recuerdo de voto tenga un mayor efecto en las actitudes de apoyo al Estado autonómico en 2010, tanto con respecto a los datos anteriores de 2002 como a los posteriores de 2012. Las actitudes hacia el Estado autonómico: el contexto económico Bajo este epígrafe tratamos de reunir una serie de argumentos sobre el modo en el que el contexto económico puede tener un efecto sobre las actitudes de apoyo al Estado autonómico. Nuestra propuesta a este respecto es más tentativa pues son más escasos los trabajos que examinan la incidencia del contexto económico en general y de las evaluaciones económicas en particular en las preferencias de organización territorial. En relación al desarrollo autonómico algunos trabajos previos han abordado aspectos tales como los mecanismos de accountability de los gobiernos autonómicos por sus resultados económicos (Lago y Lago, 2010; León, 2011); o el impacto relativo de las valoraciones económicas frente a las políticas en la percepción del rendimiento autonómico (Liñeira, 2012) pero, hasta nuestro conocimiento, no existen estudios que examinen el efecto de percepciones económicas en los niveles de apoyo al Estado autonómico (en definitiva en el indicador de legitimidad del Estado autonómico tal y como los hemos definido en este trabajo y conforme lo operacionalizamos en el siguiente apartado). Esta ausencia de trabajos previos puede deberse a que con anterioridad a la crisis económica actual, los niveles de apoyo agregado al modelo autonómico y su evolución longitudinal parecían poco sensibles al contexto económico: la crisis de la primera mitad de los noventa, por ejemplo, no tuvo efectos aparentes en el proceso de consolidación de las actitudes favorables al modelo autonómico. Por contraste, en la crisis económica actual, y de modo particular en su segunda fase desde 2010/11 ―coincidiendo con la crisis de la deuda y el mayor énfasis en el recorte del déficit estatal y autonómico― las opciones de ruptura con el modelo autonómico han aumentado considerablemente, tal y como veremos con más detalle en el siguiente apartado. La literatura sobre los efectos del contexto y las percepciones económicas en las actitudes hacia las instituciones políticas han adoptado habitualmente un enfoque utilitarista. Este enfoque ha tenido un desarrollo muy importante en las explicaciones de las actitudes hacia 141 la UE por lo que lo tomaremos como punto de partida tratando de adaptarlo a la explicación de las actitudes hacia el Estado autonómico. Desde el enfoque utilitarista, el apoyo de los ciudadanos a la UE depende de la percepción de un beneficio económico neto derivado de la pertenencia a Europa (Eichenberg y Dalton, 1993; Anderson y Reichter, 1995; Anderson y Kaltenthaler, 1996; Gabel y Palmer, 1995; Gabel, 1998a y 1998b.). Siguiendo el enfoque utilitarista, los ciudadanos apoyan el proceso de integración en la medida en la que perciban que la pertenencia a la UE es consistente con sus intereses económicos. Para un primer grupo de investigaciones, el apoyo a la UE varía dependiendo bien de los rendimientos macro de la economía nacional tales como la inflación, el PIB o la tasa de desempleo (Eichenberg y Dalton 1993; Anderson y Reichter, 1995; Anderson y Kaltenthaler, 1996); bien de los rendimientos más específicos que los países miembros obtienen del proceso de integración económica, tales como la balanza comercial con el resto de los países miembros o las transferencias netas desde la UE (Mahler et al., 2000). Un segundo grupo de investigaciones, por contraste, pone un mayor énfasis en la microeconomía y la percepción individual de beneficio de modo que tanto la valoración de la situación económica nacional como la personal tienen en impacto significativo sobre las actitudes hacia la integración europea (Gabel y Palmer, 1995; Gabel y Whitten, 1997). Los ciudadanos perciben los costes y beneficios de la pertenencia al UE dependiendo de su situación socioeconómica y de la incidencia que pueden tener el proceso de integración europeo en su economía personal (Gabel, 1998a). Para un tercer grupo de autores el efecto específico de las percepciones individuales de la economía variará dependiendo del contexto en el que éstas operan. En su análisis sobre la compatibilidad entre distintos tipos de identidades Diez Medrano (2003) subraya que la identidad local puede verse como un obstáculo para la inclusión en la identidad más amplia; o alternativamente, ésta última puede percibirse como una amenaza para aquella; de tal modo que relación positiva o negativa de la identidad nacional con el apoyo a la integración europea dependa no sólo del contenido que se da a aquélla sino del modo en el que se presenta Europa en distintos contextos. En una línea similar De Vries y van Kersbergen (2007), han desarrollado el concepto de doble lealtad42 para explicar las condiciones en las que las identidades nacionales tendrán un efecto positivo o negativo en las actitudes de apoyo a la integración europea. De acuerdo con su argumento, los gobiernos nacionales proveen a los ciudadanos de beneficios como seguridad y bienestar (entendidos en un sentido amplio). La lealtad primaria emerge de esta positiva transacción de los Estados-nación, de modo que los ciudadanos apoyan la cesión de soberanía sólo a condición de que dicha cesión garantice o refuerce su seguridad y bienestar. La lealtad secundaria ―en este caso el apoyo a la UE― existe cuando las instituciones 42Double allegiance en el original (De Vries y van Kersbergen, 2007: 313) 142 supranacionales permiten o facilitan a las élites nacionales la provisión de dichos recursos (De Vries y van Kersbergen, 2007: 312-3; van Kersbergen 2000: 4-9; Carey, 2002: 392). En este sentido, el concepto de doble lealtad puede explicar la variabilidad en la relación entre identidades nacionales y adhesión a la UE: dónde los ciudadanos perciben que la integración europea es un obstáculo a la provisión de seguridad y bienestar será más probable encontrar una relación negativa entre la identidad nacional y el apoyo a la UE; y viceversa. A este respecto, en el ámbito específico de las actitudes hacia la integración europea los saldos fiscales netos se han identificado como un predictor importante de las actitudes de apoyo a la integración. Siguiendo a Mahler et al. (2000:440) “aunque los cálculos del coste y beneficio de la pertenencia a la UE abarcan distintas esferas, la posición presupuestaria de sus distintos miembros en relación al conjunto de la Unión se ha identificado como uno de los factores más influyentes en las percepciones de la opinión pública sobre la UE como institución” (traducción de los autores del original en inglés) Volviendo a las repercusiones de la crisis económica en las actitudes hacia la legitimidad autonómica, en este trabajo hemos considerado que la valoración que los ciudadanos hacen del Estado autonómico puede estar condicionada por dos posibles percepciones sobre sus consecuencias económicas, de tal modo que éstas actúen conjuntamente o por separado. Por un lado, es posible que un número importante de ciudadanos perciba la administración autonómica como un nivel político superfluo que contribuye a incrementar el gasto público, una percepción que se ha acrecentado en el actual contexto de recortes en prestaciones básicas. De hecho, tal y como veremos en el siguiente epígrafe, el porcentaje de ciudadanos que piensan que el Estado autonómico representa una sobrecarga al gasto público se ha triplicado en sólo dos años, de 2010 a 2012. Una segunda percepción posible de los ciudadanos sobre las consecuencias económicas del Estado autonómico tiene que ver con su capacidad redistributiva. La financiación autonómica es una dimensión importante de los debates sobre el modelo de organización territorial aunque suele conllevar alineamientos muy diferentes a los que se tienen lugar cuando lo que se discute es el encaje de identidades regionales diferenciadas en un marco común43. En lo que se refiere a la capacidad distributiva del sistema de financiación autonómica, aunque existe bastante opacidad sobre los balances fiscales44 que conlleva el modelo autonómico, la percepción de ciertas CCAA como Madrid o Cataluña como contribuyentes netos; y de otras como Andalucía o Extremadura como beneficiarios netos parece bien asentada entre sus respectivas opiniones públicas regionales después de sucesivos debates sobre el modelo de financiación. 43 Como muestra, en un desayuno informativo para Nueva Economía Forum, el consejero de economía de la Generalitat catalana Mas-Colell argumentó que la Generalitat y la Comunidad de Madrid pueden dar la batalla juntas por la reforma del sistema de financiación (El País, 18/11/2013) 44 Véase el Gráfico A.1 en el anexo. 143 Por ello, de manera similar a los efectos variables dependiendo de la percepción del país como contribuyente o beneficiario neto identificada por la literatura sobre las actitudes hacia la UE, en este trabajo consideramos que las percepciones de los ciudadanos sobre el beneficio o la contribución presupuestaria de sus respectivas CCAA constituye un filtro clave sobre el tipo y sentido de la influencia que las variables económicas tendrán en las actitudes hacia el Estado autonómico en distintas CCAA. A este respecto hemos incluido en nuestros modelos dos variables independientes vinculadas a los efectos de la situación económica en el apoyo al Estado autonómico: una primera variable vinculada a la percepción subjetiva de la situación económica; y una segunda en torno a la situación objetivable de los individuos. La percepción subjetiva está operacionalizada como el diferencial entre la evaluación que los ciudadanos hacen de la situación económica de la CCAA con respecto a la evaluación de la situación económica en el conjunto de España; de tal modo que los valores positivos de esta variable corresponden a aquellos individuos que perciben que la situación de su CCAA es mejor que la del conjunto de España mientras que los valores negativos corresponden a los individuos que consideran que la situación económica de España es mejor que la de sus respectivas CCAA. En CCAA que son contribuyentes netas como Cataluña y Madrid nuestra hipótesis es que a mayor valoración diferencial menor será el apoyo al Estado autonómico en la medida en la que, en una situación económica adversa, se percibe a éste último como redistribuidor de recursos a otras CCAA. Por contrapartida no esperamos encontrar efectos de la valoración diferencial en las CCAA beneficiarias netas como Andalucía o Castilla-Leon pues en ellas tanto los valores altos de la valoración diferencial (“Nuestra CA está mejor gracias a la redistribución autonómica”) como los bajos (“La mala situación de nuestra CA necesita de los efectos redistributivos de la financiación autonómica”) pueden relacionarse positivamente con los niveles de apoyo al Estado autonómico.45 De modo similar esperamos encontrar también efectos diferenciados por CCAA en función de la ocupación. A este respecto consideramos a los desempleados, y en menor medida a los jubilados, como categorías particularmente vulnerables en un contexto económico adverso. Precisamente, por su mayor vulnerabilidad esperamos que sus actitudes hacia el Estado autonómico varíen en función de la CCAA. En CCAA que son contribuyentes netas, como en Cataluña y Madrid, estas categorías mostrarán niveles de apoyo al Estado autonómico significativamente menores que entre otros grupos. Por el contrario, en CCAA que son beneficiarias netas, el nivel de apoyo al Estado autonómico será significativamente mayor entre estos grupos vulnerables que entre los empleados y otras categorías de ocupación. 45 No obstante, cabe pensar que en las CCAA que son beneficiarias netas se pueda percibir el estado centralizado como un redistribuidor más beneficioso para estas CCAA que el Estado autonómico, un supuesto sobre el que volveremos en la valoración de nuestros análisis multivariables y en las conclusiones de este trabajo. 144 Por supuesto, en las CCAA que son contribuyentes netas como Cataluña y Madrid, existen diferencias en los mecanismos y en el resultado final de esa falta de apoyo al Estado autonómico. En Madrid la falta de apoyo estará asociado a la percepción del Estado autonómico como un gasto superfluo y el resultado es la preferencia por volver a un Estado centralizado. En Cataluña, es la integración de la región en el marco organizativo más amplio que representa el Estado autonómico lo que se percibe como un coste inasumible y la consecuencia es la opción por la independencia. No obstante, tal y como hemos operacionalizado la legitimidad autonómica en el siguiente apartado el resultado actitudinal es el mismo. Dos últimas consideraciones: En primer lugar, por la particularidad del encaje del País Vasco en el sistema de financiación autonómica, no tenemos expectativas específicas sobre las relaciones de las variables económicas con las actitudes hacia el Estado autonómico. Y en segundo lugar, para el resto de las CCAA, las relaciones que esperamos encontrar son más probables en un contexto económico adverso, de modo que nuestra expectativa es que la confirmación de nuestras hipótesis es menos probable en 2002 y más probable en 2010 pero muy especialmente en 2012. En un razonamiento similar esas relaciones serán tanto más probables conforme más adversas sean las circunstancias económicas de las distintas CCAA Para terminar este apartado teórico merece la pena añadir algunas reflexiones sobre los efectos que esperamos para las variables de control que hemos incluido en nuestro análisis multivariable. En primer lugar, esperamos que la edad tenga un efecto en las actitudes de apoyo al Estado autonómico. En su trabajo sobre las actitudes hacia el Estado autonómico Liñeira (2012) encontró un efecto cohorte en los niveles de apoyo al modelo autonómico: las generaciones que crecieron y se socializaron en paralelo al desarrollo de la descentralización tienen, siguiendo a este autor, una actitud más positivas hacia el Estado autonómico que las generaciones que se socializaron en períodos anteriores. En nuestros análisis multivariables posteriores esperamos, por tanto, que la edad tenga un efecto negativo en los niveles de apoyo al Estado autonómico. Por otro lado, en distintos trabajos, para el caso español y otros casos de estudio se ha demostrado un efecto positivo del nivel educativo con la preferencia por el modelo federal y mayores niveles de autogobierno en un sentido general (Torcal y Mota, 2013) por lo que esperamos que los niveles educativos más altos tengan un efecto positivo en los nivele de legitimidad autonómica. Las actitudes hacia el Estado autonómico: dimensiones y evolución longitudinal. En este apartado examinamos las actitudes hacia el modelo de organización territorial desde los conceptos de legitimidad y satisfacción, apoyo difuso, apoyo específico rendimiento. 145 Aunque existe una larga tradición que examina las actitudes hacia el régimen democrático desde este enfoque, son menos frecuente escasos los trabajos que lo han aplicado a las percepciones sobre el Estado autonómico (véase, no obstante, la importante excepción de Liñeira, 2012) La legitimidad, siguiendo la definición de Gunther, Montero y Torcal (1998), se puede definir como la actitud positiva de los ciudadanos hacia las instituciones democráticas, consideradas como la forma de gobierno más apropiada. Como puntualiza Linz (1978: 18), “en última instancia, la legitimidad democrática se basa en la creencia de que para un determinado país y en un momento dado, ningún otro tipo de régimen podría asegurar un mayor éxito de los objetivos colectivos”. Trasladado a las actitudes a la organización vertical del poder, hemos operacionalizado la legitimidad del Estado autonómico a partir de las opciones de respuesta de los que consideran el modelo autonómico como el más apropiado para la organización territorial. A este respecto en este trabajo hemos considerado que las opciones de respuesta de la serie histórica del CIS no expresa tanto preferencias de organización territorial (no aparecen, por ejemplo, entre las opciones de respuesta opciones de descentralización alternativas al modelo autonómico como el federalismo) sino distintos grados de apoyo del modelo autonómico; y que, por tanto, puede y quizás debe entenderse mejor como un indicador de la legitimidad del modelo autonómico. Desde esta premisa en el Gráfico 1 analizamos las actitudes hacia el Estado autonómico aplicando el esquema clásico de Hirschman (1970) en torno a las opciones de lealtad (apoyo al statu quo), voz (reivindicación de más o menos autonomía sin abandonar el modelo autonómico) y salida (apoyo a la posibilidad de independencia o recentralización del Estado, ambas opciones fuera del modelo actual). Conforme argumentábamos en el apartado anterior mientras otras actitudes como la legitimidad de la democracia han permanecidos más o menos estables y con niveles de apoyo elevados, la evolución de la legitimidad del Estado autonómico ha mostrado importantes variaciones desde los años ochenta. Así en el Gráfico 1 observamos que, desde posiciones todavía muy divididas a comienzos de la década de los ochenta ―en 1984 la suma de la preferencia por un Estado centralizado y la posibilidad de independencia todavía superaba en casi 10 puntos el apoyo al statu quo autonómico― el apoyo del Estado autonómico se fue incrementando hasta alcanzar un máximo en 2006 en un porcentaje próximo al 60 por ciento. Desde entonces el apoyo al statu quo comenzó a debilitarse en un proceso inicialmente leve pero que se acelera en la observación de 2009 (aunque debe tenerse en cuenta el efecto del cambio en la formulación de la pregunta a partir de ese año). Conforme a esta división que hemos llevado a cabo para facilitar el análisis, en una primera fase ―hasta 2010/11― el descenso de las opciones de lealtad hacia el Estado autonómico tiene lugar mientras se incrementan las opciones de voz (aunque con oscilaciones); mientras que desde esa fecha, se incrementan las opciones de salida, en detrimento del continuado descenso de la lealtad, pero 146 también de la voz en esta segunda fase. El Gráfico 4.1 pone también de manifiesto que en 2013 las preferencias en torno a la salida, es decir la ruptura con el modelo autonómico, ya eran muy levemente mayoritarias en relación a las otras dos opciones. Gráfico 4.1. Actitudes hacia el Estado autonómico: Lealtad, Voz y Salida en las preferencias sobre la organización territorialª. ª Las opciones de respuesta del indicador del CIS utilizado han cambiado incorporando a partir de 2009 una nueva opción de respuesta (Estado autonómico con menos autonomía). El gráfico une ambas formulaciones. Fuente: Series temporales Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). No obstante para facilitar nuestro análisis en el siguiente apartado de modelos multivariables, hemos considerado un segunda variante en la operacionalización de nuestra variable dependiente, agrupando a todos los que consideran el Estado autonómico como la mejor forma de organización posible, con independencia de si prefieren modificaciones en el nivel de autonomía; o dicho de otro modo, agrupando las opciones de lealtad y voz frente a las de salida, tal y como aparece en el Gráfico 4.2. (véase Liñeira, 2012 para la misma operacionalización). Siguiendo esta segunda modalidad, si bien a partir de 2007 aproximadamente comienza un descenso del apoyo al Estado autonómico, es en la segunda fase de la crisis económica ―a partir de 2010/11 aproximadamente y coincidiendo con la fase más intensa de la austeridad y políticas de recorte del déficit estatal y autonómico― cuando el descenso en los niveles de apoyo al estado autonómica (y el ascenso en las posiciones de ruptura) es especialmente marcado. Es por tanto durante esta segunda fase de la crisis cuando los niveles de legitimidad autonómica se han visto especialmente erosionados Pese a que la pérdida de legitimidad parecía ya estar manifestándose antes incluso del inicio de la crisis económica y durante su primera fase entre 2008 y 2010; es desde esta última fecha cuando la caída de la legitimidad se hace más intensa. Dada esta evolución en el tiempo trabajamos con dos hipótesis en relación a nuestras tres observaciones en el tiempo: 1) el efecto de las 147 percepciones económicas en las actitudes de apoyo al Estado autonómico será por supuesto mayor en las observaciones de 2010 y 2012 en relación a la de 2002, mucho antes de la recesión; 2) El efecto de las percepciones económicas será mayor en la observación de 2012 que en la de 2011 coincidiendo con la segunda fase de la crisis cuando la perdida de legitimidad del Estado autonómico se hizo mucho más intensa. La operacionalización que mostramos en el Gráfico 4.2 es la que hemos seguido en la especificación de la variable dependiente para los análisis multivariables que presentamos en el siguiente apartado. Gráfico 4.2. Evolución de la legitimidad del estado de las autonomías (1984-2013) a. ª Las opciones de respuesta del indicador del CIS utilizado han cambiado aunque reflejan de manera sustantiva el mismo significado. El gráfico une ambas formulaciones. Fuente: Series temporales Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Una cuestión de interés adicional con respecto a las actitudes hacia el Estado autonómico es la relación que mantiene la legitimidad con los indicadores de satisfacción y eficacia. Si bien estos dos fenómenos pueden aparecen relacionados, se trata de dimensiones distintas conceptual y empíricamente. Linz (1993: 42-3) sostiene que la relación entre ambos conceptos es compleja señalando que la eficacia puede “a lo largo del tiempo fortalecer, reforzar, mantener o debilitar la creencia en la legitimidad, y ésta a su vez puede influir en la percepción de la eficacia y el rendimiento del régimen”. Otros autores distinguen estos conceptos (Montero, Gunther y Torcal, 1998; Klingemann, 1999), señalando que los ciudadanos son capaces de ser críticos con un régimen y no por ello considerar que deba ser abandonado. En este caso presuponemos que el impacto de la crisis económica puede no estar siendo el 148 mismo en una y otra dimensión. Aunque también influirán las valoraciones sobre la eficacia, la legitimidad del sistema político autonómico puede descansar en predisposiciones ideológicas o identitarias mientras que la satisfacción con el sistema político deriva fundamentalmente de las percepciones de los ciudadanos sobre su capacidad para resolver problemas. Siguiendo el esquema de Easton (1965), el apoyo al sistema político es un concepto multidimensional en el que se pueden diferencian dos dimensiones: el apoyo difuso y el apoyo específico. El primero de ellos implica una vinculación a través de la lealtad y tiene un carácter más afectivo mientras que el segundo se deriva de los beneficios o costes específicos que perciben los individuos por su pertenencia (Easton, 1965:444). En este sentido, el apoyo específico está relacionado con las evaluaciones de los ciudadanos y es más susceptible a los factores contextuales, pudiéndose ver afectada por coyunturas desfavorables como la crisis económica actual, mientras que la legitimidad se trataría de una lealtad general independiente del desempeño del régimen y, por ello, de carácter más duradero. La legitimidad se observaría en el grado de apoyo difuso que los ciudadanos conceden al sistema mientras que la eficacia se referiría al grado de apoyo específico, dependiendo del rendimiento de las instituciones y sus resultados (Liñeira, 2012:82-83). La serie con la que contamos para medir la satisfacción con el Estado autonómico es mucho más limitada que para el indicador de legitimidad. El Gráfico 4.3 recoge la consideración de los ciudadanos sobre el desarrollo del Estado autonómico como algo positivo o negativo para España. Como en el caso de la legitimidad, los resultados ponen de manifiesto un cambio de tendencia en la satisfacción que comienza a manifestarse a partir de 2005 y se intensifican entre 2010 y 2012, en una tendencia muy parecida a la evolución de la legitimidad. Por añadidura, algunos trabajos anteriores han mostrado, por un lado, que la satisfacción con el Estado autonómico parece relacionarse en mayor medida con indicadores de descontento político como la valoración de la situación política o las evaluaciones del gobierno central y autonómico (Liñeira, 2012: 91); y, por otro, que en este caso la legitimidad –y no la satisfacción- parece más estrechamente relacionada con las percepciones de la economía (Mata López y Paradés, 2013). Dada la aparente relación entre las dos variables y por contar con una serie más larga en el indicador de legitimidad, en los modelos multivariables del siguiente apartado hemos optado por centrarnos la el indicador de legitimidad como variable dependiente. 149 Gráfico 4.3. Valoración del desarrollo del Estado de las autonomías (1996-2012)ª. ª El grafico refleja las valoraciones que hacen los encuestados sobre el efecto que el desarrollo de las CCAA ha tenido para España. Fuente: Serie temporal del CIS. Sin embargo, atendiendo a las motivaciones que los encuestados dan para explicar sus valoraciones positivas o negativas del Estado autonómico nos ofrece algunas pistas sobre el peso creciente del factor económico en las percepciones sobre el Estado autonómico. Si nos fijamos, en primer lugar, en las motivaciones que los ciudadanos dan para valorar positivamente el Estado de las autonomías, observamos importantes cambios en la evolución del 2010 al 2012 (Gráfico 4.4). Si en 2010 las opciones elegidas en mayor medida eran las que se referían a una mayor descentralización y autogobierno y a la gestión de los intereses de la CCAA, en 2012 el porcentaje de estas opciones descienden considerablemente y se pone el énfasis en la mayor atención y cercanía de la administración. 150 Gráfico 4.4. Motivaciones positivas de la creación del Estado de las autonomías 2012201046 (porcentajes) ª. ª Porcentajes calculados en base al n total de encuestados que responden a la pregunta ¿Cree Ud. que, en general, la creación y desarrollo de las Comunidades Autónomas ha sido para España algo más bien positivo o más bien negativo? Fuente: Elaboración propia a partir del CIS (2956 y 2829). Nota: Resultados ordenados de mayor a menor en 2012. 46 Las respuestas en 2010 han sido agregadas para su comparación con las correspondientes al 2012 del siguiente modo: Motivaciones positivas: 1. Más cercanía a la Administración y/o instituciones: Más cercanía a las instituciones; gobierno más cercano; políticos más cercanos; administración más cercana. 2. Mayor atención y conocimiento de los problemas: Mayor conocimiento y atención de los problemas; conocimiento de problemas y necesidades; atención a problemas y necesidades. 3. Defensa de la propia identidad, cultura e idioma: Defensa de la propia identidad, cultura e idioma; mantener el idioma; mantener las tradiciones culturales; defensa de la identidad. 4. Gestión de lo nuestro (de los intereses de la comunidad): Gestión de lo nuestro (de los intereses de la comunidad); gestión de recursos propios, autogestión; defensa de los intereses propios. 5. Mejor gestión y/o administración: Mejor gestión y administración; menos burocracia; más rapidez en trámites; mejor organización; mejor reparto del dinero; mejor utilización de recursos; mejor administración de los impuestos; más control en la gestión. 6. Mayor descentralización y autogobierno: Más autonomía política; descentralización y competencias propias; independencia; elección de representantes; no depender del gobierno central; se evita el centralismo; instituciones jurídico, políticas propias; autogobierno. 7. Mejora en la prestación de servicios concretos: Mejora en la prestación de servicios concretos; sanidad mejor; educación mejor; buenas y mejores prestaciones; mejor atención al ciudadano; mejora en infraestructuras; servicios más accesibles. 8. Prosperidad económica: Mejora económica; creación de riqueza; avance económico; creación de puestos de trabajo; más recursos. 9. Mejora de la relación entre comunidades autónomas: Mejor de la relación entre comunidades; solidaridad; cooperación; intercambio de ideas; más igualdad entre comunidades. 10. Otras respuestas: Respuestas imprecisas; respuestas tautológicas; otras respuestas. Motivaciones negativas: 1. Aumento del gasto público: Aumento del gasto público y de los políticos; más impuestos; más políticos, más gente para cobrar; más despilfarro, más derroche; más corrupción. 2. Aumento de la burocracia: Aumento de la burocracia; se duplica la administración; gestiones complicadas; muchos gobiernos. 3. Aumento de las diferencias entre comunidades autónomas: Aumentan las diferencias entre comunidades; unas comunidades con más privilegios que otras; reparto no equitativo. 4. Fomento de los intereses particulares de las comunidades autónomas: Fomento de los individualismos; fomenta insolidaridad; todos quieren más; cada uno va a los suyo. 5. Fomento de los enfrentamientos entre comunidades autónomas: Fomento de los enfrentamientos; conflictos; mala convivencia; crispación. 6. Fomento de los separatismos: Fomento de los separatismos; fomenta nacionalismos; desunión; problemas con la lengua. 7. Ruptura de España: Ruptura de España; se rompe el país; contra la unidad de España; favorece la independencia. 8. El mal funcionamiento de las comunidades, en general: Menciones genéricas al mal funcionamiento de las comunidades; no funcionan; no son efectivas; mala gestión. 9. Autonomía insuficiente: Autonomía insuficiente. 10. Otras respuestas: Respuestas imprecisas; respuestas tautológicas; otras respuestas. 151 En cuanto a las valoraciones negativas, destaca de modo muy notable el incremento de los que perciben que favorece el aumento del gasto público (Gráfico 4.5). Este es el principal motivo al que aluden los ciudadanos tanto en 2010 como en 2012 para considerar el modelo autonómico como algo más bien negativo. Sin embargo, en el 2012 el porcentaje se ha triplicado con respecto al 2010. La situación de crisis económica parece introducir en la opinión pública la percepción de que el Estado autonómico es el responsable del aumento del gasto público en nuestro país. Si bien esta idea ya existía en años anteriores como manifiestan los resultados del 2010, la segunda fase de la crisis más claramente vinculada al recorte del déficit de los gobiernos autonómicos ha propiciado que se extienda esta idea llegando a considerarla más de un 30 por ciento de los encuestados que perciben el Estado autonómico como algo más bien negativo. Gráfico 4.5. Evolución de las motivaciones negativas de la creación del Estado de las autonomías 2012-2010 (porcentajes) ª. ª Porcentajes calculados en base al n total de encuestados que responden a la pregunta ¿Cree Ud. que, en general, la creación y desarrollo de las Comunidades Autónomas ha sido para España algo más bien positivo o más bien negativo? Fuente: Elaboración propia a partir del CIS (2956 y 2829). Nota: Resultados ordenados de mayor a menor en 2012 Dados estos resultados referentes a la percepción del aumento del gasto público, en el Gráfico 4.6 observamos los resultados de esta variable por CCAA. De esta forma, vemos cómo son los ciudadanos de Madrid los que perciben este aumento del gasto en mayor medida seguido de Cataluña. No obstante, en todas las CCAA, el porcentaje de los que consideran que el 152 modelo autonómico aumenta el gasto público se han incrementado del 2010 al 2012, aunque es en Madrid y en Cataluña dónde lo hacen en mayor medida. Gráfico 4.6. Evolución de la creencia que el aumento del gasto público por la creación del Estado de las autonomías 2012-2010 por CCAA (porcentajes) ª. ª Porcentajes calculados en base al n total de encuestados que responden a la pregunta ¿Cree Ud. que, en general, la creación y desarrollo de las Comunidades Autónomas ha sido para España algo más bien positivo o más bien negativo? Fuente: Elaboración propia a partir del CIS (2956 y 2829). Nota: Resultados ordenados de mayor a menor en 2012 Legitimidad del Estado autonómico por CCAA. Una vez que hemos analizado la evolución longitudinal del apoyo de los españoles hacia el modelo autonómico, cabe preguntarse por su evolución en distintas CCAA. Diversos trabajos anteriores han puesto de manifiesto que las actitudes de los ciudadanos hacia la organización territorial del Estado también varían en función de la CCAA estudiada (Shabad, 1986; Montero y Torcal, 1990; Mota, 1998; Liñeira, 2012). Tras las elecciones de 1982, cuando las preferencias por la autonomía no eran abrumadoramente superiores a las del centralismo, el apoyo al Estado autonómico era ya mayoritario en prácticamente todas las comunidades, salvo en Asturias, Extremadura; y especialmente en las dos Castillas, donde el centralismo seguía 153 siendo la primera preferencia para los ciudadanos (Shabad 1986:536). El Gráfico 4.7 muestra la evolución de la legitimidad del Estado autonómico desde 2005 –el momento en el que suscitaban el máximo consenso desde el inicio del período democrático- hasta 2012, en la segunda fase de la recesión, coincidiendo con la crisis de la deuda y la política de recorte del déficit en una mayoría de CCAA. Gráfico 4.7. Apoyo al Estado autonómico (agrupación de lealtad y voz frente a salida) por CCAA (2005-2012). Fuente: Barometros autonómicos del CIS (2610 y 2956). El gráfico pone de manifiesto la pérdida de apoyo al Estado Autonómico en todas las CCAA con la única excepción del País Vasco. Destaca la disminución del apoyo en Murcia donde el descenso es de casi 41 puntos porcentuales; seguidas de Madrid, Castilla y León y Cataluña con un 30 por ciento de pérdidas de apoyo. En las tres primeras CCAA mencionadas el Estado centralizado se había convertido ya en la primera preferencia entre sus ciudadanos. Por contraste, en 2005, el apoyo autonómico eran sensiblemente menor precisamente en las CCAA cuyas demandas de autogobierno el desarrollo autonómico había buscado encajar: un 65 por ciento de los vascos y algo más del 70 por ciento de los catalanes apoyaba en aquel momento el Estado autonómico bien desde posiciones de lealtad bien desde posiciones devoz. De entre estas dos CCAA, sólo Cataluña permanece en el grupo de menores niveles de legitimación del Estado autonómico, aunque el crecimiento de las opciones de salida en este caso se expresan a través de la preferencia de un modelo que permita la independencia para las 154 CCAA. En Canarias, Asturias, Galicia y Navarra el apoyo al Estado autonómico permanece en 2012 por encima del setenta por ciento. Por último, sólo en Andalucía las opciones de apoyo al Estado autonómico permanecen en 2012 en nivele por encima del 80 por ciento. Conforme al argumento que hemos desarrollado en el marco teórico de que las actitudes hacía el Estado autonómico dependen del contexto político, en los Gráficos 4.8 y 4.9 exploramos examinamos la distribución de las posiciones de lealtad, voz y salida conforme al color del partido gobernante en la CA entre 2010 y 2012, es decir contrastando los dos momentos de la recesión económica. El gráfico pone de manifiesto que el efecto de la crisis en la deslegitimación del Estado autonómico ha sido muy distinto dependiendo del partido en el gobierno. En las CCAA gobernadas por el PSOE, en sentido contrario al conjunto del país, las posiciones de lealtad se han visto reforzadas, de modo que especialmente la salida se concentra significativamente en las CCAA gobernadas por el PP o por los partidos nacionalistas. Un segundo punto de contraste interesante que ofrece el gráfico es la comparación entre PP y PSOE en los dos momentos del tiempo; si la distribución de preferencias en las CCAA gobernadas por uno y otro partido era bastante parecida en 2010, es sin embargo bastante distinta en 2012, lo que sugiere que las posiciones vinculadas a uno u otro partido se han acentuado durante la segunda fase de la crisis. Este resultado, por ello, matiza nuestra expectativa de que los efectos de la variables vinculadas al proceso político serán menores en 2012 que en 2010. Gráficos 4.8 y 4.9. Opciones de lealtad, voz y salida en CCAA gobernadas por el PSOE, el PP y partidos nacionalistas (2010-2012). En 2012, el PP/UPN encabezaba el gobierno en 12 CCAA, es decir en todas excepto en Andalucía, País Vasco y Asturias (PSOE), por un lado; y en Canarias y Cataluña (Nacionalistas); por otro. En 2010, el PP/UPN encabezaba el gobierno en 8 CCAA, el PSOE en Andalucía, Asturias, Castilla- 155 La Mancha, Extremadura, País Vasco, Baleares y Cataluña (éstas dos últimas en coalición) y Canarias y Cantabria es gobernada por los nacionalistas. Fuente: Elaboración propia a partir de resultados electorales y webs parlamentos autonómicos. La legitimidad del Estado autonómico: cinco casos de estudio. En función de la evolución en los niveles de legitimidad del modelo autonómico, y atendiendo en paralelo al color de su gobierno, en el resto de este trabajo hemos centrado nuestros análisis en los casos de Castilla y León, Madrid, Cataluña, País Vasco y Andalucía. Las dos primeras destacan tanto por su elevado descenso del apoyo al modelo autonómico, alrededor de 30 puntos porcentuales, como por hacerlo a favor del Estado centralizado. Se trata además, en ambos casos, de gobiernos autonómicos en manos del PP desde hace dos décadas. Andalucía y País Vasco son dos de las CCAA que destacan en mayor medida por lo contrario, incluso con una evolución positiva en los niveles de legitimidad en la segunda de ellas, tal y como hemos visto en el apartado anterior. Por último, Cataluña también destaca por la fuerte pérdida de legitimidad aunque en este caso la opción de salida se articula en torno a la posibilidad de independencia; además de estar gobernada por un partido nacionalista. Dada la relevancia que tradicionalmente se ha otorgado a los factores identitarios en la conformación de las actitudes hacia el Estado autonómico, la selección de Cataluña y País Vasco como casos de estudio responde también a su singularidad identitaria con respecto al resto de CCAA. Las cinco CCAA son muy distintas entre sí y su diversidad se puede constatar tanto en su población, tamaño, sentimiento nacionalista, etc. Hay que señalar también las diferencias con respecto a su régimen jurídico, en dónde destaca la singularidad del régimen foral del País Vasco y su autonomía fiscal. Puesto que nuestras hipótesis sobre el efecto de las percepciones económicas están vinculadas a su posición presupuestaria con respecto al régimen general, no hemos fijado hipótesis concretas para esta CA sobre el modo en el que las variables económicas incidirán en las actitudes hacia el Estado autonómico. Por último, existen también importantes diferencias en el impacto que la crisis ha tenido en sus niveles de riqueza y desempleo. Enlas siguientes tablas hemos seleccionado dos indicadores para mostrar dicho impacto en cada una de ellas: la evolución en la tasa de desempleo (Tabla 4.1) y la evolución de su deuda pública en porcentaje de sus respectivos PIB (Tabla 4.2). A continuación hacemos una breve descripción del contexto de las cinco CCAA seleccionadas, prestando especial atención al contexto económico. 156 Tabla 4.1. Evolución de la Tasa de desempleo (1998-2012). 1998 2005 2010 2012 Andalucía 29,13 13,85 27,97 34,59 Castilla-León 16,79 9,16 20,99 28,47 Cataluña 14,42 6,95 17,75 22,65 Madrid 16,79 6,80 16,08 18,99 País Vasco 16,91 7,33 10,55 14,87 Media 18,61 9,16 20,06 25,03 Fuente: Elaboración propia a partir del INE. Tabla 4.2. Evolución de la deuda de las CCAA en porcentaje del PIB (1998-2012). 1998 2002 2005 2010 2012 Andalucía 8,9 7,4 5,9 8,5 14,6 Castilla-León 3,4 3,4 3,7 7,8 13,8 Cataluña 9,6 7,9 8,6 17,8 25,8 Madrid 4,4 6,7 6,3 7,2 10,7 País Vasco 7 3 2 7,8 11 Fuente: Elaboración propia a partir del boletín del Banco de España. Andalucía La crisis económica está teniendo un fuerte impacto en Andalucía, con los índices de desempleo más altos, que superan en un 10 por ciento la tasa de desempleo en el conjunto de España. El desempleo ha evolucionado desde un 14 por ciento en 2005 a un 28 por ciento en 2010 y alcanzó el 35 por ciento en 2012, lo que hace que sean los más elevados de toda la UE. Los datos del PIB tampoco son mejores, con un PIB per cápita del 74,5 por ciento en 2012, Extremadura es la única comunidad autónoma con un PIB per cápita menor. Su deuda pública es la segunda más elevada de las cinco CCAA consideradas (aunque muy por detrás de la de 157 Cataluña) y en 2012 tuvo que solicitar una ayuda al Estado para su vencimiento. Por las razones anteriores, Andalucía es -junto con Cataluña- la más golpeada por la crisis entre las cinco seleccionadas por lo que esperamos encontrar mayores efectos de los factores económicos en los niveles de apoyo autonómico que en Madrid, Castilla-León o el País Vasco; aunque por su posición con respecto a los saldos fiscales, esperamos que el efecto de los factores económicos vayan en sentido contrario de los que esperamos encontrar en Cataluña o en Madrid. Por lo que se refiere a variables políticas, Andalucía es la única CA que ha permanecido bajo gobiernos socialistas durante todo el período democrático aunque en las últimas elecciones autonómicas de 2012 el PP gano, por primera vez, en número de votos. Aunque Andalucía accedió a la autonomía a través del artículo 151 de la Constitución Española el regionalismo andaluz no ha sido un movimiento fuerte en el período democrático y el Partido Andalucista ha ido perdiendo presencia en el Parlamento andaluz lo que se traduce en que no consiguiesen representación en las dos últimas elecciones. Por ello no esperamos que la identidad regional tenga un efecto menor en las actitudes hacia el Estado autonómico que en los casos de Cataluña y el País Vasco. En definitiva, tal y como acabamos de ver, Andalucía es la única CA en la que los niveles de apoyo al Estado autonómico permanecen por encima del 80 por ciento lo que creemos que es el resultado de la combinación de sus factores políticos, económicos e identitarios que en este caso se retroalimentan positivamente pese al contexto de recesión. Castilla y León En los indicadores analizados, Castilla-León es la CA con la evolución más parecida a la media nacional. Si bien su índice de desempleo se sitúa ligeramente por encima de la media en los datos del 2012, su evolución ha sido pareja a la nacional con pequeñas diferencias. Esto también se constata en su PIB per cápita del 97,9 por ciento en 2012, muy próximo a la media nacional del 100 por cien. En cuanto a su deuda pública, ésta se sitúa en el valor intermedio de las cinco comunidades analizadas, lo que también ocurre cuando se compara con el resto de comunidades. Castilla-León era también beneficiaria neta en términos fiscales en 2005 por lo que esperamos que el efecto de la ocupación en los niveles de apoyo del Estado autonómico tenga el mismo sentido que en Andalucía, aunque debido al menor impacto de la crisis esperamos también que dichos efectos tengan menos intensidad. En términos sociopolíticos, su vinculación histórica con el Reino de Castilla ha provocado una identificación entre lo español y lo castellano que se hace patente en el sentimiento españolista de sus ciudadanos y sus preferencias centralistas. El sentimiento regionalista en Castilla-León es muy marginal no en relación a Cataluña y el País Vasco sino también con respecto a Andalucía por lo que no esperamos en este caso efectos de la identidad 158 exclusivamente regional. El PP ha gobernado siempre en esta comunidad con la única excepción de la primera legislatura en la que lo hizo el PSOE. En este sentido, y sabiendo que se trata de una de las CCAA en las que más ha descendido la legitimidad autonómica, esperamos que sean las variables socio-políticas las que expliquen en mayor medida sus actitudes hacia el Estado autonómico. Cataluña Cataluña es probablemente, entre las cinco CCAA seleccionadas, la que más contradicciones encierra. Por un lado se sitúa claramente entre las CCAA ricas, con el cuarto PIB per cápita más alto (119,7 por ciento) de España, por detrás del País Vasco, Madrid, y Navarra. La tasa de desempleo en Cataluña en 2012 se sitúa ligeramente por debajo de la media nacional aunque pero su diferencial con respecto al conjunto de España ha tendido a disminuir en relación a lo que ocurría a finales de los noventa (al contrario de lo que ocurre con el País Vasco). Por último, Cataluña arrastraba desde mucho antes de la crisis la deuda pública más alta entre las cinco comunidades seleccionadas y es la única en la que dicha deuda se dobló entre 2005 y 2010. Si consideramos el conjunto de las 17 CCAA, su deuda está también entre las más elevadas, sólo por detrás de Valencia y Castilla La Mancha. Ello conllevo que los recortes en prestaciones básicas comenzaran a introducirse aquí unos meses antes que en otras en esta CCAA; lo que no impidió que tuviese que pedir un rescate al gobierno central para el vencimiento de la deuda. En definitiva, aunque todavía en 2012 Cataluña sigue siendo una CC relativamente rica en relación a la media está entre las más golpeadas por la crisis en términos relativos, y muy especialmente por lo que se refiere a la evolución de su deuda pública y los recortes en el gasto público. La combinación de los factores anteriores con su posición como contribuyente neta en el régimen general explica que el mensaje “España nos roba” haya calado de forma notable entre amplios sectores de la población catalana. Por ello, esperamos que en Cataluña (junto con Andalucía) los factores económicos tengan un efecto mayor en las actitudes de legitimidad del Estado autonómico que en las otras tres CCAA; aunque, a diferencia de Andalucía, las categorías sociales más vulnerables tendrán en este caso una actitud significativamente más negativa, y no positiva, hacia el Estado autonómico. También en lo relativo al contexto político Cataluña ha atravesado un período especialmente convulso. Tras 23 años de gobierno ininterrumpido del Jordi Pujol, desde 2003 le sucedió el tripartito del PSC-ERC-ICV, coincidiendo con los debates en torno a la reforma del Estatuto catalán que provocó un alto nivel de confrontación partidista y monopolizó la agenda política catalana durante todo este período hasta su aprobación en 2006. En 2010, la declaración de inconstitucionalidad de 14 artículos del Estatuto generó protestas y una gran manifestación 159 contra dicha resolución. Por las razones que acabamos de apuntar la crisis económica ha contribuido a aumentar la polarización entre Cataluña y España. Por ello, consideramos que las variables relativas al contexto socio-político tendrán en Cataluña un efecto mayor que en las otras 4 CCAA. Madrid Madrid tiene algunos elementos compartidos con Cataluña; y otros muchos que la diferencian considerablemente. Se trata de una CCAA rica, su PIB per cápita es el 129 por ciento en relación a la media española, sólo por detrás del País Vasco. Comparte además con Cataluña la condición de contribuidora neta en las balanzas fiscales. No obstante, la incidencia de la crisis en Madrid es algo menor, su tasa de desempleo se sitúa 6 puntos por debajo de la media y es la CA con menor deuda pública. Por su similitud como contribuyentes netos, esperamos que los factores económicos, percepción y ocupación, tengan el mismo efecto que aunque, por el menor efecto de la crisis, quizás con menor intensidad. Por lo que se refiere a las variables sociopolíticas, en Madrid, como en Castilla-León, la identidad regional carece de contenido político de modo que tampoco en este caso específico esperamos que la identidad regional exclusiva tenga un efecto importante en nuestra variable dependiente. Sin embargo, por su condición de capitalidad, por la concurrencia en Madrid de muchas manifestaciones de movilización españolista y tras casi dos décadas de gobiernos del PP en la Comunidad y en la capital si esperamos que la identidad nacional exclusiva tenga un efecto negativo más claro sobre el apoyo al Estado autonómico en Madrid que otras CCAA. País Vasco La situación económica del País Vasco destaca por ser comparativamente mejor que el resto de CCAA. Su tasa de desempleo en 2012 era 10 puntos porcentuales menor que la media española, además de que este diferencial positivo con respecto a la media española ha tendido a aumentar desde finales de la década de los noventa mejorando, por tanto, su diferencial positivo que le permite situarse con el porcentaje de PIB per cápita más alto de todas las CCAA: (135,4%)47. Por añadidura, su deuda pública es una de las más bajas de España, sólo por detrás de la de Madrid de acuerdo con datos de 2012. Por último, su condición de régimen foral le otorga un status singular en los juegos distributivos de la financiación autonómica y por tanto, no hemos fijado hipótesis específicas sobre el sentido de los efectos de las variables económicas en los niveles de legitimidad autonómica. Todo ello puede contribuir a explicar que sea la única 47Según datos del INE. 160 CA en la que los niveles de legitimidad autonómica han aumentado. De todo lo anterior, esperamos que el efecto de las variables económicas en los niveles de apoyo al Estado autonómico sea menor aquí que en las otras cuatro CCAA No obstante, el País Vasco es también la CA que experimentó un contexto más convulso políticamente con anterioridad a la actual crisis económica. La tregua de ETA de finales de los noventa, el Pacto de Estella, y la posterior propuesta de reforma del Estatuto vasco contribuyeron a polarizar la opinión pública vasca en torno al modelo de organización territorial. Por añadidura, el alto nivel de confrontación partidista y polarización eran ya patentes en el País Vasco en 2002 después de la ruptura en 2000 de la denominada tregua trampa y de las elecciones autonómicas de 2001 muy polarizadas en torno a dos bloques (PérezNievas 2006). El País Vasco destaca también por haber tenido el nivel más alto de apoyo a la independencia a lo largo de todo el período democrático. Dada la mayor heterogeneidad de su distribución identitaria esperamos también que esta sea la CA dónde el factor identitario tiene un mayor efecto en la conformación, y esperamos que, a diferencia, de otras CCAA, éste efecto sea ya patente desde en la primera observación de 2002. Modelos explicativos en cinco CCAA en tres observaciones en el tiempo: Para comprobar si la crisis económica ha tenido algún efecto sobre las actitudes hacia el estado autonómico y si este efecto ha sido diferente dependiendo de la Comunidad Autónoma estudiada, o si por el contrario las actitudes hacia dicha institución vienen marcadas en mayor medida por el proceso político que por el contexto económico, vamos estudiar dichos efectos en tres momentos diferentes en el tiempo: 2002, 2010 y 201248. La elección de los tres momentos de observación responde tanto a motivos metodológicos como contextuales. En primer lugar las fechas vienen condicionadas por la disponibilidad de datos; y en segundo lugar por la necesidad de establecer un punto de control en el tiempo en que ni la crisis actual, ni tampoco la confrontación política en torno a la organización territorial que, como se ha argumentado se intensificó a partir de 2004, hayan tenido ningún efecto. Este punto de control lo situamos en el 2002. En segundo lugar, la observación de 2010 está seleccionada por un lado como una fecha intermedia en que si bien había comenzado la crisis económica, ésta no había entrado todavía en su segunda fase con una incidencia mayor en los recortes de los déficits estatal y autonómico; y por otro, como un punto en que las posibles implicaciones del proceso político si quedarían 48 Las bases de datos utilizadas son: Instituciones y Autonomías II (estudio ES2455 del Centro de Investigaciones Sociológicas), y los Barómetros autonómicos del 2010 y 2010 (estudios ES2829 y ES2956 del CIS) 161 reflejadas. Por último, 2012 sería el punto en el tiempo en el que esperamos que los efectos de la crisis en las actitudes sean realmente notables. Para cada CCAA seleccionada y para cada momento en el tiempo hemos construido dos modelos de complejidad creciente. En primer lugar tenemos el modelo control en el que incluimos tanto variables de tipo sociodemográfico ―genero, edad49y nivel de estudios―, como de tipo actitudinal ―identidad nacional y recuerdo de voto―. Estudios recientes han demostrado que la crisis actual no está teniendo el mismo efecto en todos los sectores poblacionales, y que uno de los más afectados son los jóvenes (Garcia-Albacete, Lorente y Martin, 2013), por otro lado presuponemos que la crisis también tendrá efectos diferentes dependiendo del nivel educativo del encuestado. Tal y como explicamos en el marco teórico la literatura sobre federalismo ha identificado una relación positiva entre los niveles educativos más altos y el apoyo a la descentralización (Torcal y Mota, 2012). Por otro lado, sabemos también que, en el caso específico de España, las cohortes más jóvenes que se socializaron en democracia, muestran una actitud más positiva hacia el Estado autonómico que cohortes más mayores que se socializaron políticamente en el franquismo o en los años de la transición (Liñeira, 2012) En lo relativo a los factores actitudinales, tenemos en primer lugar las variables identitarias que la literatura previa ha considerado clave en la conformación de este tipo de actitudes. Tal y como hemos explicado en detalle en el apartado anterior suponemos que las actitudes hacía el estado autonómico vendrán condicionadas en gran medida por la identidad del encuestado. Puesto que hemos operacionalizado nuestra variable dependiente diferenciado las opciones de salida frente a las de lealtad y voz, en nuestros modelos comprobamos los efectos de las identidades exclusivas (español o de la CCAA), frente a las identidades inclusivas, es decir las de aquellos que se sienten simultáneamente españoles y de su comunidad autónoma 50. Por último, hemos operacionalizado las variables vinculadas al proceso político a través del recuerdo de voto y no la autoubicación ideológica para captar así el efecto de la competición entre partidos nacionalistas y partidos de ámbito estatal, y no sólo o principalmente la competición entre PP y PSOE. Por último tenemos el modelo propiamente referido a la crisis en el que añadimos a las variables anteriores la ocupación del encuestado y la valoración diferencial que éste realiza 49 La edad esta medida como una variable continua, pero ante la posibilidad de que su efecto no sea lineal se ha incorporado la edad al cuadrado como medida de control. Ésta sólo se conserva en aquellos modelos en los que ha resultado significativa. 50También se incluyen dentro de la categoría “identidad inclusiva” aquellos que aunque se sientan más español o más de su comunidad autónoma no se sitúan en ninguna de las categorías propiamente exclusivas (sólo español o sólo de mi comunidad autónoma). 162 respecto de la situación económica a nivel estatal y de CCAA 51. En lo referente a la ocupación, que en este caso viene medida por la situación del encuestado como empleado, desempleado, jubilado/pensionista u otros (esta categoría incluye también a estudiantes y amas de casa), la incluimos en el modelo final (crisis) y no en el de control porque conforme explicamos en el marco teórico esperamos que la variable ocupación refleja un diferente grado de vulnerabilidad económica con efectos diferenciados en el apoyo al Estado autonómico dependiendo de la CCAA de la que se trate. No obstante, y con independencia del sentido de la relación que variará dependiendo de la CA, en el análisis longitudinal esperamos que los efectos de las variables del modelo crisis en las actitudes hacia la legitimidad autonómica sean especialmente relevantes en la observación de 2012. Por último hemos operacionalizado nuestra variable dependiente, el apoyo al Estado autonómico, agrupando tanto a los individuos que sostienen posiciones de lealtad como de los que se sitúan en la voz. Por lo tanto nuestra variable dependiente tendrá carácter dicotómico: 0 no apoyo al estado autonómico (bien porque se prefiera un estado centralista o bien porque se quiera que las CCAA fueran independientes) y 1 apoyo al estado autonómico (tanto en las opciones de lealtad como de voz). En los análisis que exponemos a continuación (Tablas 3 a 9) analizamos las cinco CCAA seleccionadas conforme a los criterios que se explicaron en el apartado de evolución longitudinal. Empezando por Andalucía (Tabla 3), una de las CCAA más golpeadas por la crisis, con altísimos niveles de desempleo; y en la que, sin embargo, el apoyo al Estado autonómico se ha mantenido en niveles altos. Entre las variables de control, sobresale el efecto negativo de la edad, conforme a la expectativa de que son las cohortes más jóvenes, socializadas en democracia, las que en mayor medida apoyarán el estado autonómico, aunque dicho efecto es sólo significativo en los modelos de control de 2010 y 2012. En segundo lugar, y como cabía esperar, el nivel educativo se relaciona positivamente con los niveles de apoyo al Estado autonómico, aunque el efecto parece claramente mayor en 2002 que en las dos observaciones de la crisis económica (lo que puede sustentar la hipótesis de que en el caso concreto de Andalucía la crisis haya contribuido a legitimar el Estado autonómico en grupos sociales más vulnerables a la crisis económica como los que tienen menos recursos educativos) Como cabía esperar la identidad inclusiva o dual se relaciona positivamente con el apoyo al Estado autonómico en las tres observaciones; mientras que la identidad regional 51 Para operacionalizar esta variable se ha tenido en cuenta la diferencia entre la valoración de la situación económica de la Comunidad Autónoma y del Estado que hace el encuestado. De esta forma las puntuaciones positivas indican una mejor valoración de la situación económica de la Comunidad Autónoma, mientras que las negativas reflejar una mejor valoración de la economía a nivel estatal. 163 exclusiva muestra un leve efecto positivo en 2002, un efecto que, frente a lo que habíamos esperado inicialmente, se ve reforzado en sentido positivo en el momento álgido de la crisis, en 2012 extensivas a aquellos que afirman sentirse identificados sólo con su comunidad autónoma. Por último, en lo referente al recuerdo de voto, el voto al PSOE (frente al PP) comienza a tener un efecto positivo a partir de 2010, es decir después del período de confrontación política, a los que se suman a partir de 2012 los votantes de partidos minoritarios (principalmente votantes de IU en este caso). En lo que se refiere a las variables vinculadas específicamente con la crisis, en el caso concreto de Andalucía no teníamos expectativas concretas sobre la evaluación diferencial de la situación económica nacional que, efectivamente tienen un efecto neutro en la variable dependiente. Por contraste, en lo relativo a la ocupación, tratándose Andalucía de una CA beneficiaria neta de recursos financieros, si esperábamos que conforme se hicieran sentir los efectos de la crisis, los grupos más vulnerables, desempleados y jubilados, se relacionarían positivamente con el apoyo al Estado autonómico. Efectivamente estos efectos empiezan a hacerse patentes en 2010 cuando los desempleados apoyan con mayor probabilidad el Estado autonómico. Sin embargo, esta situación cambia dos años después, en el momento en que la crisis está teniendo sus mayores efectos cuando el desempleo deja de ser significativo y las categorías de jubilado y “otros” (estudiante o ama de casa) pasan a tener un efecto negativo sobre la legitimidad autonómica. Resumiendo nuestros resultados para Andalucía, nuestras expectativas sobre el efecto de las variables económicas en la actitud legitimidad autonómica se cumplen en 2002 (cuando no hay efectos) y en 2010 (cuando los hay y son en el sentido esperado) pero no en 2012, precisamente cuando, conforme a nuestras hipótesis, el efecto de las variables vinculadas a la crisis debería ser mayor. Por lo que se refiere a las variables del proceso político, tal y como habíamos esperado, éstas empiezan a manifestarse sólo a partir de 2010; pero se mantienen con igual fuerza en 2012. Por último, en sentido contrario a nuestra expectativa inicial, un efecto aparente de la crisis es que ha contribuido a reforzar positivamente la actitud hacia el Estado autonómico entre los individuos que tienen fundamentalmente un sentimiento andalucista. En el caso de Castilla y León (Tabla 4), una de las CA el descenso de la legitimidad autonómica ha sido mayor, el nivel educativo apenas tiene efectos e ninguna de las observaciones. Sin embargo, como en Andalucía y conforme a nuestras expectativas, son los jóvenes, socializados en democracia, los que mayor probabilidad tienen de apoyar el Estado autonómico. Sin embargo, esta relación desparece en 2012 al introducir las variables económicas, lo que sugiere que coincidiendo con la crisis económica la deslegitimación del Estado autonómico es mayor precisamente entre los jóvenes, un aspecto sobre el que volveremos al comentar los resultados de Madrid y Cataluña. En lo relativo a variables 164 vinculadas al proceso político el recuerdo de voto apenas tiene efectos, excepto un leve efecto positivo del voto al PSOE en la observación de 2012. Como cabía esperar la identidad nacional exclusiva (frente a la dual o anidada) tiene un efecto negativo en las actitudes hacia el Estado autonómico. Sin embargo, los efectos pierden levemente los niveles de significatividad precisamente en las observaciones de 2010 y 2012, cuando entra en juego la crisis económica. Por lo que se refiere a los efectos de las variables económicas, esperábamos que en Castilla-León la ocupación tuviera efectos en el mismo sentido que Andalucía, con los grupos más vulnerables mostrando actitudes significativamente más positivas hacia el Estado autonómico, aunque quizás con menos fuerza debido a la menor intensidad de la crisis. Sin embargo, de acuerdo con los resultado de la Tabla 3 los desempleados no se relacionar ni positiva ni negativamente con las actitudes hacia el Estado autonómico y sólo en la observación de 2012 los jubilados muestran un efecto negativo en dichas actitudes, tal y como ocurría también en Andalucía. Tal y como explicamos con detalle en el apartado de contexto, la particularidad de Cataluña en relación a otras CCAA reside en que combina su posición de contribuyente neta al régimen de financiación común con ser una de las CCAA más golpeadas por la crisis, al menos en términos relativos y aunque conserve el puesto de región rica en el ranking del PIB per cápita. Como en los casos anteriores la edad tiene un efecto negativo en la primera observación de 2002 pero después pierde significatividad e incluso muestra un leve efecto positivo en 2010: ello sugiere que también en Cataluña el proceso de erosión del Estado autonómico es más rápido entre los jóvenes, precisamente el grupo que le venía otorgando más apoyo antes de la crisis. De modo similar a lo que veíamos en Andalucía, la educación tenía un efecto positivo muy fuerte en 2002 que van despareciendo e incluso cambian levemente de sentido conforme entra en escena la crisis. En lo relativo al efecto identitario, y como cabía esperar, la identidad nacional exclusiva tiene efectos negativos en la probabilidad de apoyo al Estado autonómico y los mantiene a lo largo de todo el período. Por contraste, y conforme a las expectativas que fijamos en nuestras hipótesis la identidad regional exclusiva mantenía una relación positiva en la primera observación de 2002 que se convierte en negativa en las otras dos observaciones, con mayor significatividad en 2010 incluso que en 2012: ello pone de manifiesto el modo en el que la combinación de la confrontación política y la crisis económica ha revertido el efecto de la identidad catalana sobre el apoyo autonómico, pasando de tener un efecto claramente positivo a claramente negativo (recuérdese que la categoría de referencia en este caso es la identidad española exclusiva) lo que subraya más todavía la fuerte erosión del apoyo al estado autonómico entre los individuos de identidad catalana. 165 Los cambios en los efectos de las variables sociopolíticas no se circunscriben sólo a cuestiones identitarias, sino que las variables relativas al proceso político también experimentan cambios. Si en 2002 el ser votante del PSOE, o en este caso también de un partido nacionalista, aumentaba las probabilidades de apoyar el estado autonómico respecto a los votantes del PP, esa relación desaparece en 2010 entre los votantes del PSOE, y se convierte en negativa y con un nivel de significatividad mucho menor entre los votantes nacionalistas para esa misma fecha. Las variables del proceso político no tienen efectos en 2012, lo que confirmaría, al menos para el caso de Cataluña, que los mayores efectos del proceso político se concentraron en 2010. Sin embargo, también las variables del modelo de crisis tienen mayores efectos en 2010 que en 2012. Recordando nuestras hipótesis, esperamos en Cataluña por su combinación de Comunidad rica y contribuyente neta esperamos que conforme mejor sea la percepción de la economía regional en relación a la nacional, menor será el apoyo al Estado autonómico. A este respecto nuestros resultados confirman la hipótesis aunque con un nivel de significatividad menor en 2012 que en 2010. En segundo lugar, por su posición de contribuyente neta, esperábamos que los grupos sociales más vulnerables como los desempleados muestren un menor apoyo al Estado autonómico y que esa relación negativa fuera más probable una vez comenzada la crisis económica. Atendiendo a los resultados de la Tabla 4 nuestra hipótesis se confirma en la significativa relación negativa entre los desempleados hacia el Estado autonómico en 2010, aunque dicha relación desaparece en la siguiente observación de 2012. La concentración de los efectos explicativos en 2010, tanto del proceso político como de las variables económicas, parece razonable en el caso de Cataluña. De hecho es el la polémica referente al Estatuto Catalán la que en mayor medida desencadena todo el proceso de confrontación política en torno a la organización territorial del estado; y la sentencia del Tribunal Constitucional de ese mismo año 2010 provocó ya la movilización de miles de catalanes. En el terreno de lo económico, hay que recordar que si bien en otras CCAA la repercusión de los recortes fue mayor a partir del 2010-11, la mayor deuda pública acumulada por Cataluña ―entre las mayores de toda España― obligó a introducir recortes desde la llegada de Mas a la Generalitat, unos recortes que se anticipaban ya en la campaña electoral y que se acompañaron de la reivindicación de implantar un sistema de concierto económico similar al del régimen foral para Cataluña. No obstante, y pese a que nuestra expectativa inicial es que el efecto de las variables económicas fuera mayor en 2012 que en 2010, lo que si se confirma es que el efecto de estas variables es mayor en Cataluña que en otras CCAA, como Madrid que examinamos a continuación. Si pasamos ahora a Madrid (Tabla 6), una CA donde el apoyo al Estado autonómico ha sufrido también una importante deslegitimación a favor de la recentralización del Estado. Hay varios aspectos singulares en los efectos de las variables de control en Madrid 2002: es la única 166 CA en la que la edad tiene efectos curvilíneos de tal modo que en 2002 son los jóvenes y los más mayores los que con menor probabilidad apoyaban el Estado autonómico; en cambio el efecto en 2010 y 2012 pasa a ser el inverso. Llama también la atención que el nivel educativo comienza a tener algunos efectos positivos en 2010, aunque estos se hacen más significativos todavía en 2012, cuando la crisis económica ha tenido su mayor repercusión. En lo referente a las variables identitarias, y conforme a lo esperado, la identidad nacional exclusiva tiene efectos negativos en los niveles de apoyo al Estado autonómico, que se hace especialmente significativo durante la crisis económica, tanto en 2010 como en 2012. En lo relativo a las variables del proceso político, si bien el voto al PSOE apuntaba un efecto positivo en 2010 sobre el apoyo autonómico, dicho efecto se hace mucho más definitivo en 2012 coincidiendo con la segunda fase de la crisis. En cuanto a las variables incluidas dentro del modelo crisis, como en Cataluña esperábamos que conforme mejor sea la percepción diferencial de la economía regional frente a la nacional menor será el apoyo al Estado autonómico, tal y como confirman nuestros datos aunque sólo en 2010, pues dicho efecto desaparece en 2012. Con respecto a la variable ocupación esperábamos un efecto similar al catalán con los grupos más vulnerables mostrando un menor nivel de apoyo al Estado autonómico en la medida en la que se perciban sus efectos redistributivos hacia otras regiones. Nuestros resultados, sin embargo, no confirman esta última hipótesis en la medida en que ninguna categoría de ocupación tiene un efecto significativo sobre los niveles de apoyo autonómico, excepto el residual efecto positivo que muestran los jubilados en 2012. En definitiva, la percepción diferenciada entre la economía regional y nacional si opera de modo similar en dos regiones relativamente ricas y contribuyentes netas como Cataluña y Madrid, de tal modo que cuanto mayor es la diferencia percibida entre los dos niveles, menor es la probabilidad de apoyar el Estado autonómico. Por contraste, la hipótesis de que precisamente por esa posible percepción del Estado autonómico como un lastre para sus respectivas economías regionales, el apoyo al Estado autonómico será menor entre los grupos más vulnerables, como los desempleados, sólo se cumple parcialmente en Cataluña; pero no en Madrid. 167 Tabla 4.3. Coeficientes de regresión Andalucía 2002 Control 2010 Crisis Control 2012 Crisis Control Crisis Ocupación A Desempleado 0,054 Jubilado/Pensionista Otros Valoración diferencial situación económica Sexo (hombre) Edad -0,443** 0,818** 0,018 (0,248) (0,277) -0,328 -0,136 (0,258) (0,297) 0,411 0,168 (0,231) (0,298) (0,185) 0,085 -0,127 0,020 (0,113) (0,145) (0,089) -0,593*** (0,143) (0,166) -0,011 -0,006 (0,006) (0,008) 0,692*** (0,188) -0,013* 0,631** (0,206) -0,004 (0,155) -0,508** (0,179) -0,563** -0,038 (0,115) -0,120* (0,056) -0,016*** 0,046 (0,006) (0,007) (0,004) (0,092) 0,351 0,321 0,243 0,277 (0,313) (0,319) (0,200) (0,203) 0,401 0,472 0,341 (0,411) (0,422) (0,271) 0,243 0,333 (0,391) (0,407) (0,263) 0,609 0,757 0,465 (0,453) (0,468) (0,302) (0,303) 0,049 0,013 (0,276) (0,282) Edad 2 Nivel de estudios B Primaria 0,850*** (0,199) Secundaria 1,234*** (0,262) Formación Profesional Medios universitarios 1,541*** (0,326) 2,258*** (0,429) Superiores 1,538*** (0,387) 0,739** (0,214) 1,163*** (0,285) 1,363*** (0,344) 2,058*** (0,443) 1,380** (0,407) 0,680 (0,500) 0,914+ (0,515) 0,739** 0,479+ (0,272) 0,819** (0,264) 0,506+ Identidad Nacional C Inclusiva 1,359*** (0,241) 1,251*** (0,256) 0,800** (0,296) 0,819** (0,304) 1,576*** (0,274) 1,657*** (0,276) 168 CCAA exclusiva 1,109* 1,407* (0,474) (0,634) 0,335 0,202 (0,183) (0,199) 0,436 0,238 (0,481) (0,478) -0,187 (0,277) 0,404 0,113 (0,871) (0,875) 2,705*** (0,703) 2,695*** (0,704) Recuerdo de voto D PSOE Nacionalistas Otros Abstención Constante -2 log de la verosimilitud -0,448* 1,073*** 1,076*** 0,953*** (0,235) (0,236) -0,390 -0,160 -0,204 (0,284) (0,300) (0,304) (0,177) 0,384 0,385 0,142 -0,396+ (0,149) 0,691*** (0,209) (0,231) (0,250) (0,253) (0,165) 0,389 0,735 0,098 -0,413 -0,456 (0,553) (0,609) (0,647) (0,666) (0,463) 1.297,496 1.169,232 890,002 874,973 1.828,975 R cuadrado de Cox y Snell 0,113 0,092 0,040 0,049 0,080 R cuadrado de Nagelkerke 0,179 0,152 0,080 0,096 0,116 776 739 714 706 1186 (N) 0,959*** (0,154) 0,711*** (0,179) 0,306+ (0,167) -1,065* (0,426) 1.792,233 0,081 0,118 1165 *** p<0.001, ** p<0.01, *p<0,5, + p<0,1. Los errores típicos aparecen entre paréntesis. (A) categoría de referencia: empleado; (B) categoría de referencia: sin estudios; (C) categoría de referencia: exclusiva con España; (D) categoría de referencia: PP. Fuente: ES2455, ES2829 y ES2956. 169 Tabla 4.4. Coeficientes de regresión Castilla y León 2002 Control 2010 Crisis Control 2012 Crisis Control Crisis Ocupación Desempleado Jubilado/Pensionista Otros Valoración diferencial situación económica Sexo Edad 0,293 0,079 -0,004 (0,665) (0,428) (0,261) -0,135 0,402 (0,366) (0,425) (0,260) -0,168 0,054 -0,433 (0,368) (0,396) (0,281) -0,054 0,173 (0,149) (0,141) 0,385* (0,167) -0,771** -0,258 -0,075 0,429+ 0,472+ 0,152 0,008 (0,219) (0,285) (0,236) (0,258) (0,182) (0,095) -0,029*** -0,032** -0,029*** -0,035** -0,021*** -0,060 (0,008) (0,010) (0,007) (0,010) (0,006) (0,163) -0,181 -0,192 -0,306 -0,118 -0,293 -0,161 (0,420) (0,441) (0,868) (0,897) (0,719) (0,718) -0,028 -0,060 -0,337 -0,112 -0,422 -0,305 (0,488) (0,513) (0,935) (0,969) (0,767) (0,768) -0,097 -0,134 -0,458 -0,169 0,136 0,255 (0,597) (0,627) (0,929) (0,964) (0,755) (0,758) -0,549 -0,308 -0,319 -0,112 Edad 2 Nivel de estudios Primaria Secundaria Formación Profesional Medios universitarios Superiores 1,081 1,528+ (0,733) (0,848) (0,974) (1,007) (0,782) (0,776) 0,084 0,003 0,387 0,695 0,400 0,440 (0,595) (0,629) (1,033) (1,069) (0,790) (0,796) Identidad Nacional Inclusiva 0,961*** (0,224) 1,090*** (0,237) 0,780** (0,279) 0,870** (0,284) 0,653** (0,233) 0,661** (0,239) 170 CCAA exclusiva (a) Recuerdo de voto PSOE 0,239 0,319 0,496+ 0,445 0,119 0,179 (0,257) (0,270) (0,277) (0,289) (0,235) (0,237) -0,709 0,445 0,362 (0,469) (0,511) (0,517) (0,289) (0,289) 0,232 0,192 -0,229 -0,079 (0,325) (0,331) (0,255) (0,253) 1,231 1,052 0,601 -0,115 (1,116) (1,168) (0,886) (0,850) Nacionalistas Otros -0,758+ (0,448) Abstención -0,563 (0,344) Constante 2,513** (0,806) -2 log de la verosimilitud -0,778* (0,362) 2,544** (0,858) -0,158+ -0,062 539,735 501,213 456,150 450,506 690,712 683,556 R cuadrado de Cox y Snell 0,119 0,144 0,103 0,107 0,071 0,068 R cuadrado de Nagelkerke 0,179 0,217 0,147 0,153 0,094 0,091 502 485 407 401 757 757 (N) *** p<0.001, ** p<0.01, *p<0,5, + p<0,1. Los errores típicos aparecen entre paréntesis. (A) categoría de referencia: empleado; (B) categoría de referencia: sin estudios; (C) categoría de referencia: exclusiva con España; (D) categoría de referencia: PP. Fuente: ES2455, ES2829 y ES2956. 171 Tabla 4.5. Coeficientes de regresión Cataluña. 2002 Control 2010 Crisis Control 2012 Crisis Control Crisis Ocupación Desempleado 0,173 Jubilado/Pensionista Otros -0,645*** (0,366) (0,171) (0,152) 0,024 -0,325 -0,109 (0,298) (0,219) (0,165) 0,484 0,052 (0,254) (0,218) 0,632* (0,304) Valoración diferencial situación económica Sexo Edad 0,210 -0,291** (0,157) -0,095 -0,187 (0,174) (0,191) -0,017** -0,112 -0,011 -0,126+ (0,087) 0,417** (0,128) -0,008+ 0,339* (0,076) 0,105 0,057 (0,132) (0,116) (0,076) -0,007 -0,005 0,047 (0,006) (0,008) (0,004) (0,005) (0,004) (0,085) 0,330 0,387 -0,489 -0,433 0,566 0,698+ (0,278) (0,282) (0,349) (0,352) (0,357) (0,357) 0,025 0,167 (0,400) (0,398) 0,327 0,494 (0,386) (0,382) (0,379) -0,638 0,457 0,658 (0,415) (0,420) (0,414) (0,410) -0,419 -0,432 0,108 0,278 (0,416) (0,423) (0,404) (0,404) Edad 2 Nivel de estudios Primaria Secundaria 0,598+ (0,315) Formación Profesional Medios universitarios Superiores 1,113** 0,804* (0,322) 1,453*** (0,400) (0,417) 0,424 0,583 (0,450) (0,454) 1,127* (0,480) 1,386** (0,490) -0,867* (0,410) -0,761* (0,380) -0,709+ -0,988* (0,416) -0,701+ Identidad Nacional Inclusiva 0,974*** (0,203) 1,003*** (0,207) 0,862*** (0,218) 0,926*** (0,223) 1,089*** (0,254) 1,121*** (0,256) 172 CCAA exclusiva 1,841*** (0,401) 1,740*** (0,405) -1,146*** -1,140*** -1,018** -0,982** (0,287) (0,292) (0,306) (0,308) -0,034 -0,082 0,088 0,105 (0,254) (0,259) (0,200) (0,201) -0,516+ -0,585+ -0,230 -0,203 Recuerdo de voto PSOE 0,825** (0,266) Nacionalistas Otros Abstención Constante 1,159** (0,272) 1,441*** (0,339) (0,370) (0,276) (0,283) (0,207) (0,208) -0,272 -0,010 0,172 0,130 0,092 0,143 (0,382) (0,401) (0,324) (0,328) (0,236) (0,236) -0,144 -0,044 -0,193 -0,163 -0,019 0,045 (0,254) (0,258) (0,261) (0,266) (0,199) (0,200) 0,555 0,567 0,848 (0,673) (0,544) (0,568) 1,139+ (0,649) -2 log de la verosimilitud 0,896** -1,039+ (0,551) -1,372** (0,491) 960,606 921,466 1.497,091 1.460,987 1760,260 1748,494 R cuadrado de Cox y Snell 0,096 0,101 0,151 0,172 0,159 0,162 R cuadrado de Nagelkerke 0,181 0,193 0,207 0,236 0,212 0,216 805 795 711 709 1008 1004 (N) *** p<0.001, ** p<0.01, *p<0,5, + p<0,1. Los errores típicos aparecen entre paréntesis. (A) categoría de referencia: empleado; (B) categoría de referencia: sin estudios; (C) categoría de referencia: exclusiva con España; (D) categoría de referencia: PP. Fuente: ES2455, ES2829 y ES2956. 173 Tabla 4.6. Coeficientes de regresión Madrid. 2002 Control 2010 Crisis Control 2012 Crisis Control Crisis Ocupación Desempleado -0,508+ Jubilado/Pensionista Otros Valoración diferencial situación económica Sexo Edad 0,023 (0,267) (0,242) (0,169) 0,193 -0,347 (0,303) (0,342) (0,246) 0,246 -0,126 -0,251 (0,261) (0,298) (0,217) 0,045 0,468+ -0,546*** (0,160) -0,108 (0,096) (0,082) -0,043 -0,023 0,044 0,200 0,044 (0,157) (0,172) (0,165) (0,181) (0,127) 0,069* (0,030) Edad 2 0,105 -0,001** 0,098** (0,033) -0,001*** -0,121*** -0,137*** -0,011* (0,031) 0,001** (0,034) (0,004) 0,001*** (0,000) (0,000) (0,000) (0,000) -0,366 -0,392 0,004 0,185 (0,311) (0,316) (0,418) (0,434) -0,217** (0,083) 0,183* (0,085) 0,000** xx (0,000) Nivel de estudios Primaria Secundaria Formación Profesional Medios universitarios Superiores -0,778* -0,752* (0,342) (0,349) -0,404 -0,238 (0,395) (0,412) -0,238 0,003 (0,412) (0,437) -0,355 -0,260 (0,376) (0,387) 0,828+ (0,445) 1,050* (0,485) 1,163* (0,506) 0,924* (0,452) 1,165* (0,469) 1,243* (0,506) 1,692** (0,539) 1,215* (0,477) 1,145** (0,416) 1,331** (0,436) 1,573*** (0,445) 1,637*** (0,457) 1,746*** (0,433) 1,142** (0,424) 1,373** (0,444) 1,607*** (0,458) 1,605** (0,467) 1,769*** (0,446) Identidad Nacional Inclusiva 0,338* 0,416* 0,332+ 0,488** 0,533*** 0,437** 174 CCAA exclusiva (0,166) (0,171) (0,171) (0,178) (0,138) (0,143) 0,658 0,740 0,469 0,234 0,475 0,465 (0,609) (0,613) (0,911) (0,924) (1,003) (1,010) Recuerdo de voto PSOE 0,340+ 0,269 0,415* (0,197) (0,202) (0,187) -0,051 -0,114 (0,240) (0,248) (0,313) -0,187 -0,107 0,064 (0,222) (0,235) (0,261) 0,820 0,141 (0,775) (0,830) -0,262 0,655*** 0,624*** (0,228) (0,170) (0,177) 0,237 0,208 0,129 (0,330) (0,163) (0,167) -0,119 -0,160 (0,195) (0,201) Nacionalistas Otros Abstención Constante -2 log de la verosimilitud 0,754* 3,021*** (0,862) -0,584* (0,290) 3,508*** (0,922) -1,450** (0,533) -1,346** (0,497) 1040,549 986,353 925,423 862,183 1453,111 1.423,598 R cuadrado de Cox y Snell 0,063 0,075 0,091 0,130 0,078 0,090 R cuadrado de Nagelkerke 0,096 0,114 0,132 0,191 0,103 0,120 612 595 495 487 713 708 (N) *** p<0.001, ** p<0.01, *p<0,5, + p<0,1. Los errores típicos aparecen entre paréntesis. (A) categoría de referencia: empleado; (B) categoría de referencia: sin estudios; (C) categoría de referencia: exclusiva con España; (D) categoría de referencia: PP. Fuente: ES2455, ES2829 y ES2956. 175 Tabla 4.7. Coeficientes de regresión País Vasco. 2002 Control 2010 Crisis Control 2012 Crisis Control Crisis Ocupación Desemplead o -14,816* Jubilado/ Pensionista Otros 0,493 -0,233 (7,383) (0,564) (0,435) -2,488 0,726 0,002 (3,322) (0,537) (0,436) 0,578 0,444 (5,930) (0,601) (0,539) -0,100 -0,193 -0,272 (1,204) (0,247) (0,197) -10,824+ Valoración diferencial situación económica Sexo 1,445 7,966+ 0,125 0,079 0,293 0,176 (1,095) (4,127) (0,308) (0,340) (0,311) (0,134) -0,009 -0,282 0,013 0,005 0,015 0,387 (0,042) (0,158) (0,011) (0,015) (0,011) (0,287) 2,314 -0,687 -0,951 -1,016 -18,647 -18,776 (1,796) (13,146) (1,447) (1,623) (11662,28) (11610,01) 0,810 -7,642 -1,573 -1,578 -19,401 -19,482 (2,078) (13,994) (1,491) (1,665) (11662,28) (11610,01) Formación 0,095 -9,441 -1,081 -1,062 -19,317 -19,510 Profesional (2,284) (14,752) (1,473) (1,644) (11662,28) (11610,01) 0,705 -3,917 -0,993 -0,829 -18,792 -18,900 (2,574) (14,061) (1,513) (1,684) (11662,28) (11610,01) -1,806 -13,969 -0,309 -0,124 -18,781 -18,976 (2,031) (15,201) (1,489) (1,657) (11662,28) (11610,01) Edad Edad 2 Nivel de estudios Primaria Secundaria Medios universitario s Superiores Identidad Nacional 176 Inclusiva 3,083** 1,369+ (1,172) (5,426) (0,719) 18,815 32,760 -1,322+ (3009,83) (2119,07) CCAA exclusiva 10,620+ 1,419+ (0,752) -1,360 -0,023 0,348 (0,916) (0,943) -3,128** -2,703** (0,751) (0,782) (0,951) (0,977) 1,102 1,073 0,930 0,620 Recuerdo de voto PSOE Nacionalist a Otros Abstención Constante -2 log de la verosimilitud 2,970* 11,420+ (1,436) (5,920) (0,993) (1,006) (0,715) (0,735) 18,864 28,240 0,460 0,569 0,309 0,185 (2900,61) (2159,29) (0,972) (0,984) (0,659) (0,678) 19,498 24,702 -0,621 -0,699 (5994,78) (4424,74) (0,970) (0,983) -0,172 -0,174 3,139* 6,694* 1,517+ (0,813) 1,295+ 1,263 (0,856) 0,966 (1,318) (2,947) (0,946) (0,956) (0,702) (0,711) -3,432 5,709 0,824 1,000 19,171 19,445 (3,884) (14,723) (1,899) (2,070) (11662,28) (11610,01) 35,216 19,199 284,361 269,611 298,824 290,966 R2 Cox y Snell 0,129 0,176 0,302 0,320 0,375 0,386 R2 Nagelkerke 0,606 0,788 0,442 0,469 0,544 0,559 351 326 399 392 325 323 (N) *** p<0.001, ** p<0.01, *p<0,5, + p<0,1. Los errores típicos aparecen entre paréntesis. (A) categoría de referencia: empleado; (B) categoría de referencia: sin estudios; (C) categoría de referencia: exclusiva con España; (D) categoría de referencia: PP. Fuente: ES2455, ES2829 y ES2956. 177 País Vasco2012 - Madrid2012 Castilla León2012 -- Cataluña 2012 Andalucía 2012 País Vasco2010 ++ Madrid2010 Andalucía 2010 - Cataluña2010 País Vasco2002 (-) Castilla León2010 Madrid2002 Cataluña 2002 Castilla León2002 Andalucía 2002 Tabla 4.8. Efectos de las distintas variables en las 5 CCAA. Perspectiva longitudinala. Ocupación Desempleado --- Jubilado/Pensionista Otros + Valoración diferencial situación económica Sexo (-) -- + -- -- Edad (+) -- -- (+) ++ + (+) ++ -- --- + (-) - -- (-) --- + ++ + ++ Edad 2 --Nivel de estudios Primaria Secundaria Formación Profesional Medios universitarios Superiores + + + + + + + + + (+) ++ ++ + - + (-) + ++ ++ + ++ (+) ++ + + + + + + ++ (+) ++ ++ + + Identidad Nacional Inclusiva CCAA exclusiva + + ++ ++ + + + + ++ + (+) ++ ++ ++ ++ ++ + ++ (+) + ++ + ++ --- ++ -- -- 178 + + Recuerdo de voto PSOE ++ + (+) ++ + Nacionalistas ++ + (-) Otros ++ + (-) Abstención - + - (+) a El signo indica si la relación es positiva o negativa y el número de repeticiones el nivel de confianza al que es significativo: --- / +++ p<0,000; -- / ++ p<0,001; - / + p<0,05. Cuando aparece entre paréntesis es porque el nivel de confianza es sólo al 90%. País Vasco2012 País Vasco2010 País Vasco2002 Madrid2012 Madrid2010 Madrid2002 Cataluña 2012 Cataluña2010 Cataluña 2002 Castilla León2012 Castilla León2010 Castilla León2002 Andalucía 2012 Andalucía 2010 Andalucía 2002 Tabla 4.9. Efectos de las distintas variables en las 5 CCAA. Perspectiva por CCAAa. Ocupación Desempleado ++ --- (-) - Jubilado/Pensionist a -Otros - -- Valoración diferencial situación económica (+) + + Sexo --Edad ++ + - -- (+) -- (-) -- (-) --- + -- -- (-) ++ --- Edad 2 --- (+) + ++ + ++ Nivel de estudios Primaria ++ Secundaria ++ + + (+) - ++ - + ++ 179 Formación Profesional ++ + ++ Medios universitarios ++ + (+) ++ + (-) + ++ + ++ ++ + + ++ + Superiores ++ (+) ++ Identidad Nacional Inclusiva ++ ++ ++ ++ ++ ++ + ++ + + ++ ++ + + + CCAA exclusiva + ++ + ++ ++ ++ + + ++ + --- + ++ ++ (+) (+) -- -- Recuerdo de voto PSOE Nacionalistas Otros Abstención a ++ + (+) ++ + (-) ++ + (+) (-) - - + El signo indica si la relación es positiva o negativa y el número de repeticiones el nivel de confianza al que es significativo: --- / +++ p<0,000; -- / ++ p<0,001; - / + p<0,05. Cuando aparece entre paréntesis es porque el nivel de confianza es sólo al 90%. Nuestros resultados para el País Vasco (Tabla 7) son más tentativos. Un primer aspecto que llama la atención es la alta variabilidad, algo que se puede observar en los errores típicos asociados a gran parte de los coeficientes. Esto se debe no sólo al hecho de que sea quizás una comunidad menos homogénea que el resto de las comunidades analizadas, a excepción de Cataluña, sino también a que los tamaños muestrales son también menores, algo que va a limitar nuestra capacidad de interpretación de los resultados. El País Vasco destaca por ser la única Comunidad en el que los niveles de apoyo al Estado autonómico no han disminuido sino que han aumentado ligeramente. Ni la edad ni el nivel educativo muestran aquí ningún tipo de efecto. Las identidades inclusiva respecto a sentirse identificado exclusivamente con España tiene efectos positivos tanto en 2002 como en 2010, pero estos desaparecen en la segunda fase de la crisis, o lo que es lo mismo en 2012 la identidad exclusiva española no tiene una repercusión negativa en el apoyo al Estado 180 autonómico. En sentido contrario la identidad regional exclusiva que no tiene efectos ni en 2002 ni en 2010, pasa a tener un efecto negativo importante en 2012, durante la segunda fase de la crisis económica, esta variable pasa a tener un efecto negativo significativo importante. Este es un efecto parecido al que observábamos en Cataluña, aunque allí empezaba a manifestarse ya en el 2010. Respecto al voto, aunque en el 2002 el ser votante del PSOE o decantarse por la abstención si aumentaba las probabilidades de apoyar el estado autonómico respecto ser votante del PP, esta relación prácticamente desaparece con el tiempo; en sentido contrario a lo que ocurre en el resto de las CCAA en las que las variables vinculadas al proceso político parecen son más relevantes en 2010 o 2012. En cuanto a los efectos de la crisis económica asociados a las variables que hemos introducido como especificas del modelo crisis, no se observa ningún efecto significativo en ninguna de ellas. Dado el estatus singular del País Vasco en relación a la financiación autonómica no fijamos hipótesis específicas en este caso como si hicimos para las otras cuatro CCAA. Sin embargo ni la percepción diferencial ni la ocupación parecen tener un impacto en el caso del País Vasco salvo el efecto negativo entre los desempleados en 2002, es decir mucho antes que comenzara la crisis económica. Ello no implica que la crisis no haya tenido ningún efecto en la legitimidad autonómica, ya que como acabamos de señalar si existen cambios en el efecto de las variables identitarias que parecen asociados a la crisis. Para terminar este apartado de análisis multivariable revisamos las hipótesis generales que fijamos en apartados anteriores –fundamentalmente en el marco teórico de apartado 2- y las evaluamos conjuntamente para las cinco CCAA analizadas. Empezando por nuestras expectativas vinculadas al enfoque identitario, conforme a nuestra expectativa inicial hemos encontrado que la identidad nacional exclusiva tiene un efecto negativo sobre los niveles de legitimidad autonómica -en relación siempre a las identidades duales pues la identidad nacional exclusiva es la categoría de referencia en nuestros análisis-. Este efecto negativo resulta bastante constante antes y después de la crisis y en todas las CCAA52. Examinando los cambios del efecto en las observaciones de 2002 en relación a las de 2010 y 2012 sólo observamos que el efecto negativo de la identidad nacional exclusiva se debilita ligeramente en Castilla-León y se refuerza ligeramente en Madrid por efecto de la crisis. El efecto de la identidad regional exclusiva es más variado por período y CCAA. En las nacionalidades históricas, Cataluña y País Vasco, el efecto de la identidad regional exclusiva se 52 En este sentido sólo hay una excepción parcial en el País Vasco dónde la relación es más débil y desaparece en la observación de 2012 lo que probablemente se debe a dos factores combinados: en el País Vasco tradicionalmente son muy pocos los individuos que se sitúan en la categoría de “sólo español” de modo que este N reducido es probable que afecte a la significatividad de la variable. Es probable que en el País Vasco incluso aquéllos que manifiestan tener una identidad “sólo española” muestren manifiesten un nivel de apoyo al Estado autonómico significativamente mayor que en otras CCAA. 181 comporta conforme a nuestras expectativas, especialmente en la primera de ellas. En la observación de 2002, antes de la confrontación política y de la crisis, la identidad regional exclusiva tenía un efecto positivo sobre la legitimidad autonómica en Cataluña mientras que era neutra en el País Vasco. Después del período de confrontación política y en el contexto de crisis económica dicha relación se convierte en negativa, desde 2010 en Cataluña y desde 2012 en el País Vasco. Por contraste nuestra expectativa inicial no se cumple en Andalucía donde la crisis parece haber reforzado la legitimidad del Estado autonómico entre los que se sienten sólo andaluces, en particular en su fase más crítica en 2012. No existen efectos de la identidad regional exclusiva en Madrid y Castilla-León pero ello está conforme a nuestras expectativas pues la identidad regional en estas dos CCAA no tiene el mismo potencial de significación política que en las otras tres CCAA examinadas. Por lo que se refiere a las variables asociadas al proceso político, esperábamos que el voto al PSOE se relacionara positivamente con el apoyo al Estado autonómico mientras que el del PP y los nacionalistas se relacionara negativamente. Pero esperábamos simultáneamente que dichos efectos fueran mayores a partir de 2010 y con más intensidad en esa observación que en la de 2012 cuando tuvieran un mayor efecto los factores económicos. Con respecto a la diferenciación entre PP y PSOE nuestra expectativa se cumple en algunas CCAA (Andalucía y Madrid) pero no en otras (Cataluña, Castilla-León y País Vasco). Por lo que se refiere al efecto negativo del voto nacionalista sólo es patente en Cataluña y sólo en 201053. En lo relativo a efectos cronológicos en las CCAA dónde hay algún efecto (Andalucía, Madrid, Cataluña) estos aparecen (o se refuerzan en el caso de Andalucía) al entrar en escena la crisis pero no se confirma nuestra de que el efecto sea mayor en 2010 que en 2012 (todo lo contrario en Madrid dónde la diferencia entre PP y PSOE se hace muy significativa en 2012). Por lo que se refiere a la intensidad de los efectos de las variables económicas teníamos distintas expectativas. En primer lugar esperábamos que dichos efectos se hicieran manifiestos o fueran mayores en 2010-2012 en relación a 2002 que en nuestro diseño cumple la función de observación de control. En segundo lugar esperábamos también que los efectos fueran mayores en 2012, en la fase más aguda de la crisis y cuando mayor ha sido la erosión del Estado autonómico, que en 2010. Y en tercer lugar, esperábamos que la incidencia de esos factores fuera mayor en las CCAA más golpeadas por la crisis, Andalucía y Cataluña, que en las otras tres que hemos analizado. 53 En Andalucía el voto nacionalista tiene un efecto positivo en 2002 que luego desaparece; esto sin embargo no contradice nuestras expectativas porque la relación es de 2002, antes de la confrontación política, y desaparece después. En todo caso –tal y como se explicó- la relevancia del voto nacionalista en Andalucía es muy residual en relación a País Vasco y Cataluña y prácticamente insignificante después de 2002 182 Comenzando por la tercera hipótesis hemos encontrado efectivamente que los factores económicos parecen mayores en Andalucía y Cataluña, aunque son también patentes en Madrid, de modo que son estas tres CCAA las que se diferencian significativamente de las otras dos. En general encontramos también confirmación para la primera hipótesis, especialmente en Cataluña, Madrid y Andalucía, la incidencia de factores económicos en 2002 es residual en relación a la que sí encontramos en el período 2010-2012. Sin embargo, no encontramos confirmación para la segunda hipótesis, de modo que especialmente en Cataluña y Madrid los factores económicos en las actitudes se hacen patentes y parecen mostrar más intensidad en 2010 que en 2012. Nuestro último grupo de hipótesis tiene que ver no con la intensidad sino con el sentido positivo o negativo de las relaciones. A este respecto esperábamos que en las CCAA que son contribuyentes netas en la financiación autonómica (Madrid y Cataluña) el efecto de la percepción diferencial entre la economía regional y nacional tuviera efectos negativos en el apoyo al Estado autonómico y que ese efecto negativo sea más intenso en grupos sociales más vulnerables como los desempleados. La primera hipótesis se confirma en las dos CCAA mientras que la segunda sólo lo hace en Cataluña. En sentido contrario esperábamos que en CCAA que son beneficiarias netas (Andalucía y Castilla-León) del sistema autonómico, grupos vulnerables como los desempleados apoyen significativamente más el Estado autonómico lo que hemos podido confirmar en Andalucía pero no en Castilla-León. No obstante, de modo específico en la comparación entre Madrid y Cataluña, creemos que es un resultado importante de nuestro trabajo la demostración de que en existen mecanismos causales compartidos en la explicación de por qué un número creciente de catalanes dejan de apoyar el modelo de autonómico por la independencia; y por qué un número creciente de madrileños dejan también de apoyar el modelo autonómico en favor de la centralización. Por último, hay que destacar que los efectos ―a menudo débiles― que hemos encontrado entre factores económicos y la legitimidad del Estado autonómico –lo que iría en la línea de que se trata de un apoyo difuso al sistema, más vinculado a la lealtad y menos vulnerable a las percepciones de rendimiento- no basta, sin embargo, para descartar los efectos de la crisis económica en el apoyo al Estado autonómico. En primer lugar, la debilidad en la relación no se da en todos los casos de modo que hemos comprobado efectos directos de cierta importancia en Cataluña, Andalucía y Madrid. En segundo lugar, nuestros resultados sugieren también que la crisis económica tiene efectos indirectos en interacción con las identidades y los factores vinculados sobre los niveles de apoyo autonómico. 183 Conclusiones En este trabajo pretendíamos analizar si la actual crisis económica está teniendo efectos no sólo en el sentimiento de desafección e insatisfacción con el sistema político nacional sino también en la legitimidad del estado autonómico. Dado que el modelo de organización territorial fue constituido de una manera más abierta y, por ello, más sensible a los vaivenes del proceso político, partíamos del supuesto de que las actitudes hacia el Estado autonómico pueden variar tanto en función del contexto político como del contexto económico. Adicionalmente, queríamos constatar si la evolución en los niveles de apoyo al estado autonómico es desigual por territorios. Los resultados encontrados confirman ambas hipótesis. En primer lugar hemos constatado que la evolución longitudinal de las actitudes hacia el sistema autonómico evolucionó desde posiciones todavía muy divididas a comienzos de los ochenta hacia un creciente apoyo al estado autonómico que alcanzó un punto máximo en 2006; para descender después en un proceso que se acelera a partir de 2009. Aplicando el esquema clásico de Hirschman (1970) de lealtad, salida, y voz a esta última evolución hemos constatado que las opciones de voz (más o menos autonomía) se incrementaron en una primera fase hasta 2010/11 y las de salida (Estado centralizado e independencia) desde entonces hasta la actualidad. Estos resultados ponen de manifiesto que pese a que la pérdida de legitimidad parecía ya estar manifestándose antes de la crisis económica; es desde 2010 cuando la caída de la legitimidad se hace más intensa. En cuanto a la valoración del Estado de las autonomías, ésta sigue una tendencia muy parecida a la evolución de la legitimidad; aunque cabe destacar el hecho de que entre las motivaciones negativas la percepción de que las autonomías aumentan el gasto publico se ha triplicado desde 2010 a 2012. En segundo lugar, los resultados ponen de manifiesto, tal y como esperábamos, diferencias territoriales, constatando la pérdida de apoyo al Estado Autonómico en todas las CCAA con la única excepción del País Vasco. En este sentido, destaca la disminución del apoyo en Murcia, Madrid, Castilla y León y Cataluña y la estabilidad de sus niveles de apoyo en Andalucía. Mientras que en Cataluña la opción de salida es la independencia, en los otros casos los ciudadanos se decantan por un Estado centralizado. Las opciones de salida se concentran significativamente en las CCAA gobernadas por el PP o por los partidos nacionalistas mientras que en las CCAA gobernadas por el PSOE, en sentido contrario al conjunto del país, las posiciones de lealtad se han visto incluso reforzadas. Siguiendo con el análisis de los factores económicos y políticos analizamos 5 casos de estudio. En nuestros análisis multivariables los datos nos muestran que identidad nacional exclusiva tiene un efecto negativo sobre los niveles de legitimidad autonómica mientras que el de la identidad regional es más variado por período y CCAA; siendo negativa en Cataluña y 184 País Vasco en 2012 y positiva en Andalucía en ese mismo año. En cuanto a las variables del contexto político, observamos un efecto negativo del voto nacionalista en Cataluña en 2010 y una diferenciación entre PP y PSOE, aunque esta última sólo tiene lugar en Andalucía y Madrid. Además no podemos decir que en 2012, durante la segunda fase de la crisis y coincidiendo con los recortes del déficit en las autonomías, este efecto sea menor en comparación con 2010. En lo que se refiere a los factores económicos, éstos son en términos generales débiles aunque confirmamos, especialmente en Cataluña, Madrid y Andalucía, la incidencia de factores económicos durante el período 2010-2012. Los resultados también ponen de manifiesto que la incidencia de esos factores es mayor en las CCAA más golpeadas por la crisis, como Andalucía y Cataluña, aunque son también patentes en Madrid, de modo que son estas tres CCAA las que se diferencian significativamente de las otras dos CCAA analizadas (Castilla-León y País Vasco). Cuando se analiza el efecto de la percepción diferencial entre la economía regional y nacional, en Madrid y Cataluña se confirma su efecto negativo en el apoyo al Estado autonómico, un efecto que es mayor también entre los desempleados catalanes. Por último, hay que destacar que los efectos ―a menudo débiles― que hemos encontrado entre factores económicos y la legitimidad del Estado autonómico no son suficientes, sin embargo, para descartar los efectos de la crisis económica en el apoyo al Estado autonómico. En este sentido, hemos comprobado efectos directos de cierta importancia en Cataluña, Andalucía y Madrid y, por lo que sugieren nuestros datos, parece que la crisis económica tiene también efectos indirectos -en interacción con las identidades y factores políticos- en los niveles de apoyo al estado autonómico. Además, en la comparación entre Madrid y Cataluña, nuestros resultados subrayan la existencia de mecanismos causales compartidos en la explicación de por qué un número creciente de catalanes dejan de apoyar el modelo de autonómico por la independencia; y por qué un número creciente de madrileños dejan también de apoyar el modelo autonómico en favor del restablecimiento de un Estado centralizado. 185 Anexo Capítulo 4. Tabla A.4.1. Preferencias de organización territorial del Estado (1985-2008) por voto. Formulación tradicional. Año Partido Centralismo Estado Más autonomía Posibilidad de Independencia Actual PP 1985 PSOE E1495 IU/ICV Nacionalistas PP 1988 PSOE E1764 IU/ICV Nacionalistas PP 1990 PSOE E1908 IU/ICV Nacionalistas PP 1996 PSOE E2228 IU Nacionalistas PP 1998 PSOE E2286 IU/ICV Nacionalistas 55,40% 30,50% 10,30% 3,90% 21,20% 45,90% 28,70% 4,20% 9,40% 35,90% 35,90% 18,80% 1,20% 10,60% 45,90% 42,40% 55,30% 27,60% 16,10% 0,90% 19,00% 51,00% 25,70% 4,30% 11,60% 32,60% 43,00% 12,80% 8,80% 23,00% 39,80% 28,30% 45,50% 38,60% 13,60% 2,30% 15,50% 60,20% 21,10% 3,20% 8,90% 42,70% 37,10% 11,30% 1,50% 19,20% 43,80% 35,40% 26,20% 51,40% 19,90% 2,50% 17,10% 54,20% 22,50% 6,20% 9,80% 45,90% 31,30% 13,00% 3,40% 21,80% 31,90% 43,00% 22,80% 54,40% 21,00% 1,80% 13,60% 54,10% 28,00% 4,40% 10,30% 43,00% 38,70% 8,10% 2,90% 24,80% 39,90% 32,40% 186 PP 14,70% 63,60% 20,40% 1,30% 8,50% 54,10% 33,10% 4,30% 8,40% 38,20% 42,10% 11,30% 1,90% 15,00% 46,10% 36,90% 16,8% 67,9% 14,5% ,8% 6,5% 53,4% 36,2% 3,9% IU/ICV 3,9% 37,9% 42,8% 15,5% Nacionalistas 2,3% 13,3% 41,8% 42,6% Otros 15,5% 26,2% 39,8% 18,4% UPyD 13,30% 69,90% 16,90% 0% 20,80% 64,90% 13,00% 1,20% PSOE 6,90% 66,10% 23,00% 3,90% IU/ICV 8,40% 38,20% 42,10% 11,30% 1,90% 15,00% 46,10% 36,90% 2002 PSOE E2455 IU/ICV Nacionalistas PP 2005 PSOE E2610 2008 PP E2455 Nacionalistas Tabla A. 4.2. Evolución por partido de las Preferencias Organización territorial del Estado (2009-2011) Nueva Formulación. Año Partido Centralism o Menos Estado Autonomía Más autonomía Posibilidad de Independenci a Actual 2009 UPyD 16,10% 22,60% 38,70% 16,10% 6,50% 23,60% 25,20% 37,70% 12,10% 1,40% 7,60% 14,40% 49,60% 23,40% 4,90% 13,50% 7,70% 26,00% 39,40% 13,50% Nacionalista s 2,40% 3,00% 20,40% 37,70% 36,50% UPyD 16,1% 29,7% 43,2% 10,2% ,8% PP PSOE IU 187 2010 PP 25,0% 17,3% 45,2% 11,4% 1,1% PSOE 12,3% 11,0% 53,7% 18,1% 4,9% IU 10,9% 6,8% 37,0% 32,8% 12,5% Nacionalista s 3,2% 1,9% 17,9% 39,4% 37,7% Otros 8,8% 17,0% 25,8% 22,0% 26,4% 2011 UPyD 22,60% 44,00% 28,20% 4,40% 0,80% PP 26,10% 24,60% 41,80% 5,90% 1,50% PSOE 14,60% 18,60% 53,10% 10,20% 3,50% IU 11,20% 19,80% 36,40% 21,20% 11,50% Nacionalista s 1,40% 3,00% 16,10% 32,80% 46,70% UPyD 33,9% 26,2% 25,9% 11,5% 2,4% 39,0% 20,3% 32,4% 7,0% 1,3% PSOE 19,7% 12,1% 44,2% 16,7% 7,3% IU 18,7% 14,5% 28,9% 23,9% 14,0% 3,1% 4,9% 10,4% 29,7% 51,9% 19,0% 15,3% 26,9% 20,1% 18,7% 2012 PP Nacionalista s Otros 188 Gráfico A.4.1. Balanzas fiscales: Carga menos beneficio del porcentaje del PIB por CCAA en 2005. Fuente: Ministerio de Economía y Hacienda. Instituto Estudios Fiscales. 189 Conclusiones En el capítulo introductorio el presente informe de investigación tomaba como punto de partida las dos siguientes preguntas: ¿En qué medida la crisis económica española está conduciendo a una crisis de la democracia? ¿Puede la profunda insatisfacción con el funcionamiento de la democracia y de sus instituciones políticas, de los gobiernos y de la oposición, de los partidos y de los políticos erosionar de modo significativo los fundamentos de la legitimidad democrática? Para responder a esta pregunta partíamos hemos partido, desde el punto de vista teórico, de la autonomía relativa de la legitimidad democrática, la insatisfacción con los resultados del gobierno y la desafección política, los tres criterios fundamentales que conforme a las investigaciones de los años ochenta y noventa (Montero, Gunther y Torcal 1998) estructuran la concepción de la política democrática por parte de los ciudadanos. Y desde el punto de vista empírico nos planteábamos al inicio de este trabajo la descomposición de los efectos de la crisis económica entre distintos grupos de edad, de ocupación (con especial atención a los desempleados); y entre quienes viven en CCAA en donde la crisis económica, el desempleo y los recortes del gasto público han tenido un impacto desigual. Por otro lado nos planteábamos también al comienzo que, si bien los efectos de la crisis económica en las actitudes políticas han sido estudiados con detalle para la década de los ochenta y noventa, sabemos mucho menos de sus efectos en las actitudes políticas en el contexto de la actual recesión económica. Por todo lo anterior, el objetivo que nos planteábamos en la introducción del informe radicaba precisamente en conocer el impacto de la crisis económica actual en las tres dimensiones actitudinales que identificó la citada literatura de los noventa: la legitimidad, el descontento, y la desafección; o en alguna de sus dimensiones más relevantes. ¿Han variado estas tres dimensiones de forma significativa y en el mismo sentido como se afirman algunos análisis? ¿O puede que, en virtud de su autonomía relativa, alguna dimensión haya podido permanecer estable ―como la legitimidad democrática―, mientras que otras ―como el descontento político― hayan aumentado en todas o en alguna de sus dimensiones? Sin dejar de lado la cuestión de la relativa autonomía de las dimensiones anteriores, en la introducción del presente informe de investigación nos planteábamos de modo más específico los efectos de la crisis económica en la evolución de la desafección. A este respecto nos planteábamos al comienzo dos hipótesis alternativas. La primera hipótesis planteaba que la desafección haya podido crecer en algunos sectores, quizás los especialmente castigados por la crisis económica y que cuentan con menos recursos. Esta primera hipótesis, por tanto, planteaba que conforme la crisis económica se prolonga e intensifica, la desafección política, o al menos 190 algunos de sus componentes, hayan podido aumentar. La segunda hipótesis que nos planteábamos es que, en otros sectores, hayan podido aparecer aquellos ciudadanos críticos que mencionábamos también en la introducción de este informe. Nuestra segunda hipótesis de partida, por tanto, era que la crisis pueda estar repercutiendo en un descenso de la desafección, al menos en sectores específicos de la población, y/o en algunos de sus componentes. Es precisamente la expectativas de que la evolución de la desafección puede estar bifurcándose en distintas direcciones lo que justificaba al comienzo un análisis más pormenorizado por grupos, tal y como acabamos de mencionar Junto a las hipótesis de la relativa autonomía de las tres dimensiones y de la bifurcación de la desafección, los distintos capítulos han tratado de responder a las siguientes preguntas quizás de menor calado, pero también relevantes: ¿Son equiparables los efectos en las actitudes políticas de la crisis económica actual a sus efectos en crisis económicas anteriores? En particular, los distintos capítulos han examinado esta cuestión contrastando los efectos de la recesión actual con los de la crisis económica de mediados de los noventa. Adicionalmente, los distintos capítulos ―y muy especialmente los capítulos 2 y 4― evalúan hasta qué punto la evolución de las actitudes hacia la democracia son el resultado puramente de un contexto económico adverso o si existen determinantes del contexto político que afectan dicha evolución. Vinculada a esta pregunta emerge también en distintos puntos del informe la cuestión de si existen indicios para pensar que los cambios de tendencias en algunos de los indicadores que hemos examinado pueden ser anteriores al comienzo de la crisis económica. Ello sugeriría la existencia de una cierta crisis institucional previa que la recesión económica ha contribuido a coadyuvar. Atendiendo a todo lo anterior, en el capítulo 1 del presente informe de investigación hemos llevado a cabo un análisis longitudinal descriptivo de las distintas actitudes que hemos podido recabar del Banco de Datos del CIS y que hemos considerado indicadores de las tres dimensiones conceptuales en las que nos hemos basado ―la legitimidad democrática, el descontento político y la desafección política―; o bien variables estrechamente relacionadas con una o varias de esas dimensiones. Atendiendo a la descripción que se hace en dicho capítulo de esos indicadores objetivos, como cabía esperar las actitudes políticas se muestran sensibles a la evolución de los indicadores objetivos; pero existen en paralelo cuatro aspectos de esta evolución que merece la pena destacar. En primer lugar, comparando el efecto de la actual crisis económica con la crisis anterior de mediados de los noventa, el proceso de deterioro que ponen de manifiesto la evolución de las actitudes políticas en la actual crisis supera notablemente en casi todos los indicadores el deterioro que tuvo lugar a mediados de los noventa. En segundo lugar, en un buen número de indicadores pero especialmente en los tradicionalmente vinculados con la 191 desafección los cambios de tendencia comenzaron antes de la crisis económica: para algunos indicadores como el interés por la política a comienzos de la década pasada; mientras que en el resto de los afectados por esta tendencia el cambio se produjo a mediados de década. Ello es patente en indicadores como la confianza en el parlamento, la confianza en los partidos políticos, las actitudes hacia el Estado autonómico, o los indicadores de interés y de implicación política. Esto sugiere la existencia de una crisis institucional que queda reflejada en la evolución de estos indicadores y que antecede a la crisis económica. No cabe duda, no obstante, que la recesión económica ha agravado dicha crisis institucional. En tercer lugar, la inclinación de la pendiente se agudiza en algunos indicadores ―aunque no en todos― desde 2011, coincidiendo con la segunda fase de la recesión asociada a la crisis de la deuda. Es esta segunda fase de la crisis la que parece haber conducido a un nivel de deterioro de las actitudes políticas considerablemente mayor que el que tuvo lugar a mediados de los noventa. Este deterioro vinculado a la segunda fase de la crisis es muy evidente, por ejemplo, en las actitudes hacia el Estado autonómico, tal y como el capítulo 4 muestra con mayor detalle. En cuarto lugar, si bien la evolución de la mayor parte de los indicadores sugiere un deterioro en las actitudes de desafección entre los españoles, la evolución longitudinal también pone de manifiesto que junto a la fuertísima caída de la confianza en las instituciones, existe en paralelo una tendencia más tímida en sentido contrario que queda reflejada en el aumento de los nivele agregados de implicación política e interés por la política. A este respecto, no obstante, merece la pena hacer dos consideraciones adicionales. En primer lugar, la caída en los niveles de satisfacción con la democracia o de la confianza en las instituciones son mucho más pronunciados que el aumento en el interés o en la implicación política. Y en segundo lugar, aunque esta última tendencia pueda entenderse como una mejoría en los altos niveles de desafección política por los que se ha caracterizado la población española, parece ser al mismo tiempo un síntoma más de la fuertísima crisis institucional por la que atraviesa España y que queda reflejada en este caso en el aumento de los ciudadanos críticos a los que hacíamos referencia en el apartado de presupuestos teóricos de este informe. Adicionalmente, cada uno de los capítulos del informe hace contribuciones muy relevantes a todas las preguntas anteriores que destacamos a continuación. El capítulo 2 confirma la necesidad de hacer una distinción conceptual entre las dimensiones del descontento o insatisfacción; el apoyo o la legitimidad, y la desafección política. Ello tiene su reflejo en los resultados empíricos de las actitudes hacia la democracia en España. A lo largo del capítulo se pone de manifiesto que el descontento, la legitimidad y la desafección política son dimensiones en gran medida independientes como destacaron trabajos anteriores sobre su interdependencia en los años noventa. En concreto, los resultados del capítulo subrayan que el descontento con el funcionamiento de la democracia es la dimensión con una mayor variabilidad; mientras que la 192 legitimidad y la desafección se muestran mucho más estables a lo largo del periodo analizado. Además, cada una de estas dimensiones parece responder de forma diferenciada a distintos cambios en el contexto económico y político. Mientras que el descontento resulta especialmente sensible al deterioro de la situación económica, el apoyo a la democracia aparece más marcado por factores políticos y de gobierno. Esta sensibilidad a factores políticos parece especialmente señalada entre los votantes más conservadores. Pareciera como si en alguna medida los votantes conservadores condicionaran su apoyo a la democracia a la suerte electoral de su partido. Este resultado confirma que la evolución de las actitudes políticas está condicionada por factores políticos y no sólo económicos. Por otro lado, los resultados de este capítulo confirman la expectativa inicial en el sentido de que la crisis económica parece haber estimulado la aparición de un perfil de ciudadanos más críticos. No obstante, el capítulo concluye que este perfil crítico apoya la democracia frente a cualquier tentación autoritaria y tiene gran interés en la política; aunque desconfía de las instituciones políticas actuales. Conforme a las conclusiones finales de este primer capítulo sustantivo, la actual crisis económica, no supone una amenaza seria para la legitimidad democrática; pero está generando la aparición de un nuevo perfil de ciudadanos críticos cuya a indignación-política es perfectamente compatible con su perfil democrático. El capítulo 3 explora de modo más específico las hipótesis vinculadas a la desafección y su posible bifurcación, examinando su distribución entre los jóvenes y los desempleados. A este respecto el capítulo llega a dos conclusiones muy relevantes. En primer lugar, la incidencia de los ciudadanos críticos, aquellos cuyas actitudes están cambiando como consecuencia de la crisis no está entre el grupo de edad más joven, entre 18 y 25 años, sino entre sus hermanos mayores de entre 25 y 35 años. Es en este último grupo en el que se ponen de manifiesto el aumento en los niveles de implicación e interés por la política, confirmando la segunda de las dos hipótesis relativas a los cambios de tendencias en la desafección. Por el contrario, cuando el desempleo tiene lugar entre el grupo de edad más joven (una combinación altamente probable dadas las circunstancias de la crisis) encontramos con más probabilidad un aumento en los niveles de apatía, confirmando la primera de las hipótesis de la evolución de la desafección en este grupo concreto. Dada la evidencia empírica que confirma una y otra hipótesis dependiendo de las características del grupo que examinemos, el capítulo llega a la conclusión que la actual crisis está aumentando no sólo los niveles de desigualdad social sino también política. Si el capítulo 3 comprueba que los efectos de la crisis económica en las actitudes políticas tienen manifestaciones desiguales dependiendo de la ocupación o de la edad, el capítulo 4 comprueba que dichos efectos puedan ser también desiguales en distintas CCAA. Para comprobar este extremo, este último capítulo no se centra en los efectos de la crisis en las actitudes hacia la democracia en un sentido general sino en las actitudes hacia el Estado autonómico. La evolución longitudinal en los niveles de apoyo al estado autonómico pone de 193 manifiesto que, a diferencia de lo que ocurre con otras actitudes, la crisis de mediados de los noventa no tuvo efectos negativos en este indicador. Por otro lado, los resultados del capítulo confirman la heterogeneidad en la evolución de esta actitud tanto en el tiempo como en el espacio. Desde un punto máximo de apoyo al Estado autonómico en 2006; dichos apoyos descienden después en un proceso que se aceleró desde 2009. Estos resultados ponen de manifiesto que pese a que la pérdida de legitimidad parecía ya estar manifestándose antes de la crisis económica, es desde 2010 cuando la caída de la legitimidad se hace más intensa. Los resultados del capítulo 4 ponen también de manifiesto las diferencias territoriales, constatando la pérdida de apoyo al Estado Autonómico en todas las CCAA con la única excepción del País Vasco. A este respecto, destaca la disminución del apoyo en Murcia, Madrid, Castilla y León y Cataluña y la estabilidad en Andalucía. Mientras que en Cataluña la opción preferida es la independencia, en los otros casos los ciudadanos se decantan por un Estado centralizado. El capítulo pone de manifiesto la relevancia tanto del contexto político como del contexto económico para explicar la distinta evolución por CCAA. Por lo que se refiere a efectos económicos, el capítulo 4 pone también de manifiesto que la crisis económica tiene también efectos directos e indirectos -en interacción con las identidades y factores políticos- en los niveles de apoyo al estado autonómico. Adicionalmente, en la comparación entre Madrid y Cataluña, un resultado especialmente interesante de este capítulo es la posible existencia de mecanismos causales compartidos en la explicación de por qué un número creciente de catalanes dejan de apoyar el modelo de autonómico a favor de la independencia; y por qué un número creciente de madrileños dejan también de apoyar el modelo autonómico en favor del restablecimiento de un Estado centralizado. 194 Referencias. Aja, E. (2003): El Estado autonómico: federalismo y hechos diferenciales, 2a ed. Madrid: Alianza. Almond, G. A., y Verba, S., eds. (1963). The Civic Culture Revisited. Boston: Little, Brown and Co. Almond, G. A., y Verba, S. eds. (1963). The Civic Culture. 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