VIII. Una mirada a la ética. Época moderna: Hume

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VIII. Una mirada a la ética. Época moderna: Hume y Kant.
FUENTE: PSIQUIATRIA.COM. 2007; 11(2)
Fernando Ruiz Rey.
Psiquiatra
Raleigh, NC
USA
PALABRAS CLAVE: Ética, Hume, Principios de asociación, Benevolencia, Kant, Juicios, Imperativo categórico, Deber, Autonomía, Máxima
moral.
Las corrientes culturales que comienzan a apreciarse en el Renacimiento van a desarrollar en los próximos siglos
un clima intelectual muy distinto del de la Edad Media cristiana. La nueva cosmovisión de esta época coloca a Dios
y su Creación en un papel secundario, para recalcar el poder de la razón y el valor fundacional de los hechos. La
nueva manera de mirar al mundo va a generar profundos cambios en todos los rincones de la cultura y del
pensamiento, afectando la visión del hombre y su papel en la sociedad, y va a vigorizar el abrumador desarrollo e
influencia de la ciencia moderna. La ética del periodo no fue naturalmente inmune a estos dramáticos y complejos
movimientos de ideas y, a su vez, contribuyó significativamente a gestar nuevas perspectivas del entendimiento
valorativo. Nos limitaremos en esta somera revisión a dos pensadores de considerable influencia: David Hume e
Immanuel Kant.
DAVID HUME (1711-1776)
El filósofo escocés Hume consideró que la metafísica presentada por los esquemas filosóficos y teológicos de su
tiempo se construían especulativamente desde bases carentes de adecuado contenido cognitivo, y cerraba el
camino al desarrollo de una filosofía con una fundación sólida erguida sobre: “la experiencia y la
observación.” (1;Intrd). Con fuertes argumentos escépticos Hume analiza y socava los fundamentos de los
sistemas filosóficos vigentes, y propone en cambio una manera de filosofar que asegure la solidez empírica de las
tesis propuestas; por esta perspectiva, Hume es reconocido como un crítico del conocimiento.
Fundamento del conocimiento
Según Hume, el material utilizado en el pensar son las ‘percepciones’, que se derivan de la experiencia externa:
‘sensaciones’, de causas desconocidas (Hume se centra en la experiencia vivida de las percepciones, dejando de
lado el problema de donde, o qué las originan, no trata el problema del ‘mundo externo’); o derivan de la
experiencia interna: ‘reflexiones’; así por ejemplo, las emociones/pasiones son impresiones que acompañan a las
sensaciones, y de las cuales se pueden generar ideas (calor al tocar una estufa…impresión de calor…idea de calor).
Las percepciones fuertes y vívidas las denomina ‘impresiones’ y las más débiles, derivadas de las anteriores, son
las ‘ideas’. Las ideas simples se pueden combinar para formar ideas complejas, que son mucho más débiles que
las impresiones de las que en última instancia proceden y a las cuales corresponden y se asemejan
(representaciones). Usualmente se conoce esta tesis como “Principio de Copia” (Copy Principle). (2;4:5) Las
impresiones simples no se pueden descomponer, y tienen una correspondencia exacta con las ideas simples que
generan en la mente; las impresiones complejas se pueden descomponer en partes, lo mismo que las ideas
complejas que dan origen, pero la correspondencia entre éllas no es exacta como en la impresiones/ideas simples.
De acuerdo a Morris W. (2;4:6), el Principio de Copia es considerado como definitorio del empirismo de Hume, sin
embargo, este autor sostiene que en este sentido, es más distintivo del filósofo su ‘análisis en reverso’ de las
definiciones, esto es, la búsqueda del origen de las ideas utilizadas en estas definiciones, para desenmascarar el
subterfugio frecuente de referir ideas a ideas en un círculo vacío de definiciones. Hume sostiene que se debe
sospechar de toda definición cuyos términos no puedan referirse a una impresión inicial que las apoye
empíricamente; en una definición correcta las ideas envueltas deben ser derivadas en última instancia de
impresiones. (2;4:6)
Principios de asociación: causa-efecto
Las ideas no se presentan aisladas en la mente, estas aparecen regularmente conectadas. La explicación de este
fenómeno no es para Hume que sea el resultado de un proceso teórico, ni racional, sino que se trata de la
operación de un Principio de Asociación propio de la mente humana. En este Principio, el filósofo distingue tres
tipos de conexiones en las ideas de sensaciones: por semejanza, por contigüidad y por causa y efecto. La más
importante y significativa es la conexión causa efecto que establece un lazo entre un suceso pasado y un suceso
presente, de manera que así podemos predecir y explicar la secuencia de este tipo de sucesos. (2;5:6-7) Se
comprende fácilmente que Hume al sostener que todo pensar está basado en la experiencia, no acepte que la
relación causa efecto sea el resultado de un razonamiento a priori (independiente de la experiencia). Tampoco
acepta que se pueda demostrar racionalmente la aplicación absoluta de esta relación a sucesos futuros, porque
para éllo se requiere el supuesto de que la naturaleza es regular, que se repite sin variación, y esto no es
empíricamente comprobable, siempre cabe la posibilidad de que no sea así. (2;6;7-8)
Para Hume la relación causa efecto es resultado del hábito y costumbre de la experiencia repetida de que a un tipo
de suceso siga ‘siempre’ un suceso específico. Esta asociación es algo que resulta casi instintivamente en la mente
humana, y se relaciona con lo “sentimental” más que con un proceso racional. La conexión se establece frente a la
impresión interna (mental) provocada por la repetición de la asociación experimentada, la mente reacciona
generando un sentimiento de determinación que fija la asociación. De esta manera se forma la ‘”creencia” de que
al ocurrir un suceso ‘causa’ le sigue un suceso “efecto”; esta creencia está avalada por la experiencia repetida
guardada como recuerdo en la memoria; una creencia es una idea con un sentimiento muy fuerte y vívido. (2;7:8)
Las relaciones de ‘hechos’ –empíricas- nos dicen algo del mundo, pero son sólo probables; Hume también acepta
lo que se llama ‘relaciones’ o ‘relaciones de ideas’ (conexiones lógicas y matemáticas), estas relaciones no nos
dicen nada del mundo, pero son exactas. (3;II:1708)
Actos, razón y emociones
Esta manera de filosofar de Hume, basándose en la experiencia y en la asociación de ideas, permite comprender
las críticas del filósofo a las tesis morales basadas en sistemas filosóficos especulativos que predominaban en su
medio. Hume, por ejemplo, rechaza el racionalismo moral, argumentando que la razón por sí sola no es capaz de
determinar las metas de la acción, ya que la razón por sí misma es insuficiente en generar reprobación o
aprobación de una conducta, para esto se necesita de una reacción sentimental que de preferencia a la conducta
en cuestión, en perspectiva de posible placer o dolor. La razón por sí sola no puede motivar la acción, el impulso a
la acción proviene de lo emocional, incluso la decisión de utilizar la razón. (2;9:9-10) Las demostraciones
racionales manejan ideas y no tienen, de acuerdo a Hume, fuerza para iniciar ninguna acción, aunque la razón es
útil para guiar la acción, no puede motivarla, realizarla, ni tampoco detenerla.
La razón trabaja con ideas que son copias de la realidad experimentada, las emociones y la conducta no son
copias, son por sí mismas; de modo que la razón no puede presentarles con pertinencia argumentos de verdad o
falsedad para la elección de la conducta. La mente puede extraer relaciones causales de experiencias de hechos,
pero no puede hacerlo con conductas consideradas de vicio y de virtud, calificaciones que dependen de la reacción
emocional de un observador. Pero si lo moral emerge de lo emocional, no significa que ambos no puedan ser
objetos de juicio de la razón, La tesis de esta filosofía es que la razón no puede controlar las emociones/pasiones,
y en este sentido se aparta de las teorías éticas de la antigüedad y de muchas teorías contemporáneas que
enfatizan el papel de la razón en domar las pasiones humanas. (4;3:4)
Sentimiento de simpatía o benevolencia
Tampoco Hume acepta la moral del auto-interés o del egoísmo como lo propone la doctrina de Hobbes. Para Hume
el ser humano está también dotado naturalmente de un sentimiento de simpatía (o benevolencia) hacia los demás,
un sentir y resonar en agrado hacia los que se conducen con utilidad para con la comunidad, porque es en
sociedad como podemos lograr la realización de nuestros deseos naturales; pero también se encuentra en Hume la
idea de que el ser humano siente felicidad por la humanidad y congoja por sus miserias. (5;App 1.3) Sin embargo,
esta simpatía es más intensa naturalmente para los familiares y los amigos, para los más distantes se acentúan el
egoísmo y la avaricia que limitan la cooperación extensiva de los hombres. La visión del hombre de Hume es
positiva, pero no es ciego a la realidad del egoísmo y del auto interés en la vida humana. Por esta razón de la
acentuación del egoísmo en los grandes grupos, nos dice Hume, se generan en las comunidades mayores virtudes
sociales que aseguran el funcionamiento y la satisfacción de los deseos de sus miembros. La benevolencia no
puede quedar reducida al auto-interés, aunque al realizarla nos produzca agrado; los sentimientos de
simpatía/benevolencia no son idénticos a ese agrado que puedan producir, van más allá de éllo, y alcanzan una
apertura a los demás en comunidad, se aprueban o desaprueban actos que no involucran nuestro propio interés, y
de este modo, se van construyendo los sentimientos morales que alcanzan a la totalidad del grupo; lo correcto y lo
incorrecto, lo bueno y lo malo se van gestando a nivel interpersonal para la conveniencia de los individuos. Para
Hume la benevolencia es útil al promover bienestar social, y aquellos que la practican son motivados a realizar
otras virtudes sociales como la justicia.
Emociones, razón y presión social
La fuente de la moralidad en la comunidad reposa fundamentalmente en la benevolencia hacia la humanidad, es
este sentimiento el que alimenta y modula las reacciones emocionales desencadenadas por las acciones de sus
miembros. Pero Hume sostiene también que estas emociones internas deben ser ajustadas y corregidas por
nuestro juicio para preservarlas del error y hacer posible comunicarse con consistencia y coherencia. Ya que el ser
humano es sensible a la respuesta de los demás –su aprobación (agrado) o rechazo (dolor)- modifica las
posiciones privadas de auto interés, para estimular un punto de vista común (modulado por la benevolencia) y
acuñar un lenguaje moral general; este lenguaje, escribe el filósofo:”implica un sentimiento común para toda la
humanidad, que recomienda el mismo objeto para aprobación general, y hace que todo hombre, la mayoría de los
hombres, concuerden en la misma opinión o decisión “ (5;272) (2;9:11)
Las reacciones emocionales de la comunidad ante la conducta de sus miembros juega un papel modelador en los
sentimientos de éstos; de este modo, los individuos evalúan sus propias reacciones de rechazo o aprobación junto
a la de los demás, para alcanzar un lenguaje común, y salvaguardar las virtudes, tanto individuales como sociales.
Las virtudes constituyen las cualidades mentales (rasgos de carácter) que generan actos considerados útiles y
agradables para el que los realiza y los que observan. (2;9:11-12)
Virtudes
Hume distingue virtudes naturales y virtudes artificiales; las virtudes naturales están constituidas por aquellos
rasgos de carácter que podemos esperar encontrar en individuos de distintas culturas, como son la benevolencia,
la prudencia, la amistad, etc.; estas virtudes tienen todas, según Hume, elementos de sentimientos de auto valía,
aunque aparezcan espléndidamente generosas Las virtudes artificiales resultan de las emociones y deseos en la
interacción social, como son la justicia, la castidad, la modestia, etc. (4;9:9) Tanto las virtudes naturales, como las
virtudes artificiales, son aprobadas o rechazadas gracias al sentimiento de simpatía/benevolencia, que modulan los
sentimientos egoístas del ser humano, en las primeras porque simpatizamos con aquellos que son afectados por
esas acciones, y en las segundas simpatizamos con los efectos acumulativos generados por la práctica de esas
acciones sobre la sociedad en que vivimos, efectos de bienestar y utilidad. (4;13:14) La capacidad de deliberación
del ser humano para aplicar y desplegar las virtudes tiene para Hume –como para Aristóteles-, un valor positivo,
esta capacidad ayuda a realizar lo que se hace bien y con éllo fomenta el desarrollo de auto estima del hombre;
esta capacidad es parte del carácter de cada persona al que contribuyen elementos emocionales y racionales.
La justicia no es un principio básico de la naturaleza humana, es una virtud artificial; la justicia surge cuando se
viven condiciones de escasez y se hace necesario regular la propiedad para preservar el orden social. (2;9:10)
Hume piensa que la gente se hace consciente de que la estabilidad en las posesiones personales es ventajosa
individualmente y, que para lograrla hay que respetar las propiedades ajenas. En las comunidades pequeñas –preciviles- el grupo humano puede funcionar sin un gobierno establecido, bastan las reglas acerca de la propiedad, de
la transferencia de bienes por consentimiento; sin embargo, cuando aumenta la población y crecen los bienes
materiales, también aumentan las probabilidades de conflictos y abusos, por lo que es necesario establecer un
gobierno para preservar el orden en las transacciones y el cumplimiento de los compromisos adquiridos por los
miembros de la comunidad. (4;1:3)
Con respecto a la libertad de acción del hombre, Hume sigue una línea de argumento similar a de los
acontecimientos físico-sensibles, esto es, no hay una percepción empírica y objetiva de la libertad, pero se tiene la
observación repetida de que los acontecimientos mentales ocurren regularmente, de modo que en ese sentido
parecen determinados -se siente de tal modo; sin embargo, se tiene siempre disponible la espontaneidad de la
elección voluntaria, por lo que se debe exigir la responsabilidad moral del agente actuante. (4;2:3)
Elementos de la moralidad
Aunque la posición empirista de Hume rechaza la razón –y la revelación- como fuentes de la moralidad, este
filósofo acepta sin embargo, algunas disposiciones naturales del ser humano para anclar lo moral. En este sentido
debe destacarse la disposición natural a presentar reacciones de dolor y de placer que constituyen el fundamento
de las emociones y, por tanto, de la conducta humana; también Hume acepta como dadas naturalmente,
disposiciones nobles como, formar lazos familiares y de amistad, y responder a la aprobación o rechazo de los
demás. En la gestación de las emociones Hume admite también la influencia de instintos, como apetitos corporales
e impulsos vengativos. (4;1:2)
Hume enfatiza lo emocional en el desarrollo de las normas morales, comenzando en lo individual, pero ajustado a
lo comunal; de este modo el filósofo evita caer en un relativismo moral personal, para referirlo a la colectividad.
Hume no acepta que estas normas sean un mero producto de la convención de los seres humanos, sus raíces se
hunden en disposiciones naturales, aunque el desarrollo de virtudes sociales, como la justicia y la honestidad
material, requieran el uso de la razón creativa, para generar las condiciones de una vida común satisfactoria. Lo
moral queda sin embargo limitado en esta posición ética, a las reacciones emocionales humanas, basadas en
tendencias naturales muy generales y al uso instrumental de lo racional, en el mejor de los casos. Al separar razón
y sentimientos en forma tajante en la motivación de la conducta, se entra en dificultades lógicas en la
presentación de la moral y juicios morales como derivados primariamente de una sola dimensión de la psicología
humana. Se podría decir que esta proposición filosófica es un planteamiento fundamentalmente inmanentista
construido sobre el principio del placer y dolor, estrechamente asociado a la utilidad.
IMMANUEL KANT (1724-1804)
Para el filósofo alemán Immanuel Kant, las críticas de Hume respecto a la causalidad y, a la construcción del
conocimiento humano en general, entraban en conflicto frontal con las teorías físico-matemático de la ciencia
newtoniana que él consideraba como conocimiento necesario, verdadero y universal. La filosofía de Kant va a
tratar de solucionar este conflicto y restablecer la certeza de las ciencias. Kant consideró que Hume había ido
demasiado lejos reduciendo el conocimiento sólo a lo empírico, al conocimiento a posteriori; pero también vio por
otro lado, que los metafísicos dogmáticos de de su tiempo confiaban excesivamente en elementos a priori del
conocimiento. Kant se propuso revisar el proceso del conocimiento para determinar cuanto se puede atribuir a la
experiencia, y cuanto a los elementos a priori.
Conocimiento y juicios: a priori, a posteriori y sintéticos
Kant señala que el conocimiento se presenta en un conjunto de juicios (A es B) acerca del objeto estudiado; los
juicios se dividen en juicios analíticos y juicios sintéticos (diferenciación proveniente de la filosofía aristotélica).
Para Kant los juicios analíticos son aquellos en los que el predicado está contenido en el sujeto del juicio, por
ejemplo: el triángulo tiene tres ángulos. Estos juicios no tienen origen en la experiencia, sino en el análisis del
concepto del sujeto, de modo que son verdaderos, necesarios, universales y a priori (en Kant es axiomático que lo
necesario y universal no proviene de la experiencia). En otras palabras, estos juicios son una expresión del
principio de identidad, una tautología que no dice más que lo que ya está incluido en el sujeto del juicio. Los juicios
sintéticos en cambio, no dependen del análisis del sujeto, sino que están basados en la experiencia que soporta la
legalidad del predicado, por ejemplo: el gato es negro. De este modo, son juicios a posteriori y son contingentes,
válidos en cuanto dure la experiencia, la percepción sensible, que los apoya. Estos juicios nos informan de algo
que no está contenido necesariamente en el concepto del sujeto, pero su validez es efímera al depender de la
experiencia sensible. Para Kant ninguno de estos dos tipos de juicios son propios del conocimiento científico que
nos entrega información del sujeto estudiado, y su validez no depende de la persistencia de la experiencia
sensible, basta una experiencia científica para lograr un conocimiento certero que es universal; esto es, se trata de
juicios sintéticos, y al ser necesarios y universalmente válidos, son a priori. (6;XV:225-242)
Condiciones de la percepción: espacio y tiempo
Para poder conocer la posibilidad de los juicios sintéticos a priori Kant va a analizar el proceso mismo de la
adquisición del conocimiento. En la sección llamada “Estética trascendental”, el filósofo estudia las condiciones
necesarias de la sensación o percepción. Kant sostiene que los juicios matemáticos son juicios sintéticos a priori, y
que su formulación envuelve la intuición del tiempo y del espacio; la aritmética cursa inevitablemente en el tiempo
y la geometría requiere necesariamente del espacio para su construcción. Para el filósofo, el espacio y el tiempo no
son realidades metafísicas ni físicas que tengan existencia en sí y por sí; el espacio no se puede pensar sin ningún
contenido sensible, y además es parte integrante de toda percepción del mundo. Igualmente el tiempo, ya que
toda intuición es una vivencia que nos ocurre, algo que nos deviene, por tanto implica tiempo, por lo que el tiempo
es inevitable en todo conocimiento –experiencia vivencial-, y necesario para que este conocimiento acontezca.
Tanto el espacio como el tiempo son entonces formas a priori que posibilitan las intuiciones matemáticas y
constituyen las formas necesarias de toda intuición sensible, externa e interna. Kant propone que todo lo dado al
conocimiento carece de orden y de forma, y que estas estructuras son impuestas a la sensibilidad por la razón
teórica utilizando las formas a priori del tiempo y del espacio, estas estructuras sintetizan las impresiones en una
percepción; sin estas formas no es posible percibir objeto alguno para el conocimiento. (7;1991-2) El espacio y el
tiempo son las condiciones de posibilidad para que las cosas se constituyan en la percepción del mundo y, así
posibilitar su conocimiento. Las cosas que se dan en la percepción vienen envueltas en el espacio y tiempo, y
constituyen lo que Kant denomina, fenómenos. No es de extrañar entonces que las cosas percibidas (fenómenos)
encajen tan adecuadamente en las estructuras aritméticas y geométricas que operan en base del espacio y
tiempo, y que el acto de percibir coloca en los fenómenos. Las matemáticas constituyen entonces, la teoría del
espacio y del tiempo en que se da toda percepción. (6;XVI,XVII:243-275)
Pero la teoría de las matemáticas es un conocimiento formal a priori, que determina de antemano las formas y
secuencias posibles de toda percepción, pero que no dice nada nuevo de la realidad; la física sin embargo, nos
informa del mundo, sus juicios son sintéticos y a priori. Kant aborda esta situación en la llamada “Analítica
trascendental”, para el filósofo, el conocimiento de la naturaleza no puede ser en base a la mera razón teórica que
es básicamente “vacía”, tampoco puede basarse en las intuiciones sensibles que son “ciegas”, es en la
combinación de la razón y de la intuición la que permite el conocimiento efectivo. (7;1992)
Juicio y realidad: categorías
Kant señala que las formas puras de la razón, la lógica, nos dan un conocimiento necesario e universal, pero no
“objetivo” (en sentido de cosas), es sólo al aplicar estas formas a los “fenómenos” cuando éstos se transforman en
objeto de conocimiento. La realidad se constituye cuando se formula un juicio (acción sintética) en el que se
predica algo de un sujeto, como lo explica García Morente:”…la realidad que algo tiene no es otra cosa que su
capacidad de recibir determinaciones mediante juicios.” (6;280) De esta manera, Kant identifica la función lógica
del juicio con la función ontológica, el juicio establece una realidad. Por consiguiente, al formular un juicio se pone
una forma de realidad, Kant estudia las diverss formas de juicios de la lógica formal aristotélica para extraer las
diferentes determinaciones de realidad que implican (deducción trascendental). Como los juicios en la lógica formal
se dividen según la cantidad, según la calidad, según la relación y según la modalidad, y cada uno de estos a su
vez se divide en tres distintos tipos, resultan 12 variedades de juicios de los que Kant extrae doce conceptos puros
(a priori) o categorías, que no son formas lógicas, ni ficciones, sino formas a priori que nos permiten dar cuenta
racional de los fenómenos; las categorías explica el autor son :”…conceptos puros del entendimiento, sin los cuales
no puede ser pensado objeto alguno.” (8;256) A manera de ejemplo de esta deducción trascendental
mencionamos que, el tipo de juicio según cantidad, distingue juicios individuales (el sujeto es tomado
individualmente: Juan es español), juicios particulares (cuando el sujeto es tomado en parte: algunos hombres son
blancos) y juicios universales (el sujeto es tomado en toda su extensión: todo hombre es mortal). De estos juicios
Kant extrae los conceptos –categorías- de unidad, pluralidad y totalidad. Las doce categorías incluyen además:
substancia (propiedades), causalidad (efecto), acción recíproca, posibilidad, existencia, necesidad, esencia
positiva, esencia de negación y esencia de limitación. (6;XVIII:276-291)
Esquema trascendental
Las categorías son modos de ordenar y conceptuar que el agente cognoscente imprime en los fenómenos para
hacerlos objeto de conocimiento, permitiendo un saber de la naturaleza verificable como verdad trascendental
(ligada a las formas del conocer). Las categorías no describen la realidad, pero permiten conocerla, así por
ejemplo, la categoría de causalidad, no describe ninguna relación que las cosas en sí puedan tener, pero permite
ligar los fenómenos de tal modo que se puedan formular leyes universales y necesarias. (7;505) Del mismo modo,
así podemos hablar de objetos únicos o múltiples, de substancias y propiedades, etc. Las categorías determinan la
realidad, pero para hacerlo, para poder aplicar las categorías al material sensible se requiere de un elemento
mediador que es el esquema trascendental. Este esquema trascendental es una representación que enlaza el
concepto puro o categoría, con el fenómeno. Para cumplir este propósito, el esquema tiene que ser homogéneo
con lo sensible por un lado, y con el concepto a priori por otro; por ejemplo, en la situación de la causalidad, Kant
sigue a Hume que niega que se encuentre en los fenómenos sensibles el concepto de causalidad, estos fenómenos
sólo se asocian unos a otros en el curso del tiempo, y es aquí, en el tiempo, donde el elemento mediador engarza
el esquema trascendental de causalidad (que implica tiempo) con la experiencia, permitiendo afirmar que la
sucesión temporal ocurre de acuerdo a reglas a priori. (7;1106) Con lo dicho queda claro que para Kant no hay
conocimiento de la naturaleza sin elementos a priori.
Conciencia pura
En Kant el proceso del conocimiento es: síntesis en el plano de la sensibilidad (espacio, tiempo), en el plano del
entendimiento (categorías) y en el plano de la apercepción trascendental, esto es la conciencia pura, original e
inalterable que hace posible la realidad para el sujeto. Porque la referencia de todas las intuiciones a la unidad de
la conciencia, en el ‘yo pienso’, suscita la unidad sintética que reúne todas las representaciones para pensar el
objeto; de este modo emerge la idea misma de objeto en general, y con éllo se fundamenta la posibilidad de la
formación del objeto de conocimiento. (7;195)
Objetos de conocimiento
Para Kant los objetos de conocimiento están conformados por la mente, pero no son exclusivamente elementos
mentales, en ellos se encuentran también las impresiones y sensaciones, de modo que el conocimiento de ‘objetos
en sí’, esto es objetos o cosas independientes del proceso del conocer, es impensable en la filosofía kantiana; con
esta concepción de la teoría del conocimiento, quedan fuera de la razón científica, los objetos tradicionales de la
metafísica (objetos en sí) como son el alma y Dios, y también la libertad humana y la moral, ya que no hay
‘fenómeno’ –objeto cognoscible- de estos conceptos. (6;XIX:292-307)
Kant habla de las ilusiones trascendentales (metafísicas) que responden a la necesidad de conocimiento absoluto
del ser humano. Estas ilusiones trascendentales son distintas a las ilusiones físicas (ópticas) e ilusiones lógicas
(falacias) que se pueden corregir, en cambio, las ilusiones trascendentales no se pueden eliminar porque no hay
criterio para poder rectificarlas, no constituyen objeto de conocimiento y, la razón especulativa al tratar de probar
la existencia de Dios, del alma, ni del universo como totalidad, lleva a afirmaciones contradictorias: antinomias.
Las proposiciones metafísicas no pueden ser probadas por la razón especulativa, pero Kant no propone que la
metafísica no tenga sentido, sino que no pertenece a la esfera de la razón pura teórica (o especulativa), sino al
dominio de la práctica (de la acción), de la razón práctica, a la esfera de la moral. (7;1993)
Conciencia moral
Kant no reduce el hombre exclusivamente a su capacidad de conocer racionalmente, la conciencia moral es un
hecho claramente observable en la vida humana. Es una observación ordinaria que la conducta de los hombres se
ajusta a principios que permiten juzgar el proceder propio y ajeno, principios que de acuerdo a la descripción de
García Morente son:”…evidentes, de los cuales podemos juzgar por medio de la aprehensión interna de su
evidencia.” (6;310) De estos principios derivan los calificativos de bueno, malo, moral, inmoral, calificativos que no
se pueden predicar de las cosas que no son, ni buenas, ni malas, ni morales, ni inmorales; pero sí se pueden
predicar del ser humano. (6;310) En este proceso se utiliza la razón pura práctica, esto es, la razón pura aplicada
a la operación de la voluntad. La razón especulativa y la razón práctica son la misma facultad, pero una aplicada a
conocer los objetos en el mundo sensible, y la otra vertida hacia el interior del sujeto en sus procesos autonomía y
libertad que se encuentran en la base de todo conocimiento y acción voluntaria.
Acto e intención: imperativo hipotético e imperativo categórico
En la acción humana se pueden distinguir la intención con que se actúa y el acto material realizado, para Kant es
en la intención del acto voluntario del cual se pueden predicar estrictamente los calificativos morales, en otras
palabras, la buena o mala voluntad. En todo acto voluntario se presenta a la conciencia del agente, al momento de
iniciar la acción, en forma de mandamiento, la decisión de actuar. Este mandamiento a la acción es un imperativo
que contiene el acto posible que se presenta a la reflexión de la razón práctica. El imperativo según Kant es:”una
regla que es designada por un deber ser que expresa la compulsión objetiva de la acción y significa que si la razón
determinase la voluntad totalmente, la acción ocurriría indefectiblemente según esa regla.” (8:41). El conocimiento
de este mandamiento o imperativo a la acción se conoce por la imposición de su evidencia. Kant distingue dos
tipos de imperativos: imperativo hipotético e imperativo categórico. (6;XX:308-323)
El imperativo hipotético está ligado a una condición que lo valida, realizar un acto voluntario por un beneficio o
para evitar una complicación; no es un imperativo absoluto ni incondicional; los imperativos hipotéticos son
preceptos prácticos. En cambio el imperativo categórico es absoluto, es válido por sí mismo, sin condición alguna
adherida, sin limitaciones y necesario, y constituye una ley. (8;41-43) Los actos morales son aquellos que se
realizan bajo el imperativo categórico, se realizan porque son debidos, y no por temor al castigo como sería el caso
de un acto que se ajusta a la ley por las consecuencias adversas del no cumplimiento. Una acción moral pura se
realiza sin consideración al contenido empírico o material de la acción (acción condicionada), sino simplemente por
respeto al aspecto formal de la voluntad, al imperativo categórico que se percibe (apodícticamente) como un
deber, como una orden coercitiva, libre de toda contingencia (acción incondicionada). El imperativo categórico no
se ordena a nada externo, ni a ninguna inclinación emocional o deseo, sólo a la obligación del deber que es un
hecho de la razón, de la racionalidad del hombre que le otorga a éste su verdadera humanidad; el hombre procede
racionalmente, no obligado por un estándar racional, sino porque él es racional, por tanto, procede libremente.
(7;1994) Por esto para Kant, la ley moral universal es: “Obra de tal modo que la máxima [determinación] de tu
voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal.” (8;63) También
escribe el filósofo:”Pregúntate a ti mismo si la acción que te propones, a suponer que debiera acontecer según una
ley de la naturaleza, de la cual tu mismo fueras una parte, podrías considerarla como posible por tu voluntad.
Según esta regla juzga en realidad todo el mundo las acciones, si son moralmente buenas o malas.” (8;135) La
moralidad en Kant está ligada a la forma pura de la voluntad, no a su contenido. (6;XX:308-323) Escribe Kant: El
pensamiento á priori de una legislación universal,….es mandado incondicionalmente [sin referencia a sensaciones o
inclinaciones] como ley….una regla que determina sólo la voluntad a priori, en consideración de la forma de sus
máximas……Se puede denominar la conciencia de esta ley fundamental un hecho de la razón……se impone por sí
misma a nosotros como proposición sintética a priori, la cual no está fundada en intuición alguna, ni pura ni
empírica,…” (8;64) Kant explica:”La ley moral es el único fundamento de determinación de la voluntad pura [a
priori]. Pero como es sólo formal (esto es, exige sólo la forma de la máxima como universalmente legisladora),
hace abstracción, como fundamento de determinación, de toda materia, por consiguiente, de todo objeto del
querer.” (8;209) El imperativo categórico es racional, pero no es un principio lógico, como sería si se derivara del
principio de no contradicción; este imperativo, como ya señalado, no depende de condiciones psicológicas como el
placer, la felicidad o el desarrollo personal, está basado en la razón, fundamento de la humanidad del hombre.
Universalización de las máximas morales
La acción voluntaria, para llegar a ser moralmente apropiada debe cumplir los siguientes requisitos: 1; formular
una, “máxima”, esto es un procedimiento de pensar racional que envuelve los medios y el fin proseguido en la
acción (por ejemplo; en circunstancias A proceder en forma B para lograr un resultado C); una máxima es
subjetiva, vale para la voluntad del sujeto, se hace objetiva cuando se universaliza (ley moral) para todos los seres
racionales. 2; establecer la máxima de modo que sea una ley universal de la naturaleza que gobierna todos los
seres racionales en las circunstancias descritas por las condiciones de la máxima. 3; evaluar si la máxima es
concebible en el mundo racional natural. 4; preguntarse si uno desearía o podría actuar siguiendo la máxima en el
mundo racional, si se puede, la acción es moralmente permitida. En este proceso, la máxima inicial subjetiva se
transforma en ley moral. Como ejemplo, la máxima de prometer cumplir un compromiso para obtener dinero, sin
intención de hacerlo; esta sería una conducta que de ser ley universal entraría en contradicción consigo misma, ya
que al extenderla a todos como ley de racional natural: mentir siempre para lograr lo que se desea, la máxima
para pedir prestado dinero bajo falsas promesas no tendría vigencia; en este caso se tiene el ‘deber perfecto’ de
no actuar bajo esta máxima. (9;6-7) En caso de que al universalizar una máxima se encuentren excepciones que
la invaliden, se tiene un ‘deber imperfecto’ de no realizarla; por ejemplo, estando en condiciones económicas
holgadas me niegue a ayudar al que lo necesita (máxima: ayudar al necesitado), si me niego me podría encontrar
eventualmente en una situación difícil y requerir ayuda. Las obligaciones morales no se reducen sólo a los demás,
sino también consigo mismo; por ejemplo, la máxima: suicidarse para huir de los problemas, si se universaliza
esta máxima produce más miseria, incluso a uno mismo, de modo que se tiene el deber perfecto de no recurrir al
suicidio. En todos estos casos se entra en contradicción, ya sea con el sentido de la máxima o, con la propia
voluntad. La esencia de la inmoralidad radica entonces en hacer excepción para uno mismo, esperando que los
demás actúen siguiendo una máxima de la que me excuso.
Imperativo categórico, ley moral y deber
El imperativo categórico en su más pura concepción es un deber abstracto que al presentársele un precepto moral
específico, un contenido, le impone su necesidad y universalidad. Ningún precepto es absolutamente bueno por sí
mismo, sin aprobación del imperativo categórico; lo único absolutamente bueno es el imperativo categórico, la
buena voluntad, es ésta la ley moral. (10;6)
El deber de Kant es una ley necesaria y universal, sin embargo, el hombre no es un ser puramente racional, posee
también sentimientos y emociones que inciden en la realización de los actos voluntarios, de modo que la conducta
humana está determinada por la razón y por las inclinaciones emocionales. Una voluntad completamente libre de
las inclinaciones –y contingencias- sería perfectamente buena y santa, el ‘deber’ coincidiría con el ‘querer’; pero en
el hombre concreto esto no ocurre, éste se encuentra en conflicto entre el deber y el querer. De este modo, los
actos se podrían dividir en: 1. Actos contrarios al deber, en estos actos se procede de acuerdo al querer que no
coincide con el deber. 2. Actos de acuerdo al deber y por inclinación mediata, aquí coinciden querer y deber, pero
la inclinación persigue un fin más allá del acto realizado (salvar a una persona para que le pague las deudas). 3.
Actos de acuerdo al deber y por inclinación inmediata. Hay coincidencia entre querer y deber, y la inclinación se
satisface en el acto mismo realizado (salvar a alguien que se ama). 4. Actos cumplidos sólo por el deber, sin
inclinación en particular (salvar a un desconocido) que serían los actos morales más puros. (11;3) Para Kant la
virtud consiste en la fortaleza de la voluntad en la prosecución del deber del imperativo categórico, y esta virtud se
puede ir acrecentando con el esfuerzo y la perseverancia en el deber. (8;66-67)
Voluntad, heteronomía, autonomía y libertad
Otra dimensión importante en la concepción moral de Kant es la distinción entre autonomía y heteronomía de la
voluntad. La voluntad es autónoma cuando se da a sí misma su propia ley, y es heterónoma cuando recibe
pasivamente la ley de otra fuente que la voluntad misma. La voluntad autónoma es fuente de su propia ley, lo que
implica que la ley no está basada en los contenidos materiales de la acción voluntaria, sino en la estructura formal
de la voluntad, en la racionalidad que le da universalidad y necesidad al actuar, liberándolo de las contingencias
materiales, de las inclinaciones emocionales, sin amenazas ni recompensas de ningún tipo, sólo el deber. En la
esfera de lo moral no rige el determinismo con que procedemos en el terreno del conocimiento del mundo, si en lo
moral reinara el determinismo simplemente no tendríamos moral, lo que es contrario a toda evidencia del
comportamiento de los hombres. Este planteamiento de la autonomía moral de la voluntad conlleva
necesariamente la evidencia de la libertad humana; Kant escribe: “…libertad y ley práctica incondicionada [sin
depender de las intuiciones sensibles] se implican recíprocamente una a otra.” (8;60) El simple hecho de que el
‘deber’ se le plantee al hombre implica un ‘yo puedo’, y de ahí se infiere la libertad; además este deber libra al
hombre de las contingencias externas –y psicológicas (obsesiones, alteraciones del pensamiento). Kant explica:”si
se comprendiese la posibilidad de la libertad de una causa eficiente, se comprendería también no sólo la
posibilidad, sino hasta la necesidad de la ley moral, como ley suprema práctica de seres racionales, a los cuales se
atribuye libertad de la causalidad de su voluntad.” (8;179) La razón se conoce a sí misma por medio de la
suprema e incondicionada ley práctica.
Como ya se ha mencionado, la ley moral no se impone al hombre restándole libertad, ya que es expresión de la
razón, es lo propiamente humano y compartido por todos; la voluntad responde a la razón para alcanzar su
humanidad y la verdadera libertad en lo moral; Kant dice:”…la ley moral no expresa nada más que la autonomía
de la razón pura práctica, es decir, la libertad, y ésta incluso es la condición formal de todas las máximas,
…” (8;68) Sin embargo, creo pertinente señalar que con la libertad parece presentarse un problema, ésta emerge
de la moralidad, pero la moralidad –el deber- implica autonomía y libertad de la persona, de modo que se
establece un círculo lógico en el origen o fundamento de la libertad. En el ámbito moral no se procede con las
herramientas del conocimiento de los fenómenos, de los objetos del mundo; en el domino abierto por la libertad de
la voluntad y la ley moral, aparece según Kant:”…una naturaleza suprasensible y de un mundo puro del
entendimiento,…” (8;87); en este ámbito no surge el conocimiento que ocurre como resultado de la operación de
la razón pura especulativa (o teórica) en el reino de las intuiciones sensibles, pero en este mundo suprasensible –
sin espacio ni tiempo (categorías de lo sensible)- se presenta una dimensión en la que la razón pura práctica
descubre nuevas realidades. (6;XX:308-323)
Postulados de la razón práctica
De la conciencia moral Kant deriva tres postulados de la razón práctica; el filósofo define postulado como:”…una
proposición teórica, pero no demostrable como tal, en cuanto depende inseparablemente de una ley práctica
incondicionadamente válida ‘a priori’”. (8;232) Más adelante Kant elabora, los postulados:”…no son dogmas
teóricos, sino presuposiciones en sentido necesariamente práctico; por tanto, si bien no ensanchan el conocimiento
especulativo, dan, empero, realidad objetiva a las ideas de la razón especulativa en general (por medio de su
relación con lo práctico) y la autorizan para formular conceptos que sin eso no podría pretender afirmar ni siquiera
en su posibilidad.” (8;248-9) (En esta cita Kant se está refiriendo a las antinomias de la razón especulativa al
tratar de resolver –infructuosamente- la existencia de Dios, de la inmortalidad del alma y del universo como
totalidad, ideas que no se podrían ni siquiera plantear sin los postulados de la razón práctica.) Para Kant un
postulado es el resultado de la exigencia propia de la razón práctica, como una hipótesis es el resultado de la
exigencia propia de la razón especulativa. El primer postulado es la libertad, que abre el camino a un concienciar
diferente al del conocimiento de fenómenos.
Primer postulado: la libertad
Para Kant el concepto de libertad es fundacional: “constituye la piedra angular de todo el edifico de la razón pura
[la libertad se encuentra en la base del sujeto que conoce, la libertad es condición para que ocurra el
conocimiento], incluso la especulativa, todos los demás conceptos (los de Dios y la inmortalidad) que, como meras
ideas, permanecen sin apoyo en la razón especulativa, se enlazan con él y adquieren con él y por él consistencia y
realidad objetiva, es decir, que su posibilidad queda demostrada por el hecho de que la libertad es real;” (8;3)
La libertad humana dada en una racionalidad autónoma es el fundamento de la humanidad del hombre, así:”…
únicamente el hombre, y con él toda creatura racional, es ‘fin en sí mismo’. Él es, efectivamente, el sujeto de la
ley moral, que es santa [inviolable], gracias a la autonomía de su libertad.” (8;168) El hombre nunca debe ser
empleado “sólo como medio, sino también como fin.” (8;169) La universalización de lo contrario, no sería
aceptable como ley moral.
Como ya hemos señalado, para Kant las acciones voluntarias tienen una vertiente basada en la razón pura práctica
y otra en cuanto acontecimientos que se desarrollan en el mundo natural, incluyendo los apetitos o inclinaciones;
es la razón práctica es la responsable de “someter lo múltiple de los ‘apetitos’ [del mundo natural] a la unidad de
la conciencia de una razón práctica que manda con la ley moral o de una voluntad pura a priori.” (8;128) En este
contexto el filósofo habla de ‘categorías de la libertad’ que se dirigen a la:”…determinación del ‘libre albedrío’…[y
tienen en su base los]…conceptos elementales prácticos…[tomados de]…la ’forma de una voluntad pura’ como
dada en la razón, por tanto en la facultad misma de pensar…” (8;128-9); de tal modo que, por estas categorías –
conceptos “a priori en relación con el supremo principio de la libertad” (8;129)-, los preceptos de la razón práctica
que tratan de la determinación de la voluntad para la ejecución de su propósito:”pueden llegar en seguida a ser
conocimientos…y ello, por este notable motivo que ellos mismos producen la realidad de aquello a que se
refieren.” (8;129) Sólo para señalar el tema, mencionamos que Kant distingue cuatro tipos de estas categorías: de
la cantidad (como preceptos, máximas y leyes), de la cualidad (preceptivas, prohibitivas y exceptivas), de la
relación (de la personalidad, del estado de la persona y recíproca de una persona y el estado de otra) y de la
modalidad (permitido y no permitido, deber y contrario al deber, deber perfecto e imperfecto). La libertad es
presentada entonces, como fundacional: “una especie de causalidad…de acciones posibles por medio de ella….se
refiere a las categorías de su posibilidad natural.” (8;130-1); en otras palabras, posibilidad constitutiva de la razón
en libertad. Las emociones y el deber.
Aunque la ley moral es libre y surge sin relación a las emociones, el deber moral produce en el agente actuante
dos reacciones emocionales secundarias: una reacción negativa –humillación- al eliminar la tendencia de las
inclinaciones naturales de la persona, y más importante, genera una reacción positiva de respeto al deber, que
Kant llama “sentimiento moral.” (8;147) Este respeto es el producto del impacto de la ley moral –generada
independientemente de ningún componente afectivo- sobre la sensibilidad (natural humana), y:”…fomenta el
influjo de la ley sobre la voluntad.” (8;147) Sin embargo, Kant enfatiza que:”…el respeto hacia la ley no es motor
para la moralidad, sino que es la moralidad misma, considerada subjetivamente como motor…” (8;148) El
sentimiento de respeto sólo se dirige a lo práctico:”y depende de la representación de una ley, meramente según
su forma, y no por objeto alguno de la misma, y por consiguiente no puede ser contado como placer ni como
dolor, y, sin embargo produce un ‘interés’ en la observación de la ley, interés que nosotros denominamos ‘moral’”.
(8;156) Es la autoridad de la ley moral la que doblega las inclinaciones y despierta el respeto, la que mueve la
acción voluntaria moral. La ley moral despierta el interés y el ánimo para proseguir la realización del deber, y
otorga plena dignidad al hombre.
Segundo postulado: la inmortalidad del alma
Con la libertad se muestra que somos más que seres que conocen, somos agentes morales libres y autónomos,
nuestro yo no está sujeto al tiempo, ni al espacio, ni a las categorías –necesarios para el conocimiento de la
naturaleza; de este modo, Kant introduce su segundo postulado metafísico: la inmortalidad del alma humana.
(6;316)
Los actos voluntarios humanos muestran dos aspectos distintos, si los consideramos desde la perspectiva del
mundo como un fenómeno, tienen causas y determinaciones psicológicas y circunstanciales; pero si los actos
voluntarios son considerados desde el punto de vista de la conciencia moral, de la voluntad libre, sin
determinaciones, estos actos se realizan bajo la acción del deber. La meta ideal consiste en que los hombres se
conduzcan de modo que los actos libres de la voluntad reemplacen los actos determinados (inclinaciones e
intuiciones sensibles), lo que correspondería a un estado de santidad. Pero esta situación es sólo ideal, no se logra
en la vida humana ordinaria, el hombre como creatura natural no puede estar nunca libre totalmente de las
inclinaciones y deseos naturales que descansan en causas físicas que no concuerdan por sí mismas con la ley
moral; esta situación es causa de sufrimientos y miserias para el hombre. “Pero la adecuación completa de la
voluntad a la ley moral, dice Kant, es ‘santidad’, una perfección de la cual no es capaz ningún ser racional en el
mundo sensible en ningún momento de su existencia. Pero como ella sin embargo, es exigida como prácticamente
necesaria, no puede ser hallada más que en un ‘progreso’ que va al ‘infinito’…Este progreso infinito es, empero,
sólo posible, bajo el supuesto de una ‘existencia’ y personalidad duradera en lo ‘infinito’ del mismo ser racional
(que se llama la inmortalidad del alma).” (8;231) Con este razonamiento Kant presenta el segundo postulado de la
razón práctica: la inmortalidad del alma.
Tercer postulado: la existencia de Dios
Los postulados de la libertad y de la inmortalidad del alma son condiciones de la conducta moral misma, emergen
de la posibilidad racional de la conciencia moral del hombre; y así también surge el tercer postulado metafísico: la
existencia de Dios. Kant sostiene que la razón:”…busca la totalidad incondicionada [independiente de inclinaciones
e intuiciones sensibles] del ‘objeto’ de la razón pura práctica, bajo el nombre del ‘supremo bien’.” (8;207) Este
objeto no constituye el fundamento de la ley moral, sino que ésta:”…tiene sola que ser considerada como el
fundamento para proponerse como objeto aquel supremo bien y su realización o persecución.” (8;209) Pero, Kant
agrega que este bien supremo:”…es al mismo tiempo el fundamento de determinación de la voluntad pura, porque
entonces, en realidad, la ley moral, ya incluida en este concepto y pensada con él y no algún otro objeto,
determina la voluntad, según el principio de autonomía.” (8;210) Para Kant el bien supremo es un presupuesto
posible y necesario para la consumación del deber:”…pues de lo contrario, sería prácticamente imposible
esforzarse hacia el objeto de un concepto que fuera en el fondo vano y sin objeto.” 8;268) Kant postula:”…la
existencia de Dios como necesariamente perteneciente a la posibilidad del bien supremo.” (8;235) En Dios se da la
síntesis perfecta de lo real y lo ideal (la realización de la belleza, de la bondad, etc.), entre lo que “es” y lo que
“debe ser”.
Justificación de los postulados
Es importante señalar la justificación que Kant da de los postulados de la razón práctica, éstos no son posibles de
ser conocidos por la razón teórica, porque no hay objetos de intuición sensible, pero para la razón práctica:”son
ahora afirmados asertóricamente como conceptos, a los cuales corresponden realmente objetos, porque la razón
práctica necesita inevitablemente la existencia de los mismos, para la posibilidad de su objeto, el supremo bien,
que es prácticamente en absoluto necesario, y la [razón] teórica queda, por tanto, autorizada a
suponerlos.” (8;253) De acuerdo a Kant la realidad de estos objetos es demostrada por su posibilidad y necesidad
racional; escribe el autor:”…no son en sí conocimiento alguno; sin embargo, son ‘pensamientos’ (trascendentales)
en donde no hay nada imposible.” (8;253) Estos objetos productos de una ley práctica apodíctica (ley moral)
“reciben realidad objetiva” (8;254) aunque no se puedan conocer (por la razón teórica):”…’hay tales objetos’ sin
poder determinarlos con más precisión.’’ (8;254) Estos objetos, como Dios se “intuye”, “…y no pueden fundar
ningún conocimiento especulativo, sino limitar tan sólo su uso al ejercicio de la ley moral.” (8;258) La objetividad
y realidad de estos objetos no debe confundirse con la ‘existencia’ de dichos objetos, para Kant, la existencia de un
objeto se determina con la razón teórica en la intuición sensible. Religión
La ley moral conduce a la posibilidad del concepto de bien supremo, y éste:”…a la ‘religión’, esto es,’al
conocimiento de todos los deberes como mandatos divinos, no como sanciones, es decir órdenes arbitrarias y por
sí mismas contingentes de una voluntad extraña’, sino como leyes esenciales de toda voluntad libre por sí misma,
que, sin embargo, tienen que ser consideradas como mandato del ser supremo, que la ley moral nos hace un
deber ponernos como objeto de nuestro esfuerzo…” (8;244) No se trata de una imposición del bien supremo, ni de
temor ni esperanza, sino de una concordancia de voluntades, la humana y la del ser supremo; concordancia
fundada en el deber. La Iglesia se transforma en una ‘república ética’ y el reino de Dios es el reino del deber en la
tierra; con Kant desaparecen los dogmas para cobrar un carácter simbólico para los conceptos y valores morales.
(10;7-8)
La razón práctica conduce al mundo metafísico en donde se encuentra la perfección que no se realiza en el mundo
ordinario del ser humano. La razón práctica cobra preeminencia frente a la razón teórica por llevarnos a las raíces
mismas del pensar en autonomía y libertad, abriéndonos a un mundo que no se puede conocer como el mundo
sensible, pero sí como posibilidad de la razón misma, y que fundamenta todas nuestras acciones. (6;319-22) Kant
lo dice así:”La ley de esta autonomía, empero, es la ley moral; la cual, por tanto, es la ley fundamental de una
naturaleza suprasensible y de un mundo puro del entendimiento…” (8;87) El mundo suprasensible eleva al hombre
del mundo sensible, a un ámbito en que no rigen ni el tiempo ni el espacio. Ferrater Mora conciente de la
importancia de la moral en Kant, comenta:”…a la existencia dispuesta sólo para el conocer se sobrepone y llega a
vencerla la existencia dispuesta al buen obrar.” (7;1994). Pero habría que agregar que el ‘buen obrar’ en Kant,
abre las puertas al mundo metafísico que la razón pura cerró en el proceso del conocer.
El mismo Kant se pregunta:”¿es nuestro conocimiento de este modo realmente ampliado por la razón pura
práctica, y lo que para la especulativa era ‘trascendente’, es en la práctica ‘inmanente’?” Y el filósofo contesta a
reglón seguido, aclarando:”Sin duda, pero sólo ‘en sentido práctico’. Pues nosotros, en verdad, no conocemos por
ello ni la naturaleza de nuestra alma, ni el mundo inteligible, ni el supremo ser, según lo que ellos sean en sí
mismo, sino que sus conceptos los hemos reunido en el concepto ‘práctico’ de ‘bien supremo’, como objeto de
nuestra voluntad, completamente a priori por la razón pura por medio de la ley moral...…cómo la libertad sea
posible y cómo teórica y positivamente ha de representarse este modo de causalidad, por la ley moral……Lo mismo
ocurre con las demás ideas [Inmortalidad es cosa que no se puede comprender por esto sino sólo que hay que
postularla, libertad, Dios]; ningún entendimiento humano jamás las penetra, según su posibilidad; pero que no
sean conceptos verdaderos, no lo persuadirá tampoco ningún sofisma al convencimiento aún del hombre más
vulgar.” (8;251)
Expansión metafísica
Kant en su último periodo se inclina más a las cuestiones metafísicas. En la “Crítica del juicio” Kant señala al
analizar el juicio reflexivo, la necesidad de la vinculación del conocimiento de lo particular con una finalidad amplia
y universal que de pleno sentido a lo particular; un sentido teleológico –propósito- que no es constitutivo de
nuestra experiencia, pero la regula. En la Naturaleza por ejemplo, esta norma o regla universal se lograría con una
intuición de la totalidad que sólo es posible para Dios; por esta razón el conocimiento de lo natural es siempre una
aspiración a esa intuición de lo general. Una noción universal cubriría a la razón teórica y a la razón práctica, al
objeto de conocimiento y a la voluntad libre, proporcionando un entendimiento que abarca la totalidad. (7;19945).
La filosofía de Kant se funda en el supuesto empirista de Hume y se elabora con un intelectualismo vigoroso que le
lleva a postular realidades por su sola posibilidad y necesidad racional. La ética propuesta es por tanto
profundamente racionalista cuya realización a nivel práctico y concreto del hombre corriente es difícil de imaginar,
no sólo por la dificultad del proceso racional mismo implicado en la universalización de la máxima moral, sino
también porque es muy cuestionable que el motor de la conducta ética humana se base en una noción abstracta
del deber. En esta propuesta ética el principio de no contradicción no parece suficiente para destilar la forma
universal obligatoria de una máxima moral; si revisamos el proceso propuesto por Kant, éste recomienda
preguntarse si se podría vivir con ese deber universal, concretamente pregunta en uno de sus ejemplos (engaño
para lograr lo que se desea):”¿te encontrarías en él con asentimiento de tu voluntad? (8;136) En otras palabras,
pareciera que la universalización de una máxima (aunque se presente en forma apodíctica) depende de la
respuesta del agente actuante, lo que implicaría una respuesta de carácter afectivo vital de éste (si es conveniente
o beneficioso para él, o concuerda con un valor moral emanado de otra fuente), más que un proceso racional
descarnado, en cuyo caso ni siquiera tiene sentido la pregunta, bastaría la universalización automática de la
máxima; pero entonces surgiría el problema ¿qué criterio utiliza la razón para universalizarla? Pero, aún
suponiendo que el proceso fuera nítidamente racional, sin ningún ingrediente emocional o interés personal
subrepticio, es muy cuestionable que los seres humanos acepten una moralidad exclusivamente basada en la
fuerza de una razón ‘pura’.
Kant ha tenido una considerable influencia en el desarrollo de las teorías éticas posteriores, en especial la idea de
‘autonomía’ de la voluntad del agente actuante, que se presenta en la sociedad contemporánea desvinculada del
deber universal y sin conexión alguna al concepto de bien supremo.
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11. ética kantiana: la razón práctica. Filosofía. Idoneos.com filosofia.idoneos.com/index.php/340982
Nota. Las traducciones del inglés han sido realizadas por el autor.
Philosophy.
Advent.
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