3.1. UNA ESPECIE CONFLICTIVA El conflicto se ha convertido en

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3.1. UNA ESPECIE CONFLICTIVA
El conflicto se ha convertido en uno de los conceptos centrales de
las Ciencias Humanas y Sociales y en particular de la Investigación
para la Paz, ya que contribuye a explicar las dinámicas de las sociedades. Desde el reconocimiento de diversas cualidades y circunstancias que acompañan al ser humano se pueden comprender y explicar
comportamientos de personas y grupos y, lo que puede ser aún más
importante, las relaciones entre unos y otros. El interés particular de
la Investigación para la Paz ha sido ver las causas de la violencia y
buscar soluciones a la violencia, de esta manera el conflicto se ha
convertido en la base teórica, epistemológica, y práctica de la paz y
la violencia. En él descansan gran parte de las explicaciones y expectativas a la hora de dar alternativas a la conflictividad creciente.
El ser humano es a la vez naturaleza y cultura, especie, grupo e
individuo, cada persona es por tanto una suma compleja de instancias
supra, inter e intra personales, y cada grupo es asimismo complejo por
la conjunción de estas circunstancias. Efectivamente, en el ser humano
confluyen una serie de instancias antropológicas y ontológicas: animalidad, subconsciente, inconsciente, conciencia, grupalidad, comunidad, nación, estado o especie. Estas instancias son compartidas en su
mayoría, lógicamente, con los grupos donde el ser humano se ubica
y desarrolla sus actividades. Asimismo las comparte con el resto de la
especie. Y, en consecuencia, de ellas dependen sus hábitos de vida,
actitudes y conductas, aunque cada individuo pueda ejercer ciertas
variables de acuerdo con su personalidad. Todo ello, en definitiva, nos
define un marco conflictivo de la existencia humana.
Efectivamente, el abanico de posibilidades es tan grande que, a
pesar de estar inscritos en patrones comunes diseñados a lo largo de
millones de años, existen ciertos márgenes de variabilidad que se
expresan en cada ser humano particular. Una de las consecuencias son
los conflictos que se producen en la propia constitución del «yo», por
la articulación «interna» de sus propias posibilidades y por la relación
«externa» con el resto de instancias y ámbitos de acción. Entre ellos
hay que considerar los ordenamientos endo-grupales (lazos de consanguinidad o de familia) y exo-grupales (relaciones sociales, económicas
o políticas), hasta alcanzar a toda la Humanidad. Así podemos comprender cómo se producen diversos tipos de conflictividad y cómo sus
diferentes formas pueden estar interaccionadas por las simple —y a su
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vez compleja— razón de las relaciones personales y sociales. Para
maximizar la supervivencia o la pervivencia en el orden social y
«natural», el individuo tiene que seguir los dictados de la especie, del
grupo y de su disposición individual. La socialización y el aprendizaje de capacidades simbólicas abstractas le ayudan a dotarse de una
variedad de motivaciones y sentimientos morales (a veces contrapuestas entre sí) que se complementarán con el repertorio de conductas
biológicas y al mismo tiempo sociales.1
En este sentido, para alcanzar sus fines, unas veces los individuos
siguen conductas altruistas, filantrópicas o cooperativas, otras veces
egoístas o insolidarias. Hay toda una gama de situaciones y de conductas deseables e indeseables dentro de todo ordenamiento de convivencia social. Es de esperar, por tanto, que, desde muy temprano, la
valoración y detección de las conductas no deseables pudiera haber
sido un elemento importante de la primigenia conciencia moral-social
de los humanos. Para nosotros merecen especial atención aquellas
conductas entendidas y calificadas como deletéreas, destructoras de
vida o de los proyectos de vida, aquellas que producen daño o dolor
a los congéneres —por extensión al yo-nosotros— y que por lo tanto
deben de ser detectadas, vigiladas y evitadas.
Todo el proceso evolutivo ha dado una capacidad inmensa de
percibir, sentir, reflexionar, comunicar y actuar a los seres humanos, y
de enfrentarse con nuevas situaciones que pueden ser creadas individual o colectivamente de acuerdo con todos estos recursos. Con lo que
la panoplia de posibilidades de que existan propuestas no coincidentes se abre bastante. Podemos experimentar, aprender e inventar continuamente nuevas situaciones que se diferencian de lo establecido, de
lo conocido con anterioridad. Este es el punto de nuestra «genialidad», donde aparece la capacidad de crear o inventar (herramientas,
tecnologías, hábitats, formas de agruparse o nuevos alimentos). Esto es
lo que nos permite iniciar una evolución basada a partir de un cierto
momento en la cultura más que en los cambios genéticos. También,
como se puede comprender fácilmente, es este espacio el que permite
el «éxito» evolutivo de la especie y asimismo es propenso para que
aparezcan propuestas y posiciones diferenciadas que nosotros llama-
1. Cf. MARTÍN MORILLAS, José Manuel, Op. cit.; RIDLEY, Matt (2001)
Genoma. La autobiografía de un especie en 23 capítulos, Madrid.
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mos conflictos. De esta forma, estos estadios conflictivos con los que
se enfrentan las sociedades pueden ser continuos y permanentes. La
variabilidad y la riqueza de tales situaciones hacen que el conflicto
ante todo pueda ser entendido como una fuente de creatividad. Donde
además hay que reconocer que el sustrato de evolución y socialización
común facilita propuestas, proyectos y soluciones coordinadas.
Con el paso de tiempo los investigadores han comprendido que los
conflictos no eran siempre un momento peligroso —antesala de la
violencia—, sino que bien gestionados había muchos conflictos que
en su propio discurrir habían ido siempre del lado de soluciones o
regulaciones pacíficas. Es más, ahora reconocemos que la mayor parte
de los conflictos se han regulado pacíficamente a lo largo de la historia. Así, los conflictos nos han acompañado desde el inicio como
especie hasta nuestros días, como un ámbito de cambio, variación y
elección entre diversas posibilidades. Y el éxito de la especie ha
dependido de la capacidad de compartir y socializar estas divergencias
y convertirlas en un recurso creativo.2
Desde esta perspectiva, la aceptación del conflicto es la primera
condición de nuestra libertad, la aceptación de nuestra condición de
animal del planeta tierra, sujeto a los avatares del universo, a los
márgenes de nuestra propia capacidad de creación, de inventar, de
modificar, comunicar y de asociarnos. La especie humana es partícipe
de la conflictividad del universo, comparte los mismos parámetros
físicos y constitutivos, a los que se le une un mayor grado de complejidad. Por lo tanto, el conflicto en la especie humana está subsumido
en la anterior realidad, aunque adquiera características particulares.
Podríamos decir que somos conflictivos desde el inicio de nuestra
historia como humanos. La cultura, que nos diferencia del resto de los
animales, es desde el principio un instrumento que intenta definir los
vínculos, mediar, establecer relaciones con el resto de los animales y
la naturaleza y, sobre todo, con nosotros mismos. En todo el entramado
de circunstancias conflictivas en las que vivimos la cultura, los valores, las normas de conducta o las instituciones, ayudan a establecer
2. MUÑOZ, Francisco A. (2004) «Qué son los conflictos» en MOLINA RUEDA, Beatriz y MUÑOZ, Francisco A. Manual de Paz y Conflictos, pp. 143-170;
MUÑOZ, Francisco A. y LÓPEZ MARTÍNEZ, Mario (2000) Historia de la Paz.
Actores, tiempos y espacios, Granada.
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relaciones, a ordenar, a consensuar y a cooperar para abordar los
diversos problemas con los que co-habitamos.
Igualmente, y en consecuencia, el conflicto forma parte del proceso
de interacción social en el que los intereses de los individuos y grupos
se entrelazan, se regulan, transforman o resuelven en ocasiones. Podríamos, y queremos, insistir en que es una parte esencial del complejo
desarrollo de socialización que experimenta toda entidad humana en
su trayectoria social. Claro está, que en el marco de ese proceso se han
de producir múltiples y complejas colisiones y coaliciones que pueden
favorecer futuras formas de reconocimiento mutuo (asimilar la otredad
y la variedad humana), comprensión de las percepciones del otro (la
inexistencia de una única verdad, de una única visión de la realidad,
etc.), mera coexistencia (una tolerancia negativa al menos); o incluso,
la emergencia de nuevas formas de colaboración, convivencia y mestizaje y, en ocasiones, tiene resultados destructivos y aniquiladores.
Paralelamente, por las mismas razones, las sociedades humanas,
debido a sus propias dinámicas, producen desigualdades entre los
individuos y las sociedades que son la base de los conflictos existentes entre ellos y a veces de la violencia.3 Efectivamente, existen diferencias relacionadas con la constitución física, la habilidad, los conocimientos, la sabiduría, etc. que generan desigualdades en la mutua
dependencia y en el poder real para realizar o interferir en la gratificación de los deseos. Esto ha obligado a que cada sociedad articule
soluciones particulares para la regulación de estos conflictos, lo que
tiene su reflejo cultural e institucional y, particularmente, en los sistemas de reglas, normas jurídicas y derechos que las rigen y que, en
muchas ocasiones, en la práctica no otorgan a todas las personas los
mismos derechos y obligaciones. Tales desigualdades tienden a fijarse,
institucionalizarse, hacerse mayores en el discurrir histórico al asociarse con la especialización del trabajo y sus valoraciones sociales. En
consecuencia, podríamos afirmar que no existiría historia sin conflicto,
el conflicto contribuye a establecer la dinámica de la Historia.
Así se ha llegado a considerar que la «teoría de los conflictos»
puede que sea uno de los aportes más valiosos de los estudios sociales
de las últimas décadas para interpretar las relaciones entre las personas,
3. La violencia la hemos abordado con detenimiento el epígrafe 1.2. por lo
que no merece la pena abundar aquí sobre ella.
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los grupos y la propia especie. Ya que a través de los conflictos es
posible comprender las redes de relaciones, el papel de los valores y
las ideas, las conductas y comportamientos, la distribución del «poder» y los mecanismos de cambio. El conflicto es, de esta forma, un
concepto central para la explicación de la dinámica de las entidades
humanas (individuos, grupos y especie).
Desde nuestro punto de vista —investigadores de la Paz y los
Derechos Humanos—, pensamos que los diversos modelos humanos,
antropológicos u ontológicos, no hacen sino reconocer la conflictividad humana e intentar dar una interpretación más o menos unitaria de
la misma. Algunos autores piensan que la tela de araña de la conflictividad humana nos enreda y atrapa hasta tal punto que nos provoca
continuas disfunciones, entre ellas la violencia, de tal manera que no
queda otro remedio que el uso de unas estrictas normas para que el
caos no sea mayor. Otros, por el contrario, piensan que existen ciertas
posibilidades de control de esta situación gracias a las actitudes o
acciones positivas de todo este entramado. Los primeros ciertamente
describen una parte de la realidad nada desdeñable, dependemos de un
sinfín de circunstancias imponderables que nos son dadas, entre otras,
por las leyes del universo y de la naturaleza; los segundos pueden
adolecer de cierta ingenuidad en pensar en las capacidades de la
cultura para superara estos condicionantes. Prácticamente nadie piensa
que los humanos controlamos completamente todo nuestro devenir. La
mayoría pensamos que los límites de nuestra libertad son muy grandes.
Pero nuestros debates están ciertamente circunscritos al «libre albedrío» de nuestras pequeñas capacidades de decidir y de hacer y estar,
sin necesidad de apelar a la tragedia ni a los dioses y gracias a nuestra
socialización cooperativa, nos dotan de cierto margen de maniobra
ante los desafíos que afrontamos.4
En cualquier caso, cabe puntualizar cómo nuestro libre albedrío es
limitado por nuestras propias condiciones como seres procedentes de
una evolución, en la que la «irracionalidad» biológica y emocional es
responsable de gran parte de nuestras decisiones. Este debate está
siendo mantenido por muchos evolucionistas contemporáneos que
pretenden alejarse tanto del creacionismo como del «hombre-racional»
—lo que lleva implícito cierta crítica a la Modernidad— que está por
4. Véase la bibliografía del capítulo primero, especialmente las notas 6 y 7.
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encima de la naturaleza. Lo cual ha llevado a algunos a invertir la
famosa sentencia de Descartes para afirmar: «Existo, luego pienso».
Por lo tanto se trata de encontrar el espacio real de existencia de los
seres humanos desde él cual conquistar el máximo de bienestar posible
sin posiciones pesimistas ni optimismos infundados.5
3.2. NECESIDADES
Otra forma de abordar al ser humano es considerar las necesidades
que deben ser satisfechas, su calidad de vida dependerá de las posibilidades que tengan las personas de satisfacer lo mas adecuadamente
posible sus necesidades. Ante lo cual tenemos que preguntarnos sobre
cuales son estas y como se decide cuáles son. Antes de responder a esta
pregunta, deben hacerse algunas disquisiciones. En el ámbito de la
Investigación para la Paz se ha seguido una secuencia en la que se
reconoce a los intereses como causantes de los conflictos y estos a su
vez provocados por la satisfacción o no de las necesidades. Lo que en
su día supuso toda una renovación teórica. En la actualidad también
se distinguen necesidades, objetivos e intereses, que aunque pueden
ser coincidentes también pueden diferenciarse, pero que en definitiva
incluyen aquellos presupuestos materiales, «espirituales» o sociales
que las entidades humanas consumen, usan, utilizan, etc., para alcanzar sus expectativas de realización como seres humanos y que, en esta
medida, son fundamentales, indispensables o imprescindibles, y su
carencia causa desequilibrios y tensiones.
Necesidades, intereses y objetivos motivan y movilizan a las personas y a los grupos y explican el surgimiento de muchas de las
dinámicas sociales y la mayoría de los conflictos con los que nos
enfrentamos, ya que los presupuestos de partida nos llevarán a entenderlos de una u otra forma. Los intereses estarían relacionados con las
expectativas de alcanzar los bienes y las normas, instituciones, prácticas individuales y sociales, valores, comportamientos y actitudes que
facilitan la satisfacción de las necesidades; y los objetivos podrían
estar a su vez supeditados a todas estas circunstancias que permiten el
acceso a lo pretendido o deseado.
5. Véase en este sentido: DAMACIO, Antonio R. (1994) Descartes’ Error;
DENNET, Danniel Clement (2004) La evolución de la libertad, Barcelona .
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