Que no dure lo bueno - Universidad de Málaga

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DOMINGO, 5 DE DICIEMBRE DE 2010 ●
Málaga hoy
Opinión
LA TRIBUNA
Que no dure lo bueno
Ángel Rodríguez
Catedrático de Derecho Constitucional
de la Universidad de Málaga
S difícil encontrar un presidente de los Estados Unidos con mejor balance que Franklin
D. Rooselvet, el único reelegido en tres ocasiones: lanzó en su primer mandato el New
Deal, su ambicioso programa contra la Gran
Depresión, en el segundo consiguió sentar las bases de la
regulación del capitalismo que ahora estamos echando de
nuevo en falta, y falleció, casi al término del tercero, dejando el país a las puertas de la victoria contra el fascismo en la
II Guerra Mundial. A pesar de ello, tras su muerte los americanos enmendaron la Constitución para que un presidente no pudiera volver a estar en el poder más de ocho años.
En nuestro país, ha sido José Montilla, presidente de la
generalidad de Cataluña y candidato a la reelección en la
convocatoria del domingo 28, el último en volver a hablar
de la limitación de mandatos: ha dicho que no se volverá
a presentar de nuevo si gana, dando pues a entender que
puede que lo vuelva a hacer si pierde.
¿No debería de ser al revés? Es decir, ¿no deberían los candidatos que pierden repetidamente desistir de presentarse
de nuevo y dejar paso a las nuevas generaciones de su partido? Y ¿no deberíamos dejar a los electores, que al fin y al cabo son el pueblo soberano, decidir cuándo hay que jubilar a
los ganadores, permitiéndoles a éstos repetir cuantas veces
lo deseen mientras sigan obteniendo la confianza de la mayoría? En una democracia que funciona, la limitación de
mandatos es una regla paradójica: es inútil para los malos
gobernantes y perjudica a los buenos, a los que se les impide
seguir en el poder aunque cuenten con el apoyo del pueblo.
A pesar de todo, deberíamos, en mi opinión, imponer una
regla en nuestro país que limitara a dos los mandatos de
nuestros dirigentes, extendiéndola, al menos, a los presidentes de los gobiernos de la nación y de las comunidades
autónomas y a los alcaldes de las grandes ciudades. Hay razones de peso para ello.
Lo primero que conviene admitir es que, efectivamente,
la regla es paradójica porque la democracia constitucional
lo es. Hay que recordar que las constituciones se inventa-
E
LUEVE a cántaros. Y más
que va a llover. La situacióneconómicadelpaísse
acerca al precipicio. Los
inversores internacionales ya no parecen dispuestos a financiaranuestrosbancosyempresas,lo
que hace inviable cualquier atisbo
de recuperación. La prima de riesgo
española destroza máximos históricos mostrando la mínima confianza
que, hoy por hoy, suscita la marca
España. El mercado laboral acumula nuevas caídas del empleo. La producción disminuye, el ahorro decrece, la deuda aumenta y se disparan
lasalarmasentodoslosfrentes.
El desastre es tan perfecto que
ofenden las explicaciones simplistas No se trata sólo del ataque de
pérfidos especuladores que persiguen la ruina del euro. Junto a eso,
que no niego, concurren causas
menos digeribles, menos exculpatorias de nuestra propia responsabilidad. La desconfianza –innegable– no surge porque sí, ni se acrecienta artificialmente en oscuros
despachos conspiratorios. España
está en el centro del huracán porque no ha sabido gestionar una crisis largamente anunciada. Nuestro Gobierno, ése que hasta hace
dos días negaba incluso su exis-
L
La limitación de mandatos es uno de esos
controles de los que cada Constitución que se
precie debe ofrecer un nutrido catálogo, aunque
no siempre son bien comprendidos: la limitación
no es un remedio contra los malos gobernantes,
sino una prevención contra el poder
ron para controlar el poder cuando éste aún no pertenecía
completamente al pueblo, pero que desde que el constitucionalismo convive con la democracia sirven para controlar a gobernantes que están en sus cargos porque el pueblo
así lo ha decidido. Que el poder democrático se someta a límites no deja de ser una cuestión espinosa, y aunque sabe-
POSTDATA
Rafael Padilla
Máxima
tensión
tencia misma, ha sido incapaz de
defender la solvencia de la economía española. La permanente apelación a escenarios irreales, la falta del coraje político necesario para comprender la gravedad del
momento, el empeño en contentarse con análisis cortoplacistas,
cuando no claramente electoralistas, y la ausencia de la intención
sincera de implicar a todas las
fuerzas políticas y sociales en la
búsqueda de una posible salida,
retratan la enorme torpeza de
unos dirigentes que aún se aferran
a soluciones mágicas.
Los grandes retos reclaman líderes extraordinarios, y Zapatero obviamente no es uno de ellos. Aver-
güenza lo que se escribe por esos
mundos sobre su persona y sus habilidades. Avergüenza y perjudica,
no únicamente a su figura, que
también, sino principalmente a la
imagen de una España que se descubre desnortada, superada por
las circunstancias y poco fiable.
Como ciudadano ni tan siquiera
pido el adelanto, quizá inoportuno,
de elecciones. Porque el barco se
hunde y el capitán más que ordenar
estorba, me basta con que le asista
un punto de cordura: la imprescindible para aceptar que él es un factor agravante del problema. Estoy
seguro de que en el Partido Socialista hay inteligencias muy válidas para asumir la inmensa tarea que nos
llega y para lograr recuperar, acaso,
el crédito que ahora nos falta.
El presidente del Gobierno tiene
una última oportunidad para reivindicar su talla y su talante. Dimitir siempre es una decisión dolorosa. Pero se vislumbra como inexcusable para que su fracaso no arrastre a una sociedad cuyo futuro no
debe quedar ligado a la lamentable
peripecia de quien ni supo, ni quiso, ni pudo. Ojalá que acierte a entenderlo a tiempo. Y ojalá que así lo
cuenten y se lo agradezcan las páginas venideras de la Historia.
mos de sobra que una dictadura con apoyo popular puede
ser tan tiránica como las demás, los controles contramayoritarios, de los que toda Constitución que se precie debe
ofrecer un nutrido catálogo, no siempre son bien comprendidos. La limitación de mandatos es uno de ellos: no es un
remedio contra los malos gobernantes, es una prevención
contra el poder. El último que se ha ido por su causa ha sido
Lula da Silva, uno de los mejores presidentes que ha tenido
Brasil en toda su historia.
Por otro lado, cada vez tiene menos peso el argumento de
que la limitación de mandatos vale sólo para regímenes presidencialistas, donde sirve para controlar el tremendo poder
de un presidente elegido directamente por el pueblo y no
por el parlamento. La deriva presidencialista de todos los regímenes parlamentarios, no sólo del nuestro, hace que, a estos efectos, unos y otros sean funcionalmente equivalentes.
Un presidente de gobierno de un régimen parlamentario
manda tanto como un presidente del país en uno presidencialista, si no más, ya que el primero cuenta con el apoyo, generalmente estable y acrítico, de la mayoría del Parlamento
que se supone que le debería controlar, mientras que el segundo puede verse obligado a cohabitar con un Parlamento
mayoritariamente hostil (eso es lo que le ocurre desde hace
unas semanas a Obama). Y si el régimen parlamentario es,
además, una monarquía, un rey vitalicio proporcionará de
sobra la estabilidad y continuidad necesaria para compensar la limitación de mandatos de los presidentes. No vale,
pues, descartar la limitación de mandatos como algo que sería extraño a nuestro régimen constitucional.
La limitación debería, además, estar establecida legalmente con carácter obligatorio, al nivel más alto posible (la pasada
reforma de los estatutos fue una excelente oportunidad perdida), y, desde luego, no dejar su aplicación al arbitrio de cada
cual.Nosóloevitaríamosasíinterpretacionespintorescas(Artur Mas se ha comprometido a no estar en el poder más de tres
mandatos), sino que sería el único modo de evitar que la cuestión volviera a aflorar en cada elección, convirtiendo una regla pensada para controlar el poder en un instrumento al servicio de quien lo ejerce y declina la reelección sólo para mejorar las opciones electorales de su partido, o de quien pretende
llegar a él y achaca al adversario su largo tiempo en el cargo
porque no consigue vencerlo con otros argumentos.
Ojalá se hiciera pronto. Y si, llegado el caso, hubiera que
consolar a alguno de los posibles afectados, bastará con
recordarles que también los cementerios políticos están
llenos de personas imprescindibles.
LA CARTA DE LA SEMANA
Correo: C/ Martínez, 11 4ª planta
e-mail: [email protected] Fax: 952 20 99 10
Controladores aéreos
Vaya espectáculo que nos ha dado
el gremio de los controladores aéreos. No ya en España, sino en toda Europa, dudo de la existencia
de profesionales con sueldos más
altos que los de ellos y ahora, de
pronto, exhibiendo un músculo
salvaje dejan tirados en los aeropuertos a miles de españoles. No
hablan claro. A los ciudadanos en
rehén deben explicarles exactamente de qué va el asunto, sin verdades a medias, explicación
acompañada de la cifra exacta de
sus emolumentos anuales, de sus
centenares de miles de euros, para
que puedan comparar el espantoso daño infligido y sus supuestos
derechos. Me estoy preguntando
por la reacción de los cuatro millones y pico de parados viendo a esa
élite salarial armar un caos aéreo
capaz de causar enorme ruina individual y colectiva, de amargar el
descanso, las vacaciones largamente preparadas y pagadas, por
el invento suyo de querer incluir
en el cómputo anual de horas má-
ximas de su trabajo de controladores los permisos y las bajas. Unos
puestos de trabajo de alta cualificación profesional y de trascendencia llevan correlativamente
un ejercicio grande de la responsabilidad, de ética y dignidad.
Han estando jugando al lobo feroz
y terminarán como en la fábula de
Caperucita. O que se fijen que al
principio el malo impone su arbitraria ley hasta que luego llega el
sheriff, lo desarma y lo enchirona.
Mal resultado va a tener su acción
brutal. A los ciudadanos y a los
cuatro millones de parados les
vendrá a la memoria el presidente
americano Reagan que, ante una
situación similar, movilizó a los
militares. En fin, vamos a ver si recuperan el buen sentido y todo
queda en una indigestión superada con sales de frutas.
José Pérez Palmis (Málaga)
Las cartas no deben exceder
de las 20 líneas y han de
estar firmadas, indicando el
DNI y el domicilio.
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