Dirigir versus administrar

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ALVARO PEZOA B.
PH.D., IESE, UNIVERSIDAD DE NAVARRA
PROFESOR TITULAR DE LA CATEDRA DE ETICA Y RESPONSABILIDAD EMPRESARIAL FERNANDO LARRAIN VIAL
Dirigir versus administrar
Diario Pulso
5 de noviembre de 2013
En las teorías del management se ha hecho ya un lugar común el distinguir entre dirigir y
administrar. Comprender la diferencia entre ambas actividades resulta crucial a la hora de llevar
adelante una buena práctica empresarial. Seguidamente, es también clave entender de qué forma se
entrelazan éstas y cómo han de articularse en una situación concreta y particular. En ello se juega,
en gran medida, el éxito o el fracaso de una determinada gestión.
Mutatis mutandis, algo similar ocurre en la política, especialmente respecto al arte de gobernar.
De cara a un buen resultado gubernativo, es evidente que se requiere de una correcta administración
de los recursos disponibles y del siempre enmarañado aparato del Estado. Pero, ello no basta, no es
suficiente. Se precisa, asimismo, una buena dirección. Recurriendo nuevamente a la analogía –por
su propia naturaleza ilustrativa, al tiempo que imperfecta- con el ámbito de las organizaciones de
negocios, cabe sostener que las cosas se administran, en tanto que las personas se dirigen o
conducen. La esencia del gobierno parece encontrarse más emparentada con lo segundo que con lo
primero. Al fin y al cabo, en la fijación de fines y en la conducción radica el meollo del actuar
gubernativo.
Tal vez sea a este orden de diferenciaciones a las que haya que recurrir para encontrar alguna
respuesta a aquello que, actualmente, muchos se preguntan en Chile. Esto es, ¿por qué una
relativamente buena administración pública no se traduce en una correlativa valoración positiva por
parte de la ciudadanía? Entre los factores explicativos para esta realidad compleja, queda la
impresión de que la distinción entre dirigir y administrar da luces para una adecuada comprensión
del fenómeno aludido.
La administración se mueve mayormente en la esfera material, y se expresa en términos de
eficacia y eficiencia, de índices de productividad y crecimiento, de porcentaje de metas cumplidas y
en qué grado, en la puntualidad con que han sido alcanzados los logros económico-sociales
planificados, etc. La conducción, por contraste, guarda relación directa con las personas y, por
extensión, con las instituciones que ellas conforman. Esta dimensión substancial del gobierno tiene
que ver, por tanto, con aquello que en el argot empresarial se denomina la visión y la misión,
estrechamente asociadas con los grandes lineamientos estratégicos. En este campo se hace presente
lo político por antonomasia.
Se trata pues de perseguir el auténtico bien común social, realidad que remite inmediatamente a
la dimensión ética de la praxis gubernativa. Esto es, contar con buenos fines y proyectos comunes
para alcanzarlos. ¡Desde luego! Pero, al tiempo, versa de saber entusiasmar con sueños colectivos,
con una cierta épica nacional, haciendo uso de una estética y, en particular, de una retórica –formas,
lenguaje, medios - adecuada y convincentes.
¿La economía y la gestión de políticas públicas son relevantes? Sí, no cabe la menor duda
¿Finalmente ellas influirán decisivamente en la prosperidad de los pueblos? De acuerdo, así es en lo
principal. Sin embargo, acontece que casi nadie se moviliza interiormente y, en consecuencia,
adhiere a un Gobierno por 2 puntos más de crecimiento del PIB, ni por el nivel de consecución
efectiva de metas sectoriales, por relevantes que estos puedan ser para el país. Cuestión, esta última,
que no guarda sentido alguno ni tan siquiera discutir dada su total obviedad.
Las personas - sí, los ciudadanos-, aspiran a ser invitados a participar en la lucha por
determinados ideales comunes o por la defensa y concreción práctica de ciertos principios
fundamentales. Anhelan ser actores, aunque sea de reparto, de una historia cuya narración apunte a
un mayor sentido humano, esto es, que apele más a la dimensión espiritual que a la material de la
vida. Dicho de otra manera: nadie da su vida, al menos convencido, por índices de desempleo o de
inversión pública. En cambio, si podrá estar dispuesto a entregarla por la patria, la familia, la
libertad y hasta por la equidad. No se trata de reducir la política al mero reino de las emociones y
los sentimientos, aunque sea menester apelar parcialmente a ellos. El reto estriba en formular una
visión para el futuro de la patria, definir una misión congruente con la misma y comunicarla de
forma creíble y consistente en el tiempo. Para pasar de la intención a la acción realizadora, se
requiere del apoyo sostenido de la ciudadanía. Esto es lo primero y básico. Para tal efecto, se
precisa de lo medular del gobierno político: proponer, convencer, persuadir, aunar voluntades,
generar adhesión, dirigir, encauzar. Conjuntamente, para traducir el ideario en obras es requisito
imprescindible planificar, organizar, ejecutar, controlar, en suma: administrar, hacer una buena
gestión pública.
En fin, el énfasis en la administración es de enorme relevancia y habla de la seriedad de un
Gobierno. Con todo, no es lo fundamental, simplemente porque no alcanza para ser auténtica
política.
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