Cuidado con la Ideología Rafael Mies M., Ph.D. Profesor Titular de la Cátedra de Capital Humano Embotelladora Andina ESE - Escuela de Negocios, Universidad de los Andes Hay muchos que no terminamos de sorprendernos por la facilidad con que nos dejamos atrapar en modelos mentales y conceptos aparentemente novedosos como son los del “salario ético” y la siempre eficaz crítica a la “perversión del neoliberalismo”. De hecho, tan potente ha sido la acogida del concepto de salario ético que, usando un poco de ironía, parece que ahora sí la iglesia tiene expertise para pronunciarse sobre materias morales contingentes. Más allá de la autoría de las últimas propuestas, la verdad es que cualquiera que maneje un poco de historia sabrá que fácilmente las “ideas geniales”, principalmente en temas sociales, derivan en ideologías que seducen con más fuerza la mente y la pasión de algunos que el bolsillo de la alicaída señora Juanita. A pesar de todo lo señalado, la piedra está tirada y no parece prudente hacer oídos sordos a la propuesta, sin duda bien intencionada, del obispo Goic. No me haré cargo de la factibilidad técnica / económica del tema del salario ético (la sola discusión acerca del monto puede ser eterna), sino de algunos temas de fondo que tienen más que ver con su ineficacia. En primer lugar, vale la pena preguntarse quién es el destinatario final de esta propuesta. Si ella se dirige a personas sin ética, dudo que estas simples declaraciones produzcan un cambio en su conducta. Los que conocen de ética (monseñor Goic es uno de ellos) saben que su carencia es un vicio, una costumbre de hacer mal las cosas. A una persona que le falta la ética le sobra la inventiva para beneficiarse a si mismo, aunque sea a costa de sus trabajadores. Por ello, a los carentes de ética no le sirven ni las declaraciones ni las leyes para mejorar las condiciones laborales de quienes trabajan en sus empresas. Es más, sin duda podemos afirmar que en estos casos rige el dicho: hecha la ley, hecha la trampa. Si por el contrario, las declaraciones van dirigidas a empresarios de buena voluntad, acostumbrados a obrar rectamente, resulta meridianamente obvio que a ellos no se les necesita recordar la necesidad de pagar un salario digno a sus trabajadores para que lo hagan. Para estas personas, como es el caso de muchos empresarios de este país, el salario mínimo hace tiempo dejó de ser la norma sobre la cual definen el sueldo a sus trabajadores y ya llevan años realizando esfuerzos económicos y productivos importantes para mejorar la calidad de vida de su gente. Si finalmente los destinatarios no fueran los empresarios de una u otra clase, sino los legisladores, estaríamos entrando en el peligroso terreno de la fijación de precios por ley. Es sabido que una fijación de precio en vez de proteger al consumidor genera un mercado negro paralelo, lo que en el caso del trabajo significa mayor informalidad y precariedad para los mismos trabajadores. Parece ser entonces que el salario ético se ha convertido en una excusa para avivar con fuerza posturas ideológicas. Se debe entonces tener mucho cuidado, puesto que es propio de la ideología imponer su visión a la fuerza, sin medir el impacto que esta tenga sobre la realidad. Sin darnos cuenta nos podemos encontrar que, al final del día, los trabajadores se hayan quedado sin pan ni pedazo, pues la única fuente sostenible de ingresos es su trabajo y si las empresas dejan de ser viables, no hay ideología que lo solucione. Publicado "Mirada Crítica", Diario Financiero. Septiembre 2007