MALOS LECTORES Y PRENSA QUE NO ENTUSIASMA Mr. Media 20 julio 2000 Al publicitarse las cifras de un estudio internacional de la OECD sobre capacidad de la población en diversos países para usar la información disponible, no se reparó suficientemente de que en Chile, incluso personas con uno o más años de educación superior, presentan importantes déficit de comprensión lectora e interpretativa. Nuestra clase ilustrada, por tanto, no lo es tanto y sacó una mala nota en este examen. Tal fenómeno, sin embargo, ha pasado casi desapercibido; no nos gusta reconocer aquello que hiere nuestro narcisismo cultural. ¿Significa esto, entre otras cosas, que nos creemos ilustrados pero leemos poco? Efectivamente, sólo tres de los 20 países participantes en dicho estudio— Chile junto a Portugal y a la parte flamenca de Bélgica—tienen un bajo índice de lectura de libros. Menos de un 50% de la población entre 15 y 65 años de edad declara leer al menos un libro al mes. En cambio, los países más lectores—como Nueva Zelanda, la República Checa, Irlanda, Alemania, Australia, Suecia y Suiza—tienen un índice de alrededor de un 75%. Otro estudio local—preparado por el Consejo Nacional de TV—acaba de mostrar, adicionalmente, que en Chile sólo uno de cada cuatro personas lee regularmente un diario y que el tiempo destinado a la lectura de periódicos en ese grupo minoritario alcanza en promedio a 21 minutos por día. Por el contrario, un 84% de la población chilena consume diariamente TV y un 71% radio. A la radio la gente dedica diariamente 3 horas en promedio y a la TV abierta dos horas y media. En general, además, la gente opina que la TV es más entretenida, que educa más, es más informativa, más cercana a la gente y más veraz, aunque la encuentra también más sensacionalista. ¿A qué se deben los bajos índices de lectoría en Chile? Seguramente, y en primerísimo lugar, a las fallas en el ámbito de la educación; mucha gente no entiende lo que lee y, por tanto, lo más probable es que no desee ni busque ni compre un libro, revista o periódico. Enseguida, el promedio del ciudadano chileno trabaja muchas horas, cuenta con escaso tiempo libre y, más encima, un grupo grande de compatriotas vive en condiciones de estrechez, hacinamiento y espesor de relaciones humanas dentro del hogar (¡recordar aquel episodio del Chacotero Sentimental!), condiciones todas que no son conducentes a la lectura. Por último, los libros, e incluso los diarios y revistas, son caros considerado el ingreso promedio de las familias chilenas de clase media y baja. ¿Implica esto que los grupos de ingreso medio alto y alto leen abundante e intensamente? No es así, en realidad. En el grupo ABC1, las personas lectoras de periódicos dedican diariamente 25 minutos a esta actividad, sólo 4 minutos más que el promedio nacional. En cambio, destinan más de dos horas a la radio y alrededor de una hora y media a la TV. Quizá esta distribución de preferencias y tiempo en la clase ilustrada tenga que ver, entre otros factores, con la relativamente baja veracidad atribuida a los diarios. En efecto, en el grupo ABC1 cerca de la mitad cree que la TV es el medio que más dice la verdad, contra un 18% que estima la radio tiene esa virtud, un 16% los diarios y un 17% que piensa ninguno de ellos reúne esa característica. En el grupo medio y bajo, sólo un 12% y un 6%, respectivamente, opina que los diarios son el vehículo más verdadero. ¿Existe alguna relación entre el bajo consumo de libros y la alta dedicación de tiempo a la TV, como a veces se sostiene? Según muestra el estudio internacional citado al comienzo, tal relación no existe. Más aún: varios de los países más lectores son, a la vez, los mayores consumidores de TV. Tal sucede en el caso de Nueva Zelanda, Alemania, la República Checa e Irlanda. El mito de que la TV sustituye al libro no se sostiene en pie, por consiguiente. ¿Sustituye la TV al diario como medio informativo? Probablemente así ocurre, pues las cifras indican que una mayoría de la gente recurre, como medio más frecuente de información sobre el país y el mundo, a la TV, en proporciones de un 85% y un 79% respectivamente. Por el contrario, recurren al periódico como medio más frecuente de información nacional e internacional el 6% y el 5% de la población, respectivamente. En suma, nos encontramos pues ante una situación de variados e intrincados matices. Nuestra población presenta en un alto grado, incluidos miembros de la clase supuestamente ilustrada, niveles importantes de analfabetismo funcional. Lee con dificultad e interpreta y usa la información de una forma poco competente. La principal razón de ello se encuentra en los bajos niveles educacionales. Además, la gente—aún de clase alta y media alta— prefiere la TV y la radio a los diarios, salvo una pequeña minoría. Entre otros factores, contribuye a ello que los periódicos no gozan de una alta credibilidad. Quizá esto último, asunto espinudo y que suele molestar a los dueños y editores de diarios (pero las cosas son como son y no como los media escritos quisieran que fuesen) se explica por la baja competencia en el mercado de la prensa y por la dificultad que tienen los dos principales conglomerados—El Mercurio y COPESA—para entender que necesitan hacer un diarismo más representativo y expresivo de la diversidad que existe en la sociedad chilena. Hay en ambos una inevitable tendencia a percibir el mundo a través de un lente demasiado estrecho, peculiar y propio solamente de un sector influyente pero minoritario de la comunidad. Lo anterior permea al diarismo chileno de un cierto tono, una coloratura, una sensibilidad que, al final, transpira en todo: la selección de noticias y títulos, su tratamiento, el enfoque de los columnistas, el estilo, los valores subyacentes, el lenguaje de crónica, el comentario y el análisis político, la cobertura del país e internacional, los suplementos, etc. Dicho en breve: somos malos lectores y los medios escritos no ayudan a modificar esta situación.