Centro de Innovación y Aprendizaje. 10 Claves para perfeccionar la docencia Niels Rivas N. Director Centro de Innovación y Aprendizaje. Universidad Adolfo Ibáñez. 1. Considerar la existencia de diferentes estilos de aprendizaje. Tendemos a creer que todos aprenden de la misma manera en que uno lo hace. Sin embargo, la evidencia nos muestra que todas las personas aprenden de forma distinta: algunos preferirán un camino más teórico, otros aprenderán mejor a través de la práctica, algunos se sentirán más cómodos con las imágenes que con las palabras. Y así, sucesivamente. Por lo tanto, es fundamental que el profesor sea sensible a estas potenciales variaciones y emplee, a lo largo del semestre, un abanico heterogéneo de metodologías y estrategias de evaluación que le permitan crear condiciones apropiadas para una gama diversa de estilos de aprendizaje. 2. Enseñar a través de la interacción. Está demostrado que el aprendizaje será más efectivo en la medida en que los contenidos se inserten en un contexto rico en cuestionamientos, reflexiones e ideas. Asimismo, las personas aprendemos mejor cuando los conocimientos adquiridos se asientan en nuestra experiencia, vale decir, en nuestras acciones, nuestros descubrimientos, nuestras propias elaboraciones intelectuales. En consecuencia, una estrategia apropiada consiste en desarrollar la clase a través de preguntas, ejemplos controversiales, casos, etc., y utilizar la discusión e intervenciones de los alumnos como plataforma para poner sobre la mesa los contenidos importantes, en lugar de hacerlo mediante una clase expositiva tradicional. 3. Integrar la disciplina a la vida real. La motivación intelectual de los alumnos será mayor en la medida en que estos se enfrenten no solo a formulaciones conceptuales sino a hechos y experiencias concretas. Por Está demostrado que el aprendizaje será más efectivo en la medida en que los contenidos se inserten en un contexto rico en cuestionamientos, reflexiones e ideas. Asimismo, las personas aprendemos mejor cuando los conocimientos adquiridos se asientan en nuestra experiencia, vale decir, en nuestras acciones, nuestros descubrimientos, nuestras propias elaboraciones intelectuales. lo mismo, resulta fundamental buscar ejemplos y situaciones que reflejen cómo la teoría se vuelve tangible, vale decir, cómo esta incide sobre el mundo real y en definitiva sobre la vida de los mismos alumnos. Así, materias que en primera instancia podrían parecer abstractas o áridas, se tornan cercanas y relevantes para la audiencia, favoreciendo el involucramiento de esta hacia el proceso de aprendizaje. 4. Desarrollar habilidades de razonamiento. Nuestros condicionamientos culturales suelen impulsarnos a privilegiar el “resultado” por sobre el “proceso”. En el ámbito del pensamiento esto se aprecia con claridad: queremos encontrar la respuesta correcta de la manera más expedita posible. Sin embargo, este afán práctico limita la creatividad, empobrece nuestros hábitos mentales y, en definitiva, transforma el aprendizaje en una sumatoria de operaciones mecánicas. Dada esta situación, nada más refrescante que invitar a los estudiantes a explorar posibilidades, a que ellos mismos formulen ejemplos, hipótesis, definiciones preliminares en torno a un tema. Así, en lugar de presentarles contenidos y respuestas cómodamente digeridos, resultará más valioso generar espacios para que los alumnos interpreten, cuestionen, observen y piensen por sí mismos sobre una determinada materia o sobre la mejor manera en que se puede resolver un problema. De ese modo, los alentaremos a desarrollar habilidades intelectuales que podrán aplicar en nuevos contextos y bajo condiciones de incertidumbre. 5. Hacer visible el proceso de pensamiento. ¿Cómo se desarrollaron nuestras ideas a lo largo de una discusión?, ¿cuáles fueron los pasos y etapas más importantes que siguió nuestro análisis?, ¿cuál fue el objetivo y cómo llegamos a él? Un alumno capaz de responder estas preguntas tendrá mayor conciencia y dominio sobre su propio razonamiento y, en consecuencia, podrá llegar a resultados más complejos y eficaces. Por lo tanto, resulta valioso impulsar a los alumnos a hacer “visible” y accesible el proceso de pensamiento, ya sea mediante algún tipo de representación que lo ilustre y respalde (mapas conceptuales, esquemas), o bien mediante una discusión que le permita al estudiante reflexionar sobre su experiencia en la clase y comprender cómo se desplegaron y conectaron sus ideas. En suma, se trata de que el alumno sea capaz de analizar y evaluar su propio pensamiento, la trayectoria, solidez y coherencia de este. 6. Monitorear el aprendizaje de los alumnos. Acostumbramos a evaluar el aprendizaje al finalizar una determinada etapa o El hecho de plantear la clase a partir de una pregunta central que deberá ser respondida a lo largo de la sesión, constituye un importante mensaje: los alumnos no están en la sala para recibir información pasivamente sino para resolver, en conjunto con el profesor, una problemática fundamental. unidad. Sin embargo, esto no nos brinda oportunidades para enmendar el rumbo de nuestra enseñanza y focalizarla hacia las carencias y necesidades reales de los alumnos. Por lo tanto, si queremos potenciar la experiencia de aprendizaje de estos, será útil realizar evaluaciones breves y sistemáticas -con o sin nota, anónimas o individualizadas- que nos proporcionen evidencia inmediata acerca del nivel de comprensión que los alumnos tienen de las materias que han sido tratadas durante una sesión (o un número reducido de ellas). Tal evidencia nos permitirá hacer las modificaciones necesarias y ajustar, oportunamente, tanto los métodos como los objetivos de la enseñanza. Nuestro esfuerzo se focalizará así en los puntos realmente críticos. 7. Comenzar la sesión con un planteamiento desafiante. Así como toda buena película nos “engancha” con un comienzo atractivo, potente o enigmático, una buena clase empieza con una buena pregunta: provocativa, compleja, intelectualmente desafiante. Por cierto, es fundamental que dicha pregunta se sitúe en un determinado contexto, que permita a los alumnos entender su relevancia e impacto en la realidad. Lo anterior contribuye a generar curiosidad intelectual y expectativas respecto de lo que está por venir. Asimismo, el hecho de plantear la clase a partir de una pregunta central que deberá ser respondida a lo largo de la sesión, constituye un importante mensaje: los alumnos no están en la sala para recibir información pasivamente sino para resolver, en conjunto con el profesor, una problemática fundamental. 8. Planificar a partir de los objetivos de aprendizaje. Si lo que se busca es promover el aprendizaje efectivo de los alumnos, la pregunta que ha de regir la planificación de una asignatura ya no será “¿qué contenidos debo cubrir?”, sino “¿qué serán capaces de hacer mis estudiantes al finalizar el semestre?”. Una vez definidas las habilidades que estos deberán desarrollar, las acciones que podrán ejecutar, el tipo de problemas que estarán capacitados para resolver, será, entonces, preciso determinar las actividades y contenidos que facilitarán el logro de tales resultados, así como el sistema de evaluación que mejor nos mostrará si el aprendizaje esperado ha ocurrido. Organizar el curso de acuerdo a esta secuencia señala un giro decisivo en el plano de la enseñanza, por cuanto esta deja de ser considerada como un proceso “autónomo”, cuya medida reside básicamente en el desempeño y erudición del profesor; por el contrario, bajo este nuevo enfoque, enseñanza y aprendizaje mantienen una relación de estricta reciprocidad: no podría haber enseñanza de calidad sin aprendizaje de calidad. 9. Generar un ambiente propicio para el aprendizaje. La enseñanza es fundamentalmente un ejercicio de comunicación, por lo que resulta esencial el vínculo que el profesor es capaz de establecer con su audiencia. En este sentido, no se trata de ser simpático o ameno, ni de hacerse amigo de los alumnos, sino de considerar a cada estudiante en su individualidad. Por ejemplo, es importante conocer los nombres de los alumnos, o bien, si se trata de clases muy numerosas, preguntárselos cuando estos intervienen. Igualmente valioso resulta establecer contacto visual con los participantes, vale decir, no mirar al “bulto” sino a los individuos, focalizar la mirada y detenerse en cada alumno. El entorno físico, por su parte, también puede fortalecer la comunicación con la audiencia y al interior de la misma; según el objetivo de la sesión, vale la pena modificar la disposición de la sillas para promover la discusión entre pares, o bien para crear una atmósfera más íntima y personalizada. 10. Reflexionar sobre el propio quehacer. Tal como sucede en todas las disciplinas, la docencia plantea permanentes desafíos que exigen una revisión sistemática de los procedimientos empleados, así como de las concepciones en que tales procedimientos se apoyan. En consecuencia, la forma en que se entiende y ejerce la enseñanza no es algo “dado” o estático, que se aprende de una vez y para siempre, sino un proceso dinámico que debe ser constantemente actualizado, discutido, pensado, con el objeto de incorporar nuevos enfoques y conocimientos. En este sentido, el intercambio de experiencias con otros profesores, el diálogo y la reflexión en torno al propio quehacer, constituyen un ejercicio tan fecundo como necesario.