Buenas y malas noticias para la futura administración Por

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Buenas y malas noticias para la futura administración
Por Daniel Artana*
A medida que se acercan las elecciones presidenciales de octubre se confirman las
severas restricciones que enfrentará la futura administración que, por ahora, los
candidatos principales han omitido discutir o siquiera plantear en público. Pero, por
otro, han recibido la “buena” noticia que se mantendrá la normativa de emergencia que
permite alguna flexibilidad a la hora de adoptar medidas económicas para lidiar con la
herencia que recibirán del gobierno actual.
El déficit fiscal sigue camino a terminar el año cerca de 7% del PIB. El ahorro que
produjo la reducción en el precio de importación del gas natural licuado fue más que
compensado con el impacto de la nueva moratoria sobre la cantidad de jubilados, por el
aumento en otras transferencias corrientes y por mayores gastos de capital. El déficit
primario sin contar las utilidades del BCRA aumentó 135% y el global 89%, ambos
comparados con el mismo período del año 2014.
La elevada presión tributaria (que es la más elevada de la región junto con Brasil y
superior a la de Estados Unidos, Japón y el Sudeste Asiático) es una limitante
importante para intentar una mejora en la posición fiscal por la vía de los ingresos; así
parecen reflejarlo los candidatos que de una u otra manera proponen reducciones en
algunos tributos. La rigidez de una parte importante del gasto corriente sólo dejaría
espacio para la reducción del déficit por la vía de los subsidios (con costos políticos) y
la inversión pública (inconveniente, si se quiere aumentar la tasa de inversión de la
economía).
La inacción en materia fiscal obligaría a conseguir un financiamiento externo
importante que no es claro que esté disponible durante los cuatro años de gestión de la
futura administración. El déficit estructural del sector público nacional (es decir, aquel
medido en un momento normal del ciclo económico) es del orden de 20 a 25.000
millones de dólares y el déficit actual del orden de 35.000 millones de dólares. Existe
poco margen adicional disponible para el financiamiento interno ya que la inflación
“tolerable” no sería mucho mayor a la actual y casi la mitad de los depósitos del sistema
financiero ya estará prestada al sector público a finales del año.
A ese panorama fiscal se suma el atraso cambiario que se evidencia por el elevado nivel
del gasto público y salarios medidos en dólares. Una devaluación exitosa requeriría
bajarlos en dólares pero sin afectar su poder adquisitivo en pesos constantes, pero ello
plantea el desafío de mantener acotado el pass through a los precios para evitar que la
corrección termine en un mero salto nominal, como ocurrió en el primer semestre del
año 2014.
De acuerdo a trabajos académicos de hace una década, el pass trhough es mayor en
contextos de inflación alta (por ejemplo, si la inflación es 20% mayor a la “normal”, el
pass through aumenta en alrededor de 20% respecto de los traspasos del orden del 10 al
20% en contextos de estabilidad de precios). Eso sugiere que la Argentina podría
enfrentar un pass through elevado del orden de 40%, aún contando con un programa
fiscal, monetario y de ingresos adecuado. Esto puede generar alguna inestabilidad
nominal, máxime si se contempla que el BCRA tendrá poco poder de fuego para poder
intervenir suavizando saltos cambiarios bruscos.
Sin embargo, la opción de estabilizar primero para corregir el tipo de cambio después,
enfrenta un claro problema de inconsistencia intertemporal: el atraso cambiario es muy
evidente, y para que los ahorristas y las empresas se mantengan en pesos se requeriría
de una tasa de interés relativamente elevada que compense el previsible salto cambiario.
Eso sería negativo para la recuperación de la economía de corto plazo.
Respecto del sector real de la economía y la posibilidad de aumentar la inversión, debe
señalarse que aún en el mejor momento del boom de commodities, la inversión no
superó los 24% del PIB. Los desaguisados en materia de política sectorial desde
entonces y la percepción de que el ciclo positivo de las commodities se acabó hacen
mucho más urgentes los cambios profundos en las reglas de juego que han caracterizado
a la administración saliente. También la experiencia internacional muestra que los
paliativos tributarios no compensan los efectos negativos de un clima de negocios
adverso.
En un contexto de problemas fiscales severos, atraso cambiario y reglas de juego que
desalientan la inversión una coordinación estrecha de las decisiones de política
económica parece indispensable. En lugar de atomizar la toma de decisiones en varios
ministerios, se requiere centralizarla en un Ministerio de Economía fuerte que asegure la
consistencia fiscal y la coherencia en las reformas sectoriales que serán necesarias para
atraer la inversión.
*Economista de FIEL
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