Agencia de Información Laboral De la serie “Casos del CAL” El drama de Alexandra: se dieron cuenta de que tenía el virus del papiloma, y la echaron del trabajo —Crónica de Heidi Tamayo O.— El artículo 34 de la ley 23 de 1981 estipula que la historia clínica es “un documento privado, sometido a reserva, que únicamente puede ser conocido por terceros, previa autorización del paciente o en los casos previstos por la Ley”. Es decir, que el paciente es el único que decide cuándo y con quién romper la confidencialidad de dicha historia. A Alexandra Morales le incumplieron esta premisa, pues la empresa para la que trabajaba tuvo acceso a resultados de sus exámenes médicos, incluso antes de que ella los conociera, y eso, según lo cree ella, fue determinante para que la despidieran del trabajo. Hoy, asesorada por el CAL, adelanta un proceso jurídico para que la reintegren, o al menos le digan por qué le terminaron el contrato, cuando siempre tuvo un buen desempeño. Esta es su historia, contada por ella: Pese a lo pobreza de su familia (vivía en un rancho construido con tablas y plásticos en la Comuna 13 de Medellín), Alexandra siempre se preocupó por estudiar y terminar su bachillerato. Luego trabajó en oficios ocasionales, hasta cuando, gracias a un curso de manipulación de alimentos que hizo en el SENA, consiguió empleo estable en el Hospital Pablo Tobón Uribe. Pero no como empleada de planta sino por intermediación de la agencia de empleo LIMA (Limpieza y Mantenimiento de Antioquia Ltda.), que le pagaba salario mínimo y le garantizaba las prestaciones de ley. Tenía entonces 21 años de edad y ya era madre soltera de dos hijos. El 16 de junio del 2008, recuerda Alexandra, fue su primer día laboral en el hospital, donde le dieron la función de preparar teteros para los bebés. Desde el principio se caracterizó por su facilidad para el aprendizaje y su agilidad y eficiencia en el trabajo. “Yo aprendí en 20 días todo lo que nos enseñaban, y eso que la inducción duraba dos meses”, cuenta. Diario se levantaba de madrugada y se acostaba entrada ya la noche, pese a que su contrato estipulaba una jornada de 8 horas. Sin embargo, esos horarios extendidos no los considera un problema grave porque le gustaba lo que hacía y era cordial la relación con sus jefes, quienes resaltaban constantemente su buen desempeño. “En ocasiones llegaba a las 5:30 de la mañana y me iba a las 9:00 de la noche, por el exceso de trabajo que había. Se me estaba creando un ambiente de estrés laboral, pero eso sí, siempre me pagaron las horas extras”, recuerda. Pero no llevaba ni seis meses laborando cuando empezó a sentir fuertes dolores estomacales. Pese a que los exámenes que le hicieron en Salud Total, la EPS a la que estaba afiliada, arrojaban resultados normales, las molestias continuaron, los cólicos y el vómito eran constantes. En vista de esta complicación las directivas del hospital le facilitaron un carné que le otorgaba descuentos y pudiera consultar allí mismo. En efecto consultó, y el diagnóstico dio cuenta de una obstrucción intestinal severa, por lo que la intervinieron de urgencia. Como su recuperación exigía 5 meses de quietud, se vio en la obligación de presentar renuncia a su cargo. Un nuevo comienzo En junio de 2009, ya repuesta de salud, Alexandra recibió una llamada de la agencia de empleo LIMA, para informarle que el Hospital Pablo Tobón estaba interesado en volver a contar con sus servicios, habida cuenta de que era mejor contratar personas como ella, con conocimiento, experiencia y probada eficiencia. Se inició pues una nueva etapa en su vida. Durante un año las cosas marcharon con normalidad, pero ocurrió un episodio que empezó a cambiarlo todo. Su ex esposo, con quien no tenía relación y poco le aportaba en la crianza de sus dos hijos, entró a disputar su custodia ante un juez, argumentando que ella carecía de recursos para darles una vida digna. Como prueba presentó el precario rancho en el que ella vivía con los niños y su familia, en la Comuna 13. Ante esto, la administración del Hospital tuvo un gesto poco usual: la vinculó a su planta de personal, lo que supuso una excepción a la regla de no vincular madres solteras, dado el carácter católico de la institución. Esto ocurrió el 6 de octubre de 2010. Ya vinculada directamente a la empresa sus condiciones laborales mejoraron ostensiblemente. De ganarse un salario mínimo, pasó a devengar $1´064.000. Además el Fondo de Empleados del hospital le prestó $17 millones para compra de apartamento, a fin de que pudiera dejar el rancho en que vivía en la Comuna 13. Pero le exigieron que el trasteo fuera inmediato, para lo cual la apoyaron con dinero para pagar la mensualidad de un apartamento, mientras le entregaban el suyo. “Me fui a vivir con María, una compañera de trabajo, pero esa a la larga fue una mala decisión”, cuenta. Los males no vienen solos Lo de irse a vivir con María fue mala decisión por varias razones. Primero porque los gastos se le incrementaron. Aparte de la cuota del alquiler, debía cancelar la cuota del préstamo le hizo el Fondo de Empleados para comprar el apartamento, más la mensualidad en la institución donde internó a sus hijos. Porque esa fue otra novedad en su vida: la empresa le exigió que internara a sus dos pequeños para que así pudiera desarrollar en mejor forma su trabajo, ya que no tenía con quien dejarlos; y de paso acallar los reiterados reclamos de su ex esposo, que la acusaba de tenerlos abandonados. Los viernes el hospital le permitía salir desde la 1:00 de la tarde para que recogiera sus hijos en el internado, y le daba libre el sábado y domingo para que pudiera estar con ellos. Sin embargo, algunos días debía quedarse cumpliendo turno y los niños no tenían quién los recogiera y los llevara al internado. En esas estaba cuando otro golpe de mala suerte tocó a su puerta: fortuitamente se murió el hombre de quien estaba enamorada y con quién pensaba casarse, lo que le produjo una fuerte depresión. Pero ahí no pararon sus desgracias. María, su compañera de apartamento, se declaró lesbiana y empezó a sobrepasarse con ella. En contra de su voluntad le tocaba su cuerpo e intentaba besarla en la boca. Tal situación se tornó insoportable, de ahí que en julio de 2012 tomó la decisión de marcharse del lado de María, se pasó a un apartamento que alquiló en el barrio Aranjuez. Esa seguidilla de reveses le alteró el humor y la tornó callada en el trabajo. Su estado de ánimo y las charlas con sus compañeras ya no fueron las mismas de antes, lo que llevó a que éstas empezaran a criticarla. Incluso una de sus jefes le reclamó por su salida de la casa de María, a lo que ella, para no acarrearle problemas a ésta, decidió no contar lo el acoso sexual; decisión que después lamentará, fue otro error que cometió. Camino a un despido injustificado Para Alexandra, pues, todo empezó a cambiar. Su depresión iba en aumento, pero no por eso dejó de hacer bien su trabajo, asegura. “En el hospital empezaron a decirme que yo era una emo, una antisocial, una loca. Yo me daba cuenta por los rumores en los ascensores y en los pasillos. Eso me dolía mucho. Yo tenía un trastorno, pero eso era algo confidencial, y no sé cómo todos se daban cuenta”, dice. Por esos días, exactamente en julio de 2012, debió hacerse una citología para descartar un posible cáncer. Esta citología resultó insuficiente, por lo que le ordenaron realizarse otro examen adicional, del que le dijeron que en dos meses tendría resultados. Pero en ese lapso sus jefes empezaron a hacerle interrogatorios que le parecieron muy extraños: ¿Cómo está su mamá?, ¿cómo están sus hijos?, ¿cómo está usted?, ¿con cuántos hombres ha tenido relaciones sexuales?, ¿cuándo fue la última vez que las tuvo?, ¿cuántas veces a la semana las tiene?, ¿cuál método anticonceptivo usa?, ¿utiliza condón? No le gustaban para nada esos interrogatorios, pero ella igual los respondía. Hasta que un día, cuando ya se le llenó la tasa, dejó de responder, entonces su jefe la calificó de conflictiva. “Un viernes —explica Alexandra— salía de mi turno a la 1:25 de la tarde para recoger a los niños. Pero al lunes siguiente me llamaron la atención por no haber hecho una preparación para un paciente, que el médico programó para las 2:00 de la tarde, cuando yo los viernes tenía permiso de salir a 1:00. Tuve entonces que firmar un memorando, algo que me pareció muy injusto. Primero porque el evento fue por fuera de mi turno, y segundo porque no tuvo ninguna repercusión grave en el paciente”. En octubre todavía no le habían entregado los resultados del examen, y ella seguía trabajando como de costumbre. Hasta que el día 10 de ese mes fue requerida en las oficinas de relaciones humanas de la empresa. “Cuando iba en camino me imaginé de todo, menos lo que me iba a pasar, que la jefe me dijera: Alexandra, usted ya no trabaja más en el hospital, esta es su carta de despido, devuelva el carné y vaya a entregar el uniforme”. Llorando, y sin entender nada de lo que estaba pasando, le preguntó el porqué del despido. A lo que la jefe respondió que en ese momento no estaba en condiciones de escuchar las razones, que luego se las decía. Entonces acudió donde las otras jefes a buscar la explicación, pero ninguna se la dio. Ese mismo día en tesorería le dieron su liquidaron, le entregaron casi $7 millones por concepto de vacaciones, prima, ahorros e indemnización. Sólo que de esa suma apenas le entregaron $90 mil, el resto se fue a amortizar la deuda por el préstamo que le hicieron para comprar el apartamento. Además, en medio del desespero, en la oficina del Fondo de Empleados firmó sin leer una carta que le presentaron, por la cual se comprometía a pagar $450 mil quincenales durante un año, para terminar de pagar la deuda. Ese día Alexandra salió destrozada, preguntándose el motivo de tan inesperado despido. Pero por más que llamó al hospital en los días siguientes no le dieron cita para explicárselo. La cita que sí le dieron, para el 5 de diciembre, fue en las oficinas de salud ocupacional, donde, por fin, le entregaron el resultado del examen: tenía el virus del papiloma humano, una enfermedad incluida en el grupo de las de transmisión sexual, y considerada la principal causa del cáncer de cuello uterino. En ese momento a su preocupación le sumo su indignación, cuando leyó que la fecha de entrega e impresión del examen fue el 13 de septiembre, lo que quería decir que habían conocido el resultado mucho antes que ella. Ante toda esa cadena de inconsistencias, en febrero de 2013 Alexandra acudió a las instalaciones de Dinámica, la entidad responsable de esos exámenes, para pedir explicación del porqué le entregaron el resultado del examen al Hospital, sin su autorización. Pero no supieron darle respuesta satisfactoria. “Yo tenía mucha rabia porque, hasta donde sé, un jefe nunca puede acceder a la historia clínica de un empleado”, dice Alexandra. Así que interpuso una acción de tutela para proteger su derecho y exigir su reintegro. Pero pesaron más los argumentos del Hospital, que negó todo lo dicho por ella y trató incluso de desprestigiarla, con frases como que era una persona con mala presentación personal, conflictiva y poco colaboradora; un hospital que, paradójicamente, se precia de sus altos estándares de responsabilidad social. La juez concluyó que ella no tenía pruebas contundentes para demostrar lo que decía, pero le sugirió que apelara la decisión. Alexandra entonces se dirigió a la Oficina Regional del Trabajo, donde un abogado le dijo que en el Centro de Atención Laboral (CAL) podrían asesorarla en su caso. En efecto, en el CAL le han brindado apoyo legal y le están ayudando a preparar la apelación del fallo de tutela. Entre las pruebas que necesita están los testimonios de las personas que la atendieron en la oficina de salud ocupacional del hospital, pero a la fecha no ha recibido respuesta a su solicitud. Lo cual no le extraña, sabe que nadie del hospital atestiguaría a su favor, pues no quieren arriesgar su empleo. Por lo pronto, logró un acuerdo con el Fondo de Empleados del Hospital, que le rebajó el monto de las cuotas de amortización de su deuda, cuotas que un hermano suyo le está ayudando a pagar, porque su situación económica se le complicó al extremo. Los últimos ocho meses los ha pasado trabajando en el físico rebusque: vendiendo chicles en los buses, haciendo turnos en talleres de confecciones, y como empleada doméstica por días. Los miércoles hace aseos en un edificio, donde debe lavar dos baños, las paredes, la cocina, los pisos, el balcón, tres patios y limpiar 7 oficinas, todo entre las 8:00 am a 6:00 pm, por un salario de $35 mil pesos diarios. Además cada mes debe ir a una cita con el psiquiatra en el Hospital Mental de Antioquia, pues su depresión se le complicó. Ahora lo que espera es conseguir un empleo para poder llevarse a sus dos hijos a vivir con ella en su apartamento, el que hace poco le entregaron y que aún no ha terminado de pagar. Es tal su estrechez económica que hasta aceptaría el reintegro al Hospital, donde, sabe, le esperaría un ambiente laboral totalmente en su contra. La opinión del CAL En el presente caso se evidencia una serie de violaciones a los derechos de la trabajadora, que conculcan directamente normas constitucionales, en especial las que tiene que ver con la discriminación por su enfermedad, que se traduce en una violación a la igualdad y la violación a su intimidad. Frente al primer derecho constitucional mencionado, es decir, la igualdad, conviene reiterar lo que se ha expresado en otras crónicas, en el sentido de que la persona que padece algún quebranto de salud no puede ser discriminada en su trabajo, pues por su estado de debilidad es un sujeto de especial protección. La ley ha previsto que el despido de las personas que tienen algún tipo de limitación física (protección que se extiende a quienes tienen una enfermedad o se encuentran incapacitados, en virtud de la jurisprudencia constitucional), se tenga que dar con la previa autorización del inspector del trabajo, so pena de que el despido carezca de validez. Dicho de otro modo, si en el despido no interviene el Ministerio del Trabajo, el mismo se reputará sin efectos por violar la disposición legal (y de contera el derecho fundamental al debido proceso). Frente al segundo derecho constitucional mencionado, es decir, la intimidad, es evidente que el empleador excedió de manera ilegal su potestad subordinante, al revisar previamente los resultados de los exámenes de la trabajadora sin su consentimiento. No existe ninguna posibilidad legal para que el empleador violente de esa manera la información de la trabajadora, pues al tratarse de su historia clínica existe una reserva legal que no puede ser omitida sin la autorización de una autoridad judicial, pues de acuerdo con la Ley 23 de 1981, la historia clínica solo compete al paciente o a sus familiares en casos en que la revelación de los datos sea útil al tratamiento. El artículo 38 de dicha ley, con las limitaciones impuestas por la Sentencia C – 264 de 1996 de la Corte Constitucional (en concordancia con el artículo 34 del Decreto 1543 de 1997), cierra toda posibilidad al empleador de acceder a esa información sin permiso del paciente. En el caso que nos ocupa, al empleador se le podrán exigir varias obligaciones en relación con el contrato laboral: hay lugar al reintegro y pago de los salarios y prestaciones dejados de percibir, reafiliación al Sistema Integral de Seguridad Social e, incluso, al reconocimiento de la indemnización prevista en el artículo 26 de la Ley 361 de 1997 por haber despedido a la trabajadora sin autorización del Inspector del Trabajo. Además, tanto al empleador como al laboratorio que practicó los exámenes, se les podrán imponer las sanciones a que se refiere el artículo 56 del Decreto 1543 de 1997, por violentar las obligaciones de confidencialidad previstas en dicho decreto y romper la reserva legal de la historia clínica sin autorización.