EL PSICOANÁLISIS HOY: LA METÁFORA PERDIDA Resulta paradójico que a casi un siglo del descubrimiento del Inconsciente, surja el imperioso afán de reencontrar los fundamentos teóricos del psicoanálisis, que parecen olvidados. No se trata de cuestionar un método, ni su validez teórica, su inscripción en la estructura social o su papel en la cura. Tampoco de discutir un fenómeno cultural contemporáneo cuyo valor no puede negarse sin mala fe o, menos aún, su repercusión sobre el pensamiento y las costumbres de nuestra época. Quizás se trate más bien de rescatar la originalidad de un pensamiento y reivindicar el carácter subversivo de ciertos conceptos que introdujo Freud y que algunos desarrollo teóricos y clínicos postfreudianos se ocuparon de desvirtuar, llegándose hoy en día -incluso- a no reconocer su existencia primordial en el discurso teórico de su creador. Intentos normalizadores que tuvieron un efecto distorsionador aún sobre el propio concepto del Inconsciente. Para conocer la existencia del Inconsciente es necesario superar innumerables prejuicios ideológicos que nos separan de Freud, aislando sus ideas de gran parte del pensamiento psicoanalítico post-freudiano. Esta posición no constituye un rechazo al desarrollo teórico del psicoanálisis, ni expresa una ciega fidelidad a una doctrina, sino un reencuentro con la sistematicidad del pensamiento freudiano que nos permite afirmar que no hay varios Freud, como parece darnos a entender el farragoso discurso psicoanalítico contemporáneo. Freud rompe con un esquema de pensamiento empirista basado en el saber de la conciencia, rompe con el hecho aparente, acaecido en la realidad, para fundar su teoría del Inconsciente. El Inconsciente no permite un abordaje directo, sólo puede ser conocido a través de sus efectos. De este modo, el síntoma ya no será la causa de un conflicto psíquico sino el efecto de algo que sucede en otra escena -una escena oculta-. Freud traslada la actividad psíquica del centro de la conciencia a un sistema otro, tajantemente diferenciado de la conciencia que opera con leyes propias y que determina toda la actividad psíquica. Esta ya no podrá ser 1 definida desde el punto de vista fisiológico sino desde las funciones del Deseo y desde el dinamismo del Inconsciente. El campo específico del Psicoanálisis implica una indagación en la que brilla por su ausencia la búsqueda fenomenológica; está definido por el lenguaje y la palabra. Esta dimensión nueva introducida en la vida cotidiana de los seres humanos, el Inconsciente, abre la perspectiva de un saber no sabido por el sujeto, que no puede ser dicho. Las primeras pacientes histéricas de Freud reconocían vivencialmente lo que les pasaba, pero no tenían conocimiento sobre ello; sabían pero no podían decirlo. Sabían con un modo de saber distinto al modo consciente de saber: reconocían sin conocer la determinación. En Freud, la definición del funcionamiento psíquico se acompaña de una reflexión sobre la sexualidad, en la que el sexo queda separado del saber a partir de una operación psíquica: la represión. El Inconsciente está sexualmente determinado, siendo el resultado del rechazo de los contenidos sexuales, rechazo constitutivo del Sujeto. La sexualidad es enigmática en sí misma, motivo por el que debe quedar oculta para la conciencia. Aceptar la existencia de esta legalidad diferente que rige los procesos inconscientes es el punto de partida para la comprensión de las formulaciones psicoanalíticas. Freud convertirá en materia de análisis una serie de formaciones psíquicas normales, tales como los sueños, las equivocaciones orales, los actos fallidos, el olvido, etc., para comprender los hechos patológicos, siendo el sueño un modelo teórico, un paradigma para la explicación de los síntomas, equivalentes en cuanto a su estructura, función y mecanismos. En 1905, en sus “Tres ensayos para una teoría sexual”, elabora una de sus formulaciones más “escandalosas” en relación a la contigencia del objeto de la pulsión en la sexualidad humana, al decir que, es imposible “aceptar la burda explicación de que una persona trae ya establecida al nacer la conexión de su pulsión sexual con un objeto sexual predeterminado”. Y continúa: “Así pues, en un sentido Psicoanalítico, el interés sexual exclusivo del hombre por la mujer constituye también un problema, y no algo natural...”. En la teoría freudiana, masculino y femenino no es una condición a priori de la sexualidad humana, sino que los sexos entrañan una construcción, 2 recorren un camino dificultoso; la evolución psicosexual supone el pasaje obligatorio, en ambos sexos, por los complejos de Edipo y de Castración. El deseo humano se orientará a partir de aquí surgiendo un tipo particular de elección de objeto amoroso, que no necesariamente será el sexo opuesto; la satisfacción sexual podrá alcanzarse con objetos variados, del mismo modo que el fin sexual procurado puede ser diferente del coito normal. Psicológicamente hablando, la diferencia de los sexos deberá referirse al orden del Ser y del Deseo. El Psicoanálisis conlleva dificultades para su transmisión al circunscribirse a un objeto -el Inconsciente- y utilizar un método, una técnica y un campo de acción específicos. Parece como reservado a un grupo de iniciados por los que sólo podría ser conocido y descifrado en el hermetismo de sus conceptos, aquéllos que efectivamente lo practican, a saber: el psicoanalista o el paciente. De ahí que resulte difícil hablar de psicoanálisis a los profanos sin correr el riesgo de banalizar sus conceptos, ya que existe ciertamente una estrecha relación entre la naturaleza del Inconsciente y la complejidad para captarlo. La proliferación de teorías psicoanalíticas hace difícil encontrar a Freud, por eso, al conmemorarlo, no hacemos más que referirnos a las fuentes. Numerosas distorsiones han recaído sobre conceptos freudianos tan importantes como el de “realidad psíquica”, tantas veces entendida como realidad materia;: la historia psicosexual fue convertida en un mundo maniqueo de objetos perseguidores y tranquilizadores; con el término de frustración se calificó la fundamental inadecuación del deseo a sus objetos; el Sujeto, concepto que es solidario al de Inconsciente, pues es el sujeto que no sabe, fue convertido en el yo o en la persona. El Inconsciente es una estructura enmascarada que desde “La interpretación de los sueños” quedó estructurado como un lenguaje. El lenguaje humano es paradojal, es doble y es uno, dos lenguajes a la vez unidos y escindidos: el discurso de la conciencia y el del inconsciente, que definimos como discurso del Otro, su homólogo. El Psicoanálisis es un proceso que se opera a través del lenguaje, por ello hay que preguntarse quien habla y quien escucha; cómo actúa la palabra en la que se funda esta experiencia intersubjetiva. 3 El psicoanalista en la sesión escucha atentamente al deseo inconsciente que se dice, atendiendo a algo más que a la simple significación, ya que el deseo, al estar reprimido, no puede manifestarse directamente, sólo puede expresarse por los síntomas, los sueños, los accidentes del lenguaje, que a la vez lo muestran y lo ocultan. El analista da los medios para que un padecimiento pueda ser formulado en palabras. El analizado va rompiendo las ataduras que lo esclavizan al síntoma. El analista irá haciendo hablar al síntoma, buscando detrás del paciente que habla, que demanda ayuda, el sujeto del deseo que se oculta tras la angustia del síntoma. En el proceso analítico no se trata de recorrer la ordenación de los significados, sino de interrogarse sobre las carencias de la enunciación; freudianamente afirmamos que lo que se dice también oculta lo que no se dice. Tal vez situándonos en la época del nacimiento del Psicoanálisis, reencontremos la extrañeza de la materia de la cual se ocupa y en sus fórmulas paradojales y desconcertantes vemos a la Verdad asomarse y podamos restituirle su condición de metáfora. Y que en eso consista toda su novedad. NORMA TORTOSA. 4