IRA Y VIOLENCIA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO Habitamos

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IRA Y VIOLENCIA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO
Habitamos una sociedad marcada por actos de violencia e ira incontrolable. A diario, las
personas y los bienes materiales sufren el ataque despiadado de la violencia social y de las
personas. Este estado de ira se manifiesta a través de las palabras y actos de las personas quienes
proponen ataques sin mirar el resultado final de sus acciones.
Esta semana hemos asistido al femicidio y la muerte de mujeres a manos de sus parejas,
muchas veces motivados por los celos enfermizos y la desconfianza. Se ha perdido el sentido de
respeto por la persona humana, asignamos nuestros impulsos violentos para resolver los
conflictos y por tanto, nos alejamos del bien y la cordura.
Los noticiarios están plagados de actos de irracional violencia, es cotidiano asistir al
desprecio de la persona y la vida humana, somos presa de un caos sin control, atendemos sólo a
nuestro parecer y la armonía y el equilibrio pierde terreno, demostramos nuestros peores
instintos en la relación con el otro.
Este estado de violencia desmedida aparece en todas las generaciones de personas, niños,
jóvenes, adultos y adultos mayores, existe un menosprecio por el otro, creemos poseer siempre la
razón y el buen juicio aunque éste agreda a nuestro semejante, se falta el respeto, matamos la
imagen, asesinamos las buenas intenciones, damos pié a la ira como modelo de resolución de
conflictos, agredimos al otro para imponer nuestro personal criterio de la vida y la convivencia
social, desplegamos todos los malos modales y formas de interrelacionarse con el semejante,
somos agresivos, sin compasión y sobre todo enemigos de la paz y el bien común.
Entonces, ¿Qué podemos hacer? A mi modesto entender, buscar la paz y el amor en el
corazón humano, todos, sin excepción, somos seres creados para amar, respetar las opiniones
ajenas, buscar trascender a través de las buenas obras, conformar una sociedad armónica y en
quietud espiritual, descansar del mal comportamiento, dibujar caminos continuos de
mansedumbre y compromiso con el hermano que sufre y está abandonado. Podemos dedicar
nuestro empeño de vida en construir una nueva civilización guiada por el sendero del amor.
La vida humana debe ser respetada como una propuesta sublime de entrega por el otro,
derribar los muros de la intolerancia y el descontrol para habitar en equilibrio y armonía, todo será
mejor si educamos a las nuevas generaciones en un ambiente de tranquilidad y estado de quietud
digno de la especie superior de la creación a quien pertenecemos. Servir ante el dolor y
sufrimiento del semejante, desplegar nuestros mejores esfuerzos para respetar la sana
convivencia entre personas.
Aún es posible salvar a esta humanidad, encauzar sus estados de ánimo y fortalecer el
apego a las buenas costumbres. Nacimos para proteger y guiar a nuestra civilización por un
sendero de luz y amparo ante la oscuridad que nubla el sereno, distante de un estado de equilibrio
en la vida en comunidad.
Aterra la visión dramática de un mundo en caos donde no se respeta al otro y más aún:
Consideramos al semejante como un enemigo al que se debe vencer. Disparamos nuestros dardos
ácidos a través de palabras violentas y oraciones llenas de ira, no somos respetuosos y menos aún,
hermanos en convivencia tolerante.
Depende de nosotros qué sociedad heredaremos a las nuevas generaciones, somos
nosotros quienes debemos enseñar la paz y quietud en este mundo violento para actuar con
criterio y mesura ante los conflictos del diario vivir.
Ante la ira propongamos la armonía, ante la violencia propongamos el amor, sólo así, al
final del camino, encontraremos la concordia y la serenidad de una sociedad que reclama por el
advenimiento de la cordura y un estado de ánimo proactivo y diligente para obrar sobre la base
del bien común.
Ojalá, mañana, al encender la televisión, las informaciones sean un barniz de buenas obras
hechas en ayuda solidaria del otro y respeto por quien piensa distinto, que la ansiedad por el tener
no nos conduzca al despeñadero y podamos levantar en alto nuestro semblante, pues hemos
actuado de acuerdo a las normas y leyes de una civilización en constante evolución hacia la
perfección.
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