Los cambios profundos de la economía mundial

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Los cambios profundos
de la economía mundial
ROBERTO ALEMANN
Asistimos a una evaluación apenas perceptible en la superficie, de cambios extraordinariamente profundos en la economía
mundial. El contexto político en el cual
transcurren esos cambios, muestra un notable equilibrio bipolar que asegura la paz
por el efecto disuasivo de las armas atómicas y electrónicas, sin perjuicio de guerras entre países como Irán e Irak o conflictos violentos localizados en regiones
como el Cercano Oriente, América Central o
la antigua Indochina y en determinados
países como Afganistán. No faltan otras
zonas de tensiones políticas ni erupciones
de la violencia. Sin embargo, el marco global del mundo configura, a la vez, un armamentismo de proporciones nunca antes
conocidas, y un estado de paz entre las superpotencias y las principales potencias,
paz permanentemente asegurada por negociaciones de todo tipo.
La economía transcurre generalmente al
margen de las tensiones políticas y las negociaciones diplomáticas, aunque no falten
repercusiones de aquéllas sobre la evolución económica. Recuérdese, por ejemplo,
los bloqueos dispuestos por Estados Unidos
como presión sobre la Unión Soviética por
su invasión de Afganistán o las sanciones
económicas adoptadas durante el conflicto
de las Islas Malvinas y otras en el Atlántico
Sur, para sólo mencionar dos casos ocurridos en los últimos años. La regla sigue
siendo, en cambio, la evolución económica
internacional sujeta a sus propios impulsos
dentro del encuadramiento político e
institucional dado.
Desde que concluyó hace cuatro décadas
la Segunda Guerra Mundial, el mundo de
las relaciones económicas se ha transformado con una velocidad y profundidad que
probablemente no conozca parangón en la
historia. El comercio de mercaderías entre
países o dentro de regiones estaba, entonces, sometido a restricciones administrativas sumamente severas que afectaban tanto
al despacho aduanero de los productos
como a los pagos. Las monedas eran inconvertibles con la excepción del dólar de los
Estados Unidos y algunas monedas vinculadas. Los movimientos de capitales eran
poco menos que inexistentes. La banca
operaba solamente para financiar el comercio fuera de sus fronteras. Apenas se colocaban títulos públicos o algunas obligaciones de compañías allende las fronteras. El
movimiento de personas dominante eran las
emigraciones políticas motivadas por fugas
de lugares en conflicto o de países
sometidos a tiranías. El turismo transna-
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cional carecía de toda relevancia. Las compañías multinacionales eran pocas, radicadas en un número limitado de países.
La multilateralización del comercio
Hoy parece una verdad a lo perogrullo,
pero no era así al concluir la Segunda Guerra mundial, que el comercio de mercadería
pudiera acceder más o menos libremente a
todos los mercados. La penuria de di-visas
para manufacturas o insumos y la voluntad
de
protegerse
contra
importaciones
competitivas para productos de la agricultura templada, eran las razones más frecuentemente invocadas para restringir el
intercambio.
Corresponde por cierto a los Estados
Unidos el principal mérito de haber empujado persistentemente hacia la multilateralización del comercio internacional. La
triada de las entidades económicas internacionales fundadas en la década de los
años cuarenta, vale decir el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial y el Acuerdo
General de Aranceles y Comercio, más
conocido por sus siglas inglesas de GATT,
reposan sobre el principio matriz de abrir el
comercio, los pagos y los créditos más allá de
las fronteras de cada país. La experiencia
traumática de las guerras económicas de la
década de los años treinta con su secuela
profundamente depresiva, pesaba en la
conciencia de quienes formulaban las
políticas de comercio, pagos y finanzas en
Occidente. El bloque soviético y China se
mantenían recluidos sobre sí mismos, y los
países en desarrollo carecían de peso
negociador propio.
La multilateralización del comercio internacional reposó, es cierto, sobre las manufacturas y sus insumos. El principal impulso radicaba en las innovaciones tecnológicas que revolucionaban la fabricación y
los servicios. El crecimiento de las eco-
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nomías nacionales superada en los países
devastados por la guerra la etapa penosa de
la reconstrucción, apoyó la expansión
comercial a un ritmo por momentos
alucinantes. Tasas de crecimiento real del
intercambio, superiores al diez por ciento
anual, eran frecuentes y casi la regla
durante las décadas de los años sesenta y
setenta. Se expandieron las compañías multinacionales existentes y se formaron compañías nuevas que localizaban producciones
en terceros mercados. Las comunicaciones
fueron facilitadas por la telefonía y el télex,
primero por cables y más tarde gracias a los
satélites. Los transportes se expandieron
fenomenalmente a medida que la aviación
afianzaba la era del jet.
Los pagos convertibles
Buena parte de las restricciones al comercio se instrumentaban durante la depresión de los años treinta, la guerra y posguerra de los años cuarenta y cincuenta,
mediante la inconvertibilidad de las monedas. Para realizar pagos transnacionales
se requerían permisos de las autoridades
administrativas o monetarias. Las monedas
no se convertían libremente unas a otras,
salvo el dólar de los Estados Unidos y algunas monedas vinculadas. Estas limitaciones operaban, a la vez, como un cierre de
las fronteras para la banca comercial, que
sólo incursionaba marginalmente en transacciones internacionales financiando al
comercio de mercaderías y pagos afines.
Mientras los países comunistas persistían
en su aislamiento y los países en desarrollo
apenas avanzaban modestamente o ni siquiera habían alcanzado su independencia,
integrando todavía los imperios coloniales
europeos, Occidente eliminaba restricciones
al comercio y los pagos. Primero a es-cala
regional en Europa Occidental y después
integrándose allende el Atlántico e in-
corporando el Japón, los intercambios de
mercaderías
eran
liberados
de
restricciones y los pagos se declararon
convertibles. Eso ocurrió hacia el final de
la década de los años cincuenta.
Con monedas convertibles y pagos
libres, los bancos pudieron expandir sus
negocios por todo el mundo. Algunos
crearon nuevas sucursales allende sus
fronteras y todos aprovecharon de la
libertad de pagos y las ventajas de la
telefonía y del télex para incursionar en
nuevos negocios, ya no limitados
exclusivamente a la financiación del
comercio y afines. Por aquellos años se
expandió el mercado llamado de las euromonedas que se benefició de la limitación
a los intereses pasivos que la regulación
fijaba a los bancos de Estados Unidos, de
modo que los flujos de fondos se derivaron a las plazas europeas, sobre todo en
Londres, más tarde Luxemburgo, Zurich
y Francfort, donde las tasas de interés se
formaban libremente, sin interferencias
algunas de las autoridades monetarias. No
regían limitaciones a las tasas de
intereses, ni efectivos mínimos u otras
restricciones a la toma de fondos o a los
préstamos.
Cada
banco
seguía
responsable frente a la super-intendencia
de
su
país,
pero
los
negocios
internacionales se manejaban con entera
libertad. La madeja de las relaciones
interbancarias, tomando y dando fondos a
plazos cortos y medianos, se estrechó
sensiblemente, a la vez que creció de
modo asombroso el volumen de los pagos
transnacionales
por
conceptos
estrictamente
financieros.
Pases,
garantías,
créditos
sindicados,
obligaciones, pagarés, acciones, en fin
una gama siempre novedosa de operaciones financieras apelaban a los inversores con excedentes de caja y buscaban negocios con quienes necesitaran capital.
Las fronteras políticas no ofrecían
limitación alguna, y las operaciones se
adaptaban
poco
menos
que
instantáneamente a los hechos políticos
que pudieran influirlos.
Del cambio fijo al fluctuante
Curiosamente, el mercado de las euromonedas se inició al comienzo de la década
de los años cincuenta con el dólar en Europa
para facilitar a la Unión Soviética el acceso a
los créditos que el gobierno de Washington le
vedaba. Más tarde, este mercado adquirió las
proporciones que se le conocen actualmente,
pero hubo de transcurrir bastante tiempo
hasta llegar a ellas.
La transformación que probablemente más
influyó para la extraordinaria expansión de
los pagos y créditos transnacionales, fue el
paso de los cambios fijos, más precisamente
las tasas o paridades fijas, a los cambios
fluctuantes o tasas de cambio variables al son
de oferta y demanda. En la posguerra se
organizaron los pagos a imagen y semejanza
del patrón oro - divisas que rigió durante la
interguerra, limitado por los controles
cambiarios y administrativos durante la
depresión de los años treinta. Ese sistema
reposaba, como antaño el patrón oro, sobre
tasas de cambio, también llamadas paridades,
fijas, establecidas por la ley monetaria en
cada país. Originaria-mente, esas paridades
eran la resultante de las definiciones legales
de las unidades monetarias, expresadas en
determinados gramos de oro y plata de
metales finos. Más tarde, ya postergado el
patrón oro, se transmutó ese mecanismo al
Fondo
Monetario
Internacional,
cuyos
estatutos fueron preparados en la conferencia
monetaria de Bretton Woods de 1943 y 1944.
Por eso, el sistema de los cambios fijos se
llama Bretton Woods.
El sistema funcionó mientras Estados
Unidos acumuló oro monetario y mientras ese
gobierno estuvo dispuesto a perder oro.
Cuando hubo perdido más de la mitad de sus
reservas áureas máximas, suspendió la
conversión del dólar al oro monetario a la
tasa fija de primero 35 y luego 42,22 dólares
por onza. Eso ocurrió en 1971, y a
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partir de entonces el sistema monetario internacional evolucionó hacia cambios fluctuantes. Ningún banco central, ni la más
poderosa Reserva Federal de Washington,
pudieron convalidar tasas fijas de cambio,
porque los mercados de divisas resultaron
más fuertes. Tampoco resistieron las limitaciones a las tasas pasivas de intereses en
los Estados Unidos, porque los mercados las
eludían con facilidad. En la década de los
años ochenta esas limitaciones fueron
derogadas, y tal desregulación financiera
permitió una explosión del volumen de
operaciones financieras en los Estados Unidos, atrayendo a ese mercado una parte de
los fondos que deambulaban por las euromonedas.
Una competencia despiadada se apoderó
de los mercados abstractos de cambios y
dinero que no transan mercaderías ni servicios afines, sino exclusivamente números
y documentos en papeles o anotaciones registrales. La increíble expansión de la computación resultó el instrumento apto para
facilitar las operaciones en los mercados
abstractos.
Los volúmenes que se transan diariamente allende las fronteras nacionales superan,
según estimaciones bancarias, holgadamente
los 100 mil millones de dólares y hasta
pueden alcanzar, según otras estimaciones,
los 150 mil millones. Además, si al concluir
la guerra y bastante tiempo después, alrededor del 90 % de los pagos transnacionales
obedecían al comercio y afines, siendo
apenas un 10 % estimado de carácter netamente financiero, en la actualidad se considera que la relación resulta inversa : el 90
% de los pagos transnacionales obedecen a
operaciones abstractas, no vinculadas a
mercaderías u operaciones afines como los
servicios del transporte o los seguros, siendo
sólo el 10 % de esta última naturaleza. Esas
operaciones financieras pueden ser créditos
de empresas, deudas de entidades públicas,
colocaciones de pagarés o
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acciones, y pases monetarios, seguros de
cambio o simplemente movimientos de fondos al acecho de las expectativas fundadas
en las variaciones esperadas de las tasas de
cambio y de interés.
Evolución reciente
Cuando ya el comercio ha dejado de crecer al ritmo anterior y tropieza con nuevas
formas de proteccionismo, los pagos y créditos prosiguen su expansión alucinante,
alejados de toda transacción comercial. Los
mercados a término y las operaciones
especulativas en bolsas, las adquisiciones y
fusiones de empresas, a veces de dimensión
considerable, mediante créditos bancarios, y
las tomas de posiciones en determinadas
monedas alimentan ese movimiento siempre
creciente de las operaciones financieras
entre países.
Por lo demás, casi insensiblemente se han
formado sólo cuatro monedas o grupos de
monedas con peso propio en el mundo. La
principal es naturalmente el dólar de los
Estados Unidos, moneda patrón por
excelencia, en la cual se transan mercaderías y créditos y se contabilizan balances
internacionales. Es probable que el dólar
domine alrededor del 80 % de las transacciones que cruzan fronteras. El resto se divide entre la libra esterlina, el marco y el
yen, siendo que el marco es la moneda central de la llamada serpiente europea y, además, alinea al franco suizo, al chelín austríaco y a las coronas escandinavas a tasas
de cambio informalmente estables con el
marco. Fuera de Europa, Estados Unidos y
Japón, las transacciones internacionales se
realizan preferentemente en dólares y
también en las otras tres monedas. Los países comunistas, que ya abandonaron su
aislamiento y buscan nuevas formas de integración económica con Occidente, también
operan en estas monedas. Sus propias
monedas carecen de toda significación
fuera de sus fronteras. Apenas el rublo
sirve en el Comecón que agrupa a los
países satélites.
Las relaciones de las tasas de cambio
entre estas cuatro monedas, más precisamente entre el dólar por una parte y las
otras tres por la otra, con sus monedas
asociadas o vinculadas, son la resultante
de las expectativas de millones de
operadores en todas partes del mundo. El
volumen mencionado de transacciones
diarias es tan grande que ningún banco
central puede alterar la orientación
prevaleciente.
Algunas veces los gobiernos de los
principales países de Occidente y sus
bancos
centrales
han
tratado
tímidamente
de
influir
sobre
las
cotizaciones. Fracasaron mientras las
expectativas generalizadas con-fiaban en
el dólar como la moneda cuyo país ofrece
la
mejor
seguridad,
liquidez
y
rendimiento. Sólo a partir de marzo de
1985 los principales bancos centrales
dieron nuevas señales e hicieron bajar al
dólar en relación con las otras tres
monedas, tentativa acentuada más tarde
con acuerdos formales que fueron
moderadamente exitosos, quizás porque
las expectativas generalizadas ya estaban
influidas por las dudas acerca de la
solidez de la economía de los Estados
Unidos.
Esas dudas reposan sobre el déficit fiscal cercano a 200 mil millones de dólares
anuales y el déficit comercial creciente,
superior ya a 130 mil millones de dólares
por año. A partir de 1985, Estados
Unidos ya no es acreedor neto del
mundo, por cuanto sus deudas superan
sus acreencias. Pronto será el principal
deudor neto, que por el momento es el
Canadá, estrechamente ligado al vecino
norteamericano. Le siguen Brasil y
México,
también
muy
vinculados
económicamente a los Estados Unidos.
Estos cambios profundos en las
relaciones de acreedores y deudores
señalan cla
ramente que los cuatro principales deudo-res
netos son los Estados Unidos y las tres
economías mencionadas. Habrá que prepararse,
en consecuencia, a políticas dictadas por los
intereses de los principales deudo-res y no,
como antes, por el principal acreedor del
mundo, que eran los Estados Unidos desde la
Primera Guerra Mundial. La economía de este
país, aunque gran deudora del mundo, sigue
siendo la primera por su volumen, sus
mercados, sus capitales, su generación de
tecnología y su poderío bélico. El primer
acreedor neto en el mundo es el Japón.
Posiblemente le sigan la República Federal de
Alemania y Suiza.
La posición deudora de los Estados Unidos
repercute sobre las políticas de inversiones de
sus multinacionales que retiran fondos y
liquidan filiales para concentrarse sobre sus
matrices. Es probable que esta tendencia
prosiga mientras no se corrija el déficit fiscal,
para lo cual no hay signos aparentes a la vista.
En consecuencia, habrá que esperar que las
tasas de interés internacionales sigan altas en
los euromercados y en Estados Unidos,
relacionadas a las tasas internas de inflación de
esos países.
Los mercados de productos, alimentos,
materias primas y petróleo, están en franca
baja con excedentes de producción y
restricciones en algunos mercados de consumo. Las innovaciones tecnológicas, sobre
todo la biogenética y los fertilizantes en la
agricultura, apuntan a una profundización de
estas tendencias, a medida que más países se
autoabastecen con alimentos y la producción
para la exportación aumenta.
En el petróleo, elemento ciertamente clave de
la economía mundial, se está transformando
rápidamente la estructura del comercio y la
producción. El poder monopólico del cártel de
la OPEP está quebrado. El cártel controla
menos de una cuarta parte del mercado. La
mayor parte se transa en mercados abiertos.
Los "traders" con-
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trolan estas operaciones. Prevalecen mercados al contado y a término, a semejanza
de los cereales y minerales. Esta estructura
del mercado petrolero es bajista como tendencia, mientras prevalezcan las capacidades de producción con pozos cerrados, listos para producir.
Los precios a la baja de alimentos, minerales y petróleo, vale decir los principales
insumos de las manufacturas, son condiciones propicias para la expansión de la
industria elaboradora, sometida igualmente
a una competencia despiadada de todo el
mundo. Los nuevos países industriales,
sobre todo el Brasil y los asiáticos, aprenden la tecnología, trabajan con disciplina,
mantienen salarios acordes a su capacidad
de penetración en otros mercados y se financian con recurso a los fondos disponibles en los mercados financieros mundiales.
En tales condiciones, el gobierno de Estados Unidos ha tomado nuevamente la
iniciativa para promover una negociación
multilateral en el GATT que esta vez no se
limite a las manufacturas como en las cinco ruedas precedentes de negociaciones
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arancelarias, sino abarque también la agricultura, hasta ahora de hecho excluida de las
negociaciones, y, como elemento novedoso,
los servicios.
El ramo de los servicios más allá de los
afines al comercio, abarca la informática, la
consultoría, la tecnología, la banca, los seguros y tal vez otros ramos. No hay experiencia alguna sobre una posible técnica de
negociación, toda vez que muchos ser-vicios
se transan libremente y en otros persisten
restricciones de legislaciones nacionales.
Cualquiera sea el resultado de esta rueda de
negociaciones, ella llevará presumiblemente
una década y sólo entonces se verá hacia
donde apunta el movimiento. En el interín, el
impulso permanente de las in-novaciones
tecnológicas no cesará un instante, el
comercio se intensificará, se abrirán nuevas
fronteras aún cerradas o limita-das, las
operaciones abstractas de cambios y créditos
volarán aún más altas y los movimientos de
capitales penetrarán en mercados aún
vedados. La historia de cuarenta años de
expansión económica mundial enseña con
meridiana claridad cuál es el rumbo.
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