J. Alberto Equihua Zamora El combate a la pobreza requiere fortalecer la competitividad México requiere un foco de atención nuevo alrededor del cual estructurar una estrategia de desarrollo apropiada a la globalización: la competitividad como política de Estado, que supera a los conceptos utilizados hasta ahora. México difícilmente podrá elevar el bienestar de sus ciudadanos y reducir así la pobreza, si no progresa en la escala internacional de competitividad. Estadísticamente existe una relación entre estas dos variables, como puede verse en la gráfica. En su eje horizontal se miden los índices de competitividad de los países considerados en el análisis del Competitiveness Year Book. En el eje vertical se registra el PIB per cápita para los mismos países valorados en dólares corregidos por la capacidad de compra de los diferentes países, para asegurar una mejor comparación. El resultado muestra claramente una relación estadística en la que el PIB per cápita crece conforme la competitividad de las naciones es mayor. La relación estadística aludida permite afirmar que por cada punto de aumento en el índice de competitividad asignado por el Competitiveness Year Book el PIB per cápita de las economías aumenta en promedio poco más de 450 US dólares. Del conjunto de países considerado para este análisis México ocupa el lugar 14 en cuanto a su PIB. De los países latinoamericanos sólo Brasil lo supera con el lugar 8. Desde el punto de vista de la competitividad México cae a la posición 36; lo superan en el continente Chile y Brasil. Esta relación también sugiere que si México pudiera elevar su competitividad al nivel actual de Chile, entonces podríamos elevar nuestro PIB per cápita alrededor de 60%. Una mejoría que sin duda requieren urgentemente sectores amplios de la población mexicana. La relación ilustrada en la gráfica sugiere la importancia de la competitividad como factor de desarrollo. Por lo mismo se trata de un elemento que debe ser considerado explícitamente y entre las primeras prioridades de una estrategia de desarrollo sostenible. Al pensar así hay que abstenerse de concluir que la baja competitividad de México es responsabilidad de las empresas y por extensión de los empresarios. Nada más lejos de la realidad que suponer que el atraso relativo de México en el concierto internacional y más dolorosamente en la generación de bienestar entre sus ciudadanos se deba a la incapacidad de sus empresarios para competir exitosamente en los mercados globalizados. Analistas modernos1 han llegado a la conclusión de que la competitividad de las empresas depende de una serie de factores alrededor de la empresa y que escapan a la influencia directa de los empresarios. Concretamente, el enfoque sistémico de la competitividad reconoce cuatro tipos de factores. Los primeros caen en la esfera inmediata de decisión del empresario, en el micronivel. En el mesonivel se incluyen elementos como la infraestructura física e institucional, la política educativa, crediticia y comercial, entre otros. Todos estos aspectos usualmente son materia de decisiones que por lo menos deberían de incumbir a las regiones y a los sectores presentes en ellas. El macronivel se refiere a un ámbito de decisión más general, cuyo objeto es el aseguramiento no sólo de la estabilidad macroeconómica, sino también la política y la jurídica. Finalmente se considera el metanivel; aquí se incluyen las decisiones individuales que en conjunto conforman los principios, valores y actitudes sociales que dominan el comportamiento de los ciudadanos en comunidad. La medida en que la competitividad de las empresas depende de los factores de los niveles mencionados está determinado por su tamaño. Las empresas grandes pueden subsanar deficiencias en infraestructura, educación, o bien sortear inestabilidad macroeconómica, política y jurídica, o hasta seleccionar personal con valores y principios afines a sus actividades. El único límite a las inversiones que se requerirían para esto es la disminución en la rentabilidad. Por su parte, las empresas de menor tamaño no pueden compensar rentablemente estas deficiencias en su entorno. Si el país en sus diferentes regiones no puede ofrecer las condiciones adecuadas, entonces estas empresas tendrán que aceptarlas como límites insuperables para su competitividad. Como resultado, su participación en los mercados –particularmente en los globalizados– será limitada. Una estrategia dirigida a fomentar la competitividad de una economía como la mexicana significa en primer lugar apoyar a la Empresa Media. Este resultado se debe simplemente a que la gran empresa ya es competitiva gracias a que su escala le permite realizar las inversiones necesarias para subsanar las deficiencias de México. Por supuesto, mejorar las condiciones de México en favor de su competitividad mejorará su atractivo para la gran empresa; pero más importante es que permitirá a la Empresa Media surgir y desarrollarse. La preocupación por la competitividad también define un papel para el Estado, que en México se traduce en una segunda fase de reformas estructurales. En efecto, la tarea que se requiere en asuntos económicos no se limita a la estabilidad macroeconómica. Tampoco significa la aplicación indiscriminada de subsidios. El Estado puede y debe fomentar la competitividad a través del establecimiento de las condiciones que hacen posible la competitividad de las empresas establecidas en México. Por ejemplo, reglas claras y transparentes; infraestructura adecuada; organizaciones independientes y profesionales; instituciones eficientes, etc. De esta manera el Estado no sustituye a la iniciativa privada, sino que la complementa naturalmente para que pueda desarrollarse conforme a las reglas del mercado. México requiere un foco de atención nuevo, alrededor del cual estructurar una estrategia de desarrollo apropiada a la globalización. El principio de sustitución de importaciones llevó a México hacia una economía cerrada e ineficiente. El fomento de las exportaciones ha polarizado la modernidad en las maquiladoras y la gran empresa. Ahora México es posiblemente el país con más acuerdos comerciales en el mundo y sin embargo la pobreza no parece disminuir, amén de que la falta de competitividad paradójicamente limita nuestro acceso a los mercados globalizados. Esta situación conduce al riesgo grave de que se confunda a la globalización como causa de pobreza, cuando en realidad a través del intercambio ofrece oportunidades para contrarrestar sosteniblemente este indeseable fenómeno. La competitividad como foco de atención de una política de Estado supera a esos otros conceptos utilizados hasta ahora. Es compatible con la globalización e incluso con la estrategia de fomento a las exportaciones. Es incluyente, en la medida que permite la participación de empresas de todos tamaños y requiere el concurso de todos los actores sociales. Establece además un nuevo sentido al quehacer del Estado, no como rector económico, sino como garante de las condiciones de competencia en su más amplio sentido. En suma, la competitividad puede ser el objeto de un consenso de todos los mexicanos, que incluya tanto a trabajadores y empresarios, como políticos, académicos, gobiernos, etc. Sobre esta base sería posible construir la prosperidad de México y el bienestar de los mexicanos, como demuestra la experiencia internacional resumida en las estadísticas presentadas. Nota 1 Ver por ejemplo Altenburg, Tilman; “México ante la competitividad sistémica internacional”, en EXPERIENCIAS PARA EL FUTURO, Nafin en sus 65 años, 1999. J. Alberto Equihua Zamora Dr. en economía y responsable del Proyecto “Clase Media Empresarial” de FUNDES México