económica exclusiva. Lo normal habría sido que ambos países

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ALBERTO A . H ERRE RO DE LA FU EN T E
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económica exclusiva. Lo normal habría sido que ambos países hubieran
procedido de mutuo acuerdo a la delimitación, pero no ha sido así. Ello se debe
a la falta de entendimiento con relación a las Islas Salvajes cuya proximidad al
archipiélago canario constituye un importante factor de distorsión dada su
proximidad a las Islas Canarias. Efectivamente, aunque no es la única, la regla
de la equidistancia entre las costas a partir de las cuales se hace de delimitación
constituye la fórmula más generalizada. Sería facilmente aplicable en el caso
que nos ocupa si no fuera por las Islas Salvajes. El problema radica en saber si
Portugal tiene derecho – como pretende – a reclamar para ellas una zona
económica exclusiva (200 millas), que entraría en colisión con la de las Islas
Canarias, o solamente aguas jurisdiccionales (12 millas). Y es sobre este punto
sobre el que no hay acuerdo ya que España considera que las Salvajes no son
islas sino solamente rocas. Desde esa parspectiva les sería aplicable el artículo
121.3 del Convenio de Naciones Unidas para el Derecho del Mar según el cual
“Las rocas no aptas para mantener habitación humana o vida económica propia
no tendrán zona económica exclusiva ni plataforma continental”. No vamos a
entrar aquí en fondo de la cuestión, pero el problema no tiene una solución
fácil, salvo que se decidiera de mutuo acuerdo poner en manos de un tercero el
establecimiento de una delimitación equitativa 15.
La fa lta de entendimiento al respecto ha llevado a que ni España ni
Portugal hayan hecho re clamación alguna sobre los espacios marinos en
cuestión y, en ese sentido, buena parte de los mismos sería alta mar, es decir,
una zona que, en principio escaparía a cualquier pretensión de reglamentación
oponible a terceros por parte de los países en cuestión y menos aún por parte
de sus regiones. En esas condiciones, el establecimiento en dichos espacios de
normas dirigidas a la protección del medio ambiente resultaría problemático,
si bien, como ha sido puesto de relie ve e n un caso semejante al que nos
ocupa 16, podría alegarse el veijo aforismo de que quien puede los más – en
este caso ejercer jurisdicción -tambié n puede lo menos, o sea, limitarse a
establecer normas dirigidas unicamente a la protección del medio ambiente.
Con todo, el problema de la falta de delimitación siempre acabaría surgiendo
aunque sólo fuera a efectos de determinar a quién corresponde el control sobre
el respeto de la normativa establecida 17 .
5. CONCLUSIÓN
Con la Declaración de Funchal se va a establecer un primer nivel de
institucionalización de los contactos hasta ahora ha bidos entre los dos
archipiélagos afectados. Por este camino pronto se terminará por cerrar el
campo de la cooperación transfronteriza entre entidades regionales hispanoportuguesas iniciado en 1991 en el que ya están involucradas todas la s
regiones peninsulares rayanas: Por parte española Galicia, Castilla y León,
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