State of art of the theoretical framework and techniques of public

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Estado del arte del marco teórico y las técnicas de investigación
de la opinión pública en materia de cooperación internacional
para el desarrollo
State of art of the theoretical framework and techniques of
public opinion research in the field of international cooperation
for development
Ruth de Frutos
Becaria FPU del Dpto. Periodismo. Universidad de Málaga
[email protected]
Resumen:
En este artículo se realiza un análisis del marco teórico y las técnicas de investigación de la
opinión pública en materia de Cooperación Internacional para el Desarrollo, a partir del
estudio “Estado de la opinión pública en Castilla y León en materia de Cooperación
Internacional para el Desarrollo” desarrollado por el Observatorio de Cooperación
Internacional para el Desarrollo de la Universidad de Valladolid. En este sentido, se
describirán distintas aproximaciones con el fin de afrontar su complejidad teórica y
metodológica.
Sin pretender realizar una historia pormenorizada de la opinión pública, se valora interesante
hacer referencia a los hitos más señalados de su desarrollo doctrinal, con el objetivo de
entender su función en la sociedad actual.
Palabras clave: Cooperación Internacional, opinión Pública, métodos de investigación
Abstract:
This article analyses a theoretical framework and technic research of the public opinion which
deals with International Cooperation for Development. This research is the result of a
widespread study named “State of public opinion in Castilla y Leon on International
Cooperation for Development” made by the Centre International Cooperation for
Development in the University of Valladolid. Thereby, we describe different which have been
faced from different perspectives from his theoretical and methodological complexity.
Without intending realise a history of public opinion in detail, it´s widely considered that
values refer to the identified milestones of the doctrinal development in order to understand
the function in the current society.
Key words: International Cooperation, Public Opinion, Research Methods
Introducción a la opinión pública: una aproximación al marco
conceptual y técnicas de investigación
“La opinión pública es un fenómeno de interés para todo tipo de personas. Tanto los
políticos, como los investigadores y periodistas políticos, así como filósofos sociales, se
ocupan de la opinión pública como una parte esencial de la vida política de las personas. La
opinión pública es, asimismo, objeto de estudio extensivo por parte de los investigadores
sociales que están interesados en saber cómo se generan las opiniones de los individuos, como
se convierten en una fuerza colectiva de importancia, y qué relación tiene todo esto con el
funcionamiento del gobierno, especialmente en las sociedades democráticas” (Crespi, 2000).
A partir de la (in)definición general sobre opinión pública y tomando las observaciones
expresadas por Tuesta Soldevilla (Soldevilla, 1997) al plantear que, a pesar de ser un término
utilizado con muchísima frecuencia, no es tan sencillo de definir.
Para demostrar esta aseveración, Soldevilla recurre a citar a otros teóricos sobre el tema como
es el caso de profesor Harwood Child que había encontrado, después de una copiosa
recopilación, que se manejaban cincuenta definiciones diferentes en la literatura
especializada, o al profesor Phillips Davison, profesor de la Universidad de Columbia que,
pese a reconocer que no existe una definición generalmente aceptada, llega a expresar que la
opinión pública “no es el nombre de ninguna cosa, sino la clasificación de un conjunto de
cosas”. Tuesta recoge también la formulación planteada por Jean Padioleou quien
irónicamente señaló que a la “opinión pública le ocurre como a los elefantes: puede ser difícil
definirlos, pero es muy fácil reconocer uno”.
Desde este marco de referencia, se deriva, como una primera conclusión, que las distintas
aproximaciones que se han llevado a cabo para tratar de definir el concepto de opinión pública
realizadas a lo largo de los años han permitido observar la inherente dificultad de la
caracterización del mismo, precisamente porque cada área de conocimiento observará la
opinión pública desde su perspectiva aislada.
Dader percibe que “una de las razones del confusionismo conceptual dominante en torno al
fenómeno de la opinión pública se debe sin duda a la variedad de especialidades académicas
que han pretendido estudiarlo como objeto exclusivo de su parcela científica” (Dader, 1992).
Una segunda característica, como bien escribe Monzón (Monzón, 1992), tiene que ver con el
hecho del carácter comunicativo en el sentido más amplio del término que se desprende del
concepto de opinión pública.
Y, a pesar de que en el ámbito cotidiano solemos referirnos con esta expresión a aquella
tendencia general de opinión que una sociedad determinada muestra sobre un tema específico
de interés, Gloria Angulo (Angulo, 1997) sostiene que es engañoso partir de la existencia de
una opinión pública común, homogénea de ideas y opiniones compartidas y, en este sentido,
señala que es posible distinguir, por lo menos, dos tipos distintos de públicos y, por ende, de
opinión pública: una opinión pública común y una opinión de las élites.
En el primer grupo encontraríamos a un público general, no interesado ni formado
especialmente en una temática concreta. Por el contrario, en el segundo grupo estarían
aquellas personas que, además de estar especialmente interesadas por una temática o espectro
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temático concreto, tienen y expresan una opinión considerada como relevante y participan, o
pueden participar, en la toma de decisiones en el ámbito político correspondiente. Este
público es además importante porque conforma un sector de la sociedad que puede incidir en
un ámbito social más amplio, expresando y comunicando sus puntos de vista.
La opinión pública, en líneas generales y, como podremos verificar en el trascurso de este
estudio al analizar las respuestas que más se han repetido a la hora de poner imagen del
mundo, nos lleva a otro concepto muy relacionado, que es el de imaginario colectivo, término
que hace referencia a un conjunto de percepciones compartidas por un significativo sector de
la sociedad y que responden a una necesidad de englobar en un todo homogéneo y borroso,
una realidad amplia y compleja. Este imaginario socialmente compartido está basado en una
lectura acrítica y estereotipada de la realidad dentro de un marco compartido de creencias,
valores, normas y conductas consideradas oportunas y propias de una cultura determinada.
Es desde este concepto que se pueden entender la conformación de “pensamientos únicos”
que no permiten realizar una visión plural, crítica y analítica de la diversidad del mundo en
que nos movemos y se asumen unos paradigmas planteados desde las esferas de poder como
formas adecuadas de entender y posicionarse ante el mundo sin que sea necesario realizar un
ejercicio de interpretación de las razones y las consecuencias que se derivan de determinadas
actuaciones. De la misma manera, desde esta posición, no se propicia la actuación del sujeto
como agente activo de cambio. La influencia de los medios de comunicación sociales es
determinante en la formación de imaginarios colectivos así como en la creación de
representaciones sociales nuevas que van unidas a contextos políticos, económicos y sociales
determinados.
El concepto de opinión pública se describe en este capítulo como un acto comunicativo propio
de la esfera pública, relacionado con el poder político en mayor o menor medida. La opinión
pública, de acuerdo con la postura de Robert Merton (Merton, 1949), surge de un proceso que
en algún momento, pero no en su totalidad, debe ser público.
A continuación, y sin pretender profundizar o realizar una historia del fenómeno de la opinión
pública pormenorizada, ni un estudio completo de los paradigmas, modelos, teorías y escuelas
de pensamiento, se valora interesante hacer referencia a los hitos más señalados del desarrollo
doctrinal de la opinión pública, sus definiciones y autores, con el objetivo de entender la
función de este concepto en la sociedad actual.
Si bien la génesis del concepto se encuentra en el mundo platónico y tendrá pocas variaciones
hasta la Edad Media, su culmen definitorio llegará con la Ilustración.
De hecho, el periodo clásico de la opinión pública inicia con los orígenes del término que,
como se explicará en el siguiente epígrafe, corresponden a Rousseau y se desarrollarán hasta
la aparición de los primeros estudios sobre los efectos de los medios de comunicación, en la
segunda década del siglo XX. En 1922, la obra de Walter Lippman La opinión pública junto
con el impacto de la radio con medio de masas (Lippman, 1925) y el inicio de la
Communication Research con la tesis de H. D. Lasswell Propaganda Technique in the World
Ward (Laswell, 1927) marcan el final de una etapa del estudio de la opinión pública.
Así, el primero será el tiempo de los historiadores, académicos del derecho y política y
sociólogos mientras que la segunda será principalmente empírica, directamente relacionada
con los estudios de psicología social y las ciencias de la comunicación. En el segundo
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periodo, se abandona el concepto globalizador y político de la opinión pública para definirla
como la suma de opiniones y actividades, tal como se expresa en las conclusiones de las
nuevas técnicas. Es el momento en el que se concibe la ‘opinión pública’ como elemento de la
ciencia empírica.
1. Aparición del concepto
El universo intelectual de la Ilustración generó el concepto de opinión pública y dio lugar a la
elaboración de teorías derivadas ya desde finales del siglo XVII y durante la primera mitad
del s. XIX.
Según el profesor Alejandro Muñoz-Alonso así como el término tiene una fecha precisa, el
fenómeno entendido como determinados comportamientos colectivos o actitudes
determinadas respecto a quienes ejercen el poder es “prácticamente tan viejo como la
sociedad humana” (Muñoz-Alonso, 1992).
Fue Phillips Davison en su artículo “Public Opinion” (Davison, 1972) quien creyó encontrar
un antecedente de la opinión pública en un poema del antiguo Egipto. También la civilización
griega formuló el preconcepto de opinión pública. Así, la doxa (opinión) griega se contrapone
a la areté (verdad) como conocimiento inseguro, proclive al error y apoyado en las meras
apariencias.
La distinción entre ius publicum e ius privatum es, para muchos autores, la distinción de dos
esferas que tienen que ver con la publicidad, en cuyo seno se emiten las opiniones públicas.
Para Ortega y Gasset la opinión pública es la fuente de legitimidad del poder político: “Jamás
ha mandado nadie en la tierra cubriendo su mando esencialmente de otra cosa que de opinión
pública” (Ortega y Gasset, 1999). También en Roma se hablaba de opinión pública.
Según Muñoz-Alonso, la Edad Media diluye esta división entre lo público y lo privado,
basándose en las corrientes de pensamiento de origen germánico (Muñoz Alonso, 1992).
“El consentimiento popular, emparentado con la moderna opinión pública, cobra una
importancia decisiva y creciente, aunque como señala Sabine, este consentimiento, no es tanto
un acto de voluntad como un reconocimiento de que el derecho es realmente como se
establece en el documento. Nos encontramos así con que se entiende al pueblo como un
contraste necesario para dar validez a la ley. Hay una opinio iuris, como es el caso de la mos
romana, y un remoto precedente de lo que muchos siglos después habría de llamarse ‘tribunal
de la opinión pública’” (Muñoz Alonso, 1992).
Walter Ullman habla de la ‘Teoría ascendente’ (1965) de este periodo para diferenciar la
opinión pública en sentido moderno de la de la época medieval, debido al fuerte carácter de la
sociedad feudal estamental.
Estas concepciones jurídico-políticas promueven una idea patrimonialista del poder político,
que genera la desaparición entre lo público y lo privado.
Todo ello desembocará en el proceso de secularización que afecta a la cultura occidental
desde la Baja Edad Media y que culminará con la Ilustración y la formulación del concepto de
‘opinión pública’.
El Príncipe de Maquiavelo generaliza el uso del término Estado, acuñando la concepción
moderna del mismo y alejándolo del universo cristiano medieval. En la obra destacan dos
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ideas fundamentales que afectan a la opinión pública, perfiladas por Monzón (Monzón, 1999).
La primera es que “el príncipe debe tener o consentir el favor popular” y, por otro lado, el
gobierno tiene implicaciones que tienen que ver con las actitudes del pueblo. Así, su
preocupación por la opinión o la imagen del príncipe se repite a lo largo de la obra:
“Cuando los grandes ven que ellos no pueden resistir al pueblo, comienzan creando una gran
reputación a uno de ellos y dirigiendo todas las miradas hacia él, hacerlo después príncipe
para, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos. El pueblo, por su parte, viendo que no
puede resistir a los grandes, da reputación a uno de ellos y lo hace príncipe para ser definido
con su autoridad” (Monzón, 1999).
De este modo, el italiano demuestra que en el marco teórico de la monarquía absoluta ya son
claramente visibles estos conceptos, que persistirán en el Barroco y hasta finales del siglo
XVIII. Según Muñoz-Alonso “la opinión no es valorada sino despreciada, pero debe ser
tenida en cuenta pues es útil para mantenerse en el poder” (Muñoz Alonso, 1992).
Con el Renacimiento y la primera etapa de la Edad Moderna tienen lugar una serie de
transformaciones a todos los niveles que darán como resultado el cambio en la concepción de
opinión pública. Así, la imprenta de Gutenberg marcó un hito fundamental en la historia de la
comunicación.
Esto permitió divulgar innumerables instrumentos que produjeron un cambio social
irreversible. Por otra parte, el libro impreso facilitó el uso individual e hizo posible la
formación de opiniones y criterios individuales.
Estos dos fenómenos se constituyeron en el seno de la burguesía alfabetizada, y es en los dos
países más alfabetizados de Europa en el s. XVIII, Inglaterra y Holanda, donde este sector de
la sociedad aspiró a entrar en la puja política a alto nivel.
Además, el desarrollo comercial e industrial de las grandes ciudades genera cambios
económicos, sociales y culturales de gran calado social. Del mismo modo, el paso del
teocentrismo medieval al antropocentrismo moderno, ya intuido con Maquiavelo, fue una de
las condiciones que consolidan la opinión individual.
En este contexto, como ha señalado Richard Sennett, con el Renacimiento reaparece una
distinción entre lo público y lo privado: “público significa abierto al escrutinio de cualquiera,
mientras que privado significa un ámbito de vida bien resguardado, definido por la familia y
los amigos” (Sennett, 1978).
Esta contraposición entre lo público y lo privado para describir la opinión pública, es
equiparable a la determinación de un ámbito como el de la sociedad, distinto y diferenciado
del ámbito propio de lo político (Muñoz Alonso et al., 1992). Así, parafraseando a Hans
Speier, la opinión pública “debe ser entendida primariamente como comunicación entre los
ciudadanos y el gobierno”.
Según el autor, el contenido de la opinión pública son “opiniones sobre cuestiones que afectan
a la nación libre y públicamente expresada por personas fuera del gobierno que reclaman el
derecho a que sus opiniones influyan o determinen las acciones, personal y estructura del
gobierno” (Speier, 1980).
En la evolución, por tanto, entre opinión y opinión pública, se analizan los cambios
semánticos realizados, sobre todo por Inglaterra hasta la autocomprensión burguesa que ha
cristalizado en el tópico de la opinión pública, apuntada por Jüger Habermas, en 1962. Así, el
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concepto de opinión pública sufre un doble proceso. Según Muñoz Alonso en cuanto
conocimiento vulgar se va degradando y en cuanto opinión individual se va sobrevalorando
en la medida en la que se favorecen los criterios autónomos, especialmente frente a la iglesia
(Muñoz Alonso et al, 1992). En este punto es en el que se basa Hobbes para discernir entre
conciencia y opinión.
El inicio del uso del término opinión pública ha sido objeto de profundos estudios por parte de
los estudiosos. De hecho, ya en 1936, Hermann Heller escribía: “La doctrina de la ‘opinión
publique” debe a la escuela fisiocrática su primera formulación. Fue Mercier de la Rivière
quién se valió de ella en 1767 para defender el absolutismo, al decir que también de esa forma
de gobierno quien manda no es en realidad el rey sino el pueblo por medio de la opinión
pública.
No obstante, Harwood Childs hace valedor a J. Rousseau de ser “el primero entre los teóricos
políticos en hacer uso del término” (Childs, 1965), al utilizarlo por primera vez cuando se
presenta al premio de la Academia de Dijon con su Discurso sobre las artes y las ciencias. Si
bien el trabajo de Rousseau se consolida entre los clásicos por perfilar el concepto de contrato
social, esta obra también destaca por su eficacia en la utilización de estos conceptos, entre los
que se acentúa el de opinión pública. Como conclusión de la polémica sobre la autoría de la
expresión, se puede resumir que Rousseu fue el primero en definir el término pero se suele
atribuir a los fisiócratas, especialmente a Louis Sebastian Mercier y de la Rivière, el “captar el
sentido estricto del término” (Monzón Arribas, 1992).
Como ya se ha visto, si bien el concepto opinión pública aparece de forma tardía como tal,
aún tardará más en constituirse como una formulación teórica completa. Así, como concluye
Paul R. Palmer, no será hasta el s. XIX cuando se produzca un “tratamiento sistemático” de la
opinión pública, con una clara impronta libera.
Es precisamente el liberalismo quien hace una primera formulación teórica de la opinión
pública transmitiendo sus ideales a través de la llamada ‘Escuela Clásica del Liberalismo’, en
la que destacan dos autores: J. Stuart Mill y A. de Tocqueville.
La concepción liberal de la opinión pública se basa en los dos mantras de dicha corriente: el
optimismo antropológico, en el cual el hombre es bueno y racional y, en segundo lugar, en la
armonía preestablecida ya que hay una verdad objetiva solamente alcanzable a través de la
discusión. Por ende, la opinión pública es el resultado del debate público y racional y por eso,
su concepto se basa en la verdad sobre una determinada cuestión que solo puede ser vista de
forma racional.
“El público (…) constituye el telar de la democracia clásica del siglo XVIII, la discusión es, a
un tiempo, el hilo y la lanzadera que unen en la misma rama los distintos círculos polémicos.
Su raíz es el concepto de autoridad debatida, y se basa en la esperanza de que la verdad y la
justicia surjan de algún modo de la sociedad constituida como un gran organismo de discusión
libre. El pueblo plantea problemas. Los discute. Opina de ellos. Formula sus puntos de vista.
Estos se exponen de manera organizada y compiten entre sí. Uno de ellos “gana”. Luego el
pueblo aplica esta solución o bien ordena a sus representantes que la apliquen, y así sucede”
(Mills, 1963).
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El trabajo de Mills, en contraposición al de Rousseau, atribuyó un papel mucho más formal a
la opinión pública, explicando que la sociedad consiste, pues, en una serie de individuos que
intentan satisfacer al máximo sus propios intereses y servicios (Prince, 1994).
Sin embargo, Montesquieu formulará la separación de poderes para delimitarlos y dividirlos,
momento tras el cual la libertad de los ciudadanos se convertirá en el fin último de la política.
En este contexto, el liberalismo limitará el derecho de sufragio, lo cual se convirtió en uno de
los principales argumentos que incidirán en la patente transformación que experimentará el
concepto de opinión pública a lo largo de ese siglo.
El modelo liberal entra en el “colapso del optimismo liberal” (Mills, 1963) que se produce
cuando se aplica el esquema racional a la realidad compleja de la época. Si bien Habermas
hace referencia a la profunda escisión social, la desorganización de la sociedad burguesa, es
incapaz de superar la desigualdad lo que conduce a una ambivalente posición frente a la
opinión pública. Lo cierto es que Hegel salva el concepto de opinión pública sacándola del
ámbito de la discusión e introduciéndola en la conciencia colectiva.
Según Alonso Muñoz, un grupo de intelectuales franceses llamados liberales doctrinarios
representan la esta desilusión liberal propia de la época. También en España tiene seguidores
esta corriente, entre los que destaca Cánovas. “El aristocracismo de los liberales doctrinarios
se atrinchera en posiciones que son más que meramente estéticas, frente a la amenaza de la
masa” (Muñoz Alonso, 1992). Esta línea de pensamiento se basa en el asedio que siente el
liberalismo, preocupado en contener los avances de las clases trabajadoras a través de la
propiedad.
Aunque Torqueville no es doctrinario, tiene ciertos parentescos ideológicos. Desde su
posición aristocrática liberal observa con cautela el creciente dominio de la masa y la
imposición de las mayorías, lo que le une a los liberales doctrinarios. Por otra parte, su
realismo y su experiencia en Estados Unidos le hacen ver que el proceso es irreversible y la
necesidad de adaptarse al mismo. Así, opinión pública, conformismo y mediocridad se unen
en la concepción de Tocqueville que, según el análisis habermasiano, “trata a la opinión
pública más como coacción que impele a la conformidad que como una potencia crítica”
(Habermas, 1981).
Inglaterra fue el único país donde triunfó el liberalismo doctrinario, ya que en el siglo XIX era
la nación más altamente industrializada del mundo. John Stuart Mill se consolida como la
figura de la época. Su preocupación por la ‘tiranía de la mayoría’ aparece como la idea central
de su obra On Liberty. Según Prince, este problema de la ‘tiranía de la mayoría’ representa el
peligro de que prevalezca la mediocridad en la opinión, creada y mantenida por dicha mayoría
(Prince, 1994). Con posterioridad se analizarán los peligros que pueden generarse derivados
de los puntos de vista de minorías muy influyentes para el conjunto de la sociedad.
En este siglo se configura la teoría de la opinión pública basándose en el criterio de
legitimidad. Así, el siglo XIX se caracterizará por el ‘régimen de opinión’, es decir, un
sistema de gobierno que se legitima por la opinión pública y que tiene a la opinión pública
como criterio de referencia. Wright Mills caracteriza todos los elementos del ‘régimen de
opinión’: una sociedad en la que la opinión pública se forma libremente a través de la
discusión raciona, opinión pública que se “oficializa” por el intermedio de asociaciones y
partidos y llega al Parlamento, donde se transforma en decisiones vinculantes. Según Muñoz
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Alonso, el único elemento que falta en su enumeración es la referencia a un mecanismo
electoral que viene a ser un artificio en virtud del cual la opinión pública pasa de la indefinible
situación en la que se encuentra a su versión oficializada (Muñoz Alonso, et al., 1992).
Será Kant quién vea que “la verdadera política no puede dar ni un paso sin rendir antes tributo
a la moral” y ve en la publicidad al principio capaz de lograrlo. Ésta se concretizará en la
exigencia de que todos los actos y decisiones de los políticos sean públicos.
Del mismo modo, durante el siglo XIX el concepto de opinión pública se convierte en un
tema de tratamiento obligado para los cultivadores de la Teoría del Estado y del Derecho
Constitucional. Primero en Alemania, y después en otros países, la opinión pública pasa a
tener un carácter político, basado sobre todo en los problemas de la segunda mitad de siglo
derivados de la ampliación del derecho al voto.
George Carslake Thompson analiza en Public Opinion and Lord Beaconsfield (Thompson,
1886) consideraciones generales de la opinión pública a través del estudio de un caso
concreto: los enfrentamientos entre los imperios zaristas y otomanos. El autor se preocupa
especialmente por los problemas recurrentes de la teoría de la opinión pública, así como la
relación entre opiniones minoritarias pero sólidamente formadas y opiniones superficiales de
grandes masas.
Sin embargo, la obra más influyente para el futuro sobre opinión pública del siglo XIX, es
The American Commonwealth (1888) de James Bryce. El autor hace un desarrollo completo
de la teoría de la opinión pública, estudiando su naturaleza, las fases del proceso de
formación, su gobierno, cómo la opinión pública gobierna en América, sus órganos, el papel
de la prensa, etc. En Bryce se observa un temprano interés por los partidos “que en su
conjunto son la nación”, así como en las elecciones.
Ya desde los primeros años del siglo XX es evidente el interés de sociólogos por el concepto
de ‘opinión pública’. La primera obra en este sentido es The Process of Government (1908)
de Arthur F. Bentley, quién es plenamente consciente de la importancia de la opinión pública
y tiene una extraordinaria preocupación metodológica que le lleva a intentar realizar una
medición a través de los datos observados. Otro tema que tiene extraordinaria importancia en
el estudio de la opinión pública es el papel de los grupos de presión, a los que Bentley presta
especial atención.
En 1922, Walter Lippman escribe La opinión pública, un clásico de las teorías de la opinión
pública, donde expresa el desencanto con la teoría tradicional. Según Ronald Steel (en
Lippman, 2003), autor del prólogo de la reedición de 2003, Lippman examinó “el corazón
mismo de la teoría democrática”: la supuesta existencia de ‘ciudadanos omnicompetentes’,
capaces de emitir juicios racionales sobre asuntos públicos, a condición de que alguien les
exponga los ‘hechos’.
“En ausencia de unas instituciones y una educación que permitan presentar el entorno con
tanto acierto, que todas las realidades de la vida pública se impongan a las opiniones
egocéntricas, los intereses comunes escaparán en gran medida a la comprensión de la opinión
pública y sólo podrán ser administrados por una clase especializada, cuyos intereses
trasciendan el ámbito local. Por un lado esta clase actuará en función de una información que
no poseerán las demás y en situaciones que el público en general no podrá concebir y, por
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tanto, sólo rendirá cuentas de hechos ya consumados, por lo que nos resultará virtualmente
imposible exigirles responsabilidades” (Lippman, 2003)
En este sentido, su principal argumento es que la teoría democrática exige demasiado a sus
ciudadanos. Parte de la base de que existe una desatención general del público y una falta de
interés por las cuestiones políticas (Prince, 1994).
Por su parte Dewey consideraba que el problema no era la incompetencia por parte del
público de la que habla Lippman sino la falta de métodos suficientes para la comunicación
política. Así, propone como solución la educación, sugiriendo que los ciudadanos deberían
tener la habilidad de juzgar el conocimiento proporcionado por expertos en esos asuntos. En
esta línea también se presenta Lasswell, quien cree que “la democracia necesita una nueva
forma de hablar” (Lasswell en Lippman, 2003).
1.1 Revisión del paradigma clásico de la opinión pública
Los nuevos planteamientos empíricos posteriores a la segunda década del siglo XX no son,
para algunos autores, los momentos de revisión y crítica del concepto clásico de opinión
pública sino que éstos dos procesos se enmarcan en las nuevas teorías que van surgiendo en el
siglo XIX y XX. En palabras de Monzón: “éstas teorías intentan revisar, refutar o superar la
primera teoría sobre opinión pública, elaborada por los fisiócratas y los primeros liberales
entre 1750 y 1850” (Monzón en Monzón et al, ídem, 1992).
Las nuevas concepciones que van surgiendo sobre la sociedad, la política, la economía, la
ideología, las masas y el ser del hombre, unido a las nuevas formas de pensar y actuar
derivadas de la expansión del capitalismo, el proceso de industrialización, el crecimiento
urbano y demográfico, la lucha por la ampliación de derechos civiles y políticos harán
cambiar, entre otras muchas cosas, el concepto original de opinión pública.
Public Opinion Quartely (Floyd Allport, 1937) representa un ejemplo claro de figura
revisionista del concepto clásico ya que critica la metodología de sus antecesores, abogando
por una evolución de la ciencia a través de datos contrastables. De hecho, su trabajo fue el
punto de partida para numerosos estudios empíricos sobre opinión pública. El autor define al
público como una población delimitada por diversos límites y lo identifica con la totalidad de
la población, lo que arraigó en los círculos de investigación de la época.
Entre los planteamientos más importantes que disienten de la teoría liberal, se pueden citar el
marxismo, la sociología del conocimiento, la psicología de las multitudes y la teoría de la
sociedad de masas.
Como explica Monzón, el marxismo de Marx y Engels hablan del concepto de la opinión
pública como una consecuencia lógica de la expresión de las ideologías, si bien el concepto
como tal raramente es utilizado por los autores (Monzón et al., 1992). Así, la opinión pública
no es una manifestación externa de lo que piensan los ciudadanos sobre la cosa pública frente
a poder, sino el reflejo de las clases sociales y sus formas de pensamiento.
En segundo lugar, la sociología del conocimiento (Scheler, Mannheim, Durkheim, Sorokin,
etc.) se desarrolla principalmente en Alemania y Francia y tiene sus antecedentes inmediatos
en el historicismo, el marxismo y la sociología francesa. Uno de sus principales autores es
Max Scheler, quien explica que la sociedad determina la presencia, pero no la naturaleza de
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las ideas y, por tanto, la sociología del conocimiento, lo que debe hacer es estudiar los
condicionamientos históricos y sociales que determinan las ideas y explicar las razones que
llevan a la actualidad de unas y otras (Scheler, 1973). Otro de los autores de esta corriente,
Karl Mannheim, en cambio, amplía el concepto de clase social al grupo social.
La psicología de las multitudes se ocupa de la dimensión irracional del hombre, la cara oscura
del mismo hasta la segunda mitad del siglo XIX. En este sentido, el concepto de opinión
pública dará un giro ya que si antes era entendida desde el raciocinio público, ejercido por
personas privadas, informadas y responsables ante asuntos públicos, ahora se explicará desde
las masas como racionalización de un impulso colectivo. Así, se pasa de la razón a los
instintos y de los públicos a las masas. Entre las obras de psicólogos de las multitudes
destacan La opinión y la multitud (Tarde, 1901), Psicología de las masas (Le Bon, S. Freud,
1920) y Trattato di sociología generale (Pareto, 1916).
“La observación, la especulación y la posición ideológica de ciertos ‘psicólogos’ encontrarán
e la vida instintiva (dimensión irracional) del hombre la última razón de las conductas
marginadas (contra el orden establecido) y devolverán el concepto de ‘ciudadano’ a su sentido
original. El pueblo no está formado por ciudadanos, como decía la Ilustración y la Revolución
Francesa, sino por multitudes y masas que se comportan como tal” (Monzón, 1990).
Por su parte, la teoría de la sociedad de masas, al igual que la sociología del conocimiento, se
desarrolla en el periodo de entreguerras, aunque el concepto de ‘sociedad-masa’ ya ha estado
presente en todos los momentos de la historia. C. Mannucci (1972), al describir la sociedad de
masas, prefiere hablar de esta teoría. El final de la sociedad es el caos ya que el desarrollo
desborda todo lo imaginable, porque las élites han perdido el papel dirigente que tuvieron en
el pasado, el orden y los valores tradicionales han sido trastocados y las masas han asumido el
protagonismo de la historia.
Siguiendo a Salvador Giner (1979), la teoría de la sociedad de masas inicia con los autores K.
Mannheim, (Ideología y utopía, 1936), M. Scheler (1926) y J. Ortega y Gasset (La rebelión
de las masas, 1929), aunque algunos puntos de dicha teoría tienen un origen mucho más
antiguo. Los autores de finales de los años veinte del siglo pasado harán la primera
formulación de la teoría de masas, tratando de explicar sus causas y características. Así, el
régimen de opinión como gobierno de masas, ha quedado reducido a un rito y a un estereotipo
vacíos de contenido y desconectados de la realidad. Como explica Monzón: “la opinión
pública real no se encuentra en los ciudadanos interesados e informados sino en sectores
minoritarios que hablan en nombre de toda la población. Las técnicas de persuasión, de
creación de imagen, unido al poder de los medios de comunicación, han hecho posible que el
miedo a las mayorías haya pasado, devolviendo la opinión pública, como en los fisiocrátas a
su sentido original: al poder de los que gobiernan y a la sabiduría de los ilustrados” (Monzón,
1992).
1.2 Principales teorías contemporáneas
Un recorrido panorámico de las principales concepciones contemporáneas del fenómeno de la
opinión pública permite observar su complicidad y diversidad. Sin embargo, una pequeña
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descripción de cada una de ellas “permite alcanzar ciertas bases de síntesis fundamental” para
su entendimiento (Dader, 1995).
En la segunda mitad del siglo XX, el concepto clásico semiunitario de opinión pública ha
sufrido una gran dispersión y hasta un vaciado de contenido que llega a su culmen con los
sociólogos Stoetzer y Girard cuando afirman que “sería inútil intentar definir la opinión
pública. La opinión pública no es un objeto, es un capítulo de investigación”. Así, José Luis
Dader plantea una serie de categorías en las que enmarca las teorías y concepciones
contemporáneas. En primer lugar, habla de las concepciones atómicas, que no han seguido
una corriente de pensamiento pero han calado en la conciencia popular y que, con
independencia de su antigüedad histórica, todavía hoy sirven a muchas personas para
improvisar su propia interpretación de término.
La sistematicidad inconsciente del psico-sociologismo positivista tiene como común
denominador que consiste en la huida de cualquier concepción teórica sobre el fenómeno y en
la autolimitación de las descripciones pragmática de los hechos concretos. Para Habermas, la
sociología positivista a lo largo de siglo XX ha pretendido medir directamente
manifestaciones diversas de opiniones a costa de olvidarse de los aspectos ético-políticos e
institucionales del concepto de ‘opinión pública’. Así, la opinión pública interesa
pragmáticamente como una técnica capaz de gobierno, pero ya no se la vincula ni a unas
reglas de discusión pública, ni debe ocuparse de problemas políticos. No es extraño que, en
términos populares, cuando hoy día se habla de opinión pública tienda a entenderse como la
“opinión media de un individuo” que por mas comodidad llamamos ‘opinión pública’, según
alude Dader.
Un planteamiento cercano al anterior es el estructural-funcionalismo que, por el contrario,
tiene una potente teoría sociológica. Uno de los autores más importantes de la corriente es
Otto Baumhauer, quién escribió Sistema de la opinión pública donde ofrece una visión
globalizante y generalista desde la que conocer la ‘opinión pública’. Para el autor este es un
fenómeno sujeto a transformación constante en realidades y sociedades diferentes. Así, se
consolida un modelo de sistema abierto de opiniones publicadas. También establece las
diferencias entre ‘clima de opinión’ (Granwill, 1661; Noelle-Neuman, 2003) y ‘corriente de
opinión’.
De entre todas las corrientes originadas dentro del marxismo, destaca la ‘Escuela crítica de
Francfort’ (Adorno, Horkheimer, Marcuse, Habermas, etc.) ya que es la que más ha revisado
todos los campos del saber, para acabar proponiendo una nueva visión crítica, tanto del
pensamiento marxista como del liberal tradicional. Dentro del grupo, destaca el teórico
Habermas (1962) al realizar el mayor esfuerzo de replanteamiento global del estudio. En este
sentido, entiende el éxito de las mediciones empíricas como manifestaciones superficiales de
los fenómenos pero pretende descubrir un nuevo paradigma de ‘lo publico’ y la opinión
pública que sirva como prueba de que la sociedad es verdaderamente democrática.
Una concepción radicalmente distinta y hasta polémicamente enfrentada es la explicación de
Elisabeth Noelle-Neuman sobre la opinión pública (1971, 1974, 1978 y 1980). La autora
identifica la opinión pública con el ‘control social’ o censura moral que de una manera
efectiva todos los individuos de una sociedad son capaces de reconocer intuitivamente.
Noelle-Neuman define la opinión pública como “aquellas opiniones, pertenecientes al terreno
11
de la controversia, que uno puede expresar en público sin sentirse aislado de los demás”. Este
fenómeno se analiza desde su vertiente psico-sociológica, aunque tal vertiente también
depende de consecuencias político-prácticas.
El pensamiento de Niklas Luhmann sobre el papel de la opinión pública es algo tan básico e
inmenso como “la estructura temática de la comunicación pública” (Luhman, 1970). En este
sentido, la opinión pública deja de ser el resultado de la libre discusión racional de los temas
de interés público por parte de individuos integrados en la sociedad civil y es tan sólo esa
coincidencia social efímera que considera algún asunto más relevante que el resto (ídem: 209
y ss) . Así, la opinión pública es un espejo o, dicho de otra forma, es la imagen de sus propios
observadores.
Otra corriente de pensamiento define la esencia de la opinión pública a través de la posición
mayoritaria o la opinión dominante (Lang y Lang, 1983), donde se valoran las opiniones de
individuos o la estructuración colectiva de esas opiniones. Es decir, la opinión colectiva
emerge de innumerables actos de comunicación interindividual e intergrupal de “los procesos
de discusión, debate y de toma de decisión colectiva” (Prince, 1994).
El mundo científico actual ha optado por defender la idea de la opinión pública entendiéndola
como proceso aunque fue Cooley (1918) el primer teórico que formuló explícitamente este
principio. Cualquier teoría que se pueda agrupar en esta rama de pensamiento debe especificar
los componentes del proceso y éstos deben referirse a la teoría de la ciencia social, teoría que
deberá estar basada en un cuerpo de conocimientos empíricos y abarcar la dimensión
individual, colectiva y política del proceso de opinión pública (Crespi, 2000). Según el autor,
este proceso será tridimensional basado en las transacciones entre individuos y ambientes,
comunicación entre individuos y colectividades y legitimación política de la fuerza colectiva
que emerge.
Es interesante destacar que Donsbach hizo referencia a la pregunta ‘¿Qué es opinión pública?’
en el Congreso de 1994 de la World Association of Public Opinion Research (WAPOR) sin
ofrecer una respuesta: “ésta es una pregunta para la que muchos querrían poder tener una
respuesta, tanto dentro como fuera de la WAPOR. Lamentamos decir que Joohoan Kim (uno
de los panelistas) tampoco la tuvo” (Citado en Crespi, 2000). A modo de conclusión, la
variedad de interpretaciones descritas sobre la opinión pública presentan una mera dicotomía
entre racionalidad e irracionalidad, que se reformula a lo largo de la historia en diversos
estudios.
1.3 Técnicas para investigar la opinión pública
Los investigadores comparten intereses básicos en la observación de la opinión pública, cómo
se origina, cambia o se distorsiona en el transcurso del debate público. En este sentido, los
indicadores de opinión pública se pueden obtener a través de muchas herramientas
metodológicas.
Si bien ninguna de las metodologías que se presentarán a continuación son suficientes por sí
mismas, su objetivo es realizar una mera observación de un momento puntual de la opinión
pública a través de herramientas contrastables.
12
Dado que los resultados que se presentan del estado de la opinión pública en Castilla y León
en materia de cooperación internacional para el desarrollo han sido fruto de la utilización de
dos técnicas de investigación específicas, Grupos de discusión y Encuesta de Opinión, ambas
serán descritas a continuación de manera un poco más detallada que el resto de técnicas
presentadas.
1.3.1.
Encuesta de opinión
Los gobernantes y pensadores sociales han tenido que conformarse con su experiencia
personal o el seguimiento de la prensa, en particular de los editoriales y de los artículos de
opinión para seguir la opinión pública hasta el siglo pasado. “Será la prensa la que inicie una
simulación de encuestas, a través de cupones que incluyen los periódicos y revistas, con la
intención de conocer el candidato del partido político preferido por las próximas elecciones.
(…) Su lugar será ocupado por una técnica científica más precisa, llamada encuesta o sondeo”
(Monzón,1992).
Las encuestas (survey, public opinion poll) son un procedimiento estadístico que permite
delimitar la opinión de una sociedad o de un grupo social, determinando su sentido e
intensidad, captando situaciones y hechos (Bergara y San Román, 2005). En palabras de
Cándido Monzón, las encuestas de opinión “son un procedimiento para conseguir información
(opiniones) de un grupo de sujetos (muestra) que pretende representar un universo mayor
(población) dentro de unos márgenes de error controlados (probabilidad)” (Monzón, 1992).
Precisamente por esa razón, este método científico ha primado en el análisis empírico de la
opinión pública durante la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, los orígenes de las
encuestas se remontan al siglo XIX donde se encuentra su antecedente directo: los estudios de
mercado. Posteriormente serán los autores Archibald Crossley, Elmo Roper y George Gallup
quienes utilizaron sus conocimientos sobre mercado para evaluar la intencionalidad del voto
en 1936, como se verá más adelante.
En el siglo XIX también se hacen algunas encuestas rudimentarias, como se hacía referencia
en algunas revistas estadounidenses. Bergara y San Román dan citan a las revistas Harriby
Pennsylvanian y Raleigh Star, que en 1825 hicieron una propuesta de encuesta sobre la
intención de voto. Literary Digest volvió a utilizar este tipo de método en 1916.
Así, las encuestas de opinión, como técnica científica, empiezan a utilizarse en el periodo de
entreguerras, pero será a partir de 1935 cuando Elmo Roper y George Gallup (A Guide to
Public Polls, 1938) las den a conocer en el campo de la vida política. Un año después, en
1936 se desarrolla un “nuevo sistema de predicción” (Bergara y San Román, 2005)
coincidiendo con la reelección del presidente Roosevelt en los Estados Unidos en el que
2.400.000 personas participan en la encuesta realizada por Literary Digest que predice el
fracaso en las urnas del político.
A partir de ese momento, las universidades de Denver y Princeton publican resultados de
encuestas de opinión en la revista científica trimestral The Public Opinion Quaterly. Pero no
sólo las revistas académicas se preocupan por la nueva metodología, periódicos como el
Washington Post publican resultados de encuestas.
13
Al otro lado del océano, Inglaterra es el primer país donde se desarrolla esta herramienta
metodológica y en 1938 se funda el Instituto Británico de la Opinión Pública, seguido del
Instituto Francés de la Opinión Pública en el país galo. Tendremos que esperar varias décadas
hasta que en España se cree el Instituto de Opinión Pública, denominado actualmente Centro
de Investigaciones Sociológicas (CIS).
A pesar de las críticas y las dudas sobre su validez, la técnica de la encuesta se difunde por la
mayor parte de los países del mundo democrático y, en la actualidad, la demanda es cada vez
mayor. Los paneles y barómetros son una modalidad de las encuestas de opinión que nos
permiten conocer en tiempo la evolución de las opiniones de la población.
Sin embargo, este método de investigación sólo obtiene datos a través del análisis
cuantitativo, lo cual ignora otras fuentes históricas de opinión pública, por lo que otros autores
han optado por datos no cuantitativos.
Cabe apuntar que, por tanto, las encuestas no miden exactamente la opinión pública sino
opiniones de la población relacionada con asuntos de interés general. En este sentido, sirve
para realizar una fotografía de la población a través de una muestra representativa.
Hyman postula dos tipos de encuestas: las descriptivas y las explicativas. Las primeras son
aquellas que tienen como “objetivo central la medición precisa de una o más variables
dependientes, en alguna población definida o en una muestra de dicha población”. Si bien
parece simple, el diseño de la investigación muestra dificultades claras como la apropiada
conceptualización del fenómeno. Normalmente, este tipo de encuestas busca una población
grande y heterogénea, aunque también se han dado análisis concretos. Por su parte, las
encuestas explicativas tienen relación con los modelos de los experimentos en laboratorio,
con la diferencia de que tiene como objetivo representar el “medio natural” (Hyman, 1984).
La aproximación a la opinión pública viene delimitada según algunos autores (Cándido
Monzón, García Ferrando, etc.) por aspectos fundamentales entre los que destacan:
• La ley de los grandes números y el cálculo de probabilidades (S. de Poisson y J.
Bernuille en Hyman, 1984), es decir, a cuántas personas se debe realizar entrevistas
para que la muestra represente al conjunto de la población. La teoría explica que
cuánto mayor sea el número de muestras o de personas de la misma, más se
aproximarán a las actitudes u opiniones del conjunto de la población, disminuyendo
el grado de error.
• Teoría de las muestras, que señala cómo se debe realizar la selección de esa parte del
universo que se estudia.
• Teoría de las actitudes y técnica de la encuesta. En este apartado se establece que
cómo se diseñan los cuestionarios y los tipos de entrevista.
• Tabulación de los datos, proceso que se produce una vez finalizada la fase anterior.
En la tabulación se completan o corrigen los fallos, contactando de nuevo con los
miembros de la muestra si fuera necesario y después trasladando la información a
fichas, aplicando un programa para procesar dichos datos, leyendo las fichas y
procesando los datos.
• Por último, la interpretación de los resultados que es posible a través de diversas
técnicas de análisis y construcción de modelos.
14
Como afirman Ghiglione y Matalon: “una reflexión somera nos muestra que cada uno de
dichos problemas se remite a problemas prácticos más someros claramente reconocidos, y que
este paso crítico, teóricamente situado, permite plantearlos mejor” (Ghiglione y Matalon,
2005). En el desarrollo de la encuesta se pueden dar diversos errores (de muestreo, cobertura,
no respuesta, medición, etc.) por lo que se debe cuidar el planteamiento inicial de la misma
para evitarlos en la medida de lo posible.
1.3.2.
Grupos de discusión: antecedentes y definición
Los grupos de discusión constituyen una técnica de recogida de datos de naturaleza cualitativa
que ha sido ampliamente utilizada en diferentes campos de la investigación sociológica y
cuyas posibilidades en el ámbito educativo, entre otros, comienzan a ser consideradas por los
investigadores. Como defiende Gil Flores, es una técnica adecuada para la obtención de datos
sobre las percepciones, opiniones, actitudes, sentimientos o conductas de los sujetos en
relación a un determinado tema o realidad en estudio (Gil Flores, 1993). Su utilización, de
forma aislada o en combinación con otras técnicas, conduce a interesantes resultados, en los
que el enfoque cualitativo posibilita un enmarque y un espacio de análisis de discursos de
gran interés.
La utilización de la técnica denominada grupos de discusión como tal, se remonta a la década
de los años treinta cuando Kurt Lewin empezó a estudiar la dinámica de grupos para
conseguir objetivos en los procesos grupales, y con el desarrollo de las técnicas no directivas
de entrevista, así como con las técnicas de terapia de grupo empleadas en psiquiatría.
Desde este último enfoque en el ámbito de la psicología, Lederman al referirse a los grupos de
discusión, afirma que "su conceptualización se basa en la asunción terapéutica de que las
personas que comparten un problema común estarán más dispuestas a hablar entre otras con el
mismo problema" (Lederman, 1990). El tipo de datos producidos por medio de este
procedimiento es portador de informaciones sobre preocupaciones, sentimientos y actitudes
de los participantes no limitados por concepciones previas del investigador, como ocurre en
los cuestionarios o entrevistas estructuradas. Que los sujetos poseen información, que pueden
traducir y formular en palabras sus pensamientos, sentimientos y conductas, y que necesitan
del investigador y del contexto grupal para que esa información aflore, se encuentran entre las
asunciones en que se apoya la metodología de los grupos de discusión.
Por su parte, K. Lewin y colaboradores, entre ellos R. Lippitt, con quien llevaría a cabo una
investigación con grupos de preadolescentes sobre estilos de liderazgo, formalizaron la
práctica de discutir en grupo las incidencias y desarrollos de seminarios sobre los procesos de
grupo; estas discusiones, reflexiones y “discursos” sobre los seminarios fueron, poco a poco,
conformando el grupo como una técnica de análisis, pero también como una herramienta de
recogida y producción de información.
En la década siguiente, R.K. Merton descubría lo que llamaría el grupo focalizado, que según
definición de Korman consistiría en “una reunión de un grupo de individuos seleccionados
15
por los investigadores para discutir y elaborar, desde la experiencia personal, una temática o
hecho social que es objeto de una investigación elaborada”1
Evolucionando ambas teorías sobre grupos y procesos y, desde una perspectiva psicológica y
social, se llega a partir de la década de los cincuenta a expresarse en la práctica esta técnica de
dos maneras diferentes. Por un lado, la que responde al modelo norteamericano conocida con
el término focus group, y la versión europea, cuyo representante más significativo es el
español Jesús Ibáñez, y por quien a esta técnica de investigación se le conoce con el nombre
de grupo de discusión, en el que el grupo como tal es el origen de una información, de unos
discursos, sobre un tema acotado desde el exterior.
Ibáñez argumenta que es a través del lenguaje que las personas expresan su interpretación del
mundo y es estudiando el lenguaje y sus elementos, lo que permite al investigador acercarse a
los mapas conceptuales e ideológicos sobre los cuales los sujetos y el conjunto de la sociedad,
van construyendo la imagen de su entorno más inmediato y más lejano (Ibañez, 1979).
A esta idea, se suma el aporte que Canales y Peinado respecto al canal que comúnmente se
utiliza en el medio social para ir generando información (Canales y Peinado, 1995). Y este
canal es la discusión, entendiendo que la vida social es como una conversación y las personas
se comportan como lo harían en un diálogo, buscando la manera en la que fijar cada una de
las partes su posición o su percepción sobre una experiencia, y todo ello, desde su visión y
valoración del mundo, interconectando con los demás puntos de vista.
Ibáñez concibe al grupo como un todo, en el que cada “interlocutor” es parte del proceso, que
al conversar, va generando cambios en su discurso y en la conversación misma; el sistema
informacional es abierto, cada participante habla y puede responder, a su vez, el que responde
puede cuestionar y volver a hacer otras preguntas, lo que hace una conversación. Lo anterior,
toma trascendencia para la investigación social, si consideramos que la conversación es
entendida como la unidad mínima de la interacción social que a partir de este juego de
lenguaje dialógico se (re) produce el orden social (Ibáñez, 1994).
La técnica de grupo es muy útil en las primeras fases de una investigación como
complemento de otras técnicas, como, por ejemplo, para precisar hipótesis, modelos
explicativos, formular un cuestionario..., pero también en las últimas fases de la investigación
como ayuda a la interpretación y para profundizar en la compresión de las relaciones entre
procesos y variables.
Los grupos de discusión pueden ser también utilizados como una técnica de investigación
que, sin ir unida a otras técnicas, sirve para analizar discursos sociales en los que se pretende
estudiar las motivaciones, actitudes y razones por las que una persona se decanta por una u
otra argumentación; del mismo modo se utiliza para el estudio de ideologías y sistema de
creencias, además de para analizar los procesos de comunicación, su impacto, etc.
Aun siendo una práctica cada vez más habitual el uso de manera aislada de los grupos de
discusión, las opiniones más frecuentes defienden la complementariedad de esta técnica junto
con otras como una estrategia de investigación que contempla los aspectos cualitativos y
cuantitativos de la materia de estudio.
1
Disponible en: [http://www.ccp.ucr.ac.cr/bvp/texto/14/grupos_focales.htm]. Acceso: 29.05.2012
16
En este sentido, los grupos de discusión pueden ser utilizados en la fase inicial de un estudio
para, a partir de los datos arrojados por el grupo, generar hipótesis iniciales de un problema
del que no se tiene mucho conocimiento y sirviendo en este caso como base para el desarrollo
de una posterior investigación adicional.
Otra utilización frecuente es para la construcción de un cuestionario de opinión pública que se
elaborará a partir de los resultados de grupos de discusión, permitiendo formular sus ítems en
el propio lenguaje usado por los sujetos a quienes va dirigido e incluyendo ideas que podrían
haber quedado excluidas en la elaboración del mismo2.
Igualmente, los grupos de discusión pueden servir como un instrumento de interpretación de
resultados fundamentalmente cuantitativos que se han obtenido a través de otras prácticas de
investigación y que precisan de la argumentación cualitativa que complete el análisis
realizado.
Como defiende Gil Flores, las posibilidades de los grupos de discusión como estrategia
metodológica sobre la que apoyar la investigación, cuando interesa conocer la percepción que
los sujetos de una población tienen acerca de un determinado concepto, hecho, institución o
programa, han quedado ampliamente confirmadas en diferentes ámbitos de la sociología, y
parecen empezar a ser valoradas también en el campo de la investigación sobre educación.
Los grupos de discusión producen un tipo de datos que difícilmente podrían obtenerse por
otros medios, ya que configuran situaciones naturales en las que es posible la espontaneidad y
en las que, gracias al clima permisivo, salen a la luz opiniones, sentimientos, deseos
personales que en situaciones experimentales rígidamente estructuradas no serían
manifestados (Gil Flores, 1993).
En definitiva, y a partir del concepto y utilización que a esta técnica se le ha dado en la
realización del presente trabajo sobre opinión pública, el grupo de discusión es una técnica
cualitativa no directiva que tiene por finalidad la producción controlada de un discurso por
parte de un grupo de personas que son reunidas, durante un espacio de tiempo limitado, a fin
de debatir sobre un tópico propuesto por el investigador y que ha sido utilizado como
instrumento previo a la construcción del cuestionario de opinión pública y, posteriormente,
como un complemento analítico de los datos cuantitativos arrojados por ésta última.
1.3.3.
Otras técnicas para analizar la opinión pública
Monzón enumera otra serie de técnicas que, si bien están adscritas a otras disciplinas
científicas, tienen una relación directa o indirecta con la opinión pública (Monzón, 1992).
• La técnica del panel: Es una modalidad de las encuestas en la que se repite el mismo
cuestionario a la misma muestra en diferentes intervalos y tiempo con el fin de
observar el cambio de opinión a corto plazo. El teórico que desarrolló esta técnica fue
Lazarsfeld en su estudio de las elecciones estadounidenses llamado The People’s
Choice (Lazarsfeld, 1940).
2
En el caso del trabajo de investigación realizado y presentado en este documento, el objetivo y la finalidad de
los Grupos de Discusión que se han llevado a cabo han tenido como finalidad el apoyo para la elaboración del
cuestionario de opinión pública y el análisis cualitativo de las respuestas, que completa este estudio.
17
•
•
•
•
•
La entrevista en profundidad: Esta técnica tiene como objetivo profundizar en las
opiniones o actitudes de aquellas personas con mayor influencia de la sociedad o que
representen las corrientes de opinión de forma clara. En esta entrevista el investigador
prepara un guión sobre el tema a investigar, la selección de la muestra debe
representar al mayor número de grupos o públicos y es necesaria la experiencia
probada del investigador. Monzón destaca que “esta técnica sintoniza con la
concepción aristocrática de la opinión pública, esto es, con el punto de vista de
aquellos que sostienen que la opinión pública no es sino un reflejo de la opinión de los
mejores” (Monzón, 1992).
Análisis escritos dirigidos a organismos públicos: Entre estas técnicas destacan los
documentos que recogen firmas y las cartas dirigidas a los medios de comunicación,
así como llamadas telefónicas a radio y televisión. Su análisis es importante ya que, en
el primer caso, la población utiliza esta vía para hacerse notar públicamente, porque
las otras vías legales no son eficientes completamente, mientras que en el segundo
caso, las cartas dirigidas a los medios permiten al investigador evaluar el contacto
directo con el público.
Observación de comportamientos colectivos: En ocasiones, la opinión pública utiliza
medios como las concentraciones, manifestaciones, etc. que “representan un
comportamiento colectivo basado en la acción mientras que la opinión pública se basa
en la razón, sin que ello obste para que muchos comportamientos colectivos sean
portadores o expresen opinión pública”(Monzón, 1992). Según C. Selltiz, esta
observación se convierte en técnica de investigación cuando sirve a una hipótesis
formulada, se planifica y controla sistemáticamente, está sujeta a comprobaciones y
controles de fiabilidad y validez (Selltiz, 1965).
Escalas de actitud: Esta técnica pretende medir los comportamientos afectivos y
cognitivos como variables en el sujeto y se utilizan para asignar un valor numérico a
un individuo en algún punto entre dos extremos de una escala. En este sentido, se
pueden evaluar la consistencia, o la permanencia del mismo tipo de respuesta; la
amplitud, o el número de aspectos y acontecimientos; la intensidad, o la fuerza con la
que se mantiene la actitud y la espontaneidad, es decir, la predisposición de las
personas a responder o no a una pregunta. Algunos autores se refieren al concepto de
‘opinión pública’ pensando tanto en el concepto de opinión como en el de actitud,
porque los públicos manifiestan puntos de vista que no lo hacen como mero juego
intelectual sino como posicionamiento a favor o en contra. En este sentido, las escalas
de actitud se encuentran entre las técnicas indirectas que miden la opinión pública. Sin
embargo, cabe decir que hay otra corriente de pensamiento que ha intentado una
diferenciación precisa entre los conceptos de opinión y actitud (Thurstone, 1928;
Allport, 1967).
Análisis de contenido: Fue Bardin quien definió el análisis de contenido como “un
conjunto de técnicas de análisis de comunicaciones tendientes a obtener indicadores
(cuantitativos o no) por procedimientos sistemáticos y objetivos de descripción de
contenido de los mensajes, permitiendo la inferencia de conocimientos relativos a las
18
condiciones de producción/recepción (variables inferidas) de estos mensajes” (Bardin,
1986). La Oficina de Investigación Social Aplicada de la Universidad de Columbia
(Columbia University’s Bureau of Applied Social Reserch) (Lasswell, Berelson,
Lazarsfeld) analizó la opinión pública a través del área de la comunicación,
especialmente de la comunicación política, basándose en el análisis de contenido. En
este sentido, investigaron la activación y el refuerzo de las opiniones y actitudes de los
votantes individuales, así como las sinergias entre gobernantes y gobernados que son
mediatizadas por mensajes en medios de comunicación y, por último, dada la
importancia de los mass media, entre sus efectos se encuentra la opinión pública
1.4 Los medios de comunicación en la opinión pública
“En la historia de la opinión pública los hitos más relevantes son las fechas en que los
gobiernos cesan de censurar la pública expresión de la disidencia política” (Speier et al.,
1992).
Como condiciones necesarias para el desarrollo de la opinión pública se han considerado
tradicionalmente el papel de la prensa diaria y el desarrollo de la imprenta. Los primeros
diarios que, se consolidan precisamente a lo largo del siglo XVIII son, sin ninguna duda, un
elemento sin el que resulta imposible la existencia de la opinión pública. Posteriormente, la
incorporación de la radio, la televisión e internet han creado un panorama en el que la opinión
pública siempre ha encontrado en los medios de comunicación su mejor medio de expresión
(Monzón, 1992).
La prensa, junto con el incipiente sistema de partidos, hace posible la existencia de la opinión
pública que se va configurando como un contrapunto del poder político durante el siglo
XVIII. Raymon Williams ha estudiado todas estas ideas en su obra The Long Revolutions, que
resulta imprescindible para analizar la formación en Inglaterra de una prensa independiente y,
por ende, de una opinión pública, fenómeno equiparable al resto de países con mayor o menor
cercanía en el tiempo (Williams, 1961).
La opinión pública, como se ha apuntado en la introducción de este capítulo necesita como
requisito previo la publicidad de lo político, y mal podía formarse si el Parlamento, lejos de
ser un foro público, funcionaba a puerta cerrada y mantenía en secreto sus deliberaciones.
Herr se refiere a otros periódicos difusores del “espíritu de las luces” que se editaron en
Inglaterra, pero subraya que “únicamente un sector de la pequeña burguesía se suscribía” a
ellos, llegando a la conclusión de que “se puede estimar que existían varios miles de personas
y de instituciones abonadas a estos periódicos y varias decenas de millones de lectores” (Herr,
1971).
La discusión propia del sistema liberal es fomentada por el papel fundamental de la libertad
de expresión, cuya constitucionalización se realiza en estos años. Si bien en Inglaterra se
suprime la censura en 1695, esto será sólo uno de los innumerables ejemplos a citar. En
Estados Unidos se efectúa la Declaración de Derechos del Pueblo de Virginia, cuya primera
enmienda establece que “el Congreso no hará ninguna ley relativa al establecimiento de una
religión o prohibiendo el libre ejercicio de otra; o restringiendo la libertad de expresión o de
pensamiento”. También en Francia se habla de la “libre comunicación de pensamientos y de
19
opiniones” en el artículo 11 de la Declaración Universal de los derechos del Hombre y del
Ciudadano. En nuestro país, las Cortes de Cádiz crean el marco para la protección de la
libertad de expresión.
Junto con dicho proceso de introducción de la libertad de expresión en las constituciones, el
continuo crecimiento del público lector, favorece la dinámica de la opinión pública. En
Europa, las altas cifras de difusión se alcanzan más tarde que en Gran Bretaña, en la medida
en que los controles de los gobiernos tratan de mediatizar el creciente flujo de prensa. Por
citar un ejemplo, los periódicos londinenses pasan de 7 millones de ejemplares anuales en
1753, a más de 24 millones en 1811, según señala Raymond Williams.
Por último, cabe destacar que la opinión pública no sólo puede ser analizada a través de los
medios de comunicación como agente implicado sino, como bien apunta Monzón, también el
sufragio y el parlamento; los líderes y dirigentes; así como los comportamientos colectivos y
la comunicación informal a través del rumor pueden ser analizadas para evaluar la
manifestación formal de la opinión pública de un entorno determinado (Monzón et al., 1992).
En los últimos años del siglo XX y el inicio del siglo XXI las tecnologías de la información
(TICs) y, principalmente Internet, han generado cambios revolucionarios en el proceso de la
opinión pública. Este medio descentralizado se ha convertido en un canal para opiniones
individuales no restringidas pero también para organizaciones de noticias, corporaciones
privadas, agencias del gobierno e incluso individuos en tiempo de crisis, facilitando la
participación individual en el debate público.
Ramonet explica que “la irrupción del multimedia, cuyo impacto se ha equiparado al de la
invención de la imprenta por Gutemberg, sitúa al sistema informacional en el umbral de una
nueva revolución, que coincide con su progresiva pérdida de fiabilidad” (Ramonet, 2003).
Los cambios generados por el conocimiento común albergado en internet, así como en la
opinión colectiva derivados de la evolución de las TICs plantean cambios coyunturales. En
estas transformaciones es decisivo el tamaño y la heterogeneidad de la población participante
en el proceso, la ampliación de las oportunidades y capacidades de introducción en el debate
público, la cohesión de grupos que participan en el debate público, el acceso a canales y la
supeditación del proceso de la opinión pública hacia el control centralizado y la manipulación
(Crespi, 2003).“En la frenética actualidad, las relaciones humanas tienden a virtualizarse o
telerrealizarse en el escenario de la mediatización, caracterizado por mediaciones e
interacciones basadas en dispositivos teleinformacionales” (Sodré, citado en De Moraes,
2007).
1.4.1.
Evolución histórica de las investigaciones sobre efectos de los
medios
Los medios de comunicación como variable independiente con cierta influencia en el
comportamiento del receptor han generado numerosos estudios empíricos relacionados con la
opinión pública. En este sentido, la comunicación, en muchos aspectos, ha estado
intrínsecamente unida al análisis de la opinión pública durante generaciones.
En el siglo XX se han desarrollado diversas etapas relacionadas con las investigaciones sobre
los efectos que causan los medios de comunicación en la opinión pública. En cada periodo se
20
han implementado prevalentemente una serie de modelos y teorías entre los que destacan los
siguientes.
El periodo de creencia en la influencia poderosa y directa de los medios de comunicación de
masas se desarrolla desde 1920 hasta 1940 aproximadamente. Estos estudios se difunden
desde Estados Unidos bajo la etiqueta de Communication Research. Los investigadores
positivistas piensan que los mass media tienen una gran capacidad persuasiva. Los modelos
básicos de investigación son el ‘Modelo estímulo-respuesta’ o ‘S-R’ (McQuail, Windal).
Las teorías que se concretizan en dicho modelo son la ‘Teoría de la aguja hipodérmica’, en la
que una opinión o actitud puede ser inculcada en un miembro de la audiencia a través del
mensaje, y la ‘Teoría Bala’ en la que las ideas disparadas por un medio de propaganda
atraviesan la mente del receptor provocando efectos. Cabe destacar la importancia que tuvo la
‘Escuela de Chicago’ (Mead, Colley, Blumer, etc.) en la generalización en todo Estados
Unidos de las referidas propuestas metodológicas. Como resumen de esta etapa, Monzón
explica que “la comunicación de masas se presenta como causa necesaria y suficiente de los
efectos que producen los medios en el público” (Monzón, 1992).
Posteriormente, las críticas a estas teorías generaron un cambio en el pensamiento. Así, desde
los años cuarenta a los años sesenta del siglo pasado, se tiene la creencia de la influencia
limitada o restringida de los medios de comunicación. En este sentido, “los medios de
comunicación no son tan potentes y eficaces como se creía en un principio y si producen
efectos es porque interactúan con otros factores o porque refuerzan actitudes ya existentes”
(ídem). Es una fase eminentemente estadounidense que va unida a nombres como Merton,
Katz, Berelson y Hovland, o como aluden algunos autores, la etapa del ‘paradigma
dominante’ de Paul F. Lazasfeld.
El modelo básico de investigación es el ‘Modelo de Influencia Social’ en el que se considera
que las restantes influencias sociales que pesan sobre el individuo y los grupos son los
determinantes que la hipotética influencia moldeadora de los mass media. Las dos teorías
clásicas de esta etapa son la ‘Teoría de la influencia en dos pasos’ (‘Two-step-Flow’) donde
“las ideas fluyen a menudo desde la radio y los órganos de prensa a los líderes de opinión y,
de estos, a las capas menos emprendedoras de la población” (The People´s Choice, 1940) y la
‘Teoría de la Exposición y percepción selectiva’, que lleva a admitir que las audiencias son un
elemento importante en el flujo de las comunicaciones.
La época de transición y creencia moderada en la capacidad de la influencia efectiva de los
medios va desde los años sesenta hasta mediados o finales de los setenta. En general, el factor
de los medios de comunicación de masas puede ser modificador y cooperante en la influencia
persuasora o moldeadora de otros agentes. Paradójicamente, el punto de arranque de la nueva
visión surge de la publicación del libro de Joseph Klapper Efectos de las comunicaciones de
masas (Klapper, 1960), “que consistía en un resumen y sistematización de todas las
investigaciones anteriores y cerraba con el catequismo programático de todas las conclusiones
de la época anterior” (Dader, 1992).
Así en este nuevo periodo se desarrollan distintos modelos subdivididos en categorías como
los ‘Modelos de la disuasión’, en la que la difusión del mensaje no se realiza en etapas sino en
pasos, que pueden ser varios; el ‘Modelo Transitivo o de Reconversión’ el ‘Modelo de
Cambio en el Nivel de influencia’ y el ‘Paradigma en la búsqueda de información’. A dichos
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modelos se atribuyen diversas teorías entre las que destaca la ‘Teoría de la agenda-setting’
acuñada por Becker, McCombs y MacLeod en 1975, “donde la propia filosofía comercial
limite la intervención de los medios a seleccionar o rechazar asépticamente los mensajes,
conforme a criterios profesionales de llegar al mayor público posible”, como explica Dader
(citado en Muñoz Alonso et al., 1992). Esta perspectiva de la ‘agenda-setting’ en la que los
medios afectan en el proceso de opinión pública dando más importancia a ciertos asuntos que
ha otros, conduce a la hipótesis de que “los medios de comunicación de masas establecen la
agenda para cada campaña política, influyendo en la aparición de actitudes hacia los temas
políticos” (McCombs y Shaw citado en Crespi, 2000).
En los años sesenta, el consumo masivo de la televisión en Europa generó efectos similares a
los producidos por la radio dos décadas antes. Será desde mediados de esta década hasta los
años noventa en los que se desarrolle una nueva interpretación sobre la poderosa influencia de
los medios. En este periodo se piensa más en los efectos socio-estructurales y culturales
globales como moldeadores de transformaciones complejas a medio y largo plazo.
El modelo característico de investigación será el ‘Modelo de Dependencia’, en el cual los
medios industriales de comunicación cumplen funciones básicas y centrales en el conjunto de
las relaciones del sistema social, antes cubiertas por otros factores. Las dos teorías más
características de la época son de nuevo la ‘Teoría de la agenda-setting’ y la ‘Teoría de la
espiral del silencio’, que si bien forman parte del conjunto teórico de la etapa anterior, han
pasado ha convertirse en puntos fundamentales de esta etapa. En el caso de la ‘Teoría de la
espiral del silencio’ (Noelle-Neumann, 1984), a veces los individuos se niegan a expresar sus
opiniones en público. Una de las explicaciones tiene que ver con la motivación individual de
protección que hacen de la opinión pública una fuerza represiva de la opinión individual. El
resultado es que en “un proceso de espiral, una sola visión domina la escena pública y la otra
desaparece de la conciencia pública, ya que sus adherentes se tornan silenciosos”(Noelle
Neuman, citado en Crespi, 2000). Hay una tercera teoría, denominada ‘ignorancia
generalizada’ que se consolida como una variante de la ‘espiral del silencio’ durante esta
última etapa. Crespi advierte que íntimamente ligado al fenómeno de la ignorancia
generalizada aparece la ‘tiranía de la minoría’ donde un grupo reducido condiciona
desproporcionadamente a toda la población.
En este sentido, en 1995 Brosius y Kepplinger (citado en Crespi, 2000) hablan de que el flujo
de temas y de acontecimientos es irregular, creando “temas silenciadores” (Killer issues) que
dominan las noticias. Así, se crea una competición entre los acontecimientos y las opiniones
editoriales de cada medio.
Las transformaciones tecnológicas de las últimas décadas, motorizadas por la globalización
exponencial de las estructuras de la producción y los mercados de consumo han generado un
nuevo paradigma.
En este sentido, la función propia de la ‘Teoría de la agenda-setting’ ya no es exclusiva de los
medios de comunicación sino que la realizan todos los usuarios de internet. Para la
consolidación teórico-práctica de la opinión pública, Dader plantea tres líneas de trabajo
concretas: “La fundamentación y sistematización científica de una teoría propiamente unitaria
y sistemática sobre opinión pública, la mejor comprensión de las repercusiones de la actual
actividad de los medios periodísticos en la conformación del diálogo político y público en
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general y el estudio comparado de los problemas y soluciones a cuestiones de comunicación
política similares en diferentes países, afrontadas de manera diferente en cada uno” (Dader,
1992 Según Guillermo Orozco Gómez (citado en De Moraes: 2007) la mediatización, que
algunos llaman ‘massmediatización’ fue el proceso que caracterizó la segunda mitad del siglo
XX y aún continua hoy, aunque se ha ido gestando paralelamente una ‘audienciación’ masiva
de las sociedades. Así, las sociedades actuales se definen por consolidarse como audiencias
múltiples y secundarias de diversos medios, lo cual afecta directamente a la opinión pública.
Conclusión
La opinión pública, en sus distintos niveles, es el principal instrumento del que hoy por hoy
disponen los ciudadanos para expresarse en función de sus valores e intereses. Por ello, se
hace imprescindible su análisis pormenorizado, lo cual requiere un extraordinario proceso de
análisis. Una reflexión sobre la experiencia a lo largo de los años de dicho análisis así como
de las estructuras y procesos para llevarlo a cabo podría sintetizar los procesos de evaluación
de la opinión pública.
En este sentido, el conocimiento del marco teórico y las técnicas de investigación de la
opinión pública en materia de Cooperación Internacional para el Desarrollo, se presenta
imprescindible para conocer la percepción de los ciudadanos sobre dicho fenómeno. Así, el
estudio “Estado de la opinión pública en Castilla y León en materia de Cooperación
Internacional para el Desarrollo” desarrollado por el Observatorio de Cooperación
Internacional para el Desarrollo de la Universidad de Valladolid ha optado por categorizar tres
de las estrategias más eficaces: las encuestas de opinión, los grupos de discusión y otras
técnicas como la técnica del panel, la entrevista en profundidad, etc.
Como y de qué manera se aplican estos principios en el desarrollo de todo proceso
metodológico de análisis de la opinión pública en materia de cooperación internacional para el
desarrollo es una discusión que depende de los propios investigadores, discusión que
obviamente desborda el marco de esta comunicación. Sin embargo, conocer saber cuáles son
las herramientas y conocer su historia es una operación previa a emprender el camino.
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