Estado del arte del marco teórico y las técnicas de investigación de la opinión pública en materia de cooperación internacional para el desarrollo State of art of the theoretical framework and techniques of public opinion research in the field of international cooperation for development Ruth de Frutos Becaria FPU del Dpto. Periodismo. Universidad de Málaga [email protected] Resumen: En este artículo se realiza un análisis del marco teórico y las técnicas de investigación de la opinión pública en materia de Cooperación Internacional para el Desarrollo, a partir del estudio “Estado de la opinión pública en Castilla y León en materia de Cooperación Internacional para el Desarrollo” desarrollado por el Observatorio de Cooperación Internacional para el Desarrollo de la Universidad de Valladolid. En este sentido, se describirán distintas aproximaciones con el fin de afrontar su complejidad teórica y metodológica. Sin pretender realizar una historia pormenorizada de la opinión pública, se valora interesante hacer referencia a los hitos más señalados de su desarrollo doctrinal, con el objetivo de entender su función en la sociedad actual. Palabras clave: Cooperación Internacional, opinión Pública, métodos de investigación Abstract: This article analyses a theoretical framework and technic research of the public opinion which deals with International Cooperation for Development. This research is the result of a widespread study named “State of public opinion in Castilla y Leon on International Cooperation for Development” made by the Centre International Cooperation for Development in the University of Valladolid. Thereby, we describe different which have been faced from different perspectives from his theoretical and methodological complexity. Without intending realise a history of public opinion in detail, it´s widely considered that values refer to the identified milestones of the doctrinal development in order to understand the function in the current society. Key words: International Cooperation, Public Opinion, Research Methods Introducción a la opinión pública: una aproximación al marco conceptual y técnicas de investigación “La opinión pública es un fenómeno de interés para todo tipo de personas. Tanto los políticos, como los investigadores y periodistas políticos, así como filósofos sociales, se ocupan de la opinión pública como una parte esencial de la vida política de las personas. La opinión pública es, asimismo, objeto de estudio extensivo por parte de los investigadores sociales que están interesados en saber cómo se generan las opiniones de los individuos, como se convierten en una fuerza colectiva de importancia, y qué relación tiene todo esto con el funcionamiento del gobierno, especialmente en las sociedades democráticas” (Crespi, 2000). A partir de la (in)definición general sobre opinión pública y tomando las observaciones expresadas por Tuesta Soldevilla (Soldevilla, 1997) al plantear que, a pesar de ser un término utilizado con muchísima frecuencia, no es tan sencillo de definir. Para demostrar esta aseveración, Soldevilla recurre a citar a otros teóricos sobre el tema como es el caso de profesor Harwood Child que había encontrado, después de una copiosa recopilación, que se manejaban cincuenta definiciones diferentes en la literatura especializada, o al profesor Phillips Davison, profesor de la Universidad de Columbia que, pese a reconocer que no existe una definición generalmente aceptada, llega a expresar que la opinión pública “no es el nombre de ninguna cosa, sino la clasificación de un conjunto de cosas”. Tuesta recoge también la formulación planteada por Jean Padioleou quien irónicamente señaló que a la “opinión pública le ocurre como a los elefantes: puede ser difícil definirlos, pero es muy fácil reconocer uno”. Desde este marco de referencia, se deriva, como una primera conclusión, que las distintas aproximaciones que se han llevado a cabo para tratar de definir el concepto de opinión pública realizadas a lo largo de los años han permitido observar la inherente dificultad de la caracterización del mismo, precisamente porque cada área de conocimiento observará la opinión pública desde su perspectiva aislada. Dader percibe que “una de las razones del confusionismo conceptual dominante en torno al fenómeno de la opinión pública se debe sin duda a la variedad de especialidades académicas que han pretendido estudiarlo como objeto exclusivo de su parcela científica” (Dader, 1992). Una segunda característica, como bien escribe Monzón (Monzón, 1992), tiene que ver con el hecho del carácter comunicativo en el sentido más amplio del término que se desprende del concepto de opinión pública. Y, a pesar de que en el ámbito cotidiano solemos referirnos con esta expresión a aquella tendencia general de opinión que una sociedad determinada muestra sobre un tema específico de interés, Gloria Angulo (Angulo, 1997) sostiene que es engañoso partir de la existencia de una opinión pública común, homogénea de ideas y opiniones compartidas y, en este sentido, señala que es posible distinguir, por lo menos, dos tipos distintos de públicos y, por ende, de opinión pública: una opinión pública común y una opinión de las élites. En el primer grupo encontraríamos a un público general, no interesado ni formado especialmente en una temática concreta. Por el contrario, en el segundo grupo estarían aquellas personas que, además de estar especialmente interesadas por una temática o espectro 2 temático concreto, tienen y expresan una opinión considerada como relevante y participan, o pueden participar, en la toma de decisiones en el ámbito político correspondiente. Este público es además importante porque conforma un sector de la sociedad que puede incidir en un ámbito social más amplio, expresando y comunicando sus puntos de vista. La opinión pública, en líneas generales y, como podremos verificar en el trascurso de este estudio al analizar las respuestas que más se han repetido a la hora de poner imagen del mundo, nos lleva a otro concepto muy relacionado, que es el de imaginario colectivo, término que hace referencia a un conjunto de percepciones compartidas por un significativo sector de la sociedad y que responden a una necesidad de englobar en un todo homogéneo y borroso, una realidad amplia y compleja. Este imaginario socialmente compartido está basado en una lectura acrítica y estereotipada de la realidad dentro de un marco compartido de creencias, valores, normas y conductas consideradas oportunas y propias de una cultura determinada. Es desde este concepto que se pueden entender la conformación de “pensamientos únicos” que no permiten realizar una visión plural, crítica y analítica de la diversidad del mundo en que nos movemos y se asumen unos paradigmas planteados desde las esferas de poder como formas adecuadas de entender y posicionarse ante el mundo sin que sea necesario realizar un ejercicio de interpretación de las razones y las consecuencias que se derivan de determinadas actuaciones. De la misma manera, desde esta posición, no se propicia la actuación del sujeto como agente activo de cambio. La influencia de los medios de comunicación sociales es determinante en la formación de imaginarios colectivos así como en la creación de representaciones sociales nuevas que van unidas a contextos políticos, económicos y sociales determinados. El concepto de opinión pública se describe en este capítulo como un acto comunicativo propio de la esfera pública, relacionado con el poder político en mayor o menor medida. La opinión pública, de acuerdo con la postura de Robert Merton (Merton, 1949), surge de un proceso que en algún momento, pero no en su totalidad, debe ser público. A continuación, y sin pretender profundizar o realizar una historia del fenómeno de la opinión pública pormenorizada, ni un estudio completo de los paradigmas, modelos, teorías y escuelas de pensamiento, se valora interesante hacer referencia a los hitos más señalados del desarrollo doctrinal de la opinión pública, sus definiciones y autores, con el objetivo de entender la función de este concepto en la sociedad actual. Si bien la génesis del concepto se encuentra en el mundo platónico y tendrá pocas variaciones hasta la Edad Media, su culmen definitorio llegará con la Ilustración. De hecho, el periodo clásico de la opinión pública inicia con los orígenes del término que, como se explicará en el siguiente epígrafe, corresponden a Rousseau y se desarrollarán hasta la aparición de los primeros estudios sobre los efectos de los medios de comunicación, en la segunda década del siglo XX. En 1922, la obra de Walter Lippman La opinión pública junto con el impacto de la radio con medio de masas (Lippman, 1925) y el inicio de la Communication Research con la tesis de H. D. Lasswell Propaganda Technique in the World Ward (Laswell, 1927) marcan el final de una etapa del estudio de la opinión pública. Así, el primero será el tiempo de los historiadores, académicos del derecho y política y sociólogos mientras que la segunda será principalmente empírica, directamente relacionada con los estudios de psicología social y las ciencias de la comunicación. En el segundo 3 periodo, se abandona el concepto globalizador y político de la opinión pública para definirla como la suma de opiniones y actividades, tal como se expresa en las conclusiones de las nuevas técnicas. Es el momento en el que se concibe la ‘opinión pública’ como elemento de la ciencia empírica. 1. Aparición del concepto El universo intelectual de la Ilustración generó el concepto de opinión pública y dio lugar a la elaboración de teorías derivadas ya desde finales del siglo XVII y durante la primera mitad del s. XIX. Según el profesor Alejandro Muñoz-Alonso así como el término tiene una fecha precisa, el fenómeno entendido como determinados comportamientos colectivos o actitudes determinadas respecto a quienes ejercen el poder es “prácticamente tan viejo como la sociedad humana” (Muñoz-Alonso, 1992). Fue Phillips Davison en su artículo “Public Opinion” (Davison, 1972) quien creyó encontrar un antecedente de la opinión pública en un poema del antiguo Egipto. También la civilización griega formuló el preconcepto de opinión pública. Así, la doxa (opinión) griega se contrapone a la areté (verdad) como conocimiento inseguro, proclive al error y apoyado en las meras apariencias. La distinción entre ius publicum e ius privatum es, para muchos autores, la distinción de dos esferas que tienen que ver con la publicidad, en cuyo seno se emiten las opiniones públicas. Para Ortega y Gasset la opinión pública es la fuente de legitimidad del poder político: “Jamás ha mandado nadie en la tierra cubriendo su mando esencialmente de otra cosa que de opinión pública” (Ortega y Gasset, 1999). También en Roma se hablaba de opinión pública. Según Muñoz-Alonso, la Edad Media diluye esta división entre lo público y lo privado, basándose en las corrientes de pensamiento de origen germánico (Muñoz Alonso, 1992). “El consentimiento popular, emparentado con la moderna opinión pública, cobra una importancia decisiva y creciente, aunque como señala Sabine, este consentimiento, no es tanto un acto de voluntad como un reconocimiento de que el derecho es realmente como se establece en el documento. Nos encontramos así con que se entiende al pueblo como un contraste necesario para dar validez a la ley. Hay una opinio iuris, como es el caso de la mos romana, y un remoto precedente de lo que muchos siglos después habría de llamarse ‘tribunal de la opinión pública’” (Muñoz Alonso, 1992). Walter Ullman habla de la ‘Teoría ascendente’ (1965) de este periodo para diferenciar la opinión pública en sentido moderno de la de la época medieval, debido al fuerte carácter de la sociedad feudal estamental. Estas concepciones jurídico-políticas promueven una idea patrimonialista del poder político, que genera la desaparición entre lo público y lo privado. Todo ello desembocará en el proceso de secularización que afecta a la cultura occidental desde la Baja Edad Media y que culminará con la Ilustración y la formulación del concepto de ‘opinión pública’. El Príncipe de Maquiavelo generaliza el uso del término Estado, acuñando la concepción moderna del mismo y alejándolo del universo cristiano medieval. En la obra destacan dos 4 ideas fundamentales que afectan a la opinión pública, perfiladas por Monzón (Monzón, 1999). La primera es que “el príncipe debe tener o consentir el favor popular” y, por otro lado, el gobierno tiene implicaciones que tienen que ver con las actitudes del pueblo. Así, su preocupación por la opinión o la imagen del príncipe se repite a lo largo de la obra: “Cuando los grandes ven que ellos no pueden resistir al pueblo, comienzan creando una gran reputación a uno de ellos y dirigiendo todas las miradas hacia él, hacerlo después príncipe para, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos. El pueblo, por su parte, viendo que no puede resistir a los grandes, da reputación a uno de ellos y lo hace príncipe para ser definido con su autoridad” (Monzón, 1999). De este modo, el italiano demuestra que en el marco teórico de la monarquía absoluta ya son claramente visibles estos conceptos, que persistirán en el Barroco y hasta finales del siglo XVIII. Según Muñoz-Alonso “la opinión no es valorada sino despreciada, pero debe ser tenida en cuenta pues es útil para mantenerse en el poder” (Muñoz Alonso, 1992). Con el Renacimiento y la primera etapa de la Edad Moderna tienen lugar una serie de transformaciones a todos los niveles que darán como resultado el cambio en la concepción de opinión pública. Así, la imprenta de Gutenberg marcó un hito fundamental en la historia de la comunicación. Esto permitió divulgar innumerables instrumentos que produjeron un cambio social irreversible. Por otra parte, el libro impreso facilitó el uso individual e hizo posible la formación de opiniones y criterios individuales. Estos dos fenómenos se constituyeron en el seno de la burguesía alfabetizada, y es en los dos países más alfabetizados de Europa en el s. XVIII, Inglaterra y Holanda, donde este sector de la sociedad aspiró a entrar en la puja política a alto nivel. Además, el desarrollo comercial e industrial de las grandes ciudades genera cambios económicos, sociales y culturales de gran calado social. Del mismo modo, el paso del teocentrismo medieval al antropocentrismo moderno, ya intuido con Maquiavelo, fue una de las condiciones que consolidan la opinión individual. En este contexto, como ha señalado Richard Sennett, con el Renacimiento reaparece una distinción entre lo público y lo privado: “público significa abierto al escrutinio de cualquiera, mientras que privado significa un ámbito de vida bien resguardado, definido por la familia y los amigos” (Sennett, 1978). Esta contraposición entre lo público y lo privado para describir la opinión pública, es equiparable a la determinación de un ámbito como el de la sociedad, distinto y diferenciado del ámbito propio de lo político (Muñoz Alonso et al., 1992). Así, parafraseando a Hans Speier, la opinión pública “debe ser entendida primariamente como comunicación entre los ciudadanos y el gobierno”. Según el autor, el contenido de la opinión pública son “opiniones sobre cuestiones que afectan a la nación libre y públicamente expresada por personas fuera del gobierno que reclaman el derecho a que sus opiniones influyan o determinen las acciones, personal y estructura del gobierno” (Speier, 1980). En la evolución, por tanto, entre opinión y opinión pública, se analizan los cambios semánticos realizados, sobre todo por Inglaterra hasta la autocomprensión burguesa que ha cristalizado en el tópico de la opinión pública, apuntada por Jüger Habermas, en 1962. Así, el 5 concepto de opinión pública sufre un doble proceso. Según Muñoz Alonso en cuanto conocimiento vulgar se va degradando y en cuanto opinión individual se va sobrevalorando en la medida en la que se favorecen los criterios autónomos, especialmente frente a la iglesia (Muñoz Alonso et al, 1992). En este punto es en el que se basa Hobbes para discernir entre conciencia y opinión. El inicio del uso del término opinión pública ha sido objeto de profundos estudios por parte de los estudiosos. De hecho, ya en 1936, Hermann Heller escribía: “La doctrina de la ‘opinión publique” debe a la escuela fisiocrática su primera formulación. Fue Mercier de la Rivière quién se valió de ella en 1767 para defender el absolutismo, al decir que también de esa forma de gobierno quien manda no es en realidad el rey sino el pueblo por medio de la opinión pública. No obstante, Harwood Childs hace valedor a J. Rousseau de ser “el primero entre los teóricos políticos en hacer uso del término” (Childs, 1965), al utilizarlo por primera vez cuando se presenta al premio de la Academia de Dijon con su Discurso sobre las artes y las ciencias. Si bien el trabajo de Rousseau se consolida entre los clásicos por perfilar el concepto de contrato social, esta obra también destaca por su eficacia en la utilización de estos conceptos, entre los que se acentúa el de opinión pública. Como conclusión de la polémica sobre la autoría de la expresión, se puede resumir que Rousseu fue el primero en definir el término pero se suele atribuir a los fisiócratas, especialmente a Louis Sebastian Mercier y de la Rivière, el “captar el sentido estricto del término” (Monzón Arribas, 1992). Como ya se ha visto, si bien el concepto opinión pública aparece de forma tardía como tal, aún tardará más en constituirse como una formulación teórica completa. Así, como concluye Paul R. Palmer, no será hasta el s. XIX cuando se produzca un “tratamiento sistemático” de la opinión pública, con una clara impronta libera. Es precisamente el liberalismo quien hace una primera formulación teórica de la opinión pública transmitiendo sus ideales a través de la llamada ‘Escuela Clásica del Liberalismo’, en la que destacan dos autores: J. Stuart Mill y A. de Tocqueville. La concepción liberal de la opinión pública se basa en los dos mantras de dicha corriente: el optimismo antropológico, en el cual el hombre es bueno y racional y, en segundo lugar, en la armonía preestablecida ya que hay una verdad objetiva solamente alcanzable a través de la discusión. Por ende, la opinión pública es el resultado del debate público y racional y por eso, su concepto se basa en la verdad sobre una determinada cuestión que solo puede ser vista de forma racional. “El público (…) constituye el telar de la democracia clásica del siglo XVIII, la discusión es, a un tiempo, el hilo y la lanzadera que unen en la misma rama los distintos círculos polémicos. Su raíz es el concepto de autoridad debatida, y se basa en la esperanza de que la verdad y la justicia surjan de algún modo de la sociedad constituida como un gran organismo de discusión libre. El pueblo plantea problemas. Los discute. Opina de ellos. Formula sus puntos de vista. Estos se exponen de manera organizada y compiten entre sí. Uno de ellos “gana”. Luego el pueblo aplica esta solución o bien ordena a sus representantes que la apliquen, y así sucede” (Mills, 1963). 6 El trabajo de Mills, en contraposición al de Rousseau, atribuyó un papel mucho más formal a la opinión pública, explicando que la sociedad consiste, pues, en una serie de individuos que intentan satisfacer al máximo sus propios intereses y servicios (Prince, 1994). Sin embargo, Montesquieu formulará la separación de poderes para delimitarlos y dividirlos, momento tras el cual la libertad de los ciudadanos se convertirá en el fin último de la política. En este contexto, el liberalismo limitará el derecho de sufragio, lo cual se convirtió en uno de los principales argumentos que incidirán en la patente transformación que experimentará el concepto de opinión pública a lo largo de ese siglo. El modelo liberal entra en el “colapso del optimismo liberal” (Mills, 1963) que se produce cuando se aplica el esquema racional a la realidad compleja de la época. Si bien Habermas hace referencia a la profunda escisión social, la desorganización de la sociedad burguesa, es incapaz de superar la desigualdad lo que conduce a una ambivalente posición frente a la opinión pública. Lo cierto es que Hegel salva el concepto de opinión pública sacándola del ámbito de la discusión e introduciéndola en la conciencia colectiva. Según Alonso Muñoz, un grupo de intelectuales franceses llamados liberales doctrinarios representan la esta desilusión liberal propia de la época. También en España tiene seguidores esta corriente, entre los que destaca Cánovas. “El aristocracismo de los liberales doctrinarios se atrinchera en posiciones que son más que meramente estéticas, frente a la amenaza de la masa” (Muñoz Alonso, 1992). Esta línea de pensamiento se basa en el asedio que siente el liberalismo, preocupado en contener los avances de las clases trabajadoras a través de la propiedad. Aunque Torqueville no es doctrinario, tiene ciertos parentescos ideológicos. Desde su posición aristocrática liberal observa con cautela el creciente dominio de la masa y la imposición de las mayorías, lo que le une a los liberales doctrinarios. Por otra parte, su realismo y su experiencia en Estados Unidos le hacen ver que el proceso es irreversible y la necesidad de adaptarse al mismo. Así, opinión pública, conformismo y mediocridad se unen en la concepción de Tocqueville que, según el análisis habermasiano, “trata a la opinión pública más como coacción que impele a la conformidad que como una potencia crítica” (Habermas, 1981). Inglaterra fue el único país donde triunfó el liberalismo doctrinario, ya que en el siglo XIX era la nación más altamente industrializada del mundo. John Stuart Mill se consolida como la figura de la época. Su preocupación por la ‘tiranía de la mayoría’ aparece como la idea central de su obra On Liberty. Según Prince, este problema de la ‘tiranía de la mayoría’ representa el peligro de que prevalezca la mediocridad en la opinión, creada y mantenida por dicha mayoría (Prince, 1994). Con posterioridad se analizarán los peligros que pueden generarse derivados de los puntos de vista de minorías muy influyentes para el conjunto de la sociedad. En este siglo se configura la teoría de la opinión pública basándose en el criterio de legitimidad. Así, el siglo XIX se caracterizará por el ‘régimen de opinión’, es decir, un sistema de gobierno que se legitima por la opinión pública y que tiene a la opinión pública como criterio de referencia. Wright Mills caracteriza todos los elementos del ‘régimen de opinión’: una sociedad en la que la opinión pública se forma libremente a través de la discusión raciona, opinión pública que se “oficializa” por el intermedio de asociaciones y partidos y llega al Parlamento, donde se transforma en decisiones vinculantes. Según Muñoz 7 Alonso, el único elemento que falta en su enumeración es la referencia a un mecanismo electoral que viene a ser un artificio en virtud del cual la opinión pública pasa de la indefinible situación en la que se encuentra a su versión oficializada (Muñoz Alonso, et al., 1992). Será Kant quién vea que “la verdadera política no puede dar ni un paso sin rendir antes tributo a la moral” y ve en la publicidad al principio capaz de lograrlo. Ésta se concretizará en la exigencia de que todos los actos y decisiones de los políticos sean públicos. Del mismo modo, durante el siglo XIX el concepto de opinión pública se convierte en un tema de tratamiento obligado para los cultivadores de la Teoría del Estado y del Derecho Constitucional. Primero en Alemania, y después en otros países, la opinión pública pasa a tener un carácter político, basado sobre todo en los problemas de la segunda mitad de siglo derivados de la ampliación del derecho al voto. George Carslake Thompson analiza en Public Opinion and Lord Beaconsfield (Thompson, 1886) consideraciones generales de la opinión pública a través del estudio de un caso concreto: los enfrentamientos entre los imperios zaristas y otomanos. El autor se preocupa especialmente por los problemas recurrentes de la teoría de la opinión pública, así como la relación entre opiniones minoritarias pero sólidamente formadas y opiniones superficiales de grandes masas. Sin embargo, la obra más influyente para el futuro sobre opinión pública del siglo XIX, es The American Commonwealth (1888) de James Bryce. El autor hace un desarrollo completo de la teoría de la opinión pública, estudiando su naturaleza, las fases del proceso de formación, su gobierno, cómo la opinión pública gobierna en América, sus órganos, el papel de la prensa, etc. En Bryce se observa un temprano interés por los partidos “que en su conjunto son la nación”, así como en las elecciones. Ya desde los primeros años del siglo XX es evidente el interés de sociólogos por el concepto de ‘opinión pública’. La primera obra en este sentido es The Process of Government (1908) de Arthur F. Bentley, quién es plenamente consciente de la importancia de la opinión pública y tiene una extraordinaria preocupación metodológica que le lleva a intentar realizar una medición a través de los datos observados. Otro tema que tiene extraordinaria importancia en el estudio de la opinión pública es el papel de los grupos de presión, a los que Bentley presta especial atención. En 1922, Walter Lippman escribe La opinión pública, un clásico de las teorías de la opinión pública, donde expresa el desencanto con la teoría tradicional. Según Ronald Steel (en Lippman, 2003), autor del prólogo de la reedición de 2003, Lippman examinó “el corazón mismo de la teoría democrática”: la supuesta existencia de ‘ciudadanos omnicompetentes’, capaces de emitir juicios racionales sobre asuntos públicos, a condición de que alguien les exponga los ‘hechos’. “En ausencia de unas instituciones y una educación que permitan presentar el entorno con tanto acierto, que todas las realidades de la vida pública se impongan a las opiniones egocéntricas, los intereses comunes escaparán en gran medida a la comprensión de la opinión pública y sólo podrán ser administrados por una clase especializada, cuyos intereses trasciendan el ámbito local. Por un lado esta clase actuará en función de una información que no poseerán las demás y en situaciones que el público en general no podrá concebir y, por 8 tanto, sólo rendirá cuentas de hechos ya consumados, por lo que nos resultará virtualmente imposible exigirles responsabilidades” (Lippman, 2003) En este sentido, su principal argumento es que la teoría democrática exige demasiado a sus ciudadanos. Parte de la base de que existe una desatención general del público y una falta de interés por las cuestiones políticas (Prince, 1994). Por su parte Dewey consideraba que el problema no era la incompetencia por parte del público de la que habla Lippman sino la falta de métodos suficientes para la comunicación política. Así, propone como solución la educación, sugiriendo que los ciudadanos deberían tener la habilidad de juzgar el conocimiento proporcionado por expertos en esos asuntos. En esta línea también se presenta Lasswell, quien cree que “la democracia necesita una nueva forma de hablar” (Lasswell en Lippman, 2003). 1.1 Revisión del paradigma clásico de la opinión pública Los nuevos planteamientos empíricos posteriores a la segunda década del siglo XX no son, para algunos autores, los momentos de revisión y crítica del concepto clásico de opinión pública sino que éstos dos procesos se enmarcan en las nuevas teorías que van surgiendo en el siglo XIX y XX. En palabras de Monzón: “éstas teorías intentan revisar, refutar o superar la primera teoría sobre opinión pública, elaborada por los fisiócratas y los primeros liberales entre 1750 y 1850” (Monzón en Monzón et al, ídem, 1992). Las nuevas concepciones que van surgiendo sobre la sociedad, la política, la economía, la ideología, las masas y el ser del hombre, unido a las nuevas formas de pensar y actuar derivadas de la expansión del capitalismo, el proceso de industrialización, el crecimiento urbano y demográfico, la lucha por la ampliación de derechos civiles y políticos harán cambiar, entre otras muchas cosas, el concepto original de opinión pública. Public Opinion Quartely (Floyd Allport, 1937) representa un ejemplo claro de figura revisionista del concepto clásico ya que critica la metodología de sus antecesores, abogando por una evolución de la ciencia a través de datos contrastables. De hecho, su trabajo fue el punto de partida para numerosos estudios empíricos sobre opinión pública. El autor define al público como una población delimitada por diversos límites y lo identifica con la totalidad de la población, lo que arraigó en los círculos de investigación de la época. Entre los planteamientos más importantes que disienten de la teoría liberal, se pueden citar el marxismo, la sociología del conocimiento, la psicología de las multitudes y la teoría de la sociedad de masas. Como explica Monzón, el marxismo de Marx y Engels hablan del concepto de la opinión pública como una consecuencia lógica de la expresión de las ideologías, si bien el concepto como tal raramente es utilizado por los autores (Monzón et al., 1992). Así, la opinión pública no es una manifestación externa de lo que piensan los ciudadanos sobre la cosa pública frente a poder, sino el reflejo de las clases sociales y sus formas de pensamiento. En segundo lugar, la sociología del conocimiento (Scheler, Mannheim, Durkheim, Sorokin, etc.) se desarrolla principalmente en Alemania y Francia y tiene sus antecedentes inmediatos en el historicismo, el marxismo y la sociología francesa. Uno de sus principales autores es Max Scheler, quien explica que la sociedad determina la presencia, pero no la naturaleza de 9 las ideas y, por tanto, la sociología del conocimiento, lo que debe hacer es estudiar los condicionamientos históricos y sociales que determinan las ideas y explicar las razones que llevan a la actualidad de unas y otras (Scheler, 1973). Otro de los autores de esta corriente, Karl Mannheim, en cambio, amplía el concepto de clase social al grupo social. La psicología de las multitudes se ocupa de la dimensión irracional del hombre, la cara oscura del mismo hasta la segunda mitad del siglo XIX. En este sentido, el concepto de opinión pública dará un giro ya que si antes era entendida desde el raciocinio público, ejercido por personas privadas, informadas y responsables ante asuntos públicos, ahora se explicará desde las masas como racionalización de un impulso colectivo. Así, se pasa de la razón a los instintos y de los públicos a las masas. Entre las obras de psicólogos de las multitudes destacan La opinión y la multitud (Tarde, 1901), Psicología de las masas (Le Bon, S. Freud, 1920) y Trattato di sociología generale (Pareto, 1916). “La observación, la especulación y la posición ideológica de ciertos ‘psicólogos’ encontrarán e la vida instintiva (dimensión irracional) del hombre la última razón de las conductas marginadas (contra el orden establecido) y devolverán el concepto de ‘ciudadano’ a su sentido original. El pueblo no está formado por ciudadanos, como decía la Ilustración y la Revolución Francesa, sino por multitudes y masas que se comportan como tal” (Monzón, 1990). Por su parte, la teoría de la sociedad de masas, al igual que la sociología del conocimiento, se desarrolla en el periodo de entreguerras, aunque el concepto de ‘sociedad-masa’ ya ha estado presente en todos los momentos de la historia. C. Mannucci (1972), al describir la sociedad de masas, prefiere hablar de esta teoría. El final de la sociedad es el caos ya que el desarrollo desborda todo lo imaginable, porque las élites han perdido el papel dirigente que tuvieron en el pasado, el orden y los valores tradicionales han sido trastocados y las masas han asumido el protagonismo de la historia. Siguiendo a Salvador Giner (1979), la teoría de la sociedad de masas inicia con los autores K. Mannheim, (Ideología y utopía, 1936), M. Scheler (1926) y J. Ortega y Gasset (La rebelión de las masas, 1929), aunque algunos puntos de dicha teoría tienen un origen mucho más antiguo. Los autores de finales de los años veinte del siglo pasado harán la primera formulación de la teoría de masas, tratando de explicar sus causas y características. Así, el régimen de opinión como gobierno de masas, ha quedado reducido a un rito y a un estereotipo vacíos de contenido y desconectados de la realidad. Como explica Monzón: “la opinión pública real no se encuentra en los ciudadanos interesados e informados sino en sectores minoritarios que hablan en nombre de toda la población. Las técnicas de persuasión, de creación de imagen, unido al poder de los medios de comunicación, han hecho posible que el miedo a las mayorías haya pasado, devolviendo la opinión pública, como en los fisiocrátas a su sentido original: al poder de los que gobiernan y a la sabiduría de los ilustrados” (Monzón, 1992). 1.2 Principales teorías contemporáneas Un recorrido panorámico de las principales concepciones contemporáneas del fenómeno de la opinión pública permite observar su complicidad y diversidad. Sin embargo, una pequeña 10 descripción de cada una de ellas “permite alcanzar ciertas bases de síntesis fundamental” para su entendimiento (Dader, 1995). En la segunda mitad del siglo XX, el concepto clásico semiunitario de opinión pública ha sufrido una gran dispersión y hasta un vaciado de contenido que llega a su culmen con los sociólogos Stoetzer y Girard cuando afirman que “sería inútil intentar definir la opinión pública. La opinión pública no es un objeto, es un capítulo de investigación”. Así, José Luis Dader plantea una serie de categorías en las que enmarca las teorías y concepciones contemporáneas. En primer lugar, habla de las concepciones atómicas, que no han seguido una corriente de pensamiento pero han calado en la conciencia popular y que, con independencia de su antigüedad histórica, todavía hoy sirven a muchas personas para improvisar su propia interpretación de término. La sistematicidad inconsciente del psico-sociologismo positivista tiene como común denominador que consiste en la huida de cualquier concepción teórica sobre el fenómeno y en la autolimitación de las descripciones pragmática de los hechos concretos. Para Habermas, la sociología positivista a lo largo de siglo XX ha pretendido medir directamente manifestaciones diversas de opiniones a costa de olvidarse de los aspectos ético-políticos e institucionales del concepto de ‘opinión pública’. Así, la opinión pública interesa pragmáticamente como una técnica capaz de gobierno, pero ya no se la vincula ni a unas reglas de discusión pública, ni debe ocuparse de problemas políticos. No es extraño que, en términos populares, cuando hoy día se habla de opinión pública tienda a entenderse como la “opinión media de un individuo” que por mas comodidad llamamos ‘opinión pública’, según alude Dader. Un planteamiento cercano al anterior es el estructural-funcionalismo que, por el contrario, tiene una potente teoría sociológica. Uno de los autores más importantes de la corriente es Otto Baumhauer, quién escribió Sistema de la opinión pública donde ofrece una visión globalizante y generalista desde la que conocer la ‘opinión pública’. Para el autor este es un fenómeno sujeto a transformación constante en realidades y sociedades diferentes. Así, se consolida un modelo de sistema abierto de opiniones publicadas. También establece las diferencias entre ‘clima de opinión’ (Granwill, 1661; Noelle-Neuman, 2003) y ‘corriente de opinión’. De entre todas las corrientes originadas dentro del marxismo, destaca la ‘Escuela crítica de Francfort’ (Adorno, Horkheimer, Marcuse, Habermas, etc.) ya que es la que más ha revisado todos los campos del saber, para acabar proponiendo una nueva visión crítica, tanto del pensamiento marxista como del liberal tradicional. Dentro del grupo, destaca el teórico Habermas (1962) al realizar el mayor esfuerzo de replanteamiento global del estudio. En este sentido, entiende el éxito de las mediciones empíricas como manifestaciones superficiales de los fenómenos pero pretende descubrir un nuevo paradigma de ‘lo publico’ y la opinión pública que sirva como prueba de que la sociedad es verdaderamente democrática. Una concepción radicalmente distinta y hasta polémicamente enfrentada es la explicación de Elisabeth Noelle-Neuman sobre la opinión pública (1971, 1974, 1978 y 1980). La autora identifica la opinión pública con el ‘control social’ o censura moral que de una manera efectiva todos los individuos de una sociedad son capaces de reconocer intuitivamente. Noelle-Neuman define la opinión pública como “aquellas opiniones, pertenecientes al terreno 11 de la controversia, que uno puede expresar en público sin sentirse aislado de los demás”. Este fenómeno se analiza desde su vertiente psico-sociológica, aunque tal vertiente también depende de consecuencias político-prácticas. El pensamiento de Niklas Luhmann sobre el papel de la opinión pública es algo tan básico e inmenso como “la estructura temática de la comunicación pública” (Luhman, 1970). En este sentido, la opinión pública deja de ser el resultado de la libre discusión racional de los temas de interés público por parte de individuos integrados en la sociedad civil y es tan sólo esa coincidencia social efímera que considera algún asunto más relevante que el resto (ídem: 209 y ss) . Así, la opinión pública es un espejo o, dicho de otra forma, es la imagen de sus propios observadores. Otra corriente de pensamiento define la esencia de la opinión pública a través de la posición mayoritaria o la opinión dominante (Lang y Lang, 1983), donde se valoran las opiniones de individuos o la estructuración colectiva de esas opiniones. Es decir, la opinión colectiva emerge de innumerables actos de comunicación interindividual e intergrupal de “los procesos de discusión, debate y de toma de decisión colectiva” (Prince, 1994). El mundo científico actual ha optado por defender la idea de la opinión pública entendiéndola como proceso aunque fue Cooley (1918) el primer teórico que formuló explícitamente este principio. Cualquier teoría que se pueda agrupar en esta rama de pensamiento debe especificar los componentes del proceso y éstos deben referirse a la teoría de la ciencia social, teoría que deberá estar basada en un cuerpo de conocimientos empíricos y abarcar la dimensión individual, colectiva y política del proceso de opinión pública (Crespi, 2000). Según el autor, este proceso será tridimensional basado en las transacciones entre individuos y ambientes, comunicación entre individuos y colectividades y legitimación política de la fuerza colectiva que emerge. Es interesante destacar que Donsbach hizo referencia a la pregunta ‘¿Qué es opinión pública?’ en el Congreso de 1994 de la World Association of Public Opinion Research (WAPOR) sin ofrecer una respuesta: “ésta es una pregunta para la que muchos querrían poder tener una respuesta, tanto dentro como fuera de la WAPOR. Lamentamos decir que Joohoan Kim (uno de los panelistas) tampoco la tuvo” (Citado en Crespi, 2000). A modo de conclusión, la variedad de interpretaciones descritas sobre la opinión pública presentan una mera dicotomía entre racionalidad e irracionalidad, que se reformula a lo largo de la historia en diversos estudios. 1.3 Técnicas para investigar la opinión pública Los investigadores comparten intereses básicos en la observación de la opinión pública, cómo se origina, cambia o se distorsiona en el transcurso del debate público. En este sentido, los indicadores de opinión pública se pueden obtener a través de muchas herramientas metodológicas. Si bien ninguna de las metodologías que se presentarán a continuación son suficientes por sí mismas, su objetivo es realizar una mera observación de un momento puntual de la opinión pública a través de herramientas contrastables. 12 Dado que los resultados que se presentan del estado de la opinión pública en Castilla y León en materia de cooperación internacional para el desarrollo han sido fruto de la utilización de dos técnicas de investigación específicas, Grupos de discusión y Encuesta de Opinión, ambas serán descritas a continuación de manera un poco más detallada que el resto de técnicas presentadas. 1.3.1. Encuesta de opinión Los gobernantes y pensadores sociales han tenido que conformarse con su experiencia personal o el seguimiento de la prensa, en particular de los editoriales y de los artículos de opinión para seguir la opinión pública hasta el siglo pasado. “Será la prensa la que inicie una simulación de encuestas, a través de cupones que incluyen los periódicos y revistas, con la intención de conocer el candidato del partido político preferido por las próximas elecciones. (…) Su lugar será ocupado por una técnica científica más precisa, llamada encuesta o sondeo” (Monzón,1992). Las encuestas (survey, public opinion poll) son un procedimiento estadístico que permite delimitar la opinión de una sociedad o de un grupo social, determinando su sentido e intensidad, captando situaciones y hechos (Bergara y San Román, 2005). En palabras de Cándido Monzón, las encuestas de opinión “son un procedimiento para conseguir información (opiniones) de un grupo de sujetos (muestra) que pretende representar un universo mayor (población) dentro de unos márgenes de error controlados (probabilidad)” (Monzón, 1992). Precisamente por esa razón, este método científico ha primado en el análisis empírico de la opinión pública durante la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, los orígenes de las encuestas se remontan al siglo XIX donde se encuentra su antecedente directo: los estudios de mercado. Posteriormente serán los autores Archibald Crossley, Elmo Roper y George Gallup quienes utilizaron sus conocimientos sobre mercado para evaluar la intencionalidad del voto en 1936, como se verá más adelante. En el siglo XIX también se hacen algunas encuestas rudimentarias, como se hacía referencia en algunas revistas estadounidenses. Bergara y San Román dan citan a las revistas Harriby Pennsylvanian y Raleigh Star, que en 1825 hicieron una propuesta de encuesta sobre la intención de voto. Literary Digest volvió a utilizar este tipo de método en 1916. Así, las encuestas de opinión, como técnica científica, empiezan a utilizarse en el periodo de entreguerras, pero será a partir de 1935 cuando Elmo Roper y George Gallup (A Guide to Public Polls, 1938) las den a conocer en el campo de la vida política. Un año después, en 1936 se desarrolla un “nuevo sistema de predicción” (Bergara y San Román, 2005) coincidiendo con la reelección del presidente Roosevelt en los Estados Unidos en el que 2.400.000 personas participan en la encuesta realizada por Literary Digest que predice el fracaso en las urnas del político. A partir de ese momento, las universidades de Denver y Princeton publican resultados de encuestas de opinión en la revista científica trimestral The Public Opinion Quaterly. Pero no sólo las revistas académicas se preocupan por la nueva metodología, periódicos como el Washington Post publican resultados de encuestas. 13 Al otro lado del océano, Inglaterra es el primer país donde se desarrolla esta herramienta metodológica y en 1938 se funda el Instituto Británico de la Opinión Pública, seguido del Instituto Francés de la Opinión Pública en el país galo. Tendremos que esperar varias décadas hasta que en España se cree el Instituto de Opinión Pública, denominado actualmente Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). A pesar de las críticas y las dudas sobre su validez, la técnica de la encuesta se difunde por la mayor parte de los países del mundo democrático y, en la actualidad, la demanda es cada vez mayor. Los paneles y barómetros son una modalidad de las encuestas de opinión que nos permiten conocer en tiempo la evolución de las opiniones de la población. Sin embargo, este método de investigación sólo obtiene datos a través del análisis cuantitativo, lo cual ignora otras fuentes históricas de opinión pública, por lo que otros autores han optado por datos no cuantitativos. Cabe apuntar que, por tanto, las encuestas no miden exactamente la opinión pública sino opiniones de la población relacionada con asuntos de interés general. En este sentido, sirve para realizar una fotografía de la población a través de una muestra representativa. Hyman postula dos tipos de encuestas: las descriptivas y las explicativas. Las primeras son aquellas que tienen como “objetivo central la medición precisa de una o más variables dependientes, en alguna población definida o en una muestra de dicha población”. Si bien parece simple, el diseño de la investigación muestra dificultades claras como la apropiada conceptualización del fenómeno. Normalmente, este tipo de encuestas busca una población grande y heterogénea, aunque también se han dado análisis concretos. Por su parte, las encuestas explicativas tienen relación con los modelos de los experimentos en laboratorio, con la diferencia de que tiene como objetivo representar el “medio natural” (Hyman, 1984). La aproximación a la opinión pública viene delimitada según algunos autores (Cándido Monzón, García Ferrando, etc.) por aspectos fundamentales entre los que destacan: • La ley de los grandes números y el cálculo de probabilidades (S. de Poisson y J. Bernuille en Hyman, 1984), es decir, a cuántas personas se debe realizar entrevistas para que la muestra represente al conjunto de la población. La teoría explica que cuánto mayor sea el número de muestras o de personas de la misma, más se aproximarán a las actitudes u opiniones del conjunto de la población, disminuyendo el grado de error. • Teoría de las muestras, que señala cómo se debe realizar la selección de esa parte del universo que se estudia. • Teoría de las actitudes y técnica de la encuesta. En este apartado se establece que cómo se diseñan los cuestionarios y los tipos de entrevista. • Tabulación de los datos, proceso que se produce una vez finalizada la fase anterior. En la tabulación se completan o corrigen los fallos, contactando de nuevo con los miembros de la muestra si fuera necesario y después trasladando la información a fichas, aplicando un programa para procesar dichos datos, leyendo las fichas y procesando los datos. • Por último, la interpretación de los resultados que es posible a través de diversas técnicas de análisis y construcción de modelos. 14 Como afirman Ghiglione y Matalon: “una reflexión somera nos muestra que cada uno de dichos problemas se remite a problemas prácticos más someros claramente reconocidos, y que este paso crítico, teóricamente situado, permite plantearlos mejor” (Ghiglione y Matalon, 2005). En el desarrollo de la encuesta se pueden dar diversos errores (de muestreo, cobertura, no respuesta, medición, etc.) por lo que se debe cuidar el planteamiento inicial de la misma para evitarlos en la medida de lo posible. 1.3.2. Grupos de discusión: antecedentes y definición Los grupos de discusión constituyen una técnica de recogida de datos de naturaleza cualitativa que ha sido ampliamente utilizada en diferentes campos de la investigación sociológica y cuyas posibilidades en el ámbito educativo, entre otros, comienzan a ser consideradas por los investigadores. Como defiende Gil Flores, es una técnica adecuada para la obtención de datos sobre las percepciones, opiniones, actitudes, sentimientos o conductas de los sujetos en relación a un determinado tema o realidad en estudio (Gil Flores, 1993). Su utilización, de forma aislada o en combinación con otras técnicas, conduce a interesantes resultados, en los que el enfoque cualitativo posibilita un enmarque y un espacio de análisis de discursos de gran interés. La utilización de la técnica denominada grupos de discusión como tal, se remonta a la década de los años treinta cuando Kurt Lewin empezó a estudiar la dinámica de grupos para conseguir objetivos en los procesos grupales, y con el desarrollo de las técnicas no directivas de entrevista, así como con las técnicas de terapia de grupo empleadas en psiquiatría. Desde este último enfoque en el ámbito de la psicología, Lederman al referirse a los grupos de discusión, afirma que "su conceptualización se basa en la asunción terapéutica de que las personas que comparten un problema común estarán más dispuestas a hablar entre otras con el mismo problema" (Lederman, 1990). El tipo de datos producidos por medio de este procedimiento es portador de informaciones sobre preocupaciones, sentimientos y actitudes de los participantes no limitados por concepciones previas del investigador, como ocurre en los cuestionarios o entrevistas estructuradas. Que los sujetos poseen información, que pueden traducir y formular en palabras sus pensamientos, sentimientos y conductas, y que necesitan del investigador y del contexto grupal para que esa información aflore, se encuentran entre las asunciones en que se apoya la metodología de los grupos de discusión. Por su parte, K. Lewin y colaboradores, entre ellos R. Lippitt, con quien llevaría a cabo una investigación con grupos de preadolescentes sobre estilos de liderazgo, formalizaron la práctica de discutir en grupo las incidencias y desarrollos de seminarios sobre los procesos de grupo; estas discusiones, reflexiones y “discursos” sobre los seminarios fueron, poco a poco, conformando el grupo como una técnica de análisis, pero también como una herramienta de recogida y producción de información. En la década siguiente, R.K. Merton descubría lo que llamaría el grupo focalizado, que según definición de Korman consistiría en “una reunión de un grupo de individuos seleccionados 15 por los investigadores para discutir y elaborar, desde la experiencia personal, una temática o hecho social que es objeto de una investigación elaborada”1 Evolucionando ambas teorías sobre grupos y procesos y, desde una perspectiva psicológica y social, se llega a partir de la década de los cincuenta a expresarse en la práctica esta técnica de dos maneras diferentes. Por un lado, la que responde al modelo norteamericano conocida con el término focus group, y la versión europea, cuyo representante más significativo es el español Jesús Ibáñez, y por quien a esta técnica de investigación se le conoce con el nombre de grupo de discusión, en el que el grupo como tal es el origen de una información, de unos discursos, sobre un tema acotado desde el exterior. Ibáñez argumenta que es a través del lenguaje que las personas expresan su interpretación del mundo y es estudiando el lenguaje y sus elementos, lo que permite al investigador acercarse a los mapas conceptuales e ideológicos sobre los cuales los sujetos y el conjunto de la sociedad, van construyendo la imagen de su entorno más inmediato y más lejano (Ibañez, 1979). A esta idea, se suma el aporte que Canales y Peinado respecto al canal que comúnmente se utiliza en el medio social para ir generando información (Canales y Peinado, 1995). Y este canal es la discusión, entendiendo que la vida social es como una conversación y las personas se comportan como lo harían en un diálogo, buscando la manera en la que fijar cada una de las partes su posición o su percepción sobre una experiencia, y todo ello, desde su visión y valoración del mundo, interconectando con los demás puntos de vista. Ibáñez concibe al grupo como un todo, en el que cada “interlocutor” es parte del proceso, que al conversar, va generando cambios en su discurso y en la conversación misma; el sistema informacional es abierto, cada participante habla y puede responder, a su vez, el que responde puede cuestionar y volver a hacer otras preguntas, lo que hace una conversación. Lo anterior, toma trascendencia para la investigación social, si consideramos que la conversación es entendida como la unidad mínima de la interacción social que a partir de este juego de lenguaje dialógico se (re) produce el orden social (Ibáñez, 1994). La técnica de grupo es muy útil en las primeras fases de una investigación como complemento de otras técnicas, como, por ejemplo, para precisar hipótesis, modelos explicativos, formular un cuestionario..., pero también en las últimas fases de la investigación como ayuda a la interpretación y para profundizar en la compresión de las relaciones entre procesos y variables. Los grupos de discusión pueden ser también utilizados como una técnica de investigación que, sin ir unida a otras técnicas, sirve para analizar discursos sociales en los que se pretende estudiar las motivaciones, actitudes y razones por las que una persona se decanta por una u otra argumentación; del mismo modo se utiliza para el estudio de ideologías y sistema de creencias, además de para analizar los procesos de comunicación, su impacto, etc. Aun siendo una práctica cada vez más habitual el uso de manera aislada de los grupos de discusión, las opiniones más frecuentes defienden la complementariedad de esta técnica junto con otras como una estrategia de investigación que contempla los aspectos cualitativos y cuantitativos de la materia de estudio. 1 Disponible en: [http://www.ccp.ucr.ac.cr/bvp/texto/14/grupos_focales.htm]. Acceso: 29.05.2012 16 En este sentido, los grupos de discusión pueden ser utilizados en la fase inicial de un estudio para, a partir de los datos arrojados por el grupo, generar hipótesis iniciales de un problema del que no se tiene mucho conocimiento y sirviendo en este caso como base para el desarrollo de una posterior investigación adicional. Otra utilización frecuente es para la construcción de un cuestionario de opinión pública que se elaborará a partir de los resultados de grupos de discusión, permitiendo formular sus ítems en el propio lenguaje usado por los sujetos a quienes va dirigido e incluyendo ideas que podrían haber quedado excluidas en la elaboración del mismo2. Igualmente, los grupos de discusión pueden servir como un instrumento de interpretación de resultados fundamentalmente cuantitativos que se han obtenido a través de otras prácticas de investigación y que precisan de la argumentación cualitativa que complete el análisis realizado. Como defiende Gil Flores, las posibilidades de los grupos de discusión como estrategia metodológica sobre la que apoyar la investigación, cuando interesa conocer la percepción que los sujetos de una población tienen acerca de un determinado concepto, hecho, institución o programa, han quedado ampliamente confirmadas en diferentes ámbitos de la sociología, y parecen empezar a ser valoradas también en el campo de la investigación sobre educación. Los grupos de discusión producen un tipo de datos que difícilmente podrían obtenerse por otros medios, ya que configuran situaciones naturales en las que es posible la espontaneidad y en las que, gracias al clima permisivo, salen a la luz opiniones, sentimientos, deseos personales que en situaciones experimentales rígidamente estructuradas no serían manifestados (Gil Flores, 1993). En definitiva, y a partir del concepto y utilización que a esta técnica se le ha dado en la realización del presente trabajo sobre opinión pública, el grupo de discusión es una técnica cualitativa no directiva que tiene por finalidad la producción controlada de un discurso por parte de un grupo de personas que son reunidas, durante un espacio de tiempo limitado, a fin de debatir sobre un tópico propuesto por el investigador y que ha sido utilizado como instrumento previo a la construcción del cuestionario de opinión pública y, posteriormente, como un complemento analítico de los datos cuantitativos arrojados por ésta última. 1.3.3. Otras técnicas para analizar la opinión pública Monzón enumera otra serie de técnicas que, si bien están adscritas a otras disciplinas científicas, tienen una relación directa o indirecta con la opinión pública (Monzón, 1992). • La técnica del panel: Es una modalidad de las encuestas en la que se repite el mismo cuestionario a la misma muestra en diferentes intervalos y tiempo con el fin de observar el cambio de opinión a corto plazo. El teórico que desarrolló esta técnica fue Lazarsfeld en su estudio de las elecciones estadounidenses llamado The People’s Choice (Lazarsfeld, 1940). 2 En el caso del trabajo de investigación realizado y presentado en este documento, el objetivo y la finalidad de los Grupos de Discusión que se han llevado a cabo han tenido como finalidad el apoyo para la elaboración del cuestionario de opinión pública y el análisis cualitativo de las respuestas, que completa este estudio. 17 • • • • • La entrevista en profundidad: Esta técnica tiene como objetivo profundizar en las opiniones o actitudes de aquellas personas con mayor influencia de la sociedad o que representen las corrientes de opinión de forma clara. En esta entrevista el investigador prepara un guión sobre el tema a investigar, la selección de la muestra debe representar al mayor número de grupos o públicos y es necesaria la experiencia probada del investigador. Monzón destaca que “esta técnica sintoniza con la concepción aristocrática de la opinión pública, esto es, con el punto de vista de aquellos que sostienen que la opinión pública no es sino un reflejo de la opinión de los mejores” (Monzón, 1992). Análisis escritos dirigidos a organismos públicos: Entre estas técnicas destacan los documentos que recogen firmas y las cartas dirigidas a los medios de comunicación, así como llamadas telefónicas a radio y televisión. Su análisis es importante ya que, en el primer caso, la población utiliza esta vía para hacerse notar públicamente, porque las otras vías legales no son eficientes completamente, mientras que en el segundo caso, las cartas dirigidas a los medios permiten al investigador evaluar el contacto directo con el público. Observación de comportamientos colectivos: En ocasiones, la opinión pública utiliza medios como las concentraciones, manifestaciones, etc. que “representan un comportamiento colectivo basado en la acción mientras que la opinión pública se basa en la razón, sin que ello obste para que muchos comportamientos colectivos sean portadores o expresen opinión pública”(Monzón, 1992). Según C. Selltiz, esta observación se convierte en técnica de investigación cuando sirve a una hipótesis formulada, se planifica y controla sistemáticamente, está sujeta a comprobaciones y controles de fiabilidad y validez (Selltiz, 1965). Escalas de actitud: Esta técnica pretende medir los comportamientos afectivos y cognitivos como variables en el sujeto y se utilizan para asignar un valor numérico a un individuo en algún punto entre dos extremos de una escala. En este sentido, se pueden evaluar la consistencia, o la permanencia del mismo tipo de respuesta; la amplitud, o el número de aspectos y acontecimientos; la intensidad, o la fuerza con la que se mantiene la actitud y la espontaneidad, es decir, la predisposición de las personas a responder o no a una pregunta. Algunos autores se refieren al concepto de ‘opinión pública’ pensando tanto en el concepto de opinión como en el de actitud, porque los públicos manifiestan puntos de vista que no lo hacen como mero juego intelectual sino como posicionamiento a favor o en contra. En este sentido, las escalas de actitud se encuentran entre las técnicas indirectas que miden la opinión pública. Sin embargo, cabe decir que hay otra corriente de pensamiento que ha intentado una diferenciación precisa entre los conceptos de opinión y actitud (Thurstone, 1928; Allport, 1967). Análisis de contenido: Fue Bardin quien definió el análisis de contenido como “un conjunto de técnicas de análisis de comunicaciones tendientes a obtener indicadores (cuantitativos o no) por procedimientos sistemáticos y objetivos de descripción de contenido de los mensajes, permitiendo la inferencia de conocimientos relativos a las 18 condiciones de producción/recepción (variables inferidas) de estos mensajes” (Bardin, 1986). La Oficina de Investigación Social Aplicada de la Universidad de Columbia (Columbia University’s Bureau of Applied Social Reserch) (Lasswell, Berelson, Lazarsfeld) analizó la opinión pública a través del área de la comunicación, especialmente de la comunicación política, basándose en el análisis de contenido. En este sentido, investigaron la activación y el refuerzo de las opiniones y actitudes de los votantes individuales, así como las sinergias entre gobernantes y gobernados que son mediatizadas por mensajes en medios de comunicación y, por último, dada la importancia de los mass media, entre sus efectos se encuentra la opinión pública 1.4 Los medios de comunicación en la opinión pública “En la historia de la opinión pública los hitos más relevantes son las fechas en que los gobiernos cesan de censurar la pública expresión de la disidencia política” (Speier et al., 1992). Como condiciones necesarias para el desarrollo de la opinión pública se han considerado tradicionalmente el papel de la prensa diaria y el desarrollo de la imprenta. Los primeros diarios que, se consolidan precisamente a lo largo del siglo XVIII son, sin ninguna duda, un elemento sin el que resulta imposible la existencia de la opinión pública. Posteriormente, la incorporación de la radio, la televisión e internet han creado un panorama en el que la opinión pública siempre ha encontrado en los medios de comunicación su mejor medio de expresión (Monzón, 1992). La prensa, junto con el incipiente sistema de partidos, hace posible la existencia de la opinión pública que se va configurando como un contrapunto del poder político durante el siglo XVIII. Raymon Williams ha estudiado todas estas ideas en su obra The Long Revolutions, que resulta imprescindible para analizar la formación en Inglaterra de una prensa independiente y, por ende, de una opinión pública, fenómeno equiparable al resto de países con mayor o menor cercanía en el tiempo (Williams, 1961). La opinión pública, como se ha apuntado en la introducción de este capítulo necesita como requisito previo la publicidad de lo político, y mal podía formarse si el Parlamento, lejos de ser un foro público, funcionaba a puerta cerrada y mantenía en secreto sus deliberaciones. Herr se refiere a otros periódicos difusores del “espíritu de las luces” que se editaron en Inglaterra, pero subraya que “únicamente un sector de la pequeña burguesía se suscribía” a ellos, llegando a la conclusión de que “se puede estimar que existían varios miles de personas y de instituciones abonadas a estos periódicos y varias decenas de millones de lectores” (Herr, 1971). La discusión propia del sistema liberal es fomentada por el papel fundamental de la libertad de expresión, cuya constitucionalización se realiza en estos años. Si bien en Inglaterra se suprime la censura en 1695, esto será sólo uno de los innumerables ejemplos a citar. En Estados Unidos se efectúa la Declaración de Derechos del Pueblo de Virginia, cuya primera enmienda establece que “el Congreso no hará ninguna ley relativa al establecimiento de una religión o prohibiendo el libre ejercicio de otra; o restringiendo la libertad de expresión o de pensamiento”. También en Francia se habla de la “libre comunicación de pensamientos y de 19 opiniones” en el artículo 11 de la Declaración Universal de los derechos del Hombre y del Ciudadano. En nuestro país, las Cortes de Cádiz crean el marco para la protección de la libertad de expresión. Junto con dicho proceso de introducción de la libertad de expresión en las constituciones, el continuo crecimiento del público lector, favorece la dinámica de la opinión pública. En Europa, las altas cifras de difusión se alcanzan más tarde que en Gran Bretaña, en la medida en que los controles de los gobiernos tratan de mediatizar el creciente flujo de prensa. Por citar un ejemplo, los periódicos londinenses pasan de 7 millones de ejemplares anuales en 1753, a más de 24 millones en 1811, según señala Raymond Williams. Por último, cabe destacar que la opinión pública no sólo puede ser analizada a través de los medios de comunicación como agente implicado sino, como bien apunta Monzón, también el sufragio y el parlamento; los líderes y dirigentes; así como los comportamientos colectivos y la comunicación informal a través del rumor pueden ser analizadas para evaluar la manifestación formal de la opinión pública de un entorno determinado (Monzón et al., 1992). En los últimos años del siglo XX y el inicio del siglo XXI las tecnologías de la información (TICs) y, principalmente Internet, han generado cambios revolucionarios en el proceso de la opinión pública. Este medio descentralizado se ha convertido en un canal para opiniones individuales no restringidas pero también para organizaciones de noticias, corporaciones privadas, agencias del gobierno e incluso individuos en tiempo de crisis, facilitando la participación individual en el debate público. Ramonet explica que “la irrupción del multimedia, cuyo impacto se ha equiparado al de la invención de la imprenta por Gutemberg, sitúa al sistema informacional en el umbral de una nueva revolución, que coincide con su progresiva pérdida de fiabilidad” (Ramonet, 2003). Los cambios generados por el conocimiento común albergado en internet, así como en la opinión colectiva derivados de la evolución de las TICs plantean cambios coyunturales. En estas transformaciones es decisivo el tamaño y la heterogeneidad de la población participante en el proceso, la ampliación de las oportunidades y capacidades de introducción en el debate público, la cohesión de grupos que participan en el debate público, el acceso a canales y la supeditación del proceso de la opinión pública hacia el control centralizado y la manipulación (Crespi, 2003).“En la frenética actualidad, las relaciones humanas tienden a virtualizarse o telerrealizarse en el escenario de la mediatización, caracterizado por mediaciones e interacciones basadas en dispositivos teleinformacionales” (Sodré, citado en De Moraes, 2007). 1.4.1. Evolución histórica de las investigaciones sobre efectos de los medios Los medios de comunicación como variable independiente con cierta influencia en el comportamiento del receptor han generado numerosos estudios empíricos relacionados con la opinión pública. En este sentido, la comunicación, en muchos aspectos, ha estado intrínsecamente unida al análisis de la opinión pública durante generaciones. En el siglo XX se han desarrollado diversas etapas relacionadas con las investigaciones sobre los efectos que causan los medios de comunicación en la opinión pública. En cada periodo se 20 han implementado prevalentemente una serie de modelos y teorías entre los que destacan los siguientes. El periodo de creencia en la influencia poderosa y directa de los medios de comunicación de masas se desarrolla desde 1920 hasta 1940 aproximadamente. Estos estudios se difunden desde Estados Unidos bajo la etiqueta de Communication Research. Los investigadores positivistas piensan que los mass media tienen una gran capacidad persuasiva. Los modelos básicos de investigación son el ‘Modelo estímulo-respuesta’ o ‘S-R’ (McQuail, Windal). Las teorías que se concretizan en dicho modelo son la ‘Teoría de la aguja hipodérmica’, en la que una opinión o actitud puede ser inculcada en un miembro de la audiencia a través del mensaje, y la ‘Teoría Bala’ en la que las ideas disparadas por un medio de propaganda atraviesan la mente del receptor provocando efectos. Cabe destacar la importancia que tuvo la ‘Escuela de Chicago’ (Mead, Colley, Blumer, etc.) en la generalización en todo Estados Unidos de las referidas propuestas metodológicas. Como resumen de esta etapa, Monzón explica que “la comunicación de masas se presenta como causa necesaria y suficiente de los efectos que producen los medios en el público” (Monzón, 1992). Posteriormente, las críticas a estas teorías generaron un cambio en el pensamiento. Así, desde los años cuarenta a los años sesenta del siglo pasado, se tiene la creencia de la influencia limitada o restringida de los medios de comunicación. En este sentido, “los medios de comunicación no son tan potentes y eficaces como se creía en un principio y si producen efectos es porque interactúan con otros factores o porque refuerzan actitudes ya existentes” (ídem). Es una fase eminentemente estadounidense que va unida a nombres como Merton, Katz, Berelson y Hovland, o como aluden algunos autores, la etapa del ‘paradigma dominante’ de Paul F. Lazasfeld. El modelo básico de investigación es el ‘Modelo de Influencia Social’ en el que se considera que las restantes influencias sociales que pesan sobre el individuo y los grupos son los determinantes que la hipotética influencia moldeadora de los mass media. Las dos teorías clásicas de esta etapa son la ‘Teoría de la influencia en dos pasos’ (‘Two-step-Flow’) donde “las ideas fluyen a menudo desde la radio y los órganos de prensa a los líderes de opinión y, de estos, a las capas menos emprendedoras de la población” (The People´s Choice, 1940) y la ‘Teoría de la Exposición y percepción selectiva’, que lleva a admitir que las audiencias son un elemento importante en el flujo de las comunicaciones. La época de transición y creencia moderada en la capacidad de la influencia efectiva de los medios va desde los años sesenta hasta mediados o finales de los setenta. En general, el factor de los medios de comunicación de masas puede ser modificador y cooperante en la influencia persuasora o moldeadora de otros agentes. Paradójicamente, el punto de arranque de la nueva visión surge de la publicación del libro de Joseph Klapper Efectos de las comunicaciones de masas (Klapper, 1960), “que consistía en un resumen y sistematización de todas las investigaciones anteriores y cerraba con el catequismo programático de todas las conclusiones de la época anterior” (Dader, 1992). Así en este nuevo periodo se desarrollan distintos modelos subdivididos en categorías como los ‘Modelos de la disuasión’, en la que la difusión del mensaje no se realiza en etapas sino en pasos, que pueden ser varios; el ‘Modelo Transitivo o de Reconversión’ el ‘Modelo de Cambio en el Nivel de influencia’ y el ‘Paradigma en la búsqueda de información’. A dichos 21 modelos se atribuyen diversas teorías entre las que destaca la ‘Teoría de la agenda-setting’ acuñada por Becker, McCombs y MacLeod en 1975, “donde la propia filosofía comercial limite la intervención de los medios a seleccionar o rechazar asépticamente los mensajes, conforme a criterios profesionales de llegar al mayor público posible”, como explica Dader (citado en Muñoz Alonso et al., 1992). Esta perspectiva de la ‘agenda-setting’ en la que los medios afectan en el proceso de opinión pública dando más importancia a ciertos asuntos que ha otros, conduce a la hipótesis de que “los medios de comunicación de masas establecen la agenda para cada campaña política, influyendo en la aparición de actitudes hacia los temas políticos” (McCombs y Shaw citado en Crespi, 2000). En los años sesenta, el consumo masivo de la televisión en Europa generó efectos similares a los producidos por la radio dos décadas antes. Será desde mediados de esta década hasta los años noventa en los que se desarrolle una nueva interpretación sobre la poderosa influencia de los medios. En este periodo se piensa más en los efectos socio-estructurales y culturales globales como moldeadores de transformaciones complejas a medio y largo plazo. El modelo característico de investigación será el ‘Modelo de Dependencia’, en el cual los medios industriales de comunicación cumplen funciones básicas y centrales en el conjunto de las relaciones del sistema social, antes cubiertas por otros factores. Las dos teorías más características de la época son de nuevo la ‘Teoría de la agenda-setting’ y la ‘Teoría de la espiral del silencio’, que si bien forman parte del conjunto teórico de la etapa anterior, han pasado ha convertirse en puntos fundamentales de esta etapa. En el caso de la ‘Teoría de la espiral del silencio’ (Noelle-Neumann, 1984), a veces los individuos se niegan a expresar sus opiniones en público. Una de las explicaciones tiene que ver con la motivación individual de protección que hacen de la opinión pública una fuerza represiva de la opinión individual. El resultado es que en “un proceso de espiral, una sola visión domina la escena pública y la otra desaparece de la conciencia pública, ya que sus adherentes se tornan silenciosos”(Noelle Neuman, citado en Crespi, 2000). Hay una tercera teoría, denominada ‘ignorancia generalizada’ que se consolida como una variante de la ‘espiral del silencio’ durante esta última etapa. Crespi advierte que íntimamente ligado al fenómeno de la ignorancia generalizada aparece la ‘tiranía de la minoría’ donde un grupo reducido condiciona desproporcionadamente a toda la población. En este sentido, en 1995 Brosius y Kepplinger (citado en Crespi, 2000) hablan de que el flujo de temas y de acontecimientos es irregular, creando “temas silenciadores” (Killer issues) que dominan las noticias. Así, se crea una competición entre los acontecimientos y las opiniones editoriales de cada medio. Las transformaciones tecnológicas de las últimas décadas, motorizadas por la globalización exponencial de las estructuras de la producción y los mercados de consumo han generado un nuevo paradigma. En este sentido, la función propia de la ‘Teoría de la agenda-setting’ ya no es exclusiva de los medios de comunicación sino que la realizan todos los usuarios de internet. Para la consolidación teórico-práctica de la opinión pública, Dader plantea tres líneas de trabajo concretas: “La fundamentación y sistematización científica de una teoría propiamente unitaria y sistemática sobre opinión pública, la mejor comprensión de las repercusiones de la actual actividad de los medios periodísticos en la conformación del diálogo político y público en 22 general y el estudio comparado de los problemas y soluciones a cuestiones de comunicación política similares en diferentes países, afrontadas de manera diferente en cada uno” (Dader, 1992 Según Guillermo Orozco Gómez (citado en De Moraes: 2007) la mediatización, que algunos llaman ‘massmediatización’ fue el proceso que caracterizó la segunda mitad del siglo XX y aún continua hoy, aunque se ha ido gestando paralelamente una ‘audienciación’ masiva de las sociedades. Así, las sociedades actuales se definen por consolidarse como audiencias múltiples y secundarias de diversos medios, lo cual afecta directamente a la opinión pública. Conclusión La opinión pública, en sus distintos niveles, es el principal instrumento del que hoy por hoy disponen los ciudadanos para expresarse en función de sus valores e intereses. Por ello, se hace imprescindible su análisis pormenorizado, lo cual requiere un extraordinario proceso de análisis. Una reflexión sobre la experiencia a lo largo de los años de dicho análisis así como de las estructuras y procesos para llevarlo a cabo podría sintetizar los procesos de evaluación de la opinión pública. En este sentido, el conocimiento del marco teórico y las técnicas de investigación de la opinión pública en materia de Cooperación Internacional para el Desarrollo, se presenta imprescindible para conocer la percepción de los ciudadanos sobre dicho fenómeno. Así, el estudio “Estado de la opinión pública en Castilla y León en materia de Cooperación Internacional para el Desarrollo” desarrollado por el Observatorio de Cooperación Internacional para el Desarrollo de la Universidad de Valladolid ha optado por categorizar tres de las estrategias más eficaces: las encuestas de opinión, los grupos de discusión y otras técnicas como la técnica del panel, la entrevista en profundidad, etc. Como y de qué manera se aplican estos principios en el desarrollo de todo proceso metodológico de análisis de la opinión pública en materia de cooperación internacional para el desarrollo es una discusión que depende de los propios investigadores, discusión que obviamente desborda el marco de esta comunicación. Sin embargo, conocer saber cuáles son las herramientas y conocer su historia es una operación previa a emprender el camino. Referencias ANGULO, G. (1997): Opinión pública, participación ciudadana y política de cooperación en España, Instituto Complutense de Estudios Internacionales – ICEO. BARDIN, L. (1986): Análisis de contenido, Ed. Akal, Madrid. BERGARA, M. y RUIZ SAN ROMÁN, J. A. (Coords.) (2005): Investigar en Comunicación: Guía Práctica de métodos y técnicas de investigación social en Comunicación, McGraw-Hill, Madrid. CANALES, M. y PEINADO, A. (1995): “Grupos de discusión” en DELGADO, J. M. y GUTIÉRREZ, J. (coords.) (1995): Métodos y técnicas cualitativas de investigación en ciencias sociales, Ed. Síntesis, Madrid. CHILDS, H. (1965): Public Opinion: Nature, formation and role, Ed. Van Nostrand Co., Princeton. CRESPI, I. (2000): El progreso de opinión pública. Como habla la gente, Ed. Ariel Comunicación, Barcelona. DADER, J. L. (1992): El periodista en el espacio público, Ed. Bosch, Barcelona. DAVISON, P. (1972): “Public Opinion”, Encyclopedia Brittannica, Tomo 15. 23 DE MORAES, D. (coord.) (2007): Sociedad mediatizada, Ed. Gedisa, Barcelona. GHIGLIONE, R. y MATALON, B. (2005): Las encuestas sociológicas. Teorías y prácticas, Ed. Mc Graw Hill, Madrid. GIL FLORES, J. (1993): “La metodología de investigación mediante grupos de discusión”, Enseñanza & Teaching: Revista interuniversitaria de didáctica, 10-11 (1992-1993), pp. 199-214. HABERMAS J. (1981): Historia y crítica de la opinión pública (La transformación estructural de la esfera pública, Ed. Gustavo Gili, Barcelona. HERR, R. (1971): España y la Revolución del siglo XVIII, Ed. Aguilar, Madrid. HYMAN, H. (1984): Diseño y análisis de las encuestas sociales, Ed. Amorrortu, Argentina. IBAÑEZ, J. (1994): El regreso del sujeto. La investigación social de segundo orden, Ed. Siglo XXI, Madrid. IBAÑEZ, J. (1979): Más allá de la sociología. El grupo de discusión: técnica y crítica, Ed. Siglo XXI, Madrid. LEDERMAN, L. C. (1990): “Assessing Educational effectiveness: the focus group interview as a technique for data collection”, Communication Education, 38, pp. 117-127. LIPPMAN W. (2003): La opinión pública, Ed. Cuadernos de Langre, Madrid. MERTON, R. K. (1949): Social Theory and Social Structure: Toward the Codification of Theory and Research, The Free Press, Nueva York. MILLS, W. (1963): La élite del poder, Ed.Fondo de Cultura y Economía México, Ciudad de México. MONZÓN, C. (1992): “Revisión y crítica del concepto clásico”, en MUÑOZ ALONSO, A. et al. (1992): Opinión pública y comunicación política, Ed. Eudema, Madrid. MONZÓN, C. (1990): La opinión pública: Teoría, concepto y métodos, Ed. Tecnos, Madrid. MUÑOZ ALONSO, A. et al. (1992): Opinión pública y comunicación política, Ed. Eudema, Madrid. ORTEGA Y GASSET, J. (1999): La rebelión de las masas, Ed. Alianza Editorial, Madrid. PRINCE, V. (1994): La opinión pública. Esfera de la comunicación, Ed. Paidós Ibérica, Buenos Aires. RAMONET, I. (2003): La tiranía de la Comunicación, Ed. Random House Mondadori, Barcelona. SCHELER, M. (1973): Sociología del saber, Ed. Siglo Veinte, Buenos Aires. SELLTIZ, C. et. al. (1965): Métodos de investigación en las relaciones sociales, Ed. Rialp Madrid. SENNETT R. (1978): The Fall of Public Man, Ed. Vintage Books, Nueva York. SPEIER, H. (1980): “The rise of public opinion”, Opinión pública y comunicación política, Ed. Eudema, Madrid. TUESTA SOLDEVILLA, F. (1997): No sabe/No opina (Medios y encuestas políticas), Fundación Konrad Adenauer/Universidad de Lima, Perú. ULLMAN W. (1965): A History of Political Thought: the Middle Age, Ed. Penguin, Baltimore. (Trad. cast.: Historia del pensamiento político en la Edad Media Ariel, Barcelona, 1983).1990: Concept and Measurement of Human Development, Oxford University Press, Nueva York. 24