La vida, contexto y horizonte del discernimiento

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Año XLII | n. 235 | Octubre - Noviembre - Diciembre 2011
La vida, contexto y horizonte del
discernimiento
Agustín Rivarola, s.j.
No me han faltado ocasiones de ver cómo se utiliza la palabra discernimiento
para muchas cosas que no lo son. Pongo algunos ejemplos: movidos por el fervor
de extender los Ejercicios a los jóvenes, hemos cometido el error de hacer juicios
espirituales sobre los estados anímicos de un adolescente, sin tener en cuenta la
crisis vital por la que está atravesando. También ha sido frecuente encontrarme con
este axioma: “estar desolado es sinónimo de andar mal, y estar consolado signo de
andar bien”. Es decir, la consolación es –ipso facto- señal de tranquilidad, y por
contrapartida la desolación cae bajo un manto de sospecha, sin distinguir si es mala
solo porque es desagradable, y sin contemplar si la desolación pertenece a quien
transita la primera semana, o es de quien vivencia como en su propia carne la Pasión
de Jesús, propio de la tercera semana. Lo mismo ocurre con la consolación: suele
identificársela como señal del cielo y confirmación del camino emprendido, sin tener
en cuenta la sospecha de tentación bajo especie de bien (EE 331), como se plantea
en la segunda semana. En definitiva, no debemos vincular de manera acrítica las
consolaciones con el buen espíritu, ni las desolaciones con el malo1, pues si Ignacio
decía que de 100 personas haciendo oración, 99 se engañaban, bien podríamos
aplicar las mismas proporciones al discernimiento.
1
Cfr. José García de Castro, sj, Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, Tomo II, voz “Moción”, pág
1268.
29
Por otra parte, con mucha frecuencia veo caer en desuso el examen de conciencia,
ejercicio diario del discernimiento. Aunque Ignacio lo tenía en mayor estima que la
oración diaria, es lo primero que se abandona cuando faltan los tiempos del espíritu.
En sintonía con esta realidad me pregunto si sería posible cambiar la mirada sobre
esta palabra tan usada como deseada, el discernimiento ignaciano. Una de las maneras,
en mi opinión, de evitar su desgaste es ubicarla dentro del contexto que le
corresponde y la finalidad (horizonte) que tiene 2. En otras palabras, trataremos de
evitar que el discernimiento quede como una confusa metodología de un laboratorio
individual condenada al aburrimiento.
1. ¿Subiecto para el discernimiento?
Una pregunta sustancial es si para el discernimiento hace falta algún tipo de
capacidad, madurez o “subiecto”. En principio, todos los hijos de Dios estamos llamados
a ser conducidos por el Espíritu de Dios, como dice Rm 8,14-16, y por tanto también
podríamos afirmar que todos, tarde o temprano, necesitamos aprender a dejarnos
conducir por este Espíritu. Sin embargo, no siempre tenemos despierta y activa esta
capacidad, o bien se nos despierta tardíamente como le pasó al mismo Ignacio, que
le hizo falta una larga convalecencia para darse cuenta de la variedad de espíritus
que le visitaban (Cfr. Autob. 8).
Desde esta experiencia, Ignacio responde a la pregunta por el “subiecto” para el
discernimiento al comienzo de las reglas de primera semana. Allí nos deja una clave,
tan simple como imprescindible, que es la orientación fundamental de la persona3. A
esto apuntan los números 314-315, que indirectamente hablan de dos bases necesarias
para que haya discernimiento. La primera, que el sujeto escuche la voz de su
conciencia, el “sindérese de la razón” (314). Nada despreciable este dato para nuestros
tiempos: el discernimiento espiritual es posible y creíble cuando la persona asume
su capacidad natural para juzgar rectamente y decide desde su conciencia,“el primero
de los vicarios de Cristo” como decía el Cardenal Newman4. La segunda condición,
es necesario que el sujeto quiera seguir a Jesucristo, que haya hecho una opción por
2
En Revista Diakonía, septiembre de 1987, Carlos Cabarrús decía que “el discernimiento nace de
una toma de posición con Jesús pobre y humillado actualmente (requisito) y lleva a defender su
causa (verificación)”. Decir que la opción por los pobres es condición de posibilidad y criterio de
verificación del discernimiento, fue suintento de darle a este un contexto y un horizonte.
3
Cfr. José García de Castro, sj, op. cit., pág 1267.
4
Citado por el Catecismo de la Iglesia Católica, Nº 1778.
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Él, que se encuentre “en el servicio de Dios nuestro Señor de bien en mejor subiendo”
(EE 315), donde empalma en el contexto del Magis, como explicaremos más adelante.
Sólo es fiable el discernimiento espiritual de una libertad que asume estas dos
decisiones fundamentales.
Insistimos: escuchar la propia conciencia y ser capaz de elegir por mí mismo, es
el mínimo indispensable para discernir espiritualmente5. Vivimos inmersos en una
cultura que propicia las adicciones de pantalla, pendientes del mensaje de texto y las
novedades de Facebook. El mercado necesita pensar y decidir por mí, y a eso apuntan
las estrategias publicitarias. Hoy más que nunca es necesario fortalecer el sujeto del
discernimiento, la misma persona, especialmente su libre autodeterminación. A
diferencia de quienes temen caer en psicologismos por insistir en los procesos
humanos, sabemos que en lo más hondo de la persona habita el deseo de Dios, lo
más íntimo de mi intimidad. Y si se diera el caso de personas enredadas en sus
laberintos interiores, recordemos que es más fácil desatar un narcicismo que
desanudar espiritualidades alienantes y desencarnadas.
2. El contexto del “magis”
En el mismo texto de los EE, tomado en su conjunto, podemos reconocer algunos
contextos para el discernimiento: el Principio y Fundamento sería el contexto para
bien interpretar las reglas de primera semana. Como que estas pautas están
preparadas para quien camina en la tónica del magis,“solamente deseando y eligiendo
lo que más conduce al fin que somos creados” (EE 23). Por eso este primer cuerpo
de reglas están hechas para quien camina “en el servicio de Dios de bien en mejor
subiendo” (EE 315). Asimismo, las reglas de segunda semana tendrían como contexto
otro aspecto del magis, la Oblación de mayor estima y momento, como que están
hechas para quienes “más se querrán afectar y señalar en todo servicio” (EE 97).
Cuando Ignacio apunta que una elección de vida y estado se hace “juntamente
contemplando” los misterios de la vida de Cristo, está dando el contexto donde
realizar el discernimiento vocacional. Es el contexto de la contemplación de los
misterios de la Humanidad de Cristo al calor del “conocimiento interno del Señor,
para que más le ame y le siga” (EE 104)6. Las reglas para ordenarse en el comer,
orientadas al fino discernimiento del placer, se entienden dentro de la Tercera Semana,
5
Con palabras semejantes, Carlos Cabarrús habla de requisitos para el discernimiento humano,
antesala del discernimiento espiritual. Cfr. “La Danza de los íntimos deseos”, DDB, Bilbao 2006, pp
39-44.
6
Cfr. Darío Mollá, sj, El discernimiento, realidad humana y espiritual, Revista Manresa 82, enero –
marzo 2010,
31
adonde se ingresa movido por el deseo de “imitar y parecer” más actualmente a
“Cristo nuestro Señor” (EE 167). En la Cuarta Semana se ofrecen pautas de
discernimiento en las Reglas para Sentir con la Iglesia, solamente comprensibles
desde “tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor” (EE 221). Entonces tenemos
que es el MAGIS el contexto adecuado para entender y aplicar las reglas de
discernimiento.
Fuera del proceso de un retiro, en el ámbito del seguimiento cotidiano del creyente
“de a pie”, el discernimiento también requiere un ámbito de generosidad. Darío
Mollá lo inscribe dentro del contexto de una respuesta a dos llamadas: la llamada al
amor (el mandamiento de Jesús), y la llamada a la vigilancia evangélica7. Discernir, en
estos contextos, significa buscar y encontrar cómo amar más y mejor, y como dejarse
encontrar por el Señor que viene a mi encuentro. “Es que el discernimiento se
enmarca en un movimiento de tensión hacia lo mejor, en un impulso que lleva a
crecer y a profundizar en el amor”8. Y esta tarea se inscribe en el contexto de lo
cotidiano, del descubrir la suave conducción del Espíritu en los pequeños pasos de
cada día.
3. El horizonte de la Vida
El llamado al amor y a la vigilancia, al calor del generoso magis, necesitan de una
opción previa frente a un llamado fundamental sin el cual todo discernimiento se
vivirá desencarnadamente. Siguiendo a Mollá, sentimos que el discernimiento es una
destreza que responde a necesidades básicas del ser humano. Discernir “es algo
esencial, constitutivo, del ser humano como ser orientado a actuar con libertad y
responsabilidad”, dice Vives9. En el caso de los creyentes, discernir sería dejarse
llevar por el Espíritu es adentrarse en su Templo que es nuestra humanidad, y
descentrarse por hacer Reino, allí donde la Humanidad (con mayúscula) esté más
necesitada de justicia y paz. Es decir, el movimiento del Espíritu es centrípeto y
centrífugo a la vez, nos introduce en lo más íntimo nuestro sin dejar de lanzarnos a
los desafíos de la historia10. Todo esto nos lleva a tomar el discernimiento como
aquella herramienta que nos hace tan humanos como divinos, a imagen del Hijo, ya
que la intención del Espíritu de Dios es configurarnos con la persona de Jesús, y así
7
Cuadernos Eides Nº 59, ”Horizontes de Vida (vivir a la ignaciana)”, marzo 2009.
Josep Vives, sj, “Vida Cristiana y Discernimiento”, Cuadernos Eides Nº 40, marzo 2004.
9
Ibidem.
10
Movimiento que coincide con la frase atribuida a Ignacio: “Non coerceri a máximo, contineri
tamen a minimo, divinum est.”: no acobardarse ante lo grande, y sin embargo atender lo pequeño,
eso es divino”.
8
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convertirnos en “hijos en el Hijo”. Desde esta clave de su Encarnación entendemos
que el contexto “madre”, la matriz donde el Espíritu nos fecunda, nos conduce y nos
encuentra es el cotidiano vivir, la vida entendida como el acontecer divino y humano
en el que nos movemos y somos.“Desde la Encarnación, Dios se revela en la historia,
no al margen ni fuera de ella”11.
El discernimiento está al servicio de esta vida de peregrinos que somos, es el
arte que nos ayuda a desentrañar nuestra identidad más honda, es la destreza que
posibilita responderme la pregunta existencial “¿quién soy?”, “¿quién voy siendo?”.
Discernir es “la osadía de dejarse llevar”12 por esta VIDA que palpita en nuestro ser
más hondo, como aquel soplo original del Creador que estamos llamados a descubrir
y desplegar todos y cada uno de nuestros días.
4. Reglas para la integración
Pareciera que toda la creación posee una dinámica de polaridades
complementarias como día-noche, cielo-tierra, varón-mujer, y hasta el sístole-diástole
de nuestro corazón. Una dinámica ya percibida por la sabiduría bíblica:
Todas las cosas van en pareja, una frente a la otra,
y Él no ha hecho nada incompleto:
una cosa asegura el bien de la otra.
¿Quién se saciará de ver su gloria?
(Eclo 42,24-25).
Desde esta perspectiva, ¿cómo sería releer las reglas de Ignacio desde estos
horizontes de Vida? ¿Podemos encontrar en ellas criterios de integración humana y
divina? ¿Sería posible mirarlas como pautas para desplegar las dimensiones vitales
que me hacen ser quien soy? Haremos el intento con el grupo de reglas para la
primera semana (EE 313-327).
A. Las reglas son claves para entrar en el mundo de “las varias mociones que en la
ánima se causan” (313). Moción significa “movimiento”, alternancias diversas que
pugnan dentro nuestro, “provocadas por dos polos contrarios: uno que atrae y
conduce a la comunión… y el polo que retrae y que conduce a la separación”13.
De estos movimientos no somos libres, vienen de fuera de nuestro querer y
11
Documento de la CEA “Jesucristo Señor de la Historia”, Oficina del Libro,”año 2000, Nº10.
Carlos Cabarrús, sj, “La mesa del banquete del Reino”, DDB, Bilbao, 1998, pág. 18.
13
Melloni, Mistagogía de los Ejercicios, Manresa - Sal Terrae, pág 144.
12
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libertad (EE 32), mas no se nos exime de escucharlos e interpretarlos. Ignacio
aprendió por experiencia (Autobiografía 8-9) que esta diversidad podía describirse
bajo los términos de consolación y desolación, “dos polaridades anímicas
fundamentales”14. “Por consolación hay que entender todo aquello que nos
expande y nos abre hacia más vida, mientras que la desolación es lo que nos
retrae y nos paraliza”15. Interpretar nuestro mundo interno desde las polaridades
consolación – desolación es lo propio de estas reglas ignacianas, un binomio
desde el cual Ignacio formula otras dos polaridades, “buen espíritu“– mal
espíritu”.16
B. A muchos les sorprende esta mirada positiva sobre la desolación, máxime cuando
se la consideró aliada de la tentación y enemiga de nuestro mayor provecho.
Pareciera que estamos valorando aquello que nos aleja de Dios, como si
estuviésemos validando una situación negativa y hasta pecaminosa. No debemos
identificar, como ya está dicho, el estado anímico desolador con una tentación
consentida y tampoco estamos negando que las tentaciones son rechazables por
el daño que provocan. Sin embargo, San Agustín ya integraba a la tentación dentro
de nuestro crecimiento cristiano: “nuestro progreso se realiza por medio de la
tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado” (Comentario
sobre el Salmo 60, 2-3). ¡Necesitamos la tentación para nuestro progreso! Nos
sucede como a Jesús, que después de recibir la voz del Padre en las aguas del
Jordán, es conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado (Mt 4,1), y de
esa manera encuentra que su ser “Hijo muy amado” pasa por un estilo de pobreza,
humildad y sencillez. De igual manera, cada uno de nosotros desentraña su
identidad profunda gracias a la tentación… y la desolación que suele acompañarla.
C. Volviendo a nuestro tema, con un lenguaje concreto y práctico, que a nuestra
sensibilidad sabe a voluntarismo, Ignacio mantiene el principio de integración de
los opuestos en el binomio consolación - desolación: “en tiempo de “desolación…
estar firme y constante… en la determinación en que estaba en la antecedente
consolación” (318); “el que está en desolación… piense que será presto
consolado” (321); “el que está en consolación piense cómo se habrá en la
14
Melloni, Mistagogía, pág 145
Melloni, Deseo Esencial, pág 165.
16
Es interesante la comparación que hace Melloni con el binomio freudiano eros y thanatos. Cfr.
Deseo Esencial, pág. 166.
15
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desolación que después vendrá” (323). Estando inmerso en alguno de estos polos,
Ignacio no deja de pensar, considerar o recordar el polo apuesto. El ejemplo más
completo lo hallamos en la undécima regla: “el que está consolado procure
humillarse y bajarse cuanto puede, pensando cuán para poco es en el tiempo de
la desolación sin la tal gracia o consolación. Por el contrario, piense el que está
en desolación que puede mucho con la gracia suficiente para resistir a todos sus
enemigos, tomando fuerzas en su Criador y Señor” (324).
D. De todos modos, no hay fuerza más integradora que el amor de Dios. En términos
ignacianos, este amor se llama consolación: “cuando en el ánima se causa alguna
moción interior, con la cual viene la ánima a inflamarse en amor de su Criador y
Señor” (316). Melloni afirma que “la consolación restablece estas etapas del
psiquismo humano no de forma regresiva – autocentrándola en la persona- sino
descentrándola, abriéndola y configurándola a la experiencia de filiación de Cristo
Jesús. Es decir… le permite rehacer su afectividad adulta en la que el deseo
aprende a reconocer que su objeto es la Alteridad de Dios, que se ausenta
siempre que se le quiere poseer, para reaparecer de un modo nuevo y recreador.17”
E. Desde la fuerza incluyente del amor, necesitamos dar lugar a nuestras sombras,
aquella “oscuridad del ánima” (317,2) que se percibe en la desolación, aquella
parte nuestra que aún vive “como separada de su Criador y Señor” (317,3), y
por tanto separada también de mi mismo. Es la tarea, la función, de este
desagradable estado anímico: “la desolación tiene efectos benéficos, porque nos
pone en contacto con zonas olvidadas o descuidadas de nosotros mismos, lo
cual nos muestra nuestros límites y nos impulsa a reaccionar”18. La integración
de estas zonas sombrías será una ardua tarea, donde se nos exige “el intenso
mudarse” (319) para que desarrollemos una paciente esperanza (cfr. 321) desde
el anclaje “firme y constante” (318) en la consolación. Ignacio tuvo la intuición
de los efectos benéficos de la desolación (“mucho aprovecha” 319), donde “el
subconsciente libera todos sus fantasmas y temores que el mal espíritu atiza y
agranda”19, efectos que necesitamos capitalizar a nuestro favor siendo proactivos.
La desolación es necesaria para el crecimiento de nuestras “potencias naturales”
(320), sobre todo aquellas que son fáciles de asociar a los “brutos animales” (47)
que llevamos dentro. Nos vemos obligados a pelear, luchar, trabajar… y así
17
Mistagogía de los Ejercicios, pág 146, citando a Jordi Font y Adrien Demoustier, ambos jesuitas.
Melloni, Deseo Esencial, pág 165.
19
Melloni, Mistagogía, pág. 147.
18
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damos lugar a esa importantísima pasión nuestra que es la agresividad. En otras
palabras, en la desolación podemos integrar dos polaridades aparentemente
incompatibles, como son la agresividad humana con la dulzura y suavidad del
Espíritu.
F. Otros efectos benéficos de la desolación se explican en la novena regla (322).
“Tres causas principales son porque nos hallamos desolados” pueden ser leídas
como tres llamados a integrar aspectos nuestros que, por hallarse escondidos,
boicotean la transformación afectiva de la consolación. En la primera causa hay
un llamado a integrar nuestras resistencias, expresadas por Ignacio como
negligencias, perezas y tibiezas. Es semejante a la “resistencia a la cura” que
aparece cuando los procesos terapéuticos avanzan o están llegando a su término.
En la segunda causa, “probarnos en cuanto somos… sin tanto estipendio de
consolaciones”, la desolación ejerce una función pedagógica: nos enseña a buscar
solo “su servicio y alabanza”, sin ningún otro beneficio personal. Múltiples
intereses egoístas camuflados de piedad emergen en la conciencia y, al develarse,
nos interpelan a integrarlos ya purificados. La tercera causa es un llamado a
integrar la omnipotencia vencida. Todos llevamos, como Adán, el secreto
deseo de adueñarnos del árbol de la vida, “atribuyéndonos a nosotros la
devoción… la espiritual consolación”. La desolación ejerce aquí su mejor efecto:
sacude nuestra omnipotencia original para doblegarla en gratuidad, entendiendo
que “todo es don y gracia”.
G. Por último encontramos las tres reglas sobre las estrategias del mal espíritu, que
podemos entenderlas como avisos sobre los escollos donde puede naufragar la
integración: el miedo, el aislamiento y desatender nuestra flaqueza. El miedo,
entendido como “tener temor y perder ánimo en sufrir las tentaciones” (325),
es un aspecto que necesitamos integrar, reconociéndolo como parte nuestra
para descomprimir su fuerza de fuga (“dando huída”). El aislamiento,“querer ser
secreto y no descubierto” (326), nos avisa que necesitamos cruzar experiencias,
preguntar y consultar a quienes ya hicieron este proceso. Nos recuerda que
hasta los procesos más íntimos necesitan ser parte de una larga caravana,
incorporándose mediante un confidente. Finalmente, toda integración necesita
atender nuestra flaqueza, allí “por donde nos hallamos más flacos y necesitados”
(327), recordando que crecemos desde abajo y se comienza en la debilidad.
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