La Construcción de Acuerdo y el Consenso Político como base para el desarrollo 1 Ernesto Ottone Se me ha solicitado intervenir sobre “La Construcción de Acuerdo y el Consenso Político como base para el desarrollo”, al hacerlo daré por supuesto lo señalado por los colegas que me han precedido y que intervendrán posteriormente respecto a los otros aspectos que se ligan a un proceso de desarrollo. Yo me centraré en los aspectos propiamente políticos, pero antes de hacerlo quiero señalar de manera telegráfica que estos aspectos son parte de un esfuerzo global que supone al menos otros tres problemas fundamentales que América Latina debe enfrentar hoy al los que no me referiré: el de la asimetría que presenta la economía internacional en el marco de la globalización, la necesidad de lograr una competitividad sostenible en el tiempo, y la de romper la transmisión intergeneracional de la desigualdad y la pobreza a través de políticas públicas adecuadas. 1 Ponencia presentada en el Seminario Sobre Desarrollo y Políticas Económicas :”Experiencia Internacional y Lecciones Aprendidas”, República Dominicana, diciembre 2005. 1 Quienes me han precedido han señalado con justa razón que después de muchos avatares América Latina ha entrado en un ciclo que nos entrega resultado económicos y sociales más positivos que aquellos que marcaron los tres primeros años del siglo XXI. Este nuevo ciclo permite un respiro en el corto plazo y en él influyen fuertemente un escenario externo favorable, las bajas de las tasas de interés y la revaloración temporal de las materias primas causadas por la eclosión de fenómenos nuevos como son la enorme demanda de economías gigantescas como China e India. Pero sería miope cantar victoria, este respiro sólo será útil si América Latina es capaz de atesorar esta bonanza pasajera a través de cambios sistémicos que abarquen las economías, la política y la situación social, que marquen una situación distinta para enfrentar los ciclos negativos haciéndolas definitivamente menos vulnerables. Cabe notar que los países con más altos niveles de pobreza extrema son los que menos han progresado. 2 Por lo tanto, pese a esta mejor situación el panorama latinoamericano no deja de ser preocupante, pues a la fragilidad económica y social se acompaña una fuerte fragilidad política y hasta de cierta desafección al sistema democrático, resurgimientos de atmósferas sociales que pueden minar los sistemas de negociación de los conflictos y favorecer las ofertas populistas de origen corporativo, de reacciones identitarias antimodernas de distinto signo, que se caracterizan por ser simplistas, esencialistas y unilaterales y no captan la necesidad de apreciar el mestizaje cultural de la región que permita entender nuestra identidad de una manera no estática ni dogmática sino de asumir su continua transformación e historicidad. La aguda percepción de injusticia social, de que quienes pagan las crisis son “los de abajo”; la visión en varios países de las elites políticas como elites corruptas y de la globalización como una conspiración de los países ricos para explotar a la región es una realidad que se refleja en el incremento de posiciones nacionalistas y extremas, como asimismo en el descrédito de muchos de los gobernantes en la opinión pública, en el desprestigio de los partidos políticos y en la extrema volatilidad del voto. 3 Sigue sin resolverse las crisis de los Estados-Naciones confrontados al fin de sus antiguas formas de legitimación pero incapaces aún de reconstruir nuevas identidades que le den cohesión social y les permitan hacer frente al tremendo desafío que plantea la sostenibilidad de la globalización (Manuel Castells, 2005). Sin duda los problemas de América Latina para superar el actual estado de cosas son múltiples pero quisiera señalar la importancia de la fragilidad política. América Latina tiene una historia muy lábil en materia democrática, basta señalar que en 1930 la región contaba con sólo 5 gobiernos democráticos; en 1948 con 7; y en 1976 con apenas 3 (PNUD 1994). Los profundos avances en este terreno en las últimas décadas en la que prácticamente en América Latina el conjunto de los países con mayor o menor solidez, han adoptado el sistema democrático constituyen un patrimonio a la vez precioso y precario. En la fragilidad de la construcción democrática en la región se reflejan tanto problemas comunes a los sistemas democráticos en 4 todo el mundo como asimismo los límites históricos de su propio desarrollo y su pesada herencia de discontinuidad democrática. A nivel universal la democracia se encuentra presionada tanto por el proceso de globalización y de revolución de la información que genera la centralidad de la imagen, la tendencia a una “doxocracia” sin límites y los peligros de una relación perversa entre política y espectáculo que pone cuestionamientos no menores al rol de los partidos políticos, del parlamento, a la relación entre electores y elegidos y a la producción de sentido de la política. Como asimismo por el proceso de dualización en sociedades donde los mecanismos de integración tienden a bloquearse y aparecen fenómenos crecientes de exclusión y fragmentación social. Estos problemas se presentan en América Latina y el Caribe agravados por la desigualdad y la exclusión social a los que se suman fenómenos de creciente extensión como la economía criminal generada por el narcotráfico y prácticas extendidas de corrupción que tienen un efecto cancerígeno sobre el funcionamiento del sistema político. 5 Si revisamos con objetividad el panorama político latinoamericano vemos que el nudo gordiano del momento actual se encuentra en la enorme mayoría de los países en la escasa legitimidad de los sistemas políticos y en la falta de solidez de su construcción institucional. Existe una demanda ciudadana que pide más Estado, más institucionalidad, más sistemas de justicia y de seguridad ciudadana, más gestión pública. La extrema debilidad de la oferta pública en muchos países frente a esta demanda genera un vacío que puede frustrar el desarrollo y dar inicio a un nuevo ciclo de populismos ya sea de izquierda o derecha, integrista identitario o modernista autoritario, en donde una sociedad civil que busca, en la mejor tradición gramsciana articularse con el Estado sea reemplazada por una sociedad incivil que lleve a la paralización del esfuerzo de desarrollo o a procesos de sociedad con un nivel de conflicto insostenible (Manuel Castells, 2005). No estamos en lo fundamental atravesando por una crisis económico-social, sino por una crisis de legitimidad política que se entrelaza y agrava por los problemas económicos y sociales presentes en la región. 6 La crisis de legitimidad política genera un obstáculo mayor a un camino democrático al desarrollo, es decir, aquél que supone, para resumir y ser claros, los conceptos de Bobbio de la democracia. De la “democracia mínima” o procedimental que arranca su valor en ese principio incontrastable de que resulta mejor “contar cabezas que cortar cabezas” y supone que la existencia de procedimientos acordados y de reglas son la base de una convivencia civilizada. Gobierno de las leyes, Estado de derecho, trama de libertades, disminución del arbitrio de los hombres, canalización pacífica de los conflictos y limitación de la fuerza. “Podemos hablar de democracia –dice Bobbio- ahí donde las decisiones colectivas son adoptadas por el principio de la mayoría, pero en que participan en estas decisiones o indirectamente (…) la mayor parte de los ciudadanos”, y agrega a continuación que ello supone que los ciudadanos estén libremente colocados ante alternativas reales y las minorías sean respetadas y puedan convertirse en mayoría si así los ciudadanos lo deciden. Esta concepción es el “verbo” de la democracia, su ABC, como bien nos decía Stuart Mill, después vienen las otras letras. 7 Pero asimismo Bobbio nos habla de la “democracia exigente”, cuando nos señala la necesidad de demandar a la democracia un compromiso, a la vez que con la libertad, con una mayor igualdad en las condiciones materiales de vida (…) una cierta voluntad igualitaria en el sentido de utilizar el poder del Estado para contribuir a morigerar las desigualdades materiales más manifiestas e injustas, así no más sea porque la presencia en una sociedad cualquiera de tal tipo de desigualdades puede tornar ilusorio y vacío para quienes lo padecen el disfrute y el ejercicio de las propias libertades. Este camino, el camino democrático, es necesariamente reformista, gradualista, requiere de consensos básicos en la sociedad, de legitimidad de los elegidos y de control de los electores, de mecanismos que sean capaz de regular los necesarios conflictos sociales que existen en toda sociedad y de movimientos sociales y políticos activos capaz de representar demandas y un sistema político capaz de articular respuestas posibilistas. Es un camino tremendamente exigente, requiere romper los corporativismos de todo signo, y transformar el Estado para que sea 8 capaz de responder a las necesidades y aspiraciones de las grandes mayorías ciudadanas y contrarrestar al máximo las dificultades de la globalización y aprovechar sus oportunidades. Es un planteamiento más cercano al pensamiento “débil” de Vattimo que a visiones absolutistas, fundamentalistas o unilaterales. No espera “todo” de la política como lo plantea el pensamiento revolucionario, o “todo” del mercado como el pensamiento conservador o neo-liberal. Para esta visión reformadora no es posible esperar del mercado ninguna moral distributiva y en consecuencia la lógica inegalitaria del capitalismo debe ser contrapesada con una voluntad política que tienda a la igualdad de oportunidades y de compensación de recorrido, que establezca un “mínimo civilizatorio” para todos donde “seamos iguales entre todos, no en todo, pero sí en algo”. Ello requiere un ámbito público con capacidad y voluntad de acción, el ejercicio de libertades positivas y el cumplimiento progresivo de los derechos económicos y sociales. ¿Es lo anterior posible de lograr? 9 Se suele poner a Chile como una experiencia positiva y con cierta razón pues sus resultados son notables en lo económico, lo social, lo cultural y lo político. En ocasiones se hace con un cierto sesgo ideológico mostrándolo sólo como el éxito del buen alumno del “Consenso de Washington”. desarrollo y democracia: En su reciente libro “Globalización, Chile en el contexto mundial”, Manuel Castells ha desacreditado tal majadería al plantear que el Chile de la democracia constituye un modelo diferente al de la dictadura militar denominándolo como “democrático, liberal e incluyente” en contraposición al “autoritario liberal y excluyente”, que caracterizó el periodo anterior. El entiende por modelo autoritario excluyente “aquel modelo de desarrollo que excluye de los beneficios del crecimiento a gran parte de la población mediante el ejercicio autoritario e incontrolado del poder del Estado, al tiempo que prioriza los mecanismos de mercado sobre los valores de la solidaridad social, sin aplicar políticas públicas correctoras de las desigualdades y de los privilegios de las élites sociales y económicas”, agregando en seguida que, “por modelo democrático liberal incluyente” entiendo un modelo de desarrollo gestionado a partir de un Estado democrático resultante de la libre elección de los ciudadanos y que 10 aún manteniendo los mecanismos de mercado como forma esencial de asignación de recursos, implementa políticas públicas encaminadas a la inclusión del conjunto de la población a los beneficios de crecimiento, en particular mediante una política fiscal redistributiva y en esfuerzo creciente de políticas públicas en la mejora de las condiciones de vida de la población a través de la educación, la salud, la vivienda la infraestructura de servicios, los equipamientos sociales y culturales, las ayudas y subsidios a las personas necesitadas. El modelo es también incluyente porque establece mecanismos de negociación y consulta con los actores sociales, buscando la elaboración de políticas económicas y sociales mediante un consenso con los representantes de los distintos grupos de interés existentes en la sociedad”. Ello no quiere decir que lo realizado en 15 años de democracia en Chile no tenga carencias y problemas económicos, sociales, políticos y que tenga exigencias y nuevas tareas por delante si quiere sostenerse en el tiempo y alcanzar el umbral del desarrollo en un tiempo prudente. Pero, puesto a resumir si me preguntaran cual es la clave del éxito por parcial que sea de la experiencia chilena, diría que la dictadura 11 generó muchos efectos no buscados que han sido los pilares de la reconstrucción democrática. Uno de ellos, quizás el más importante y novedoso, fue que en vez de destruir a la izquierda generó dos izquierdas. Una minoritaria que continuó apegada a su discurso revolucionario o de alternativismos varios, ferozmente contraria a la economía de mercado y una izquierda mayoritaria que por primera vez en Chile abandona en su práctica y en sus concepciones teóricas, aún cuando de manera más lenta, en este último aspecto, toda veleidad revolucionaria, adopta con tonalidades diversas el reformismo socialdemócrata y constituye una alianza sólida con la democracia cristiana capaz de darle gobernabilidad y progreso a Chile por tres períodos presidenciales. Dicha coalición, la Concertación, se ha caracterizado por su reformismo, gradualista, prudente pero perseverante, basado en la progresiva modificación de la estructura económica social y política heredada de la dictadura a través de políticas públicas orientadas a lograr un crecimiento con mayores niveles de equidad, a limitar los efectos inegalitarios del capitalismo a democratizar una sociedad marcada por fuertes rasgos de conservatismo y autoritarismo. En 12 suma, por un progresismo que encarna la Concertación en su conjunto. En todo caso ninguna experiencia positiva y menos la de un país más pequeño que grande, y más a trasmano que céntrico constituye un recetario aplicable a una América Latina tremendamente diversa y heterogénea. ¿Cómo avanzar? ¿Cómo retomar para América Latina la vía del desarrollo? ¿Cómo romper la transmisión intergeneracional de la desigualdad social? Siguiendo mi razonamiento podría existir la tentación de reemplazar el famoso “it’s the economy stupid” por un “it’s politics stupid” pero no sería justo, como siempre los problemas están constituidos por una combinación de factores, pero mi convencimiento es que el obstáculo político – institucional constituye un eje insoslayable de los grandes problemas a superar. Se trata entonces de superar la actual debilidad política de los países de la región y esta es tarea de los latinoamericanos en la cual desgraciadamente no tenemos a nadie a quien echarle la 13 culpa. Se hace indispensable el desarrollo de sistemas políticos que permitan capturar la diversidad pero que generen cohesión social, reglas del juego respetadas y transparentes “más gobierno de las leyes, menos gobiernos de los hombres” como nos señala Norberto Bobbio. Reivindicación de lo público y de un sistema democrático fuerte que sólo puede ser fruto de un sistema político con gran capacidad de agregación y con una vocación a la vez de integración al mundo y de reducción de las desigualdades en sus múltiples manifestaciones. Si la institucionalización de la democracia tiende hoy a girar en torno a la idea de amplios acuerdos, esto contrasta con la falta de presencia pública y de acceso a decisiones de una parte importante de la población. Amplios sectores que se encuentren marginados del desarrollo productivo, territorialmente segregados y sin capacidad para ser representados por los partidos políticos, no acceden al diálogo político. De otra parte la falta de confianza ciudadana en los organismos de justicia, protección y seguridad, generan condiciones para la trasgresión de la ley y la instalación de cimientos de violencia. 14 Finalmente una forma no menor de obstáculo al fortalecimiento democrático se encuentra en la falta de acceso de una parte de la población al uso ampliado del conocimiento, la información y la comunicación que son indispensables para adaptarse a los nuevos escenarios productivos, a la participación en el intercambio comunicativo de la sociedad y a un acceso igualitario a la vida pública. Reforzar el orden democrático supone en consecuencia desarrollar un compromiso de todos los actores y sectores sociales de respeto a las reglas de procedimiento de las institucionalidad democrática, articular los grupos sociales heterogéneos dentro de un sistema político capaz de representar sus demandas, vale decir, capaz de institucionalizar políticamente estas demandas y traducirlas en intervenciones que asignen recursos para alcanzar niveles de equidad aceptable, desarrollar mecanismos propios de la sociedad civil que fortalezcan relaciones de solidaridad y responsabilidad social, impulsar una cultura pluralista que favorezca mejores niveles de inclusión, confianza, convivencia y comunicación, y alentar la filiación progresiva de grupos sociales a redes de apoyo o interacción que les permita una mayor integración y participación (CEPAL 2000). 15 El tema de la confianza es un tema central de la democracia, desterrar la relación amigo-enemigo, desarrollando los espacios y posibilidades donde los conflictos naturales de intereses pueden resolverse. Pasar de la pluralidad al pluralismo y de la tolerancia pasiva a la tolerancia activa sólo se puede resolver a través de un camino laborioso gradual, pero urgente frente a las crisis que hoy vivimos en la región, que como bien sabemos son demasiadas y demasiado dramáticas. Agregaré algo que puede sonar un poco brusco a nuestro oídos que detestan con justa razón el autoritarismo, que tanto hemos sufrido los latinoamericanos. No sólo de participación, pluralismo y derechos vive la democracia, también de deberes y ejercicio de la autoridad en el marco de la ley. Una democracia para funcionar y ser efectiva necesita una autoridad por cierto legitimada por reglas de procedimientos democráticos pero con capacidad de conducción. Una democracia incapaz de negociar y resolver los litigios internos de una sociedad sólo puede resultar en estancamiento y ruina. 16 En consecuencia debemos trabajar obstinadamente por lograr democracias sólidas y metas realistas más cercanas, como señala Levi Strauss, a un humanismo modesto que a un humanismo exasperado. Concluyo reafirmando que, los cambios en América Latina, por el mismo hecho de ser urgentes y hasta dramáticos requieren reemplazar la retórica vacía por la acción concreta, las grandes palabras por el quehacer, sólido y permanente. Llegaremos antes y mejor si avanzamos sin histerias ni saltos al vacío, reforzando nuestras democracias, aumentando la confianza de nuestras sociedades en ellas, disminuyendo la arbitrariedad y aumentando un sentimiento de justicia, confianza y credibilidad. Que nuestra cultura, nuestra vida ciudadana, nuestra creatividad y el ejercicio de nuestras libertades sean cada vez más amplias y multicolores pero que nuestros sistemas políticos sean eficientes y honorables aún cuando sean como la de aquellos países con democracias muy consolidadas, los europeos en particular, los 17 nórdicos, vale decir un tantito gris y ojalá con el tiempo hasta un poquito aburridos. Muchas gracias. 18