Página 2 …………………………………………………………………. Foto del Obelisco ……………………………………………………………….. La izquierda y el IMPERIO DE LA LEY Mauro Mego, edil Espacio 609 Rocha, Frente Amplio Dixit “En nuestra coyuntura el papel de las normas es central, y muchas veces la confianza excesiva en la Ley, en su justeza, nos frena, nos embotella, nos limita”. A principios del siglo XX el batllismo sentó las bases de toda una sensibilidad, una verdadera matriz cultural estructurada en torno a, por lo menos, las primeras tres décadas del siglo. Además de la monumental obra reformista, el batllismo legó para el país, una característica central para un esquema republicano casi santificado por la cultura nacional: el imperio de la Ley. La idea de que La Ley, es el instrumento central para el cambio de las condiciones, para la “regulación” efectiva de aquellos aspectos desregulados, desordenados, diluidos de la vida social. Así fue que se ha conocido en este país, profusa legislación, históricos debates parlamentarios y una casi tácita confianza en la Ley como instrumento creador, casi al punto de pensar en qué es lo único que la sociedad puede hacer a través, lógicamente, de sus representantes. La izquierda de este país (y el resto de los partidos) parece, en términos generales, no escapar a esa cultura. No solo heredó la izquierda a través del Frente Amplio esa vocación reformista, estatista, socializante que imprimió el batllismo y que fue asentada por la creciente “derechización” que vivieron los PPTT en las últimas décadas, sino que también heredó -o hay síntomas momentáneos de eso- la confianza excesiva en el instrumento de la Ley. Podríamos detenernos en encontrar más similitudes o continuidades dinámicas entre la sensibilidad batllista y la sensibilidad frenteamplista, como podría ser el apego a la concepción humanitarista y letrada de la cultura, pero centrémonos en el tema en cuestión. Vale aclarar que hablamos de generalidades, sabiendo que hay intersticios del esquema de la izquierda en donde afloran otras concepciones, pero la síntesis resulta más cercana a lo que queremos plantear que aquellos que demuestran visiones diferentes. Las propuestas de cambio, en un país como el Uruguay no son sencillas. A la normal tradición estabilizante del país, “amortiguadora” diría Real de Azúa, podríamos sumarle las “trampas” de la cultura: la creencia unitarista, homogeneizante y excesivamente legalista que presentamos y que aún resiste. Un país construido a imagen y semejanza de las categorías capitalinas, sobre mitos como el “país pequeño” o el “país homogéneo” puede llegar a ser un freno que hay que asumir. Cuando presumimos, como fuerzas de izquierda, sobre los instrumentos legales (que por supuesto no son menores en absoluto) debemos reconocer las limitantes de estos, en tanto aplicación, conciencia, afianzamiento del instrumento en la sociedad toda. Pero, además, tener en cuenta los aspectos de la realidad que son vitales para el éxito y la afectividad de la Ley. Podemos legislar bien o mal, pero podemos legislar sobre esquemas culturales reducidos. Puede ocurrir que nos dejemos llevar por nuestra realidad casi personal, por nuestro contexto y no examinemos la totalidad del mismo, sintiendo de cerca algunas cosas que se escapan a esas percepciones, a veces engañosas. Es decir: ¿La Ley en sí misma, cualquiera que sea, es la solución mágica? ¿Son todas las leyes la justa solución a los temas de la gente, no solo de Montevideo? ¿El reflejo regulador es siempre necesario? Varias preguntas más se podrían plantear y cada respuesta debería de suscitar debates extensos. Pero la idea central de esta reflexión es plantear el debate para que las fuerzas progresistas lo den. Nuestro objetivo es mejorar la vida de la gente, sobre todo levantar del fondo a los compatriotas más relegados, ampliar derechos y sentar bases para otra forma de relación social. En nuestra coyuntura el papel de las normas es central, y muchas veces la confianza excesiva en la Ley, en su justeza, nos frena, nos embotella, nos limita. No basta, pareciera, con armar y producir leyes buenas, es importante que estas estén ajustadas al esquema actual de quienes van a hacerlas cumplir y de quienes son alcanzados por las mismas. Siempre que se legisla o se gobierna, se afectan intereses, nunca es posible estar contemplando todas las voluntades y menos cuando se otorgan derechos a sectores relegados pero nuestra empresa de cambio debe estar sustentada en procesos más cercanos a la gente y no descansar tanto en la prolijidad de la Ley solamente. Ahí debe jugar un papel central la visión del interior, pero no para embanderarse en consignas poco explicadas por algunos ni para generar federaciones nominales de pensamiento, sino para que los ámbitos de gestión, decisión y representación tengan la visión de quienes palpan la realidad más alejada de los mundillos políticoinstitucionales y del mundillo montevideano, que es sensiblemente diferente al interior y este cambia según de qué punto de “afuera” se hable. El desafío es, construir buena legislación, pero achicar el margen de error o de inaplicabilidad y eliminar, en lo posible, el margen -no deseado muchas veces, pero permeado por lo culturalde error para los de “abajo” o “afuera” y el cuidado de no de reproducir el “edén de la Ley”.