SOLTAR Y LIBERARSE, EN VEZ DE AFERRARSE A NADA El instinto natural humano tiende a aferrarse a lo conocido echando anclas, en virtud de la satisfacción de una psiquis que se debate en un entorno universal de inseguridad permanente. Es obvio que el intelecto prefiere parámetros permanentes con el fin de poder ejercer el control necesario para su supervivencia. Sin embargo, en el ámbito de lo desconocido, la mente realiza que no está en control de los eventos que la rodean, lo cual le produce una sensación de miedo y el miedo es el condicionante mayor porque produce un estado de angustia, en virtud de que tiende a movilizar todos los recursos disponibles para defenderse. Esto produce un dispendio enorme de energía, lo cual degenera en un estado de cansancio, en virtud del desgaste anímico. La función del miedo se justifica en presencia de un eventual encuentro con un peligro real e inminente. Sin embargo, una mente, en tiempo de paz, dispuesta a controlarlo todo, en todo momento, con el fin de anticiparse a cualquier posible amenaza, por pequeña que sea, es una mente subjetiva, subyugada y presa de sí misma y de sus propios temores. Muchos grandes maestros y pensadores de todos los tiempos concluyeron que la preocupación compromete la libertad, la espontaneidad y la felicidad del ser. Hay que ocuparse de los problemas en su debido tiempo, no preocuparse fuera de tiempo, lo cual produce el estado de ansiedad, sin resolver nada. La preocupación es una respuesta emocional a un problema que la mente objetiva se supone que resuelva eficientemente, de manera práctica y con el mínimo de esfuerzo posible. De ahí que sea tan necesario el estado de relajamiento permanente, el cual no permite que la emoción embargue el pensamiento. Es preciso concluir, pues, que sin libertad psíquica, no puede existir ningún otro tipo de libertad. ¿Cómo conseguir el estado de relajamiento permanente? Una mente objetiva, fundamentada en hechos reales y acostumbrada a renovarse, en virtud del estudio permanente, y a no capitalizar en fantasías, comprende las cosas y el mismo estado de comprensión produce el debido relajamiento, sin precisar del concurso de la voluntad. Aquello que se comprende se asimila con fluidez, sin esfuerzo. El relajamiento requiere obviamente de la superación del miedo, el cual se desvanece, en virtud del estado de objetividad. Hay que tener en cuenta de que el miedo es manufacturado por el pensamiento y cuando el pensamiento es apropiado, en virtud de que se ajusta a la realidad objetiva de la situación, el miedo desaparece totalmente. Las relaciones interpersonales, las posesiones, las tradiciones y cualquier otra forma de condicionamiento cultural, hacen que el individuo quede preso en las redes del tiempo y de la memoria. Es fundamental percatarse que todo lo que hemos adquirido no era necesario cuando no lo teníamos. Por consiguiente, podemos vivir feliz sin ello. Además, cuando uno es consciente de la temporalidad en todo, sabe apreciar lo que tiene y disfruta de ello mientras lo tiene. En definitiva, no somos dueños de nada. Hemos sido invitados a esta dimensión terrenal y el viaje se hace mucho más llevadero e interesante cuando uno se libera de ataduras pasadas innecesarias que lo privan a uno de la felicidad en el presente.