La democracia, con poca voz ante los gritos del odio Ultimo Momento Edición Impresa Videos Blogs Widgets Móviles Page 1 of 2 Mapas Shopping | Clasificados | Más Oportunidades | Guías | Servicios Jueves 19, Marzo 2009 En Clarín El País OPINIÓN El Mundo Cartas de lectores Sociedad Imprimir Ciudad Enviar Policiales Deportes Tamaño de texto Espectáculos Buscar Ediciones Anteriores Clasificados RANKING DE NOTAS TRIBUNA Más leídas La democracia, con poca voz ante los gritos del odio 1. Nalbandian lo dejó escapar ante Nadal 2. Departamentos: caen las ventas, pero no los precios 3. Boca cambió a tiempo y festejó en Paraguay de la mano de sus estrellas 4. El otro lado de la guerra 5. Fritzl: "Lo lamento de todo corazón, ya no puedo hacer nada" Las opiniones sobre inseguridad de parte de la farándula lesionan el pacto sobre el que se funda una sociedad. Ni el Poder Ejecutivo ni el Judicial tienen respuestas adecuadas. Por: Martín Böhmer Fuente: DIRECTOR DE DERECHO DE LA UNIV. SAN ANDRES, DIRECTOR DE JUSTICIA DE CIPPEC Más recomendadas Más comentadas Habíamos logrado algo de lo que podíamos estar orgullosos. Habíamos cambiado el terror por justicia, el ninguneo cínico de dictadores por los gestos ordenados, lentos, cuidadosos, del debido proceso legal. Pero aun más importante, habíamos logrado cambiar el desdén de quienes decían "algo habrán hecho" por la vergüenza de quienes, arrepentidos, se sumaban a la promesa de "nunca más". Y aunque supiéramos que algunos entre nosotros seguían pensando iniquidades, las decían por lo bajo, manteniendo la hipocresía de decir lo debido en público. Así, el orgullo de volver de la noche, la vergüenza y el arrepentimiento de haber sido otro que ahora aborrecemos y la hipocresía (que es una forma de honrar la virtud de los otros a los que uno no puede o no quiere pertenecer) son las emociones sobre las que estábamos construyendo la democracia constitucional en la Argentina. Hace unas semanas algunas prominentes estrellas de nuestra farándula rompieron el tabú sobre el que se funda nuestra sociedad. Echaron a volar su pedido de venganza, mostraron su falta de vergüenza en ser el verdugo de sus conciudadanos y perdieron todo pudor al mostrar su impaciencia con las obligaciones que surgen del apego a los derechos humanos. La hipocresía, que antes al menos enseñaba que lo que uno pensaba no podía decirse en público, porque como valor público era incorrecto, fue enterrada en una conferencia de prensa multiplicada por los medios de comunicación. El Poder Ejecutivo no tuvo mejor idea que continuar con la indigna confusión entre eventos de mal radical y la delincuencia que sufren países que, como el nuestro, toleran niveles obscenos de desigualdad. Así, la Presidenta arrastró a la Corte Suprema a una discusión donde se mezclaban la impunidad de los responsables por violaciones sistemáticas a los derechos humanos en el pasado y la falta de seguridad física de los ciudadanos hoy. Las instituciones de una democracia constitucional tienen que responder decididamente al desafío del miedo y para hacerlo con eficacia el Poder Judicial, en particular, debe construir su legitimidad a través de sus actos. La Corte lo sabe y es así como está logrando, de a poco, a través de procesos cada vez más deliberativos e incluyentes, una voz con autoridad para llevar adelante políticas públicas fundamentales: jubilaciones e indemnizaciones laborales dignas, un medioambiente sano, cárceles decentes, un límite para los servicios de inteligencia del Estado, entre otras. Esa construcción no sólo se da en los procesos judiciales, los ministros han dado a publicidad su patrimonio, han oralizado algunos procesos, han generado una página Web más que razonable. Pero esta no es la situación del Poder Judicial en su conjunto y sus limitaciones no se arreglan sólo con más dinero. Los jueces, en general, tienen ahora la necesidad de aumentar el respeto que les tiene la ciudadanía en la medida en que se juega en esta discusión el pacto fundamental de nuestra democracia. Gestos tales como obligarse como los demás poderes del Estado por la Ley de ética en el ejercicio de la función pública, comenzar a pagar impuestos a las Ganancias, descentralizar sus oficinas y acercarse a la gente que no accede a sus derechos, descartar la costumbre de que cada tribunal tenga su propio código de procedimientos, y mostrar que trabajan tanto o más que el resto de la ciudadanía son decisiones que aumentarían la confianza pública en el Poder Judicial. Por su parte, el Poder Ejecutivo (tanto el nacional como los provinciales) no puede hacer como si el tema le resultara ajeno. Es el jefe de las agencias que monopolizan el ejercicio de la violencia legítima y, por lo tanto, el principal responsable de la prevención del delito. Pero su responsabilidad no termina allí. Es el encargado de garantizar el acceso a los derechos de las personas y, sin embargo, sus ministros de Justicia descreen de esa responsabilidad. No controlan la obligación de los abogados en trabajar en forma gratuita para quienes no pueden pagarlos, no controlan la calidad de las Facultades de Derecho, no controlan la forma en la que los Colegios de Abogados utilizan sus ingentes recursos económicos, no crean canales descentralizados de acceso a la Justicia, no generan instancias de mediación comunitaria a la altura de las enormes necesidades de la población, ni convocan a la ciudadanía a resolver sus pleitos en tribunales vecinales gratuitos. Para acallar el griterío de las voces del odio, las instituciones de la democracia deben generar una voz propia con autoridad suficiente. Frente a la imposibilidad económica o http://www.clarin.com/diario/2009/03/19/opinion/o-01880151.htm 19/03/09 La democracia, con poca voz ante los gritos del odio Page 2 of 2 política de generar políticas públicas que multipliquen el bienestar, los poderes públicos deben hacer todo lo posible para que la ciudadanía acepte que están haciendo todo lo posible. Unos pocos cientos de millones de pesos están lejos de ser una respuesta a la altura del desafío lanzado por quienes han roto frívolamente nuestros tabúes, han dejado atrás la vergüenza y ya ni siquiera nos otorgan la deferencia de su hipocresía. 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