6.ª El tipo omisivo I. Concepto de omisión en Derecho penal. II. Clases de omisiones. III. El tipo de la omisión pura. IV. El problema de la comisión por omisión y el principio de legalidad. V. El tipo de la comisión por omisión: Las posiciones de garantía; las omisiones puras de garante. Una vez determinado que el puñal clavado en el pecho de la víctima proviene de una conducta humana, conviene preguntarse por la posible relevancia de un tercero en ese suceso. Es decir, dilucidar si un tercero hubiera podido evitar la muerte de la víctima. Pensemos, por ejemplo, que a la vista de la acción de una persona, un tercero asiste impasible al apuñalamiento de la víctima por otro. ¿Responde penalmente el espectador si permanece pasivo? En este punto conviene llamar la atención sobre una distinción corriente: no es lo mismo matar que dejar morir, no es igual golpear que dejar que la víctima se lesione a sí misma. Matar y golpear se conciben como conductas activas, comisivas, mientras que dejar morir o lesionar se entenderían como conductas omisivas. Lo propio de ellas no es que el sujeto que se ve implicado en un proceso no haga nada, sino que no hace lo debido. La omisión, el contenido de injusto de los delitos omisivos, depende de la existencia de normas preceptivas, es decir de aquellas que obligan a realizar en el caso concreto una conducta. Así, sobre la persona que contempla cómo un tercero golpea a la víctima recae una norma que le prescribe la realización de una conducta: socorrer a quien se halla en peligro. Del mismo modo, quien contempla un accidente de tráfico, ha de socorrer a las víctimas. Y ello, no porque él haya causado el accidente –bien puede suceder que él llega después de haberse éste producido–, ni tampoco porque sea un socorrista obligado a prestar socorro –que no lo es–, sino porque como ciudadano le corresponde el deber de socorrer a quien se halla en situación de peligro manifiesto y grave. Hablamos en estos casos de «delitos de omisión». En los casos mencionados (socorro al accidentado) el delito consiste en dejar de prestar una conducta de amparo o aseguramiento – brevemente: de socorro. Con ello, no se trata de que la persona obligada a socorrer deba evitar el resultado de muerte o lesiones de la víctima, de manera que respondería de este resultado lesivo aun omisivamente. Obsérvese que el delito consiste y se agota en la no prestación de la conducta debida. Sólo en eso. Que el socorro sea exitoso, que se logre salvar al accidentado, no pertenece ya a lo que constituye el objeto del deber de socorrer. Se trataría de un delito de mera actividad o, dicho con más precisión, de delitos de mera omisión («delitos de omisión pura» o propia). Veámoslo en C.61. 89 ¿Por qué no hiciste algo? 6.ª El tipo omisivo C.61 Caso de «los dos mirones» «Se declara probado que el día 16 de marzo de 1994, sobre las 22.00 horas, los acusados Sergio G. T., de 16 años de edad y sin antecedentes penales; Oscar G. T., de 18 años de edad y sin antecedentes penales; y, Oliver M. G., de 17 años de edad y sin antecedentes penales, que se encontraban todos ellos en el domicilio de Juan M. S., sito en la Avda. del País Valenciano núm. ..., ..., ... de la población de Cullera; […] como consecuencia de una discusión, Oscar le golpeó [a Juan] con una barra de hierro en la cabeza, viéndolo y permitiéndolo los otros dos acusados que estaban allí presentes. Estos golpes le causaron heridas contusas pericraneales, cuya duración necesitó varias asistencias facultativas […] quedándole como secuelas cicatrices en región occipital de 3 centímetros, región parietal derecha de 3 centímetros y región parietal izquierda de 4 centímetros» (STS 13 de noviembre de 2001, ponente: Abad Fernández; RJ 9702). De los hechos descritos, cabe resaltar cómo Óscar golpea varias veces con una barra de hierro en la cabeza de la víctima, en presencia de Sergio y Óliver, ambos menores de edad. Juan resultó con lesiones de diversa consideración. Se nos pide analizar la responsabilidad penal de Óscar, Sergio y Óliver. Si el relato de hechos fue como se relata –y sin tener en cuenta ahora las cuestiones de retroactividad y ley aplicable por el momento de comisión de los hechos–, puede afirmarse lo siguiente de cada uno de los intervinientes: 1. Nada hay en el relato de hechos probados que permita dudar de la existencia de una conducta humana en los tres intervinientes. Por parte de Óscar, la existencia de una discusión, asestar unos golpes, abonan la presencia de una conducta humana como proceso humano externo y susceptible de autocontrol. Por lo que respecta a Óliver y Sergio, cabe destacar que el proceso en el que se ven inmersos constituye más bien una inactividad. Pero inactividad en la que ellos poseen autocontrol, pues bien pueden pasar a la acción. Dicho proceso es humano y no meramente del hombre, es externo y además, como se ha dicho, susceptible de autocontrol. Hay conducta humana en sentido jurídico-penal en ambos. Distinto es lo que pueda decirse de la tipicidad. 2. En cuanto a la tipicidad de la conducta de Óscar, es claro que el golpe con la barra de hierro es causal a los efectos de las heridas sufridas en la cabeza. A dicha conclusión se llega si se suprime mentalmente dicho elemento: desaparece el resultado lesivo (fórmula heurística de la condicio sine qua non). Dicho factor causal puede ser además valorado como un riesgo típicamente relevante desde el punto de vista del tipo de malos tratos, de lesiones e incluso de homicidio. En cuanto a la posibilidad de que constituya un riesgo 90 6.ª El tipo omisivo típicamente relevante de homicidio (art. 138), habría que estar a la intensidad, dirección y repetición del golpe; pero en los hechos no se nos proporciona más información al respecto, por lo que nos centramos en su consideración como riesgo de lesiones. En efecto, los golpes constituyen un riesgo típicamente relevante en cuanto tipo de lesiones (art. 147), pues un instrumento contundente como ése, empleado contra la cabeza, genera a todas luces un peligro serio de causar heridas de consideración (art. 148). Por supuesto que además esos golpes constituyen un riesgo típico en cuanto a los malos tratos (art. 620.2.º), pues encierran un contenido de molestar y vejar a quien los sufre. Este último riesgo se tipifica como de mera actividad, por lo que la sola acción ya es típica de falta de malos tratos. Con ello concluiría el análisis de la tipicidad objetiva de la falta de malos tratos. En cambio, consideremos qué sucede con el golpe a los efectos del delito de lesiones, que es de resultado: como tal, exige la producción de un efecto que sea expresión del riesgo –de ese riesgo y no de otro– que porta la conducta. Podemos afirmar que el riesgo de lesiones que encierra el golpear a la víctima se ve realizado en el resultado, puesto que no hay interposición de ningún factor de riesgo adicional por parte de terceros ni de la propia víctima. La conducta de Óscar es, pues, objetivamente típica como falta de malos tratos (art. 620.2.º) y lesiones con instrumento peligroso (art. 148.1.º). No tenemos datos para poder afirmar la tentativa de homicidio. Por lo que respecta a Óliver y Sergio, su inactividad no puede someterse a la regla heurística de la condicio sine que non, puesto que al ser una inactividad no hay un factor que pueda suprimirse mentalmente. Lo que sí cabe cuestionar es que, en ese contexto, su inactividad puede realizar el tipo de un delito omisivo. En concreto, se nos plantea la cuestión de si realiza el tipo de un delito de omisión pura, o de si son responsables de las mismas lesiones que Óscar en comisión por omisión. Para afirmar la comisión por omisión es preciso que la omisión de la conducta sea idéntica estructural y valorativamente a la causación activa. Para ello no basta la mera existencia de un deber de actuar (la llamada «posición de garante»), sino que se precisa que dicha posición dé lugar a una situación de dependencia entre el supuesto omitente y la víctima. Más en concreto, dicha dependencia se dará si el omitente se halla vinculado con la víctima en virtud de un compromiso específico y efectivo de actuar a modo de barrera de contención de riesgos erga omnes. Se trata, en definitiva, de que alguien haya asumido la función de obrar como tal barrera frente al riesgo, de modo que se produce el efecto de retirada de otros medios de protección por parte de terceros. Sólo entonces podremos hablar de una identidad estructural y valorativa entre lesionar y dejar que se produzcan lesiones. En el caso en cuestión, la presencia de ambos no parece deberse a la existencia de un «compromiso» tal, sino a la mera eventualidad de acompañar a 91 6.ª El tipo omisivo Óscar, que discute, y acaba golpeando a Juan. Es más, podemos imaginar que la víctima temería a su vez que los otros dos pudieran también golpearle. No puede hablarse por tanto de una comisión por omisión que les haga responsables de las lesiones ejecutadas por Óscar. Podría hablarse, en cambio, de un delito de omisión pura. Veámoslo. Para afirmar la omisión pura es preciso, no la producción de un resultado, sino la mera inactividad ante una situación de peligro. En este caso, ambos permanecen «pasivos», mientras Óscar se dispone a golpear con la barra de hierro a Juan. Así, ante la inminencia del peligro, dejan de actuar en amparo de la eventual víctima. Según entiendo, se da la situación típica de existencia de un peligro inminente que les obliga a actuar en amparo de una persona. Ante la posibilidad de considerar la situación como de omisión de un deber de socorro (art. 195.1) o de uno de impedir determinados delitos, me inclino por considerarla como de este último género (art. 450.1), puesto que describe una situación más específica y precisa de peligro derivado de la comisión próxima de un delito contra la vida o integridad física, como es el caso. Al tratarse de un tipo de omisión pura, éste se ve colmado con la mera pasividad ante los golpes por parte de Óscar. La pasividad, por tanto, es típica objetivamente a los efectos del delito de omisión del deber de impedir determinados delitos (art. 450.1). 3. Examinemos si, además, las conductas de aquél y de éstos son subjetivamente típicas. Por lo que respecta a los golpes propinados por el primero, toda persona normal tiene asumido, por experiencia propia (cualquiera se ha golpeado en la cabeza contra algo contundente y sabe de sus causas y consecuencias), que el empleo de una barra de hierro contra la cabeza de otra persona causará males graves, incluso mortales, si se repiten y son fuertes. No cabe, pues, dudar del dolo de la conducta de golpear, ni de golpear con tal instrumento. El riesgo que los tipos de malos tratos y de lesiones encierran se ve abarcado por la representación del agente, que no puede no saber que estaba lesionando de esa manera. Su conducta es, así, subjetivamente típica (dolosa) a los efectos del delito de lesiones y de malos tratos (arts. 147-148 y 620.2.º). Por lo que respecta a Óliver y Sergio, bastaría con que se representaran que existe un deber derivado de una situación de peligro para alguien –el riesgo del tipo de omisión del deber de impedir determinados delitos– y de que permanecen inactivos. Me parece posible afirmar que ambos se representan ese peligro si en el curso de la discusión ven empuñar a Óscar la barra de hierro y blandirla contra Juan. Caso de que se tratara de un ataque repentino e inopinado, ellos no se representarían el peligro exigido por el tipo. Sin embargo, de los hechos no se deriva esta variante, pues se expresa que golpeó varias veces, por lo que, si no se representaron el primer golpe puesto que fue repentino, adquirirían entonces 92 6.ª El tipo omisivo conciencia del peligro para el segundo golpe y los sucesivos. Además, una barra de hierro no parece ser un medio fácilmente ocultable, por lo que tendrían pronto conocimiento del peligro que se cernía sobre Juan. Su conducta es también típica en su faceta subjetiva (dolosa) en lo que respecta al delito de omisión del deber de impedir delitos (art. 450.1). 4. Podría alegarse en descargo de Óliver y Sergio que la superior edad de Óscar y su protagonismo en la discusión les situaba en una posición en la que no podrían actuar sin riesgo de su propia persona (cfr. art. 450.1: «sin riesgo propio o ajeno»). De ser así, desaparecería el deber que hemos afirmado en la situación típica. Sin embargo, nada se dice en los hechos respecto a una situación semejante, sino que se narra la mera pasividad. Hay, por tanto, deber de actuar impidiendo el delito. Aparte, y por la misma razón, no cabría hablar de una situación de peligro para sí mismos que ellos evitan manteniéndose pasivos. Es decir, un estado de necesidad, por crisis entre su propia integridad física y la de Juan, pues nada se dice en los hechos de que estuvieran en peligro. La pasividad de Óliver y Sergio es entonces antijurídica. Lo mismo cabe decir de la conducta de Óscar, del que no se dice nada de que se hallara ante una agresión ilegítima, imposible de repeler de otra forma que golpeando a Juan. La conducta de Óscar es también antijurídica. 5. En cuanto a la culpabilidad de los tres intervinientes, es preciso distinguir. Tanto Óliver como Sergio son menores de edad, por lo que su conducta se considera no culpable: no porque no sean libres, sino porque el legislador decide remitir su tratamiento jurídico al ámbito especial del Derecho penal de menores (Ley penal de los menores). En cambio, de Sergio cabe afirmar su culpabilidad. Y ello porque no se ve afectada su imputabilidad, en cuanto que es un sujeto con acceso a las normas y capacidad de regirse conforme a éstas. Además, es consciente de la concreta norma que prohíbe golpear, pues nadie puede alegar desconocer tal precepto básico. Se le puede exigir otra conducta, en la medida en que, tratándose de un delito contra la integridad física (lesiones), no se ve sometido a presiones o coacciones. Óscar es culpable. 6. En sede de punibilidad habría que tener en cuenta que la sanción por el delito de lesiones absorbería la de la falta de malos tratos, mucho más leve. Cfr. además, C.22, C.23, C.82, C.101. ¿Por qué el legislador exige en algunos casos a los ciudadanos conductas en favor de terceros? Ya no se trata de conductas prohibidas (en las que la norma dice: «prohibido matar», «prohibido lesionar»), sino de conductas prescritas (en las que la norma dice: 93 Uno de los casos de omisiones castigadas con la misma pena que la comisión activa se encuentra ya en el Digesto (aunque no por eso se puede decir que en Derecho penal romano la comisión por omisión tuviera las mismas características que hoy): «Se ordena en la ley Cornelia que el que adulterara una moneda de oro o fundiera moneda de plata falsa, queda sujeto como reo de falsificación. Queda igualmente sometido a esa misma pena quien, pudiendo impedir tal crimen, no lo hizo.» (Digesto, 48,10,9,1). 6.ª El tipo omisivo «debes socorrer», «debes actuar a favor de otro») por razones de solidaridad intersubjetiva. Es decir, que se exigen para garantizar las relaciones entre las personas en cuanto ciudadanos. No son muchas las normas que prescriben conductas así. Pero sí son abundantes las situaciones sociales en las que alguien se encuentra en peligro, ante el cual los con-ciudadanos han de prestar ayuda: accidentes de tráfico, ataques y agresiones, personas desvalidas… En algunos casos, la existencia de una peculiar relación entre las personas lleva a que algunas de ellas estén especialmente llamadas a socorrer, a intervenir, a actuar, en favor de terceros necesitados. Esa peculiar relación hace que el obligado sea persona específicamente llamada a evitar un resultado lesivo para otros. Y si dicho obligado omite, se le podrá imputar la producción del resultado por no haberlo evitado, y castigar su omisión con la misma pena que si hubiera causado activamente el resultado. Hablamos en estos casos de delitos omisivos de resultado, o dicho de manera más precisa, de «delitos de comisión por omisión» u omisión impropia, en los que la peculiar situación del omitente le hace responsable de no haber evitado el resultado con una conducta debida de amparo o aseguramiento que la ley le prescribía. A esa peculiar situación en la que se encuentra el omitente se denomina posición de garante. En el C.62 se percibe cómo respecto a los males que sufre la víctima hay un agente activo, y también uno que asiste a esos actos lesivos, pero no los impide. Entre la estructura presente en C.61 y C.62 hay una gran diferencia: en ambos casos hay alguien que asiste impasible a lo que otro realiza (golpes activamente), pero en el primero no se identifica una peculiar relación que obligue a actuar impidiendo el resultado, sino que sólo obliga a intervenir en amparo activo, porque se trata de un conciudadano en peligro (razones de solidaridad intersubjetiva). En el segundo caso, la persona que asiste a los golpes propinados por otro se halla en una peculiar relación que le obliga a intervenir e impedirlos. Obsérvese: a impedir el resultado, pues de un delito de resultado se trata. C.62 Caso «Anastasio» «La procesada María C. A. S., mayor de edad, sin antecedentes penales, estuvo con su hija menor M.S. [de dos años de edad], en el año 1998, residiendo en casas de acogida de la localidad de … conoció al también procesado Anastasio C. G., mayor de edad y sin antecedentes penales, decidiendo ambos irse a vivir juntos, lo que así hicieron en el mes de septiembre de 1998». El procesado, en ocasiones diversas, causó deliberadamente quemaduras a M.S., con un cigarro en el dorso de la mano, como queda acreditado por el informe del médico forense. «En circunstancias no acreditadas, Anastasio propinó varios golpes de gran intensidad en la cara y cabeza de la menor, presentando ya M.S. tal estado de deterioro 94 6.ª El tipo omisivo físico, como consecuencia de lo descrito apreciable en su gravedad por el vecindario, que motivó a las amas de casa de la localidad a poner un taxi a disposición de María C. con la finalidad de que se le prestara a la niña asistencia médica ante la pasividad de ésta para llevarla a un centro Hospitalario, a donde por fin acudieron el citado día 19 ambos procesados junto a M.S.. Sospechando el facultativo que atendió a la menor la existencia de malos tratos, se requirió la presencia del Médico-forense, quien en reconocimiento llevado a cabo el día 20 del mismo mes apreció las siguientes lesiones derivadas de los golpes recibidos: … contusiones craneales, dieron origen a un hematoma subdural bilateral, de riesgo vital, susceptible de causar la muerte, lo que motivó su traslado urgente al Hospital del Niño Jesús de Madrid, donde fue intervenida quirúrgicamente para salvarle la vida, permaneciendo ingresada en dicho centro hasta el día 9-2-1999» [y agravadas por la falta de higiene…] «La procesada María C. A. S., si bien no protagonizó los hechos descritos, realizados por Anastasio, desde que en los primeros días del mes de noviembre detectó las continuas lesiones de su hija conociendo que eran ocasionadas por Anastasio no sólo mantuvo una actitud pasiva teniendo que ser impulsada por las vecinas para que fuera al médico con su hija, sino que no impidió con el alejamiento de la menor, que Anastasio le hiciera objeto de las acciones descritas manteniéndola en una situación de constante riesgo, mostrando asimismo un desinterés en el cuidado e higiene de la niña» (STS 22 de enero de 2002, ponente: Conde-Pumpido Tourón; RJ 2631). De los hechos descritos, cabe resaltar cómo Anastasio venía realizando diversas agresiones a la menor M.S., hija de María C., con las que convivía: en unas ocasiones, quemaduras en la piel, en otras, reiterados golpes en la cabeza. Todo ello, ante la pasividad de la madre, María C., que no impidió que Anastasio realizara tales agresiones. Partiendo de lo invariable de estos hechos, conviene distinguir la responsabilidad penal de María C. y Anastasio. De los dos intervinientes, Anastasio y María C., puede afirmarse lo siguiente: 1. A la pregunta de si las reiteradas agresiones de Anastasio a M.S. constituyen una conducta humana hay que responder positivamente. En efecto, la reiteración de quemaduras y golpes no puede entenderse si no es como una conducta. En ese contexto, sólo si se tratara de una quemadura aislada (inevitable, e inopinada, o «sin querer», como se suele decir), podríamos hablar de ausencia de acción. Pero en los hechos se trasluce otra situación: la aplicación reiterada de un cigarro contra la piel de la víctima, la agresión con repetidos golpes… En cuanto a María C. podría decirse que su pasividad constituye también conducta humana en cuanto inactividad. Ella se ve inmersa 95 6.ª El tipo omisivo en un contexto en el que, pudiendo hacerlo, no pasa a la acción. Nada hay en los hechos que nos permita hablar de una imposibilidad física para actuar, sino de que, consciente de aquellos golpes y quemaduras, permaneció pasiva, sin facilitar a la menor ni el cuidado médico necesario, ni la limpieza mínima. No hay, por tanto, ningún factor que le impida actuar, por lo que no es posible dudar de la existencia de una conducta humana en sentido jurídico-penal por su parte. 2. En cuanto a la tipicidad de la conducta de Anastasio, analizamos separadamente las quemaduras y los golpes. Cada acto de aplicar una fuente de calor como un cigarrillo contra la piel de una persona constituye un riesgo para la salud, por cuanto, además de causal de la quemadura (dejar de aplicarlo hace desaparecer la quemadura), encierra una potencialidad lesiva inmediata e indudable. Dicho riesgo pertenece a los riesgos que el legislador pretende prevenir con el tipo de las lesiones (art. 147), porque precisamente una quemadura menoscaba de manera directa y seria la integridad física. Dicho riesgo se realiza además en el resultado, sin que pueda atribuirse a un factor diverso (la propia víctima, o terceros). En conclusión, la conducta activa de Anastasio realiza el tipo objetivo de lesiones; con otras palabras, su conducta es típica objetivamente a efectos del delito de lesiones (art. 147). Algo distinto en cierto modo hay que afirmar en cuanto a los golpes: además de causal de un menoscabo a la salud (hematomas, pérdida de funcionalidad, heridas…) un golpe es expresión de diversos riesgos para la salud. Más en concreto, golpes en la cabeza a una persona de dos años encierran un riesgo de muerte (tentativa de homicidio). Que dicho riesgo de muerte no se realice en el resultado, porque la intervención médica salva la vida a la víctima, no quita que exista una tentativa de homicidio. Este riesgo, proveniente del golpear de Anastasio, en definitiva, no se realiza en el resultado. Como antes se dijo para las quemaduras, la conducta activa de Anastasio realiza también el tipo objetivo de tentativa de homicidio; o, con otras palabras, es típica objetivamente a efectos del delito de homicidio en tentativa (arts. 138 y 16.1). Además de lo anterior, su conducta reiterada en el tiempo realiza el riesgo de otro delito: el de malos tratos en el ámbito familiar, que exige maltratar a otro en un contexto de dependencia «doméstica» y habitualidad. No se trata de un delito de lesiones agravadas, sino de un tipo distinto, basado en la afectación a la convivencia «doméstica» (art. 173.2), que se define como de mera actividad (basta con el ejercicio de malos tratos). Por lo que basta que los golpes y malos tratos se reiteren en el contexto de convivencia doméstica, como así sucedió. Se da el tipo objetivo, por tanto, del delito de malos tratos habituales (art. 173.2). En cuanto a la tipicidad objetiva de la pasividad de María C., es 96 6.ª El tipo omisivo preciso referirse a las peculiaridades de los tipos omisivos, como parece que es el caso. Y como omisivo, no hay que preguntarse por la causalidad mediante la fórmula de la condicio sine qua non, sino directamente por la situación típica misma. La situación típica del tipo omisivo se da con la existencia de una situación de peligro, en la que surge un deber de actuar. Aquí, peligro existe: el contexto en el que Anastasio viene causando quemaduras a la niña, además, el propinar diversos golpes, tan manifiestos que las vecinas de la localidad no podían dejar de ignorarlos. Dicho con otras palabras: Anastasio, que convive con la menor, es una fuente de peligro para la salud e integridad, o incluso la vida de ella. Ante dicha situación de peligro surge el deber de actuar para diversas personas. Las vecinas de la localidad actúan para facilitar a la menor el socorro. Pero María C. se halla en posición diversa y reforzada para actuar: a ella corresponde de forma prioritaria el aportar prestaciones de amparo a favor de la niña en peligro. Más en concreto, surge la pregunta de si ella era garante de evitar riesgos. En efecto, su relación familiar merece ser considerada para cuestionar si había posición de garante. Obsérvese cómo ella es la madre de la víctima, cómo ella está presente en la misma casa en la que suceden los hechos, cómo ella alimentaría a la menor. ¿Pero es eso lo mismo que ser garante? La posición de garante no es un mero tópico para conseguir que quien permanece pasivo sea responsable de un delito «como si» lo hubiera causado activamente. La atribución de responsabilidad vía comisión por omisión permite, no atribuir al omitente un resultado como si lo hubiera causado, sino afirmar la «identidad estructural y valorativa» entre lesionar activamente y dejar que alguien lesione, entre «matar» y «dejar morir». Por ello, la doctrina especializada en materia de omisión viene exigiendo para la comisión por omisión, no una mera relación parental por parte del garante, sino una relación entre omitente y víctima de tal carácter que haga a la segunda dependiente del primero. Es lo que se expresa con la exigencia de un «”compromiso” específico y efectivo de actuar erga omnes a modo de barrera de contención de riesgos». Sólo entonces puede afirmarse que el dejar de actuar es igual que actuar. Con un ejemplo de otro orden: un escalador pide a otro que le asegure agarrando la cuerda que le sostiene como único punto seguro; el segundo asegura al primero, que queda pendiente en el vacío; ahora, si el que ha aceptado asegurarle, corta la cuerda con una navaja (activamente), o deja de apretar la cuerda (pasivamente), mata igualmente en ambos casos (en el primero, en comisión activa; en el segundo, en comisión por omisión). En nuestro caso, María C. se hallaba en una posición de la que bien puede decirse que era garante en situación de compromiso: además de ser la madre, ejerce como tal al trasladar a su hija a la vivienda común con Anastasio a partir de septiembre de 1998; si pasa el 97 6.ª El tipo omisivo tiempo y sigue viviendo bajo el mismo techo es porque «ha asumido» cuidar de la menor; y eso es sabido incluso por el vecindario, pues ambas son conocidas, como es manifiesto también el mal estado de la menor. Todo ello me hace pensar que existía tal «compromiso» erga omnes de comportarse como barrera de peligros para la niña caso de que se produjeran peligros. Además de esta situación típica en la que surge el deber de actuar como tal barrera de peligros, ella omite actuar, como se constata en los hechos («mantuvo una actitud pasiva» y «no impidió»). Y a dicha omisión sigue la producción del resultado (menoscabo a la salud) proveniente de las quemaduras, golpes y malos tratos habituales por parte de Anastasio. Su pasividad puede entenderse entonces como típica a los efectos objetivos del tipo de lesiones (quemaduras: arts. 147 y 11), homicidio en tentativa. No así, en cambio, para el delito de malos tratos (arts. 173.2 y 11), porque se configura éste como un tipo de mera actividad, y la comisión por omisión del art. 11 viene referida sólo a delitos consistentes en la producción de un resultado. 3. Es preciso examinar si concurre además, en las conductas de Anastasio y María C. el tipo subjetivo exigido para esos delitos. Por parte de Anastasio, cabe afirmar el dolo porque cualquier persona que maneja en sus manos un cigarro encendido conoce la virtualidad lesiva del fuego sobre la piel (su conducta es indudablemente dolosa, en cuanto a las quemaduras: delito de lesiones dolosas del art. 147); del mismo modo que cualquier persona adulta conoce lo lesivo que son unos golpes propinados sobre cabeza y cuerpo de una persona viva, más aún si ésta es de dos años de edad, dato que abona la afirmación del dolo propio de la tentativa de homicidio (delito de homicidio en grado de tentativa de los arts. 138 y 16.1). Nada hay que permita excluir la representación de que la víctima convive en la misma casa y de que sus golpes son reiterados (luego Anastasio obra también con dolo de maltratar: art. 173.2). Se cumple el tipo subjetivo del tipo de lesiones, como también de la tentativa de homicidio, y el de los malos tratos. Por parte de María, no cabe negar que ella sea consciente de los golpes sufridos por la menor: las quemaduras en el dorso de la mano eran perceptibles; los posibles lloros de la menor imposibles de no oír; el estado de mala salud, reconocible hasta por personas que viven en otras casas del vecindario. Ella se representa la situación de peligro para M.S. y, además, es consciente de que nada hace para impedirlo y de que el tal Anastasio no deja de golpear a la menor. Puede entonces afirmarse el dolo propio del delito de lesiones, tentativa de homicidio en comisión por omisión: se cumple el tipo subjetivo de dichos tipos. En cuanto al dolo respecto al delito de malos tratos, como ya hemos excluido la tipicidad en comisión por omisión, no es preciso continuar su análisis. 98 6.ª El tipo omisivo 4. Nada hay que permita la conducta activa de Anastasio ni la omisiva de María C. Por lo que afirmamos la antijuricidad de sus conductas. Anastasio lleva a cabo conductas típicas (objetiva y subjetivamente) de lesiones, homicidio en tentativa y malos tratos, que son todas ellas antijurídicas. De forma semejante, María C. lleva a cabo conductas típicas (objetiva y subjetivamente) de lesiones y homicidio en tentativa, que son todas ellas antijurídicas. 5. Tampoco cabe dudar de la culpabilidad de ninguno de los dos. Ambos son sujetos que pueden regirse mediante normas, como se prueba por el hecho de que las vecinas no den lugar a dudas en este sentido. Además, conocen la prohibición de lesiones, como cualquier persona. Y se les puede exigir que obren conforme a la norma, pues nada restringe su libertad de actuación de forma relevante. Anastasio es culpable de sus conductas típicamente antijurídicas, como también María es culpable de sus conductas típicamente antijurídicas. No hay condiciones de la punibilidad, por lo que se concluye que la conducta es típicamente antijurídica, culpable y punible. Conclusión: Anastasio es responsable de una pluralidad de delitos consumados de lesiones (art. 147), de un homicidio en grado de tentativa (art. 138 en relación con el 16.1) y de un delito de malos tratos habituales (art. 173.2). Para fijar la pena concreta, será preciso además determinar en lo posible el número de agresiones constitutivas de lesión (art. 147). Además, la pena correspondiente a la tentativa dependerá del grado de ejecución alcanzado, algo que desconocemos a la vista de los hechos narrados. La sanción por lesiones y tentativa de homicidio no absorbe la posible sanción por malos tratos, pues éstos se prevén con pena compatible (art. 173.2 in fine): más en concreto, entiendo que se dan en concurso ideal las lesiones y la tentativa con el delito de malos tratos, por lo que se procederá a agravar la pena del delito más grave, salvo que supere la de la sanción por separado. María es responsable, en comisión por omisión, de una pluralidad de delitos consumados de lesiones (art. 147), de un homicidio en grado de tentativa (art. 138 en relación con el 16.1), pero no de un delito de malos tratos habituales (art. 173.2). En cuanto a la posibilidad de agravar la pena de María C. por la concurrencia de parentesco, conviene señalar que éste ha sido tenido ya en cuenta para considerar su posición de garante, por lo que volver a considerarla encerraría una doble valoración incompatible con la regla ne bis in idem. Es preciso tener en cuenta que a ninguno de los dos se les podrá acumular la pena mediante el llamado delito continuado (art. 74), pues éste no rige por principio para agresiones reiteradas a bienes jurídicos personalísimos (art. 74.3). Cfr. también C.22, C.31. 99 6.ª El tipo omisivo Con los dos casos anteriores no queda trazado el panorama completo de los delitos omisivos. Se habrá percibido que, cuando se trata de un delito de resultado en comisión por omisión, la responsabilidad penal es la misma que en casos de comisión activa. Es decir, se trata de casos en que la peculiar relación en la que se halla el omitente permite apreciar en términos valorativos que merece la misma pena en uno y otro caso. La razón no es que exista una peculiar relación (por ejemplo, de parentesco), la llamada posición de garante, sino que ésta genera una concreta situación en el contexto social en que se produce la omisión: genera un compromiso específico y efectivo erga omnes de actuar a modo de barrera de contención de riesgos. Ya ha quedado expuesto a propósito de la resolución del C.62. Se trata de no conformarse con una posición de garante de carácter formal, sino exigir una en términos materiales, de tal forma que sea posible afirmar la identidad estructural y valorativa entre matar y dejar morir, por ejemplo. Ello significa que no toda posición de garante da lugar por sí sola a esa identidad, sino que en algunos casos quedará en mera relación formal. Es lo que puede apreciarse en C.63. En este caso, existe posición de garante, pero ésta no genera un compromiso efectivo y específico de actuar como barrera de contención de riesgos. En casos como este, el omitente no merece una pena como el agente activo. En realidad, se trata de delitos omisivos pero no basados en la no evitación de un resultado, sino en la mera omisión, en los que el resultado no se atribuye o imputa a la omisión. Se trata en definitiva de delitos de omisión pura en los que existe un sujeto que es garante, sin que lleguen sin embargo a ser casos de comisión por omisión. Son denominados delitos de «omisión pura de garante». C.63 Caso «Ceuta» «Jon y Julián … sobre las 13 horas 15 minutos del día 7 de diciembre de 1998 circulaban [sin licencia de conducción] por vías públicas de Ceuta en la furgoneta Ford Transit matrícula G-....-IG. Jon conducía la furgoneta y Julián viajaba en el asiento contiguo al conductor. Cuando circulaban por la calle Recinto Sur, venía en sentido contrario un ciclomotor conducido por el menor Sebastián [de 11 años de edad] y detrás llevaba al menor Ernesto. En un momento determinado el ciclomotor intentó adelantar a un taxi que se hallaba detenido. A consecuencia del impacto, el conductor del ciclomotor Sebastián cayó al suelo y se produjo heridas de tal gravedad que le ocasionaron la muerte a los pocos días. Los acusados Jon y Julián, percibieron el accidente dándose cuenta de que una persona había resultado accidentada y lesionada. Los acusados Jon y Julián, no solo se abstuvieron de toda intervención en el auxilio del accidentado sino que abandonaron el lugar a pesar 100 6.ª El tipo omisivo de haber comprobado la existencia del accidente. Los acusados continuaron en la furgoneta, la dejaron en un lugar cercano pero apartado del sitio en el que se había producido el accidente sin volver para nada al lugar de los hechos. En el lugar, al producirse el accidente y hasta pasados unos quince minutos, no existía personal sanitario alguno que pudiera asistir al lesionado» (SAP Ceuta 16 de julio de 2003, Tribunal del Jurado; JUR 263332) . De los hechos descritos, cabe resaltar cómo una furgoneta, conducida por Jon, a quien acompaña Julián, arrolla a un ciclomotor (primera fase del caso); a continuación, la furgoneta no se detiene, sino que se da a la fuga (segunda fase). El conductor del ciclomotor, Sebastián, sufre lesiones de consideración que acaban produciéndole la muerte pocos días después; nada se dice en los Hechos sobre las posibles lesiones de Ernesto. Se nos pide analizar la responsabilidad penal de Jon y Julián. Partiendo de la intangibilidad de los hechos declarados probados, procede señalar: 1. En la primera fase del caso, tanto Jon como Julián llevan a cabo una conducta humana. Al menos, resulta muy claro para Jon, que conduce el vehículo, lo cual sólo es posible mediante un proceso humano, externo y con alternativas o autocontrol (acelerar, frenar, girar…). Poco se dice de Julián, acompañante, pero, debido a que se expresa que «circulaban» y que «viajaba», puede entenderse que al menos iba despierto, lo suficiente para afirmar que realiza una conducta humana. Obviamente, la relevancia para la marcha del vehículo de uno y otro es distinta, pero eso es cuestión de otra categoría, la tipicidad, que comentaré después (II.2). En la segunda fase del caso, producida la colisión con la motocicleta, Jon se da a la fuga, y en esa huida le acompaña también Julián. Este desaparecer de la escena constituye también conducta humana, por las mismas razones que ya se han señalado. En conclusión, ambos llevan a cabo una conducta humana, en las dos fases del caso. 2. En cuanto a la tipicidad, es preciso distinguir también las dos fases del relato de Hechos. En la primera, la de conducción y colisión, puede afirmarse que la conducción es causal del efecto colisión, pues sin la primera no se da la segunda, y suprimida aquélla, desaparece ésta. Dudo, sin embargo, de que la conducción del vehículo por parte de Jon constituya un riesgo típicamente relevante a efectos de los tipos de homicidio o lesiones. No cabe ignorar que conduce sin carné, pero eso no encierra un riesgo típicamente relevante de homicidio, sino el propio de una infracción administrativa como es conducir sin habilitación legal necesaria (Código de Circulación). Esta infracción, obviamente se da; pero no así un riesgo de lesiones u homicidio. Dicho con otras palabras, el conducir sin carné no constituye un riesgo típico de homicidio ni de lesiones, sino de la 101 6.ª El tipo omisivo respectiva infracción administrativa, cuestión que no pertenece a la jurisdicción penal. También conviene resaltar cómo el ciclomotor cambia repentinamente de carril, de forma que pasa a invadir el carril por el que circulaba la furgoneta. Es entonces el conductor del ciclomotor quien crea un riesgo para la propia vida e integridad. Podría hablarse entonces de imputación a la víctima del riesgo creado por ella misma, que impediría imputar al conductor de la furgoneta el tipo de homicidio o lesiones. En conclusión, en la primera fase la conducta de Jon y Julián no es típica a efectos de los delitos de homicidio o lesiones. En la segunda fase, en cambio, una vez producida la colisión, Jon se da a la fuga, acompañado de Julián. Dicha conducta constituye un riesgo nuevo, a efectos de otros tipos. En concreto, me refiero a los «riesgos» que pretende prevenir la norma del art. 195, la omisión del deber de socorrer, destinada a garantizar la solidaridad intersubjetiva. Veámoslo. Dicho tipo exige una situación típica consistente en la existencia en concreto de un peligro manifiesto y grave: aquí, una persona que acaba de ser arrollada por la furgoneta; además, dicha situación proviene del conductor de esta. En esta situación típica, surge el deber de socorrer para cualquier persona que, pudiendo socorrer, sea consciente del peligro (art. 195.1), y de modo especial para quien haya causado, imprudente o fortuitamente, el peligro que se cierne sobre una persona (art. 195.3). Que hayamos dicho más arriba que no era típica la conducta de Jon a efectos del delito de homicidio ni lesiones, no quita que sea causal del atropello, algo de lo que no cabe dudar. Por eso, nos situaríamos en el caso del art. 195.3. Algo parecido cabe decir de Julián, quien, aunque no conduce físicamente, puede considerarse causante de la colisión como lo es el conductor. En efecto, no nos preguntamos por la tipicidad del atropello (es atípico, como hemos visto), sino por la mera causalidad de la furgoneta. En este sentido, me parece posible afirmar que ambos, Jon y Julián, se hallan en la misma situación: ambos se encuentran en una posición privilegiada para socorrer a aquel sobre quien se cierne un peligro inmediato e inminente, Sebastián. Lo anterior nos obliga a preguntarnos si dicha posición privilegiada para socorrer es posición de garante, y por tanto, si cabría considerar su huida como un homicidio –o lesiones, al menos– en comisión por omisión. Según se recoge en el art. 11, la injerencia es considerada una situación en la que se hace posible la equiparación de la omisión a la acción. Sin embargo, no basta la mera existencia de injerencia para afirmar la posición de garante que da lugar a equiparación, pues el mismo precepto exige que sólo cabe la equiparación cuando «equivalga, según el sentido del texto de la Ley, a su causación». Según esto, entiendo que la posición en la que se hallan los dos procesados permite afirmar sólo que hay injerencia –que han causado el accidente–, pero no que desaparecer del lugar del accidente sea igual que producir activamente el homicidio. Y ello, 102 6.ª El tipo omisivo porque sólo se dará tal identidad cuando la posición de garante se traduzca en un compromiso de actuar a modo de barrera de contención de riesgos. No es este el caso, pues su conducta causal inicial (primera fase) no genera una posición tal (en la segunda fase). Sí se puede decir, en cambio, que su posición en cuanto al socorro y amparo de la víctima del accidente es distinta a la de cualquier otro ciudadano (quivis ex populo), porque ellos han causado el accidente, aunque sólo sea de manera fortuita. De este modo, se hallarían en posición de garante, pero esto no permite afirmar una comisión por omisión, es decir, la identidad estructural y valorativa entre matar y dejar morir. Se trata de un caso de los que se califican en la doctrina como «omisiones puras de garante» u «omisiones puras intermedias» (entre omisión y comisión por omisión): en ellas, se puede producir un resultado lesivo (la muerte, aquí), y también una omisión (dejar de socorrer, aquí), pero no es posible entender que ese dejar de socorrer constituye homicidio en comisión por omisión. En conclusión, entiendo que su conducta es típica objetivamente a los efectos del precepto del art. 195.3: delito de omisión de socorro cualificada. 3. Por lo que se refiere a la tipicidad subjetiva, cabe imputar dolosamente porque ambos son conscientes de que colisionan contra una motocicleta; saben también de la situación de riesgo en la que se halla Sebastián (pues cualquier persona sabe que una colisión de dos vehículos es altamente lesivo); se representan también en concreto que Sebastián se encuentra en muy mala situación (pues «cayó al suelo y se produjo heridas de tal gravedad…», «percibieron el accidente dándose cuenta de que una persona había resultado accidentada y lesionada», algo que nadie podría entonces ignorar); son, además, conscientes de que desaparecen de la escena (pues la furgoneta sigue su marcha, algo que no pueden no saber). En definitiva, se representan el riesgo que el tipo del art. 195.3 exige. Su omisión de socorro es, por tanto, dolosa. Es subjetivamente típica a los efectos del precepto del art. 195.3: delito de omisión de socorro cualificada. 4. No hay ningún indicio para dudar de la antijuricidad de la conducta, ni de su imputabilidad. Quizá se podría plantear que, al conducir sin carné, temen que socorrer a la víctima les implique autodenunciarse de una conducta antijurídica, y nadie está obligado a declarar contra si mismo. Sin embargo, el delito de omisión del deber de socorro prevé también que si alguien no puede socorrer, no está exento de demandar socorro ajeno (art. 195.2), cosa que sí podrían haber hecho. Por tanto, su conducta es antijurídica y culpable. Nada impide la punibilidad, por lo que además es punible. Conclusión: Jon y Julián son responsables de un delito consumado de omisión del deber de socorro cualificado del art. 195.3 del CP, sin la concurrencia de circunstancias modificativas, que puede sancionarse con prisión de seis meses a un año y cumulativamente 103 6.ª El tipo omisivo con multa de seis a doce meses. Cfr. también C.51. C.64 ¡Inténtelo usted mismo! http://www.unav.es/penal/delictum/ «Probado y así se declara que sobre las 12.50 horas del día 17 de julio de 2002, Rafael, trabajador de la empresa "Felipe y Juan Ramírez, S.L" [de la que eran representantes José Augusto e Ismael], cuando se encontraba realizando rebajos de construcción de nave para la mercantil "Alhóndiga Agrisel", [procedió a] colocar una cercha de acero de unos 8 metros de largo sobre los puntales de cuatro metros de altura, colocados encima de una plataforma de hormigón situada a 1, metros del suelo. Que Rafael se encontraba subido a una escalera de madera de tijera junto a los otros tres trabajadores que lo estaban en escaleras metálicas. Que en el momento de elevar la cerca, Rafael cayó al suelo desde la escalera en la que se encontraba, cayendo en un primer momento sobre la plataforma de hormigón y rebotando cayó al suelo, golpeándose fuertemente la cabeza, no utilizando ningún equipo de protección personal. Como consecuencia del golpe, Rafael sufrió lesiones de las que tardó 463 días en alcanzar la curación, de los que 429 días estuvo incapacitado para sus ocupaciones habituales y 34 días hospitalizado, quedándole como secuelas parálisis facial periférica, epilepsias, alteración de la personalidad, déficit cognitivo moderado y disfunción de la articulación mandibular, estando incapacitado de forma permanente para realizar todo tipo de trabajo. El día del accidente la empresa "Felipe y Juan Ramírez, SL" tenía contratado seguro con la compañía "Banco Vitalicio" y la mercantil "Alhóndiga Agrisel, SA" con la Compañía "Axa Seguros"» (SAP Murcia 29 de noviembre de 2004, JUR 2005\72422). Notas de Derecho Anglo-Americano El actus reus de un delito puede estar integrado no sólo por acciones, sino también por omisiones. La mayoría de estos casos se producen cuando la ley impone un deber de actuar y la omisión de dicho deber constituye el actus reus mismo. En el Criminal Law pueden distinguirse dos formas de responsabilidad por omisiones: Hacer responsable a quien quebranta un deber de actuar consagrado en la ley (breach of a legal duty to act) y responsabilidad en los delitos de comisión por omisión. Esta distinción es semejante a la que se da en el derecho continental, pero no existe en el Criminal Law una regla general que permita dilucidar cuándo existe un deber cuya omisión genere responsabilidad. A pesar de esto se han reconocido (mediante jurisprudencia) como fuentes del deber los siguientes: deberes emanados de la ley, de la creación de un riesgo, de los principios morales, de un contrato y de una obligación de control. 104 ¿Puede afirmarse que el responsable en la empresa de las medidas de seguridad en el trabajo ha de responder por las graves lesiones? ¿En qué medida? AA.6 VOCABULARY: breach of a legal duty to act 6.ª El tipo omisivo Para saber más SILVA SÁNCHEZ, Voz «Omisión», en Enciclopedia Jurídica Básica, Vol. III, Madrid, 1995, pp 4569-4571. SILVA SÁNCHEZ, Voz «Omisión impropia o comisión por omisión», en Enciclopedia Jurídica Básica, Vol. III, Madrid, 1995, pp 45754579. SILVA SÁNCHEZ, «Aspectos de la comisión por omisión: Fundamento y formas de intervención. El ejemplo del funcionario penitenciario», Cuadernos de Política Criminal, 1989, pp 367-404. SILVA SÁNCHEZ, «Entre la omisión de socorro y la comisión por omisión. Las estructuras de los arts. 195.3 y 196 del Código penal», en Problemas específicos de la aplicación del Código penal. Consejo General del Poder Judicial, Manuales de Formación Continuada, 1999-4, pp 153-172. SILVA SÁNCHEZ, «Apuntes sobre el contexto histórico-dogmático del artículo 11 del Código penal», La Ley. Revista Jurídica Española, Año XVII, Número 4144. Martes 15 de octubre de 1996, pp 1-6. Para seguir trabajando: http://www.unav.es/penal/delictum/ C.65 «Que sobre las 11 horas del día 6 de junio de 1997 cincuenta y siete alumnos de los cursos tercero, cuarto y quinto de enseñanza general básica del Colegio Público Pau Casals de la localidad de Barcelona llegaron a la playa de Ribes Roges, en la población de Vilanova i la Geltrú, con motivo de la excursión de fin de curso, acompañados por los tres acusados, Noeli M.M., José Antonio B.M. y José María A.T.; todos ellos mayores de edad y sin antecedentes penales, acompañantes y responsables del cuidado de los cincuenta y siete menores, maestros y funcionarios del Departament d'Ensenyament de la Generalitat de Catalunya, en aquel momento tutores, respectivamente, de los cursos tercero, quinto y cuarto del mencionado centro escolar. En aquella fecha el estado del mar en la localidad costera fue de marejadilla, con olas de hasta medio metro y resaca. Al llegar a la playa los niños y los profesores depositaron sus enseres en la arena, extendieron sus toallas y rápidamente la mayoría de los niños entraron en el mar. De entre los menores componentes de la excursión algunos no sabían nadar, constando a los profesores que no sabía nadar Esmeralda S.A., nacida el 12 de julio de 1988, desconociendo los tres con seguridad si sabía nadar Nicolás G. G., nacido el 15 de diciembre de 1988. Al poco de haberse introducido los niños en el agua y a causa de la falta de vigilancia de los tres adultos responsables del grupo, Nicolás y Esmeralda, que se estaban bañando sin ser sometidos a control alguno por parte de los tres profesores, tuvieron que ser rescatados del agua por terceras personas, ajenas a la excursión, que se hallaban en la playa realizando sus quehaceres respectivos, quienes observaron los signos de socorro que la niña realizaba con las manos, y que procedieron, ya en la arena, a intentar la reanimación de ambos, auxiliados por miembros de la policía local de la población, sin que los profesores se apercibieran de lo sucedido, haciendo acto de presencia sólo cuando ya se estaban desarrollando los primeros auxilios a los dos niños. Nicolás G.G. falleció a causa de la asfixia sufrida por la sumersión en agua salada, sobre las 12 horas del día mencionado, y Esmeralda S.A. consiguió salvarse tras ser reanimada y atendida hospitalariamente, primero en el hospital Comarcal Sant Antoni Abat de Vilanova i la Geltrú, donde ingresó presentando síntomas de ahogamiento y paro 105 6.ª El tipo omisivo cardiorrespiratorio, para ser posteriormente trasladada al Hospital de Sant Joan de Déu, en Barcelona» (STS 1 diciembre 2000, RJ 10158, ponente Martín Canivell). C.66 «El grupo de Estupefacientes de la Comisaría de Policía de Huelva solicitó y obtuvo del Juzgado de Instrucción núm. 7 de Huelva mandamiento de entrada y registro de la vivienda, sita en esta ciudad C/ Miguel Hernández primer callejón derecha, donde viven Francisco José R.S. y María D.M. por informes anteriores y vigilancia posterior de entradas y salidas en la misma de conocidos consumidores de drogas y la sospecha de su venta en dicho inmueble. Practicado el mismo con las formalidades legales a las 13 horas del 23 de junio de 1995 se hallaba en la casa Josefa P.G., que en el bolsillo de un mandil que portaba escondía ciento treinta y una paquetillas de heroína dispuestas para su venta y que colaboraba con los anteriores en dicho tráfico. En el registro del domicilio se descubrió en un armario un envoltorio con peso bruto de 3,35 gramos de heroína y 0,60 gramos de cocaína, 53.375 ptas. en metálico, diversas joyas y una cartilla de ahorros del "Banco Central" a nombre de Josefa» (STS 11 de diciembre de 1998, A. 9669, ponente Bacigalupo Zapater). C.67 El día 6 de marzo de 2004 diversos vecinos de la localidad de Zalba iniciaron una partida de caza, estando el paraje cubierto por la nieve, para cazar jabalíes en una zona boscosa a la altura del Km. 3 de la carretera NA-135. Previamente todos ellos habían decidido emplear como medio de caza escopetas con postas, procedimiento que tiene la peculiaridad de difuminar el campo de los disparos. José Manuel G., de 30 años de edad, avistó a un jabalí, al que disparó e hirió. Parte de las postas que disparó fue a impactar en Manuel G., padre del primero, de 68 años de edad, que resultó gravemente herido en cabeza y cuello. A la vista de lo cual, por temor a que se le atribuyera la muerte de su propio padre, José Manuel, echó a correr hacia la carretera, sin prestar asistencia sanitaria a Manuel. Aproximadamente 30 minutos después del disparo, Manuel fue encontrado tendido en el suelo por otros cazadores, que intentaron reanimarlo, sin conseguirlo. Manuel falleció unos minutos después, a unos 40 minutos tras el disparo. Según la legislación foral en materia de caza, se halla prohibido tanto abatir animales salvajes cuando ha nevado, como utilizar postas para cazar. (Caso basado en la noticia de prensa de DdeN de 7 de marzo de 2005). «José Manuel S. V. de 27 años de edad con antecedentes penales no computables y C.68 su esposa Vicenta H. V. de 19 años sin antecedentes, tuvieron un hijo que llaman David y que nació el día 3 de julio de 1997. Así las cosas en los días siguientes a su nacimiento a medida que iba desarrollándose se manifestaba con los lloros habituales de los recién nacidos cuando éstos reclaman alimento, tienen sueño o alguna molestia que les incomoda y por ello no están calmados, por lo que cuando estos lloros y rabietas se producían José Manuel molesto y sin la paciencia habitual de cualquier padre le propinaba a David lo mismo manotazos que pellizcos para que el niño callara, produciéndole continuos hematomas en la cara, cuero cabelludo y orejas que pudo diagnosticar no sin sorpresa, el médico pediatra señor G. M. cuando el día 10 de diciembre de 1997 le realizó un control médico a los 5 meses de nacer. El facultativo lo puso en conocimiento de los Servicios Sociales y Fiscalía de Menores y a partir de esa fecha se hizo un seguimiento al niño y a sus padres. El niño regresó con sus padres a la vivienda familiar pero nuevamente el día 12 ingresó en el Hospital General de Castellón aquejado de las mismas molestias pues continuaba con lloros, vómitos y los hematomas que lejos de desaparecer aparecían por todo el cuerpo del bebé. Unos días en el hospital con los cuidados necesarios y el niño mejoró y como no aparecieron nuevos hematomas en evolución, fue dado de alta el día 17 del mismo mes y año, regresando junto con sus padres, pero nuevamente al primer lloro o rabieta recibía "la atención" de su 106 6.ª El tipo omisivo padre José Manuel quien a base de manotazos, tirones y pellizcos trataba de que el niño se calmara y de paso le dejase en paz. El día 22 de febrero de 1998 Vicenta y José Manuel acudieron con David a urgencias del Hospital General de Castellón, pues el bebé no reaccionaba, presentando sobre las 22 horas un estado de parada cardiorrespiratoria sin respuesta a ningún tipo de estímulo. El origen de tan grave situación había sido una anoxia encefálica producto de la ingestión por vómito de cierta cantidad de papilla que colocó al niño al borde del peor mal, pero que con los cuidados y atenciones recibidas en el centro hospitalario, salió adelante, eso sí, las radiografías que se le hicieron ese día sacaron a la luz nueve fracturas costales de una antigüedad de unos treinta días aproximadamente y con sólo mirar a David, se veían los múltiples hematomas que en ese último ingreso todavía presentaba pero que fueron desapareciendo con el tiempo y su permanencia en el hospital fuera del alcance de José Manuel, curando por tanto con otros treinta días de total reposo quedándole graves secuelas como consecuencia de la anoxia encefálica tales como retraso psicomotor y posible amaurosis de origen cerebral. No consta que Vicenta participase en las agresiones a David ni activa ni pasivamente. En la tramitación de este juicio se han observado las prescripciones legales» (STS 26 de junio de 2000, RJ 5801, ponente Sánchez Melgar). C .6 9 a C .6 9 b «El Patrullero de la Armada (P-62) Alborán partió de Almería la tarde del 14 de Diciembre de 2000 rumbo al Puerto de Cartagena al que tenía previsto arribar sobre las 08.30 horas del siguiente día 15 de diciembre y sobre las 00,30 horas de este último día, el Comandante del Buque, Capitán de Corbeta D. Jesús Ángel, subió al puente, con el fin de impartir las instrucciones necesarias para la navegación durante esa noche, a cuyo efecto procedió a anotar en el Libro de Ordenes la derrota a seguir, que también quedó fijada en la correspondiente Carta Náutica. Está asimismo acreditado que a las 04.00 horas del referido 15 de diciembre entró de guardia en el puente el procesado Alférez de Fragata D. Jesús Luis, quien desempeñaba además la función de Oficial de Guardia en el buque … y que poco después de las 05.00 horas y después de comprobar la derrota del buque, el procesado se quedó dormido en la silla del Comandante… Está también probado, que sobre las 05.50 horas, y al no haberse efectuado el cambio de rumbo ordenado por el Comandante, el Patrullero varó en la Escollera del Club de Regatas del Puerto Deportivo de Mazarrón sufriendo daños en la parte inferior del bulbo de proa y rozaduras profundas en el cajón de quilla cuya reparación ascendió a 2.402.350 pesetas (14.438,41 Euros) y que los daños ocasionados en la escollera del citado puerto deportivo consistentes en desplazamientos, y rotura de varios bloques de hormigón, así como de piedras de escolleras circundantes alcanzaron la suma de 760.000 pesetas (4.567,89 Euros), en la que no figuran incluidos los correspondientes impuestos» (STS, Sala 5.ª, 5 de julio de 2004, ponente Aparicio Gallego, PROV\2004\242962). «Se declara probado que el día 12 de febrero de 2000, el menor, de ocho años, Rubén M., se encontraba botando una pelota en la escalera de su casa, sita en calle Paseo del Sol de Meco, momento en que subió suelto y solo por la escalera corriendo el perro raza "puli" propiedad de Manuel M. H., que se acercó al menor y le mordió en una pierna, causándole lesiones de las que tardó en curar doce días, de los que cuatro estuvo impedido para sus ocupaciones habituales, quedándole como secuela cicatriz de cuatro centímetros lineal y longitudinal en cara interior tercio inferior del muslo derecho, prácticamente imperceptible» (SAP Madrid núm. 360/2000, sección 16.ª, de 3 noviembre, JUR 46871, ponente Ventura Faci). 107 6.ª El tipo omisivo 108