Diferencias de los derechos inherentes a la personalidad

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DIFERENCIAS DE LOS DERECHOS INHERENTES A LA PERSONALIDAD
CON RESPECTO A LOS DERECHOS HUMANOS Y LOS DERECHOS
FUNDAMENTALES
Dr. Jesús Armando Martínez Gómez
[email protected]
Universidad de Sancti Spíritus “José Martí Pérez”
RESUMEN:
En el trabajo se analiza la relación existente entre los derechos inherentes a la
personalidad, los derechos humanos y los derechos fundamentales en tanto que
derechos subjetivos del hombre, para sobre esta base luego determinar sus
diferencias a partir de la delimitación del bien objeto de los mismos y el tipo de relación
jurídica en la que se ejercen.
Palabras claves: Derecho, personalidad, humano, fundamental, relación jurídica.
El hombre y su vida -tanto individual como social- son la razón de ser del Derecho.
Pero el viviente humano es persona que, a decir de Cofré Lagos, es “una construcción
espiritual y social que, dependiente de lo que hemos entendido como viviente, va
mucho más allá de él y lo supera largamente”1. Y es cierto que ningún otro ente de la
naturaleza llega a ser persona ni tiene personalidad, porque no cuenta con la
plasticidad necesaria para serlo, lo que significa que ya la biología humana, a pesar de
tener cosas comunes con la de los demás seres vivos, es también sustancialmente
distinta, lo que le permite ser modelada en conformidad con una segunda naturaleza:
la de la cultura.
En su encíclica Pacen in terris, JUAN XXIII planteaba: “En toda convivencia humana
bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que
todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre
albedrío”2. La “persona es la realidad-hombre conceptualizada de modo
específicamente jurídico”3, pero al reconocer al hombre como persona el ordenamiento
jurídico no sólo reconoce su aptitud para ser sujeto de derechos y obligaciones, sino
también su dignidad y atributos como expresión suprema de su valor4. Y los atributos
personales de mayor valía son los físicos (vida, integridad física y libertad) y los
morales (el honor, la intimidad, la propia imagen), es decir, aquellos que son
inherentes a la propia persona, con la cual aparecen y desaparecen sin poderse
desligar.
Dada su importancia, hoy se reconoce que los mencionados atributos son objeto de un
tipo de derecho subjetivo que la doctrina suele reconocer como derechos inherentes a
la personalidad. En general, estos derechos consisten en poderes que se le reconocen
al sujeto sobre sus bienes personales, que son concebidos como algo distinto de la
propia persona5, la cual no se puede reducir a ninguno de ellos por separado por ser
cualitativamente superior a la suma de sus partes, manifestaciones y/o cualidades
específicas. Según Díaz Magrans, en realidad son “poderes o facultades que la norma
otorga a la persona solo por ser tal y sobre bienes relacionados con su propia
naturaleza y que le son intrínsecos, tales como la vida, el honor, la propia imagen, el
nombre, entre otros”6. Pérez Fuentes aclara que se trata de “un conjunto de derechos
inherentes a la propia persona que todo ordenamiento jurídico debe respetar, por
constituir en definitiva manifestaciones de la dignidad de la persona y de su propia
esfera individual”7.
Los derechos inherentes a la personalidad hoy se suelen agrupar en dos esferas
fundamentales: la física o corporal, que incluye el derecho a la vida, el derecho a la
integridad física, el derecho a la libertad; y la moral, que comprende el derecho al
nombre, el derecho al honor, el derecho a la intimidad y el derecho a la propia
imagen8. Su perfil como verdaderos derechos subjetivos lo alcanzaron a partir de la
segunda mitad del siglo XIX, pero no es hasta el siglo XX que logran adquirir su
fisonomía teórica acabada. Según De Castro, el amparo civil de la persona se hace
necesario entonces porque es en el ámbito privado donde actúan “las fuerzas sociales
(extraestatales) más poderosas y cuando se sienta el abandono en que habían ido
quedando los valores más importantes del hombre”, a lo que se añade el “peso
creciente de la maquinaria administrativa, omnipotente e indiferente a lo personal”9.
Sin embargo, la protección jurídica los derechos de la personalidad comenzó en los
instrumentos del Derecho Público, donde aun se les sigue tratando desde su propia
óptica. Las teorías contractualistas modernas reconocieron la existencia de una serie
de “derechos naturales”, “innatos”, que el Estado debía reconocer y proteger dada su
inherencia al ser humano: el derecho a la vida, el derecho a la integridad física, el
derecho a la libertad, entre otros. En las primeras declaraciones de derechos y
constituciones –de carácter liberal-, estos derechos fueron reconocidos para que
fungieran como límites a la acción del Estado e impedir su injerencia en la vida
individual y la esfera privada de la personalidad. Esa fue la óptica con la que fueron
contemplados en la Proclamación de Independencia de los Estados Unidos (1776) y
consagrados en la primera Constitución aprobada en esa nación, la de Virginia, que
llevaba a manera de preámbulo un solemne Bill of Rihts en el que se establecía: “Que
todos los hombres son por naturaleza igualmente libres e independientes y tienen
ciertos derechos inherentes, de los cuales, cuando entran en estado de sociedad, no
pueden por ningún contrato, privar o despejar a su posteridad; especialmente el goce
de la vida y de la libertad; con los medios de adquirir y de poseer la propiedad y
perseguir y obtener la felicidad y la seguridad”10.
Al ser incluidos en la Constitución o Ley Primera (Fundamental) de los Estados, los
derechos enunciados por el pensamiento iusnaturalista moderno se convirtieron en
fundamentales11, con lo cual logran adquirir positividad en el Derecho interno, que a
partir de su reconocimiento les comienza a brindar protección y provee de garantías
jurídicas su ejercicio. Pero su tutela constitucional no se universaliza hasta el final de
la segunda mitad del siglo XX, una vez que se logra extender su regulación a los
instrumentos del Derecho internacional, lo que ha permitido que se les siga brindando
aun protección en las referidas sedes del Derecho Público. En otras palabras, al ser
adoptadas las disposiciones de los instrumentos internacionales en sus respectivas
constituciones, los Estados reconocen el carácter fundamental de los derechos
consagrados en ellas, es decir, los dotan de una fuerza legal superior al reconocer su
primacía como fuente de Derecho respecto a las disposiciones de las leyes ordinarias.
Sin embargo, hoy es ampliamente reconocida la pertenencia de los derechos de la
personalidad al Derecho Civil, hacia donde se extendió su protección jurídica cuando
la persona ya había logrado conseguir un mínimo de seguridad frente al poder del
Estado, logrando que se desplazara el campo de atención hacia las relaciones
existentes entre particulares. Por eso se hace necesario diferenciar los derechos
inherentes a la personalidad de los derechos humanos y fundamentales.
Una parte de la doctrina ha pretendido establecer su distinción a partir de la naturaleza
jurídica del elemento subjetivo de la relación jurídica, considerando que los derechos
humanos y fundamentales son eficaces en las relaciones que se establecen entre el
individuo y el Estado, en las que el segundo reza siempre como sujeto pasivo;
mientras que los derechos inherentes a la personalidad se mueven en la esfera de las
relaciones interpersonales o entre particulares. Pero su análisis se torna mucho más
complejo porque actualmente se reconoce a todos estos derechos (humanos,
fundamentales e inherentes a la personalidad) efectos erga omnes, de ahí que tanto
los particulares como el Estado puedan ser obligados por ellos.
De manera que los derechos de la personalidad tienen como sujeto activo a la persona
física12 y como sujeto pasivo tanto a la persona física como a la persona jurídica, lo
que incluye también al Estado cuando concurre como un particular mas. Su objeto lo
conforman las manifestaciones, cualidades, rasgos y atributos físicos y morales de la
personalidad que son dignos de protección dado el interés que tienen para su titular y
la sociedad. No se trata, por tanto, de bienes exteriores en los que se proyecta el
actuar de la personalidad sino de bienes personales que, por formar parte de nosotros
mismos, tienen un contenido ideal, inmaterializado13. Según Rogel Vide, estos mismos
bienes –llamados de la personalidad- serán objeto de derechos inherente a la
personalidad o derechos fundamentales en dependencia del ámbito jurídico donde se
protejan, es decir, en el ámbito del Derecho Privado constituirán los derechos de la
personalidad, y en el ámbito del Derecho Público, en particular el Constitucional, se
llamarán derechos fundamentales y libertades públicas14.
Díez-Picazo y Gullón señalan que si se encuentran recogidos “como derechos
fundamentales por la Constitución, y, si ésta es un cuerpo normativo directamente
actuable, sólo se podrá hablar de derecho de la personalidad cuando no lo ha sido
como derecho fundamental por el legislador constitucional”15. Llamas Pombo y Arnau
Moya difieren de los anteriores autores cuando consideran que dentro de la amplia
gama de derechos fundamentales y humanos hay una especie que son los derechos
inherentes a la personalidad, que se destacan sobre todo por su inherencia e
inseparabilidad del hombre como sustancia raciocorporal16. En este mismo tenor,
Valdés Díaz afirma que “todos los derechos de la personalidad deberían ser derechos
fundamentales, esto es, aparecer consagrados en la Constitución, pero no todos los
derechos fundamentales son derechos inherentes a la personalidad, sino solo aquellos
que imbrican con la condición de ser humano, los que tienen que ver con su
naturaleza misma, tanto en el ámbito físico o corporal como en el orden moral o
espiritual”17. De ahí que aunque se encuentren interrelacionados y suelan observarse
coincidencias con respecto a los bienes sobre los que recaen, no sería correcto
identificar a estos derechos18.
Lo mismo se podría decir con respecto a los derechos humanos, razón por la que
existen tres generaciones reconocidas de estos (derechos civiles y políticos; derechos
económicos, sociales y culturales; y derechos al medio ambiente, al desarrollo y a la
paz), en la primera de las cuales se diferencian los derechos civiles de los políticos, y
aunque las líneas no son del todo claras19 es indudable que en los primeros se ubica
la mayoría de los derechos inherentes a la personalidad doctrinalmente aceptados
(Derecho a la vida, derecho a la integridad física, derecho a la libertad, derecho a la
privacidad o a la intimidad, derecho al honor). Por tal razón, hay autores que
distinguen dos ámbitos en la primera generación de derechos humanos, el de los
tipificados por las actuaciones personalísimas (dignidad de la persona, derecho a la
vida, integridad personal, derecho a la privacidad, etc.) y el conformado por los
comportamientos en el ámbito público (libertad de expresión, libertad de información,
derecho de reunión, manifestación, asociación, petición, participación en la vida
política, sufragio activo y pasivo20.
De manera que una parte de la doctrina sigue planteando que los derechos inherentes
a la personalidad –y no sólo los bienes sobre los que estos recaen- son reconocidos y
protegidos por las constituciones y por los instrumentos internacionales de derechos
humanos, aclarando que se trata de derechos “que afectan en mayor grado el ámbito
personal y la esfera privada del individuo”, permitiendo que el contenido de la
protección de la persona y su tratamiento jurídico ganen en concreción, por lo que se
trata de un “círculo concéntrico” dentro de los mencionados derechos -de los que
quedarían fuera sólo algunos supuestos-21, que no configuran sólo deberes de
exclusión del Estado o de terceros sobre la propia persona o la llamada esfera
personal, pues su exigencia presupone la existencia de una potestad de actuación
previa reconocida a su titular sobre los bienes de la personalidad que son objeto de los
mismos22, es decir, que son derechos que “se relacionan al aspecto interior y singular
de cada persona sin importar a quien sea atribuible el acto dañoso”23.
Sempere aclara que el reconocimiento y protección constitucional de los derechos de
la personalidad “no se encuentra reñido en modo alguno con su tutela en la esfera
jurídico privada (...). Aunque íntimamente conectados entre sí (...) conviene distinguir
en su estudio el significado e implicaciones que supone el reconocimiento de estos
derechos a nivel constitucional y el alcance que implica su tutela jurídico privada, bajo
la denominación de los bienes o derechos de la personalidad. Puede afirmarse que
nos encontramos ante una misma realidad objeto de tratamiento a dos niveles
jurídicos distintos, y que, por tanto, implica también una tutela jurídica diversa”24.
Es obvio que la diversidad de posiciones doctrinales generalmente escinde a los
derechos de la personalidad al analizar los diferentes ámbitos en que encuentran
protección, confundiendo a las normas jurídicas con los derechos en sí y con el
carácter de las relaciones jurídicas en que su ejercicio tiene lugar. Pero ya hoy no se
puede ver a lo público y a lo privado como dominios totalmente independientes sino
como ámbitos interrelacionados del ordenamiento jurídico que se complementan,
visión contra la que ha atentado la propia historia de los derechos subjetivos en
cuestión y su positivización. Los derechos inherentes a la personalidad son protegidos
tanto por las normas del Derecho Público como por las del Derecho Privado, si bien
las primeras se enfocan fundamentalmente –no exclusivamente- a la regulación de las
relaciones del individuo con el Estado, y las segundas, a la regulación de relaciones
interpersonales, lo que no significa que la esfera privada propia del Derecho Civil
quede fuera de la protección del Derecho Público25.
Más bien ocurre, como precisa Álvarez-Tabío con relación a su protección
constitucional, que los derechos de la personalidad “se instalan en el espacio donde
los principios, los valores y los fines tejen una trama en beneficio de la persona”. Solo
que no resulta sencillo “plasmar explícitamente en la letra de la norma constitucional
este entramado y peor aún lograr la armonía entre todos los elementos que lo
conforman”, por lo que “hay que valerse de lo que no está escrito, pero sí implícito, es
decir lograr el equilibrio entre la letra y el espíritu de la Constitución, pues todos estos
elementos han de confluir en pro de un objetivo básico: la preservación de la dignidad
de la persona humana, concepto que se convierte en la piedra angular para la
construcción de todo el sistema axiológico constitucional, o lo que es lo mismo decir
que los fines, los valores, los principios, los derechos y los bienes jurídicos existen sólo
en función del enaltecimiento de la dignidad humana”26.
La creciente expresión constitucional de los derechos de la personalidad y otras
instituciones del Derecho Civil ha llevado a algunos autores a hablar de la existencia
de un Derecho Civil Constitucional, el cual Joaquín Arce define “como sistema de
normas y principios normativos institucionales integrados en la Constitución, relativos a
la protección de la persona en si misma y sus dimensiones fundamentales familiar,
patrimonial, en el orden de sus relaciones jurídico-privadas generales, concerniente a
aquellas materias residualmente consideradas civiles, que tienen por finalidad fijar las
bases más comunes y abstractas de la regulación de tales relaciones y materias, a las
que son susceptibles de aplicación inmediata o pueden servir de marco de referencia
de la vigencia, validez e interpretación de la normativa aplicable o de pauta para su
desarrollo”27.
Referencias bibliográficas
1. Cofré Lagos, Juan Omar, “Los términos `dignidad` y `persona`. Su uso moral y
jurídico. Enfoque filosófico”, en Revista de Derecho (Valdivia), vol. XVII, diciembre de
2004, pp. 9 - 40, tomado del sitio: minganline. uach.cl/scieleo. php?script =sciissuetoc
&pid=0718-095020040002&Ing=es&nrm=iso, cónsultado el 23/02/2009, a las 8:30 pm.
2. Juan XXIII, Carta en encíclica Pacen in terris, Roma, 11 de abril de 1963, tomada
del sitio: http://ww w.vatican.va/holyfather/paulvi/apost_letters/documents/hfp-viapl197
10514octogesima-advenienssp.html, consultado el día 26/04/2005, a las 9:17 pm.
3. Cifuentes, Santos, Derechos personalísimos, 2a edición, actualizada y ampliada,
Editorial Astrea, Buenos Aires, 1995, p. 138.
4. Cfr. Díez-Picazo, Luis y Antonio Gullón Ballesteros, Sistema de Derecho Civil, vol. I,
8a edición, Tecnos, Madrid, 1994, p. 223.
5. Cfr. Albaladejo, Manuel, Derecho Civil, t. I., 15aedición, Librería Boch, Barcelona,
2002, p. 474; Castán Tobeñas, José, Derecho civil español, común y foral., t. I, vol. 2º.
14a edición revisada y puesta al día por José Luis de los Mozos, Editorial Reus,
Madrid, 1991, p. 362; Rodríguez Vargas, Luis Ricardo, “Los derechos de la
personalidad”, en Curso de Derecho Privado 1, tomado del sitio: www.bioetica.com,
consultado el 14/12/2004, a las 4:14 pm; MAGRANS, María Milagrosa, “La persona
Individual”, en Derecho Civil, Parte General, Caridad del Carmen Valdés Díaz
(Coordinadora), Editorial Félix Varela, La Habana, 2002, p.135.
6. Díaz Magrans, M. M., “La persona…”, cit., p. 135.
7. Pérez Fuentes, Gisela María, “Evolución doctrinal, legislativa y jurisprudencial de los
derechos de la personalidad y el daño moral en España”, en Revista de Derecho
Privado, Año III, No 8, México, mayo-agosto de 2004, p. 112.
8. No es la única clasificación, encontrándonos otras, como por ejemplo la de
Domínguez Guillén que los clasifica en derechos a la identidad (nombre y otros), a la
integridad física (derecho a la vida, derecho a la integridad física y derecho a la
libertad) y a la integridad moral (derecho al honor, derecho a la intimidad, derecho a la
propia imagen); la de Hiruela de Fernández y De Espanés, quienes los dividen en
derechos a la integridad física (derecho a la vida y a la integridad física), derecho de
libertad (incluyen la libertad de movimiento, la libertad espiritual y la libertad de
conciencia), derecho sobre la integridad espiritual (derechos al honor, a la intimidad, a
la propia imagen y a la vida privada) y derecho al reconocimiento y respeto de la
propia individualidad del sujeto (derecho al nombre, que es más que derecho atributo
de la persona); y la de Cifuentes, quien los divide en derecho a la integridad física
(vida, integridad corporal y salud y medios de conservarla y obtenerla y destino del
cadáver), libertad (movimiento y expresión de la ideas, realización de actos jurídicos y
empleo de la fuerza física y espiritual) e integridad espiritual (honor, imagen, intimidad
e identidad). Vid. Domínguez Guillén, María Candelaria, “Sobre los derechos de la
personalidad”, en: Revista Dikaion - Lo Justo – Año 17, No 12, pp. 8-15; Hiruela de
Fernández, María del Pilar y Luis Moisset de Espanés, “Derechos de la personalidad”,
tomado del sitio: http://www.revistapersona.com.ar/ Persona46/46 Moisset.htm,
consultado el 19/2/2007, a las 3:22 am; y Cifuentes, S., Derechos…, cit., p. 229.
9. DE CASTRO Y BRAVO, Federico, “Los llamados derechos de la personalidad”, en
Anuario de Derecho Civil, Serie 1a, No 2, Ministerio de Justicia y Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, Madrid, 1959, p. 1289.
10. La Declaración de los derechos de Virginia fue aprobada el 12 de junio de 1776 y
consagrada como “como base y fundamento de su gobierno”, sirviendo de preámbulo
a la Constitución de Virginia de 29 de junio de 1776. Vid. Declaración de los derechos
de Virginia (12 de junio de 1776), I., en: Brague Camazo, Joaquín, Los límites de los
derechos fundamentales en los inicios del constitucionalismo mundial y el
constitucionales histórico español, Estudio preliminar de la cuestión en le pensamiento
de Hobbes, Locke y Blackstone, Universidad Autónoma de México, México, 2005, p.
141.
11. Vid. Es la acepción más utilizada y difundida de estos derechos, que considera
fundamentales a los derechos que dan fundamento al sistema jurídico por estar
regulados en la norma constitucional o por ser materialmente constitucionales, es
decir, por ser conferidos a los individuos contra el Estado; aunque también existe otro
punto de vista que califica de fundamentales a los derechos que no requieren de un
fundamento o justificación jurídica positiva, incluyendo tanto a los derechos
constitucionales como a los denominados “derechos naturales” o “morales”. Vid.
Guastini, Riccardo, Estudios de teoría constitucional, pp.221-224, tomado del sitio:
http://www. bibliojuridica.org/libros/1/22/pl22.htm, consultado el 9/09/2005, a las 1:54
pm
12. Hay autores que consideran que también las personas jurídicas gozan de algunos
de estos derechos, como el derecho al honor (comercial o societario), al nombre
(razón o denominación social), la libertad (de contratación), la intimidad, pero no del
derecho a la vida. Por supuesto, se trata de una ficción legal para proteger sus
intereses porque las personas jurídicas no tienen dignidad. Vid. Moisset de Espanés,
Luís y María del Pilar Hiruela De Fernández, “Derechos de la personalidad”, tomado
del sitio: http://www.revistapersona. com.ar/ Persona46/ 46Moisset .htm, consultado el
19/02/2007, a las 3:22 am y Bañegil Espinosa, Miguel Ángel, “Los derechos de la
personalidad”, en Instituciones de Derecho Privado, t. I, vol. 2, 1ª edición, Juan
Francisco Delgado de Miguel (Coordinador General), Civitas Ediciones, Madrid, 2003,
p. 389.
13. Rogel Vide, Carlos, Bienes de la personalidad, derechos fundamentales y
libertades públicas, Publicaciones del Real Colegio de España, Bolonia, 1985, p. 26.
14. Ibídem, p. 48.
15. Díez Picazo, Luis y Antonio Gullón Ballesteros, Sistema de Derecho Civil, vol. I, 8a
edición, Editorial Tecnos, Madrid, 1994, p. 340.
16. Llamas Pombo, Eugenio, La responsabilidad civil del médico. Aspectos
tradicionales y modernos, Editorial Trivium, Madrid, 1988, p.29, y Arnau Moya,
Federico, Derecho Civil I. El Derecho Privado. Derecho de la persona, Publicacions de
la Universitat Jaime I, Castelló de la Plata, 2002, p.76.
17. Valdés Díaz, Caridad del Carmen, “Artículo 1”, en Comentarios al Código Civil
cubano, t. I, Leonardo B. Pérez Gallardo (Director), inédito
18. Ibídem.
19. Cfr. Alfonso Ruiz, Miguel, “Derechos liberales y derechos sociales”, en Doxa, Nos.
15 y 16, 1994, pp. 651-674; Farah, Walter, “Ética y Derechos Humanos. Teoría
Derechos Humanos”, tomado del sitio: http://www.iepala.es/, consultado el 6/02/2006,
a las 2:52 pm.
20. Villavella Armengol, Carlos, “Los derechos humanos. Consideraciones teóricas de
su legitimación en la Constitución cubana”, en Temas de Derecho Constitucional,
Lissette Pérez Hernández y Martha Prieto Valdés (Compiladoras), Editorial Félix
Varela, La Habana, 2004, pp. 311-312.
21. Por ejemplo, en la Constitución española no se recoge el derecho al nombre. Vid.
Arnau Moya, F., Derecho Civil I…, cit., p. 76.
22. Díez Picazo, L. y A. Gullón Ballesteros, Sistema… I, cit., pp. 337-338.
23. Moisset de Espanés, L., “Derechos…”, cit.
24. Sempere, C., “Artículo 18. Derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen”,
en Comentarios a las Leyes Políticas. Constitución española de 1978, dirigidos por
Alzaga, tomo II, Madrid, 1984, p. 431.
25. Aquí es oportuno aclarar que siempre que el Estado concurra a la relación jurídica
con los demás sujetos en condiciones de igualdad, entendida en el sentido de igual
capacidad de obrar y ausencia de imperium o subordinación, estaremos ante una
relación jurídica privada (Vid. Valdés Díaz, C del C. “Artículo 1”, cit.), y resultarán de
aplicación en la misma los derechos inherentes a la personalidad.
26. Álvarez-Tabío Albo, Ana María, “Los derechos al honor, la intimidad personal y
familiar y la propia imagen como límites a las libertades de información y de
expresión”, Tesis presentada en opción al grado científico de Doctor en Ciencias
Jurídicas, bajo la dirección de las Doctoras Caridad del C. Valdés Díaz y Martha Prieto
Valdés, Universidad de la Habana, 2008, p. 15.
27. Arce Florez-Valdés, Joaquín, El Derecho Civil Constitucional, Cuadernos Civitas,
Madrid, 1991, pp. 178-179.
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