1 LA FORMA RELIGIOSA DE ACERCARSE A DIOS (Luc. 18:9

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LA FORMA RELIGIOSA DE ACERCARSE A DIOS
(Luc. 18:9-14)
INTRODUCCIÓN.Esta semana y la próxima veremos distintas maneras, como los seres humanos buscamos
relacionarnos con Dios. Algunas son adecuadas y otras no.
Hoy nos centraremos en la parábola del fariseo y el publicano. El acercarnos a Dios mediante
nuestra religiosidad, nos da una conciencia de mérito, y nos hace vernos, lo digamos o no,
mejor que los demás. El veredicto de Jesús, al final de la parábola, es que de esta forma no
somos aceptados por Dios (v.14). Sin embargo, el publicano recibe el veredicto de Dios de ser
considerado como justo.
Hemos de comprender que se trata de dos personas moralmente muy diferentes. Hoy se tiene
la idea de que los fariseos eran unos farsantes, pero realmente este hombre era de un nivel
moral como pocos. No era ladrón (no le quitaba a nadie nada), ni malhechor (no hacía
cualquier cosa que estuviera mal), ni era adultero (tenía una vida familiar correcta). Además
era un hombre mucho más piadoso que la mayoría. Por ejemplo los israelitas debían ayunar,
según la ley, una vez al año, el día de la expiación; pero este hombre ayunaba dos veces por
semana (los lunes y jueves). Además era exquisitamente cumplidor. Porque mientras que los
israelitas debían dar solo los diezmos de ciertas cosas, este lo daba de todos sus ingresos. En
fin su moral era ejemplar. En cambio, el veredicto de Dios es que no le ve como justo y por
tanto recibirá el juicio.
El caso del publicano es muy curioso, porque estos señores se enriquecían robando a la gente
del pueblo. Eran los recaudadores de impuestos para el imperio romano, el cual les dejaba que
se llevaran un buen pellizco, apretando a los ciudadanos más de lo estipulado. Así que eran
gente bastante odiada, aunque también temida, porque generalmente con ese proceder se
enriquecían mucho. Más o menos como pasa hoy, con los políticos corruptos y sus maletines
llenos de dinero.
Por tanto, moralmente no había color: el fariseo era piadoso y honrado, y el publicano un
corrupto como la copa de un pino. Sin embargo es el publicano el que termina siendo visto por
el Señor como justo (v. 14).
Puede ser que esto nos parezca un disparate. Como si Dios hubiera perdido el juicio y haga las
cosas al revés. Pero veamos con más detalle estos dos acercamientos a Dios, ya que ambos van
a orar al Señor.
I.- RELACIONANDONOS CON DIOS MEDIANTE LA RELIGIOSIDAD.Como hemos dicho, aunque aquel hombre religioso era muy piadoso y vivía de forma honesta
y correcta, no llegó a relacionarse verdaderamente con Dios, quien es perfecta justicia y
perfecta santidad.
Dice así el texto: “El fariseo se puso a orar consigo mismo: ‘Oh Dios, te doy gracias porque no
soy como otros hombres –ladrones, malhechores, adúlteros– ni mucho menos como ese
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recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que
recibo’”. (Luc. 18: 11-12)
Así que él oró, pero no con Dios tal como es; más bien oró consigo mismo, o con un dios hecho
a su semejanza. Dio gracias a Dios por sentirse tan estupendo. Se siente así porque está
comparándose con otros que son ladrones, malhechores, adúlteros o publicanos como el otro
que estaba allí. Al medirse con otros que él considera peores no le permite verse así mismo tal
como es. Si se hubiera valorado con lo que Dios dice, hubiera comprendido que ni su mente, ni
sus fuerzas, ni su corazón aman a Dios como deberían. Hubiera visto también que muchas
cosas de las que hace, incluso su propia oración, es para que los demás le vean y digan: ¡Vaya,
qué piadoso es este hombre! Por eso estaba de pie, y en un lugar principal, para que todos le
vieran. Si de verdad se hubiera visto delante del Señor del cielo y de la tierra, no se hubiera
sentido tan satisfecho de sí mismo. Esto denota superficialidad y ausencia de temor reverente
a Dios.
Detrás de todo este proceder hay la idea de que, Dios nos acepta si nosotros le obedecemos.
Pero como nuestra obediencia siempre es imperfecta a causa de nuestra condición caída,
terminamos haciendo nuestra propia lista de cosas que pensamos que Dios nos pide, y
tratamos de cumplir esa lista limitada.
Así algunos dirán: yo soy una buena madre o un buen padre, porque he trabajado para que a
mis hijos no les falte de nada, Dios me tendrá que aceptar. Porque yo no soy como esas malas
madres que abandonan a sus hijos. O, yo soy un trabajador que no he tratado de hacerle mal a
nadie, que he traído el dinero a mi casa. Aunque haya tenido algunos pequeños deslices, pero
bueno eso lo hacen todos y mucho peor que yo. Por tanto, Dios no me puede pedir más, y me
tendrá que aceptar.
Lo peor del religioso es que, su creencia de que hace más o menos lo que debe, no le permite
ver su verdadera condición perdida. Y por tanto es raro su arrepentimiento. Están ciegos y no
quieren ponerse delante del Dios verdadero porque eso les produciría un profundo sentido de
culpa que no quieren sentir. Pero el veredicto final de Dios es que no son justos y por tanto les
vendrá la humillación de juicio (v. 14)
Esta manera de acercarnos a Dios, además del problema fundamental: que no llegamos a Él,
tiene muchas otras consecuencias prácticas. Y esto es válido tanto para los que están en
proceso de búsqueda, como para los que ya han encontrado a Dios.
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Al hacer depender nuestra aceptación de nuestra obediencia vivimos la vida como una
montaña rusa. Si las cosas nos van bien nos sentimos exultantes, pero si nos van mal
nos vemos lejos de Dios.
Otra cosa es que, nuestra identidad, la haremos depender más del “éxito” de nuestro
buen hacer, que de lo que ha hecho Cristo para nosotros.
Es lo mismo, en el caso de los que no creen en Dios, pero esperan encontrar su
aceptación ante ellos mismos, o ante otros, mediante sus éxitos profesionales, físicos,
económicos, etc. Sintiéndose importantes y valiosos en función a como le vayan las
cosas. Una modelo decía: ‘Lo único que tengo de valor es mi belleza. Si eso desaparece
lo pierdo todo’. Hace pocos días, tras ganar España el campeonato mundial de futbol,
escuché en TV a un chico eufórico decir: ‘Por fin me siento orgulloso de ser español’.
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Este chico, por algún tiempo, aunque sea corto, se sentirá satisfecho, porque puede
sentirse superior a los de otras naciones.
Irremediablemente, el efecto que tiene esta manera de hallar aceptación, mediante el
mérito, termina en un menosprecio de aquellos que percibimos más imperfectos, con
una cultura distinta o con menos éxito que nosotros. Por eso la parábola iba dirigida a
los que ‘se creían mejores y despreciaban a los demás’ (v.9) De dónde si no viene el
sentido de infravalorar a los gitanos, a los pobres o a los inmigrantes de ciertos países
de procedencia.
La enseñanza de la parábola para este hombre que se creía más justo que el otro es
que, finalmente él iba a ser desechado por Dios, mientras que el otro, peor a todas
luces, iba a ser aceptado.
Veamos ahora la manera aceptable de acercarnos a Dios.
II.- LA MANERA ACEPTABLE DE RELACIONARNOS CON DIOS.¿Es que el recaudador de impuestos, el publicano, es comparativamente mejor que el fariseo?
De ninguna manera. Los publicanos eran, a todas luces, gente peor vista socialmente que los
fariseos. Eran ladrones declarados de su propio pueblo. En un sentido no es de extrañar, que
algunas dudas que muchos religiosos tenían de Jesús, fuesen porque lo veían relacionarse con
gente de la calaña de los publicanos.
Entonces, ¿si el publicano no es mejor que el fariseo, por qué es aceptado por Dios como
justo?
Pues, porque primeramente, él sabía que era un enorme pecador y que el Dios verdadero, de
ninguna manera lo iba a tomar por justo. “Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aún
alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘Dios, sé propicio a mí, pecador’”
(Luc. 18:13).
El recaudador de impuestos sabía quién era Dios y quien era él. Por lo tanto no se veía bien,
como el otro, sino que se veía mal; se sabía culpable, mientras que el otro se creía justo. Sabía
bien que, a menos que Dios hiciera algo, no había remedio para él.
Queridos amigos que aún estáis en ese proceso de búsqueda para encontraros con Dios: si al
menos en alguna medida, no tenéis esta misma percepción que el publicano, no hallaréis
justificación ni salvación. Podemos venir a esta iglesia o a cualquier otra toda la vida, pero si no
llegamos a vernos sin remedio, como el publicano, no seremos justificados ante Dios.
Pero el publicano no solo se vio pecador, sino que tuvo el nivel suficiente de confianza en Dios
como para creer que solo el Señor podía salvarle. Por eso tras confesar, es decir, reconocer su
condición perdida, le pide: ‘Dios, sé propicio a mí, pecador’.
La petición de que Dios fuera propicio al publicano, puede resultar hoy un término oscuro.
Propiciación o propicio es una palabra poco conocida en la actualidad. Y en algunos círculos
incluso no asumida. De hecho, en algunas traducciones la suavizan con la expresión ‘ten
compasión de mí’, o simplemente ‘expiación’. Pero el concepto bíblico de propiciación es muy
importante, es un recordatorio de que Dios se opone implacablemente a todo lo que sea malo,
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oposición que se describe a veces en la Biblia como ‘ira de Dios’, y que solamente la obra
expiatoria de Cristo puede remediarla.
Por ejemplo, en 1ª Juan 2:2 se describe a Jesús como ‘la propiciación de nuestros pecados’. Y
en Rom. 3:23-25 “23 por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, 24 y son
justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención, que es en Cristo Jesús, 25 a
quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia,
a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados”
Es por eso que el publicano pidió al Señor: ‘sé propicio a mí, pecador’.
El Evangelio es el anuncio de que Jesús con su sacrificio ya ha sido propicio por nuestros
pecados. Así que todos aquellos que se ven espiritualmente sin remedio, como el publicano, lo
reciben y son justificados. Pero los que se ven, más bien como el fariseo, no sienten su
necesidad y quedan en su propia injusticia.
Si aún no conoces al Señor, el publicano te muestra el camino; esa es la manera de entrar en
una relación con Él. Si ya hemos entrado en esa relación y por tanto ya conocemos a Dios, el
publicano también nos enseña la manera de vivir con Él.
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