¿Por qué nos seguimos haciendo daño? Firmas – Más allá del mercado Luigino Bruni Publicado en Città Nuova nº 02/2016 de Febrero de 2016 A pesar de toda la información de que disponemos sobre alimentación, estilos de vida y consecuencias de nuestros comportamientos en el presente y el futuro del planeta, ¿por qué seguimos contaminando con nuestros vehículos y calefacciones, comiendo demasiado y mal, y no realizando suficiente actividad física? Entender por qué no conseguimos renunciar al aire acondicionado y al automóvil privado es relativamente fácil. Es un caso típico donde el beneficio privado (confort) prevalece sobre el beneficio público (calentamiento del planeta). Mucho más difícil es entender por qué comemos o bebemos cosas que sabemos que nos hacen daño. En este segundo caso no hay ningún conflicto entre bien privado y bien común, sino simplemente un gran bien individual y social (salud, expectativa de vida, menor coste) al que se antepone un pequeño bien individual (alimentos grasos y dulces) y un mal social (aumento del gasto público). Dicho de otro modo, es más “coherente” el comportamiento de un contaminador informado que el de un obeso informado. Cada vez sabemos con certeza más cosas sobre el peligro de los azúcares y las grasas, pero luego llegamos a casa cansados, vemos un trozo de tarta y preferimos eso antes que la manzana que está a su lado; un amigo nos invita a su casa y entre una palabra y otra vaciamos el bol de pistachos y cacahuetes. Los economistas dan distintas explicaciones a estos comportamientos nuestros. Una de las más conocidas en la del nudge (empujoncito). La idea de fondo es sencilla: las personas se comportan mal porque, aun sabiendo que algunas decisiones son equivocadas, no pueden resistir la tentación. Más en general, es como si nuestros gustos y preferencias fueran más “verdaderos” que las decisiones que luego tomamos en las condiciones concretas de nuestra vida, que están contaminadas por el estrés, el cansancio y los errores. He aquí la solución: complicar artificialmente la elección de las cosas que nos hacen daño. Por ejemplo, pedir a los supermercados que pongan los snacks en las estanterías más altas (y alejadas de la caja), o a los restaurantes que escondan los dulces en la carta del menú, escribiéndolos en letra pequeña o, mejor aún, que los incluyan entre las notas de la última página. Y a los amigos pedirles que pongan los pistachos lejos del sofá, para que consumirlos tenga un mayor coste. No se trata de prohibir productos, sino de hacer más “costoso” el proceso de elección de los bienes más sujetos al efecto “tentación”, de darnos unos a otros un afable empujoncito en las elecciones donde somos más débiles. O bien elegir las “opciones por defecto” que hacen más sencilla la elección menos costosa. Algunos cajeros automáticos, siguiendo esta teoría, han desplazado hacia la derecha la opción “no” a la hora de imprimir el recibo. Estos “empujoncitos” deberían aplicarse también a sectores éticamente sensibles como los juegos de azar, donde, por el contrario, se practica el “empujoncito al revés”. No hay más que ver dónde se exponen los boletos en los kioskos o en las estaciones de servicio. La primera dificultad para hacer operativas las múltiples recomendaciones del “empujoncito” son los incentivos de las empresas, que maximizan los beneficios vendiendo productos tentadores. Los estudios presentados en un congreso en Lugano (‘Economics, Health and Happiness’, 14-16 Enero) dan más explicaciones. Una de ellas se refiere al cálculo erróneo del futuro, sobre todo por parte de los jóvenes. Renunciar hoy a un comportamiento equivocado es algo muy evidente y concreto, mientras que la salud de dentro de 20 años está demasiado lejos como para que pueda condicionar seriamente el comportamiento de hoy. Además, tendemos a no tomarnos suficientemente en serio las estadísticas, porque pensamos que somos mejores que la media, que somos únicos y distintos de los demás. Los genes de nuestros padres y los primeros años de vida tienen mucho peso en las elecciones de adultos. Además, el trabajo y la sociedad también juegan un papel importante. Cuando se trabaja mal y/o demasiado, también se come mal. El cuidado de las relaciones está en correlación con el cuidado de uno mismo. Si no revisamos nuestra cultura del trabajo, de las relaciones y del cuidado, seguiremos sabiendo que la verdura es buena y comiendo bocadillos en solitario. N.d.R. - La foto recoge un genial ejemplo de “empujoncito” instalado en el aeropuerto de Munich, que produce el efecto de mantener los baños masculinos más tiempo limpios. La foto ha sido sugerida por el autor del artículo, asiduo usuario de aeropuertos.