La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso

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La teoría de los actos de habla y
el análisis del discurso
Elizabeth Brody Angers*
Resumen
Este artículo propone examinar los principios fundamentales de la teoría
de los actos de habla de John Austin, y las aportaciones subsecuentes más
significativas, con la finalidad de señalar el papel que las mismas han tenido
para la interpretación del significado en el uso del lenguaje verbal. También,
se analizarán algunos de los problemas no resueltos por la teoría y, finalmente, se tratarán brevemente las contribuciones de la teoría en el campo
del análisis del discurso.
Palabras clave: acto de habla, performativo, ilocucionario,
perlocucionario.
Introducción
De todas las propuestas para el análisis del significado, la teoría
de los actos de habla del filósofo británico John Austin, es quizá
la que más ha llamado la atención de disciplinas fuera del ámbito
de la filosofía del lenguaje, de la cual nació. A pesar de los problemas que atañen a la teoría, el interés por la misma ha perdurado
durante casi cincuenta años, ya que sigue ofreciendo una de las
herramientas de análisis más útiles para la interpretación del
lenguaje verbal, en cualquiera de sus manifestaciones.
Aunque son muchas las disciplinas que se han interesado por
esta teoría, nos enfocaremos sólo a su uso en la del análisis del
discurso. Tal campo abarca una gama tan amplia de enfoques,
propósitos e incluso objetos de estudio, que las antologías que
han intentado ser representativas al respecto suelen ser publi* Profesora investigadora del Departamento de Educación y Comunicación,
uam-Xochimilco.
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Anuario de investigación • dec • uam-x • méxico • 2008 • pp. 606-633
Nuevas perspectivas del conocimiento en las ciencias sociales
cadas en dos o más tomos o tener extensiones de cientos de
páginas.1 Por tanto, aquí nos limitaremos a señalar las premisas
fundamentales, compartidas actualmente por las principales
corrientes del análisis del discurso. Primero, el significado no es
algo fijo y expresado por medio de las palabras y las oraciones
fuera de un contexto real de uso, es decir, independientemente
de si se trata del lenguaje oral (por ejemplo, una conversación) o
de un texto escrito, es necesario para la interpretación, tomar en
cuenta los elementos pertinentes de la situación comunicativa,
que incluye desde la coyuntura sociohistórica hasta las características más inmediatas del espacio físico, el ruido, etc. También,
quienes practican el análisis del discurso reconocen que el uso
del lenguaje es por esencia un proceso interactivo entre sujetos
que entran en una negociación constante del significado de
sus mensajes. La naturaleza interactiva de la comunicación es,
sin duda, menos evidente cuando se trata de textos escritos o
mediáticos, sin embargo, el enunciador siempre tiene una representación mental (consciente o no) de un destinatario principal
y adapta su discurso a este interlocutor. De hecho, tomar en
cuenta el papel del conocimiento mutuo entre interlocutores es
central para el análisis de la comunicación. Así, el análisis del
discurso siempre implica analizar tanto el contexto como las
características de los sujetos de la enunciación, algo que la teoría
de los actos de habla no sólo contempla, sino obliga.
En este artículo examinaremos los fundamentos de la teoría
y los desarrollos subsecuentes más significativos; señalaremos
algunos de los problemas no resueltos y, finalmente, reflexionaremos brevemente acerca de las contribuciones de la teoría
para el campo del análisis del discurso.
1. Véanse, por ejemplo, los cuatro tomos de Van Dijk (1985), dos más de
Van Dijk (2000), o las 850 páginas de Schiffrin, Tannen y Hamilton (2001).
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La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso
Algunas aclaraciones preliminares: sentido, referencia y
denotación
Antes de empezar el análisis de la teoría de Austin, es oportuno
revisar algunas nociones básicas que el filósofo daba por conocidas. Específicamente, Austin retomó los conceptos de sentido y
referencia, como los había definido Gottlob Frege (1848-1925),
aunque reconoció que todavía existía mucha controversia en
torno a ellos.
En 1892, Frege2 publicó el artículo “Uber Sinn und Bedeutung”
(usualmente traducido como “Sobre sentido y referencia” o
“Sobre sentido y nominatum”), en el cual señaló un problema
para el análisis de lo que comúnmente se llama el significado
descriptivo3 del uso del lenguaje. Frege, igual que Platón y
Bertrand Russell (1872-1970), presuponía la existencia de un
mundo objetivo e independiente del hablante. Según el “principio de la identidad” si dos objetos son idénticos, todo lo que es
verdadero para uno es verdadero para el otro. Por tanto, si el
enunciado “Juan Rulfo escribió El llano en llamas” es verdadero,
también debe ser cierto el enunciado “el autor de El llano en
llamas escribió Pedro Páramo”. Sin embargo, hay ciertos contextos (llamados “opacos” u “oblicuos”) en los cuales no se puede
sustituir “el autor de El llano en llamas” por “el autor de Pedro
Páramo”, aunque las dos frases tienen el mismo individuo como
referente. Por ejemplo, en un contexto específico, el enunciado
“Antonio sabe que Juan Rulfo es el autor de Pedro Páramo”
puede ser verdadero, mientras que el enunciado “Antonio sabe
que Juan Rulfo es el autor de El llano en llamas” puede ser falso.
2. Matemático alemán y filósofo fundador de la lógica moderna.
3. Por el “significado descriptivo” del lenguaje se entiende la transmisión
de información de naturaleza factual o proposicional de un destinador a un
destinatario, es decir, el uso de enunciados que pretenden describir hechos
o algún estado de cosas en el mundo. Tales enunciados pueden ser explícitamente aseverados o negados y en el mejor de los casos objetivamente
verificados. El uso descriptivo del lenguaje se distingue de los usos sociales
y expresivos.
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La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso
Además, cualquier hablante de la lengua sabe que decir “El
autor de Pedro Páramo es el autor de El llano en llamas” no es
necesariamente tautológico si el oyente no sabe que las dos frases
tienen el mismo referente.
Para resolver esta paradoja, Frege propuso distinguir el
referente de una expresión de su “sentido” (Sinn), es decir, la
manera en la cual la expresión designa el objeto, la información
que la expresión proporciona sobre el objeto para permitir su
identificación. Para Frege, el sentido de una expresión tiene
que ver con el conocimiento de la lengua, mientras que el
conocimiento del referente tiene que ver con el conocimiento
del mundo.
Así, cuando usamos el lenguaje para hablar de “objetos”
(concretos o abstractos, en singular o en plural, real o imaginarios) que existen en el mundo extralingüístico, la posibilidad de
“designar” o “nombrar” tales objetos se conoce como la función
referencial del lenguaje y el objeto al cual se refiere: el “referente”.4
Siguiendo a Lyons (1977), entre otros, la referencia tiene que
ver con la relación que existe entre una expresión y lo que la
expresión “representa” en una situación comunicativa específica.
Por ejemplo, la palabra gato no tiene referente a menos que sea
empleada en un enunciado, como Llevé mi gato al veterinario
el martes, pronunciado durante una conversación real. En este
caso estamos hablando de un gato específico en un lugar y un
momento, específicos. En términos estrictos, son los hablantes
los que refieren y no “las expresiones” o los enunciados, aunque
los filósofos y semánticos hablan de “expresiones que refieren”
(referring expressions). Entre los medios más comunes que
tienen las lenguas para referirse a objetos, se encuentran los
nombres propios (Napoleón, París), los adjetivos y pronombres
demostrativos (este libro, aquella silla, éste, aquélla), las descripciones definidas (el vecino de mi abuelo, los libros que compré) y
deícticos como hoy, pasado mañana, aquí, allá. Hay dificultades
sin resolver, sin embargo, en todos estos casos. Por ejemplo, si
alguien dice Me encantan los gatos, ¿la expresión los gatos tiene
referente? Algunos dirían que es el conjunto total de gatos en
el mundo o de “imágenes” o representaciones de gatos que el
hablante tiene en la mente.
Para algunos analistas, denotación y referencia son equivalentes y, para otros, denotación y sentido son muy similares.5 Sin
embargo, nos parece importante establecer las diferencias entre
los tres conceptos por razones tanto teóricas como metodológicas. Generalmente se usa el término denotación para referir
a la relación entre una palabra (lexema)6 y un objeto u objetos
en el mundo exterior al lenguaje, independientemente del
contexto de uso. Por ejemplo, el lexema toro denota una clase
de objetos que es una subclase de la clase animal, difiere de la
clase que denota la palabra vaca y cruza con la clase que denota
becerro. Por otro lado, los lexemas toro, vaca, becerro, res, ternero,
etcétera, forman un conjunto de lexemas entre los cuales existen
diferentes relaciones de “sentido”, igual que conjuntos como
rojo, verde, azul u oro, plata, cobre, etcétera. Las nociones de
denotación y sentido son obviamente interdependientes y cuál
de los dos se toma como básica dependerá de si uno prefiere la
visión empírica tradicional de que existen clases y sustancias
naturales y por tanto aprender el significado de una palabra es
4. También una relación de “referencia” puede existir entre frases o expresiones dentro de un mismo enunciado o discurso, por ejemplo, la frase
“tales objetos” en la oración anterior correspondiente a esta nota tiene como
referente la frase “‘objetos’ (concretos o abstractos, en singular o plural,
real o imaginarios)” en la misma oración. Sin embargo, esta propiedad del
lenguaje de poder referirse a sí mismo generalmente se denomina, siguiendo
a Jakobson, la función “metalingüística”.
5. Ver Lyons (1981) para algunas referencias y comentarios al respecto.
6. Se usa el término lexema para distinguir las palabras con contenido
semántico en contraste con aquéllas que sólo tienen funciones gramaticales,
tales como los artículos definidos e indefinidos (el, los, un, unos), verbos
auxiliares como haber, conectivos como pero, etcétera. Si estos elementos
tienen “significado”, es de otro orden que el de palabras como casa, vaca,
manzana o filosofía.
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La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso
aprender el “nombre” que corresponde a cada clase o sustancia.
O se puede tomar una posición más racionalista si se toma el
sentido como el concepto básico (es decir que la denotación de
un lexema es determinado por su sentido).
reconoció estas distinciones de tipos de significado ya que usó
los términos “sentido” y “referencia” (ver infra), pero como su
interés iba por otro lado, no aclaró su posición con respecto a
las posibles ambigüedades en torno a ellos.
El significado y lo falso o lo verdadero
Austin9 y los actos de habla
La relación entre el lenguaje y el mundo era tema de interés para
la filosofía desde Platón y formaba parte de una larga tradición
aristotélica en Oxford. Esta preocupación llegó a su máxima
expresión con positivistas lógicos, como Frege, quien nos dejó
las leyes de la lógica proposicional y las “tablas de verdad”, que
explicitan bajo qué condiciones ciertas proposiciones7 serán
falsas o verdaderas. Se preocupaban por las oraciones8 con
expresiones que se referían a objetos cuya existencia no era
verificable (Dios es bueno) y algunos llegaron a la conclusión
que tales oraciones no tenían “significado” o eran “sin sentidos”. En los casos de oraciones con expresiones que referían a
objetos cuya existencia sí era verificable, pero que simplemente
no existían (El actual rey de Francia es calvo, por ejemplo, en
comparación con El actual rey de España es calvo), Russell
propuso que las dos oraciones sí tenían significado (la posibilidad de ser verificables como falsas o verdaderas, o sea, con
“valor de verdad”) y además expresiones que tenían el tipo de
significado que Russell (1905) llamó denotación, pero sólo la
segunda tenía una relación de referencia. Así se podría hablar
de oraciones que “significaban” porque contenían frases que
denotaban y otras que significaban porque referían. Austin
La primera observación que hizo Austin fue que, contrario a
los supuestos de los positivistas lógicos, las oraciones declarativas no sólo se usan para hacer descripciones que pueden ser
falsas o verdaderas, sino también para realizar “actos verbales”.
Oraciones como,
1) Te prometo que vamos al cine el domingo
7. Oraciones que postulan o predican “algo” sobre un objeto en el mundo.
Las oraciones que fueron los objetos de estudio de Frege eran aquéllas que
contenían conectores como y, o, no, si.
8. La distinción entre “oración” y “enunciado” sólo empezó a ser ampliamente reconocida y sistemáticamente empleada a partir de los años 60. Así,
respetamos el término oración que usaron autores como Frege y Russell.
Con Austin, Wittgenstein y los autores posteriores, usaremos el término
enunciado u oración indistintamente.
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2) Lo nombro Secretario de Relaciones Exteriores
3) Bautizo este barco con el nombre de Titanic
4) Lo condeno a diez años de cárcel
5) Lo nombro Sir Paul
6) Le ofrezco disculpas
9. John Langshaw Austin nació en Lancaster, Inglaterra en 1911 y falleció
en Oxford en 1960. Gracias a una breve nota que él mismo dejó, sabemos
que empezó a desarrollar los fundamentos de su teoría en 1939 cuando
apenas tenía 28 años. Estudió en la Universidad de Oxford de 1929 a 1933 y
luego fue becario (Fellow) y tutor allí hasta 1939 cuando estalló la Segunda
guerra mundial. Fue coronel en el ejército británico hasta 1945 y recibió
varias condecoraciones. De 1949 hasta su muerte, fue profesor de filosofía en
Oxford, donde formó parte de la escuela de “filosofía del lenguaje ordinario”.
Su teoría de los actos de habla se dio a conocer principalmente a través de un
solo libro compilado por un amigo suyo, J. O. Urmson, con base en las notas
de Austin para una serie de cátedras (William James Lectures), impartida
en la Universidad de Harvard en 1955, y complementadas con apuntes de
los alumnos, notas para cursos previos y la grabación de una conferencia
dada en 1959. El libro, al cual se dio el título de How to do things with words
(Cómo hacer cosas con palabras, Paidós, Studio 22), fue publicado en 1962.
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Nuevas perspectivas del conocimiento en las ciencias sociales
7) Heredo mi casa a mi sobrino Rodolfo (dictada o escrita
al redactar un testamento)
8) Te apuesto 20 pesos a que no se presentará
9) Le advierto que hace mucho frío en Nueva York durante
enero
La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso
Austin luego intentó precisar las “condiciones de felicidad”
que se habrían de cumplir para que los actos de habla resultaran
“afortunados” o exitosos, en especial aquéllos insertos en ritos
o ceremonias en culturas específicas. Propuso tres categorías
de condiciones de cumplimiento, aunque sólo las primeras dos
determinarían el “éxito” del acto:
10) Lo exonero de toda culpa;
son utilizadas para llevar a cabo acciones (de prometer, nombrar,
bautizar, etc.) en el momento de pronunciar (o escribir) las
palabras, no para describir las acciones de, por ejemplo, nombrar
un barco o sentenciar a un prisionero, y sería difícil afirmar que
tales enunciados fueran falsos o verdaderos. En un momento
posterior, se puede preguntar si el enunciador realmente hizo
tal o cual acción: ¿Realmente lo prometió?, y en varios de los
ejemplos 1-10, los actos sólo serían “válidos” (o “afortunados”
en términos de Austin) si las palabras fueron pronunciadas por
una persona autorizada, en circunstancias y bajo condiciones
adecuadas. Por ejemplo, sólo un juez puede dictar sentencias
o absolver de culpa en casos criminales. El título de “Sir” en
la Gran Bretaña sólo es designado por la Reina (o el Rey en
su caso), pero quien sea puede hacer una promesa u ofrecer
disculpas.
Austin (1961, 1962) llamó este tipo de enunciado “performativo” o “realizativo”10 y los contrastó con los declarativos que
sí tenían “valor de verdad”, los cuales llamó “constativos”. Sin
embargo, más tarde abandonó esta distinción ya que llegó a la
conclusión de que aun los enunciados declarativos con valor de
verdad eran usados para realizar actos, como afirmar, aseverar
o informar. Es decir, para Austin un acto de habla subyace a
todos los enunciados, incluso cuando usamos interjecciones
como ¡ay! ¡híjole! o ¡me lleva…! para expresar dolor, frustración
o enojo (1961:112).
2) si la conducta consecuente está especificada, los
participantes deben seguirla (Austin, 1962:14-15,
traducción nuestra).
Austin señala que en caso de violación de cualquiera de las
condiciones de A o B, el acto en cuestión no se cumple. Por
ejemplo, si en una boda uno de los novios ya tuviera el estado
civil de “casado” o si la persona que condujera la ceremonia no
estuviera reconocida legalmente para hacerlo, el casamiento no
sería lícito. Mientras que si uno de los novios no cumple con
las condiciones Γ, sí se quedan casados, aunque ha habido “un
abuso” del procedimiento (1962:15-16).
10. La traducción al español de performative ha variado según el país y la
casa editorial. También se ha traducido como “ejecutivo”.
11. Austin usó la letra griega gamma en mayúscula para designar la tercera
categoría de condiciones.
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A 1) Debe haber un procedimiento convencional
aceptado, con un cierto efecto convencional, y tal
procedimiento debe incluir el enunciar ciertas
palabras por ciertas personas en ciertas circunstancias y, además,
2) las personas y las circunstancias deben ser las apropiadas según las especificaciones del procedimiento.
B El procedimiento debe ser ejecutado por todos los
participantes 1) correctamente y 2) completamente.
Γ11. Frecuentemente,
1) las personas deben tener los pensamientos, las
emociones y las intenciones requeridas, tal como
están especificadas en el procedimiento, y
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Nuevas perspectivas del conocimiento en las ciencias sociales
Levinson (1983) nos proporciona un ejemplo interesante
para ilustrar el funcionamiento de las condiciones tipo A o B y
cómo pueden variar según la cultura. Nos dice que mientras en
las sociedades occidentales, si un hombre le dijera a su esposa
te divorcio tres veces, seguiría casado puesto que sólo un juez
puede realizar el acto de divorciar, mientras que en las culturas
islámicas sí existe aquel procedimiento y entonces por el simple
hecho de pronunciar tres veces el rechazo, un esposo puede
obtener el divorcio (Ibíd.:229). La historia nos proporciona casos
de maridos que alegaban fallas en el procedimiento para tratar
de obtener la anulación de su matrimonio (por ejemplo, Enrique
viii de Inglaterra) y con frecuencia la ley no permite que las
confesiones obtenidas bajo presión o tortura sean admitidas
como evidencia en juicios criminales.
Las contribuciones de Searle
Desde la muerte de Austin en 1960, John Searle (1969, 1971,
1975, 1980) es quien ha hecho las contribuciones más significativas a la teoría de los actos de habla. Primero, Searle intentó
especificar las condiciones de éxito para un grupo de actos que
no forman parte de actos ritualizados como casarse o bautizar
un barco.12 Al pensar las condiciones de éxito para actos como
pedir, ordenar, aseverar, agradecer, aconsejar, advertir, saludar
o congratular, llegó a una nueva clasificación de las condiciones
de cumplimiento en preparatorias, de sinceridad y esenciales.
Las condiciones preparatorias corresponden grosso modo a las
de A y B (supra) de Austin y las de sinceridad con las de Austin
Γ que se relacionan con los deseos, creencias o sentimientos del
hablante y la naturaleza convencional del lenguaje. Las condiciones esenciales, conciernen a las intenciones con las cuales se
compromete el hablante al realizar la enunciación, por ejemplo,
el hablante quiere que el oyente entienda su enunciación como
12. Lo que el antropólogo Del Hymes (1972) ha referido como “eventos de
habla”.
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La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso
una promesa o una orden. En el acto de pedir, las condiciones
de éxito son:
1) preparatorias – a) El oyente puede hacer A. El hablante cree que el oyente puede hacer A;
b) No es obvio ni para el hablante ni para el oyente que
este último hará A en el transcurso normal de los
acontecimientos por su propia voluntad;
2) sinceridad – El hablante quiere que el oyente haga A;
3) esencial – El acto cuenta como un intento por parte
del hablante de hacer que el oyente haga A (Searle,
1969: 65-66, traducción nuestra).
El acto de ordenar tiene la condición preparatoria adicional de
requerir que el enunciador esté en una relación de autoridad o
poder frente al oyente y esta condición a su vez afecta la condición esencial ya que el hablante quiere que el oyente haga A en
virtud de su autoridad sobre él.
Austin se dio cuenta que se puede realizar los actos explícita
o implícitamente (“actos primarios” para Austin); por ejemplo,
Te prometo estar allí, o simplemente: Estaré allí, y que los actos
implícitos son mucho más comunes en el lenguaje ordinario,
mientras que los explícitos muchas veces forman parte de
acciones ritualizadas en la sociedad, como bautizar, sentenciar,
nombrar, etcétera. Los implícitos tienen la ventaja o desventaja
de la ambigüedad vis-a-vis el destinatario.
Para saber qué acto de habla se está realizando, Austin consideró varios tipos de criterios lingüísticos: 1) léxicos (verbos que
nombran acciones como prometer, insertar en la frase fórmulas como “por medio de la presente” o “por este conducto”), 2)
tiempo (presente), voz (activa), persona (primera) del verbo
performativo, como en los ejemplos 1-10, 3) modo (imperativo
para dar órdenes, interrogativo para preguntas y peticiones), 4)
entonación y 5) énfasis, ninguno de los cuales eran infalibles. Por
ejemplo, se puede realizar una advertencia al decir: Te advierto…
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Nuevas perspectivas del conocimiento en las ciencias sociales
o ¡Cuidado! o Se advierte a los usuarios no usar el elevador en
caso de temblor o No usar el elevador en caso de temblor. Por otra
parte, oraciones que sí tienen un verbo performativo explícito
en primera persona del presente, no necesariamente realizan
el acto mencionado. Por ejemplo, alguien puede decir: Cada
mañana le apuesto 20 pesos a que lloverá o En la página dos lo
acuso de fraude.
Otro test sugerido por Austin es preguntarse “¿realmente lo
está haciendo?” ¿realmente está prometiendo ir? ¿realmente
está ofreciendo disculpas? Es evidente que cuando se trata de
actos de habla con verbos performativos explícitos es más difícil
negar que uno ha realizado el acto (por ejemplo, Prometo reducir
los impuestos es un enunciado que, por lo general, cuenta como
una promesa aun cuando el enunciador no tiene la intención
de cumplirla) y también más difícil que alguien le reclame el no
haberlo hecho (Discúlpame cuenta como el acto de disculparse
aun cuando el ofendido quisiera más signos de arrepentimiento). Por otro lado los actos implícitos dejan al juicio del destinatario decidir qué acto se está realizando: cuando el jefe le dice
a sus empleados, Quisiera empezar la junta puntualmente a las
diez, generalmente no está simplemente expresando un deseo,
sino dando una orden a la cual deben acatarse sus empleados.
Searle (1969) indagó más en un fenómeno que Austin
también había observado, es decir, el problema de la identificación de actos de habla cuya forma superficial es la de otro acto.
Si un profesor dice a un alumno, “Si no entregas tu trabajo a
tiempo, te prometo que te voy a reprobar”, es difícil, como señala
Searle, describir el acto como una promesa. Más bien el alumno
debe entenderlo como una advertencia o aun una amenaza (p.
58). Igualmente, el enunciado “Si no te apuras, te prometo que
te voy a ayudar”, en una situación de desigualdad de papeles,
como entre madre e hijo, puede querer decir “Te advierto que te
voy a castigar si no te apuras”.
Searle (1975) también profundizó en los casos de los actos de
habla “indirectos”, es decir, casos cuando el enunciador realiza
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La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso
un acto indirectamente por vía de realizar otro, como el ejemplo
del jefe quien realiza el acto de ordenar afirmando un deseo. Nos
presenta el siguiente ejemplo:
Estudiante X: Vamos al cine hoy en la noche.
Estudiante Y: Tengo que estudiar para un examen.
Las oraciones de tipo “Vamos a…” con frecuencia cuentan como
propuestas para hacer algo. En el ejemplo de Searle, es claro o
por lo menos muy probable que la respuesta de estudiante Y
cuenta como un rechazo a tal propuesta, mientras que de haber
respondido Tengo que comer palomitas hoy, es probable que no
sólo no hubiera contado como un rechazo sino quizá como una
aceptación (pp. 162-163).
La solución de Searle para explicar cómo un oyente puede
entender el acto de habla principal (por ejemplo, un rechazo)
basado en un acto secundario (una afirmación) es proponer,
como parte de la capacidad o competencia lingüística de un
hablante/oyente, un aparato inferencial que incluye conocimiento compartido del mundo y del contexto, una “teoría” de
actos de habla y ciertos principios generales de la conversación.
Otra observación interesante de Searle (1969) se relaciona
con la posibilidad de que un hablante puede realizar dos actos
simultáneamente en presencia de dos personas, un destinatario
principal y uno secundario. Su ejemplo es el siguiente: supongamos que en una fiesta, una esposa, en presencia de su esposo,
responde a un interlocutor quien acaba de comentar que era
muy temprano: Realmente es muy tarde. Tal enunciado puede
tener la intención de contar como una protesta y ser entendido
así por el interlocutor. Al mismo tiempo, sin embargo, la esposa
puede tener la intención, y su esposo entenderla así, de sugerir
o aun pedir que ya es hora de ir a casa. Incluso puede querer
advertirle de que se va a sentir mal en la mañana si no se van.
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Nuevas perspectivas del conocimiento en las ciencias sociales
Los actos dentro del acto: locuciones, ilocuciones y perlocuciones
Hasta ahora hemos hablado del acto de habla como si fuera
una sola entidad que consiste en acciones como las arriba
mencionadas (de prometer, bautizar, nombrar, etcétera), sin
embargo, Austin postuló que un acto de habla está formulado
por tres subactos, a saber: 1) un acto locucionario que consiste
en producir una serie de sonidos (o marcas gráficas) con un
cierto sentido y una cierta referencia; 2) un acto ilocucionario
con una “fuerza ilocucionaria”, ésta entendida como su condición de promesa, amenaza, petición, recomendación, etcétera;
y 3) un acto perlocucionario que se refiere al efecto que tiene
el acto ilocucionario sobre el destinatario.13 La distinción entre
el acto ilocucionario y el perlocucionario es crucial ya que el
efecto pretendido no siempre resulta el efecto real o aun cuando
se logra el efecto pretendido, a veces hay efectos secundarios
no buscados ni deseados. Por ejemplo, si al intentar advertir a una amiga, decimos Hace mucho frío en Nueva York en
enero, nuestra amiga pueda alarmarse y cancelar su viaje. O el
estudiante que interpreta una advertencia del profesor sobre
la necesidad de entregar sus trabajos sin faltas de ortografía
como si fuera una amenaza y se siente con derecho de alegar
que se tiene un prejuicio en su contra. Austin distinguió entre
el efecto perlocucionario buscado (el “objeto perlocucionario”)
y un efecto secundario no deseado (la “secuela perlocucionaria”). De hecho hay actos que sólo son perlocucionarios, como
persuadir, convencer, molestar, asustar, sorprender, humillar,
conmover. Un enunciador no puede decir: Te persuado…, te
asusto…, sino que al realizar otros tipos de actos ilocucionarios
puede lograr persuadir o asustar a alguien. Los ciudadanos
pueden quedar convencidos de lo acertado de lo que propone
un político después de oír aseveraciones, acusaciones, descripciones, etcétera, pero el político sólo puede afirmar que él o ella
La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso
está convencido(a) de su conclusión y esperar que también serán
convencidas sus escuchas.
Austin postuló la necesidad de identificar los verbos (o expresiones verbales) performativos explícitos para cada lengua y
calculó que había unos 10,000 en el inglés. Luego los agrupó en
cinco clases: 1) verbos de judicación, o judicativos (verdictives),
2) verbos de ejercicio, o ejercitativos (exercitives), 3) verbos de
compromiso, o compromisorios (commissives), 4) verbos de
comportamiento, o comportativos (behabitives) y 5) verbos de
exposición, o expositivos (expositives).
Los verbos judicativos consisten en emitir un veredicto o un
juicio que puede ser oficial o informal, final o tentativo. Ejemplos
son: absolver, condenar, considerar, estimar, valuar, calificar,
diagnosticar, calcular. También se incluyen expresiones como
“yo lo interpreto como…”, “creo que…”.
Los verbos ejercitativos consisten en “dar una decisión a favor
o en contra de cierta línea de conducta, o abogar por ella. Es una
decisión sobre algo que tiene que ser u ocurrir, en lugar de que
algo es así (los judicativos)” (1962:155). Es ejercer influencia o
poder. Ejemplos son: ordenar, nombrar, legar, perdonar, advertir, recomendar, exhortar, aconsejar, multar, votar por, despedir,
excomulgar, clausurar, inaugurar, acusar, denunciar.
Los verbos compromisorios, como indica su nombre,
comprometen al enunciador a una acción en el futuro. Es asumir
una obligación o declarar una intención. Por ejemplo, prometer,
dar la palabra, comprometerse, proponerse, oponer, apoyar, tener
la intención de…, garantizar, apostar.
Los verbos comportativos incluyen la noción de una reacción
frente a la conducta y fortuna de otras personas y las actitudes y
expresiones de actitudes frente a la conducta pasada o inminente de alguien más. Como ejemplos tenemos: ofrecer disculpas,
agradecer, deplorar, congratular, felicitar, dar el pésame, resentir,
criticar, quejar, aplaudir, dar la bienvenida, bendecir, maldecir,
saludar.
13. También traducidas como locutivos, ilocutivos y perlocutivos.
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Nuevas perspectivas del conocimiento en las ciencias sociales
Finalmente, los verbos expositivos se usan en actos de
exponer puntos de vista o argumentos y para clarificar razones,
referencias, términos, teorías, etcétera. Algunos ejemplos son:
afirmar, negar, aseverar, describir, identificar, preguntar, mencionar, informar, contestar, testificar, reportar.
Algunos problemas no resueltos
Reglas discursivas, ¿juegos lingüísticos o marcos?
Mientras que algunos de los problemas relacionados con la
teoría de los actos de habla fueron reconocidos por Austin
mismo, otros han sido identificados durante investigaciones posteriores. El problema más general tiene que ver con
la necesidad de incorporar las nociones básicas de la teoría,
junto con otros fenómenos del uso del lenguaje, a un modelo
integral cognitivo que explique la capacidad comunicativa del
ser humano.
Labov y Fanshel (1977), en un estudio sobre el discurso
terapéutico, elaboraron las reglas de éxito de Searle y además
propusieron que las diferentes maneras de realizar actos indirectos pueden ser caracterizadas o descritas con respecto a: 1) el
estatus existencial, 2) las consecuencias, 3) el tiempo y 4) las
condiciones previas de la acción. En cuanto a las últimas, sin
embargo, advierten que:
Está claro que hay un número ilimitado de formas de referir a las
condiciones previas, y este hecho resulta ser un problema serio si
queremos establecer relaciones firmes entre estas reglas discursivas
y la producción real de enunciados. No es para nada obvio que se
puede escribir una gramática generativa que nos llevaría del acto
de habla subyacente a las formas reales de enunciados. Podemos
identificar un enunciado como un acto X a posteriori, pero no
621
La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso
podemos dar al hablante una lista finita de maneras posibles para
referir a esta acción (Ibíd.:84, traducción nuestra).14
Aunque, para muchos, postular un conjunto finito de reglas para
realizar un acto de habla es el problema principal con una teoría
del discurso basada en actos de habla, para otros no existe tal
dificultad. Sinclair y Coulthard (1975), por ejemplo, proponen
que hay un número infinito de maneras de hacer peticiones
indirectas sólo si uno considera el acto en aislamiento, pero que en
una interacción verbal real, las restricciones del discurso previo,
del tema, de la situación y de las intenciones reales del hablante
para el desarrollo de la conversación, limitarán seriamente las
opciones posibles.
Hay muchas semejanzas entre la propuesta de Austin de que
“El acto de habla total, en la situación de habla total, constituye
el único fenómeno real que, en última instancia, estamos tratando
de elucidar” (1962:148) y la importancia que el filósofo Ludwig
Wittgenstein da en su obra Investigaciones filosóficas (1958) al
uso del lenguaje y a los “juegos lingüísticos”. Para Wittgenstein
“el significado de una palabra es su uso en la lengua” (p. 20) y
usar la lengua es participar en un juego en el cual el significado
de los elementos vuelve evidente como va avanzando el juego.
Aprendemos a manejar una lengua no porque conocemos
un conjunto de reglas prescriptivas que nos dice cómo usarla
en cualquier situación, sino porque participamos en un gran
número de “juegos lingüísticos”, cada uno de los cuales está
determinado por un contexto y unas convenciones sociales.
14. �����������������������������������������������������������������������
It is clear that there are an unlimited number of ways in which we can
refer to the preconditions, and this poses a serious problem if we want to
make firm connections between these discourse rules and actual sentence
production. It is not at all obvious that a generative grammar could be written
that would carry us from the underlying speech action to the actual sentence
forms. After the fact, we can identify a given remark or question as a reference to an underlying action X, but we cannot give the speaker a finite list
of possible ways in which to refer to this action (p. 84).
622
Nuevas perspectivas del conocimiento en las ciencias sociales
De hecho, Wittgenstein negó que exista un conjunto cerrado
de funciones (“actos” para Austin) que se puede realizar en
una lengua; más bien, hay tantos actos como hay papeles en
un número indeterminado de juegos lingüísticos (1958:10-11).
La noción de “juego lingüístico” encontró un corolario en
el análisis del discurso (igual que en estudios de inteligencia
artificial y la psicología cognoscitiva) en el concepto de esquema inferencial o “marco” (frame). Un marco, en este sentido, es
un conjunto de conocimientos que sirve de base para hacer las
inferencias necesarias para entender un enunciado. El marco
corresponde a actividades sociales típicas, tales como “dar
clases”, “ir de compras”, “participar en juntas”, “interactuar en la
familia”, etcétera (véanse Gumperz, 1977; Tannen, 1979; Levinson, 1983; Lakoff, 2007; entre otros).
Hasta la fecha la polémica sobre la naturaleza de un modelo
explicativo del uso del lenguaje sigue en el centro de los debates
en el campo de la pragmática lingüística. En parte el origen de
tales controversias tiene que ver con la profundidad de lo que
podemos llamar la “indirección” o falta de transparencia en el
uso del lenguaje. En efecto, las personas no dicen (explícita y
literalmente) lo que quieren decir; puede haber mucha distancia entre lo dicho y la intención comunicativa, y hay múltiples
niveles de significado entre el significado literal de un enunciado
y el acto que pretende cumplir. Ejemplificaremos algunos de los
problemas.
En primer lugar, Austin propuso, como la primera de las
condiciones de éxito o cumplimiento, que debe existir un procedimiento convencional aceptado para llevar a cabo un acto y,
sin duda, hay aspectos culturalmente establecidos para muchos
actos. Por ejemplo se acepta que se puede utilizar la forma
imperativa de un verbo para hacer una petición: Pásame la sal,
o decir Hola (como parte de una lista muy finita de opciones)
para saludar a alguien, pero hay casos en los cuales sería difícil
reconocer el aspecto convencional de ciertos enunciados. Por
623
La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso
ejemplo, agradecer a alguien diciendo ¡Me encantan los chocolates! o ¡Qué bonitas flores! no es inusual pero no existe una regla
en el español como: “decir: ¡Me encantan los chocolates! cuenta
como un acto de agradecer”. Quizá pudiéramos postular una
convención muy general que dice que cualquier valoración
positiva del objeto, si se trata de un regalo, cuenta como un
agradecimiento, pero luego existen los casos donde comentar
algún aspecto del objeto puede comunicar más bien la intención
de criticar o menospreciar el regalo proferido: ¡Me encantan las
rosas! funciona si el regalo está compuesto solamente de rosas,
pero no si hay una sola rosa en el arreglo.
Claramente el reconocimiento de la intención del hablante,
por parte del oyente, juega un papel primordial y Austin llegó
a la conclusión de que si no existiera tal reconocimiento (lo
que llamó “aprehensión ilocucionaria”, illocutionary uptake),
el acto no se realizaría. Pero aun cuando tal reconocimiento
sí existiera, ello no garantizaría el éxito del acto. La novia que
escribe una nota al invitado a la boda, agradeciendo “el precioso
florero” cuando el regalo fue un tazón, probablemente causará
indignación, aun cuando el receptor entienda perfectamente
la intención detrás de la nota. Por otro lado, a veces se puede
lograr un acto bajo las condiciones más adversas. Por ejemplo,
podemos lograr saludar a un extranjero que no entiende el
idioma acompañando las palabras con gestos, expresiones de
la cara y un tono de voz que parecen amables.
La Teoría de H. P. Grice
El trabajo del filósofo del lenguaje H. P. Grice, aunque no trata
directamente los problemas que planteó Austin, ha tenido una
influencia muy importante en la teoría de los actos de habla.
Grice postuló la idea de que la comunicación ordinaria no
sucede directamente por medio de la puesta en práctica de
las reglas lingüísticas, sino que el enunciado sólo nos provee
pistas que nos permiten inferir la intención comunicativa del
624
Nuevas perspectivas del conocimiento en las ciencias sociales
La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso
enunciador. Grice distinguió entre dos tipos de inferencias que
permiten interpretar el significado de un enunciado: 1) las que
son de la implicación lógica o “entrañamiento” (entailment) y las
que él llamó implicaturas (implicatures). Las primeras se refieren
a las implicaciones o presuposiciones que conllevan las palabras
y oraciones como tales (por ejemplo, el enunciado Pedro dejó
de fumar implica lógicamente que antes Pedro fumaba, debido
a la definición de la frase “dejar de” (hacer algo), o la oración
Patricia tiene dos hijos implica, en la lógica formal que tiene un
hijo, ya que la definición de la palabra dos es uno y uno). Las
implicaturas conversacionales, por otro lado, se refieren a todo
lo que se comunica que no está expresado por lo dicho explícita
y literalmente.
Para que el oyente pueda determinar cuáles de las implicaturas posibles son pertinentes para la interpretación, Grice (1957;
1975; 1978) propone un principio general y nueve máximas
que sirven como normas generales que “orientan” a los interlocutores y que ellos presuponen compartidas. Según Grice,
debemos considerar un intercambio verbal como una forma
de comportamiento cooperativo, en el cual cada participante
reconoce un propósito o conjunto de propósitos comunes.
Existe, en cada momento, la posibilidad de emitir un enunciado
“no apropiado” o “no pertinente” a tales propósitos. Entonces
propone que (ceteris paribus) los participantes actúan según un
principio general de cooperación, que formuló así: “Haga su
intervención apropiada (such as is required) según el momento
en que ocurra y el propósito reconocido, del intercambio verbal
en el cual participa” (1975:45, traducción nuestra). Las cuatro
categorías en que agrupó las máximas son las de “cantidad”,
“calidad”, “manera” y “relación”. Reconoció que las máximas,
con frecuencia, no se cumplen e incluso que pueden ser violadas
para lograr ciertos efectos comunicativos deseados.15 Daremos
unos ejemplos de cómo pueden funcionar las cuatro categorías
de máximas.
La máxima de cantidad requiere que un hablante proporcione
la información suficiente, pero no más que la suficiente, para
lograr el propósito del acto comunicativo. Así, por ejemplo, si
alguien dice:
1) Patricia tiene dos hijos
implica (en términos de Grice “conlleva la implicatura”) que
tiene sólo dos hijos, aunque pudiera tener, en sentido lógico
estricto, dos o cualquier número mayor que dos. No hay contradicción lógica ya que si tiene, por ejemplo, siete hijos, es verdad
que tiene dos (tampoco se le puede acusar de mentir en sentido
estricto). Sin embargo, si asumimos, como propone Grice, que
el hablante está siguiendo la máxima de cantidad, Patricia debe
tener dos y no más de dos hijos. Por otro lado, podemos imaginar un contexto en el cual el propósito del intercambio es el de
determinar si Patricia cumple con los requisitos de recibir ayuda
económica del Estado, y uno de los requisitos es el de tener por
lo menos dos hijos. En este caso, el enunciado proporciona la
cantidad de información necesaria.
La máxima de la “calidad” requiere que no digamos lo que
creemos que es falso ni tampoco aquello de que no tenemos las
pruebas suficientes. Usando el mismo ejemplo, si el hablante
afirma Patricia tiene dos hijos, el oyente tiene el derecho de
pensar que el hablante lo cree y que tiene la información adecuada para creerlo. Por supuesto, Grice reconoció que los hablantes
pueden equivocarse y también decir cosas que saben que son
falsas o que no saben con seguridad si sean verdaderas. Existen
las mentiras (directas, indirectas o por omisión), las equivocaciones, e incluso las normas culturales que “obligan” a ser
cortés o parecer cooperativo, (muy comunes en la comunicación
humana), pero si las personas siempre dijeran lo que creen falso
15. Es importante aclarar que las máximas se aplican sólo a lo que se llama
la “comunicación ostensiva” – lo que tenemos la intención de comunicar – y
no a lo que comunicamos “sin querer”.
625
626
Nuevas perspectivas del conocimiento en las ciencias sociales
o si siempre se equivocaran, la comunicación no sería posible y
no tendría ninguna función ventajosa para la vida social.
La máxima de “manera” (manner) señala que los interlocutores deben intentar ser “claros”, “breves”, “ordenados” y deben
“evitar la ambigüedad”. Ser “ordenado” tiene que ver con la
expectativa de que nos van a relatar los sucesos en el orden
en que ocurrieron. Por ejemplo, en el lenguaje ordinario, las
interpretaciones de los ejemplos 2) y 3) van a ser muy distintas:
2) Pancho Villa montó en su caballo y salió del pueblo.
3) Pancho Villa salió del pueblo y montó en su caballo.
En 2) se infiere que Villa salió del pueblo montado en un caballo,
mientras que en 3) no se puede hacer esta inferencia.
Consideremos los ejemplos 4) y 5),
4) Juan Charrasqueado se bebió una botella de tequila y mató a
su amigo.
5) Juan Charrasqueado mató a su amigo y se bebió una botella
de tequila.
En estos ejemplos, además de las inferencias en torno a la
secuencia de las acciones, se les agregan unas causales. Es decir,
parece que si el contexto lo permite, inferimos que una acción
que precede a otra es también la causa de la segunda.
En lo que se refiere a la claridad, la brevedad y la ambigüedad,
el cumplimiento de la máxima siempre dependerá del propósito
y la capacidad del hablante, igual que la interpretación dependerá de las capacidades y percepciones del oyente.16
Por último, Grice propuso una máxima de “relación”: la intervención debe ser pertinente, o sea, estar relacionada, de alguna
forma, con el propósito de la conversación. Ésta es la máxima
más interesante por varias razones: primero, como observa
Grice, es difícil encontrar enunciados que obligatoriamente
16. Investigaciones sobre una amplia gama de lenguas y culturas han
mostrado que el grado y la frecuencia con las cuales se siguen las máximas
de Grice pueden variar considerablemente (véase, por ejemplo, Goddard y
Wierzbicka, 1997, entre otros).
627
La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso
tienen que ser interpretados como “no pertinentes” (quizá son
más evidentes en ciertos casos patológicos del uso del lenguaje);
segundo, sólo si asumimos que opera esta máxima, podemos
interpretar muchos enunciados adyacentes que aparentemente
no tienen nada que ver con lo que se ha dicho antes, como en
el siguiente ejemplo:
6) A: ¿Qué opinas del discurso del Presidente?
B: Estoy haciendo la cena.
Sólo si asumimos que el enunciado de B es pertinente en algún
sentido, podemos interpretarlo como una repuesta parcial
a la pregunta de A; por ejemplo, No puedo contestarte ahora
porque estoy ocupado haciendo la cena. La inferencia que los
participantes en un intercambio verbal siempre intentan ser
pertinentes –en algún nivel– es fundamental para poder explicar
la coherencia de muchos enunciados adyacentes (o no) en un
acto comunicativo.
Como señalan Sperber y Wilson (1986, 1995), el enfoque
inferencial de Grice contribuyó de una manera fundamental
al desarrollo de la pragmática lingüística, ya que hizo posible
explicar cómo un enunciado, que es sólo una representación
incompleta y ambigua de un pensamiento, puede sin embargo
comunicar un pensamiento completo y no ambiguo. De todas
las interpretaciones posibles de un enunciado, el oyente puede
asumir que el hablante espera que el oyente deseche todas
aquellas que no se conforman al principio de la cooperación y
a las máximas.
Actos de habla, implicaturas, la comprensión y el análisis
de textos
Hasta ahora los problemas señalados han tenido que ver con
el uso no figurado del lenguaje y muchos de los ejemplos son
más típicos del lenguaje oral que del escrito. Sin embargo,
las mismas dificultades se presentan en discursos escritos (y
orales en contextos formales). Por ejemplo, los problemas de
comprensión de lectura más apremiantes para muchos alumnos
628
Nuevas perspectivas del conocimiento en las ciencias sociales
universitarios (y consecuentemente también para sus profesores) surgen cuando los autores de los textos asignados recurren
a mecanismos retóricos como la ironía, o asumen la voz de
otros autores (con los cuales no están necesariamente de acuerdo), a la hora de exponer las posiciones de estos últimos. Las
analistas del discurso Calsamiglia y Tusón (1999) nos ofrecen
un ejemplo de cómo un grupo de universitarios españoles
malinterpretaron un texto célebre de Marx y Engels. Como no
reconocieron la ironía del autor, entendieron que el autor se
asumía a la posición de sus adversarios y no percibieron lo que
en realidad era una crítica. Ejemplos como éste no son privativos
de España, sino que ocurren con demasiada frecuencia en todas
las aulas universitarias. Recientemente, algunos estudiantes
de la uam–Xochimilco interpretaron un artículo periodístico
como un elogio de los programas sociales del actual gobierno
de México, porque el escritor decidió asumir la voz del gobierno y transmitir su crítica a través de la ironía. En los dos casos,
según Austin (ver supra), para los estudiantes fallaron tanto el
acto de habla de criticar, como la estrategia retórica discursiva
de la ironía. Es decir, como sucede con mucha frecuencia, no se
logró la comunicación buscada
En el caso de estos lectores, podemos conjeturar si lo que les
faltaba era conocimiento suficiente del mundo, del contexto o
del tema mismo. El problema de cómo incorporar el concepto
de contexto en una teoría de la comunicación sigue siendo uno
de los más problemáticos. Al contrario de muchos analistas del
discurso, Sperber y Wilson (1986, 1995) postulan que el contexto nunca es dado y no puede ser explicado como “conocimiento
compartido”, sino que es mental y consiste en las suposiciones
seleccionadas por el receptor de su memoria a largo plazo y las
que se crean en la mente en el momento de la comunicación (es
decir, el contexto se modifica como avanza el discurso). Estas
últimas incluyen información del entorno físico inmediato que
el estímulo comunicativo sugiere pueda ser pertinente (por
ejemplo la situación muy sui generis del salón de clase) y, en el
629
La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso
caso de la comunicación verbal, las inferencias extraídas de los
enunciados previos (inmediatos o no). Lo que determina cuáles
de estos factores de la memoria a largo y a corto plazo van a
ser seleccionados es la búsqueda de la pertinencia, la última
máxima de Grice (Sperber y Wilson, 1986:41). Dado que un
emisor no puede estar seguro con respecto a qué suposiciones
(“conocimiento”) existen en la memoria del receptor, ni cuáles
seleccionará, en lugar de decir que intenta “transmitir o inducir
un pensamiento” en el receptor, se debe postular que el emisor
intenta “modificar el entorno cognitivo” del receptor.
Para docentes e investigadores en el campo de análisis del
discurso, el problema persiste en decidir qué teorías deben usar
para realizar análisis de los textos o discursos que forman su
objeto de estudio. A pesar de los problemas que todavía aquejan
a la teoría de los actos de habla y los desarrollos subsecuentes,
parece razonable sugerir que la luz que arrojan sobre la naturaleza de la comunicación humana es suficiente para que sigan
formando parte del acervo de los postulados fundamentales
que todavía no merecen ser abandonados.
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