MIRANDO AL MAR Hipatía miraba con sus profundos ojos grises la inmensidad que anunciaba el mar azul. Y pensaba. Pensaba, como mujer, a qué podía deberse la entrega que muchas mujeres y algunos hombres hacían de su cuerpo a cambio de dinero, y veía pobreza en la mayoría de los casos. Se preguntaba si los argumentos dados por algunos, y según los cuales todo trabajador al vender su fuerza de trabajo vende su humanidad entera, no servirían también para definir la actividad de las personas que se dedican a la prostitución y que, por lo tanto, el rechazo social hacia ésta sería más fruto de la influencia de determinadas religiones negadoras de la sexualidad que del deseo de liberar a quien la ejerce de una determinada forma de esclavitud o dominación. Pero, observaba que podía no ser cierto que la prostitución fuera un trabajo más y que, en consecuencia, su rechazo no proviniera necesariamente desde una visión moral puritana. Porque, se decía, lo que cualquier trabajador o trabajadora entrega en su actividad, productora o no, es esa misma actividad, algo que no es material más que en su resultado -y únicamente cuando a través de la misma se produce un objeto- y que, sólo abstractamente, las personas reconocemos como parte de nuestro ser; por el contrario, en la prostitución lo que la persona entrega es su cuerpo, inseparable de su pensar, de su sentir y de su mirar concretos. Y lo entrega, además, como instrumento, pretendiendo, la mayoría de las ocasiones, que su cuerpo le sea ajeno, lo que no puede conseguir más que ficticiamente porque únicamente desde visiones animistas radicales se puede defender que el cuerpo no forma parte de nuestro verdadero ser o no es nuestro mismo ser. Sin embargo, aun en este caso, continuaba, habría que separar, por una parte, la valoración ideológicomoral de la prostitución y, por otra, la exigencia de que quienes se dediquen a ella sean, como cualquier trabajador o trabajadora, sujeto de todos los derechos y deberes porque, a fin de cuentas, la esperanza de la liberación de toda explotación sólo se hará real en la medida en que las personas sean tratadas, sin distinción, como tales. Y, llegado este punto, Hipatía volvió la vista de sus profundos ojos azules hacia el caos que anunciaba el mar gris. Y dudaba. Iruña-Pamplona 17 de Junio de 2005 Julen Goñi