303 Vemos cómo a un progresivo aumento del cerebro a expensas de mayor desarrollo de las zonas pre y retrorrolándicas corresponde una mayor habilidad técnica pero pocas innovaciones. Al aumento de volumen cerebral desde el Homo hábilis a los Neandertalianos no corresponde un gran aumento en la diversidad del utillaje sino en su mayor perfección y estética, como corresponde a la mayor extensión creciente en los centros motores. Al aumento de cerebralización prefrontal que empieza en los Neandertalianos y asciende fuertemente en los Neantropos, y quizá prosigue hoy aunque más lentamente según parece, corresponde la máxima variedad y efectividad del utillaje y su máxima complejidad técnica. La curva de la evolución biológica va frenándose y el hombre se estabiliza o evoluciona más suavemente, aunque 8.000 años es un corto lapso en el «tempo» de la Evolución. Es de lamentar que no logremos conocer las técnicas anteriores a la «Pebble-Culture», pues no cabe duda alguna de que antes de llegar al primer estadio técnico que conocemos, nuestros predecesores y durante milenios, debieron servirse de útiles circunstanciales o fortuitos de diversos materiales, entre ellos indudablemente de fragmentos de guijarros rotos por las fuerzas naturales o «eolitos», sin que existan en la actualidad técnicas que permitan discernir su utilización por el hombre. Ello nos acercaría a la solución del maravilloso problema de la hominización, objetivo y fin de los estudios Arqueológicos. EPILOGO En las anteriores páginas he intentado hacer un compendio de Tipología Iítica, es decir, un abecedario de la misma, y a la vez y como quien no quiere la cosa, examinar algo de cuanto los útiles una vez definidos y clasificados, pueden decirnos acerca de los hombres que los construyeron y se sirvieron de ellos. Para hacerlo, he resumido su aportación informativa al problema de la evolución del hombre. Pero no quisiera que todo quedase así. La Prehistoria, como toda ciencia, necesita tener un significado. Un sentido. Y como esta obra está dedicada fundamentalmente a quienes se inician en esta disciplina, me creo en la obligación de plantear claramente este significado. La Historia tiene a mi juicio, examinada desde cierto punto de vista, un sentido negativo. Aleja al hombre de su realidad como ser natural. Nos muestra una visión del pasado en que nada importante ha ocurrido fuera de aconteceres entre sociedades humanas. Estudia al hombre independiente de su biotopo. La Prehistoria, por el contrario, recupera para el hombre su realidad como ser inmerso en la naturaleza. La Historia aleja al hombre, por su antropocentrismo, herencia de un desdichado pasado, del resto de sus hermanos en la Existencia. En ella, el hombre no tiene paisaje. Es un actor en el vacío. Sin escenografía. La Prehistoria, que es una historia hacia atrás, es decir hacia adelante, nos ayuda a una cabal explicación de muchos de los problemas más complejos del comportamiento del hombre actual. El humanoide del perfectamente integrado en mo también probablemente más de un millón de años, la que estos guardan entre Paleolítico Inferior, de vida predominantemente instintiva, está la naturaleza, hundido en ella. SUS técnicas son sencillas, cosu problemática, y así transcurre su callada historia durante su relación con el resto de los animales no variaría mucho de sí. Serían unos meros competidores, en la lucha por la existen- 304 cia, temidos y respetados, pero también deseados como medio de subsistencia. No obstante en los Australopitécidos y Homo habilis existe ya en germen y en potencia el impulso evolutivo que producirá el hombre actual. Se ha franqueado la barrera entre el hombre y la bestia, como lo demuestra la aparición de la pequeña brasa de inteligencia capaz de crear los primeros utillajes. No aparecen vestigios de arte ni religión: el hallazgo de algunos enterramientos en el Paleolítico Medio no exige una explicación religiosa, aunque tampoco la niegue, en el real sentido de la palabra. Sin embargo, como ya expusimos, la complejidad de las técnicas en estos períodos finales del viejo Paleolítico parece exigir la palabra como medio de comunicación, aunque quizá ésta estuviese limitada a la expresión de conceptos concretos y no abstractos. Las manifestaciones artísticas y religiosas, aparecerán posteriormente, a la vez que se perfeccionan los centros encefálicos de integración, cosa que como hemos visto sucede al comenzar el Leptolítico, impulsadas por la progresiva toma de conciencia del hombre que valora su creciente diferencia con el resto de sus hermanos animales. Las primeras estatuillas Perigordienses (para otros Auriñacienses), las célebres venus de Lespugue, Willendorf, etc., son excesivamente humildes, pequeñas, íntimas, personales, me atrevo a decir hogareñas y faltas de la grandiosidad, colosalismo, ostentación y pertenencia comunitaria de las verdaderas imágenes religiosas cultuales. Quizá por esa humildad e intimismo, ante nuestros ojos de hombres de hoy, su valor artístico, no buscado, es mayor. Su pertenencia al sexo femenino y la exageración de los atributos específicos de éste, sugieren su relación con el deseo de intervenir en la solución de uno de los primeros problemas inexplicables y racionalmente insolubles para aquellas humanidades: la fecundidad. Son las primeras señales que el hombre nos ha dejado de sus intentos de dominar a la Naturaleza por medios no naturales. El hombre creía pues poseerlos, lo que indicaría una concepción del mundo nada simplista. El hombre del Leptolítico, con centros de integración cada vez más amplios y con capacidad crítica más extensa, se plantea mayores problemas, pero aún se siente solidario de sus hermanos animales. Aunque los destruye para pervivir, el respeto con que son tratados en el arte parietal parece indica una relación para con ellos de cierta igualdad. No aparecen más pruebas de antropocentrismo que el hecho de la representación humana de forma no naturalista sino más o menos esquematizada. Comienzan a perfilarse las diferencias raciales y podemos hablar del nacimiento de sociedades y culturas netamente individualizadas. El culto religioso, si lo había, tenía que ser minoritario. La situación de las figuraciones en las cavernas impide una asistencia numerosa al posible culto y más bien parecen relacionadas con ceremonias de iniciación con alguna semejanza a las de los actuales primitivos. Es muy probable que la relación religiosa existiera en el individuo, directa, muy personal y quizá no reglamentada. Espontánea. Siguen faltando en las figuraciones parietales los elementos que estimo sustanciales en la imagen cultual. Su arte tampoco es espectacular ni de masas ni probablemente arte en el mal sentido de la palabra, lo que no quiere decir que carezca de valores estéticos, como toda obra humana los tiene. Ya en el Acheulense aparece en los bifaces un cierto cuidado en la ejecución, la simetría y las formas, que denotan un sentido estético desarrollado. Comienzan a aparecer los signos parietales abstractos. Verdaderas expresiones conceptuales que entrañan un simbolismo, una convención, y por tanto exigen paralelamente la existencia de un lenguaje con conceptos abstractos. Más tarde, cuando el hombre se separa y opone totalmente a la naturaleza, creando una economía productora agrícola-ganadera, se hipervalora sobre el resto de las demás especies a las que ha aprendido a dominar plenamente. Surge un progresivo antropocentrismo y se crea el concepto de los dioses antropomorfos, causas eficientes de todo efecto racionalmente inexplicable, como la muerte, la enfermedad, las plagas, la fecundidad, los meteoros, y a los que presta las cualidades que más valora en su medio social, imaginándo- Paralelismo de las curvas de evolución del utillaje y antropológicas a lo largo de la Prehistoria. En la superficie de los esquemas craneales se ha querido representar en rayado el cerebro medio y posterior. En cuadriculado las zonas motoras. En blanco las áreas de integración, frontales. Fig. 310 306 los a su imagen y semejanza, como superhombres todopoderosos, o las que más temen, y entonces lo hacen en forma de espíritus infernales sobre los que proyectan todas las maldades. Así nacerían las primitivas religiones que al estructurarse y diferenciarse los pueblos, comienzan a ser codificadas y regidas por castas sacerdotales. El arte religioso nace y se desarrolla ampliamente a lo largo del curso de la Historia y con él sus monumentos, que como un símbolo huyen del suelo: menhires, zigurats, templos, ascienden sobre las habitaciones de los mortales, huyendo de una realidad terrena en busca de otra superior. El hombre en su afán de mirar hacia arriba pierde el contacto con el suelo y ya no se reconoce animal. La gran separación ha nacido. Más tarde llegará a la aberración de negarse su propia unidad como Hombre, separando la «carne y los sentidos como obra demoníaca» del «espíritu como obra divina» en perpetuo antagonismo y lucha. De este concepto nacen las ideas que ha mantenido en vigencia la Humanidad durante más de veinte siglos de historia. La Prehistoria, acercándose al origen del hombre nos vuelve a integrar a la naturaleza de la que nos hemos alejado, desalienándonos. Nos permite mirar hacia arriba pero sin dejar de pisar el suelo firme. Nos devuelve el verdadero y humilde concepto del Hombre, eliminado el antropocentrismo, y nos puede proporcionar una nueva visión religiosa y política, más sencilla, menos gesticulante, casuística y patriotera, más universal y hasta más Cristiana, más comprensiva y más amable. Hace ya tiempo que sonó la hora en que la Prehistoria ha salido del Museo, y ha pasado a ser de ciencia de muertos a ciencia de vivos, y de que sea examinada bajo puntos de vista ajenos a la pura ciencia Arqueológica (políticos, religiosos, estéticos, es decir humanos), con lo que se enriquecerá el significado del hombre, que de esa humillación saldrá ensalzado. Que así sea. San Sebastián, febrero 1969.