MARTIN DE VOS Amberes, Bélgica, 1532-1603 El Rapto de Europa, c. 1590 Óleo sobre roble, 133,7 x 174,5 cm Esta pintura es una de las escasas obras de tema mitológico que posee el Museo. La obra, una de las mejores de Vos, está basada en “Las Metamorfosis” de Ovidio” y narra el rapto de Europa, hija del rey de Sidón, por el dios Júpiter transformado en toro. En un segundo plano transcurre la escena en la que Europa juega en la orilla de la playa con sus compañeras mientras Mercurio planea en el cielo rodeado de amorcillos, uno de los cuales sostiene en sus manos los rayos de Júpiter. Martin de Vos, en plena madurez de su estilo, se inspiró en una composición, de mayor dramatismo, realizada por Tiziano en 1562, que se conserva en el Stewart Gardner Museum de Boston. Pero, a diferencia del maestro veneciano, Vos confiere mayor importancia a los fondos y elementos anecdóticos. El pintor demuestra su habilidad en la representación del desnudo femenino, de generosa anatomía según el gusto de la época, modelado con un sfumato impecable. La luz surge de las carnaciones del cuerpo de Europa a través de suaves veladuras. La túnica amarilla y el paño rojo ondulante al viento proporcionan interesantes efectos de color y movimiento a la composición. En definitiva, supone una síntesis del estilo italiano con el refinamiento flamenco. Probablemente Martin de Vos inició su carrera en el taller de su padre Pieter de Vos y viajó a Roma hacia 1552 acompañando a Pieter Brueghel “El viejo”. Se estableció durante un tiempo en Venecia, en el taller de Tintoretto, como especialista en pintura de paisajes. Instalado en Amberes, en 1556, realizó retablos destruidos durante las guerras de religión, para iglesias de la ciudad. BARTOLOMÉ BERMEJO Segunda mitad del siglo XV La Flagelación de Santa Engracia, c. 1474-1478 Óleo sobre tabla, 92,5 x 52 cm Esta obra, pintada por Bartolomé Bermejo en el siglo XV, es una tabla perteneciente a un retablo cuyas piezas se hallan hoy diseminadas por varios museos del mundo. Santa Engracia, hija de un noble portugués, sufrió martirio en el siglo IV por orden del procónsul romano Daciano que aparece a la izquierda sosteniendo el clavo que acabarían hundiéndole en la frente a la santa. Este proconsul romano, vestido a la morisca, supone un anacronismo histórico del siglo XV que introduce el artista con carácter moralizante para reflejar mejor la idea de los “enemigos” de la cristiandad. La escena, trágica y cruel, transcurre en un interior con abundancia de elementos arquitectónicos y decorativos. El artista demuestra gran habilidad en el dominio del óleo a la hora de plasmar la realidad. Esto se aprecia en el gusto por representar las calidades de los tejidos y el suelo, o en el interés por los detalles como el tocado con velo de la santa, el turbante de Daciano o la sangre que mana del cuerpo de la mártir. La perspectiva y la sensación de espacio se potencian con el ajedrezado del suelo, la ventana del fondo y la disposición de los personajes que crean un círculo en torno al verdugo. La iluminación, cuidada y tenue, llega a través de los vanos del fondo e irradia, más potente, del torso desnudo de Santa Engracia. El colorido, rico y variado, presenta un dominio de la gama de los rojos y granates con gran abundancia de cálidos matices. Color, luz y espacio están perfectamente trabajados para crear esa atmósfera especial, y a la vez real, con la que el artista quiere impresionar al espectador. ANTONIO MORO (ANTHONIS VAN DASHORT) Utrecht, Holanda, c. 1516/1520-Amberes, Bélgica, 1576/1577 Retrato de Felipe II, c. 1549-1550 Óleo sobre roble, 107,5 x 83,3 cm Nos encontramos ante uno de los más sobresalientes retratos de Felipe II pintado por Antonis Mor, llamado en España Antonio Moro. Nació en Utrecht, pero se estableció como artista en Amberes y es introducido en la corte de Bruselas en 1549. Fue pintor de corte de María de Hungría y de su sobrino Felipe II. En España, en contacto con la rigurosa etiqueta de los Austria, desarrolló las claves de su inigualable maestría en el género del retrato, llegando a ser el retratista más famoso de su tiempo. También influyó notablemente en su discípulo Alonso Sánchez Coello, quien realizó algunos magníficos retratos, como el de doña Juana de Portugal conservado en la colección de nuestro Museo. Esta obra retrata a Felipe (1527-1598) cuando aún era príncipe antes de heredar el trono tras la abdicación de su padre Carlos V en 1556. Hay tres ocasiones en las que Moro pudo pintar al futuro monarca, entre 1549 y 1555. Lo más probable es que lo pintase entre abril de 1549 y mayo de 1550, cuando inició su contacto con la corte de los Habsburgo y tal vez coincidió con el príncipe al realizar éste un viaje a los Países Bajos a instancias de su padre el emperador. Felipe tendría entonces veintidós años de edad. El príncipe aparece vestido con un rico traje del que asoman las mangas acuchilladas de seda; lleva en el cuello el Toisón de Oro y a la cintura una lujosa espada. Apoya su mano derecha sobre una mesa cubierta con un tejido cuyo color se proyecta hacia nosotros. La vestimenta negra y el fondo neutro, muy oscuro, hacen que se destaque su rostro pintado con sutiles veladuras, según la tradición flamenca. Felipe, aparece como un aristócrata y distinguido joven y se dirige al espectador con una mirada incisiva y un tanto inquietante. Moro destaca por captar en sus retratos la psicología de los personajes representados pero sobre todo, porque logra transmitir la sensación de vida como ningún artista. FRANCISCO DE GOYA Fuendetodos, Zaragoza, 1746-Burdeos, Francia, 1828 Retrato del poeta Moratín, 1824 Óleo sobre lienzo, 60 x 49,5 cm A principios de siglo XIX, y a la edad de setenta y ocho años, Francisco de Goya realizó este retrato al poeta Leandro Fernández de Moratín. Goya ha realizado esta obra siguiendo la tradición española en este género; sitúa la figura sobre un fondo oscuro y neutro de tonalidades verdosas. En la vestimenta, también oscura y de tonalidad marrón, destaca el blanco del cuello de la camisa que dirige nuestra mirada hacia el rostro del personaje. Otro punto de luz está en la parte baja del cuadro y se concentra en la mano y los papeles donde podemos leer la firma del artista. El retratado, ligeramente ladeado, dirige su mirada hacia la derecha. En la mesa sobre la que apoya su brazo derecho hay unos papales que nos hablan de su profesión, ya que Moratín fue un literato famoso y autor de “El sí de las niñas”, entre otras obras. Este retrato realista es fruto de la amistad del pintor con el poeta. Goya no pinta al Moratín culto y famoso sino al amigo. El pintor ha sabido reflejar los rasgos físicos utilizando una pincelada suelta, densa y de apariencia desdibujada. Esta manera de trabajar con el óleo es utilizada por Goya para reflejar una sensación de proximidad y compenetración con el protagonista. Esta visión amable y la manera sencilla y modesta en que se nos presenta a Moratín nos permite ver a Goya como un artista que buscaba acercarse a la realidad cotidiana desde el mundo del Arte. GUSTAVO DE MAEZTU Vitoria, 1887-Estella, Navarra, 1947 El orden, c. 1918-1919 Óleo sobre lienzo, 198,5 x 268,5 cm Composición de gran potencia escenográfica ejecutada en uno de los períodos de mayor capacidad creativa del pintor a finales de la segunda década del siglo XX. “El orden” es coetáneo a “La fuerza”, otro lienzo de considerables dimensiones con claras reminiscencias ideológicas, y que se puede contemplar en el Museo de Estella. Influido por los ambientes revolucionarios y contestatarios de la época, Gustavo de Maeztu apuesta por una obra de fuerte compromiso político y social, no estando exenta tampoco esta producción pictórica de contenido literario. Una algarada o revuelta popular es sofocada expeditivamente por la Guardia Civil. Frente a las reclamaciones y demandas del pueblo, prevalece el triunfo de la disciplina, la vuelta al orden social, aunque tenga que ser impuesto por la fuerza. Tres figuras destacan en primer plano: la silueta erguida, mayestática, soberbia, del Guardia Civil, con la satisfacción del deber cumplido; el obrero abatido, tendido y humillado a los pies del opresor; y una mujer recogida sobre sí misma, silenciosa y dolorosa, impasible espectadora del cruel acontecimiento. Lejos de ser un complemento decorativo, el paisaje, como ambiente referencial, potencia y envuelve la intensidad de la escena, con su particular iluminación. En la otra orilla del río, vadeado por un puente de piedra, se alza la mole de un milenario pueblo castellano. La pintura de Gustavo de Maeztu sobresale por sus valores plásticos: por la energía y síntesis del trazo dibujístico; por el predominio de figuras monumentales, sólidas, rotundas, volumétricas, a menudo arquetípicas; por la recreación de atmósferas lumínicas muy personales y por el uso simbólico del color evocando, de este modo, escenas atemporales. RICARDO BAROJA Minas de Riotinto, Huelva, 1871 - Vera de Bidasoa, Navarra, 1953 Vuelven al pueblo, 1938 Óleo sobre tabla, 62,5 x 94,3 cm El pintor Ricardo Baroja y su hermano, el escritor Pío Baroja, fueron testigos de excepción de lo acontecimientos que sucedieron en España durante la primera mitad del siglo XX. Ambos supieron reflejar en sus cuadros y en sus escritos una gran cantidad de vivencias, experiencias y sucesos, en la mayoría tristes, que vivieron o llegaron a conocer. Fueron compañeros de generación de personajes como Unamuno, Ortega y Gasset, Machado, Valle-Inclán, Pérez Galdós o Manuel Azaña, entre otros. Para estos hermanos, solitarios e independientes, el interés se centraba, sobre todo, en el individuo. Sentían y querían retratar las inquietudes de los humildes tanto de forma individual como formando parte de un grupo generalmente marginado y casi nunca tenido en cuenta. Ricardo Baroja, en esta escena, nos presenta la realidad de un grupo de personas que vuelven a su pueblo después de haber sufrido algún bombardeo o ataque bélico. Se trata de personas sencillas que muestran su tristeza y desesperación ante lo que ven. Lo han perdido todo y se encuentran ante un panorama de destrucción total, sin esperanza y obligados a empezar de nuevo. Para mostrar todo este cúmulo de sensaciones, Baroja nos ofrece una visión en la que el cielo, gris y plomizo, ocupa un gran espacio en la composición ayudando a crear esa atmósfera agobiante y fría. Los tonos oscuros de los personajes y pardos y ocres de los edificios derruidos, son el fiel reflejo de los sentimientos de los protagonistas. La calle, larga y vacía, parece indicarnos que el camino que les queda a estas personas va a ser duro, difícil, y lleno de penalidades. Toda la obra emana un aire de sentimiento intimo y de complicidad del artista con estas personas de las que nadie se suele acordar. Para todo ello, ha utilizado una pincelada abocetada, casi sin detalles, y una luz fría y sin apenas sombras que da a toda la escena una sensación de triste unidad. JOHN DAVIES Cheshire, Gran Bretaña, 1946 (Every) War memorial ((Cada) Memorial de guerra), 1974-1977 Técnica mixta, 162,5 x 366,5 x 244 cm En 1972, Davies tuvo su primera gran exposición individual en Londres y, tres años más tarde, volvería a presentar sus esculturas de escayola y poliéster centradas en la representación del retrato y la figura humana. La instalación sorprendió al público y a la crítica londinenses, que descubrieron el trabajo de un escultor figurativo y realista, ajeno a las corrientes abstractas que predominaban en la escultura británica del momento y con referentes más próximos en la pintura, el teatro, o la performance. Davies realiza en este periodo inicial figuras de tamaño natural y aspecto realista, obtenido en ocasiones mediante el empleo de moldes del natural y aplicaciones de ojos de fibra de vidrio y cabello natural, y vestidas con ropa y zapatos de segunda mano. Las esculturas aparecen generalmente en parejas o grupos, cuidadosamente dispuestas para establecer relaciones entre ellas a través de la mirada y los gestos. Las alusiones al ambiente son mínimas y habitualmente portan objetos extraños y se sitúan sobre tarimas que refuerzan su carácter escenográfico. Según su amigo y artista Thimoty Iman “...en la obra (Every) War Memorial ((Cada) Memorial de guerra) Davies estuvo trabajando durante muchos años. Tres hombres jóvenes, desnudos de cintura para arriba, se hallan situados en extrañas posiciones (Davies las denomina “pasos”); uno de ellos sostiene el marco de una fotografía, intensificando el aire de artificio del conjunto. La fuente de inspiración para la obra fue una fotografía de una calle de Beirut tras el estallido de una bomba, con civiles yaciendo dispersos por el suelo a causa del shock. Las figuras, modeladas a partir de personas reales, se adaptan perfectamente a su paralizado agarrotamiento, igual que el yeso vertido sobre ellas muta sin ningún esfuerzo hasta convertirse en polvo y sangre”. Esta obra creó muchas opiniones dispares y el propio artista dio a conocer la siguiente reflexión: Para mi siempre hay un conflicto entre las cualidades de las figuras escultóricas creadas y lo que uno ve en la calle, pero me esfuerzo por hacer que las figuras muestren más la cualidad de los seres humanos que las de la escultura. JACQUES LIPCHITZ Drunskieniki, Lituania, 1891–Capri, Italia, 1973 El rapto de Europa, Variación G, 1969-1970 Yeso, 50,5 x 24,3 x 23,3 cm Lipchitz comenzó a practicar el dibujo y el modelado en arcilla en su adolescencia, y esa práctica es algo que podemos seguir apreciando en una obra de plena madurez como ésta que estamos comentando. Como muchos otros artistas de su época, primero pasó por un periodo cubista muy importante en su producción artística, pero a finales de los años veinte y comienzos de los treinta, su obra siguió un proceso de cambio y evolución en el que el movimiento sustituyó a la quietud y estabilidad de sus piezas anteriores. Se podría decir que fue derivando poco a poco hacia un mayor uso de formas orgánicas y hacia un retorno a la apariencia humana y natural. Lipchitz toma la inspiración de sus obras en el Antiguo Testamento y la mitología clásica grecolatina, en las que incluye contenidos de denuncia política y social en una Europa que estaba viviendo un periodo de entreguerras y en la que la democracia se encontraba en entredicho. Para el artista se trataba de un momento en que Europa se hallaba sumida en una época de tinieblas e ignorancia contra la que había que reaccionar. Y muchas de sus obras de este momento reflejan esta lucha abierta que simbolizan ese interés por mantener la democracia de los pueblos y las personas. También busca temas relacionados con la existencia humana, como los sentimientos de las relaciones entre las personas, planteados a menudo como temas de lucha entre seres humanos y animales. Conforme más se va apartando del cubismo, sus obras se vuelven más tridimensionales, buscando volúmenes más sólidos y con texturas de apariencia inacabada que les dan mucha expresividad. Todas estas características las podemos apreciar en este Rapto de Europa donde la figura humana y la animal se encuentran tan entrelazadas que es difícil diferenciarlas. Además, todo el conjunto está inmerso en una espiral de movimiento ascendente que da como resultado una imagen violenta y muy expresiva de apariencia casi informal.