n/na, de josé ramón fernández en el teatro español

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N/NA, DE JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ
EN EL TEATRO ESPAÑOL
Magda Ruggeri Marchetti
Interprets: Laia Marull, Juanjo Artero, Ricardo Moya. Escenografia: Antonio Belart. IHuminació:
Julián Real García. Composició musical: Pascal Gaigne. Direcció: Salvador García Ruiz.
Por fin se ha representado Nina, de José Ramón Fernández, y se ha publicado en España
en una de esas espléndidas ediciones del Teatro Español, tras haberse editado en Francia y en
los Estados Unidos. Su autor debe su formación no sólo a sus estudios filológicos universitarios,
sino también a los talleres de Alonso de Santos, Marco Antonio de la Parra, etc., y a la larga colaboración con Guillermo Heras. Con este último y otros dramaturgos de su generación fundó El
Astillero, uno de los grupos teatrales más importantes de la escena española actual. Cuenta con
dieciocho dramas entre publicados e inéditos y, además de sus obras individuales, ha trabajado en
colaboración con otros dramaturgos y directores. Entre estos últimos, sin duda la más conocida
es la Trilogía de lo Juventud, con Yolanda Pallín y Javier Yagüe.
Entre los numerosos premios recibidos recordamos el Calderón de la Barca del 1993 por
Para quemar lo memoria, una gran obra de la que ya nos ocupamos ampliamente (Cuadernos
de Dramaturgia, n. 3. Alicante: 1998) y el Lope de Vega 2003 por Nina. Hija de la Nina de Lo
gaviota de Chéjov, se distancia de ella por el ambiente, la época y la evolución positiva de los
personajes. Nuestro autor ha construido una obra intimista donde pasado y presente con sus
conflictos se mezclan a través de la protagonista que vuelve al pueblo de su infancia y su primera
juventud y su retorno le hace revivir ese tiempo y buscar en él las razones de su derrota. Por
sus referencias al cine y sobre todo por la cita de la canción «Devórame otra vez» se le puede
dar una colocación temporal exacta y se describe perfectamente en ella la vida de unos jóvenes
de hoy, clónicos intercambiables con los de cualquier país de Europa. Todo ello con un uso
de la lengua sujeto de una atenta labor de revisión y perfeccionamiento en la que la exactitud
expresiva y el diálogo elaborado están al servicio de un alto dramatismo.
Su perfecta construcción respeta las unidades de tiempo y lugar. Todo se desarrolla en el
espacio de una noche y en el hall de un hotel Tres son los personajes presentes en escena, pero
a través de ellos conocemos un mundo, un ambiente. Comprendemos que sus protagonistas,
aunque jóvenes, ya se sienten viejos y fracasados no sólo a través del diálogo, sino sobre todo por
la acotación. Es ésta una característica de los dramas de José Ramón Fernández, que se considera,
con razón, discípulo de Valle-Inclán. Sus acotaciones, en efecto, más que indicar movimientos y
gestos, contienen reflexiones que hacen comprender mejor el sentido de la historia, revelan
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sobre todo el estado de ánimo del personaje, indagando su psicología. El director, Salvador García
Ruiz, en su primera experiencia teatral aunque no cinematográfica, ha tenido muy en cuenta
las didascalias y ha sabido representar a los personajes tal y como los conocedores del texto
esperábamos. Naturalmente, gran parte del mérito corresponde a los actores.
Laia Marull interpreta el papel de Nina con oficio e intensidad. Cuando hace su ingreso en
el espacio escénico y se apoya en la barra, contemplamos verdaderamente lo que el autor describe: un cuerpo <<vencido sobre el mostrador». Su expresión muestra su falta de voluntad, su
necesidad de dejarse cuidar: Ella encarna perfectamente el doble juego entre la apariencia y la
realidad presente en toda la obra. Conocemos a la verdadera Nina en la escena central cuando,
tragando coñac como quien está acostumbrado a ahogar sus derrotas en él, cuenta a Bias, un
amigo de la juventud también fracasado, las desilusiones amorosas y laborales sufridas en los siete
años que ha transcurrido fuera. Juanjo Artero encarna perfectamente a este personaje, logrando
transmitir su dulzura y su impotencia. Éste no consigue reaccionar a la falta de amor de su mujer;
a su continua traición, e intenta evitar el sufrimiento mediante la ignorancia. Pero este encuentro
les hace evolucionar: En efecto, Nina se irá decidida a volver a empezar y Bias parece optar por
su autonomía personal y prefiere quedarse, porque comprende que lo que quiere está allí. En
este sentido sigue el consejo de Esteban, el tercer personaje presente en la obra. Ricardo Maya lo
interpreta perfectamente representando en él casi al padre que ve en Bias su propio pasado.
Es muy interesante el papel que tienen en la obra los personajes ausentes pertenecientes al
grupo de la protagonista, descritos en el texto, como los demás, no sólo a través del diálogo, sino
también mediante la acotación: María, Pedro, Irene y Gabi, que tienen gran importancia en la trama
porque vagan entre los dos planos temporales que conviven en la pieza: presente y pasado.
¡Y qué decir de la perfecta escenografía de Antonio Belart! La obra parece escrita para ser
representada en el Café del Teatro Español porque el texto concibe el espectáculo en el hall de
un hotel que tiene un bar con una barra igual a la que existía en ese espacio ahora dividido en
diagonal y con el suelo en sugerente dibujo de damero. Pero el elemento más importante es el
espejo detrás de la barra, que muestra a los personajes en distintos planos y en el que también
se ve reflejado el público. Otro espejo en el fondo por donde salen y entran los actores permite
ver sus expresiones cuando abandonan la escena y da gran profundidad al espacio. Impecable
también la iluminación, para la que se han utilizado muchos elementos originales del propio café
como los apliques y los focos halógenos sobre la barra del bar: La luz tan realista y la cercanía
de los espectadores hacen a la obra aún más intimista. Además de la música sugerida por el
autor, oímos también la original creada expresamente por Pascal Gaigne para este espectáculo,
música que él mismo define como <<tres temas que podrían ser uno: el tiempo que transcurre
y las huellas del pasado».
Aunque la obra está anclada a la realidad cotidiana, nunca falta la dimensión simbólica y
trágica: el mar, la tormenta, la lluvia, etc. Su destilado dramático tiene una proyección intemporal
en problemas universales como la convivencia con los demás, el de la vida y la muerte o la
fragilidad de la memoria vital, coherentemente con la mejor producción del autor: El montaje ha
subrayado estos aspectos y consigue emocionar al público, que se identifica completamente con
el sufrimiento de los actores viendo en ellos personas reales. Los espectadores de una tarde de
un viernes ovacionaron entusiasmados a los protagonistas, llamándolos repetidas veces.
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