Hermanos, amigos y conocidos

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LATERCERA Domingo 15 de noviembre de 2015
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FOTO: CUBADEBATE.CU
En la mira Ernesto Ottone
“Hermanos,
amigos y conocidos”
H
Hace ya muchos años fui testigo de una
dura discusión entre un dirigente comunista italiano y un dirigente comunista soviético. Eran los tiempos en que los comunistas italianos bajo la égida de Enrico Berlinguer se alejaban a pasos agigantados de la
ortodoxia soviética, habiendo emprendido
el camino de las convicciones democráticas.
En un momento de la acalorada discusión,
para apaciguar las cosas el soviético le dijo:
“Tenemos diferencias, pero en fin somos partidos amigos”. Inesperadamente, el italiano le
respondió: “No, en verdad somos partidos
hermanos”. El soviético gratamente sorprendido le expresó: “Me alegra oír eso de usted,
compañero”, a lo que el italiano replicó tajante: “Sí, somos hermanos, porque a mis amigos los elijo yo”.
Traigo este recuerdo a colación porque no
termina de llamarme la atención la atracción
fatal que tienen algunos dirigentes, parlamentarios y partidos enteros de la coalición
de centroizquierda que gobierna Chile por
buscarse, a falta de hermanos, amigos políticos en América Latina que tienen una práctica política y un discurso doctrinario bastante alejado de lo que ha sido y pienso que aún
es la experiencia reformadora chilena, cuya
columna vertebral es su impecable respeto a
las reglas democráticas y su rechazo declarado al síndrome populista.
¿Por qué, entonces, esa búsqueda de amigos
políticos con los cuales se tienen tan pocas afinidades? ¿Será que miran el jardín del lado y
encuentran que ese césped es más verde que
el propio y sus flores más aromáticas?
Sí así fuera, estaríamos ante una grave patología política. Por lo menos una parte de la
coalición estaría instalada en aquello que Vittorio de Sica describía como “un malentendido basado en un equívoco”.
Quizás sufran de una cierta alteración visual
y vean similitudes inexistentes, como les sucede a quienes visitan a los recién nacidos y
se esfuerzan por encontrarles algún parecido
con la madre, el padre, los tíos y hasta los
abuelos, señalando partes muy particulares de
las anatomías de los neonatos apenas esbozadas y en verdad indescifrables, para señalar
que son “igualitos” a algún pariente.
¿Será que conservan aún nostalgias revolucionarias o más bien populistas, y los tonos,
las ceremonias, el lenguaje y la práctica de esos
“amigos” tienen algo que echan de menos en
nuestra vida democrática?
Esa simpatía política por realidades que
contradicen nuestra opción reformadora linda casi en la esquizofrenia cuando se trata de
Cuba, país en que no se cumple ninguna de
las reglas procedimentales de la democracia
que tanto nos costó restaurar.
Pero tampoco tiene mucho que ver con lo
que sucede en los autodenominados regímenes bolivarianos, cuya retórica común incluye, las más de las veces, no sólo hablar mal de
Estados Unidos, sino también en más de una
ocasión de Chile.
Es verdad que esos regímenes difieren entre sí. Algunos representan procesos inclusivos históricos, como Bolivia; otros tienen más
de versión en farsa de lo que alguna vez tuvo
cierta grandeza, como el sandinismo nicaragüense; otros son vacíos y altisonantes, como
el que encarna Correa en Ecuador, y otros, finalmente, han traspasado la delgada línea
roja del autoritarismo, de la violación de las
reglas democráticas y del respeto a los derechos humanos, como el chavismo encarnado
en un Maduro cada vez con la mirada más sonámbula en medio del desastre.
¿Qué tienen que ver con una posición democrática y progresista esas realidades? Para
mí, muy poco, me cuesta encontrar un aire de
familia con nuestra experiencia.
En esos regímenes los líderes carismáticos
se fusionan directamente con el pueblo a través de una identidad emocional que tiene
para ellos más valor que la institucionalidad
democrática.
Si bien deben conservar el respeto a la vía
electoral, en buena parte gracias a una cultura política democrática que se ha constituido en sentido común en la región, ellos manipulan las instituciones democráticas y las
someten a diversos niveles de rudeza, arbitrariedad y control autoritario, sus líderes tienen
la firme voluntad de perpetuarse en el poder,
aunque haya que cambiar las constituciones
cada vez que sea necesario, y en algunos casos desarrollan una alianza fuerte y poco santa con el estamento militar sobre la base de un
discurso nacionalista.
Aunque en un plano diferente respecto de la
institucionalidad democrática, tampoco deja
de sorprender la enorme simpatía que despierta en algunos el kirchnerismo.
Por supuesto, sería injusto no valorar el mérito de Néstor Kirchner al llenar en sus comienzos el vacío político de una Argentina
descabezada en una situación crítica y aprovechar con audacia el ciclo económico positivo que vino inmediatamente después.
Pero ello no se transformó en un reforzamiento de un sistema político de vocación plural, sino más bien en una acumulación de poder peleón y tosco.
Con Cristina Fernández las costuras de ese
camino quedaron a la vista y no lucían bien.
A fin de cuentas, estamos ante una particular versión del populismo que ha hecho en el
largo plazo decaer a Argentina y difícilmente podemos afirmar que la ha hecho más justa, y colocada a la altura de sus enormes recursos y de la calidad de su sociedad civil.
Del peronismo en su versión kirchnerista se
puede decir la frase de Churchill frente a la
política exterior de la Unión Soviética: “Que
se trata de una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma”, donde cabe de
todo y todo es posible.
Sin embargo, a este lado de la cordillera
hay varios que apenas aguantan sus tristes
suspiros frente a los últimos avatares electorales en Argentina.
Ojalá sea cual fuere el resultado final de las
elecciones presidenciales implique una transformación favorable al fortalecimiento de un
sistema político democrático marcado por
un mayor pluralismo.
Para elegir amistades políticas, sin duda el
primer parámetro de afinidad debería ser el
respeto irrestricto a las reglas procedimentales de la democracia. Junto a esa afinidad
central debería buscarse una vocación común
hacia una sociedad más igualitaria, que tienda a ampliar los derechos económicos, socia-
les y culturales de las personas.
Sólo entonces tiene sentido que nuestros
políticos progresistas desarrollen una amistad
política en el pleno respeto a la autonomía de
cada quien.
Naturalmente, todo el razonamiento anterior
se refiere al ámbito político, no al ámbito intelectual, cultural o de negocios, como tampoco a la amistad y la cercanía entre las sociedades y las personas. Ellos tienen su propio tejido, que suele ser muy ajeno a lógicas
autoritarias.
Mientras más estrecha sea esa relación con
toda América Latina, más provechoso será
para Chile.
Tampoco se refiere a la política exterior del
Estado chileno, donde estas consideraciones
no caben, la política de Estado, como es nuestra tradición republicana, no puede basarse
sólo en coincidencias y afinidades políticas,
debe responder a los intereses permanentes de
la nación y al apego a los principios de la convivencia pacífica y el derecho internacional.
La centroizquierda chilena, entonces, como
afortunadamente hermanos no tiene, debería
tener muchos conocidos, pero sólo amigos
que practiquen una democracia rigurosa y
con vocación social.R
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