b R3 LATERCERA Domingo 15 de noviembre de 2015 Director de La Tercera: Guillermo Turner Olea. Editor de Política: Francisco Torrealba. Editor de Reportajes: Alejandro Trujillo. Subeditor: Gloria Faúndez. Periodistas: Francisco Artaza, Andrés Muñoz, Hernán López, Ignacio Bazán, Francisco Siredey, Francisca Miranda y Tamy Palma. Columnistas: Alvaro Vargas Llosa, Fernando Villegas, Sebastián Edwards, Eduardo Engel, Ernesto Ottone, Mario Vargas Llosa, Ascanio Cavallo y Héctor Soto. Director Gráfico: Marcelo Godoy S. Editor Gráfico de La Tercera: Constanza Bertolone H. Subeditor de Diseño: David Hernández P. Diseño: Miguel Vargas. Editor de Fotografía: Matías Recart. FOTO: CUBADEBATE.CU En la mira Ernesto Ottone “Hermanos, amigos y conocidos” H Hace ya muchos años fui testigo de una dura discusión entre un dirigente comunista italiano y un dirigente comunista soviético. Eran los tiempos en que los comunistas italianos bajo la égida de Enrico Berlinguer se alejaban a pasos agigantados de la ortodoxia soviética, habiendo emprendido el camino de las convicciones democráticas. En un momento de la acalorada discusión, para apaciguar las cosas el soviético le dijo: “Tenemos diferencias, pero en fin somos partidos amigos”. Inesperadamente, el italiano le respondió: “No, en verdad somos partidos hermanos”. El soviético gratamente sorprendido le expresó: “Me alegra oír eso de usted, compañero”, a lo que el italiano replicó tajante: “Sí, somos hermanos, porque a mis amigos los elijo yo”. Traigo este recuerdo a colación porque no termina de llamarme la atención la atracción fatal que tienen algunos dirigentes, parlamentarios y partidos enteros de la coalición de centroizquierda que gobierna Chile por buscarse, a falta de hermanos, amigos políticos en América Latina que tienen una práctica política y un discurso doctrinario bastante alejado de lo que ha sido y pienso que aún es la experiencia reformadora chilena, cuya columna vertebral es su impecable respeto a las reglas democráticas y su rechazo declarado al síndrome populista. ¿Por qué, entonces, esa búsqueda de amigos políticos con los cuales se tienen tan pocas afinidades? ¿Será que miran el jardín del lado y encuentran que ese césped es más verde que el propio y sus flores más aromáticas? Sí así fuera, estaríamos ante una grave patología política. Por lo menos una parte de la coalición estaría instalada en aquello que Vittorio de Sica describía como “un malentendido basado en un equívoco”. Quizás sufran de una cierta alteración visual y vean similitudes inexistentes, como les sucede a quienes visitan a los recién nacidos y se esfuerzan por encontrarles algún parecido con la madre, el padre, los tíos y hasta los abuelos, señalando partes muy particulares de las anatomías de los neonatos apenas esbozadas y en verdad indescifrables, para señalar que son “igualitos” a algún pariente. ¿Será que conservan aún nostalgias revolucionarias o más bien populistas, y los tonos, las ceremonias, el lenguaje y la práctica de esos “amigos” tienen algo que echan de menos en nuestra vida democrática? Esa simpatía política por realidades que contradicen nuestra opción reformadora linda casi en la esquizofrenia cuando se trata de Cuba, país en que no se cumple ninguna de las reglas procedimentales de la democracia que tanto nos costó restaurar. Pero tampoco tiene mucho que ver con lo que sucede en los autodenominados regímenes bolivarianos, cuya retórica común incluye, las más de las veces, no sólo hablar mal de Estados Unidos, sino también en más de una ocasión de Chile. Es verdad que esos regímenes difieren entre sí. Algunos representan procesos inclusivos históricos, como Bolivia; otros tienen más de versión en farsa de lo que alguna vez tuvo cierta grandeza, como el sandinismo nicaragüense; otros son vacíos y altisonantes, como el que encarna Correa en Ecuador, y otros, finalmente, han traspasado la delgada línea roja del autoritarismo, de la violación de las reglas democráticas y del respeto a los derechos humanos, como el chavismo encarnado en un Maduro cada vez con la mirada más sonámbula en medio del desastre. ¿Qué tienen que ver con una posición democrática y progresista esas realidades? Para mí, muy poco, me cuesta encontrar un aire de familia con nuestra experiencia. En esos regímenes los líderes carismáticos se fusionan directamente con el pueblo a través de una identidad emocional que tiene para ellos más valor que la institucionalidad democrática. Si bien deben conservar el respeto a la vía electoral, en buena parte gracias a una cultura política democrática que se ha constituido en sentido común en la región, ellos manipulan las instituciones democráticas y las someten a diversos niveles de rudeza, arbitrariedad y control autoritario, sus líderes tienen la firme voluntad de perpetuarse en el poder, aunque haya que cambiar las constituciones cada vez que sea necesario, y en algunos casos desarrollan una alianza fuerte y poco santa con el estamento militar sobre la base de un discurso nacionalista. Aunque en un plano diferente respecto de la institucionalidad democrática, tampoco deja de sorprender la enorme simpatía que despierta en algunos el kirchnerismo. Por supuesto, sería injusto no valorar el mérito de Néstor Kirchner al llenar en sus comienzos el vacío político de una Argentina descabezada en una situación crítica y aprovechar con audacia el ciclo económico positivo que vino inmediatamente después. Pero ello no se transformó en un reforzamiento de un sistema político de vocación plural, sino más bien en una acumulación de poder peleón y tosco. Con Cristina Fernández las costuras de ese camino quedaron a la vista y no lucían bien. A fin de cuentas, estamos ante una particular versión del populismo que ha hecho en el largo plazo decaer a Argentina y difícilmente podemos afirmar que la ha hecho más justa, y colocada a la altura de sus enormes recursos y de la calidad de su sociedad civil. Del peronismo en su versión kirchnerista se puede decir la frase de Churchill frente a la política exterior de la Unión Soviética: “Que se trata de una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma”, donde cabe de todo y todo es posible. Sin embargo, a este lado de la cordillera hay varios que apenas aguantan sus tristes suspiros frente a los últimos avatares electorales en Argentina. Ojalá sea cual fuere el resultado final de las elecciones presidenciales implique una transformación favorable al fortalecimiento de un sistema político democrático marcado por un mayor pluralismo. Para elegir amistades políticas, sin duda el primer parámetro de afinidad debería ser el respeto irrestricto a las reglas procedimentales de la democracia. Junto a esa afinidad central debería buscarse una vocación común hacia una sociedad más igualitaria, que tienda a ampliar los derechos económicos, socia- les y culturales de las personas. Sólo entonces tiene sentido que nuestros políticos progresistas desarrollen una amistad política en el pleno respeto a la autonomía de cada quien. Naturalmente, todo el razonamiento anterior se refiere al ámbito político, no al ámbito intelectual, cultural o de negocios, como tampoco a la amistad y la cercanía entre las sociedades y las personas. Ellos tienen su propio tejido, que suele ser muy ajeno a lógicas autoritarias. Mientras más estrecha sea esa relación con toda América Latina, más provechoso será para Chile. Tampoco se refiere a la política exterior del Estado chileno, donde estas consideraciones no caben, la política de Estado, como es nuestra tradición republicana, no puede basarse sólo en coincidencias y afinidades políticas, debe responder a los intereses permanentes de la nación y al apego a los principios de la convivencia pacífica y el derecho internacional. La centroizquierda chilena, entonces, como afortunadamente hermanos no tiene, debería tener muchos conocidos, pero sólo amigos que practiquen una democracia rigurosa y con vocación social.R