Antisionismo: Judeofobia sin Judíos y Antisemitismo

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Antisionismo: Judeofobia sin Judíos y Antisemitismo sin
Antisemitas
Orfeo Balboa1, Benno Herzog2
1) UNED
2) Universidad de Valencia
Date of publication: October 1st, 2016
Edition period: October 2016- April 2017
To cite this article: Balboa, O.; Herzog, B. (2016). Antisionismo: Judeofobia
sin Judíos y Antisemitismo sin Antisemitas. Scientific Journal on Intercultural
Studies, 2(2), 118- 139. doi: 10.17583/recei.2016.2156
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RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies Vol. 2 No. 2
October 2016 pp. 118- 139
Anti-Zionism: Judeophobia
without Jews and AntiSemitism without Anti-Semites
Benno Herzog
Universitat de València
Orfeo Balboa
UNED
Abstract
There is an academic consensus that recognizes the anti-Israel discourse and the
anti-Zionistic narrative as a form of anti-Semitism especially notorious in the
political left. However, this scientific consensus seems to have little impact in social
discourses. The tools of the Enlightenment, of which science is part, seem powerless
in this case of dereference between scientific and social discourses. The aim of this
work is to understand the narrative of the anti-Zionistic anti-Semitism and its
resistance to recognize scientific discourses. Or, the other way round: to understand
the incapacity of the scientific discourse to penetrate in the broader social field. We
will therefore present the scientific consensus about the modern appearance of antiSemitism and the development of anti-Semitism in the political left. We will show
how, especially since the 1960th the anti-Semitism in the left takes the form of antiZionism. We will conclude the article by discussing the implications of the binary
character of the discourses for the living-together and for strategies of education
against anti-Semitism.
Keywords: anti-Semitism, anti-sionism, judeophobia, political left, Spain
2016 Hipatia Press
ISSN: 2014-900
DOI: 10.17583/recei.2016.2156
RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies Vol. 2 No. 2
October 2016 pp. 118- 139
Antisionismo: Judeofobia sin
Judíos y Antisemitismo sin
Antisemitas
Benno Herzog
Universitat de València
Orfeo Balboa
UNED
Resumen
Existe un consenso académico que reconoce el discurso antiisraelí y la narrativa
antisionista como forma de antisemitismo especialmente presente en la izquierda
pero que también se halla relacionado con otras ideologías. No obstante, este
consenso científico parece tener muy escaso impacto en los discursos sociales. Los
instrumentos de la ilustración de los que la ciencia ciertamente es uno, parecen ser
impotentes en este caso a la discrepancia entre discurso científico y discurso social.
El presente trabajo pretende comprender la narrativa del antisemitismo antisionista y
su resistencia por reconocer los discursos científicos. O, por otro lado: entender la
incapacidad del discurso científico de penetrar en los ámbitos sociales en cuestión.
Para ello presentaremos el consenso científico sobre las formas de la apariencia
moderna del antisemitismo y el desarrollo del antisemitismo en la izquierda.
Expondremos como sobre todo desde los años 60 el antisemitismo de la izquierda
adapta la forma del antisionismo. Finalmente discutiremos las implicaciones de este
carácter binario de los discursos para la convivencia y para las estrategias de
educación contra el antisemitismo.
Palabras clave: antisemitismo, antisionismo, judeofobía, izquierda, España
2016 Hipatia Press
ISSN: 2014-900
DOI: 10.17583/recei.2016.2156
118 Balboa, Herzog – Antisionismo
E
n la actualidad parece existir un amplio consenso de rechazo al
antisemitismo. Hace apenas cien años la situación era diferente. En
aquella época no tan lejana, la presentación pública del propio antisemitismo
formaba parte de una cierta actitud patriota. Justamente el término,
supuestamente científico, de “antisemitismo”, basado en las ideas
“científicas” sobre las razas humanas, fue un intento de diferenciación frente
al odio a los judíos o antijudaísmo, entendido como religioso y arcaico. Y el
debate sobre “la cuestión judía”, entendida como problema radicado en la
presencia de grupos particulares dentro de la imaginada homogeneidad de
los pueblos, se discutía en amplias capas de la sociedad. En este debate no
faltaban los estereotipos de los judíos como usureros, conspirando contra las
naciones, tanto en el nombre del bolchevismo como en el nombre del
capitalismo.
No obstante, dentro de este aparente consenso actual de rechazo al
antisemitismo se esconde un disenso muy preocupante. Se trata del disenso
de hasta qué punto la narrativa antisionista de la izquierda puede ser
considerada una forma moderna del antisemitismo. Como científicos
sociales sabemos que los disensos no tienen por qué ser preocupantes. El
debate, las discrepancias, la diversidad y la búsqueda por el mejor
argumento forman parte tanto del juego público-democrático como del
ámbito del progreso científico. Lo que convierte el disenso en algo
preocupante es que el mismo se produzca entre el debate científico y el
discurso popular. Existe un consenso académico que reconoce el discurso
antiisraelí y la narrativa antisionista como forma de antisemitismo (Torrens,
2016, p.35), especialmente presente en la izquierda pero que también se
halla relacionado con otras ideologías. No obstante, éste consenso científico
parece tener muy escaso impacto en los discursos sociales.
Imaginémonos una sociedad en la que a pesar de que la ciencia ya haya
demostrado la forma esférica de la tierra, la mayoría de la población creyera
que ésta fuese plana. De forma similar se muestra la situación respecto al
carácter antisemita de gran parte del pensamiento antisionista (aunque no
todo el antisionismo puede ser considerado antisemita (Herzog, 2014). Los
instrumentos de la Ilustración de los que la ciencia ciertamente es uno,
parecen ser impotentes en este caso a la discrepancia entre discurso
científico y discurso social.
RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies, 2 (2) 119
El presente trabajo pretende comprender la narrativa del antisemitismo
antisionista y su resistencia por reconocer los discursos científicos. O, por
otro lado: entender la incapacidad del discurso científico de penetrar en los
ámbitos sociales en cuestión.
Para ello presentaremos en una primera parte el consenso científico sobre
las formas de la apariencia moderna del antisemitismo. Luego presentaremos
el desarrollo del antisemitismo en la izquierda a través de dos obras que,
objetando sobre la identidad entre antisionismo y antisemitismo, nos
permitirán desarrollar la particularidad del discurso antisemita de una parte
de la izquierda. Expondremos como sobre todo desde los años 60ª el
antisemitismo de la izquierda adopta la forma del antisionismo. Finalmente
discutiremos las implicaciones de éste carácter binario de los discursos para
la convivencia y para estrategias de educación contra el antisemitismo.
La Estructura del Antisemitismo
Nos encontramos hoy en día en gran parte de Europa frente a un
antisemitismo sin judíos (Lendvai, 1971) en un sentido doble. Por un lado la
vida judía es difícilmente perceptible en la mayoría de las regiones de
Europa. Sólo en algunos países, y sobre todo en grandes centros urbanos, se
puede observar con regularidad vida judía en el espacio público. No
obstante, para el antisemitismo la no visibilidad de los judíos nunca ha sido
un problema. Más bien al contrario: por la falta de identificación como
grupo concreto el imaginario antisemita incluye la creencia en todo tipo de
conspiraciones, ya sea en forma de los Sabios de Zion o en forma del “lobby
judío”, en diferentes instituciones públicas y privadas.
Tal es la independencia del antisemitismo de la existencia real de los
judíos que Jean Paul Sartre ya decía en 1944: “Si el judío no existiera, el
antisemita lo inventaría” (Sartre, 1948, p.12). Y sigue: “contrariamente a una
opinión difundida, el carácter judío no provoca el antisemitismo sino que, a
la inversa, es el antisemita quien crea al judío. El fenómeno primero es el
antisemitismo, estructura social regresiva y concepción del mundo
prelógica” (ibid., p.133). Encontramos aquí un primer acercamiento al
antisemitismo como estructura del pensamiento que podríamos denominar
120 Balboa, Herzog – Antisionismo
según las diferentes tradiciones de las ciencias sociales: ideología, discurso,
narrativa, etc.
Por otro lado, la idea del antisemitismo sin judíos incluye el
reconocimiento de que el nuevo antisemitismo funciona incluso sin nombrar
a los judíos. En las teorías sobre el racismo se ha hecho popular la idea del
“racismo sin raza” (Balibar, & Wallerstein, 1991, p.40), es decir, se
reconoce la existencia de formas de pensar y de discriminar en las que el
término raza queda remplazado por otros términos como etnia, cultura o
religión, pero cuya estructura argumental sigue siendo fundamentalmente la
misma que la del “viejo” racismo basada en la distinción de razas. De forma
similar, para que algo sea considerado antisemitismo no hace falta el uso del
término “judío”. Otros términos pueden ser equivalentes funcionales para
esta nueva forma de antisemitismo después de su condena pública a partir
del Holocausto.
Pero: ¿en qué consiste esta estructura del antisemitismo? ¿Cómo se puede
identificar una retórica, un discurso o una narrativa como antisemita
independientemente de los términos que aparecen en la superficie de este
discurso? Podemos nombrar varios elementos que hacen referencia a la
estructura del antisemitismo. Los primeros están relacionados con la
semántica del poder y los últimos se pueden agrupar como quejas
antimodernistas.
Al primer elemento es el de la imaginación de un poder grande. Este
poder, a diferencia del imaginario racista, no radica en la imaginación de una
gran cantidad de judíos. Más bien lo contrario. El imaginario antisemita
opera con la existencia de pocas personas, pero que son altamente
influyentes. Esta supuesta influencia queda vinculada con una especial
astucia que se adscribe a los judíos o con el supuesto poder adquisitivo,
especialmente en forma de banquero, comerciante o especulador pero
también como parte de imperios mediáticos que además cuentan con un
conformismo de opinión (Escher, 2010).
El imaginario antisemita además trabaja con la idea de poderes
personales. Lejos de la comprensión de las ciencias sociales de la existencia
de poderes impersonales, estructurales o sistémicos, el antisemitismo se
imagina personas y no procesos sociales detrás de los destinos del mundo.
Detrás de la maquinaría mediática, detrás del capitalismo, las bolsas, las
guerras, la política exterior de EE.UU. o el bolchevismo (todos ellos
RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies, 2 (2) 121
entendidos por supuesto en términos negativos), el antisemitismo sospecha
la actuación consciente de personas concretas que como titiriteros dirigen el
destino del mundo.
Como tercer elemento que se añade a este poder grande y personificado
del antisemitismo se suma la idea del poder por conspiración (Holz, 2005,
p.27). Las redes internacionales, la organización mundial de los judíos en
silencio, entre otros, aumentan el poder en el imaginario antisemita. Ninguna
otra religión se relaciona tan a menudo con el término peyorativo de “lobby”
como el judaísmo. Es la idea del “lobby judío” (o sionista o de Israel) con
sus garras de tamaño mundial y que a menudo funciona como un único actor
–de forma ejemplar mediante la imagen del pulpo con sus múltiples
tentáculos.
Un cuarto elemento de poder lo encontramos en otra figura que se halla
también –pero no exclusivamente- en el antisemitismo: la tergiversación de
los papeles de agresor y víctima. Si, como hemos visto, el poder es enorme,
todo acto de agresión contra este poder se convierte automáticamente en un
acto de autodefensa. La exageración del mal hecho por los judíos, es decir la
demonización de sus actos se encuentra históricamente en el libelo de sangre
de los asesinatos rituales de niños cristianos por parte de los judíos o, más
actualmente, en la comparación de la política de Israel hacia los palestinos
con el genocidio o directamente con el Holocausto. Contra este mal absoluto
toda medida por parte de las víctimas imaginadas parece justificada
(Salzborn, 2013, p. 13).
A parte de estos elementos relacionados con el poder encontramos
elementos estructurales del antisemitismo relacionado con quejas
antimodernistas. Por ello, el quinto elemento de la estructura del
antisemitismo incluye lamentos sobre pérdidas de la comunidad o de
destrucciones de formas de convivencia auténticas, armónicas y solidarias.
El antisemitismo identifica ahora estas tendencias con los judíos e insiste en
su desarraigo y cosmopolitismo, su falta de lealtad nacional o la incapacidad
de los judíos de crear un Estado como cualquier otro.
A ello se suma lo que Holz (2001, 2005) llama la “figura semántica del
tercero”. La lógica del antisemitismo es la lógica del orden estorbado. Es la
lógica de que en principio hay diferentes razas, pueblos, naciones o
religiones, es decir grupos más o menos homogéneos de “otros” de los que
“nosotros” nos diferenciamos. Ahora bien, la figura del judío no ha encajado
122 Balboa, Herzog – Antisionismo
nunca en este orden nítido. Son religión, raza y nación a la vez y nada de
ello. No hay una definición clara y unívoca. Por ello, esta figura del judío
como lo tercero amenaza el propio sistema de orden en categorías unívocas.
“Si triunfara el tercero, la diferenciación binaria que constituye el propio
grupo y el orden del mundo sería obsoleto. Una amenaza más fundamental
no es imaginable.” (Holz, 2005, p. 31). Los judíos e Israel a menudo están
percibido como terceros, como causante de problemas entre otros o como
beneficiario de los conflictos de otros (sobre la figura del tercero, véase tb.
Simmel, 1999, p.121).
Y finalmente podemos percibir como el antisemitismo, de forma parecida
al sexismo o al racismo en última instancia homogeniza y esencializa a lo
que critica. Aquí también se refleja un anhelo antimoderno a identidades
claras, identificables y sobre todo: separables. Así por ejemplo, la retórica
antisionista no suele distinguir entre diferentes formas de sionismos.
Además, de forma parecida al racismo, el antisemitismo utiliza también la
figura retórica de la excepción que confirma la regla. La existencia del “buen
judío” no puede contrarestar la percepción de que en general los judíos no
son buenos.
El Antisemitismo en la Izquierda
Si queremos entender la esencia del antisemitismo, debemos comprender
que su importancia varía considerablemente a lo largo del tiempo, en función
de los contextos políticos y sociales en que se manifiesta, y que
inevitablemente tiene un correlato desigual y cambiante en los discursos
políticos. Esta impregnación amplia de lo político, englobando tanto partidos
como organizaciones afines, replicándose en las actitudes de periodistas e
intelectuales, pocas veces ha sido suficientemente medida para el caso de las
izquierdas europeas contemporáneas. Y sin embargo, por encima de su
fenomenología ideológica, el antisemitismo es esencialmente una
manifestación, más o menos elaborada, una forma estructural de pensar en
cuya trampa la “izquierda no tiene ninguna garantía de no sucumbir, en un
momento u otro” (Dreyfus, 2011, p. 288).
A tal respecto, está ya ampliamente establecido por la historiografía que
la eventualidad de un antisemitismo de izquierdas es no solo posible, sino
RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies, 2 (2) 123
que han existido casos notorios a lo largo de la historia. Varias obras
académicas recogen de forma ampliamente documentada la forma en que
representativos ideólogos del progresismo manifestaron durante el siglo XIX
una compleja judeofobia, como son los casos de Fourier, Proudhon,
Toussenel, Chirac o Malon (Dreyfus, 2011, p. 22-32 & 43-68; Erner, 2005,
p.219; Lazare & Espina, 1986, p.158). Para Poliakov los movimientos
socialistas franceses de la época, tanto utópicos como científicos,
exceptuando tan solo al saint-simonismo, estaban “manchados de
antisemitismo” (Poliakov, 1968, pp. 377-391). En Alemania la izquierda
hegeliana –Feuerbach, Ruge o Bruno Bauer (Lazare & Espina, 1986, p. 160;
Wistrich, 2012)- desarrolla una judeofobia basada en la visión de la religión
judía como origen del monoteismo cristiano.
El punto de inflexión del antisemitismo de izquierdas producido con el
estallido del affaire Dreyfus -al menos para el caso español y francés- si bien
supone la paulatina marginación del antisemitismo en los discursos
progresistas de ambos países, no significa su desaparición e incluso coge a
varios de sus protagonistas con el pie cambiado. Ya estallado el escándalo, y
antes de su definitiva toma de posición, el socialista francés Jean Jaurès
había llegado a defender el carácter revolucionario de las violencias
antijudías de Argelia (Dreyfus, 2011, p. 81), en un tono solo superado por
simultánea apología del republicano Blasco Ibáñez respecto de los pogromos
medievales de Toledo (Blasco, 1972, p. 1157). Hacia 1900, ya concluido el
caso Dreyfus, el campo socialista francés aún contaba entre sus filas con
varios antisemitas convencidos como Albert Regnard o Edmon Picard
(Poliakov, 1981, p. 62). Algunos autores han señalado incluso los procesos
de transferencia doctrinal desde aquella izquierda blanquista y boulangista
finisecular en favor de intelectuales del fascismo francés de entreguerras, en
forma de síntesis de ateísmo, comunismo y racismo antisemita (Crapez,
1997, p. 277).
En lo que sigue vamos a intentar aproximarnos a los “sistemas de
pensamiento” debatiendo con las que podemos considerar las dos obras
principales y complementarias para entender el caso español: las
monografías de Álvarez Chillida, sobre el antisemitismo español
contemporáneo, y de Dreyfus respecto del antisemitismo de izquierdas en
Francia. Ambas obras, aunque de diferente alcance y sistemática analítica,
coinciden en una serie de conclusiones relevantes para articular el presente
124 Balboa, Herzog – Antisionismo
estudio. Tanto Álvarez Chillida como Dreyfus identifican manifestaciones
complejas de judeofobia en las izquierdas, si bien coinciden también en
relativizar su peso específico. El objeto de estudio de Dreyfus le permite
centrar el foco de análisis en la concreta manifestación del antisemitismo en
las izquierdas con mucha más profundidad de la que puede hacer gala
Chillida. Pero ambos comparten posiciones muy similares respecto de la
falta de identidad entre los modernos antisionismo y antisemitismo; la
comprensión de sus posiciones nos lleva a entender mejor la confusión que
existe todavía hoy en día de la identificación del antisemitismo con el
prejuicio sobre judíos concretos y no como estructura del pensamiento.
En nuestro país vecino, Dreyfus realiza una tarea de envergadura a la
hora de sistematizar la historia del antisemitismo específico de las izquierdas
francesas. Su obra, aparecida en 2009 y acompañada de la natural polémica,
recorre el periodo de 1830 a nuestros días, e identifica la existencia de hasta
cinco tipos de antisemitismo progresista en Francia. Esos modelos de
prejuicio, rara vez puros y a menudo fluctuantes y combinados, vienen a
corresponder en su génesis con una serie de etapas cronológicas: el primer
antisemitismo (1830-1880) sería de composición esencialmente económica
resumida en la caricatura del banquero hebreo Rothschild. Este primer tipo
es el que Taguieff denomina significativamente como antijudaísmo socialista
o anarquista, centrado en la imagen del judío como explotador capitalista y
cosmopolita, con componentes también anticlericales (Taguieff, 1999).
Siguió a este una segunda variante de base racial, originada a partir de 1880,
que tiene su culminación durante el affaire Dreyfus, y que fluye incluso
hasta la Primera Guerra Mundial. Se encontraría presente principalmente en
el seno de la extrema izquierda, y en diversos movimientos antiliberales,
sindicalistas revolucionarios o anarquistas.
El tercer modelo cristalizaría en el movimiento pacifista surgido en
Francia a finales de los años 30 como rechazo de quienes quieren combatir a
Hitler por su persecución antijudía; los judíos son considerados como los
que tiran de los hilos de los asuntos del mundo, manipulando la opinión
pública en favor de una guerra que solo pretende defender a sus
correligionarios alemanes. La cuarta forma de antisemitismo adoptaría
durante la segunda posguerra mundial la forma de revisionismo y
negacionismo. El quinto tipo y más reciente, seria para Dreyfus el
antisionismo que camufla una crítica antisemita del estado de Israel, y que
RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies, 2 (2) 125
identifica, fundamentalmente en el seno de la extrema izquierda, al sionismo
con una forma de colonialismo. Para el autor, comunistas estalinistas,
trotskistas, maoístas y anarquistas serían los ámbitos ideológicos en los que
con preferencia se refugia en las izquierdas ese nuevo discurso del
antisemitismo.
En España la obra de Álvarez Chillida se ha convertido en la monografía
de referencia para estudiar el antisemitismo contemporáneo patrio. Según
este autor, serían dos las coordenadas principales para esta etapa de la
judeofobia española: en primer lugar, la influencia directa de la europea,
esencialmente del antisemitismo francés, y por otro la pervivencia del
antijudaísmo tradicional, “manifiesta en la imagen popular del judío (…) y
en la predicación católica contra los pérfidos judíos y su crimen de deicidio”
(Álvarez Chillida, 2002, p. 23).
A la hora de afrontar la naturaleza y alcance del antisemitismo de las
izquierdas españolas, Chillida no duda en considerar el mismo de baja
intensidad, insistiendo en el “carácter marginal de la ideología antisemita
dentro del progresismo español” (Álvarez Chillida, 2002, p. 465). La
configuración esencialmente antisionista de determinadas formulaciones
actuales de las izquierdas se alejarían conceptualmente del modelo clásico,
en forma de un vago prejuicio escasa o rara vez antisemita. Para Chillida, el
abandono del antisemitismo por la izquierda francesa a partir del Affaire
Dreyfus tuvo su influencia inmediata también a este lado de los Pirineos,
cerrando casi definitivamente su ciclo de influencia. Se puede oponer, no
obstante, que tal conclusión obvia por un lado los epifenómenos antisemitas
posteriores en las izquierdas francesas y europeas, y el carácter especial del
antisemitismo sin judíos hispánico por otro.
Encontramos un cierto paralelo a las conclusiones de Álvarez Chillida en
las consideraciones finales de la obra de Dreyfus. El historiador francés, es
también partidario de minimizar la responsabilidad de la izquierda de aquel
país por su antisemitismo inconsciente, valorando como atenuantes el que
nunca ninguna organización progresista introdujo el antisemitismo en su
programa, o que la esencia antisemita es contraria a los principios
universalistas reclamados por esta familia política. Sin entrar ahora en
analizar las anteriores salvedades, es importante que las mismas no son sino
acotaciones a una completa y sistemática catalogación de un específico
sistema de antisemitismo progresista, que amplía el alcance del fenómeno
126 Balboa, Herzog – Antisionismo
mucho más allá de donde se detiene Chillida. En todo caso, no parece que la
falta de inclusión del antisemitismo en un programa político deba ser la
condición para identificar y estudiar su existencia. El propio Álvarez
Chillida reconoce que han sido muy escasos los partidos políticos españoles
-de todo el espectro, derecha e izquierda- que hayan destacado el
antisemitismo en sus programas ideológicos (Álvarez Chillida, 2002, p.175),
no considerando por ello que no haya existido antisemitismo político, de
mayor o menor relevancia.
Chillida pretende diferenciar claramente el antisionismo de izquierdas,
evidenciado sobre todo a partir de la Guerra de los Seis Días, del
antisemitismo tradicional; según el autor “no es lo mismo considerar injusta
la existencia del Estado de Israel que considerar a los judíos en general
pérfidos, e instigadores de siniestros planes de destrucción” (Álvarez
Chillida, 2002, p. 466). No podemos dejar de detenernos en la utilización de
la palabra justicia relacionada con los elementos fundacionales de un Estado.
La creación del Estado de Israel se remonta al menos a 1948, momento a
partir del cual ha tenido oportunidad de ir reuniendo todos los requisitos de
hecho y de derecho comúnmente aceptados para el reconocimiento de una
nación soberana como partícipe de la comunidad internacional (Córdoba,
2011; Pérez- González, 2009). Sin embargo, por poner el ejemplo de Estados
amanecidos al escenario internacional mucho más recientemente, como
puede ser Kosovo, en circunstancias no exentas de una amplia polémica
doctrinal, cuando se enjuician las políticas de su gobierno no encontramos
aparejado permanentemente en el análisis el estigma de su supuesta
ilegitimidad originaria. Según tal distinción defendida por Chillida, rechazar
la política israelí de ocupación y colonización de los territorios palestinos se
limita a sostener una actitud crítica absolutamente legítima, centrada por lo
tanto en el ámbito de lo político.
Cómo el propio Chillida reconoce, sin embargo, los textos antisionistas
españoles con los que trabaja realizan dos acusaciones principales contra el
Estado de Israel: en primer lugar, su carácter burgués capitalista,
directamente vinculado al imperialismo norteamericano y occidental; en
segundo, su carácter expansionista a costa de los árabes, “que se basa en el
carácter fanático, discriminador y racista del sionismo, debido a su raíz
religiosa” (Álvarez Chillida, 2002, p. 468). Hay cierta incoherencia en
pretender distinguir el antisionismo del antisemitismo por su oposición no a
RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies, 2 (2) 127
lo judío, sino a las políticas de un concreto Estado, cuando las acusaciones
antisionistas
que acabamos de ver no dudan en combinar las
consideraciones político-institucionales con las religiosas, trasladando a un
Estado cualidades derivadas de su supuesta raíz confesional.
La asignación a los judíos de un carácter común, de una moral común, si
bien en la evolución antisemita se desligó progresivamente del compartir
unas creencias religiosas, sigue implicando sin embargo que existe un
“espíritu”, un esencialismo en el carácter del pueblo judío que determinaría y
explicaría su cultura, su civilización. Como señala Bravo López, habrían
sido “educados en esas creencias, se han criado inmersos en ese espíritu (…)
lo llevan en la sangre” (Bravo, 2012, p.103). Este sería precisamente uno de
los más importantes factores de continuidad en la tradición antijudía, que
vincularía “directamente la imagen que se forjó en la Edad Media con la que
tiene el antisemitismo hasta el día de hoy” (Bravo, 2012, p. 101). En tal
sentido, la moderna critica al Estado hebreo -la réprobation d´Israel, tal y
como ha sido definida por Finkielkraut -, designaría en sí misma la
propensión del pueblo judío -como colectivo coherente- a cometer el mal, la
confirmación del carácter falaz del discurso victimario sionista, que
escondería en realidad a un agresor. (Erner, 2005, p. 242; Finkielkraut,
1983).
En cierto modo, es difícil comprender las razones de Chillida cuando
señala que la distancia entre antisemitismo y antisionismo consiste
precisamente en que este “por radical que sea, no suele ir acompañado en
estos autores de un rechazo de todo lo que proceda de los judíos” (Álvarez
Chillida, 2002, p. 469), o cuando pondera que “su antisionismo ni siquiera
excluye la existencia del Estado de Israel”. Y es que los anteriores criterios
no se aplican en su obra, como es normal, para considerar antisemitas y
antijudías otras manifestaciones similares, si bien de notorios conservadores.
Del mismo modo que el nombre no hace a la cosa, el antisemitismo no
solamente se encontrará conscientemente incardinado en unas determinadas
coordenadas ideológicas. También podrá estar representado en elementos
discursivos más o menos personales o aislados de su concreta filiación a un
conjunto de ideas, pero que se deben analizar en su contexto, en este caso
político. Y es que cuando Chillida señala que el prejuicio antisionista “por
muy visceral, generalizador o exagerado que pueda parecer en algunos
casos, dista mucho de la literatura específicamente antisemita” (Álvarez
128 Balboa, Herzog – Antisionismo
Chillida, 2002, p. 469), descarta una pregunta con relevancia metodológica:
¿Por qué Israel entre todos los Estados, como antes fue el judío entre todos
los pueblos? Tras esa elección hay una opción, una selección discriminatoria
que ha atraído permanentemente la atención de la sociología del
antisemitismo, y que rara vez se considera fruto del azar. (Taguief, p.IX
prólogo a Erner, 2005; Postone, 2001).
El Antisionismo como Antisemitismo
Hemos visto que para comprender al antisemitismo hay que entenderlo como
estructura (sea discursiva, de pensamiento, narrativa, etc.) y no sólo como
una actitud concreta contra personas determinadas identificadas claramente
como judías. Igualmente hemos visto que existe históricamente una
determinada forma de antisemitismo también en diferentes corrientes de la
izquierda. Ahora estamos en disposición de analizar si encontramos esta
estructura antisemita también en ideologías que niegan ser antisemitas. Muy
a pesar de Álvarez Chillida hay un consenso en la literatura internacional de
que hoy en día, uno de los ámbitos donde se encuentra la estructura
antisemita de forma más destacada es en la izquierda antisionista (Baer &
López, 2012; Herzog, 2014; Holz, 2001, 2005; Torrens, 2016).
Tanto el sionismo como el antisionismo han cambiado a lo largo de la
historia y no pueden ser considerados bloques únicos. No es lo mismo el
sionismo antes de la catástrofe de Auschwitz que después y de la misma
forma no es lo mismo el antisionismo antes y después de Auschwitz o el
antisionismo judío ultraortodoxo y el antisionismo de gran parte de la
izquierda laica occidental. Lo que aquí nos interesa es sólo aquella forma de
antisionismo que puede ser considerada antisemita. La literatura a veces
diferencia entre el antisemitismo antisionista y el antisionismo antisemita
(Baer, 2012) según si se quiere subrayar que se trata de antisemitismo que
aparece en forma de antisionismo o si se trata de antisionismo que utiliza
argumentos antisemitas. No obstante, lo que para nuestra argumentación
importa es la relación entre antisemitismo y antisionismo.
Si el antisemitismo es un modo de explicación, un remedo de
cosmovisión, la percepción de Israel y del conflicto de Oriente Próximo
debería compartir elementos semánticos que perpetuaran la imagen del judío
RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies, 2 (2) 129
como detentador de redes globales de poder económico y como una amenaza
antropomorfa a la seguridad mundial (Herzog, 2014). Varios autores han
constatado como la codificación neocolonial del conflicto árabe-israelí, y la
traslación de epítetos negativos desde el judío a Israel es uno de los vasos
comunicantes entre antisionismo y antisemitismo (Baer, 2012; Torrens,
2016).
Para Juaristi, el nuevo antisemitismo o la nueva judeofobia adopta
habitualmente “la apariencia de antisionismo de izquierda” (Juaristi, p IX en
el prólogo a Finkielkraut, 2005). La representación sistemática del sionismo
como una forma de racismo conectaría a la izquierda europea con el
antisionismo árabe-islámico, y entroncaría con ciertos discursos
antiimperialistas. Pierre André Taguieff considera que el odio de la izquierda
y sobre todo de la extrema izquierda hacia Israel se encuentra en el origen de
un espacio “islámico-izquierdista” esencialmente antisemita (Taguieff,
2008).
Se ha teorizado sobre el vínculo íntimo existente entre el antisemitismo y
el anticapitalismo, transversal al nacionalsocialismo y a determinadas
manifestaciones de las izquierdas, según la cual el judío aparecería como una
forma objetivada, que biologiza el capitalismo en judaísmo internacional.
Los judíos no sólo son considerados como los representantes del capital –
superando el nivel de la lucha de clases- sino que su imagen se vuelve
fetiche, personificando “la dominación internacional, inaprensible,
destructiva e infinitamente poderosa del capital” (Postone, 2001).
Las acusaciones al Estado de Israel, tantas veces impregnadas de un
cierto antioccidentalismo, no están tan lejos de la reacción antimoderna
sobre la que se construyó el antisemitismo contemporáneo. Erner considera
que el anticapitalismo es durante la época contemporánea un cohesionador
de las teorías antisemitas mucho más poderoso que el elemento racial (Erner,
2005, p. 219). Ello estaría directamente vinculado con la seducción con que
tantos intelectuales de izquierda antes del affaire Dreyfus sucumbieron a la
retórica antijudía, articulada en forma de denuncia conjunta de la economía
liberal y del grupo que la simbolizaba, los judíos. La nueva judeofobia
(Taguieff, 2002) no está ya definida por la religión o la raza, sino por un país
concreto -Israel- y por las fuerzas acusadas de sostenerlo, sean estas los
EEUU o aquellas, más vagas, del capitalismo (Erner, 2005, p. 244).
130 Balboa, Herzog – Antisionismo
Es notorio como el régimen estalinista conformó un antisemitismo de
Estado sobre la base de una novedosa síntesis de prejuicio racial, ritual y
político (Vaksberg, 2003, p.207). Una campaña ampliamente apoyada por
elementos de la intelectualidad soviética tildó durante años a los judíos de
“cosmopolitas” y peligrosos sionistas enemigos de la revolución,
coincidiendo en el tiempo con una amplia represión de otras minorías étnicas
no rusas y tradicionalmente turbulentas, cuando no rebeldes -deportaciones
de kalmukos, chechenos, ingusetios, tártaros de Crimea, etc.…-. Para
Courtois, a partir de 1945, Stalin designó progresivamente al pueblo ruso
como “el pueblo dirigente” y se orientó de forma paulatina hacia el nacionalcomunismo (Stephane Courtois, en prólogo a Vaksberg, 2003); los judíos
comienzan a ser purgados de los puestos de responsabilidad o privados de
trabajo. En Francia habrá que esperar hasta la desaparición de Stalin en
1953, para que el Partido Comunista Francés reconozca y condene un
antisemitismo ya para entonces manifiesto del régimen soviético (Dreyfus,
2011, p. 284).
Otros autores han llamado la atención sobre cómo la denuncia del
cosmopolitismo hebreo se ha venido complejizando recientemente con su
imagen especular: una Europa que ha renunciado a los principios de la
soberanía territorial en favor de la mundialización -de la “destribalización”
en términos de Finkielkraut- reprocha a Israel todo lo contrario: su
coherencia étnico-religiosa materializada en el Estado de Israel como el
último de los Estados-Nación. Como ha señalado Baer, Israel se define “en
términos étnicos/culturales” (Baer, 2012). La idenficación de los
judíos/Israel como feroces nacionalistas y como cosmopolitas sin
sentimiento de patria se une a una larga lista de incongruencias como la de
identificar a los judíos tanto con el capitalismo como con el bolchevismo.
Es evidente la interrelación, al menos argumental, del sentimiento
antisionista con la realidad del conflicto de Oriente Próximo; su
retroalimentación hace imposible aislar el uno del otro. Pero en la
configuración de la opinión pública respecto del conflicto palestino se ha
señalado la abundante presencia de clichés, de tópicos que evolucionan en
dogmas, en base a los cuales todos los espectadores occidentales tienen, o
creen tener, una opinión clara sobre una realidad interpretada en términos
muchas veces maniqueos (Culla, 2005, p.13). El conflicto árabe-israelí
genera en partes de la opinión pública lo que se ha llamado “la ilusión de
RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies, 2 (2) 131
comprender” (Villatoro, 2004, p. 93) un escenario donde los roles son
distribuidos entre “buenos” y “malos”.
Como hemos visto, para gran parte de la izquierda, el conflicto judíoárabe y su codificación como conflicto colonial es una de las fuentes de su
antisionismo. Históricamente se han fusionado en esta forma de
antisionismo elementos del antisemitismo islámico con el apoyo oficial de la
lucha anticolonial y antiimperialista de la Unión Soviética. Mediante
movimientos de solidaridad con estas luchas y organizaciones afines a las
ideas de la Unión Soviética se extiende el antisionismo a gran parte de la
izquierda europea. Resulta revelador en este sentido que hasta la guerra de
los seis días en 1967 la ocupación de Gaza por parte de Egipcia o de
Cisjordania por parte de Jordania no ha rescucitado grandes críticas en la
izquierda europea. No obstante, las cosas cambian en el momento en que el
Estado Judío decide ocupar estas regiones. A partir de entonces y hasta hoy
en día se desarrolla una fuerte crítica alrededor del tema de la ocupación.
Este antisionismo a menudo recurre a estructuras antisemitas utilizando
figuras de poder, dinero, conspiraciones y redes globales aunque raras veces
utiliza directamente el término “judío”. Suele utilizar como equivalente
funcional los términos de “Israel” o “sionista”. No obstante se encuentran en
la estructura de este antisionismo todos los elementos del antisemitismo. En
cierto modo, la condena moderna a Israel, no deja de reunir entre otros
algunos de los tradicionales tópicos de la vieja judeofobia: la caracterización
del pueblo israelí como un usurpador de la patria palestina conecta con las
viejas acusaciones de pueblo errante y desarraigado, al tiempo que su misma
existencia, vinculada al imperialismo estadounidense, responde a la
capacidad típicamente hebrea para la conspiración internacional. Pero vamos
a ver el discurso antisionista en relación con los elementos de la estructura
del antisemitismo descrita en la primera parte de este artículo.
Encontramos la idea del poder grande. En referencia al conflicto judíoárabe a menudo se imagina a Israel (comparable en términos de habitantes y
terreno con Cataluña) como el Goliat, único o principal opresor de los árabes
dentro y fuera de su territorio. Opresiones estructurales como las de sexo o
de clase prácticamente desaparecen detrás de la identificación de Israel, su
gobierno y su fuerza militar con poderes personalizados. Y tampoco falta la
figura de la conspiración, de las redes de poder de Israel o el sionismo más
allá de las fronteras. La imagen del “lobby israelí” que domina la política
132 Balboa, Herzog – Antisionismo
exterior de EE.UU. y que manipula la maquinaria mediática de occidente es
omnipresente en los discursos de la izquierda antisionista. Y también
encontramos en gran medida en este discurso antisionista la tergiversación
agresor-víctima, así por ejemplo cuando se habla del “genocidio” o incluso
del “Holocausto” perpetrado supuestamente a los palestinos por parte de
Israel; es decir, el Estado cuya existencia histórica se debe sobre todo al
genocidio, está imaginado ahora no como víctima de una persecución
centenaria (o incluso milenaria) sino como agresor. Los movimientos de
destruir a Israel y sus habitantes son celebrados como actos de resistencia
frente a este enorme poder.
Queda inmediatamente claro por qué esta estructura debe parecer
simpática a la izquierda que tradicionalmente se posiciona con los menos
poderosos. Al imaginarse Israel como todopoderoso, el antisionismo no se
percibe como una discriminación contra los judíos, sino que permite
autoposicionarse en la lucha contra este poder enorme, es decir, en un
movimiento de liberación o emancipación. Si la libertad, igualdad y
solidaridad tradicionalmente han sido los pilares de la argumentación de la
izquierda, sólo se pueden justificar actos discriminatorios que afectan a un
grupo poblacional o a una nacionalidad concreta si antes se la ha identificado
como poder superior, contrario a la igualdad. Ahora, en clásica
tergiversación de agresor y víctima, se puede discriminar a los judíos
percibiéndose a si mismo como defensor de libertad, igualdad y solidaridad.
Y también encontramos en el antisionismo de izquierdas elementos de la
queja antimoderna y el anhelo de un orden premoderno imaginado como
harmónico. La creación del Estado de Israel irrumpe en esta narrativa en una
Palestina que de otra forma sería libre, negando el hecho de que nunca ha
existido un Estado palestino o el hecho de que hay múltiples formas de
opresión que sufre actualmente la población palestina de las que sólo una
minoría tiene que ver con la existencia de Israel. El antisionismo no sólo
crítica a Israel, sino que identifica a Israel como el único Estado del mundo
cuya existencia pone principalmente en tela de juicio. La propia existencia
de Israel no encaja en el orden mundial para este antisionismo.
La población palestina y hasta los grupos terroristas están considerados
como meras víctimas y de forma paternalista como “buenos salvajes”. Y el
sionismo en esta argumentación se percibe como un único bloque negando
las diferentes corrientes y debates internos y se percibe al sionismo no como
RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies, 2 (2) 133
una forma más de nacionalismo sino como esencialmente malvado. En
innumerables casos, por ejemplo, se produce con respecto a los judíos la
asociación automatizada kipá-judío-israelí-política exterior israelí, y los
medios de comunicación no se diferencian demasiado en función de sus
ideologías a la hora de recurrir a idénticos métodos de atajo visual y
perpetuación simbólica (Pou & Israel, 2011).
Reflexiones
El tema del antisemitismo de izquierdas parece abrir un debate molesto en
nuestro país y más o menos marginalizado, alejado de los focos académicos.
O bien se le resta virtualidad, o se minimiza su importancia. Los trabajos de
identificación de sus representaciones y análisis de sus mecanismos de
formulación y reproducción son fragmentarios y poco sistemáticos en
España. Sin pretender prevalernos de una sensibilidad especialmente
exacerbada respecto de la cuestión judía, ni sobredimensionar la
impregnación antisemita de las izquierdas contemporáneas, consideramos
que conocer su fenomenología y comprender los rebrotes históricos de sus
manifestaciones, a veces con una virulencia y un rearme intelectual
imprevistos, justifican sobradamente una profundización en el asunto.
La presencia del antisemitismo en España trae importantes problemas
tanto para una política justa en el ámbito internacional como para la
convivencia aquí. La visibilidad de los aproximadamente 12.000 judíos es
mínima, también por la prudencia que recomienda no ser identificado en
público como judío. Los centros y encuentros judíos necesitan una
protección especial y el conocimiento entre los españoles sobre el judaísmo
es mínimo.
En Francia, donde en el año pasado unos 8.000 judíos dejaron el país, se
está comenzando a tomar el tema en serio también en la izquierda. En
Alemania comenzó la concienciación a partir de 1976 cuando terroristas de
izquierda ayudaron a un grupo de palestinos a secuestrar un avión en
Entebbe (Uganda), seleccionando a los pasajeros judíos y dejando libres a
los demás. Y también en Gran Bretaña en la primera mitad de 2016, la
suspensión por antisemitismo de unos 50 militantes del Labour Party
muestra la creciente concienciación sobre el tema (McCann, 2016).
134 Balboa, Herzog – Antisionismo
En España nada de esto ha pasado. Más bien se puede percibir un
desplazamiento de hegemonía (Herzog, 2015) respecto al antisemitismo de
izquierdas. Varios municipios ya se han sumado a la campaña de boicot a
Israel, BDS (boicot, desinversión, sanción) que incluye en su argumentario
toda la estructura antisemita. Formas antisemitas similares de pensar están
demasiado arraigadas en España - no sólo en la izquierda sino también en el
catolicismo y el nacionalismo/racismo (Herzog, 2014) - como para crear un
espacio público que se muestra sensible frente al constante cruzar de la
frontera entre crítica legítima a Israel y antisemitismo.
Para entender como gran parte de la izquierda parece inmune a los
argumentos científicos de explicación de la estructura del antisemitismo
conviene entender el antisionismo como código cultural (Volkov, 2000). Un
código cultural es una fórmula verbal que tiene una doble función: Por un
lado produce y reproduce ciertas asociaciones y contextos y por otro lado
funciona como clave comunicativa, es decir, hace innecesario explicitar su
contenido. En la izquierda, definirse como antisionista provoca ciertas
connotaciones sobre la interpretación del conflicto judío-árabe. Como hemos
visto, el antisionismo de izquierdas interpreta el conflicto en términos de
imperialismo y (neo)colonialismo, la culpa recae, prácticamente en su
totalidad, sobre Israel, que es percibida como Estado beligerante. Estas
afirmaciones y muchas más se encuentran condensadas cuando alguien se
autodefine como antisionista.
Como clave comunicativa, por otro lado, el antisionismo hace superfluo
nombrar explícitamente los propios resentimientos antisemitas. El
antisionismo permite ocultar el propio antisemitismo distanciándose
abiertamente del antisemitismo y del odio a los judíos. Contrariamente al
fundamentalismo islámico o a las ideologías racistas de la extrema derecha,
la izquierda no permite la exclusión directa de los judíos como religión o
pueblo. Al sustituir “judío” por “sionista” y al identificarlo con el
imperialismo, se puede mantener una explicación antisemita del mundo sólo
cambiando el color del traje, es decir, sólo cambiando una palabra por otra.
Y es que en España, y eso es relevante para estudiar este específico
antisionismo, el concepto de Israel es el moderno canal de articulación de la
judeofobia. Como señala Baer, no solo bloquea la reflexión general sobre el
antisemitismo, sino que “permite su racionalización” (Baer, 2012): por un
RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies, 2 (2) 135
lado la negación del antisemitismo como problema, y al mismo tiempo la
naturalización o normalización de la hostilidad antijudía.
Las estrategias de lucha contra el antisemitismo serían entonces los
clásicos de la ilustración: mostrar el dominio de las estructuras antisemitas
que se reproducen a menudo inconscientemente en los discursos cotidianos.
Explicitar, explicar y demostrar serían entonces las herramientas
pedagógicas más importantes para tal cometido. No obstante, hemos visto
que existe una cierta resistencia desde posiciones supuestamente ilustradas
de movimientos sociales de reconocer la existencia de antisemitismo como
problema fundamental de la izquierda. Esto hace pensar que con el
antisemitismo la ilustración ha llegado a su límite. Parece que esta
resistencia de reconocer el estado actual de las investigaciones sobre el
antisemitismo requiere otras explicaciones. Una de ellas es la judeofobia. A
diferencia del antisemitismo, el término judeofobia hace referencia a una
patología, una fobia como razón subyacente de los prejuicios. No obstante,
como se trataría de una patología bajo la cual su portador no sufre y a la cual
ni siquiera reconoce, no se le puede tratar con medios terapéuticos.
Pero tratar el antisemitismo como fobia patológica explicaría la
resistencia de cierta izquierda a tomar en serio los argumentos que desde las
múltiples investigaciones científicas sobre el antisemitismo se vienen
enumerando desde hace mucho. En su ya clásico texto sobre educación
después del Holocausto, Adorno (1998) hace referencia a aspectos
psicológicos que sólo se pueden superar con una educación que fortalezca el
Yo frente a los atajos, reducciones y alivios que presentan los prejuicios para
el pensamiento.
No obstante, como científicos sociales no debemos caer en un
psicologismo sino comprender las estructuras sociales, discursivas detrás de
la reproducción diaria del antisemitismo. La reproducción cotidiana de
discursos, elementos argumentativos, metáforas, etc. facilita el pensamiento
antisemita. Este pensamiento estructural tiene la capacidad de adaptarse a
nuevas situaciones históricas y cambiar de forma obstaculizando la
percepción de la estructura antisemita. La búsqueda de estrategias de
combate del antisemitismo en Europa es más que urgente. En los últimos
años una gran cantidad de judíos ha emigrado del Viejo Continente. Una
Europa sin judíos sería una victoria con retraso del nacionalsocialismo y un
símbolo de la pérdida de capacidad de convivencia en nuestros países.
136 Balboa, Herzog – Antisionismo
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Benno Herzog, profesor de la Facultad de Sociología de la
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Orfeo Balboa, Doctorando de Historia contemporánea, Universidad
UNED
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