El azar como acto del campo histórico

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Investigación Científica, Vol. 5, No. 1, Nueva época,
agosto–diciembre 2009, ISSN 1870–8196
A merced del azar
Chance, fortune, luck
Antonio González Barroso
Unidad Académica de Historia
Universidad Autónoma de Zacatecas
E–mail: [email protected]
RESUMEN
El ensayo expone la apreciación que del azar tiene el escritor y filósofo político
florentino Nicolás Maquiavelo (1469–1527), en su opúsculo El príncipe. Maquiavelo,
como hombre renacentista, se interesa por el estudio del pasado de la antigüedad
clásica, lo cual lo pone en contacto con la fortuna, palabra latina que designa en la
mitología romana a la diosa de la buena y mala suerte. Además de las lecturas, su
experiencia con el estado lo llevan a considerar que en la política no todo se debe a la
decisión humana ni al condicionamiento o propensión natural, sino que el azar juega
un papel importante en la conclusión de las acciones; como lo muestran quince de los
veintiséis capítulos que componen su obra El príncipe.
Palabras clave: azar, Maquiavelo, El príncipe, fortuna.
ABSTRACT
The essay sets out the appreciation that of the chance has the writer and political
philosopher Florentine Niccolo Machiavelli (1469–1527), in its opuscule The Prince.
Machiavelli, like Renaissance man, is interested in the study of the past of the classic
antiquity, which put him in contact with the fortune, latin word that it designates in
roman mythology to the goddess of the good and bad luck. Besides the readings, also
its experience as state man takes to him to consider that in the policy not everything is
1
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due to the human decision nor to the agreement or natural propensity, but the chance
plays an important role in the conclusion of the actions; as fifteen of the twenty-six
chapters show it in his work The Prince.
Keywords: chance, Machiavelli, The prince, fortuna.
A merced del azar
El príncipe es una obra escrita por Nicolás Maquiavelo (1469–1527) en 1513 y publicada
póstumamente en 1532, cinco años después de su muerte. En dicho opúsculo
manifiesta la presencia de aquel en los asuntos humanos, nombrándolo también
como suerte, fortuna, ocasión (oportunidad), accidente, circunstancias. Es importante
señalar que Maquiavelo es un hombre renacentista, por lo que siente una especial
atracción por el pasado antiguo grecolatino, lo que lo lleva a aseverar «no he
encontrado entre lo poco que poseo nada que me sea más caro o que tanto estime
como el conocimiento de las acciones de los hombres, adquirido gracias a una larga
experiencia de las cosas modernas y a un incesante estudio de las antiguas».1
Asimismo reconoce su experiencia política, la cual adquiere como agente diplomático
de la cancillería florentina durante catorce años (1498–1512).
El saber sobre el pasado lo obtiene por medio del estudio de historiadores
antiguos, pero es un acercamiento ciceroniano, la historia asumida como «maestra de
la vida»: «Extraer aquella utilidad por la que debe buscarse el conocimiento de la
1
«Nicolás Maquiavelo al magnífico Lorenzo de Médicis» en Nicolás Maquiavelo, El príncipe,
traducción Antonio Gómez Robledo, México, Porrúa, 200825 [1532], p. LVII. Se hace la aclaración que la
edición que acabo de mencionar cuenta con dos errores: señala que la primera edición se publicó en
Florencia en 1513, siendo que la fecha corresponde al manuscrito, y dice que es la XXV edición en la
colección Sepan cuantos, pero debería ser reimpresión.
2
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historia»2 y «los ejemplos de que está llena la Historia».3 No olvidar, además, que
Maquiavelo escribe Historia de Florencia, libro que lo sitúa como uno de los más
grandes representantes de la historiografía renacentista.
Este conocimiento del pasado, en especial de la antigüedad clásica, lo pone en
contacto con la Fortuna, palabra latina que designa en la mitología romana, a la diosa
de la buena y la mala suerte, cuyos atributos corresponden con los de la diosa griega
Tyché, quien rige la suerte o la prosperidad de una comunidad. Desde un punto de
vista estricto, la fortuna se opone al destino, ya que éste implica un futuro
preestablecido y aquella es veleidosa, mudable.
Uno podría pensar que Maquiavelo se prejuicia de la existencia de la Fortuna por
sus lecturas, pero al decir de él mismo que la experiencia también le ha llevado a
mantener tales consideraciones respecto del gobernante y los gobernados, entonces
adquiere conciencia que en la política no todo se debe a la decisión humana ni al
condicionamiento o propensión natural, sino que hay un dejo4 de aleatoriedad y que
juega un papel determinante en la conclusión de las acciones.
Acerca de la función del azar en la obra de Maquiavelo, el historiador José Luis
Romero afirma: «La Fortuna se configura en Maquiavelo con una personalidad
imprecisa. A veces parece el mero azar y a veces es una especie de inteligencia
directora, cuyos designios se ocultan al hombre».5A continuación se muestra la
posición que manifiesta el mismo Maquiavelo a lo largo de su opúsculo. De los
veintiséis capítulos que componen su obra, en quince de ellos aborda el azar.
Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, traducción Ana Martínez Arancón,
España, 1987 [1531], p. 29.
2
3
Nicolás Maquiavelo, El príncipe, p. 54.
4
Entiéndase como placer o disgusto que queda después de una acción.
5
José Luis Romero, Maquiavelo historiador, México, Siglo XXI, 19863 [1943], pp. 81–82.
3
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Maquiavelo, desde la primera página de El príncipe, en la dedicatoria a Lorenzo de
Médicis (1492–1519), nieto homónimo de el Magnífico (1449–1492), hace alusión a
aquello que escapa a la necesidad natural y a la voluntad humana: «Y si Vuestra
Magnificencia, desde la cúspide de su altura, vuelve alguna vez la vista hacia este
llano, comprenderá cuán inmerecidamente soportó una grande malignidad de la
suerte»;6 refiriéndose al pueblo de Florencia.
En el capítulo I, al hacer alusión a los Estados, sean repúblicas o principados, dice
que «se adquieren por las armas propias o por las ajenas (ejércitos extranjeros o
mercenarios), por la suerte o por la virtud (talento, capacidad, valor)».7 En el III, habla
que «cuando se adquieren Estados en una provincia con idioma, costumbres y
organización diferentes, surgen entonces las dificultades y se hace precisa mucha
suerte y mucha habilidad para conservarlos».8 En el VI, dice:
Y dado que el hecho de que un hombre se convierta de la nada en príncipe presupone
necesariamente talento o suerte, es de creer que una u otra de estas dos cosas allana, en
parte, muchas dificultades. Sin embargo, el que menos ha confiado en el azar es siempre
el que más tiempo se ha conservado en su conquista […] Pero quiero referirme a aquellos
que no se convirtieron en príncipes por el azar, sino por sus virtudes […] Y si nos
detenemos a estudiar su vida y sus obras, descubriremos que no deben a la fortuna sino el
haberles proporcionado la ocasión propicia, que fue el material al que ellos dieron la
forma conveniente. Verdad es que, sin esa ocasión, sus méritos de nada hubieran valido;
pero también es cierto que, sin sus méritos, era inútil que la ocasión se presentara. […] Por
lo tanto, estas ocasiones permitieron que estos hombres realizaran felizmente sus
6
«Nicolás Maquiavelo al magnífico Lorenzo de Médicis» en Nicolás Maquiavelo, El príncipe, p.
LVII
(las cursivas son mías). Irónicamente, Maquiavelo escribe El príncipe mientras está exiliado en San
Casciano (su pueblo natal al sur de Florencia) acusado de conspirar contra los Médicis.
7
Nicolás Maquiavelo, El príncipe, p. 3 (los paréntesis y las cursivas son míos).
8
Ibid, p. 5 (las cursivas son mías).
4
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designios, y, por otro lado, sus méritos permitieron que las ocasiones rindieran provecho,
con lo cual llenaron de gloria y de dicha a sus patrias. […]
Es el de Hierón de Siracusa, que de simple ciudadano llegó a ser príncipe sin tener otra
deuda con el azar que la ocasión; pues los siracusanos, oprimidos, lo nombraron su
capitán, y fue entonces cuando hizo méritos suficientes para que lo eligieran príncipe.9
Asevera en el VII:
Los que sólo por la suerte se convierten en príncipes poco esfuerzo necesitan para llegar a
serlo, pero no se mantienen sino con muchísimo […] Estos príncipes no se sostienen sino
por la voluntad y la fortuna –cosas ambas mudables e inseguras– de quienes los
elevaron[…]salvo que quienes se han convertido en forma tan súbita en príncipes se
pongan a la altura de lo que la fortuna ha depositado en sus manos, y sepan preparse
inmediatamente para conservarlo, y echen los cimientos que cualquier otro echa antes de
llegar al principado.
Acerca de estos dos modos de llegar a ser príncipe —por méritos o por suerte—,
quiero citar dos ejemplos que perduran en nuestra memoria: el de Francisco Sforza y el
de César Borgia. Francisco, con los medios que correspondían y con un gran talento de la
nada se convirtió en duque de Milán, y conservó con poca fatiga lo que con mil afanes
había conquistado. En el campo opuesto, César Borgia, llamado duque Valentino por el
vulgo, adquirió el Estado con la fortuna de su padre, y con la de éste lo perdió, a pesar de
haber empleado todos los medios imaginables y de haber hecho todo lo que un hombre
prudente y hábil debe hacer para arraigar en un Estado que se ha obtenido con armas y
con apoyo ajenos […] Si se examinan los progresos del duque, se verá que ya había
echado las bases para su futura grandeza; y creo que no es superfluo hablar de ello,
porque no sabría qué mejores consejos dar a un príncipe nuevo que el ejemplo de las
9
Ibid, pp. 14 y 15 (las cursivas son mías).
5
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medidas tomadas por él. Que si no le dieron el resultado apeticido, no fue por culpa
suya, sino producto de un extraordinario y extremado rigor de la suerte. […]
Si hubiese logrado esto10 (aunque fuera el mismo año de la muerte de Alejandro),11 habría
adquirido tanto poder y tanta autoridad, que se hubiera sostenido por sí solo, y no habría
dependido más de la fortuna ni de las fuerzas ajenas, sino de su poder y de sus méritos.
[…]
No puedo, pues, censurar ninguno de los actos del duque; por el contrario, me parece
que deben imitarlos todos aquellos que llegan al trono mediante la fortuna y las armas
ajenas.12
En el
VIII,
afirma: «Quien estudie, pues, las acciones de Agátocles13 y juzgue sus
méritos muy poco o nada encontrará que pueda atribuir a la suerte […] No se puede,
pues, atribuir a la fortuna o a la virtud (modo recto de proceder) lo que consiguió sin
la ayuda de una ni de la otra».14
Refiriéndose a los principados civiles en el
IX
informa: «El llegar a él no depende
por completo de los méritos o de la suerte; depende, más bien, de una cierta habilidad
propiciada por la fortuna, y que necesita, o bien del apoyo del pueblo, o bien del de
los nobles».15 En el capítulo
XI,
acerca de los principados eclesiásticos, comenta: «Se
adquieren o por valor o por suerte».16
En el
XII,
donde expone las distintas clases de milicias (propias, mercenarias,
auxiliares o mixtas), sobre las mercenarias aclara: «Y si los florentinos y venecianos
10
Apoderarse de Toscana, Luca y Siena. Cfr. Nicolás Maquiavelo, El príncipe, pp. 19 y 20.
11
El papa Alejandro VI (Rodrigo de Borja), padre de César Borgia, muerto en 1503.
12
Ibid, pp. 16, 17 y 20 (las cursivas son mías).
13
Militar y político griego, se convierte en tirano de Siracusa desde 317 a.C. hasta su muerte en 289 a.C.
Adquiere el título de rey en 304 a.C.
14
Ibid, p. 22 (las cursivas y el paréntesis son míos).
15
Ibid, p. 24 (las cursivas son mías).
16
Ibid, p. 28 (las cursivas son mías).
6
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extendieron sus dominios gracias a esas milicias, y si sus capitanes los defendieron en
vez de someterlos, se debe exclusivamente a la suerte; porque de aquellos capitanes a
los que podían temer, unos no vencieron y los últimos orientaron sus ambiciones
hacia otra parte».17
Al hablar de los otros tipos de milicia expresa en el XIII: «Concluyo, pues, que sin
milicias propias no hay principado seguro; más aún: está por completo en manos del
azar, al carecer de medios, de defensa contra la adversidad».18 En el capítulo
XIV,
que
trata de los deberes del príncipe para con la milicia, muestra:
Filopémenes,19 príncipe de los aqueos, tenía, entre otros méritos que los historiadores le
concedieron, el de que en los tiempos de paz no pensaba sino en las cosas que incumben
a la guerra; y cuando iba de paseo por la campaña, a menudo se detenía y discurría así
con los amigos: «Si el enemigo estuviese en aquella colina y nosotros nos enontrásemos
aquí con nuestro ejército, ¿de quién sería la ventaja? ¿Cómo podríamos ir a su encuentro,
conservando el orden? Si quisiéramos retirarnos, ¿cómo deberíamos proceder? ¿Y cómo
los persiguiríamos, si los que se retirasen fueran ellos?» Y les proponía, mientras
caminaba, todos los casos que puedan presentársele a un ejército; escuchaba sus
opiniones, emitía la suya y la justificaba. Y gracias a este continuo razonar, nunca,
mientras guió sus ejércitos, pudo surgir accidente alguno para el que no tuviese remedio
previsto.
[…]
Esta es la conducta que debe observar un príncipe prudente; no permanecer inactivo
nunca en los tiempos de paz, sino por el contrario, hacer acopio de enseñanzas para
17
Ibid, p. 32 (las cursivas son mías).
18
Ibid, p. 36 (las cursivas son mías).
19
Famoso general griego (233 a.C–183 a.C), quien dominó el Peloponeso cuando Macedonia perdía
hegemonía y Roma la ganaba.
7
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valerse de ellas en la adversidad, a fin de que, si la fortuna cambia, lo halle preparado
para resistirle.20
En el
XX
manifiesta: «[…]cuando quiere hacer grande a un príncipe nuevo, a quien le
es más necesario adquirir fama que a uno hereditario, la fortuna le suscita enemigos y
guerras en su contra para darle oportunidad de que las supere y pueda, sirviéndose
de la escala que los enemigos le han traído, elevarse a mayor altura».21 Dentro del XXI
establece:
Si el aliado pierde, el príncipe será amparado, ayudado por él en la medida de lo posible
y se hará compañero de una fortuna que puede resurgir. […]
El príncipe debe someterse a los acontecimientos. Y que no se crea que los Estados
pueden inclinarse siempre por partidos seguros; por el contrario, piénsese que todos son
dudosos; porque acontece en el orden de las cosas que, cuando se quiere evitar un
inconveniente, se incurre en otro. Pero la prudencia estriba en saber conocer la naturaleza
de los inconvenientes y aceptar el menos malo por bueno.22
En el XXIV precisa:
Estos príncipes nuestros que ocupaban el poder desde hacía muchos años no acusen a la
fortuna por haberlo perdido, sino a su ineptitud. Como en épocas de paz nunca pensaron
que podrían cambiar las cosas (es defecto común de los hombres no preocuparse por la
tempestad durante la bonanza) […] no debemos dejarnos caer por el simple hecho de
creer que habrá alguien que nos recoja […] las únicas defensas buenas, seguras y
durables son las que dependen de uno mismo y de sus virtudes.23
20
Ibid, p. 38 (las cursivas son mías).
21
Ibid, p. 55 (las cursivas son mías).
22
Ibid, pp. 58–59 (las cursivas son mías).
23
Ibid, p. 63 (las cursivas son mías).
8
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El más nutrido en referencias a la fortuna se presenta en el XXV:
No ignoro que muchos creen y han creído que las cosas del mundo están regidas por la
fortuna y por Dios, de tal modo que los hombres más prudentes no pueden modificarlas;
y, más aún, que no tienen remedio alguno contra ellas. De lo cual podrían deducir que no
vale la pena fatigarse mucho en las cosas, y que es mejor dejarse gobernar por la
suerte[…]Y yo, pensando alguna vez en ello, me he sentido inclinado a compartir el
mismo parecer. Sin embargo, y a fin de que no se desvanezca nuestro libre albedrío,
acepto por cierto que la fortuna sea juez de la mitad de nuestras acciones, pero que nos
deja gobernar la otra mitad, o poco menos. Y la comparo con uno de esos ríos antiguos
que cuando se embravecen, inundan las llanuras, derriban árboles y las casas y arrastran
la tierra de un sitio para llevarla a otro; todo el mundo huye delante de ellos, todo el
mundo cede a su furor. Y aunque esto sea inevitable, no obsta para que los hombres, en
las épocas en que no hay nada que temer, tomen sus precauciones con diques y reparos,
de manera que si el río crece otra vez, o tenga que deslizarse por un canal o su fuerza no
sea tan desenfrenada ni tan perjudicial. Así sucede con la fortuna, que se manifiesta con
todo su poder allí donde no hay virtud preparada para resistirle y dirige sus ímpetus allí
donde sabe que no se han hecho diques ni reparos para contenerla […] Y que lo dicho sea
suficiente sobre la necesidad general de oponerse a la fortuna.
Pero ciñéndome más a los detalles me pregunto por qué un príncipe que hoy vive en
la prosperidad, mañana se encuentra en la desgracia, sin que se haya operado ningún
cambio en su carácter ni en su conducta. A mi juicio, esto se debe […] a que el príncipe
que confía ciegamente en la fortuna perece en cuanto ella cambia. Creo también que es
feliz el que concilia su manera de obrar con la índole de las circunstancias, y que del
mismo modo es desdichado el que no logra armonizar una cosa con la otra. Pues se ve
que los hombres, para llegar al fin que se proponen, esto es, a la gloria y las riquezas,
proceden en forma distinta: uno con cautela, el otro con ímpetu; uno por la violencia, el
otro por la astucia; uno con paciencia, el otro con su contrario; y todos pueden triunfar
9
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por medios tan dispares. Se observa también que, de dos hombres cautos, el uno
consigue su propósito y el otro no, y que tienen igual fortuna dos que han seguido
caminos encontrados, procediendo uno con cautela y el otro con ímpetu: lo cual no se
debe sino a la índole de las circunstancias, que concilia o no con la forma de
comportarse[…] De esto depende asimismo el éxito, pues si las circunstancias y los
acontecimientos se presentan de tal modo que el príncipe que es cauto y paciente se ve
favorecido, su gobierno será bueno y él será feliz; mas si cambian, está perdido, porque
no cambia al mismo tiempo su proceder. Pero no existe hombre lo suficientemente dúctil
como para adaptarse a todas las circunstancias, ya porque no puede desviarse de aquello
a lo que la naturaleza lo inclina, ya porque no puede resignarse a abandonar un camino
que siempre le ha sido próspero. El hombre cauto fracasa cada vez que es preciso ser
impetuoso. Que si cambiarse de conducta junto con la circunstancias, no cambiaría su
fortuna. […]
Se concluye entonces que, como la fortuna varía y los hombres se obstinan en proceder de
un mismo modo, serán felices mientras vayan de acuerdo con la suerte e infelices cuando
estén en desacuerdo con ella. Sin embargo, considero que es preferible ser impetuoso y
no cauto, porque la fortuna es mujer y se hace preciso, si se la quiere tener sumisa,
golpearla y zaherirla. Y se ve que se deja dominar por éstos antes que por los que actúan
con tibieza. Y, como mujer, es amiga de los jóvenes, porque son menos prudentes y más
fogosos y se imponen con más audacia.24
En el
XXVI
y último exhorta a Lorenzo de Médicis a que asuma la liberación de Italia:
«Y no se ve en la actualidad en quien uno pueda confiar más que en vuestra ilustre
casa, para que con su fortuna y virtud, preferida por Dios y de la Iglesia, de la cual es
24
Ibid, pp. 64–66 (las cursivas son mías). Tal vez la última parte de la cita se derive del proverbio latino
adjudicado al poeta romano Virgilio (70 a.C–19 a.C): «La fortuna favorece a los audaces».
10
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ahora príncipe, pueda hacerse jefe de esta redención»,25 porque «hasta ahora no hubo
nadie que supiese imponerse por su valor y su fortuna».26
Por lo expuesto se pueden hacer las siguientes consideraciones:
1. La suerte, entendida como una circunstancia casual favorable o adversa, no
sólo hace referencia a un individuo sino a una colectividad, la cual puede traer dicha
o desgracia.
2. El azar, al intervenir en las acciones humanas, a veces se presenta como
ocasiones, oportunidades, que crean condiciones que no siempre se emplean
útilmente.
3. Muchos logros de los actores históricos se deben al aprovechamiento de las
ocasiones propicias, pero por sí mismas no bastan si no se cuenta con habilidad y
talento.
4. Quien confía sólo en la suerte o la fortuna corre un gran riesgo, ya que es
cambiante e insegura.
5. Pero, por otro lado, puede llegar a ser tan inmisericorde la fortuna, que por
más empeño que se tenga no se logra doblegarla.
6. Si no se cuenta con los medios para conseguir un propósito, entonces se está a
merced del azar y la adversidad acecha.
7. La prevención y estar preparado son los mejores antídotos contra los cambios
de fortuna y para enfrentar los accidentes cuando se presentan.
8. Como menciona José Luis Romero, la fortuna, en Maquiavelo, no sólo aparece
espontánea y casualmente, sino que interviene de manera intencional, como se
muestra en el capítulo XX.
25
Ibid, p. 67 (las cursivas son mías).
26
Ibid, p. 68 (las cursivas son mías).
11
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9. No siempre se puede escapar de los acontecimientos inconvenientes, pero es
posible sobrellevarlos prudentemente conociéndolos.
10. Si la fortuna es una compañía molesta, por alterar el libre albedrío, no hay que
someterse a ella, ya que más o menos en la mitad de las acciones humanas no
interviene.
11. No hay garantía en el obrar de un sujeto el que sea cauteloso o impetuoso,
astuto o violento, paciente o impaciente, sino que el comportamiento debe adecuarse
según las circunstancias, que son moldeadas por la fortuna; pero a menudo ocurre
que dos personas al adoptar el mismo tipo de conducta, a una le va bien y a la otra
mal, una alcanza sus propósitos y la otra no.
12. No todos los individuos son capaces de adaptarse a circunstancias
cambiantes, ya sea porque existe una propensión natural a actuar de un modo
determinado, ya sea por la costumbre de seguir un patrón de conducta que siempre
ha sido favorable.
13. Por último, Maquiavelo expresa un prejuicio contra lo femenino: la fortuna, al
ser mujer, se le debe tratar como tal si se la quiere dominar: golpearla y humillarla; la
fortuna siente atracción hacia los temperamentos fuertes antes que por los débiles y
prefiere la audacia e impetuosidad y no la prudencia, por esto su inclinación hacia los
jóvenes.
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BIBLIOGRAFÍA
MAQUIAVELO, Nicolás, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, traducción Ana
Martínez Arancón, España, Alianza, 1987 [1531].
_________, El príncipe, traducción Antonio Gómez Robledo, México, Porrúa, 200825
[1532].
ROMERO, José Luis, Maquiavelo historiador, México, Siglo XXI, 19863 [1943].
13
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