30 Lluís Clua La escuela ha de ayudar a cada niño a aumentar su grado de autonomía y, paralelamente, a asumir los niveles adecuados de responsabilidad hacia sí mismo y hacia los demás. Supone un tiempo y un espacio óptimos para desarrollar actitudes en las que la presencia de los demás sea evidente, necesaria y querida. El papel decisivo de la escuela TEXTO Jaume Cela Maestro de primaria y escritor LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 6 uando era pequeño los mayores me decían que en la escuela ya me enseñarían “modos”. Como pueden ver, lo de pasar la responsabilidad a los demás ya viene de lejos. Esta palabra, “modos”, la oía en mi casa, en la escuela, en la panadería –cuando iba a comprar y no respetaba el turno–, en la calle –cuando me ponía a jugar delante de un portal y no dejaba entrar o salir a quien allí vivía– y en el cine –cuando gritábamos a media película pidiendo la intervención del séptimo de caballería para que acabase de una vez por todas con aquel puñado de indios adornados con plumas que apenas se tapaban las vergüenzas y gritaban como descosidos. En ocasiones como éstas –o parecidas– siempre había alguien que esgrimía la falta de “modos” de las criaturas y de los jóvenes y la tan necesaria intervención de la institución escolar. Ahora, a estos “modos” los llamamos urbanidad, civismo, buena educación o sentido del deber. Esta riqueza de sinónimos no hace más que poner de manifiesto que estamos frente a una realidad compleja que exige el trabajo coordinado de los adultos –familias, maestros, monitores, medios de comunicación y ciudadanos– cuando se tiene que introducir a los niños en el mundo, mostrarles la realidad sin esconderles su cara y su cruz, acompañarlos en su descubrimiento y darles el coraje suficiente para que se sientan protagonistas de los cambios que necesitamos impulsar para ir construyendo una sociedad más humana. C 31 A continuación, intentaré concretar el papel que desempeña la escuela en la educación cívica y en la adquisición de los “modos” necesarios que nos permitan vivir y convivir con unas dosis de autonomía y de responsabilidad para que nuestra estancia en este mundo tenga unos niveles de felicidad razonables. Antes, sin embargo, quiero dejar muy claro que este objetivo es una responsabilidad compartida y que nadie puede lavarse las manos o mirar hacia otro lado, ya que cada adulto es un representante del mundo ante las nuevas generaciones. AUMENTAR EL NIVEL DE HUMANIDAD La institución escolar es muy importante; hay que recordar que es la única que tiene un carácter obligatorio. Desde los seis hasta los dieciséis años ningún ciudadano o ciudadana puede decidir no ir a la escuela. Además, en la realidad, la necesidad de esta institución tiende a anticiparse. No importa que lo que se haga en ella tenga o no sentido. No importa que los padres o las madres piensen que sus hijos o hijas obtendrían mejores resultados si se acogiesen a programas de educación familiar. La ley, en este sentido, es bastante clara: no hay excepciones para nadie. Esta obligatoriedad, entre otras cuestiones, es lo que permite que la escuela no pueda aceptar aquellas intervenciones que la intentan reducir a ser una institución transmisora de conocimientos o a tener simplemente un carácter instructivo. La escuela es una institución educativa que permite que nuestro nivel de humanidad aumente, y la instrucción, por tanto, forma parte de la educación, en la que no se incluyen el adoctrinamiento y el dogmatismo. Es necesario ayudar a cada niño a aumentar su grado de autonomía y, es necesario, paralelamente, ayudarlo a asumir los niveles de responsabilidad que tiene consigo mismo y con los demás. No podemos olvidar que somos y nos reconocemos seres sociales y seres inacabados. Somos un proyecto, un ensayo de obra, y para llegar a ser plenamente, necesitamos la presencia del otro, su mirada, su rostro, su gesto, su voz y su experiencia. Por tanto, la escuela supone un tiempo y un espacio óptimos para desarrollar actitudes en las que la presencia del otro resulte evidente, se haga necesaria y, aún mejor, querida. Uno de los objetivos principales que tiene que proponerse cualquier educador es aceptar el compromiso de convertirse en un ejemplo de lo que cree para que el niño que llega al mundo, que tiene que encontrar su sentido y su espacio en él, pueda decir qué piensa y qué quiere. Soy consciente –no soy un ingenuo– de que asumir este reto puede suponer muchos esfuerzos, porque, a menudo, hay que nadar contra corriente, pero la auténtica acción educativa siempre es crítica, siempre sitúa a cada persona frente a la realidad, sin ahorrarle ningún fragmento, y le da esperanza y confianza para poder afrontar los retos, para poder leer el mundo, interpretarlo y procurar transformarlo. No obstante, aunque disponemos de pruebas evidentes de que existen tendencias que pretenden imponernos unos determinados criterios, también es verdad que hay declaraciones, expresadas en letra mayúscula, que intentamos convertir en letra minúscula en cada escuela, y que son una presencia luminosa, un faro que guía nuestra aventura. Estoy pensando, por ejemplo, en los cuatro pilares del informe Delors, cuando concreta que en la sociedad educadora –por tanto, en la escuela– se tiene que tener presente la importancia del Eva Guillamet La escuela supone un tiempo y un espacio óptimos para desarrollar actitudes en las que la presencia del otro resulte evidente y se haga querida. Junto a estas líneas, manual de urbanidad de principios del siglo pasado. CIVISMO: LAS CLAVES DE LA CONVIVENCIA 32 “El informe Delors concreta que en la sociedad educadora se tiene que tener presente la importancia del aprender a conocer, del aprender a hacer, del aprender a ser y del aprender a convivir. La educación cívica forma parte de estos cuatro saberes”. Eva Guillamet Eva Guillamet La escuela hace de la acogida sin condiciones la base de su actividad, por lo que supone un buen laboratorio para aprender a desarrollar proyectos de vida distintos los unos junto a los otros. Eva Guillamet aprender a conocer, del aprender a hacer, del aprender a ser y del aprender a convivir. La educación cívica forma parte de esos cuatro saberes. El conocimiento nos proporciona elementos de reflexión que interaccionan con la manera de hacer y todo queda enmarcado en unas determinadas formas de ser deseadas y en un contexto en el que la convivencia es ineludible. En este planteamiento, el conflicto es bien recibido, porque nos permite activar nuestra acción educativa. Sin conflicto no hay duda, no hay progreso. Por tanto, en la escuela se puede dar acogida al conflicto, buscar entre todos estrategias para solucionarlo y mantener viva la esperanza de que esta solución se puede trasladar a otros ámbitos de la sociedad. LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 6 Antes he dicho que nuestro proceso de humanización se va desarrollando durante toda nuestra vida. Uno de los elementos que conforman nuestra humanidad es el civismo, que no es otra cosa que la capacidad de saber vivir con los demás, de saber cuáles son nuestros derechos y de conocer y poner en práctica nuestros deberes. Hacernos humanos significa, por tanto, que nos vamos haciendo cívicos. Así pues, no nacemos cívicos, ya que para serlo tenemos que aceptar que la vida en común exige un pacto –implícito y explícito– que explique y ordene nuestras actividades, nuestra relación con el otro. Necesitamos, por tanto, aceptar algunos principios, poner en práctica algunas virtudes –la dignidad, la equidad, la libertad, la urbanidad, el respeto, la cortesía, la amabilidad, la capacidad de acogida, el buen 33 Enrique Marco humor, la capacidad de escuchar, la paciencia, la benevolencia, etc.– y disponer de organismos que posibiliten la vida en común, sobre todo ahora que empezamos a establecer contactos con personas de culturas muy diferentes a la nuestra. Esta diversidad nos obliga a trabajar de manera crítica para construir un pacto de mínimos que nos permita desarrollar nuestro proyecto de vida junto a los proyectos de los demás. La escuela, que es una institución que hace de la acogida sin condiciones la base de su actividad y que, por tanto, no debería marginar ni seleccionar a nadie, es un buen laboratorio para poder hacer realidad este objetivo. APRENDER A SER CÍVICO Para aprender a ser cívico no hay recetas ni ingredientes. Ahora bien, para que esto sea posible, tiene que haber esperanza y confianza en el otro y en uno mismo, en la continuidad del mundo y en el trabajo de cada uno. También los adultos, que somos responsables de los más jóvenes, tenemos que dar ejemplo y expresar nuestra voluntad de transmitir. Se necesita coherencia y constancia, constancia que exige tiempo y tozudez; y asimismo es necesario el ensayo y la reflexión sobre las consecuencias de nuestras acciones. Y todo esto tiene que materializarse en la vida cotidiana, en los pequeños detalles, en las distancias cortas. El “buenos días” al traspasar el umbral de la puerta de la escuela dice más que cualquier gran declaración que pueda escribirse y convertirse en un instrumento destacado de gestión y que acaba dormitando en una estantería de la biblioteca. En estos momentos, cuando en la sociedad conviven –o se enfrentan, dependerá de todos nosotros– diferentes culturas y visiones distintas de los mismos hechos –diferencias en las creencias sobre la proximidad, sobre las formas de relacionarse, sobre las estructuras lingüísticas y gestuales de la acogida o sobre el papel de la mirada– es conveniente una formación sobre el valor y el sentido de estas diferencias y un compromiso para revisar nuestros postulados, para ir salvando todo lo que es salvable, cualquier diferencia que no cree desigualdad, y llegar a establecer un pacto mínimo que nos permita hacer realidad lo que apunta George Steiner en su diálogo con Antoine Spire, recogido en el libro La barbarie de la ignorancia, y que dice así: “Somos invitados de la vida. En este pequeño planeta en peligro debemos ser huéspedes (...). Aprender a ser el invitado de los demás y a dejar la casa a la que uno ha sido invitado un poco más rica, más humana, más justa, más bella de lo que uno la encontró. Creo que es nuestra misión, nuestra tarea.” Que así sea. CIVISMO: LAS CLAVES DE LA CONVIVENCIA