la omisión del deber de socorro y su castigo

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Miércoles. 9 de abril de 2014 • LA RAZÓN
Las obligaciones de los ciudadanos
RJ
RJ
LA OMISIÓN DEL
DEBER DE SOCORRO
Y SU CASTIGO
FDFDSF
Abogado de Guerrero; Abogados Penalistas
S
eguramente, con motivo
de la cantidad de noticias
diarias a las que tenemos
acceso, los lectores se hayan planteado en alguna
ocasión cómo es posible
que, ante un accidente de
tráfico, el conductor que
ha atropellado a un ciclista se dé a la fuga
sin atenderlo. Y es más, qué repercusión
tiene esa conducta, en sí misma, para el
conductor.
Según los diferentes puntos de vista
doctrinales, cuatro serían los bienes jurídicos que protegería en nuestro ordenamiento jurídico del delito de omisión del
deber de socorro: la solidaridad humana,
la solidaridad respecto de la protección
a la vida, la vida y la integridad de las
personas, o la propia indemnidad de las
personas. Por su parte, nuestro Tribunal
Supremo –TS–, se ha pronunciado en el
sentido de entender que, propiamente,
los bienes jurídicos protegidos a través
del delito de omisión del deber de socorro
son la vida, la integridad, la salud, la libertad y la libertad sexual.
Sea cual fuere el criterio al que nos
acojamos, no cabe ningún género de
duda que, el atentado a cualquiera de
estos intereses merece para el legislador
un alto grado de repulsa, al punto de
configurarlo como delito con sustantividad propia y que puede llevar aparejado
la pena de hasta cuatro años de prisión.
Para adentrarnos en el análisis de las
conductas que comprenden el delito de
omisión del deber de socorro nos proponemos abordar por separado la regulación de los artículos ofrecidos por el Código Penal español (CP) en sus números
195 y 196, lo cual nos permitirá, también,
analizar sus diferentes modalidades comisivas.
Así, el artículo 195 CP es considerado
el tipo básico del delito de omisión del
deber de socorro, subdividiéndose a su
vez en tres epígrafes.
La conducta que sanciona su primer
apartado comprende el no socorrer a la
víctima ante una situación de desamparo, debiendo encontrarse aquella, a su
vez, ante un peligro manifiesto y grave;
aun cuando para el responsable del delito, actuar como le viene exigido no suponga un riesgo propio o de terceros.
De ello se deriva que las denominadas
situaciones de autopuesta en peligro,
como serían los casos de huelgas de
hambre no tengan cabida en la exigencia
de una situación de riesgo de la víctima.
Profundizando sobre este particular, en
materia penitenciaria, tres son los criterios que se han sostenido: entender que
el derecho de autodeterminación del
recluso elimina todo deber de intervención del funcionario, sostener que la intervención del funcionario siempre está
justificada dada la especial sujeción del
interno con la Administración de Justicia
o bien defender la intervención del funcionario si el reo está inconsciente. Por su
parte, Aráuz Ulloa, en «El delito de omisión del deber de socorro. Aspectos fundamentales» (2006), se muestra abiertamente contrario a este criterio, sosteniendo que «de lo anterior se desprende
la imposibilidad de considerar como
personas desamparadas al suicida, al
huelguista de hambre, al que rechaza un
tratamiento, al que practica una actividad peligrosa para su vida o integridad
física o al que consiente la restricción de
su libertad ambulatoria, cuando la decisión tomada por ellos mismos es producto de una decisión seria y responsable; es
decir, cuando es asumida libremente y
no contiene ningún vicio que pueda
hacer ineficaz el consentimiento prestado».
Según el sentir de nuestra jurisprudencia, debe entenderse que con la mención
al peligro «manifiesto y grave» el CP alude
a aquel que resulta evidente a los ojos de
un espectador objetivo según un análisis
de probabilidad de que se produzca una
lesión al bien jurídico, su inminencia y la
propia naturaleza de ese mal. En términos similares se pronuncia la STS de 19
de enero de 2000, al señalar que el delito
de omisión del deber de socorro requiere:
«una conducta omisiva sobre el deber de
socorrer a una persona desamparada y
en peligro manifiesto y grave, es decir,
cuando necesite protección de forma
patente y conocida y que no existan riesgos propios o de un tercero».
Por su parte, el artículo 195.2 CP sanciona como modalidad delictiva aquella
en la que el autor, aun impedido de poder
socorrer personalmente a la víctima, no
«demande con urgencia auxilio ajeno».
De esta manera, el legislador prevé las
conductas del artículo 195.1 y 195.2 CP
bajo una relación de subsidiariedad; si
bien, en ambos supuestos, el autor debe
contar con una capacidad real de poder
socorrer o solicitar el auxilio. De no ser
así, el responsable quedaría exento de
responsabilidad criminal.
Por último, debe subrayarse que la
conducta exigida al autor no le debe colocar ante una situación de riesgo propio
o de terceros. En otros términos, no cabrá
exigirle que su actuación le coloque en
una situación de riesgo desproporcionado. Es por ese motivo que, desde antaño
–STS 1040/94, de 20 de mayo– la doctrina
jurisprudencial mayoritaria ha venido a
entender el obstáculo de actuar como
derivado de un impedimento de carácter
natural, físico, tangible y perceptible por
los sentidos.
Siendo así, conviene quizás plantearse
cuáles sean los requisitos que, en términos de nuestroTS, configuran la conducta delictiva de la omisión del deber de
socorro. (Señalando, entre otras, la STS
de 7 de marzo de 1991, de 13 de mayo de
1997, de 19 de enero de 2000, de 11 de
noviembre de 2004 o de 23 de febrero de
2010)
Requisitos del TS para configurar la
conducta delictiva de la omisión del deber de socorro
A.«Una conducta omisiva sobre el deber
de socorrer a una persona desamparada
y en peligro manifiesto y grave, es decir,
cuando necesite protección de forma
patente y conocida y que no existan riesgos propios o de un tercero, como puede
ser la posibilidad de sufrir lesión o perjuicio desproporcionado en relación con la
ayuda que necesita». Derivado de la situación de desamparo en la que se sitúa
la víctima, nace para el sujeto activo un
deber típico de actuar; resultando que, si
fuere imposible por sus propios medios,
entraría en juego el artículo 195.2 CP.
LA CONDUCTA
EXIGIDA AL AUTOR
NO LE DEBE COLOCAR
ANTE UNA SITUACIÓN
DE RIESGO PROPIO O
DE TERCEROS
EL NO AUXILIAR A
QUIEN LO NECESITE
PUEDE CONLLEVAR
UNA PENA DE HASTA
CUATRO AÑO DE
PRISIÓN
La conducta que sanciona el Código Penal comprende el no socorrer a la
víctima ante una situación de desamparo, debiendo encontrarse aquella,
a su vez, ante un peligro manifiesto y grave
Samuel GUERRERO
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LA RAZÓN • Miércoles. 9 de abril de 2014
b. «Una repulsa por el ente social de la
conducta omisiva del agente».
c.»Una culpabilidad constituida no sólo
por la concurrencia de desamparo de la
víctima y la necesidad de auxilio, sino
además por la posibilidad del deber de
actuar. La existencia del dolo se ha de dar
por acreditada en la medida en que el
sujeto tenga conciencia de desamparo y
peligro de víctima, bien a través del dolo
directo, certeza de la necesidad de ayuda,
o del eventual, en función de la probabilidad de la presencia de dicha situación
pese a la cual se adopta una actitud pasiva». Con ello se da cabida a todas las
formas posibles en cuanto a los elementos subjetivo del tipo por cuanto la im-
prudencia, expresamente, vendrá prevista en el artículo 195.3 CP, si deriva de accidente.
Por lo que se refiere al último párrafo
del artículo 195.3 CP, este viene a configurarse como un artículo de cierre cualificado. El motivo de agravación de esta
conducta se encuentra en que, precisamente, es el autor de la misma quien, con
ocasión de su actuar precedente, ha dado
lugar a la conducta actual en la que, además, omite el deber de socorrer a la víctima. Si la conducta obedece a un accidente ocasionado fortuitamente por el
que omitió el auxilio, el CP impone al
autor una pena de prisión de seis meses
a 18 meses. Por su parte, si el accidente se
debiera a imprudencia, la pena de prisión
podría oscilar entre los seis meses y los
cuatro años.
El hecho de que el CP prevea en su artículo 195.3 «Si la víctima lo fuere por
accidente ocasionado fortuitamente por
el que omitió el auxilio…» y «si el accidente se debiere a imprudencia», permite que este precepto resulte de aplicación
no sólo a los supuestos derivados del
tráfico rodado, sino también en todos
aquellos casos en los que, entre la conducta desplegada inicialmente por el
autor y la conducta omisiva pueda predicarse una relación de causalidad. Sin
embargo, el principio de legalidad impedirá que resulte de aplicación para aquellos supuestos en los que el autor haya
generado la conducta previa de manera
intencionada; esto es, dolosamente al
exigirse en el precepto «fortuitamente» o
«a imprudencia».
Nuestro TS ha tenido ocasión de pronunciarse en reiteradas ocasiones sobre
la naturaleza de la obligación impuesta
al ciudadano con ocasión de las conductas derivadas de accidentes de tráfico.
Señalaremos, por todas, las STS 6 de octubre y 3 de junio de 1991 en las que,
claramente se viene a consagrar que
«…éste deber de prestar el auxilio a la
víctima de un accidente de circulación
ocasionado por el propio acusado constituye una obligación personalísima de
éste, de la que no queda liberado por más
que pudieran existir otros sujetos capaces de prestar la atención necesaria, deber que sólo cesa cuando haya certidumbre de que el auxilio, en la medida que él
mismo pudiera proporcionarlo, ya ha
sido prestado». Y esto último; sin embargo, no concurrirá cuando quien causa un
atropello continúa conduciendo al ob-
servar que otras personas se habían detenido; ni tan siquiera, excusándose en
no poder detener la marcha de la conducción. Este es el parecer de la STS
1304/2004, de 11 de noviembre, al señalar
que «El que existieran allí otras personas,
que al menos en los momentos iniciales
en que el ahora recurrente se marchó del
lugar con su vehículo no prestaban asistencia alguna, no excusa el insolidario
proceder del condenado. Todos tenían
obligación de acudir en auxilio de quien
así lo necesitaba por encontrarse herida
en el suelo después del atropello, todos
los allí presentes que se percataron de tal
situación, sin que la mera presencia de
unos pudiera excusar a los otros de su
deber de socorrer; pero más que ningún
otro estaba obligado a auxiliar quien
había sido causa del accidente (y en grado superior aun por haberlo sido como
consecuencia de su comportamiento
imprudente, incluso temerario)».
Llegados a este punto, hemos analizado el tipo básico del delito de omisión del
deber de socorro; pero no por ello el
único precepto que, específicamente,
hace alusión a esta conducta. Esto es así
por previsión específica del artículo 196
CP, que a diferencia del artículo precedente, viene a constituirse en un delito
especial. De ello se deriva que, únicamente podrán ser autores los facultativos
– «profesional que […] denegare asistencia sanitaria o abandonares lo servicios
sanitarios […]».
En este sentido, a diferencia de lo descrito en el artículo anterior, la conducta
típica por la que responderá su autor
comprende tanto la «denegación de
asistencia sanitaria» como el «abandono
de lo servicios sanitarios» siempre que de
ello se derive un «riesgo grave para la
salud de las personas».
Especial atención requieren los supuestos en los que el propio paciente se
niega a recibir la asistencia médica que
precisa, solicitando otra inexistente –p.ej.
Testigos de Jehová– o bien en los que el
facultativo no dispensa el tratamiento
exigido porque el paciente se niega a recibir cualquier tipo de asistencia médica.
Deberá concluirse con la exención de
responsabilidad criminal por cuanto,
todo tratamiento médico o quirúrgico
requiere de un consentimiento informado –ex artículo 8 de la Ley 41/2002–; pudiendo el paciente negarse a recibir el
tratamiento.
En resumen, puede señalarse que, tal
y como tiene declarada la Jurisprudencia
de nuestro TS, «El texto del artículo 195
del Código Penal sanciona la omisión de
auxilio para cualquier persona y no solamente para quien, por sus conocimientos técnicos, pudiera ser de mayor utilidad para quien esté en peligro» –STS
860/2002, de 16 de mayo–. En otros términos, la exigencia de actuar a favor de
quien aparece necesitado del auxilio, del
socorro, opera frente a todo el mundo,
pudiendo incluso responder quien desatendiera dicha obligación, con penas
que podrían alcanzar hasta los cuatro
años de prisión.
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