Puente de Carlos IV “”, Puente de Carlos IV La panorámica que se aprecia desde el puente Karluv Most, el Puente de Carlos, es sobrecogedora, las torres y cúpulas de Malá Strana, coronada por las murallas del Castillo y las altas agujas de la Catedral de San Vito, hacia el noroeste. Esta vista celestial, una de las más hermosas de toda Europa, va cambiando sutilmente su perspectiva a medida que se avanza por el puente, guardado por los numerosos santos barrocos que embellecen las tranquilas piedras góticas. De noche ofrecen un espectáculo lleno de hechizo: la Catedral de San Vito iluminada en un verde espectral, el Castillo en un amarillo monumental y la Iglesia de San Nicolás en un voluptuoso tono rosa, todo ello visto a través de las amenazadoras siluetas de las estatuas encorvadas y las torres góticas. Este ha sido siempre uno de los centros de actividad de Praga. Allá por el siglo X, cuando los príncipes Premislitas fijaron su residencia en Praga, existía un fuerte al otro lado del Vltava (Moldava), una conexión vital en una de las principales rutas comerciales de Europa. Después de que varios puentes de madera y el primer puente de piedra fueran arrastrados por las riadas, Carlos IV encargó la construcción del nuevo puente al arquitecto alemán Peter Parlér, que por aquel entonces tan sólo contaba con 27 años de edad y que fue también el autor de la Catedral de San Vito. Esto ocurría en 1357, y durante más de 300 años el único adorno con que contaba este puente era una cruz de madera. Después de ser derrotados por los Habsburgo en la batalla de la Montaña Blanca en 1620, los checos fueron sometidos a una doble imposición: una política, por parte del Imperio Austriaco, y otra espiritual, a cargo de la Contrarreforma, movimiento dirigido a aplastar el protestantismo. El Puente de Carlos se convirtió en el campo de Batalla en la lucha por conquistar el alma de los checos. Las numerosas estatuas barrocas, que hicieron su aparición a finales del siglo XVII, vinieron a simbolizar el totalitarismo del triunfo austriaco. La Torre del Puente de la Ciudad Antigua marca el lugar en que Parlér inició la construcción del puente. Los bajorrelieves destinados a su embellecimiento fueron destrozados por soldados suecos en 1648, al final de la Guerra de los Treinta Años. Las esculturas que hay enfrente de la plaza se salvaron y continúan intactas, representan a Carlos IV, que padecía de gota, con su hijo, quien más tarde se convertiría en Wenceslao IV. Subir por los 138 escalones hasta la galería de la torre compensa el esfuerzo, ya que la vista del Castillo y del casco antiguo corta la respiración. Vale la pena tomarse el tiempo necesario para contemplar alguna de las estatuas mientras se dirige hacia la Malá Strana. La tercera de la derecha, un crucifijo de latón con inscripciones hebreas en oro, fue montada en el lugar donde había una cruz de madera que quedó destrozada en la batalla contra los suecos. Las letras en oro de la nueva cruz fueron financiadas, al parecer, por un judío que había sido acusado de difamar la cruz. La octava estatua a la derecha, de San Juan Nepomuceno, es la más antigua de todas, es obra de Johann Brokoff y data de 1683. Los bajorrelieves de bronce narran la historia del destino del padre Nepomuceno: tras negarse a desvelar los secretos de confesión de la esposa del rey Wenceslao IV fue arrojado al río por orden del monarca. De repente, según cuenta la leyenda, alrededor de su cabeza aparecieron estrellas doradas. A mano izquierda, sobresaliendo del puente entre la novena y la décima estatua (esta última representa un magnífico Satanás derrotado), se encuentra la estatua de Roland. Personaje caballeresco que viste la capa de armas de la Ciudad Antigua, era la señal de que la parte del puente que se extendía hasta ese punto del río pertenecía a la Ciudad Antigua, antes de que Praga pasara a ser una ciudad unificada en 1784. La plaza que hay a sus pies es la Isla Kampa, separada de la Ciudad Pequeña por un brazo del río Moldava conocido como Certovka, el Arroyo del Diablo. Según la mayoría de los historiadores del arte, la estatua más valiosa es la duodécima a mano izquierda, esta estatua llena de dinamismo que representa a Santa Lugarda es obra de Mathias Braun y refleja el sueño de esta santa ciega, que Cristo le permite besar sus llagas. Un grupo no muy popular para los ciudadanos de Praga es el segundo desde el final a la izquierda, obra de Ferdinand Maximilián Broko, que data de 1714. Los santos tienen aquí un papel secundario. El interés se centra en el turco, cuya cara expresa un profundo tedio mientras vigila a los cristianos encerrados en la jaula que hay a su lado. Cuando se erigió esta estatua, apenas 20 años después de la segunda invasión de Viena por parte de los turcos, escandalizó a los habitantes de Praga que no tardaron en embadurnar la estatua con barro. Ya casi al final del puente aparece la sorprendente conjunción de las dos torres del Puente de la Malá Strana, una gótica y la otra románica. Ambas sirven de marco de la rimbombante Iglesia barroca de San Nicolás, a lo lejos. De noche ésta brinda una magnífica vista. La más baja, la torre románica, formaba parte de los antiguos puentes de madera y de piedra, su aspecto actual procede de la rehabilitación llevada a cabo en 1591. La torre gótica, Mostecká Vez, fue añadida al puente algunas décadas después de haberse finalizado la construcción. Es aconsejable subir por las escaleras de madera del interior de la torre para poder disfrutar de las vistas sobre los tejados de la Malá Strana y de la Ciudad Antigua, al otro lado del río.